viernes, 30 de agosto de 2013

AGRESIÓN Y CONDUCTA ANTISOCIAL EN LA ADOLESCENCIA: UNA INTEGRACIÓN CONCEPTUAL. Mª Elena Peña Fernández. José Luis Graña Gómez. Departamento de Psicología Clínica. Universidad Complutense de Madrid.

Resumen
Comprender el fenómeno de la violencia en niños y adolescentes es una tarea compleja para investigadores y profesionales implicados en su prevención y tratamiento. En este artículo se presenta un revisión conceptual de la conducta antisocial, prestando especial énfasis en sus relaciones con otros conceptos tales como la criminalidad y la delincuencia juvenil. A partir de su revisión, se ofrece una integración conceptual de la denominada “conducta antisocial” de modo que nos permita comprender con mayor facilidad cómo las conductas problemáticas pueden llegar a convertirse en graves problemas de conducta disocial por efecto de un serie de factores de riesgo a lo largo del desarrollo evolutivo del menor.
PALABRAS CLAVE: conducta antisocial, violencia, delincuencia juvenil, factores de riesgo.

Abstract
Understanding  the  phenomenon of violence in children and teenagers is a complex subject for researchers and professionals implied in their prevention and treatment. In this paper a conceptual review of antisocial behavior is presented, emphasizing  its relationships with other concepts such as crime and juvenile delinquency. From this review, this paper  offers a conceptual integration of antisocial behavior to allows understanding how the problematic behaviors can become serious problems of antisocial behavior for the effect of  a series of risk  factors along the minor evolutionary development.
KEY WORDS: antisocial behavior, violence, juvenile delinquency, risk factors.

Introducción

La conducta antisocial es un problema que presenta serias consecuencias entre los niños  y adolescentes. Los menores que manifiestan  conductas  antisociales se caracterizan,  en general, por presentar  conductas  agresivas repetitivas,  robos, provocación de incendios, vandalismo, y, en general, un quebrantamiento serio de las normas en el hogar y la escuela. Esos actos constituyen con frecuencia problemas de referencia para el tratamiento psicológico, jurídico y psiquiátrico. Aparte de las serias consecuencias inmediatas de las conductas antisociales, tanto para los propios agresores como para las otras personas con quienes interactúan, los resultados a largo plazo, a menudo, también son desoladores. Cuando los niños se convierten en adolescentes y adultos, sus problemas suelen continuar en forma de conducta criminal, alcoholismo, afectación psiquiátrica grave, dificultades de adaptación manifiestas en el trabajo y la familia y problemas interpersonales (Kazdin, 1988).

La conducta antisocial hace referencia básicamente a una diversidad de actos que violan las normas sociales y los derechos de los demás. No obstante, el término de conducta antisocial es bastante ambiguo, y, en no pocas ocasiones, se emplea haciendo referencia  a un amplio conjunto de conductas claramente sin delimitar. El que una conducta se catalogue como antisocial, puede depender de juicios acerca de la severidad de los actos y de su alejamiento de las pautas normativas, en función de la edad del niño, el sexo, la clase social y otras consideraciones. No obstante, el punto de referencia para la conducta antisocial, siempre es el contexto sociocultural en que surge tal conducta; no habiendo criterios objetivos para determinar qué es antisocial y que estén libres de juicios subjetivos acerca de lo que es socialmente apropiado (Kazdin y Buela-Casal, 2002).

Estas conductas que infringen las normas sociales y de convivencia reflejan un grado de severidad que es tanto cuantitativa como cualitativamente diferente del tipo de conductas que aparecen en la vida cotidiana durante la infancia y adolescencia. Las conductas antisociales incluyen así una amplia gama de actividades tales como acciones agresivas, hurtos, vandalismo, piromanía, mentira, absentismo escolar y huidas de casa, entre otras. Aunque estas conductas son diferentes, suelen estar asociadas, pudiendo darse, por tanto, de forma conjunta. Eso sí, todas conllevan de base el infringir reglas y expectativas sociales y son conductas contra  el entorno, incluyendo propiedades y personas (Kazdin y Buela-Casal, 2002).

Desde una aproximación psicológica, se puede afirmar que las actividades o conductas anteriormente citadas, que se engloban dentro del término conducta antisocial se podrían entender como un continuo, que iría desde las menos graves, o también llamadas  conductas problemáticas, a las  de mayor gravedad, llegando incluso al homicidio y el asesinato. Loeber (1990), en este sentido,  advierte que el  término conducta antisocial se reservaría para aquellos actos más graves, tales  como robos deliberados, vandalismo y agresión física. Lo cierto es que aunque toda esta serie de conductas son diferentes, se consideran juntas, ya que suelen aparecer asociadas, a la vez que se muestran de formas diferentes según la edad de inicio en el niño y/o adolescente.

Uno de los principales problemas que surgen a la hora de abordar el estudio de la conducta antisocial desde cualquier aproximación, es sin lugar a dudas el de su propia conceptualización. Esta dificultad podría estar relacionada, entre otros factores, con el distinto enfoque teórico del que parten los autores en sus investigaciones a la hora de definir conceptos tan multidimensionales como los de delincuencia, crimen, conducta antisocial o trastornos de conducta (Otero, 1997). 

Es evidente que la existencia de distintas interpretaciones que surgen desde los diferentes campos de estudio (sociológico, jurídico, psiquiátrico o psicológico), y que tratan de explicar la  naturaleza y el significado  de la  conducta antisocial, generan orientaciones diversas y se acaban radicalizando en definiciones sociales, legales o clínicas (Otero, 1997). No obstante, se ha de tener presente que a lo largo de la historia de las diferentes disciplinas científicas que han estudiado la conducta antisocial, se han venido  aplicando numerosos  términos  para referirse  a este  tipo de conductas que transgreden claramente las normas, tales como delincuencia, criminalidad, conductas desviadas, conductas problemáticas, trastornos o problemas de conducta. A pesar de que las conductas a las que se refieren son las mismas, existen ciertas diferencias que son necesarias resaltar.

Para Loeber (1990), la llamada conducta problemática haría más bien referencia a pautas persistentes de conducta emocional  negativa en niños,  tales como un temperamento difícil, conductas oposicionistas o rabietas. Pero no hay que olvidar que muchas de estas conductas antisociales surgen de alguna manera durante el curso del desarrollo normal, siendo algo relativamente común y que, a su vez, van disminuyendo cuando el niño/a va madurando, variando en función de su edad y sexo. Típicamente, las conductas problemáticas persistentes en niños pueden provocar síntomas como impaciencia, enfado, o incluso respuestas de evitación en sus cuidadores o compañeros y amigos. Esta situación puede dar lugar a problemas de conducta, que refleja el término paralelo al diagnóstico psiquiátrico de “trastorno de conducta” y cuya sintomatología esencial consiste en un patrón persistente de conducta en el que se violan los derechos básicos de los demás y las normas sociales apropiadas a la edad (APA, 2002).

Dicha nomenclatura nosológica se utiliza comúnmente para hacer referencia a los casos en que los niños o adolescentes manifiestan un patrón de conducta antisocial, pero debe suponer además un deterioro significativo en el funcionamiento diario, tanto en casa como en la escuela, o bien cuando las conductas son consideradas incontrolables por  los familiares o amigos,  caracterizándose éstas  por  la frecuencia, gravedad, cronicidad, repetición y diversidad. De esta forma, el trastorno de conducta quedaría reservado  para  aquellas conductas antisociales clínicamente significativas y que sobrepasan el ámbito del normal funcionamiento (Kazdin y Buela-Casal, 2002).

Las características de la conducta antisocial (frecuencia, intensidad, gravedad, duración, significado, topografía y cronificación), que pueden llegar a requerir atención clínica, entroncan directamente con el mundo del derecho y la justicia. Y es aquí donde entran en juego los diferentes términos sociojurídicos de delincuencia, delito y/o criminalidad.

La delincuencia implica como fenómeno social una designación legal basada normalmente en el  contacto oficial  con  la justicia. Hay,  no  obstante, conductas específicas que se pueden denominar delictivas. Éstas incluyen delitos que son penales si los comete un adulto (robo, homicidio), además de una variedad de conductas que son ilegales por la edad de los jóvenes, tales como el consumo de alcohol, conducción de automóviles y otras conductas que no serían delitos si los jóvenes fueran adultos. En España, esta distinción es precisamente competencia de los Juzgados de Menores (antes Tribunales Tutelares de Menores), que tienen la función de conocer las acciones u omisiones de los menores que no hayan cumplido los 18 años (antes 16 años) y que el Código Penal u otras leyes codifiquen como delitos o faltas, ejerciendo una función correctora cuando sea necesario, si bien la facultad reformadora no tendría carácter represivo, sino educativo y tutelar (Lázaro, 2001).

Los trastornos de conducta y la delincuencia coinciden parcialmente en distintos aspectos, pero no son en absoluto lo mismo. Como se ha mencionado con anterioridad, trastorno de conducta hace referencia a una conducta antisocial clínicamente grave en la que el funcionamiento  diario  del individuo  está alterado. Pueden realizar o  no conductas definidas como delictivas o tener o no contacto con la policía o la justicia.

Así, los jóvenes con trastorno de conducta no tienen porqué ser considerados como delincuentes, ni a estos últimos que han sido juzgados en los tribunales se les debe considerar como poseedores de trastornos de conducta. Puede haber jóvenes que hayan cometido alguna vez un delito pero no ser considerados por eso como “patológicos”, trastornados emocionalmente o con un mal funcionamiento en el contexto de su vida cotidiana. Aunque se puede establecer una distinción, muchas de las conductas de los jóvenes delincuentes y con trastorno de conducta, coinciden parcialmente, pero todas entran dentro de la categoría general de conducta antisocial.

viernes, 9 de agosto de 2013

Inicio de un Trastorno Narcisista por Dificultades en la Relación Temprana. Amparo Gámez Guardiola C.E.I. Ministerio de Fomento, España

Resumen. 
Se presenta el caso de un niño de seis años, con dificultades en la regulación de la ansiedad y defensas contra temores en la autovaloración del self, que se manifiestan en conductas oposicionistas en las relaciones familiares; y en inhibición y falta de recursos emocionales para las relaciones sociales con sus iguales. Se decidió trabajar solo con la madre porque se consideró que un tratamiento que incluyera al niño, añadía un factor de estrés poco conveniente para la terapia. Se tomó como foco la relación entre ellos y se fueron ampliando las capacidades reflexivas maternas para superar algunas de las dificultades relacionales. La duración del tratamiento fue de 28 sesiones, a razón de una semanal.
Aunque no se pudo profundizar en algunos aspectos que lo hubieran necesitado más, el resultado del tratamiento fue suficientemente satisfactorio para la familia. El enfoque teórico del caso está fundamentado en una visión integradora de las teorías psicoanalíticas y sus diferentes aportaciones teóricas y técnicas; entre ellas la Teoría del Apego de Bowlby y las contribuciones de la Escuela del Self, de Kohut. Se analiza el caso con un análisis dimensional, desde las aportaciones del Enfoque Modular Transformacional planteado por H. Bleichmar (1997), en Avances en psicoterapia Psicoanalítica tanto para hacer el diagnóstico como para adaptar la técnica.
Palabras clave: análisis dimensional, configuración familiar, autorregulación de la ansiedad en la infancia, creencias matrices.

Abstract. This paper presents the case of a child of six years, with difficulties on anxiety regulation and defenses against fears in autovaluation of the self, these difficulties manifest themselves in oppositional behaviors within the family, inhibition and lack of emotional resources for social relationships with peers. It was decided to work only with the mother because it was felt that a treatment including the child added a stress factor little suitable for therapy. Relationship between mother and son was taken as the focal point and maternal reflective capabilities were extended to overcome some of the difficulties in relationship.
The treatment consists of 28 sessions, in one hour weekly sessions. Although we could not delve into some aspects that would need further study, treatment outcome was satisfactory enough for the family. The theoretical approach to the case is based on an integrated vision of psychoanalytic theories and its different theoretical and technical contributions; including Bowlby’s Attachment Theory and Kohut’s contributions through Self Psychology. The case is treated with a dimensional analysis, from contributions of the ModularTransformational Approach proposed by H. Bleichmar (Avances en Psicoterapia Psicoanalítica, 1997), both for diagnosis and to adapt the technique.
Keywords: dimensional analysis, family settings, autoregulation of childhood anxiety, parent beliefs.

Se presenta el caso de un niño de 6 años llamado Ricardo. Los padres pidieron consulta por problemas de adaptación escolar. Le describen como un niño que nunca está contento a la hora de ir al colegio, tiene dificultades de relación con los otros niños y no sabe defenderse. Académicamente no hay ningún problema. Mas adelante veremos que presenta otros conflictos significativos en casa: puede ser muy tirano, altivo y agresivo verbalmente.
El detonante para pedir una consulta ha sido su comportamiento en una fiesta infantil en la que, apegado a su madre, visiblemente enfadado, decía de sus compañeros de clase que “no eran sus amigos”. Tiene un hermano dos años menor.

Exploración y evaluación del caso

El tratamiento se prolongó durante 28 sesiones repartidas en 8 meses. Se realizaron varias entrevistas evaluativas con toda la familia, Dos primeras entrevistas con los padres, antes de conocer al niño. Una entrevista con el niño y su madre; otra con el niño a solas y una cuarta con R., el hermano y la madre y finalmente, una entrevista de devolución con los padres. Se le aplicaron al niño como pruebas diagnósticas complementarias la hora de juego diagnóstica, el Test de la Familia (Corman, L. 1967) y el Test de la Figura Humana de K.Machover (Portuondo Espinosa, 1997).

Entrevistas iniciales con los padres

En la primera entrevista con los padres, habla sobre todo, el padre. Alude al aspecto físico del niño, “es bajito”, a su subjetividad; “tiene complejo” y a su aparente torpeza: “le ha costado mucho montar en bici”; el padre se empeñó en que aprendiera. Por una parte percibe a su hijo como débil y miedoso, pero por otra, se muestra confundido cuando el niño despliega una voluntad férrea en sus negativas y sus agresiones verbales que relaciona con sus capacidades verbales y su inteligencia -“, es tan listo que sabe como pillarte y herirte”; su sentimiento hacia el niño es ambivalente. R. manipula las relaciones interpersonales, como veremos más adelante.
Es un padre que tiene conciencia de que hay un malestar grande en el niño y en el resto de la familia. Él mismo se define como un hombre sobrepreocupado por cumplir con sus obligaciones laborales, a las que dedica muchas horas y es muy eficaz, pero tiene dificultad en poner límites a las demandas de sus jefes, sobre todo en cuestión de horarios. Tiene una clara falta de regulación emocional, con tensión y rumiación de los problemas cotidianos, que le impide pensar en las necesidades de R A pesar de que él mismo considera que le ha corregido mucho, que no se ha desvinculado “no dejo campo a la improvisación, estoy muy encima de él”, sin embargo a veces le atiende y otras deja en manos de la madre la resolución de los conflictos. Es decir, unas veces está involucrado y otras se muestra ausente, lo que ha contribuido a una relación ambivalente entre el padre y el niño.

En la segunda entrevista fue apareciendo más claramente la imagen de acobardado y torpe motrízmente que el padre tenía del niño, pero le resta importancia cuando dice: “no pasa nada, le cuesta más, se le enseña y ya está”. No está de acuerdo en que el niño pueda tener una deficitaria imagen de sí mismo, como piensa la madre; al contrario, considera que su comportamiento indica que se siente fuerte con ellos, no pudiendo reconocer, en las primeras sesiones, que esa actitud altiva era una defensa contra un sentimiento de vulnerabilidad con el que R. se había identificado, causándole mucha vergüenza delante de sus iguales.

Respecto a la madre, en la primera entrevista muestra una imagen angustiada, desbordada por las prisas que le impone la vida cotidiana. Como interviene poco, decido preguntarle directamente sobre lo que piensa del niño: “es muy introvertido, los niños juegan a lo bruto, le hacen daño, se lleva mejor con las niñas, no le gusta jugar a la pelota, juega mucho con muñequitos”. “Cuando los voy a buscar al colegio, los dos hermanos están juntos y apartados de los otros compañeros”. La madre también tiene de él una imagen de indefensión y debilidad, pero añade que: “es muy listo, manipula mucho, tiene un punto enrabietado, hay que saber cambiarle el paso, provoca mucho, se le ha regañado demasiado” “yo paso del claro al oscuro”, en alusión a que se desborda. Llora mucho durante la entrevista. Cuando el niño se enfada o se pone negativo ella se siente culpable (la comida no es buena, la camiseta no es demasiado bonita, tu me dijiste que... y no lo cumples, eres una mentirosa). Cuenta que cuando el hermano pequeño nació estuvo un mes en la incubadora, y cree que R tuvo que “sentirse abandonado”.