Resumen:
El objetivo de este estudio consiste en caracterizar a los menores que están en
centros de internamiento de la Agencia de la Comunidad de Madrid para la
Reeducación y Reinserción del Menor Infractor en cuanto a sus características
delictivas y, al mismo, tiempo validar un instrumento conocido como IGI-J
(Inventario para la Gestión e Intervención con Jóvenes) [YLS/CMI (Youth Level
of Service/Case Management Inventory)] que permite evaluar factores de riesgo
estáticos y dinámicos para explicar la conducta delictiva y desarrollar objetivos
de intervención educativo-terapéuticos. Para ello, se ha contado con 208
menores con una edad media de 17 años. Los resultados muestran que la media
de delitos por sujeto es de 1.86 siendo los más frecuentes los delitos contra la
propiedad. En cuanto a las medidas judiciales impuestas por los delitos
cometidos, la media fue de 1.44 y el promedio de la duración de las medidas fue
de 8,47 meses.
Refiriéndonos al IGI-J, este instrumento ha mostrado unos importantes
indicadores de fiabilidad (alfa de Cronbach 0.88) y validez predictiva. Las distintas escalas discriminaron de forma adecuada entre reincidentes y no
reincidentes, violentos y no violentos. Se analizan los datos en relación a la
planificación de los programas de intervención a desarrollar con este tipo de
población.
PALABRAS CLAVE: Menores Infractores, Reincidentes, Violentos, IGI-J.
Abstract
The goal of this study is to characterize minors interned in centers of the
Agency of the Community of Madrid for the Reeducation and Reinsertion of
Transgressing Minors with regard to their delinquent characteristics and to
validate an instrument known as the YLS/CMI (Youth Level of Service/Case
Management Inventory), which allows us to assess the static and dynamic risk
factors that explain delinquent behavior and to develop educational-therapeutic
intervention goals. Participants were 208 minors, mean age 17 years old. The
results show that the average number of criminal acts per subject is 1.86, with
offenses against property being the most frequent. The mean judicial measure
imposed for the offenses was 1.44, and the mean duration of the measures was
8.47 months.
With regard to the IGI-J, this instrument has shown satisfactory reliability
indicators (Cronbach’s alpha .88) and predictive validity. The diverse scales
adequately discriminated between recidivists and nonrecidivists, violent and
nonviolent minors. The data are analyzed with a view to planning intervention
programs to be developed with this kind o f population.
KEY WORDS: minors, transgressors, recividists, violent youths, IGI-J.
Introducción
La conclusión que se deriva de los dictámenes de la literatura
especializada sobre los programas que logran mejores porcentajes en la
reducción de la reincidencia indica que los jóvenes que cumplen medidas
judiciales precisan, sobre todo, nuevas formas de pensar la realidad y de actuar
en ella. Estos programas ayudan a que el sujeto desarrolle estrategias más
hábiles de solución de problemas; que disponga de autocontrol para no
responder con violencia frente a provocaciones, reales o imaginarias y que sea
capaz de relacionarse en los contextos escolares, laborales y sociales donde
pueda forjar unos hábitos que le permitan adaptarse de forma adecuada al
entorno sociocultural en que viva.
En la actualidad, un sistema de justicia juvenil moderno ha de implicarse
profundamente en la generación de prácticas eficaces, basadas en la mejor
evidencia científica disponible (lo que se conoce ahora en la literatura científica
como “política penal basada en la evidencia” —evidence based policy). El
paradigma asistencial ha dejado paso (o al menos queremos creerlo así) al paradigma de la búsqueda de resultados mediante esfuerzos bien diseñados y
ejecutados (paradigma de la competencia, intervencionista o criminológico).
Así pues, parece que es algo necesario disponer de herramientas con las
que poder evaluar cuáles son los factores de riesgo específicos del joven, qué
necesidades personales y de su ambiente pueden ser atendidas durante el
cumplimiento de la medida con objeto de acortar lo más posible su carrera
delictiva. Uno de los instrumentos ampliamente utilizado con delincuentes
adultos es el Inventario de Nivel de Servicio Revisado (Level of Service
Inventory Revised) de Andrews y Bonta (1995) del que se ha desarrollado una
versión para jóvenes delincuentes, el Inventario de Gestión e Intervención para
Jóvenes - IGI-J— (Youth Level of Service/Case Management Inventory) de
Hoge y Andrews, 2003. El marco teórico en el que se sustenta el IGI-J es el
modelo integrado de la conducta delictiva de Andrews y Bonta (1994, 2003).
Partiendo de las principales variables causales extraídas de la
investigación psicológica (actitudes, relaciones interpersonales, historia
conductual y personalidad antisocial), este modelo sostiene que la persona no
puede ser considerada como algo aislado, sino que vive, crece y se desarrolla
dentro de un contexto interactivo y dinámico. De ahí que la escuela, la familia, el
grupo de iguales y la comunidad deban tenerse en cuenta como unidades que
conforman el proceso de socialización pues la persona, su ambiente y su
conducta interaccionan en un proceso de influencia recíproca, motivo por el cual
los factores situacionales (ambientales y sociales) deben ser considerados, junto
con los personales, si queremos mejorar nuestra habilidad para predecir
conductas. Por tanto, es este reforzamiento personal, interpersonal y comunitario
el que explica la génesis de la conducta delictiva.
El IGI-J consta de 42 ítems agrupados en 8 factores de riesgo: 1) delitos y
medidas judiciales pasadas y actuales; 2) pautas educativas; 3) educación formal
y empleo; 4) relación con el grupo de iguales; 5) consumo de sustancias; 6)
ocio/diversión; 7) personalidad/conducta; 8) actitudes, valores y creencias. Cada
uno de estos factores está subdividido en varios ítems –entre 3 y 7- que se
describen en términos operativos y definidos previamente y cuya información ha
de obtenerse fundamentalmente a partir de la observación, del conocimiento
directo del chico/a y su entorno, de la entrevista semiestructurada ya establecida
para ello y de la documentación que se tiene del menor. Además, la existencia en
cada una de las áreas del riesgo de un elemento denominado “factor protector”
pone de relieve el esfuerzo de esta prueba (y de la teoría que la sustenta) por
definir aspectos susceptibles de ser tenidos en cuenta en la planificación de los
programas de tratamiento.
Los factores de riesgo se dividen en factores estáticos y dinámicos.
Los
primeros no pueden formar parte de los objetivos de intervención, ya que por su
propia naturaleza no pueden modificarse, caso por ejemplo del historial delictivo. Los segundos, cambiables a través de las experiencias vividas y de
programas desarrollados con un propósito terapéutico o educativo, son los
prioritarios para nosotros. A tales factores de riesgo dinámicos, en la medida en
que los juzgamos adecuados para ser objeto de un programa de tratamiento, los
llamamos necesidades criminógenas.
Una de las grandes ventajas del IGI-J es que fundamentalmente toma en
consideración cuáles son los factores de riesgo dinámicos o necesidades
criminógenas que podrían ser objeto posterior de intervención.
El listado de factores del IGI-J nos permite examinar todas las áreas que
se consideran más relevantes en la vida de estos menores: circunstancias
familiares; educación parental; historia escolar; actividad laboral; relación con el
grupo de iguales; abuso de sustancias; ocio y diversión; características de
personalidad y conductuales; actitudes, valores y creencias. Una vez
identificados los factores de riesgo y protección más pertinentes, el IGI-J
también ayuda a identificar los objetivos más apropiados para la intervención; la
última parte del instrumento permite centrar la intervención específica y su
evaluación.
Parece entonces que, por su estructura, el IGI-J es una prueba que está
muy orientada a esa doble tarea de identificar factores de riesgo al mismo tiempo
que definir objetivos que sean adecuados para el posterior diseño de un
programa de intervención.
A tenor de todo lo comentado y unido al deseo de la Agencia de la
Comunidad de Madrid para la Reeducación y Reinserción del Menor Infractor
de avanzar hacia una intervención con los menores infractores más eficaz, la
presente investigación pretende comprobar la capacidad del Inventario para la
Gestión e Intervención para Jóvenes (IGI-J) para predecir la reincidencia entre
los jóvenes delincuentes, así como para discriminar entre los delincuentes
violentos y no violentos, observando la relación existente entre tal prueba y
determinadas variables delictivas personales y sociales de la muestra estudiada
para, en última instancia, extraer conclusiones en relación a la utilidad de tal
prueba en el contexto del diseño y ejecución de los programas de intervención.
Método
Participantes
La muestra total de estudio está compuesta por 208 menores (173
hombres y 35 mujeres) de diversos centros de internamiento de la Comunidad de
Madrid, con edades comprendidas entre los 14 y 18 años de edad. El análisis de
las características de la muestra se presenta en el apartado de resultados.
Procedimiento
Tras recibir un curso de formación para el manejo del IGI-J, los
psicólogos de diversos Centros de Ejecución de Medidas Judiciales de la
Comunidad de Madrid administraron, por espacio de un año, la prueba a los
sujetos de nuevo ingreso. Además, se empleó un Cuadernillo de Recogida de
Información del Menor (CRIM) para obtener datos relativos a la historia
delictiva, personal y social de los jóvenes evaluados.
Diseño
El diseño de esta investigación es retrospectivo, lo que significa que la
reincidencia considerada es la llevada a cabo con anterioridad a la
administración de las pruebas. Es decir, la capacidad predictiva se evalúa viendo
de qué forma los instrumentos discriminan, en el momento de ser
cumplimentados, a aquellos jóvenes que en ese momento de la evaluación son
reincidentes de los que no lo son. Igual consideración se aplica a la predicción
entre la delincuencia violenta y no violenta realizada por los jóvenes.
Resultados
Características de la muestra
En cuanto a la distribución de los delitos se observa que la media de
delitos por sujeto es de 1.86 (desviación típica de 1,50), con un rango
comprendido entre 1 y 9 Se registraron, sobre todo, delitos contra la propiedad:
un total de 245. Hubo 28 homicidios y 28 agresiones sexuales.
Por lo que respecta a las medidas, hay que decir que la más frecuente fue
la libertad vigilada (120), seguida por el internamiento en régimen cerrado (73),
los trabajos en beneficios de la comunidad (56), el internamiento en régimen
semiabierto (43) y el tratamiento ambulatorio/centro de día, con una frecuencia
de cuatro. El promedio de la duración de las medidas fue de 8,47 meses, con una
desviación típica de 9,08 y un rango de 1-24. La media de medidas por sujeto
fue de 1.44, con una desviación típica de 1,89 y un rango comprendido entre 0 y
11 medidas.
El sexo de los participantes no discrimina entre las tres variables delictivas
más relevantes que hemos presentado: número de delitos, número de medidas y
meses de duración de las medidas. Aunque en todos los casos los valores de los
hombres superan a los de las mujeres, los valores no son significativos. En
cambio sí hay diferencias importantes con respecto a la edad ya que, al dividir a la muestra entre chicos de 14 a 17 años y chicos de 18 años o más, vemos que
los sujetos más mayores son más infractores en esas mismas variables, con
diferencias estadísticamente significativas en los tres casos.
Se ha considerado que un menor es reincidente si tiene dos o más medidas
judiciales en la condición de cautelar o firme; además, estas dos medidas tienen
que cumplir las siguientes condiciones: (1) una de ellas ser firme y, (2) si es
cautelar sólo se ha considerado a aquellos sujetos que tenían la medida de
libertad vigilada. De la muestra de estudio 56 sujetos son reincidentes según los
criterios enumerados.
Los resultados sobre la variable nivel de violencia de los delitos cometidos
(delitos violentos vs. no violentos) también son concluyentes. Dado que el robo
con violencia o intimidación es el delito más frecuente de los delincuentes
juveniles, no sorprende que, de acuerdo con la clasificación anterior, la mayoría
de la muestra sea codificada en la categoría de delincuencia violenta. Por
consiguiente, podemos observar que los delincuentes reincidentes y violentos
son los que presentan mayor número delitos, los que son sentenciados a un
mayor número de de medidas y a medidas de mayor duración. Sus delitos son
más frecuentes y más graves.
Para analizar la relación entre frecuencia y gravedad de los delitos,
categorizamos los delitos de los sujetos en función de su gravedad, atendiendo a
la definición de delito leve, menos grave o grave que proporciona el código
penal, observándose el alto valor de correlaciones con las tres variables
analizadas, poco habituales en psicología y criminología. La gravedad y la
frecuencia delictiva correlacionan 0,90. Los delincuentes juveniles más violentos
son también los más reincidentes.
Variables del CRIM
En cuanto a variables sociodemográficas, la mitad de la muestra ha
nacido fuera de España; una cuarta parte procede de una familia con cuatro o
más hermanos; un 16% posee expediente previo en el servicio de protección; la
gran mayoría de los jóvenes viven en viviendas consideradas no sociales (67%).
En cuanto a la edad, los chicos más mayores son más reincidentes (22%
versus 78%). En cambio, es más difícil de interpretar la variable clase social, ya
que si bien los delincuentes mayores proceden en mayor medida de la clase
media-baja que los menores (53% versus 25%), en buena medida se compensa
con el hecho de que los jóvenes de 14-17 años proceden más de la clase baja
(21%) que los jóvenes mayores de 18 años (8%). En conjunto se podría decir
que los no reincidentes proceden ligeramente de una clase social más
acomodada.
Con respecto a datos escolares y laborales del CRIM, los resultados
hablan del ya tradicional fracaso escolar de los jóvenes delincuentes: nada
menos que un 53% de la muestra no estaba escolarizada cuando debía estarlo por
su edad, al tener menos de 16 años. Igualmente, se puede concluir que los
jóvenes que no iban a la escuela tampoco dedicaban su tiempo a estudiar
materias profesionales, ya que sólo un 18% asistía a un módulo formativo.
Los datos relativos al consumo de sustancias recogidos en el CRIM
indican que, como es previsible en estas edades, el tabaco, el cannabis y el
alcohol son las sustancias más consumidas. Si tenemos en cuenta el género, los
hombres consumen más cannabis y alcohol que las mujeres. En cuanto a la
reincidencia, los resultados indican que, en conjunto, los reincidentes abusan
más del alcohol, el cannabis y el tabaco que los no reincidentes.
El inventario de gestión e intervención con jóvenes (IGI-J)
Los estadísticos descriptivos de esta prueba correspondientes a la
muestra estudiada indican que la media total de su puntuación es, prácticamente,
la mitad de la puntuación máxima de la prueba (18 sobre 37 puntos). Pero donde
empezamos a observar la capacidad del IGI-J es en el contraste entre las
puntuaciones obtenidas por delincuentes reincidentes versus no reincidentes, y
delincuentes violentos versus no violentos. En la tabla 1 vemos cómo los
reincidentes puntúan significativamente más que los no reincidentes en muchas
de las escalas y que, con la excepción de la escala de ocio, en las otras los
reincidentes obtienen puntuaciones superiores de modo significativo a las que
obtienen los no reincidentes. Este hecho indica con claridad que la escala IGI-J
discrimina de modo potente entre ambos grupos de jóvenes delincuentes.
Sin embargo, esa capacidad de discriminación es muy pobre cuando nos
fijamos en los delitos violentos. Los resultados al respecto señalan que los
delincuentes violentos obtienen puntuaciones de mayor riesgo que los no
violentos, si bien en conjunto las diferencias son poco relevantes.
Para analizar la potencia predictiva, se ha realizado una regresión
logística y los resultados indican que los jóvenes que puntúan alto en la escala de
delitos y medidas judiciales pasadas y actuales tienen una probabilidad 1,67
veces mayor de ser reincidentes (es decir, cerca de dos veces más, en concreto
un 67%), y 1,29 veces más (es decir, un 29%) los que tienen un alto consumo de
sustancias. Por el contrario, la reincidencia es menor en aquellos casos que
tienen un nivel de ocio/diversión de riesgo no desviado, es decir, tienen una
probabilidad del 44% de no reincidir (1-66=44%). Y, por ultimo, una puntuación
alta en personalidad/conducta incrementa en 1,26 veces la probabilidad de ser
reincidente. De las variables del IGI-J la que mejor predice la reincidencia es los
delitos pasados, seguida por el consumo de sustancias y la personalidad y la
conducta del joven.
Con respecto a la delincuencia violenta los jóvenes con mayores
puntuaciones en las pautas educativas (negativas) de sus padres tienen 5,91
veces más probabilidades de cometer un delito violento. Los que se relacionan
con amigos más antisociales tienen una probabilidad 3,49 veces más, y así en las
otras escalas con diferencias significativas (consumo de sustancias y empleo del
ocio).
Tablas: http://masterforense.com/pdf/2007/2007art1.pdf
El IGI-J como instrumento para la intervención
El IGI-J es un instrumento no sólo diseñado para predecir la
reincidencia, sino también para definir objetivos de intervención. Dado que las
escalas de riesgo que lo componen incluyen tanto elementos de riesgo estáticos
como dinámicos, son estos últimos los que, definidos como necesidades
criminógenas, han de tomarse en un paso posterior como los objetivos de
intervención del joven delincuente.
En este punto vamos a intentar relacionar de este modo la evaluación
con la intervención, a través de un doble proceso. En primer lugar, una vez
valorados los ocho ámbitos de riesgo del IGI-J, el profesional ha de establecer
una o varias hipótesis que explique, a su juicio, cuáles han sido los mecanismos
explicativos de la actividad delictiva del joven. Y en función de esto, a
continuación aquél ha de plantear dos, tres o cuatro ámbitos de riesgo como los
objetivos a lograr durante el tiempo que dure la medida.
La necesidad de vincular la evaluación con la intervención es uno de los
principales activos de pruebas como el IGI-J ya que un rasgo distintivo de estos
modelos es que la evaluación acompaña a la intervención del profesional durante
todo el tiempo que ésta dura. El control paso a paso de los logros que se
obtienen, de los objetivos que se alcanzan, se convierten en necesidad.
La Evaluación Continua durante la fase de intervención se basa en la
comprobación del nivel de consecución de los objetivos intermedios fijados en el
Plan de Intervención; así que podremos mantenerla (la intervención) sin
modificaciones o bien reorientarla, corregirla o implementarla con un
fundamento empírico.
En este punto (el IGI-J como instrumento para la intervención), la
investigación realizada ofrece algunos aspectos cualitativos de suma
importancia. Hemos intentado averiguar en que medida los profesionales han
elaborado sus hipótesis y sus objetivos siguiendo los resultados obtenidos
previamente en la evaluación de los factores de riesgo. Los resultados coinciden
con otras investigaciones similares: salvo en unas pocas áreas, más de la mitad
de las variables que componen las hipótesis utilizadas por los profesionales para
explicar el comportamiento delictivo no guardan una relación estadísticamente
significativa con los demás factores del IGI-J. De igual manera procedimos a
evaluar la pertinencia de los objetivos de intervención planteados. De nuevo
encontramos que son pocas las relaciones existentes entre las variables utilizadas
por los profesionales y los factores de riesgo del IGI-J.
Dado que la capacitación técnica, experiencia y profesionalidad de este
grupo de profesionales está sobradamente demostrada, sólo queda por insistir en
que el manejo de instrumentos como el que nos ocupa facilitará un mejor
desempeño metodológico en la intervención con los menores.
Conclusión
En cuanto a la muestra estudiada, podemos concluir que existe una
relación entre mayor edad, reincidencia y violencia, pues los delincuentes más
mayores (18 años o más) presentan mayor número de delitos, de medidas y de
mayor duración de las mismas, además de ser más reincidentes. La mayoría de
los jóvenes evaluados se consideran como delincuentes violentos (n = 161), en
detrimento de los no violentos (n = 47). Por otra parte, tenemos un total de 152
no reincidentes y 56 reincidentes.
En resumen, podemos decir que se dan diferencias muy notables entre
los delincuentes reincidentes y los delincuentes violentos frente a los no
reincidentes y los no violentos.
Como suele ser habitual, la muestra está caracterizada por un alto índice
de fracaso escolar: absentismo (74% mujeres y 96% hombres) y abandono
escolar (53% del total). También es habitual el consumo de tabaco, cannabis y
alcohol, y menos el de drogas como la heroína y la cocaína. De forma
significativa, y ha de tenerse en cuenta de cara a la prevención de reincidencia,
los reincidentes consumen más sustancias tóxicas que los no reincidentes, y los
jóvenes violentos más alcohol que los no violentos.
Refiriéndonos al IGI-J, este instrumento ha mostrado unos importantes
indicadores de fiabilidad y validez. La fiabilidad obtenida con el coeficiente alfa
de Cronbach ha sido adecuada, de 0.88. En cuanto a los datos acerca de su
validez, todas las escalas de riesgo menos una (ocio y diversión) discriminaron
entre los reincidentes y los no reincidentes. Y algo muy importante por sus
connotaciones para la intervención: cuando las puntuaciones de cada una de las
escalas de riesgo se agruparon en tres niveles de riesgo (bajo, medio y alto), las
diferencias siguieron manteniéndose en el total de la prueba y en cinco de las
escalas.
Finalmente, el análisis de la validez predictiva ofreció un valor de 0.717,
que es idéntico al hallado en el estudio de Marshall (2006), lo que nos confirma
su buena capacidad predictiva, en términos de los valores habituales obtenidos
en la investigación internacional.
En los aspectos metodológicos, la baja relación entre la valoración de los
diferentes factores de riesgo, la elaboración de hipótesis y la determinación de
objetivos para la intervención –algo común, por otra parte, en estudios similaresrevela
la necesidad de incidir en el manejo de instrumentos de este tipo para
obtener una mayor objetividad y garantía en el tratamiento de los menores.
Propuesta de un modelo de intervención educativo-terapéutico
Los datos obtenidos en esta investigación han puesto de manifiesto la
importancia que tiene la utilización del IGI-J para obtener indicaciones objetivas
sobre los aspectos educativos y psicológicos a tratar con la población de
adolescentes y jóvenes infractores de la Comunidad de Madrid. Por tanto, todos
estos datos nos permiten evidenciar el uso del IGI-J como prueba general, a
partir de la cual podría conformarse el protocolo de intervención individualizado
de cada menor. De esto se desprende que cuando elaboramos un programa de
intervención, éste ha de responder al nivel de riesgo que presenta el joven y, de
entre los factores de riesgo evaluados, ha de pretender cambiar aquéllos que, en
opinión del profesional, están influyendo en esos momentos para mantener la
carrera delictiva del joven. Además, como proporciona una estimación del riesgo
de reincidencia, podría servirnos para discriminar en qué medida podríamos
necesitar aplicar un instrumento más específico de evaluación de la violencia.
En primer lugar, se propone el desarrollo de un protocolo central de
intervención psicológica dirigido a modificar actitudes y creencias que justifican
la violencia y las emociones negativas asociadas a la misma (por ejemplo, ira y
hostilidad), así como los hábitos agresivos que conducen a la comisión de un
acto delictivo. Es importante considerar en el desarrollo de este programa de
intervención las características de personalidad más importantes en este tipo de
población (ej., impulsividad, búsqueda de emociones y empatía) y que potencian
o predisponen al desarrollo del comportamiento desviado socialmente de los
delincuentes.
En segundo lugar, se propone el desarrollo de una serie de protocolos de
intervención psicológica que de forma complementaria ayuden a los menores
infractores a conseguir un cambio significativo en su comportamiento delictivo,
mediante los siguientes programas de intervención:
(1) consumo de sustancias;
(2) habilidades prosociales y razonamiento moral;
(3) ocio y tiempo libre; y,
(4) agresión sexual.
En tercer lugar, en la esfera educativa también es muy importante
desarrollar los siguientes protocolos de intervención:
(1) pautas educativas a seguir en el centro de menores;
(2) programa de apoyo a la convivencia familiar; y
(3) apoyo a los profesionales que trabajan con menores infractores en el
ámbito de la educación y/o talleres ocupacionales.
(1) Correspondencia: José Luis Graña. Universidad Complutense de Madrid. Facultad de Psicología, Departamento de Psicología Clínica, buzón 79. Campus de Somosaguas, 28223, Madrid. E-mail: jlgrana@psi.ucm.es Fecha de recepción del artículo: 08-11-2007. Fecha de aceptación del artículo: 20-12-007.
* Equipo De Investigación: Amador Sánchez; Nieves Alonso; Mª Dolores Sanz; Mª Cruz Herranz, Carlos Benedicto, Eduardo Atarés, David Roncero, Claudio Gutiérrez, Susana Garzo, Eva Estévez, Mª Concepción Solis, Amparo Pozo, Elisa Reviriego, Gema Gascón, Amparo Aguilar, Inmaculada Montes, Araceli Ibañez, Elisa Baca, Ana Jurado.
Referencias
Andrews , D.A. & Bonta, J. (1994). The psychology of criminal conduct. Anderson (1ª
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Andrews, D.A. y Bonta, J. (1995). The Level of Service Inventory-Revised. Toronto:
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Andrews, D.A. y Bonta, J. (2003). The Psychology of Criminal Conduct. Cicinnati:
Anderson (3ª edición).
Hoge, R.D. y Andrews, D.A. (2002). Youth Level of Service/Case Management
Inventory (YLS/CMI). Toroto: Multi-Health Systems.
Marshall, J., Egan. V., English, M. y Jones, R.M. (2006). The relative validity of
psychopathy versus risk/needs-based assessments in the prediction of
adolescent offending behaviour. Legal and Criminological psychology, 11, 197-
210.
Psicopatología Clínica Legal y Forense, Vol. 7, 2007, pp.7-18.
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