viernes, 14 de septiembre de 2018

La importancia de la mirada en el desarrollo de la psicopatía. Dra. Lucía Halty Profesora de Psicología. Universidad Ponticia de Comillas de Madrid

1. Psicopatía infanto-juvenil

La violencia y el comportamiento antisocial son características consistentes y centrales en la historia de la humanidad. Acercamientos a entender sus causas, manifestaciones y formas de evitarlas es el objeto de muchas disciplinas, entre ellas la psicología. 

La investigación científica realizada hasta ahora, es capaz de ofrecer explicaciones sobre las causas y tratamientos de ciertos problemas de comportamiento. En muchas ocasiones los problemas de conducta tienen un inicio temprano, donde el niño presenta un comportamiento repetitivamente oposicionista, impulsividad y agresión a otros niños, con un ambiente tipificado como violento e inestable. Cuando ese niño se desarrolla se tienden a producir una serie de hitos como el fracaso escolar, uso de drogas, contactos con la justicia o sistemas de salud mental (Loeber y Farrington, 2000). Gracias a décadas de investigación, se sabe mucho acerca de cómo identificar este conjunto de problemas, cuándo y cómo intervenir y cuándo no.

La investigación sobre el comportamiento agresivo y antisocial de los jóvenes, ha señalado consistentemente una gran heterogeneidad dentro de este grupo de jóvenes antisociales en términos de características de comportamiento, de su curso y desarrollo y de las causas de esos problemas de conducta (White y Frick, 2010). Es decir, en jóvenes con el mismo resultado de comportamiento (problemas de conducta, delincuencia) se encuentran diferentes caminos que explican el desarrollo de esa conducta disruptiva; por lo tanto, resulta crucial poder clasificar adecuadamente a este grupo de jóvenes para entender mejor los mecanismos que operan detrás de ese heterogéneo grupo de problemas de conducta. 

Uno de los criterios de clasificación que se pueden utilizar en este grupo de sujetos es la presencia o no del rasgo de insensibilidad afectiva (CU), entendido como una falta de empatía, una falta de culpa, de remordimientos y de insensibilidad hacia las emociones de los demás. Se ha mostrado que, en muestras de niños, tanto clínicas como comunitarias, la presencia del rasgo de CU emerge constantemente como distintivo frente a otros aspectos de la psicopatía como la impulsividad y el narcisismo (Frick, Bodin y Barry, 2000). La impulsividad no diferencia ni distingue subgrupos dentro de los niños con problemas de conducta severos y de inicio temprano, o adolescentes con problemas de conducta graves y delincuencia, mientras que elevados niveles del rasgo de CU caracterizan a  un grupo de jóvenes antisociales con características asociadas a la psicopatía adulta (Essau, Sasagawa y Frick, 2006). Los niños que tienen problemas de conducta y además presentan el rasgo de CU tienen patrones de comportamiento antisocial más severos y estables en el tiempo (López-Romero, Romero y Luego, 2011). Además, comparados con los niños que presentan sólo problemas de conducta, los niños con el rasgo de CU minimizan las consecuencias que su agresión provoca en sus víctimas, no son intimidados por la posibilidad de recibir un castigo por su mal comportamiento, muestran una menor empatía hacia la emoción de tristeza y tienen mayor probabilidad de iniciar un consumo de sustancias a edades tempranas (Pardini y Byrd, 2012). Resultados similares a los encontrados en niños, han mostrado que las niñas que presentan el rasgo de CU junto con problemas de conducta tienen comportamientos antisociales más severos y persistentes que las niñas que presentan sólo trastornos de conducta (Pardini, Stepp, Hipwell, Stouthamer-Loeber y Loeber, 2012). 

Modelo de J. Blair en el desarrollo de la psicopatía infantojuvenil

Como hemos señalado a lo largo de estas páginas parece que la psicopatía tiene su origen en etapas tempranas del desarrollo. Hemos enfatizado la importancia de saber detectar aquellas características temperamentales que resultan precursoras de conductas antisociales en la infancia y en la edad adulta. Dado que estas características psicopáticas aparecen temprano en el desarrollo de un individuo necesitamos encontrar un marco teórico que pueda explicar la evolución de dicho trastorno. 

Uno de los modelos que es capaz de explicar el desarrollo de este trastorno desde la infancia es el modelo de Mecanismos de Inhibición de la Violencia (VIM), propuesto por Blair en 1995. 

Este modelo surge de posiciones etologistas que proponen que en especies de animales sociales existen una serie de mecanismos para el control de la agresión. Estos mecanismos se ponen en marcha cuando en la víctima animal se producen una serie de señales que indican que se rinde y que el animal vencedor capta cesando así su conducta agresiva. Blair (1995) supone que en los humanos existen mecanismos análogos que inhiben la violencia (VIM), que no sólo se ponen en marcha cuando la víctima muestra conductas de rendición, sino que también se activan ante señales de distrés (ejemplo, expresiones faciales de tristeza o el llanto) que inician una respuesta de retirada y cese del ataque. 

Para Blair este mecanismo de inhibición de la violencia se encuentra detrás del desarrollo moral del niño y, por lo tanto, su fallo explicaría el desarrollo de características psicopáticas. Blair sugiere que el VIM es un requisito para el desarrollo de tres aspectos de la moralidad: las emociones morales (como la culpa, remordimiento, empatía), la inhibición del comportamiento violento y la distinción entre transgresión moral y convencional (Blair, 1995). 

Las emociones morales

Blair (1995) considera que el arousal generado por la activación del VIM podría ser interpretado como una emoción moral. Cuando se activa el VIM se pone en marcha una respuesta de retirada que implica la experimentación en el sujeto que se retira de emociones aversivas. En la línea de esta afirmación nos encontramos con estudios que muestran que la percepción de distrés en otros genera una reacción emocional aversiva que se puede medir por el arousal generado en el observador (Bandura y Rosenthal, 1966, en Blair 1995). Una de las emociones morales que está relacionada con la psicopatía, precisamente por su ausencia, es la empatía. 

La empatía no es un constructo unitario y podemos distinguir tres tipos: la empatía cognitiva (relacionada con la Teoría de la Mente) que podríamos definir como la capacidad de representarse mentalmente los estados de los otros (sus pensamientos, sus deseos, sus creencias, intenciones, etc.) (Frith, 1989, en Blair 1995); la empatía motora que se definiría como la tendencia automática para sincronizar las expresiones faciales y mímicas, posturas y movimientos con los de la otra persona (Hatfield, Cacioppo y Rapson, 1994, en Blair 1995); y, por último, la empatía emocional que se refiere a la capacidad de reconocer y experimentar las emociones del otro (Blair, 2005). Las investigaciones en psicopatía han mostrado que los psicópatas no presentan dificultades con la Teoría de la Mente ni con la empatía motora, sino que muestran serias dificultades en la empatía emocional, siendo selectiva con algunas expresiones emocionales, como por ejemplo la tristeza y el miedo (Blair, 2005). Es decir, que los psicópatas son capaces de ponerse cognitivamente en el lugar del otro, pero no sienten como el otro. 

Saben cómo se sienten los demás, pero no sienten como ellos. Este fallo en la empatía emocional lo explicaremos más adelante cuando hablemos de la incapacidad selectiva de los psicópatas para reconocer expresiones emocionales. En un desarrollo normal, la presencia de claves de distrés en la víctima, como consecuencia de haber sufrido una agresión, activa en el agresor un estado emocional aversivo (que Blair relaciona con la activación del VIM). Esta situación repetida varias veces acaba por generar un condicionamiento clásico en el que las claves de distrés son el estímulo incondicionado (EI) y la activación del VIM la respuesta incondicionada (RI). 

En resumen, el buen funcionamiento de las emociones morales es el primer requisito para el desarrollo de una conducta moral adecuada y es precisamente este tipo de emociones las que fallan en los niños y adultos con psicopatía.

 Inhibición del comportamiento violento 

La activación del VIM genera una respuesta de retirada que inhibe el comportamiento violento. En el desarrollo de un niño normal se produce un reforzamiento negativo para la respuesta del cese de la agresión o inhibición de la misma que significa dejar de experimentar las emociones negativas transmitidas por la víctima. Por lo tanto, lo que se consigue es que el niño aprenda a no ejecutar conductas agresivas. Si, por el contrario, lo que ocurre es que se refuerza la conducta agresiva, evidentemente, el niño no asociará el daño causado en el otro con emociones negativas (Blair, 1995). Cuando estos mecanismos funcionan correctamente y los padres introducen bien la norma, con el paso del tiempo será menos probable que el niño inicie comportamientos violentos. 

En la psicopatía, al no experimentar las emociones negativas transmitidas por la víctima (no se activa el VIM), es más difícil que se produzca el reforzamiento negativo explicado anteriormente y, por lo tanto, no se produce una inhibición del comportamiento violento. A esta situación tenemos que añadir que los niños con características psicopáticas tienen serias dificultades para aprender del castigo, y por lo tanto no experimentan ansiedad ante la realización de una conducta agresiva. Probablemente estas dificultades de aprendizaje descritas, que Blair asocia a la no activación de los mecanismos de inhibición de la violencia, puedan ser entendidas por la presencia en este tipo de niños del rasgo de CU descrito anteriormente. 

Distinción entre transgresión moral/convencional

La distinción entre transgresión moral y convencional se encuentra presente en los juicios que realizan tanto adultos como niños. La transgresión moral (ej. herir a otros) ha sido definida por las consecuencias que tiene en los derechos y bienestar de los demás, está centrado en la víctima. Por otra parte, la transgresión convencional (ej. hablar en clase) se ha definido por los efectos que provoca en el orden social, es decir, son transgresiones de comportamiento que implica violar convenciones sociales (Blair, 1995). 

Tanto los adultos como los niños juzgan como más serias y menos permisivas las transgresiones morales que las convencionales. Las normas morales son menos permisibles, en el sentido de que si una figura de autoridad (ej. la profesora) legitima una transgresión moral el niño no suele realizar la conducta, en cambio en el caso de las normas convencionales no ocurre así. Hay determinados actos que se juzgan como no permitidos sin necesidad de que haya una regla explícita que lo prohíba, estos actos se encuentran dentro de las normas morales. Esta distinción entre las normas morales y convencionales se encuentra presente en los niños desde los 39 meses y en todas las culturas (Blair, 1995). 

La distinción entre la transgresión moral y convencional radica en la activación del VIM. Por definición, las transgresiones convencionales no implican la activación del VIM ya que, al no haber víctimas implicadas, se produce sólo una alteración del orden social. En el caso de las transgresiones morales, al tener una víctima se produce una activación de las estructuras encargadas del procesamiento de las claves de distrés en el otro que conlleva una inhibición del comportamiento y la generación de un estado emocional aversivo.

En resumen, en un desarrollo normal la activación del VIM genera la producción de emociones morales que a su vez generan la inhibición del comportamiento violento, el desarrollo de una conducta empática y la expresión de culpa. La puesta en marcha de este mecanismo es lo que ayuda a distinguir entre una norma moral y una norma convencional. 

En el caso de los niños con características psicopáticas no se produce la activación de este sistema (VIM), por lo tanto, no se inhibe el comportamiento violento, no se genera una conducta empática ni la expresión de culpa. Todo ello tiene como consecuencia una incapacidad para distinguir entre transgresiones morales y transgresiones convencionales. Las investigaciones en las que Blair y su equipo han puesto a prueba este modelo llegan a la conclusión de que los psicó- patas, tanto adultos como niños, no son capaces de distinguir entre los dos tipos de normas (moral/convencional), muestran menos referencias al bienestar de la víctima cuando tienen que justificar algunas de las transgresiones, y no son capaces de atribuir correctamente estados emocionales en los otros (Blair, 1995).

Aportación de la neurociencia al estudio de la psicopatía

Para la correcta interpretación y comprensión de la psicopatía, es imprescindible estudiarla desde diferentes prismas; entre ellos, podemos destacar el individual, social, familiar, genético y neurocientífico. No se pretende hacer aquí una revisión exhaustiva de todas las investigaciones de neurociencia relacionadas con la psicopatía, pero sí señalar algunas estructuras cerebrales que han mostrado una mayor relación con esta patología. Una de las estructuras que más se ha relacionado con el dé- ficit emocional de los psicópatas es la amígdala, implicada en el reconocimiento de expresiones emocionales, entre ellas, el miedo (Blair et al., 2004). 

La amígdala es una región cerebral esencial en el procesamiento de la significación emocional de los eventos ambientales. Evalúa la significación emocional de las características sensoriales simples y de las percepciones complejas, e incluso de pensamientos abstractos controlando además la expresión de reacciones emocionales. Estas funciones se llevan a cabo a través de circuitos subcorticales (tálamo-amígdala) o corticales (tálamo-corteza-amígdala) (Blair et al., 2004). Pero la amígdala no es la única estructura, Kiehl (2006), relaciona la psicopatía con un mal funcionamiento del sistema paralímbico formado por estructuras como, el córtex orbitofrontal, la ínsula, el cíngulo posterior y anterior, la amígdala, el giro parahipocampal y el giro temporal superior y anterior. 

Una de las estructuras implicadas, que parece que está adquiriendo cierta consistencia, es el córtex temporal superior (STC) (Blair, 2010). Una atípica actividad de esta región se ha encontrado en estudios de resonancia magnética funcional en muestras de adolescentes con psicopatía (Marsh et al., 2008). El STC mantiene conexiones recíprocas con la amígdala y su atípico funcionamiento en la psicopatía se puede explicar por una disfunción en la amígdala. 

2. La mirada

Dadds y su equipo (Dadds, El Masry, Wimalaweera y Gustella, 2008) se han dado cuenta de que un aspecto crucial en la explicación de la psicopatía y que acompaña perfectamente al modelo de Blair, es la importancia del estudio de la mirada en jóvenes con características psicopáticas. A diferencia de lo que hemos visto hasta ahora, que pretende explicar qué es la psicopatía y cómo se desarrolla, Dadds es un autor muy preocupado por el tratamiento de esta patología. Una vez que ya sabemos cómo son los adultos con esta patología y, cómo son los niños que presentan elevadas puntuaciones de CU, el paso que tiene que dar la investigación es intentar encontrar la manera de ayudarles a cambiar de rumbo. Por ello, Dadds (Dadds et al., 2008) convencido de que el tratamiento se tiene que realizar en las primeras etapas del desarrollo intenta encontrar la piedra angular sobre la que trabajar con este tipo de niños, y esa piedra es la mirada. Como veremos a continuación, la mirada es uno de los aspectos más esenciales que poseemos como seres humanos, y si no existe un correcto procesamiento de este aspecto tan esencial se pueden desencadenar problemas importantes en el desarrollo del niño. Uno de ellos es la psicopatía. 

A continuación, explicaremos en primer lugar, por qué es importante el estudio de la mirada, qué aspectos relevantes tiene en la interacción social; y, en segundo lugar, qué ocurre en la mirada de los niños con características psicopáticas. 

La importancia de la mirada en el ser humano

Uno de los aspectos más cruciales en la interacción humana es la expresión facial. A través de la cara podemos identificar estados internos en el otro que permiten una mejor comunicación. La cara nos proporciona información sobre la identidad, intenciones y estados emocionales en la comunicación social (Farroni, Johnson y Csibra, 2004). Dentro de la cara, es especialmente importante el procesamiento de la mirada. El contacto ocular supone el principal modo de comunicación entre humanos. 

Desde el nacimiento, los infantes muestran preferencias hacia las caras, y dentro de ellas, a la mirada. Por ejemplo, prefieren caras con los abiertos frente a cerrados, y una mirada directa hacia ellos que mirada desviada (Farroni, Johnson y Csibra, 2004). Baron-Cohen explica esta preferencia de los bebés por el contacto ocular por la presencia de un mecanismo específico denominado “detector de la dirección ocular” (EDD, por sus siglas en inglés) (Farroni, Johnson y Csibra, 2004). Este mecanismo EDD estaría encargado de, en primer lugar, detectar la presencia de los ojos; y, en segundo lugar, detectar su dirección y comportamiento. 
La función de detección es considerada por Baron-Cohen, innata; y, la referente a la dirección y comportamiento emergería más tarde. Tener la capacidad de detectar la dirección de la mirada es evolutivamente positivo porque nos permite dar respuesta a potenciales amenazas. Cuando dos personas se están comunicando estableciendo contacto ocular y, una de ellas (interlocutor 
1) desvía la mirada de forma rá- pida y brusca, se produce una reacción de defensa en el interlocutor 2, y este interlocutor dirige su mirada al mismo punto que el interlocutor 1, produciéndose un momento de atención conjunta. Puede que la detección de la dirección de la mirada haya evolucionado en el ser humano como una respuesta a potenciales amenazadas; y, que la atención conjunta o la mirada directa aparezca más exclusivamente en primates para facilitar la interacción en un grupo. 

La interpretación de las señales de la mirada es probablemente uno de los actos de comunicación más típicamente humano, y es esencial para el desarrollo de un entendimiento de los estados mentales del otro. Es decir, para el desarrollo de la “teoría de la mente” (Farroni, Johnson y Csibra, 2004). En un estudio realizado por Farroni, Johnson y Csibra (2004) examinaron la importancia de la dirección de la mirada en el desarrollo del reconocimiento facial. Habituaron a bebés de 4 meses de edad a caras que les miraban directamente o a caras que apartaban la mirada. Después examinaron la preferencia de los bebés hacia la novedad, comparando las caras a las que estaban habituados con caras nuevas. Los infantes que habían sido expuestos a caras que les miraban directamente mostraban más preferencia hacia las caras nuevas, que los que habían sido expuestos a caras que no les miraban directamente. Estos resultados mostraron que la mirada directa proporciona al bebé un conocimiento más profundo de la cara, que la mirada desviada y, por lo tanto, le permite atender a estímulos novedosos. 

Mecanismos neuronales implicados en el procesamiento de caras y de la mirada

Hay dos clases de percepción facial que requieren representaciones independientes. Una implica la percepción de aspectos cambiantes de la cara, como la expresión y dirección de la mirada, mientras que la otra implica aspectos faciales de estructura que son invariantes. La percepción de los aspectos cambiantes, nos proporciona información sobre el estado mental actual de la otra persona (Hoffman y Haxby, 2000). La mirada, en particular, es una señal social muy potente que guía nuestra atención y puede informarnos sobre los intereses e intenciones de la otra persona. 

La percepción de aspectos invariantes es importante para el reconocimiento de alguien, es decir, su identidad. Las personas que tienen un déficit en el reconocimiento de caras (prosopagnosia), presentan una lesión en la zona temporal ventral (Hoffman y Haxby, 2000). Dentro del córtex temporal ventral, los estudios de neuroimagen, identifican la región del giro fusiforme lateral (LFG) como una región que responde con más intensidad a las caras que a otros estímulos (Hoffman y Haxby, 2000). En una investigación realizada por Hoffman y Haxby (2000) encontraron que la percepción de la identidad facial (los aspectos invariables) estaban más mediados por la activación del giro fusiforme y el occipital inferior; y, que la percepción de la mirada (aspectos variables) estaba más mediada por el surco temporal superior. Además, la percepción de la mirada también parece activar el sistema cognitivo espacial con el surco intraparietal para codificar la dirección de la mirada y focalizar la atención en esa dirección. 

Observar la expresión facial de otra persona también nos aporta información sobre la emoción que está experimentando y nos puede evocar una emoción a nosotros mismos. 

La percepción de expresiones emocionales genera actividad en las regiones del cerebro asociadas con la emoción. La percepción de caras de miedo y asco activan regiones del sistema límbico encargadas del procesamiento emocional. Mientras que, por ejemplo, la lectura de los labios activa regiones asociadas con el procesamiento de estímulos auditivos (Hoffman y Haxby, 2000). En un estudio realizado con magnetoencefalografía y expresiones faciales emocionales, encontraron una respuesta del córtex superior temporal alrededor de los 140-170 ms, que indicaba una identificación facial; y, alrededor de los 200 ms se elicitaba una respuesta de la amígdala derecha. Este estudio proporciona información acerca de la interacción directa entre estas regiones en la percepción de expresiones emocionales. Pacientes con lesión bilateral en la amígdala muestran una incapacidad selectiva a la hora de reconocer emociones como el miedo o la ira, lo que contribuye a la dificultad de reconocer dichas expresiones faciales emocionales. 

La percepción de asco en la cara de otra persona evoca una respuesta en la ínsula anterior, una región presumiblemente asociada con el procesamiento de olores y sensaciones viscerales (Hoffman y Haxby, 2000). La amígdala parece jugar un papel importante en la percepción de las caras emocionales y, por lo tanto, se convierte en una estructura importante en la interacción social. BaronCohen et al. (Hoffman y Haxby, 2000), encontraron que la amígdala se activaba en tareas que requerían juicio del estado de la mente basado en la percepción de la franja de los ojos. En su estudio, sujetos autistas de alto funcionamiento mostraron menos activación de la amígdala y el córtex frontal inferior cuando realizaron la tarea, pero una mayor activación de la región temporal superior, sugiriendo que su incapacidad en la cognición social podría estar asociada con una anormal interacción entre estas estructuras. 

Los ojos representan un estímulo con una carga emocional muy elevada, por lo tanto, no es de extrañar que la amígdala esté implicada en ese proceso. Gran parte de las expresiones emocionales utilizan músculos de la cara que se encuentran distribuidos entre la boca y los ojos. Por ejemplo, el asco se representa en la mitad inferior de la cara, mientras que el miedo se procesa en la mitad superior (la franja de los ojos) (Dadds et al., 2008). Como resumen de las estructuras cerebrales implicadas en la percepción de caras, podemos explicar el modelo propuesto por Hoffman y Haxby (2000). Tendríamos tres estructuras centrales en el procesamiento de caras (giro inferior occipital, surco temporal superior y giro fusiforme lateral), que se comunican con el surco intraparietal, córtex auditivo, amígdala, ínsula y sistema límbico; y, zona temporal anterior.

Con la información que se ha expuesto hasta este momento, podemos poner en relación dos aspectos importantes del estudio de la psicopatía y del estudio de la mirada. Por un lado, podemos deducir que, si la amígdala es una estructura tan fundamental para detectar la expresión emocional, sobre todo de miedo, y, se ha mostrado en investigaciones que los sujetos con psicopatía tienen un déficit importante en la amígdala, es de esperar que la psicopatía se asocie con dificultades a la hora de detectar dicha expresión facial emocional. 

Por otro lado, recordamos la hipótesis presentada por Kiehl (2006), en la que mencionaba que la psicopatía podía tener un mal funcionamiento del sistema paralímbico, en el que el córtex temporal superior (STC) podría estar afectado. Si esto lo relacionamos con los estudios de neurociencia sobre la mirada, en los que indican que parece existir una zona concreta para el procesamiento de los ojos (aspectos variables de la cara), que es el surco temporal superior; ambos datos nos pueden indicar que las personas con psicopatía no sólo pueden presentar problemas a la hora de reconocer una expresión facial emocional, sino que el déficit se encuentra específicamente en la franja de los ojos. 

¿Qué ocurre en la mirada de los niños con características psicopáticas?

El buen procesamiento de las expresiones faciales resulta crucial para la socialización y la modulación del comportamiento interpersonal. Como hemos visto en el modelo de Blair (Blair, 1995), saber identificar la emoción del otro nos permite actuar en consecuencia y frenar aquellos comportamientos que puedan causar daño. En el caso de los niños con características psicopáticas, que puntúan alto en el rasgo de CU, tienen una dificultad a la hora de procesar expresiones faciales de miedo y tristeza, es decir, tienen tiempos de reacción más altos a la hora de reconocer dichas expresiones emocionales y cuando dicen reconocerlas cometen más fallos de identificación que los sujetos del grupo control (Blair et al., 2004). 

En un estudio realizado por Adolphs et al., (citado en Dadds et al., 2006) encontraron que personas con la amígdala da- ñada tenían dificultades para reconocer expresiones faciales de miedo por no prestar atención a la franja de los ojos, pero que esa incapacidad disminuía cuando se les obligaba a prestar atención a la zona de la mirada. 

Con estos resultados Dadds et al., (2006) intentaron replicar la investigación en sujetos con psicopatía. En concreto, querían probar la hipótesis acerca del reconocimiento del miedo en la franja de los ojos en una muestra de jóvenes adolescentes comparando rasgos de insensibilidad emocional y comportamiento antisocial. Los resultados mostraron que, específicamente, el comportamiento antisocial era el único asociado con una tendencia a sobreestimar la hostilidad, mientras que el rasgo de insensibilidad emocional (aspecto afectivo de la psicopatía), eran el único asociado con un pobre reconocimiento de las expresiones de miedo. Aunque su estudio fue el primero en mostrar este efecto relacionado con la psicopatía, en una investigación anterior realizada por Richell et al., (2003, citado en Dadds et al., 2006), encontraron que sujetos con psicopatía sí podían identificar expresiones faciales presentando estímulos faciales trucados que incluían sólo la expresión de la franja de los ojos, es decir, que cuando se les presentaba sólo la franja de los ojos las identificaciones de miedo mejoraban. Estos resultados podrían indicar que los problemas en el reconocimiento de la emoción en la psicopatía podrían deberse, en parte, a un fallo en la dirección de la atención a estímulos emocionalmente significativos del ambiente, como es la expresión emocional de la mirada. Esto podría tener un amplio abanico de implicaciones para intervenir con niños que se encuentran en periodos críticos del desarrollo. 

Dadds (Dadds et al., 2006) argumenta que estos procesos atencionales son de especial importancia en los primeros años de vida, donde la sensibilidad para aplicar técnicas de disciplina depende en parte de la capacidad de reconocimiento de los estados emocionales por parte de los cuidadores. Más aún, como hemos mencionado anteriormente, la habilidad para reconocer el miedo en el otro puede ser un marcador específico en el desarrollo de la teoría de la mente. En un estudio realizado por Dadds et al. (2008) muestran resultados similares a los obtenidos en el 2006 (Dadds et al., 2006). Presentan a los sujetos con altos y bajos niveles de insensibilidad emocional, expresiones faciales emocionales bajo la condición de que miren libremente a la cara; y, después se les pide que miren específicamente a la franja de los ojos. Los resultados indican que los sujetos que presentan altos niveles de insensibilidad emocional muestran, de manera natural, menor atención a la franja de los ojos de la cara. Como se ha mencionado antes, Baron-Cohen en su estudio con sujetos autistas, encuentra resultados similares (Farroni, Johnson y Csibra, 2004). 

Parece que ambos grupos muestran déficits similares en la región de los ojos, sin embargo, es poco probable que exista un mecanismo subyacente común a las dos patologías. El autismo se asocia generalmente a una falta de contacto visual debido a que estos individuos encuentran la interacción visual como altamente estimulante, por lo tanto, la tenderían a rechazar. En cambio, en los sujetos con características de insensibilidad emocional, esta falta de atención a la región de los ojos se podría explicar por una falta de respuesta de la amígdala a estímulos emocionales y, por lo tanto, una ausencia de dirección de la atención a la región de los ojos (Dadds et al., 2008). 

No se sabe con exactitud cuándo puede comenzar este déficit, sin embargo, conocer sus orígenes es de vital importancia para el diseño de estrategias de prevención y tratamiento. Se podrían considerar dos puntos de partida; uno relacionado con el comienzo de la pubertad, donde el desarrollo hormonal, cognitivo y de cambios sociales podría tener implicaciones en el procesamiento de estímulos emocionales (Dadds et al., 2008). Sin embargo, como hemos mencionado antes, la atención selectiva a la franja de los ojos parece que se produce muy pronto en el desarrollo (Farroni, Johnson y Csibra, 2004). Bebés sanos muestran una atención automática a caras humanas, en concreto, a la franja de los ojos. 

Esta atención junto con la respuesta recíproca de su cuidador es una parte crucial en el desarrollo del apego, y sienta las bases de un desarrollo sano, en general, así como una mayor regulación emocional, toma de decisiones comunicativa y el desarrollo de la consciencia, en particular. Un déficit temprano en esta atención automá- tica a la zona de los ojos del cuidador podría una tener una cascada de consecuencias negativas para la interacción padreshijo (Dadds et al., 2008). Por tanto, es prioritario encontrar los orígenes y desarrollo de este déficit de procesamiento en la franja de los ojos.

En el caso específico de sujetos con características psicopáticas, ¿qué puede suponer este déficit de atención a la franja de los ojos? Como hemos visto antes, el déficit que se acaba de describir está muy relacionado con el modelo de Blair de los mecanismos de inhibición de la violencia. Una dificultad para procesar la mirada de miedo desencadena una dificultad para inhibir el comportamiento violento. El modelo de inhibición de Blair es probablemente más aplicable en etapas posteriores cuando factores instrumentales juegan un rol más importante en el desarrollo de la consciencia. Si el déficit en el procesamiento de la mirada se presenta desde etapas muy tempranas, afecta a la calidad del apego, la regulación emocional y la teoría de la mente (Dadds et al., 2008).

 3. influencia de las prácticas parentales en el desarrollo de la psicopatía infato-juvenil

Si, como indican los autores, se debe intervenir en etapas sensibles del desarrollo, es importante tener en cuenta el modelo de socialización de las figuras de referencia. 

El empleo de unas prácticas parentales inadecuadas y su interacción con un temperamento difícil por parte del niño ha sido propuesto en diversos modelos como primer eslabón en el desarrollo de problemas de conducta infantiles (López-Romero, Romero y Luego, 2011). A pesar de la importancia que tanto las prácticas parentales como los rasgos psicopáticos de tipo afectivo/interpersonal tienen como predictores independientes de los problemas de conducta (Larsson, Viding y Plomin, 2008), su influencia no parece manifestarse de forma aditiva acumulando los efectos de ambos factores. Lykken (1995) fue de los primeros autores en apuntar en esta dirección. Este autor planteó que aquellos niños que presentaran un temperamento difícil y una dificultad para aprender del castigo, tendrían un riesgo importante de desarrollar comportamientos antisociales en la edad adulta con independencia del ambiente en el que habían crecido. 

Décadas de investigación acerca de patrones de socialización han identificado la relación que puede existir entre patrones de socialización coercitivos con problemas de conducta en el niño. Sin embargo, se han publicado investigaciones en las que se explica que la aparición de problemas de conducta en el niño que tiene características de insensibilidad emocional parece no estar relacionados con los patrones de socialización (Pasalich, Dadds, Hawes y Brennan, 2011). 

En primer lugar, los tratamientos conductuales son menos efectivos para trabajar con niños (4-8 años) que presentan rasgos de CU. Aunque el refuerzo puede ser igual de efectivo, los rasgos de CU están asociados con un menor afecto negativo en el niño y una menor sensibilidad a tratamientos como el “tiempo-fuera”. En segundo lugar, estudios transversales han mostrado que prácticas parentales como la pobre supervisión y disciplinas duras e inconsistentes se relacionan más con problemas de conducta en niños con bajo CU que con alto CU. Y, en tercer lugar, estudios con gemelos han mostrado una fuerte influencia genética en el comportamiento antisocial de niños con altos niveles de CU (Pasalich, Dadds, Hawes y Brennan, 2011). 

En un estudio realizado por Dadds et al., (2011), querían poner en relación el déficit en el procesamiento de la mirada encontrado en situaciones de laboratorio, con la interacción real entre el niño y sus figuras de referencia. Para ello, observaron las interacciones de contacto ocular entre el hijo y la madre; y, el hijo y el padre. Encontraron que las interacciones eran recíprocas, es decir, cuanto más contacto ocular había de los padres al niño, más contacto había del niño a los padres; y, que los niños con problemas de conducta que tenían altos niveles de CU mostraban menos niveles de contacto ocular tanto con la madre como con el padre. 

Estos resultados apoyan lo mencionado en investigaciones previas, y son consistentes con la idea de que el contacto ocular con las figuras de referencia es el primer motor de un sistema general de desarrollo que abarca procesos de bajo nivel como la atención a estímulos emocionalmente salientes, hasta rasgos humanos de orden superior como la empatía. A pesar de que estos resultados nos muestran que las técnicas de socialización parecen bastante inocuas a la hora de modificar los niveles altos de CU, es necesario realizar más investigación para encontrar la forma de acceder a estos niños. Como hemos mencionado anteriormente, Dadds et al., (2011) están especialmente preocupados por este asunto, y ofrecen investigación rigurosa que nos muestra algo de luz en el camino de encontrar un tratamiento. 

En concreto, focalizan sus esfuerzos en tratamientos que intentan modificar el déficit de contacto ocular entre el niño y sus figuras de referencia, donde parece que se están produciendo resultados alentadores. Además de los tratamientos psicólogos, no debemos perder de vista los posibles tratamientos farmacológicos. Si sabemos, como hemos visto, que uno de los déficits importantes presente en los niños con rasgos elevados de CU es la dificultad para atender a la franja de los ojos, debemos buscar si algún componente neuroquímico pueda estar relacionado. 

En los últimos años, ha crecido el interés por relacionar los niveles de oxitocina con las características psicopáticas, en concreto, se ha encontrado que bajos niveles de oxitocina pueden estar asociados con los déficits cognitivos y emocionales presentes en la psicopatía (Dadds et al., 2014). Además, en una investigación realizada por Guastella, Mitchell y Dadds (2008) se encontró que a aquellos participantes a los que se les suministraba oxitocina aumentaban su atención a la región de los ojos de las caras humanas. 

Por lo tanto, dados estos resultados, debemos mantener abierta la puerta a tratamientos que no sean exclusivamente psicológicos. La psicopatía es un trastorno que puede tener un impacto devastador tanto en los pacientes como en la sociedad con la que interactúan. A pesar de esto, los psicópatas criminales siguen siendo una de las poblaciones menos tratadas con éxito. Nuestra comprensión de los fundamentos biológicos de este trastorno debe ser mejorada si queremos avanzar en el tratamiento de este grupo de personas. 

La psicopatía es a menudo estigmatizada como una condición inmutable, en la que la naturaleza de las conductas antisociales junto con la insensibilidad y frialdad en el estilo de interacción de los psicópatas, no suelen generar el cuidado o la simpatía de los profesionales. A medida que la investigación se centra más en los déficits específicos que se sitúan en el corazón de la psicopatía, se hace evidente que al menos algunos comportamientos y rasgos tienden a ser resultados directos de los impedimentos en algunos de los procesos cognitivos más fundamentales. Tendríamos que considerar que la psicopatía no conserve su estigma de “intratable”. En combinación con un conocimiento cada vez mayor sobre los signos evolutivos de la psicopatía, los pequeños aumentos en la comprensión de los procesos neurológicos y los déficits conductuales específicos que caracterizan esta condición podrían tener beneficios significativos para el tratamiento y la prevención de la psicopatía en adultos.


Bibliogarfia
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1 comentario:

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