miércoles, 25 de julio de 2012

Actualización en Adolescencia Antisocial: Su Perfil. Presentación Académica. Carlos Espinoza Jara



-actos que suponen quebrantamiento de la ley.
-todos los estudios demuestran que la gran mayoría de delitos no llegan a tribunales.
-muchos adolescentes que cometen delitos que podrían ser procesados nunca figuran en las estadísticas criminales.
-profesionales clínicos Psicólogos y Psiquiatras tienden a  referirse a categorías diagnósticas como”trastorno hostil/desafiante, trastorno de conducta y trastorno de personalidad antisocial” (DSM IV). Están lejos de ser sinónimo de delito.
-mucho de estos adolescentes que son objeto no muestran deterioro social y disfunción psicológica (la medida puede causarla).
-esta claro que la conducta antisocial o infractora comienza durante la niñez antes que pueda ser procesado.
-nos referiremos al periodo entre los 10 y 18 años.
- en los últimos 20 años ha habido un considerable aumento en el conocimiento empírico relativo a la naturaleza de la delincuencia, sus causas, los factores que influyen en la perpetuación en la vida adulta y su prevención y tratamiento.
-las teorías del delito basadas en la idea de una sola serie unificadora de factores causales han caído en descrédito, cada vez se presta mayor atención a los orígenes de las diferencias individuales (factores de riesgo y protectores).
-la psicología la psiquiatría, la sociología y la criminología han contribuido con un notable avance en el conocimiento del problema.
-cuando son muy jóvenes (niños o pre adolescentes) que posteriormente desarrollan repetidas actividades antisociales tienden a ser superactivos, de conductas indisciplinadas, hostiles, y tienen dificultad para llevarse bien con los demás niños.
-tienden a ser impulsivos y a estar deseosos de buscar experiencias nuevas y excitantes.
-tienen mas inclinación que los demás a mostrar sentimientos de infelicidad, a tener dificultad con la lectura y consumir drogas ilegales.
-cuando estos rasgos persisten al final de la adolescencia y en la edad adulta temprana adoptan a menudo la forma de excesos, historia laboral irregular, dificultades en las relaciones familiares y sociales, tendencias contraer deudas, responden  a la frustración con violencia.
-biología y conducta, ha habido un avance científico en desechar el viejo esquema que sostenía  que lo biológico determinaba la conducta, hoy en día se trabaja con una compleja interacción de doble dirección entre psiquis y soma.
-los procesos del pensamiento y las emociones y las tendencias de la conducta no aparecen fuera del cuerpo.
-cuando alguien se siente preocupado y asustado esto ira acompañado de aumento de pulsaciones, la sudoración y la segregación de determinadas hormonas.
-la transferencia de los efectos de las experiencias se puede realizar a través de estilos de pensamiento o procesamientos cognitivos o conceptos del yo, pero de alguna manera u otra habrá en el sustrato biológico alguna alteración.
-si se elevan artificialmente de una u otra manera las hormonas sexuales masculinas, esto tendrá efecto mensurables en ciertas conductas como el dominio.
-durante la adolescencia temprana, los pensamientos de los jóvenes tienden a hacerse más abstractos, multidimensionales, auto reflexivos y concientes de sí mismo, con una mejor comprensión de los conceptos relativos.

jueves, 19 de julio de 2012

ADOLESCENCIA Y COMPORTAMIENTO ANTISOCIAL Óscar Herrero, Francisco Ordóñez de la Rosa, Aránzazu Salas Ballesteros y Roberto Colom. Universidad Autónoma de Madrid



Lykken (2000) propuso un modelo para explicar la conducta antisocial basado en las dificultades de temperamento y el proceso de socialización. Los rasgos temperamentales que consideró básicos fueron la ausencia de miedo, la búsqueda de sensaciones y la impulsividad. Las diferencias individuales en estos rasgos interactuarían con los factores del contexto que contribuyen a la socialización. Las personalidades antisociales puntuarían más alto en ausencia de miedo, búsqueda de sensaciones e impulsividad. El presente estudio evalúa a 186 reclusos y 354 adolescentes. No se observan diferencias significativas entre reclusos y adolescentes en búsqueda de sensaciones y ausencia de miedo, pero los adolescentes puntúan más alto en impulsividad. Estos resultados contradicen la propuesta de Lykken. Sin embargo, este resultado adverso puede ser re-interpretado desde una perspectiva alternativa.

Adolescence and antisocial behavior. Lykken (2000) proposed a model to understand antisocial behavior. The model considers the interaction between temperament difficulties and the socialization process. The temperament traits are fearlessness, sensation seeking, and impulsivity. Individual differences in those traits interact with contextual factors germane to socialization. The antisocial personalities must score higher on fearlessness, sensation seeking, and impulsivity. The present study assesses 186 imprisoned and 354 adolescents. No significant differences were found between imprisoned and adolescents neither in sensation seeking or fearlessness. Moreover, adolescents scored higher on impulsivity. The results are not in line with Lykken’s prediction. However, this adverse finding could have an alternative explanation.

Lykken (2000) propuso un modelo para explicar el desarrollo de las personalidades antisociales. Según este autor, hay dos caminos para desarrollar un comportamiento antisocial. Uno de ellos es estar expuesto a una socialización deficiente como consecuencia de una práctica familiar negligente. Este primer camino podría conducir a que el individuo se convirtiese en un sociópata. Por otra parte, una persona que expresase desde su nacimiento un nivel elevado de una serie de rasgos temperamentales podría ser insensible a un esfuerzo socializador normal y crecer sin desarrollar una conciencia. En este caso la persona podría convertirse en un psicópata. Los rasgos temperamentales propuestos por Lykken son la búsqueda de sensaciones, la impulsividad y la ausencia de miedo. Tanto en el caso de la sociopatía como en el de la psicopatía, las personas mostrarían una vulnerabilidad al comportamiento antisocial, pero no se podría hablar de una situación determinista e inamovible. Temperamento y socialización son dos factores relacionados.

Basándose en Gray (1987), Lykken (2000) propone que las personas con alta vulnerabilidad a la psicopatía nacerían con un bajo Sistema Inhibidor de la Conducta (BIS) o con un Sistema Activador de la Conducta muy potente (BAS). El primer caso daría lugar a un muy bajo miedo que podría derivar en una psicopatía primaria, mientras que el segundo conllevaría una alta impulsividad que podría derivar en una psicopatía secundaria.
Existe evidencia experimental sobre la hipótesis del bajo miedo. Hare, Frazelle y Cox (1978) encontraron diferencias en la actividad cardíaca y electrodérmica de psicópatas y no psicópatas durante una cuenta atrás al final de la cual oían un ruido de alta intensidad. Los psicópatas tenían mayor aceleración cardíaca y menor actividad electrodérmica que los no psicópatas. Se ha encontrado también en psicópatas menor nivel de sobresalto (medido mediante reflejo parpebral) cuando se presenta un tono alto durante la visión de imágenes emocionalmente negativas como un cuerpo humano mutilado (Patrick, Bradley y Lang, 1993; Levenston, Patrick, Bradley y Lang, 2000) o mientras se imaginan situaciones que deben evocar miedo (Patrick, Cuthbert y Lang, 1993).

lunes, 16 de julio de 2012

HIPERACTIVIDAD Y TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD (Niños-Adolescentes). SOBRE LA HIPERACTIVIDAD* Alberto Lasa Zulueta**




INTRODUCCIÓN
En el momento actual la hiperactividad del niño se ha convertido en un “síndrome” o, aún más, en una “enfermedad” de moda, particularmente en la psiquiatría anglosajona, de cultura sanitaria y medios asistenciales muy diferentes a los nuestros. Pese a ello está siendo importada y descrita por ciertos medios, de prensa y también científicos de nuestro país, como si se tratara de una situación clínica de descubrimiento y tratamiento reciente. Se trata sin embargo de un concepto de larga y controvertida historia que conviene repasar con algún detalle para no incurrir en un reduccionismo excesivo que puede conducir a decisiones clínicas y terapéuticas excesivamente simplificadoras. Por sorprendente que pueda parecer, sobre todo a quienes ya hemos conocido hace décadas el mismo fenómeno, (en los años setenta ya con la hiperactividad y entonces y posteriormente con conceptos también controvertidos como el de disfunción cerebral mínima o el de dislexia) asistimos a la reactivación y promoción, con un interesado etiquetaje de “nuevo descubrimiento científico”, de hechos clínicos sobradamente conocidos y de propuestas terapéuticas ensayadas desde hace mucho tiempo.
Una vez más, se trata de encajar hechos clínicos complejos en un viejo y estrecho paradigma, resucitado por la actual orientación psiquiátrica denominada “neo-kraepeliniana”, que tiende al ideal decimonónico del llamado “modelo médico”: “una causa, una enfermedad, un tratamiento”. Ideas que resurgen con el auge de la psiquiatría biológica y de sus investigaciones y descubrimientos, e influenciadas también por el generoso, e interesado, mecenazgo de una industria farmacéutica de extraordinario poder económico y mediatico, y de gran influencia en los medios de opinión y expresión científicos y universitarios. Autores poco sospechosos de ignorar los hechos biológicos han resaltado que, en las tendencias actuales, “las afirmaciones sobrepasan considerablemente las pruebas” (RUTTER, 2000). Un experto observador y protagonista de la psiquiatría americana (EISENBERG, 1986), lo ha resumido en pocas palabras: “el punto de vista “sin cerebro” ha sido sustituido por otro punto de vista  “sin mente” igualmente estrecho y limitado”.
El debate científico enfrenta a autores, inicial y fundamentalmente norteamericanos, que defienden la existencia de una entidad clínica diferenciada y con una etiopatogenia orgánica determinada, denominada “Trastorno de hiperactividad-déficit de atención”, con otros, fundamentalmente europeos pero también norteamericanos, que no están de acuerdo en atribuirle el carácter de una categoría diagnóstica específica porque juzgan que se trata de una agrupación sintomática, tradicionalmente denominada “inestabilidad psicomotriz”, sin ninguna relación etiopatológica determinable con lesión o disfunción cerebral precisa alguna, y dependiente de múltiples factores etiopatogénicos, no solo biológico-temperamentales, sino también psicológicos y psicopatológicos, familiares y socio-educativos.

ACERCA DE DOS MODELOS DE (IN)COMPRENSIÓN POSIBLES.

Indudablemente existen diferentes maneras de situarse frente a los hechos clínicos y a las diferentes opciones de tratarlos. La formación recibida y la experiencia de cada cual, así como el lugar de trabajo y los contactos profesionales y recursos terapéuticos que permite y ofrece, son seguramente, tanto por su riqueza como por sus carencias, los factores más determinantes del estilo de comprensión clínica y respuesta terapéutica de cada profesional. Al tratarse de fenómenos experienciales, interactivos y, en cierto modo, azarosos, condicionan diversos estilos y etapas en cada profesional.
Sin embargo, se pueden tratar de agrupar, y seguramente afirmar que, todas las modalidades de actividad profesional oscilan entre dos polos o modelos de comprensión que, a su vez, condicionan supuestos etiopatogénicos y, en consecuencia, opciones terapéuticas diferentes. Que ambas puedan ser integradas o, por el contrario esgrimidas como argumentos recíprocamente excluyentes dependerá de la formación, experiencia y elasticidad de cada (equipo) profesional. Pero además condicionará la colaboración o descalificación entre profesionales que emiten diagnósticos, orientaciones terapéuticas y opiniones diferentes, conllevando, en caso de desacuerdo, además del riesgo del descrédito de la objetividad de nuestros criterios diagnósticos, cierto desconcierto, sufrimiento y hasta desconfianza de los pacientes y sus familias.
La hiperactividad es un síndrome clínico en el que las repercusiones de todo lo expuesto resultan particularmente manifiestas. Frente a ella la actitud, es decir la predisposición, del profesional puede ser distinta, predominando una actitud de reflexión e intento de comprensión de los fenómenos latentes que subyacen al comportamiento hiperactivo, o, en el otro polo, el interés por la observación, descripción objetiva y cuantificación del fenómeno manifiesto más visible. Obviamente la prioridad elegida condicionará una posición “de espera” (y de apertura a la aparición de eventualidades psicopatológicas acompañantes o determinantes) o “de confirmación” (de un diagnóstico claro a confirmar o a evidenciar). La comprensión y reflexión estará centrada en el funcionamiento mental y en sus mecanismos repetitivos de orden psicopatológico en el primer caso, y en el segundo en la descripción y objetivación de síntomas “cuantificables”, por ejemplo a través de cuestionarios, a los que ingenua o interesadamente se atribuye un valor de “prueba diagnóstica”.
Esta actitudes se plasman en dos tipos de actividad en la exploración clínica, que buscará un diálogo abierto a la indagación en el primero, y una observación destinada a completar y cerrar una recopilación de datos objetivables en el otro.
Ambos tipos, de predisposición y de actividad exploratoria, van unidos a que el objeto de estudio al que apuntan es diferente. La  comprensión del funcionamiento mental se interesa por la articulación de los síntomas con mecanismos psíquicos, conscientes e inconscientes, y en particular por la persistencia repetitiva y limitante de algunos de ellos, así como por su psicogénesis, relacionada con mecanismos de interiorización e identificación y por tanto influenciada, tanto en su origen como en su mantenimiento, por la interacción con personas significativas del entorno. El conjunto interactivo constituido por: la persistencia limitante de ciertos mecanismos mentales defensivos y constitutivos; los conflictos, intrapsíquicos y con el entorno, que conllevan un particular sufrimiento emocional y afectivo; los problemas relacionales consecuentes y repetitivos; constituirán los ejes que permitan confirmar la consolidación estable y predominante de un tipo de funcionamiento estructurado y permanente, que configura un tipo de diag-nóstico, el diagnóstico estructural  y con ello delimitar si se trata, o no, de algo calificable de psicopatológico. En contraste, si el objeto a estudiar es la  conducta observable y la detección de los síntomas en sí mismos, esta adición, sumario y catalogación, método que ha sistematizado con el éxito consabido el sistema de clasificación americano (DSM en sus diferentes versiones) facilitará un diagnóstico sintomático fundamentalmente.

domingo, 15 de julio de 2012

TRASTORNO DE CONDUCTA: ETIOLOGÍA : FACTORES OBSTÉTRICO-PERINATALES. Joaquín Díaz Atienza



Son numerosas las investigaciones que han intentado ponderar su relación con los diversos problemas paidopsiquiátricos. En lo que respecta a los problemas de conducta, es posible que la exposición a las complicaciones obstétrico-perinatales sea un factor de riesgo que favorecería la vulnerabilidad con una relativa inespecificidad, siendo probablemente la interacción con otros factores de riesgo, como los factores genéticos, lo que determinaría la expresión y tipo de trastorno paidopsiquiátrico.
A continuación exponemos la posible asociaciónn entre las variaciones estacionales, las complicaciones obstétricas, la exposición a sustancias tóxicas durante el embarazo, la prematuridad y el bajo peso al nacimiento, así como los traumatismos cerebrales precoces en la presentación de los trastornos de conducta (TC).

VARIACIONES ESTACIONALES.

Es histórico el planteamiento de relacionar las variaciones estacionales como factor de riesgo  e n la presentación de los diversos trastornos paidopsiquiátricos. Sin embargo, hasta la fecha, no se ha podido demostrar suficientemente su peso como factor de riesgo. La hipótesis en la que se justifica sería la exposición a agentes infecciosos estacionales, carencias nutricionales estacionales durante el embarazo, la exposición del feto o del recién nacido a agentes infecciosos o tóxicos cuya concentración depende de
la estación del año, factores térmicos, influencia del fotoperiodo y factores hormonales estacionales (Torrey y cols. 1997).

COMPLICACIONES OBSTÉTRICAS.

Se ha sugerido que las complicaciones obstétricas originarían daños neurológicos que actuarían como factores facilitadores de futuros TC, aunque hasta hace escasamente poco tiempo no se encontró una relación clara. Sin embargo, trabajos más recientes (Allen y cols, 1998) han demostrado la existencia de una cierta asociación. Estos investigadores recogieron información de las madres en cuanto al embarazo y el parto.
Controlaron otros factores como las relaciones familiares, la prematuridad, el consumo de tabaco materno, demostrando que las complicaciones obstétricas se encontraban significativamente asociadas con la presentación de conductas perturbadoras con agresividad y conductas antisociales. Las complicaciones obstétricas encontradas fueron: los trastornos emocionales de la madre durante el embarazo, la asfixia neonatal como un muy importante factor de riesgo para los TC.
En un anterior estudio longitudinal, Raine y cols. (1997)  estudiaron la asociación entre complicaciones obstétricas y la presentación posterior de psicopatología en una muestra de 4269 recién nacidos. Las variables recogidas fueron la situación socioeconómica, las características mentales de la madre, así como la presencia del rechazo materno, entre otras. Ninguna de las variables evaluadas aisladamente se asoció significativamente. El rechazo materno, conjuntamente con alguna complicación obstétrica o considerada aisladamente, se asoció significativamente con futuros actos violentos. Se entendió por rechazo materno el intento de aborto, el abandono del niño. Igualmente se asociaron como predictores de TC las condiciones socioeconómicas desfavorables.
Debido a los resultados expuestos anteriormente, Hill (2002) propone un Modelo Biospsicosocial de Vulnerabilidad: las complicaciones en el momento del nacimiento podrían originar una cierta vulnerabilidad susceptible de incrementar el riesgo con la conjunción de otros factores como pueden ser los factores psicosociales. Esto es muy importante en el contexto de  los factores ante y perinatales que se encuentra con
frecuencia en el origen de diferentes riesgos estrechamente asociados. En este sentido las complicaciones obstétricas se encuentran con frecuencia asociadas a una edad maternal precoz, a condiciones económicas desfavorables  y al uso de sustancias psicoactivas durante el embarazo. De otra parte los TC en la madre son un factor de riesgo para la maternidad precoz que, a su vez, incrementan el riesgo de TC en los hijos.
También las complicaciones obstétricas y las condiciones económicas desfavorables han sido evaluadas como un riesgo para la parición de conductas agresivas en la infancia y la adolescencia. En lo que respecta a un ambiente familiar hostil, conjuntamente con los problemas perinatales como la pre-eclampsia, el prolapso del cordón umbilical, un trabajo de parto prolongado o inducido, se han relacionado con la aparición de comportamientos violentos entre los 6 y 17 años.

lunes, 9 de julio de 2012

AGRESIVIDAD, AGRESIÓN Y VIOLENCIA. Fabiola Muñoz Vivas.Capitulo 2.TESIS DOCTORAL. FACULTAD DE PSICOLOGÍA UNIVERSIDAD COMPLUTENSE, MADRID, 2000


Delimitación de los Conceptos de Agresividad y Agresión.
Definir Agresividad y Agresión es una ardua tarea que han intentado científicos de diferentes disciplinas (Etólogos como K. Lorenz, 1966; Juristas como Aroneanu, 1958; Psiquiatras como D. Lagache, 1960; Sociólogos como Felson, 1978; y Psicólogos como Dollard y Miller, 1939; Buss, 1961; Bandura, 1973; Van Rillaer, 1978; Tedeschi, 1983, entre otros).
Con el término Agresividad suele hacerse referencia a la tendencia o disposición inicial que da lugar a la posterior agresión. En este sentido, Van Rillaer (1978, p.23) la define como “disposición dirigida a defenderse o afirmarse frente a alguien o algo “. Por otra parte, Lagache (1960) la conceptualiza como “una disposición indispensable para que la personalidad pueda educarse, y más ampliamente, para que el individuo adopte su sitio en el medio social y responda a los desafias que la realidad le impone “. En otra dirección, Buss (1961, p.l98) la define simplemente como “costumbre de atacar” y Berkowitz (1996, pA3) afirma que la agresividad hace referencia a la “disposición relativamente persistente a ser agresivo en diversas situaciones diferentes.
Las definiciones anteriores tienen en común la idea de que la Agresividad es una disposición, pero no hay acuerdo respecto a la valencia positiva o negativa de dicha tendencia, que como tal es algo que está latente y puede no ponerse nunca en acción, o decidir de una manera consciente y responsable sus vías de expresión. Así se puede afirmar que la agresividad es una capacidad que tienen la mayoría de las personas pero que a diferencia del “instinto” que demanda satisfacción, ésta sólo es una posibilidad que puede utilizarse o no (Allport, 1953; Montagu, 1978; Van Rillaer, 1978; Berkowitz, 1996).
Algo similar sucede con la palabra Agresión; utilizada para designar el acto en sí, la conducta externamente observable. Con frecuencia se postula implícita o explícitamente que la “la Agresividad es a la Agresión, lo que la disposición es al acto” (Lagache, 1960, p.lOO). La controversia surge cuando se intenta delimitar los comportamientos que se pueden calificar como actos agresivos, teniendo en cuenta que la agresión tiene muchos significados y que se puede ser agresivo tanto de forma activa (por ejemplo: amenazando, insultando, pegando o, matando), como de forma pasiva (por ejemplo, realizando las siguientes conductas de forma intencional: ignorar, negar una ayuda, impedir el acceso a determinados recursos, excluir). Es decir, no se puede aislar fácilmente la agresión y su motivación de las otras formas de comportamiento; además, “un mismo comportamiento manJiestamente agresivo —por ejemplo matar a alguien puede signficar intenciones muy dWerentes: vengarse, eliminar un rival, compensar unos sentimientos de inferioridad, protegerse.... Incluso cuando el resultado “objetivo” es idéntico, los procesos psíquicos son distintos, según los individuos y las circunstancias. No resulta, pues, fácil dar una definición clara de los términos agresión y agresividad” (Van Rillaer, 1978, p.2 1).

Agresividad y Agresión en el Lenguaje Coloquial.

Etimológicamente Agredir tiene sus raíces en el Latín aggredi, que se descompone en los radicales ad gradi (gradus = ‘taso” y ad = “hacia’), que significa avanzar, dar un paso hacia delante. Probablemente “agredir” adquirió el sentido de atacar al comprobarse que el avance siempre solía ser el inicio de un ataque o contienda (Fromm, 1987).
La palabra agresión se puede encontrar en las lenguas románicas a partir del Siglo XIV, mientras que la utilización del término agresividad es más reciente. Por ejemplo, en lengua castellana se registra el uso del término agresión a partir de 1.502, y el de agresividad sólo en la primera década de este siglo. Este último se incorpora al Diccionario de la Real Academia a partir de la decimosexta edición en 1939 (Van Rillaer, 1978). En la actualidad se puede encontrar las siguientes definiciones en la vigesimoprimera edición del Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua (1997):
Agresión: 1. “Acto de acometer a alguno para matarlo, herirlo o hacerle daño, especialmente sin justificación”. 2. “Acto contrario al derecho de otro”. 3. “Ataque armado de una nación contra otra, con violación del derecho”.
Agresivo/a: 1. “Dicese de la persona o animal que obra o tiende a obrar con agresividad”. 2. “Propenso a faltar al respeto a ofender o a provocar a los demás”. 3. “Que implica provocación o ataque.
Agresor/a: 1. “Que comete agresión”. 2. “Se dice de la persona que viola o quebranta el derecho de otra”. 3. “Aplicase a la persona que da motivo a una querella o riña, injuriando, amenazando, desafiando o provocando a otra de cualquier manera.
Agresividad: Acometividad.
Acometividad: 1. “Propensión a acometer, atacar, embestir”. 2. “Brío, pujanza, decisión para emprender una cosa y arrostrar sus dificultades”.
Como se ve, en el Diccionario se recoge la idea tanto de la agresión activa como de la pasiva, pero hace mayor énfasis en la activa. También se hace referencia a la agresión como un problema que puede darse a niveles muy diferentes: individual (de la persona consigo misma), interpersonal (de unas personas con otras) e intergrupal (de unos grupos o naciones contra otros). Además se aprecia claramente la bipolaridad del término agresividad que hace referencia tanto a una conducta negativa de atacar, hacer daño a otro, como a una conducta positiva de autoafirmación, coraje y toma de decisiones, que contribuye a crear confusiones e imprecisiones en el lenguaje cotidiano.

Definición de Conducta Agresiva en la Investigación Científica.

Cada vez son más los investigadores que definen la agresión en función de la motivación de hacer daño a otros. Ejemplo de ello son las siguientes definiciones:
• “Comportamiento que intenta herir o dañar a alguien” (Sears, Maccoby y Levin, 1957).
• “Acto el cual ofende o irrita a otrapersona” (Eron y Huesmann, 1987).
• “Motivación para causar daño” (Feshbach, 1970; BjÉSrkqvist y Niemelá, 1992).
• “Conducta que intenta hacer daño a otra persona o a su sustituto” (Caprara y otros, 1994).
• “Algún tipo de conducta, tanto fisica como simbólica, que se ejecuta con la intención de herir a alguien” (Berkowitz, 1996).

domingo, 1 de julio de 2012

EVALUACIÓN Y MEDIDA DE LA AGRESIÓN, LA AGRESIVIDAD Y LA VIOLENCIA.* Antonio Andrés-Pueyo(1) , Meritxell Pérez Ramírez, David Gallardo Pujol y Carlos García Forero Centro de trabajo: Universidad de Barcelona (Facultad de Psicología, Departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológico).


1.1.- Introducción.
La preocupación por controlar y reducir los comportamientos agresivos y la violencia ha  llevado a un reciente desarrollo de nuevos estudios empíricos y formulación de modelos  teóricos sobre la agresión, la violencia y sus consecuencias (Anderson y Bushman,  2002; Krug, 2002). La intervención en contextos clínicos y de salud mental, tanto en  adultos como en niños, escolares, laborales, familiares, jurídicos y asistenciales, cada uno de ellos con sus formas especiales de agresión y violencia (bulliyng, mobbing, violéncia de género y familiar…) requieren soluciones eficaces en la eliminación de las conductas violentas. Para conseguirlo la evaluación y medida precisa de éstos fenómenos es imprescindible. Paradójicamente la disponibilidad de técnicas de evaluación de la agresión y la violencia es muy limitada (Bobes et al. 2003) y además poco específica (Andres-Pueyo y Redondo, 2007). Por este motivo es frecuente la utilización inadecuada de instrumentos de evaluación y medida diseñados para evaluar la ira, la hostilidad, la impulsividad, el auto-control y otros similares, en vez de instrumentos específicos para evaluar la agresividad y la violencia. Todavía hoy no se dispone de un repertorio variado de instrumentos de evaluación de la agresión y la violencia (2) que tengan un suficiente nivel de adecuación temática, calidad y eficiencia, diseñados  para esta finalidad y con las garantías propias de las técnicas psicométricas modernas. En este trabajo presentaremos, de forma panorámica,  la realidad actual en cuanto a los instrumentos de medida de la agresión y la agresividad, desarrollados desde el final de la II Guerra Mundial y especialmente en las dos últimas décadas. Nos centraremos en presentar las técnicas e instrumentos para la evaluación de la agresión y la agresividad en adultos sin ocuparnos de la evaluación en niños y adolescentes.

En este trabajo no se abordará la evaluación de la violencia porque en el momento  actual ésta sufre un desarrollo exponencial (piénsese solamente en la problemática de la violencia de género) y requeriría una extensión de la que no disponemos en este capítulo y, además, desvirtuaría el objetivo del mismo. Hay que añadir que este campo profesional todavía necesita una estabilización de las iniciativas que permita descartar y conservar aquello que es útil de lo que no lo es.
Las técnicas de evaluación de la violencia, muchas de ellas de muy reciente propuesta,  se han desarrollado en torno a tipos específicos de violencia entre los que el suicidio, la violencia familiar, de pareja o de género, la violencia escolar y la violencia laboral son las más importantes. Estas técnicas tienen una especial predilección por la descripción de hechos, actos y comportamientos violentos que buscan delimitar la frecuencia y gravedad de los mismos antes que realizar estimaciones de peligrosidad o diagnósticas.
Recientemente se han desarrollado, en este contexto, técnicas de predicción del riesgo de violencia que son de enorme utilidad en contextos forenses, clínicos, penitenciarios y de asistencia social (Andres-Pueyo y Redondo, 2007).

1.2.- Agresión, Agresividad, Violencia y otros fenómenos relacionados.

La necesidad de medir, cuantificar, evaluar y valorar la agresión y la agresividad requieren un punto de partida donde las definiciones de ambos constructos queden bien planteadas a nivel ontológico y operacional. Esto aún no está bien resuelto porque se confunden con demasiada frecuencia estos constructos con otros tales como la ira, la hostilidad o la propia violencia. Para evaluar la agresión y la agresividad se utilizan instrumentos que se ocupan de otros constructos como son la  “hostilidad” o “ira” y a veces simplemente la “impulsividad” que no son idénticos entre sí, a pesar de la evidente relación que tienen en determinadas ocasiones como puede ser la “agresión impulsiva” o la conducta violenta que sucede en una crisis del “Trastorno explosivo intermitente”. Estas confusiones llevan a utilizaciones inadecuadas de procedimientos de evaluación de la agresión y el resto de conceptos. Aclararemos primero este particular de importancia para el resto del capítulo.
La agresión hace referencia a cualquier comportamiento dirigido hacia otra persona u objeto que se realiza con la intención de producirle lesiones, daño o sufrimiento. El agresor considera que su conducta producirá daños en la víctima y que ésta intentará evitarlos (Berkowitz, 1993; Anderson y Bushman, 2002).  La no-intencionalidad, los daños incidentales, como consecuencia de una conducta no dirigida a hacerlos o la aceptación del daño por la victima no son propios de los comportamientos agresivos.