viernes, 14 de septiembre de 2018

La importancia de la mirada en el desarrollo de la psicopatía. Dra. Lucía Halty Profesora de Psicología. Universidad Ponticia de Comillas de Madrid

1. Psicopatía infanto-juvenil

La violencia y el comportamiento antisocial son características consistentes y centrales en la historia de la humanidad. Acercamientos a entender sus causas, manifestaciones y formas de evitarlas es el objeto de muchas disciplinas, entre ellas la psicología. 

La investigación científica realizada hasta ahora, es capaz de ofrecer explicaciones sobre las causas y tratamientos de ciertos problemas de comportamiento. En muchas ocasiones los problemas de conducta tienen un inicio temprano, donde el niño presenta un comportamiento repetitivamente oposicionista, impulsividad y agresión a otros niños, con un ambiente tipificado como violento e inestable. Cuando ese niño se desarrolla se tienden a producir una serie de hitos como el fracaso escolar, uso de drogas, contactos con la justicia o sistemas de salud mental (Loeber y Farrington, 2000). Gracias a décadas de investigación, se sabe mucho acerca de cómo identificar este conjunto de problemas, cuándo y cómo intervenir y cuándo no.

La investigación sobre el comportamiento agresivo y antisocial de los jóvenes, ha señalado consistentemente una gran heterogeneidad dentro de este grupo de jóvenes antisociales en términos de características de comportamiento, de su curso y desarrollo y de las causas de esos problemas de conducta (White y Frick, 2010). Es decir, en jóvenes con el mismo resultado de comportamiento (problemas de conducta, delincuencia) se encuentran diferentes caminos que explican el desarrollo de esa conducta disruptiva; por lo tanto, resulta crucial poder clasificar adecuadamente a este grupo de jóvenes para entender mejor los mecanismos que operan detrás de ese heterogéneo grupo de problemas de conducta. 

Uno de los criterios de clasificación que se pueden utilizar en este grupo de sujetos es la presencia o no del rasgo de insensibilidad afectiva (CU), entendido como una falta de empatía, una falta de culpa, de remordimientos y de insensibilidad hacia las emociones de los demás. Se ha mostrado que, en muestras de niños, tanto clínicas como comunitarias, la presencia del rasgo de CU emerge constantemente como distintivo frente a otros aspectos de la psicopatía como la impulsividad y el narcisismo (Frick, Bodin y Barry, 2000). La impulsividad no diferencia ni distingue subgrupos dentro de los niños con problemas de conducta severos y de inicio temprano, o adolescentes con problemas de conducta graves y delincuencia, mientras que elevados niveles del rasgo de CU caracterizan a  un grupo de jóvenes antisociales con características asociadas a la psicopatía adulta (Essau, Sasagawa y Frick, 2006). Los niños que tienen problemas de conducta y además presentan el rasgo de CU tienen patrones de comportamiento antisocial más severos y estables en el tiempo (López-Romero, Romero y Luego, 2011). Además, comparados con los niños que presentan sólo problemas de conducta, los niños con el rasgo de CU minimizan las consecuencias que su agresión provoca en sus víctimas, no son intimidados por la posibilidad de recibir un castigo por su mal comportamiento, muestran una menor empatía hacia la emoción de tristeza y tienen mayor probabilidad de iniciar un consumo de sustancias a edades tempranas (Pardini y Byrd, 2012). Resultados similares a los encontrados en niños, han mostrado que las niñas que presentan el rasgo de CU junto con problemas de conducta tienen comportamientos antisociales más severos y persistentes que las niñas que presentan sólo trastornos de conducta (Pardini, Stepp, Hipwell, Stouthamer-Loeber y Loeber, 2012). 

Modelo de J. Blair en el desarrollo de la psicopatía infantojuvenil

Como hemos señalado a lo largo de estas páginas parece que la psicopatía tiene su origen en etapas tempranas del desarrollo. Hemos enfatizado la importancia de saber detectar aquellas características temperamentales que resultan precursoras de conductas antisociales en la infancia y en la edad adulta. Dado que estas características psicopáticas aparecen temprano en el desarrollo de un individuo necesitamos encontrar un marco teórico que pueda explicar la evolución de dicho trastorno. 

Uno de los modelos que es capaz de explicar el desarrollo de este trastorno desde la infancia es el modelo de Mecanismos de Inhibición de la Violencia (VIM), propuesto por Blair en 1995. 

Este modelo surge de posiciones etologistas que proponen que en especies de animales sociales existen una serie de mecanismos para el control de la agresión. Estos mecanismos se ponen en marcha cuando en la víctima animal se producen una serie de señales que indican que se rinde y que el animal vencedor capta cesando así su conducta agresiva. Blair (1995) supone que en los humanos existen mecanismos análogos que inhiben la violencia (VIM), que no sólo se ponen en marcha cuando la víctima muestra conductas de rendición, sino que también se activan ante señales de distrés (ejemplo, expresiones faciales de tristeza o el llanto) que inician una respuesta de retirada y cese del ataque. 

Para Blair este mecanismo de inhibición de la violencia se encuentra detrás del desarrollo moral del niño y, por lo tanto, su fallo explicaría el desarrollo de características psicopáticas. Blair sugiere que el VIM es un requisito para el desarrollo de tres aspectos de la moralidad: las emociones morales (como la culpa, remordimiento, empatía), la inhibición del comportamiento violento y la distinción entre transgresión moral y convencional (Blair, 1995). 

Las emociones morales

Blair (1995) considera que el arousal generado por la activación del VIM podría ser interpretado como una emoción moral. Cuando se activa el VIM se pone en marcha una respuesta de retirada que implica la experimentación en el sujeto que se retira de emociones aversivas. En la línea de esta afirmación nos encontramos con estudios que muestran que la percepción de distrés en otros genera una reacción emocional aversiva que se puede medir por el arousal generado en el observador (Bandura y Rosenthal, 1966, en Blair 1995). Una de las emociones morales que está relacionada con la psicopatía, precisamente por su ausencia, es la empatía. 

La empatía no es un constructo unitario y podemos distinguir tres tipos: la empatía cognitiva (relacionada con la Teoría de la Mente) que podríamos definir como la capacidad de representarse mentalmente los estados de los otros (sus pensamientos, sus deseos, sus creencias, intenciones, etc.) (Frith, 1989, en Blair 1995); la empatía motora que se definiría como la tendencia automática para sincronizar las expresiones faciales y mímicas, posturas y movimientos con los de la otra persona (Hatfield, Cacioppo y Rapson, 1994, en Blair 1995); y, por último, la empatía emocional que se refiere a la capacidad de reconocer y experimentar las emociones del otro (Blair, 2005). Las investigaciones en psicopatía han mostrado que los psicópatas no presentan dificultades con la Teoría de la Mente ni con la empatía motora, sino que muestran serias dificultades en la empatía emocional, siendo selectiva con algunas expresiones emocionales, como por ejemplo la tristeza y el miedo (Blair, 2005). Es decir, que los psicópatas son capaces de ponerse cognitivamente en el lugar del otro, pero no sienten como el otro. 

Saben cómo se sienten los demás, pero no sienten como ellos. Este fallo en la empatía emocional lo explicaremos más adelante cuando hablemos de la incapacidad selectiva de los psicópatas para reconocer expresiones emocionales. En un desarrollo normal, la presencia de claves de distrés en la víctima, como consecuencia de haber sufrido una agresión, activa en el agresor un estado emocional aversivo (que Blair relaciona con la activación del VIM). Esta situación repetida varias veces acaba por generar un condicionamiento clásico en el que las claves de distrés son el estímulo incondicionado (EI) y la activación del VIM la respuesta incondicionada (RI). 

En resumen, el buen funcionamiento de las emociones morales es el primer requisito para el desarrollo de una conducta moral adecuada y es precisamente este tipo de emociones las que fallan en los niños y adultos con psicopatía.

 Inhibición del comportamiento violento 

La activación del VIM genera una respuesta de retirada que inhibe el comportamiento violento. En el desarrollo de un niño normal se produce un reforzamiento negativo para la respuesta del cese de la agresión o inhibición de la misma que significa dejar de experimentar las emociones negativas transmitidas por la víctima. Por lo tanto, lo que se consigue es que el niño aprenda a no ejecutar conductas agresivas. Si, por el contrario, lo que ocurre es que se refuerza la conducta agresiva, evidentemente, el niño no asociará el daño causado en el otro con emociones negativas (Blair, 1995). Cuando estos mecanismos funcionan correctamente y los padres introducen bien la norma, con el paso del tiempo será menos probable que el niño inicie comportamientos violentos. 

En la psicopatía, al no experimentar las emociones negativas transmitidas por la víctima (no se activa el VIM), es más difícil que se produzca el reforzamiento negativo explicado anteriormente y, por lo tanto, no se produce una inhibición del comportamiento violento. A esta situación tenemos que añadir que los niños con características psicopáticas tienen serias dificultades para aprender del castigo, y por lo tanto no experimentan ansiedad ante la realización de una conducta agresiva. Probablemente estas dificultades de aprendizaje descritas, que Blair asocia a la no activación de los mecanismos de inhibición de la violencia, puedan ser entendidas por la presencia en este tipo de niños del rasgo de CU descrito anteriormente. 

Distinción entre transgresión moral/convencional

La distinción entre transgresión moral y convencional se encuentra presente en los juicios que realizan tanto adultos como niños. La transgresión moral (ej. herir a otros) ha sido definida por las consecuencias que tiene en los derechos y bienestar de los demás, está centrado en la víctima. Por otra parte, la transgresión convencional (ej. hablar en clase) se ha definido por los efectos que provoca en el orden social, es decir, son transgresiones de comportamiento que implica violar convenciones sociales (Blair, 1995). 

Tanto los adultos como los niños juzgan como más serias y menos permisivas las transgresiones morales que las convencionales. Las normas morales son menos permisibles, en el sentido de que si una figura de autoridad (ej. la profesora) legitima una transgresión moral el niño no suele realizar la conducta, en cambio en el caso de las normas convencionales no ocurre así. Hay determinados actos que se juzgan como no permitidos sin necesidad de que haya una regla explícita que lo prohíba, estos actos se encuentran dentro de las normas morales. Esta distinción entre las normas morales y convencionales se encuentra presente en los niños desde los 39 meses y en todas las culturas (Blair, 1995). 

La distinción entre la transgresión moral y convencional radica en la activación del VIM. Por definición, las transgresiones convencionales no implican la activación del VIM ya que, al no haber víctimas implicadas, se produce sólo una alteración del orden social. En el caso de las transgresiones morales, al tener una víctima se produce una activación de las estructuras encargadas del procesamiento de las claves de distrés en el otro que conlleva una inhibición del comportamiento y la generación de un estado emocional aversivo.

En resumen, en un desarrollo normal la activación del VIM genera la producción de emociones morales que a su vez generan la inhibición del comportamiento violento, el desarrollo de una conducta empática y la expresión de culpa. La puesta en marcha de este mecanismo es lo que ayuda a distinguir entre una norma moral y una norma convencional. 

En el caso de los niños con características psicopáticas no se produce la activación de este sistema (VIM), por lo tanto, no se inhibe el comportamiento violento, no se genera una conducta empática ni la expresión de culpa. Todo ello tiene como consecuencia una incapacidad para distinguir entre transgresiones morales y transgresiones convencionales. Las investigaciones en las que Blair y su equipo han puesto a prueba este modelo llegan a la conclusión de que los psicó- patas, tanto adultos como niños, no son capaces de distinguir entre los dos tipos de normas (moral/convencional), muestran menos referencias al bienestar de la víctima cuando tienen que justificar algunas de las transgresiones, y no son capaces de atribuir correctamente estados emocionales en los otros (Blair, 1995).

Aportación de la neurociencia al estudio de la psicopatía

Para la correcta interpretación y comprensión de la psicopatía, es imprescindible estudiarla desde diferentes prismas; entre ellos, podemos destacar el individual, social, familiar, genético y neurocientífico. No se pretende hacer aquí una revisión exhaustiva de todas las investigaciones de neurociencia relacionadas con la psicopatía, pero sí señalar algunas estructuras cerebrales que han mostrado una mayor relación con esta patología. Una de las estructuras que más se ha relacionado con el dé- ficit emocional de los psicópatas es la amígdala, implicada en el reconocimiento de expresiones emocionales, entre ellas, el miedo (Blair et al., 2004).