— ¿Qué sucede en la cabeza de un violador
—Existe una fantasía —responde al otro lado del teléfono un hombre con voz agotada, lejana; un psiquiatra de la Fiscalía que pidió referirse a él así, por su cargo, el Psiquiatra.
— ¿Tiene en mente algún caso que explique lo que está diciendo?—Hay uno, que ocurrió en Armenia, en un barrio estrato cero, con un muchacho de 17 años.El muchacho de 17 años, estudiante de criminalística en una escuela de garaje en Armenia, le preguntó alguna vez a uno de sus profesores cuál era el crimen perfecto.
Probablemente el maestro le habló de no dejar huellas, de no dejar testigos y de lograr que sospechen de alguien más. Le habló también de que en caso de violación, siempre, se debía usar condón. Y así lo hizo el muchacho. Siguió paso a paso la película que había descrito el profesor. Lo hizo un domingo en la tarde, en un potrero cerquita de la casa de la víctima, su prima de 11 años. La niña que sería hallada muerta bajo los matorrales. ¿Y el muchacho no pensó en el resto de la familia? ¿No sintió remordimiento? “No”, responde el Psiquiatra. Repite “no”, contundente, y se extiende en su explicación.
“Le voy a dar un ejemplo que puede sonar fuerte, pero es como si estuviéramos haciendo una dieta, cuidándonos nuestra figura, y llegamos a un sitio y no aguantamos la tentación de comernos una bandeja paisa. Cuando me la estoy comiendo y disfrutando de su sabor, yo no estoy pensando en que voy a perder la línea, ni en que me voy a engordar, ni en que me puede dar indigestión. Simplemente la estoy disfrutando. Igual pasa con los agresores sexuales: están buscando satisfacer su fantasía”.Eso hay en la cabeza de un agresor, de un abusador, de un violador: una fantasía, y cada fantasía —aclara el Psiquiatra— puede tener una variación: niños, mujeres adultas, mujeres jóvenes, hombres, “toda la gama de posibilidades que pueda imaginar la mente humana. Para darle un ejemplo: un hombre viola a una bebé de tres meses y cuando le preguntan por sus motivaciones responde que veía en ella a ‘una mujer hermosa’”.
Hay en la mente del violador una sed incansable por atestiguar el sufrimiento de su víctima. Por escuchar los ruegos desesperados. Por oler el miedo. Por ver el miedo. “Tienen actitudes de dominación física y sometimiento psicológico crónico hacia sus víctimas, y a través de ellas mantienen su propio clima de tensión y autosatisfacción patológicas”, dice Luis Ramírez Ortegón, psiquiatra de niños y adolescentes. Al muchacho de 17 años lo descubrieron. Su crimen fue casi perfecto. No dejó testigos y usó condón, pero cometió un error, dejó huellas: unas gotas de semen en el pantalón de la niña que cayeron al quitarse el preservativo. En el momento del interrogatorio guardó silencio. ¿Qué estaría pasando por su mente? Ni culpa ni remordimiento. Un vacío, una frivolidad, que la psiquiatra Pilar Hernández, de Sanitas, describe como ausencia física y mental de “lo que nosotros llamamos consideración por el otro”.