La violencia y el comportamiento antisocial son características
consistentes y centrales en la historia de la humanidad. Acercamientos
a entender sus causas, manifestaciones y formas de evitarlas
es el objeto de muchas disciplinas, entre ellas la psicología.
La investigación científica realizada hasta ahora, es capaz de
ofrecer explicaciones sobre las causas y tratamientos de ciertos
problemas de comportamiento. En muchas ocasiones los problemas
de conducta tienen un inicio temprano, donde el niño
presenta un comportamiento repetitivamente oposicionista,
impulsividad y agresión a otros niños, con un ambiente tipificado
como violento e inestable. Cuando ese niño se desarrolla se
tienden a producir una serie de hitos como el fracaso escolar, uso
de drogas, contactos con la justicia o sistemas de salud mental
(Loeber y Farrington, 2000). Gracias a décadas de investigación,
se sabe mucho acerca de cómo identificar este conjunto de
problemas, cuándo y cómo intervenir y cuándo no.
La investigación sobre el comportamiento agresivo y antisocial
de los jóvenes, ha señalado consistentemente una gran heterogeneidad
dentro de este grupo de jóvenes antisociales en términos
de características de comportamiento, de su curso y desarrollo
y de las causas de esos problemas de conducta (White
y Frick, 2010). Es decir, en jóvenes con el mismo resultado
de comportamiento (problemas de conducta, delincuencia) se
encuentran diferentes caminos que explican el desarrollo de
esa conducta disruptiva; por lo tanto, resulta crucial poder clasificar
adecuadamente a este grupo de jóvenes para entender
mejor los mecanismos que operan detrás de ese heterogéneo
grupo de problemas de conducta.
Uno de los criterios de clasificación que se pueden utilizar en
este grupo de sujetos es la presencia o no del rasgo de insensibilidad
afectiva (CU), entendido como una falta de empatía,
una falta de culpa, de remordimientos y de insensibilidad hacia
las emociones de los demás. Se ha mostrado que, en muestras
de niños, tanto clínicas como comunitarias, la presencia del
rasgo de CU emerge constantemente como distintivo frente
a otros aspectos de la psicopatía como la impulsividad y
el narcisismo (Frick, Bodin y Barry, 2000). La impulsividad
no diferencia ni distingue subgrupos dentro de los niños con
problemas de conducta severos y de inicio temprano, o adolescentes
con problemas de conducta graves y delincuencia,
mientras que elevados niveles del rasgo de CU caracterizan a un grupo de jóvenes antisociales con características asociadas
a la psicopatía adulta (Essau, Sasagawa y Frick, 2006). Los
niños que tienen problemas de conducta y además presentan
el rasgo de CU tienen patrones de comportamiento antisocial
más severos y estables en el tiempo (López-Romero, Romero
y Luego, 2011). Además, comparados con los niños que presentan
sólo problemas de conducta, los niños con el rasgo de
CU minimizan las consecuencias que su agresión provoca en
sus víctimas, no son intimidados por la posibilidad de recibir
un castigo por su mal comportamiento, muestran una menor
empatía hacia la emoción de tristeza y tienen mayor probabilidad
de iniciar un consumo de sustancias a edades tempranas
(Pardini y Byrd, 2012). Resultados similares a los encontrados
en niños, han mostrado que las niñas que presentan el rasgo
de CU junto con problemas de conducta tienen comportamientos
antisociales más severos y persistentes que las niñas
que presentan sólo trastornos de conducta (Pardini, Stepp,
Hipwell, Stouthamer-Loeber y Loeber, 2012).
Modelo de J. Blair en el desarrollo de la psicopatía infantojuvenil
Como hemos señalado a lo largo de estas páginas parece que la
psicopatía tiene su origen en etapas tempranas del desarrollo.
Hemos enfatizado la importancia de saber detectar aquellas
características temperamentales que resultan precursoras de
conductas antisociales en la infancia y en la edad adulta. Dado
que estas características psicopáticas aparecen temprano en el
desarrollo de un individuo necesitamos encontrar un marco
teórico que pueda explicar la evolución de dicho trastorno.
Uno de los modelos que es capaz de explicar el desarrollo de
este trastorno desde la infancia es el modelo de Mecanismos de
Inhibición de la Violencia (VIM), propuesto por Blair en 1995.
Este modelo surge de posiciones etologistas que proponen que
en especies de animales sociales existen una serie de mecanismos
para el control de la agresión. Estos mecanismos se ponen
en marcha cuando en la víctima animal se producen una serie
de señales que indican que se rinde y que el animal vencedor
capta cesando así su conducta agresiva. Blair (1995) supone
que en los humanos existen mecanismos análogos que inhiben
la violencia (VIM), que no sólo se ponen en marcha cuando
la víctima muestra conductas de rendición, sino que también
se activan ante señales de distrés (ejemplo, expresiones faciales
de tristeza o el llanto) que inician una respuesta de retirada y
cese del ataque.
Para Blair este mecanismo de inhibición de la violencia se encuentra detrás del desarrollo moral del niño y,
por lo tanto, su fallo explicaría el desarrollo de características
psicopáticas.
Blair sugiere que el VIM es un requisito para el desarrollo de
tres aspectos de la moralidad: las emociones morales (como
la culpa, remordimiento, empatía), la inhibición del comportamiento
violento y la distinción entre transgresión moral y
convencional (Blair, 1995).
Las emociones morales
Blair (1995) considera que el arousal generado por la activación
del VIM podría ser interpretado como una emoción moral.
Cuando se activa el VIM se pone en marcha una respuesta
de retirada que implica la experimentación en el sujeto que se
retira de emociones aversivas. En la línea de esta afirmación
nos encontramos con estudios que muestran que la percepción
de distrés en otros genera una reacción emocional aversiva que
se puede medir por el arousal generado en el observador (Bandura
y Rosenthal, 1966, en Blair 1995).
Una de las emociones morales que está relacionada con la
psicopatía, precisamente por su ausencia, es la empatía.
La
empatía no es un constructo unitario y podemos distinguir
tres tipos: la empatía cognitiva (relacionada con la Teoría de
la Mente) que podríamos definir como la capacidad de representarse
mentalmente los estados de los otros (sus pensamientos,
sus deseos, sus creencias, intenciones, etc.) (Frith,
1989, en Blair 1995); la empatía motora que se definiría
como la tendencia automática para sincronizar las expresiones
faciales y mímicas, posturas y movimientos con los
de la otra persona (Hatfield, Cacioppo y Rapson, 1994, en
Blair 1995); y, por último, la empatía emocional que se refiere
a la capacidad de reconocer y experimentar las emociones
del otro (Blair, 2005). Las investigaciones en psicopatía han
mostrado que los psicópatas no presentan dificultades con
la Teoría de la Mente ni con la empatía motora, sino que
muestran serias dificultades en la empatía emocional, siendo
selectiva con algunas expresiones emocionales, como por
ejemplo la tristeza y el miedo (Blair, 2005). Es decir, que
los psicópatas son capaces de ponerse cognitivamente en el
lugar del otro, pero no sienten como el otro.
Saben cómo se
sienten los demás, pero no sienten como ellos. Este fallo en
la empatía emocional lo explicaremos más adelante cuando
hablemos de la incapacidad selectiva de los psicópatas para
reconocer expresiones emocionales.
En un desarrollo normal, la presencia de claves de distrés en
la víctima, como consecuencia de haber sufrido una agresión,
activa en el agresor un estado emocional aversivo (que
Blair relaciona con la activación del VIM). Esta situación
repetida varias veces acaba por generar un condicionamiento
clásico en el que las claves de distrés son el estímulo
incondicionado (EI) y la activación del VIM la respuesta
incondicionada (RI).
En resumen, el buen funcionamiento de las emociones morales
es el primer requisito para el desarrollo de una conducta
moral adecuada y es precisamente este tipo de emociones las
que fallan en los niños y adultos con psicopatía.
Inhibición del comportamiento violento
La activación del VIM genera una respuesta de retirada que
inhibe el comportamiento violento. En el desarrollo de un
niño normal se produce un reforzamiento negativo para la
respuesta del cese de la agresión o inhibición de la misma que
significa dejar de experimentar las emociones negativas transmitidas
por la víctima. Por lo tanto, lo que se consigue es que
el niño aprenda a no ejecutar conductas agresivas. Si, por el
contrario, lo que ocurre es que se refuerza la conducta agresiva,
evidentemente, el niño no asociará el daño causado en
el otro con emociones negativas (Blair, 1995). Cuando estos
mecanismos funcionan correctamente y los padres introducen
bien la norma, con el paso del tiempo será menos probable que
el niño inicie comportamientos violentos.
En la psicopatía, al
no experimentar las emociones negativas transmitidas por la
víctima (no se activa el VIM), es más difícil que se produzca
el reforzamiento negativo explicado anteriormente y, por
lo tanto, no se produce una inhibición del comportamiento
violento. A esta situación tenemos que añadir que los niños
con características psicopáticas tienen serias dificultades para
aprender del castigo, y por lo tanto no experimentan ansiedad
ante la realización de una conducta agresiva.
Probablemente estas dificultades de aprendizaje descritas, que
Blair asocia a la no activación de los mecanismos de inhibición
de la violencia, puedan ser entendidas por la presencia en este
tipo de niños del rasgo de CU descrito anteriormente.
Distinción entre transgresión moral/convencional
La distinción entre transgresión moral y convencional se encuentra
presente en los juicios que realizan tanto adultos como
niños. La transgresión moral (ej. herir a otros) ha sido definida
por las consecuencias que tiene en los derechos y bienestar
de los demás, está centrado en la víctima. Por otra parte, la
transgresión convencional (ej. hablar en clase) se ha definido
por los efectos que provoca en el orden social, es decir, son
transgresiones de comportamiento que implica violar convenciones
sociales (Blair, 1995).
Tanto los adultos como los niños
juzgan como más serias y menos permisivas las transgresiones
morales que las convencionales. Las normas morales son menos
permisibles, en el sentido de que si una figura de autoridad
(ej. la profesora) legitima una transgresión moral el niño no
suele realizar la conducta, en cambio en el caso de las normas
convencionales no ocurre así. Hay determinados actos que se
juzgan como no permitidos sin necesidad de que haya una
regla explícita que lo prohíba, estos actos se encuentran dentro
de las normas morales. Esta distinción entre las normas morales
y convencionales se encuentra presente en los niños desde
los 39 meses y en todas las culturas (Blair, 1995).
La distinción entre la transgresión moral y convencional radica
en la activación del VIM. Por definición, las transgresiones
convencionales no implican la activación del VIM ya que, al
no haber víctimas implicadas, se produce sólo una alteración
del orden social. En el caso de las transgresiones morales, al
tener una víctima se produce una activación de las estructuras
encargadas del procesamiento de las claves de distrés en el otro
que conlleva una inhibición del comportamiento y la generación
de un estado emocional aversivo.
En resumen, en un desarrollo normal la activación del VIM
genera la producción de emociones morales que a su vez generan
la inhibición del comportamiento violento, el desarrollo de
una conducta empática y la expresión de culpa. La puesta en
marcha de este mecanismo es lo que ayuda a distinguir entre
una norma moral y una norma convencional.
En el caso de los niños con características psicopáticas no se
produce la activación de este sistema (VIM), por lo tanto, no
se inhibe el comportamiento violento, no se genera una conducta
empática ni la expresión de culpa. Todo ello tiene como
consecuencia una incapacidad para distinguir entre transgresiones
morales y transgresiones convencionales.
Las investigaciones en las que Blair y su equipo han puesto a
prueba este modelo llegan a la conclusión de que los psicó-
patas, tanto adultos como niños, no son capaces de distinguir
entre los dos tipos de normas (moral/convencional), muestran
menos referencias al bienestar de la víctima cuando tienen que
justificar algunas de las transgresiones, y no son capaces de
atribuir correctamente estados emocionales en los otros (Blair,
1995).
Aportación de la neurociencia al estudio de la psicopatía
Para la correcta interpretación y comprensión de la psicopatía,
es imprescindible estudiarla desde diferentes prismas; entre
ellos, podemos destacar el individual, social, familiar, genético
y neurocientífico. No se pretende hacer aquí una revisión
exhaustiva de todas las investigaciones de neurociencia relacionadas
con la psicopatía, pero sí señalar algunas estructuras
cerebrales que han mostrado una mayor relación con esta patología.
Una de las estructuras que más se ha relacionado con el dé-
ficit emocional de los psicópatas es la amígdala, implicada en
el reconocimiento de expresiones emocionales, entre ellas, el
miedo (Blair et al., 2004).
La amígdala es una región cerebral esencial en el procesamiento
de la significación emocional de los eventos ambientales.
Evalúa la significación emocional de las características
sensoriales simples y de las percepciones complejas, e incluso
de pensamientos abstractos controlando además la expresión
de reacciones emocionales. Estas funciones se llevan a cabo a
través de circuitos subcorticales (tálamo-amígdala) o corticales
(tálamo-corteza-amígdala) (Blair et al., 2004).
Pero la amígdala no es la única estructura, Kiehl (2006), relaciona
la psicopatía con un mal funcionamiento del sistema
paralímbico formado por estructuras como, el córtex orbitofrontal,
la ínsula, el cíngulo posterior y anterior, la amígdala,
el giro parahipocampal y el giro temporal superior y anterior.
Una de las estructuras implicadas, que parece que está adquiriendo
cierta consistencia, es el córtex temporal superior
(STC) (Blair, 2010). Una atípica actividad de esta región se ha
encontrado en estudios de resonancia magnética funcional en
muestras de adolescentes con psicopatía (Marsh et al., 2008).
El STC mantiene conexiones recíprocas con la amígdala y su
atípico funcionamiento en la psicopatía se puede explicar por
una disfunción en la amígdala.
2. La mirada
Dadds y su equipo (Dadds, El Masry, Wimalaweera y Gustella,
2008) se han dado cuenta de que un aspecto crucial en la
explicación de la psicopatía y que acompaña perfectamente al
modelo de Blair, es la importancia del estudio de la mirada en
jóvenes con características psicopáticas. A diferencia de lo que
hemos visto hasta ahora, que pretende explicar qué es la psicopatía
y cómo se desarrolla, Dadds es un autor muy preocupado
por el tratamiento de esta patología. Una vez que ya sabemos
cómo son los adultos con esta patología y, cómo son los niños
que presentan elevadas puntuaciones de CU, el paso que tiene
que dar la investigación es intentar encontrar la manera de ayudarles
a cambiar de rumbo. Por ello, Dadds (Dadds et al., 2008)
convencido de que el tratamiento se tiene que realizar en las
primeras etapas del desarrollo intenta encontrar la piedra angular
sobre la que trabajar con este tipo de niños, y esa piedra es la
mirada. Como veremos a continuación, la mirada es uno de los
aspectos más esenciales que poseemos como seres humanos, y si
no existe un correcto procesamiento de este aspecto tan esencial
se pueden desencadenar problemas importantes en el desarrollo
del niño. Uno de ellos es la psicopatía.
A continuación, explicaremos en primer lugar, por qué es importante
el estudio de la mirada, qué aspectos relevantes tiene
en la interacción social; y, en segundo lugar, qué ocurre en la
mirada de los niños con características psicopáticas.
La importancia de la mirada en el ser humano
Uno de los aspectos más cruciales en la interacción humana
es la expresión facial. A través de la cara podemos identificar
estados internos en el otro que permiten una mejor comunicación.
La cara nos proporciona información sobre la identidad,
intenciones y estados emocionales en la comunicación
social (Farroni, Johnson y Csibra, 2004). Dentro de la cara, es
especialmente importante el procesamiento de la mirada. El
contacto ocular supone el principal modo de comunicación
entre humanos.
Desde el nacimiento, los infantes muestran
preferencias hacia las caras, y dentro de ellas, a la mirada. Por
ejemplo, prefieren caras con los abiertos frente a cerrados, y
una mirada directa hacia ellos que mirada desviada (Farroni,
Johnson y Csibra, 2004).
Baron-Cohen explica esta preferencia de los bebés por el
contacto ocular por la presencia de un mecanismo específico
denominado “detector de la dirección ocular” (EDD, por sus
siglas en inglés) (Farroni, Johnson y Csibra, 2004). Este mecanismo
EDD estaría encargado de, en primer lugar, detectar la
presencia de los ojos; y, en segundo lugar, detectar su dirección
y comportamiento.
La función de detección es considerada por
Baron-Cohen, innata; y, la referente a la dirección y comportamiento
emergería más tarde. Tener la capacidad de detectar la
dirección de la mirada es evolutivamente positivo porque nos
permite dar respuesta a potenciales amenazas. Cuando dos
personas se están comunicando estableciendo contacto ocular
y, una de ellas (interlocutor
1) desvía la mirada de forma rá-
pida y brusca, se produce una reacción de defensa en el interlocutor
2, y este interlocutor dirige su mirada al mismo punto
que el interlocutor 1, produciéndose un momento de atención conjunta. Puede que la detección de la dirección de la mirada
haya evolucionado en el ser humano como una respuesta a potenciales
amenazadas; y, que la atención conjunta o la mirada
directa aparezca más exclusivamente en primates para facilitar
la interacción en un grupo.
La interpretación de las señales de la mirada es probablemente
uno de los actos de comunicación más típicamente humano, y
es esencial para el desarrollo de un entendimiento de los estados
mentales del otro. Es decir, para el desarrollo de la “teoría
de la mente” (Farroni, Johnson y Csibra, 2004).
En un estudio realizado por Farroni, Johnson y Csibra (2004)
examinaron la importancia de la dirección de la mirada en el
desarrollo del reconocimiento facial. Habituaron a bebés de 4
meses de edad a caras que les miraban directamente o a caras
que apartaban la mirada. Después examinaron la preferencia
de los bebés hacia la novedad, comparando las caras a las que
estaban habituados con caras nuevas. Los infantes que habían
sido expuestos a caras que les miraban directamente mostraban
más preferencia hacia las caras nuevas, que los que habían sido
expuestos a caras que no les miraban directamente. Estos resultados
mostraron que la mirada directa proporciona al bebé un
conocimiento más profundo de la cara, que la mirada desviada y,
por lo tanto, le permite atender a estímulos novedosos.
Mecanismos neuronales implicados en el procesamiento
de caras y de la mirada
Hay dos clases de percepción facial que requieren representaciones
independientes. Una implica la percepción de aspectos
cambiantes de la cara, como la expresión y dirección de
la mirada, mientras que la otra implica aspectos faciales de
estructura que son invariantes. La percepción de los aspectos
cambiantes, nos proporciona información sobre el estado
mental actual de la otra persona (Hoffman y Haxby, 2000).
La mirada, en particular, es una señal social muy potente que
guía nuestra atención y puede informarnos sobre los intereses
e intenciones de la otra persona.
La percepción de aspectos
invariantes es importante para el reconocimiento de alguien,
es decir, su identidad.
Las personas que tienen un déficit en el reconocimiento de caras
(prosopagnosia), presentan una lesión en la zona temporal
ventral (Hoffman y Haxby, 2000). Dentro del córtex temporal
ventral, los estudios de neuroimagen, identifican la región del
giro fusiforme lateral (LFG) como una región que responde
con más intensidad a las caras que a otros estímulos (Hoffman
y Haxby, 2000). En una investigación realizada por Hoffman
y Haxby (2000) encontraron que la percepción de la identidad
facial (los aspectos invariables) estaban más mediados por la
activación del giro fusiforme y el occipital inferior; y, que la
percepción de la mirada (aspectos variables) estaba más mediada
por el surco temporal superior. Además, la percepción de
la mirada también parece activar el sistema cognitivo espacial
con el surco intraparietal para codificar la dirección de la mirada
y focalizar la atención en esa dirección.
Observar la expresión facial de otra persona también nos aporta
información sobre la emoción que está experimentando y nos
puede evocar una emoción a nosotros mismos.
La percepción de expresiones emocionales genera actividad en las regiones del
cerebro asociadas con la emoción. La percepción de caras de
miedo y asco activan regiones del sistema límbico encargadas
del procesamiento emocional. Mientras que, por ejemplo, la
lectura de los labios activa regiones asociadas con el procesamiento
de estímulos auditivos (Hoffman y Haxby, 2000). En
un estudio realizado con magnetoencefalografía y expresiones
faciales emocionales, encontraron una respuesta del córtex superior
temporal alrededor de los 140-170 ms, que indicaba una
identificación facial; y, alrededor de los 200 ms se elicitaba una
respuesta de la amígdala derecha. Este estudio proporciona información
acerca de la interacción directa entre estas regiones
en la percepción de expresiones emocionales. Pacientes con lesión
bilateral en la amígdala muestran una incapacidad selectiva
a la hora de reconocer emociones como el miedo o la ira, lo
que contribuye a la dificultad de reconocer dichas expresiones
faciales emocionales.
La percepción de asco en la cara de otra
persona evoca una respuesta en la ínsula anterior, una región
presumiblemente asociada con el procesamiento de olores y
sensaciones viscerales (Hoffman y Haxby, 2000).
La amígdala parece jugar un papel importante en la percepción
de las caras emocionales y, por lo tanto, se convierte en
una estructura importante en la interacción social. BaronCohen
et al. (Hoffman y Haxby, 2000), encontraron que la
amígdala se activaba en tareas que requerían juicio del estado
de la mente basado en la percepción de la franja de los ojos. En
su estudio, sujetos autistas de alto funcionamiento mostraron
menos activación de la amígdala y el córtex frontal inferior
cuando realizaron la tarea, pero una mayor activación de la
región temporal superior, sugiriendo que su incapacidad en la
cognición social podría estar asociada con una anormal interacción
entre estas estructuras.
Los ojos representan un estímulo con una carga emocional
muy elevada, por lo tanto, no es de extrañar que la amígdala
esté implicada en ese proceso. Gran parte de las expresiones
emocionales utilizan músculos de la cara que se encuentran
distribuidos entre la boca y los ojos. Por ejemplo, el asco se representa
en la mitad inferior de la cara, mientras que el miedo
se procesa en la mitad superior (la franja de los ojos) (Dadds
et al., 2008).
Como resumen de las estructuras cerebrales implicadas en la
percepción de caras, podemos explicar el modelo propuesto
por Hoffman y Haxby (2000). Tendríamos tres estructuras
centrales en el procesamiento de caras (giro inferior occipital,
surco temporal superior y giro fusiforme lateral), que se comunican
con el surco intraparietal, córtex auditivo, amígdala,
ínsula y sistema límbico; y, zona temporal anterior.
Con la información que se ha expuesto hasta este momento,
podemos poner en relación dos aspectos importantes del
estudio de la psicopatía y del estudio de la mirada. Por un
lado, podemos deducir que, si la amígdala es una estructura tan
fundamental para detectar la expresión emocional, sobre todo
de miedo, y, se ha mostrado en investigaciones que los sujetos
con psicopatía tienen un déficit importante en la amígdala, es
de esperar que la psicopatía se asocie con dificultades a la hora
de detectar dicha expresión facial emocional.
Por otro lado,
recordamos la hipótesis presentada por Kiehl (2006), en la que
mencionaba que la psicopatía podía tener un mal funcionamiento
del sistema paralímbico, en el que el córtex temporal
superior (STC) podría estar afectado. Si esto lo relacionamos
con los estudios de neurociencia sobre la mirada, en los que
indican que parece existir una zona concreta para el procesamiento
de los ojos (aspectos variables de la cara), que es el surco
temporal superior; ambos datos nos pueden indicar que las
personas con psicopatía no sólo pueden presentar problemas a
la hora de reconocer una expresión facial emocional, sino que
el déficit se encuentra específicamente en la franja de los ojos.
¿Qué ocurre en la mirada de los niños con características
psicopáticas?
El buen procesamiento de las expresiones faciales resulta crucial
para la socialización y la modulación del comportamiento
interpersonal. Como hemos visto en el modelo de Blair (Blair,
1995), saber identificar la emoción del otro nos permite actuar
en consecuencia y frenar aquellos comportamientos que puedan
causar daño. En el caso de los niños con características
psicopáticas, que puntúan alto en el rasgo de CU, tienen una
dificultad a la hora de procesar expresiones faciales de miedo
y tristeza, es decir, tienen tiempos de reacción más altos a la
hora de reconocer dichas expresiones emocionales y cuando
dicen reconocerlas cometen más fallos de identificación que
los sujetos del grupo control (Blair et al., 2004).
En un estudio realizado por Adolphs et al., (citado en Dadds
et al., 2006) encontraron que personas con la amígdala da-
ñada tenían dificultades para reconocer expresiones faciales
de miedo por no prestar atención a la franja de los ojos,
pero que esa incapacidad disminuía cuando se les obligaba a
prestar atención a la zona de la mirada.
Con estos resultados
Dadds et al., (2006) intentaron replicar la investigación en sujetos
con psicopatía. En concreto, querían probar la hipótesis
acerca del reconocimiento del miedo en la franja de los ojos
en una muestra de jóvenes adolescentes comparando rasgos
de insensibilidad emocional y comportamiento antisocial.
Los resultados mostraron que, específicamente, el comportamiento
antisocial era el único asociado con una tendencia a
sobreestimar la hostilidad, mientras que el rasgo de insensibilidad
emocional (aspecto afectivo de la psicopatía), eran el
único asociado con un pobre reconocimiento de las expresiones
de miedo. Aunque su estudio fue el primero en mostrar
este efecto relacionado con la psicopatía, en una investigación
anterior realizada por Richell et al., (2003, citado en Dadds
et al., 2006), encontraron que sujetos con psicopatía sí podían
identificar expresiones faciales presentando estímulos faciales
trucados que incluían sólo la expresión de la franja de los ojos,
es decir, que cuando se les presentaba sólo la franja de los ojos
las identificaciones de miedo mejoraban. Estos resultados podrían
indicar que los problemas en el reconocimiento de la
emoción en la psicopatía podrían deberse, en parte, a un fallo
en la dirección de la atención a estímulos emocionalmente
significativos del ambiente, como es la expresión emocional de
la mirada. Esto podría tener un amplio abanico de implicaciones
para intervenir con niños que se encuentran en periodos
críticos del desarrollo.
Dadds (Dadds et al., 2006) argumenta
que estos procesos atencionales son de especial importancia
en los primeros años de vida, donde la sensibilidad para aplicar
técnicas de disciplina depende en parte de la capacidad de
reconocimiento de los estados emocionales por parte de los
cuidadores. Más aún, como hemos mencionado anteriormente,
la habilidad para reconocer el miedo en el otro puede ser un
marcador específico en el desarrollo de la teoría de la mente.
En un estudio realizado por Dadds et al. (2008) muestran resultados
similares a los obtenidos en el 2006 (Dadds et al.,
2006). Presentan a los sujetos con altos y bajos niveles de insensibilidad
emocional, expresiones faciales emocionales bajo
la condición de que miren libremente a la cara; y, después se
les pide que miren específicamente a la franja de los ojos. Los
resultados indican que los sujetos que presentan altos niveles
de insensibilidad emocional muestran, de manera natural,
menor atención a la franja de los ojos de la cara. Como se
ha mencionado antes, Baron-Cohen en su estudio con sujetos
autistas, encuentra resultados similares (Farroni, Johnson
y Csibra, 2004).
Parece que ambos grupos muestran déficits
similares en la región de los ojos, sin embargo, es poco probable
que exista un mecanismo subyacente común a las dos
patologías. El autismo se asocia generalmente a una falta de
contacto visual debido a que estos individuos encuentran la
interacción visual como altamente estimulante, por lo tanto,
la tenderían a rechazar. En cambio, en los sujetos con características
de insensibilidad emocional, esta falta de atención a la
región de los ojos se podría explicar por una falta de respuesta
de la amígdala a estímulos emocionales y, por lo tanto, una
ausencia de dirección de la atención a la región de los ojos
(Dadds et al., 2008).
No se sabe con exactitud cuándo puede comenzar este déficit,
sin embargo, conocer sus orígenes es de vital importancia para
el diseño de estrategias de prevención y tratamiento. Se podrían
considerar dos puntos de partida; uno relacionado con el
comienzo de la pubertad, donde el desarrollo hormonal, cognitivo
y de cambios sociales podría tener implicaciones en el
procesamiento de estímulos emocionales (Dadds et al., 2008).
Sin embargo, como hemos mencionado antes, la atención selectiva
a la franja de los ojos parece que se produce muy pronto
en el desarrollo (Farroni, Johnson y Csibra, 2004). Bebés
sanos muestran una atención automática a caras humanas, en
concreto, a la franja de los ojos.
Esta atención junto con la
respuesta recíproca de su cuidador es una parte crucial en el
desarrollo del apego, y sienta las bases de un desarrollo sano,
en general, así como una mayor regulación emocional, toma
de decisiones comunicativa y el desarrollo de la consciencia,
en particular. Un déficit temprano en esta atención automá-
tica a la zona de los ojos del cuidador podría una tener una
cascada de consecuencias negativas para la interacción padreshijo
(Dadds et al., 2008). Por tanto, es prioritario encontrar
los orígenes y desarrollo de este déficit de procesamiento en la
franja de los ojos.
En el caso específico de sujetos con características psicopáticas,
¿qué puede suponer este déficit de atención a la franja de
los ojos? Como hemos visto antes, el déficit que se acaba de
describir está muy relacionado con el modelo de Blair de los
mecanismos de inhibición de la violencia. Una dificultad para
procesar la mirada de miedo desencadena una dificultad para
inhibir el comportamiento violento. El modelo de inhibición
de Blair es probablemente más aplicable en etapas posteriores
cuando factores instrumentales juegan un rol más importante
en el desarrollo de la consciencia. Si el déficit en el procesamiento
de la mirada se presenta desde etapas muy tempranas,
afecta a la calidad del apego, la regulación emocional y la teoría
de la mente (Dadds et al., 2008).
3. influencia de las prácticas
parentales en el desarrollo
de la psicopatía infato-juvenil
Si, como indican los autores, se debe intervenir en etapas sensibles
del desarrollo, es importante tener en cuenta el modelo
de socialización de las figuras de referencia.
El empleo de
unas prácticas parentales inadecuadas y su interacción con un
temperamento difícil por parte del niño ha sido propuesto
en diversos modelos como primer eslabón en el desarrollo de
problemas de conducta infantiles (López-Romero, Romero y
Luego, 2011).
A pesar de la importancia que tanto las prácticas parentales
como los rasgos psicopáticos de tipo afectivo/interpersonal
tienen como predictores independientes de los problemas de
conducta (Larsson, Viding y Plomin, 2008), su influencia no
parece manifestarse de forma aditiva acumulando los efectos
de ambos factores. Lykken (1995) fue de los primeros
autores en apuntar en esta dirección. Este autor planteó que
aquellos niños que presentaran un temperamento difícil y
una dificultad para aprender del castigo, tendrían un riesgo
importante de desarrollar comportamientos antisociales
en la edad adulta con independencia del ambiente en el que
habían crecido.
Décadas de investigación acerca de patrones de socialización
han identificado la relación que puede existir entre patrones
de socialización coercitivos con problemas de conducta en el
niño. Sin embargo, se han publicado investigaciones en las que
se explica que la aparición de problemas de conducta en el
niño que tiene características de insensibilidad emocional parece
no estar relacionados con los patrones de socialización
(Pasalich, Dadds, Hawes y Brennan, 2011).
En primer lugar, los tratamientos conductuales son menos
efectivos para trabajar con niños (4-8 años) que presentan
rasgos de CU. Aunque el refuerzo puede ser igual de efectivo,
los rasgos de CU están asociados con un menor afecto negativo
en el niño y una menor sensibilidad a tratamientos como
el “tiempo-fuera”. En segundo lugar, estudios transversales
han mostrado que prácticas parentales como la pobre supervisión
y disciplinas duras e inconsistentes se relacionan más
con problemas de conducta en niños con bajo CU que con
alto CU. Y, en tercer lugar, estudios con gemelos han mostrado
una fuerte influencia genética en el comportamiento
antisocial de niños con altos niveles de CU (Pasalich, Dadds,
Hawes y Brennan, 2011).
En un estudio realizado por Dadds et al., (2011), querían poner
en relación el déficit en el procesamiento de la mirada encontrado
en situaciones de laboratorio, con la interacción real
entre el niño y sus figuras de referencia. Para ello, observaron
las interacciones de contacto ocular entre el hijo y la madre;
y, el hijo y el padre. Encontraron que las interacciones eran
recíprocas, es decir, cuanto más contacto ocular había de los
padres al niño, más contacto había del niño a los padres; y, que
los niños con problemas de conducta que tenían altos niveles
de CU mostraban menos niveles de contacto ocular tanto con
la madre como con el padre.
Estos resultados apoyan lo mencionado
en investigaciones previas, y son consistentes con la
idea de que el contacto ocular con las figuras de referencia es el
primer motor de un sistema general de desarrollo que abarca
procesos de bajo nivel como la atención a estímulos emocionalmente
salientes, hasta rasgos humanos de orden superior
como la empatía.
A pesar de que estos resultados nos muestran que las técnicas
de socialización parecen bastante inocuas a la hora de modificar
los niveles altos de CU, es necesario realizar más investigación
para encontrar la forma de acceder a estos niños. Como
hemos mencionado anteriormente, Dadds et al., (2011) están
especialmente preocupados por este asunto, y ofrecen investigación
rigurosa que nos muestra algo de luz en el camino de
encontrar un tratamiento.
En concreto, focalizan sus esfuerzos
en tratamientos que intentan modificar el déficit de contacto
ocular entre el niño y sus figuras de referencia, donde parece
que se están produciendo resultados alentadores.
Además de los tratamientos psicólogos, no debemos perder
de vista los posibles tratamientos farmacológicos. Si sabemos,
como hemos visto, que uno de los déficits importantes presente
en los niños con rasgos elevados de CU es la dificultad
para atender a la franja de los ojos, debemos buscar si algún
componente neuroquímico pueda estar relacionado.
En los últimos
años, ha crecido el interés por relacionar los niveles de
oxitocina con las características psicopáticas, en concreto, se ha
encontrado que bajos niveles de oxitocina pueden estar asociados
con los déficits cognitivos y emocionales presentes en la
psicopatía (Dadds et al., 2014). Además, en una investigación
realizada por Guastella, Mitchell y Dadds (2008) se encontró
que a aquellos participantes a los que se les suministraba oxitocina
aumentaban su atención a la región de los ojos de las
caras humanas.
Por lo tanto, dados estos resultados, debemos
mantener abierta la puerta a tratamientos que no sean exclusivamente
psicológicos.
La psicopatía es un trastorno que puede tener un impacto
devastador tanto en los pacientes como en la sociedad con
la que interactúan. A pesar de esto, los psicópatas criminales
siguen siendo una de las poblaciones menos tratadas con
éxito. Nuestra comprensión de los fundamentos biológicos
de este trastorno debe ser mejorada si queremos avanzar en
el tratamiento de este grupo de personas.
La psicopatía es a
menudo estigmatizada como una condición inmutable, en
la que la naturaleza de las conductas antisociales junto con la insensibilidad y frialdad en el estilo de interacción de los
psicópatas, no suelen generar el cuidado o la simpatía de los
profesionales. A medida que la investigación se centra más en
los déficits específicos que se sitúan en el corazón de la psicopatía,
se hace evidente que al menos algunos comportamientos
y rasgos tienden a ser resultados directos de los impedimentos
en algunos de los procesos cognitivos más fundamentales.
Tendríamos que considerar que la psicopatía no conserve su
estigma de “intratable”. En combinación con un conocimiento
cada vez mayor sobre los signos evolutivos de la psicopatía, los
pequeños aumentos en la comprensión de los procesos neurológicos
y los déficits conductuales específicos que caracterizan
esta condición podrían tener beneficios significativos para el
tratamiento y la prevención de la psicopatía en adultos.
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Hola, he descubierto tu blog y tiene cosas interesantes. Gracias. El mío tiene una propuesta y petición con información sobre psicopatía, en el que quizás encuentres algo útil.
ResponderEliminarCon tiempo y de a poco también iré leyendo el tuyo. Con este tengo ahora tengo dos blogs en favoritos del navegador.
Saludos.