martes, 15 de agosto de 2017

EVALUACIÓN DE LAS CARACTERÍSTICAS DELICTIVAS DE MENORES INFRACTORES DE LA COMUNIDAD DE MADRID Y SU INFLUENCIA EN LA PLANIFICACIÓN DEL TRATAMIENTO. José Luis Graña Gómez1 Universidad Complutense de Madrid. Vicente Garrido Genovés. Universidad de Valencia. Luis González Cieza. Agencia de la Comunidad de Madrid para la Reeducación y Reinserción del Menor Infractor*

Resumen:
El objetivo de este estudio consiste en caracterizar a los menores que están en centros de internamiento de la Agencia de la Comunidad de Madrid para la Reeducación y Reinserción del Menor Infractor en cuanto a sus características delictivas y, al mismo, tiempo validar un instrumento conocido como IGI-J (Inventario para la Gestión e Intervención con Jóvenes) [YLS/CMI (Youth Level of Service/Case Management Inventory)] que permite evaluar factores de riesgo estáticos y dinámicos para explicar la conducta delictiva y desarrollar objetivos de intervención educativo-terapéuticos. Para ello, se ha contado con 208 menores con una edad media de 17 años. Los resultados muestran que la media de delitos por sujeto es de 1.86 siendo los más frecuentes los delitos contra la propiedad. En cuanto a las medidas judiciales impuestas por los delitos cometidos, la media fue de 1.44 y el promedio de la duración de las medidas fue de 8,47 meses. Refiriéndonos al IGI-J, este instrumento ha mostrado unos importantes indicadores de fiabilidad (alfa de Cronbach 0.88) y validez predictiva. Las distintas escalas discriminaron de forma adecuada entre reincidentes y no reincidentes, violentos y no violentos. Se analizan los datos en relación a la planificación de los programas de intervención a desarrollar con este tipo de población. 

PALABRAS CLAVE: Menores Infractores, Reincidentes, Violentos, IGI-J. 

Abstract 
The goal of this study is to characterize minors interned in centers of the Agency of the Community of Madrid for the Reeducation and Reinsertion of Transgressing Minors with regard to their delinquent characteristics and to validate an instrument known as the YLS/CMI (Youth Level of Service/Case Management Inventory), which allows us to assess the static and dynamic risk factors that explain delinquent behavior and to develop educational-therapeutic intervention goals. Participants were 208 minors, mean age 17 years old. The results show that the average number of criminal acts per subject is 1.86, with offenses against property being the most frequent. The mean judicial measure imposed for the offenses was 1.44, and the mean duration of the measures was 8.47 months. With regard to the IGI-J, this instrument has shown satisfactory reliability indicators (Cronbach’s alpha .88) and predictive validity. The diverse scales adequately discriminated between recidivists and nonrecidivists, violent and nonviolent minors. The data are analyzed with a view to planning intervention programs to be developed with this kind o f population. 

  KEY WORDS: minors, transgressors, recividists, violent youths, IGI-J. 

Introducción 

 La conclusión que se deriva de los dictámenes de la literatura especializada sobre los programas que logran mejores porcentajes en la reducción de la reincidencia indica que los jóvenes que cumplen medidas judiciales precisan, sobre todo, nuevas formas de pensar la realidad y de actuar en ella. Estos programas ayudan a que el sujeto desarrolle estrategias más hábiles de solución de problemas; que disponga de autocontrol para no responder con violencia frente a provocaciones, reales o imaginarias y que sea capaz de relacionarse en los contextos escolares, laborales y sociales donde pueda forjar unos hábitos que le permitan adaptarse de forma adecuada al entorno sociocultural en que viva. 

En la actualidad, un sistema de justicia juvenil moderno ha de implicarse profundamente en la generación de prácticas eficaces, basadas en la mejor evidencia científica disponible (lo que se conoce ahora en la literatura científica como “política penal basada en la evidencia” —evidence based policy). El paradigma asistencial ha dejado paso (o al menos queremos creerlo así) al paradigma de la búsqueda de resultados mediante esfuerzos bien diseñados y ejecutados (paradigma de la competencia, intervencionista o criminológico). 

 Así pues, parece que es algo necesario disponer de herramientas con las que poder evaluar cuáles son los factores de riesgo específicos del joven, qué necesidades personales y de su ambiente pueden ser atendidas durante el cumplimiento de la medida con objeto de acortar lo más posible su carrera delictiva. Uno de los instrumentos ampliamente utilizado con delincuentes adultos es el Inventario de Nivel de Servicio Revisado (Level of Service Inventory Revised) de Andrews y Bonta (1995) del que se ha desarrollado una versión para jóvenes delincuentes, el Inventario de Gestión e Intervención para Jóvenes - IGI-J— (Youth Level of Service/Case Management Inventory) de Hoge y Andrews, 2003. El marco teórico en el que se sustenta el IGI-J es el modelo integrado de la conducta delictiva de Andrews y Bonta (1994, 2003). 

Partiendo de las principales variables causales extraídas de la investigación psicológica (actitudes, relaciones interpersonales, historia conductual y personalidad antisocial), este modelo sostiene que la persona no puede ser considerada como algo aislado, sino que vive, crece y se desarrolla dentro de un contexto interactivo y dinámico. De ahí que la escuela, la familia, el grupo de iguales y la comunidad deban tenerse en cuenta como unidades que conforman el proceso de socialización pues la persona, su ambiente y su conducta interaccionan en un proceso de influencia recíproca, motivo por el cual los factores situacionales (ambientales y sociales) deben ser considerados, junto con los personales, si queremos mejorar nuestra habilidad para predecir conductas. Por tanto, es este reforzamiento personal, interpersonal y comunitario el que explica la génesis de la conducta delictiva. 

El IGI-J consta de 42 ítems agrupados en 8 factores de riesgo: 1) delitos y medidas judiciales pasadas y actuales; 2) pautas educativas; 3) educación formal y empleo; 4) relación con el grupo de iguales; 5) consumo de sustancias; 6) ocio/diversión; 7) personalidad/conducta; 8) actitudes, valores y creencias. Cada uno de estos factores está subdividido en varios ítems –entre 3 y 7- que se describen en términos operativos y definidos previamente y cuya información ha de obtenerse fundamentalmente a partir de la observación, del conocimiento directo del chico/a y su entorno, de la entrevista semiestructurada ya establecida para ello y de la documentación que se tiene del menor. Además, la existencia en cada una de las áreas del riesgo de un elemento denominado “factor protector” pone de relieve el esfuerzo de esta prueba (y de la teoría que la sustenta) por definir aspectos susceptibles de ser tenidos en cuenta en la planificación de los programas de tratamiento. Los factores de riesgo se dividen en factores estáticos y dinámicos. 

Los primeros no pueden formar parte de los objetivos de intervención, ya que por su propia naturaleza no pueden modificarse, caso por ejemplo del historial delictivo. Los segundos, cambiables a través de las experiencias vividas y de programas desarrollados con un propósito terapéutico o educativo, son los prioritarios para nosotros. A tales factores de riesgo dinámicos, en la medida en que los juzgamos adecuados para ser objeto de un programa de tratamiento, los llamamos necesidades criminógenas. 

Una de las grandes ventajas del IGI-J es que fundamentalmente toma en consideración cuáles son los factores de riesgo dinámicos o necesidades criminógenas que podrían ser objeto posterior de intervención. 

martes, 1 de agosto de 2017

Adolescencia y comportamiento antisocial. Óscar Herrero, Francisco Ordóñez, Aránzazu Salas y Roberto Colom Universidad Autónoma de Madrid

Lykken (2000) propuso un modelo para explicar la conducta antisocial basado en las dificultades de temperamento y el proceso de socialización. Los rasgos temperamentales que consideró básicos fueron la ausencia de miedo, la búsqueda de sensaciones y la impulsividad. Las diferencias individuales en estos rasgos interactuarían con los factores del contexto que contribuyen a la socialización. Las personalidades antisociales puntuarían más alto en ausencia de miedo, búsqueda de sensaciones e impulsividad. El presente estudio evalúa a 186 reclusos y 354 adolescentes. No se observan diferencias significativas entre reclusos y adolescentes en búsqueda de sensaciones y ausencia de miedo, pero los adolescentes puntúan más alto en impulsividad. Estos resultados contradicen la propuesta de Lykken. Sin embargo, este resultado adverso puede ser re-interpretado desde una perspectiva alternativa. 

Adolescence and antisocial behavior. Lykken (2000) proposed a model to understand antisocial behavior. The model considers the interaction between temperament difficulties and the socialization process. The temperament traits are fearlessness, sensation seeking, and impulsivity. Individual differences in those traits interact with contextual factors germane to socialization. The antisocial personalities must score higher on fearlessness, sensation seeking, and impulsivity. The present study assesses 186 imprisoned and 354 adolescents. No significant differences were found between imprisoned and adolescents neither in sensation seeking or fearlessness. Moreover, adolescents scored higher on impulsivity. The results are not in line with Lykken’s prediction. However, this adverse finding could have an alternative explanation.

Lykken (2000) propuso un modelo para explicar el desarrollo de las personalidades antisociales. Según este autor, hay dos caminos para desarrollar un comportamiento antisocial. Uno de ellos es estar expuesto a una socialización deficiente como consecuencia de una práctica familiar negligente. Este primer camino podría conducir a que el individuo se convirtiese en un sociópata. Por otra parte, una persona que expresase desde su nacimiento un nivel elevado de una serie de rasgos temperamentales podría ser insensible a un esfuerzo socializador normal y crecer sin desarrollar una conciencia. En este caso la persona podría convertirse en un psicópata. Los rasgos temperamentales propuestos por Lykken son la búsqueda de sensaciones, la impulsividad y la ausencia de miedo. Tanto en el caso de la sociopatía como en el de la psicopatía, las personas mostrarían una vulnerabilidad al comportamiento antisocial, pero no se podría hablar de una situación determinista e inamovible. Temperamento y socialización son dos factores relacionados.

Basándose en Gray (1987), Lykken (2000) propone que las personas con alta vulnerabilidad a la psicopatía nacerían con un bajo Sistema Inhibidor de la Conducta (BIS) o con un Sistema Activador de la Conducta muy potente (BAS). El primer caso daría lugar a un muy bajo miedo que podría derivar en una psicopatía primaria, mientras que el segundo conllevaría una alta impulsividad que podría derivar en una psicopatía secundaria.

Existe evidencia experimental sobre la hipótesis del bajo miedo. Hare, Frazelle y Cox (1978) encontraron diferencias en la actividad cardíaca y electrodérmica de psicópatas y no psicópatas durante una cuenta atrás al final de la cual oían un ruido de alta intensidad. Los psicópatas tenían mayor aceleración cardíaca y menor actividad electrodérmica que los no psicópatas. Se ha encontrado también en psicópatas menor nivel de sobresalto (medido mediante reflejo parpebral) cuando se presenta un tono alto durante la visión de imágenes emocionalmente negativas como un cuerpo humano mutilado (Patrick, Bradley y Lang, 1993; Levenston, Patrick, Bradley y Lang, 2000) o mientras se imaginan situaciones que deben evocar miedo (Patrick, Cuthbert y Lang, 1993).

Se han realizado estudios en los que se ha intentado detectar relaciones entre rasgos de personalidad y riesgo de comportamiento antisocial en adolescentes (Ortet, Pérez, Plá y Simó, 1988; Báguena y Díaz, 1991; Furnham y Thompson, 1991) y en población general (Gomá, Pérez y Torrubia, 1988; Gomá, 1995; Rebollo, Herrero y Colom, en prensa), pero no conocemos ningún estudio en el que explícitamente se haya puesto a prueba la teoría de Lykken. El objetivo de este trabajo es contrastar el modelo de vulnerabilidad al comportamiento antisocial. Para esto se ha diseñado una escala de personalidad que mide los tres rasgos temperamentales que Lykken propone. Con esta escala se comparó a una muestra de adolescentes procedente de un Instituto de Enseñanza Secundaria con una muestra de reclusos. La hipótesis principal es que si el modelo de Lykken es correcto, los reclusos puntuarán significativamente más alto que los adolescentes en las tres escalas.

Participantes 

186 personas componían la muestra de reclusos. 154 eran hombres y 32 mujeres. La edad media era de 32,57 (DT= 9,8 rango de edad= 17-67). Esta muestra incluía personas asignadas a distintos grados de tratamiento del sistema penitenciario español (primer, segundo y tercer grado), así como en distintas situaciones procesales (penados y preventivos). La participación fue voluntaria y la evaluación se realizó tanto en los módulos como en las escuelas de los centros 

La muestra de adolescentes estuvo compuesta por estudiantes de Enseñanza Secundaria (N= 354). Con respecto al sexo de los participantes, la muestra contenía 170 chicos y 184 chicas. Sus edades oscilaban entre los 15 y los 21 años (Media edad= 16, DT= 1,62 para ambos sexos). Su participación en el trabajo fue voluntaria y se realizó en el centro en horas de clase. Debe observarse el desequilibrio entre hombres y mujeres en el caso de los internos. Ello obedece a la mayor presencia de hombres en las cárceles, lo que hace que la muestra analizada sea representativa de la correspondiente población penitenciaria. En 1998, la población penitenciaria española se distribuía por sexo de la siguiente manera (Dirección General de Instituciones Penitenciarias, 1998): 35.120 varones y 3.605 mujeres, es decir, el 90% eran varones. En nuestro estudio, el 80% son varones.