jueves, 24 de julio de 2014

Factores asociados a la delincuencia en adolescentes de Guadalajara, Jalisco . Mexico. José Guadalupe Salazar-Estrada(1), Teresa Margarita Torres-López(1), Carolina Reynaldos-Quinteros(2), Norma Silvia Figueroa-Villaseñor(1), Andrea Araiza-González(1)


Resumen
El objetivo del estudio fue identificar condiciones de vida de los adolescentes acusados por cometer delitos contra la salud y robo desde una perspectiva psicosocial. Se revisaron los expedientes de los menores remitidos al Centro Tutelar de Menores de Jalisco entre septiembre de 2006 y agosto de 2007. En los expedientes consta la valoración psicológica, social, educativa, médica y propuesta judicial, así como información administrativa. La muestra se conformó por 122 expedientes de adolescentes, de los cuales 50 por ciento fueron acusados por delitos contra la salud, y el otro 50 por ciento, por robo; 100 fueron expedientes de hombres y 22 de mujeres.

Abstract
The study's objective was to identify life conditions of adolescents charged with drug offenses or robbery. The study was based upon a psychosocial perspective. The authors examined the teenagers' records in Centro Tutelar para Menores (Juvenile Detention Center) in the State of Jalisco, Mexico, from September 2006 to August 2007 (12 months). The records included psychological, social, educational, medical and judicial assessments, as well as administrative information. The sample included personal files of 122 adolescents, 50 percent of them were charged with drug offenses and 50 percent with robbery. They were 100 males and 22 females.
Key words: adolescents, life condiotions, juvenile delinquency, family, psychosocial perspective, violence.

Introducción
Uno de los principales problemas en América Latina es la delincuencia juvenil, pues implica un gasto social y económico para cualquier sociedad, toda vez que genera costos por los servicios públicos de salud mental, justicia y educación especial. En general, los jóvenes delincuentes se mantienen dentro de los sistemas de salud mental y justicia hasta la adultez. La Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula que cada año pierden la vida por arma de fuego entre 73 y 90 mil personas en América Latina, esto es, tres veces más que la media mundial (UNODC, 2008). Por su parte, El Salvador tiene el índice de homicidio más alto de América Latina (58 por cada 100 mil habitantes), y otros dos países centroamericanos (Guatemala y Honduras), presentan índices de homicidios de 45 y 43 por cada 100 mil habitantes (Banco Mundial, 2011:1).

Cualquier tipo de acto delictivo afecta a la sociedad en general, por lo que un tratamiento efectivo a los adolescentes que delinquen no sólo beneficia a este grupo poblacional, sino también a sus familias; además, este tipo de intervención ayuda a mantener a salvo de convertirse en víctimas al resto de la comunidad. Según Borduin (1999: 249), la Oficina de Investigaciones Federales (FBI por sus siglas en inglés) de EUA reportó en 1996 que 30 por ciento de los arrestos en ese país fueron hechos a jóvenes menores de 18 años, de los cuales 19 por ciento fueron arrestos por crímenes violentos y 35 por ciento por los delitos contra la propiedad. Un estudio nicaragüense de 186 individuos arrestados por asesinato en 2006 descubrió que casi la mitad tenía entre 15 y 25 años de edad. En Centroamérica y México, los jóvenes de entre 15 y 34 años representan aproximadamente 80 por ciento de todas las víctimas de homicidio y robo (Ranum, 2006). Asimismo, se encontró que la cuarta parte de los adolescentes detenidos en Centroamérica eran delincuentes caracterizados como crónicos o reincidentes, los cuales eran responsables de más de la mitad de los delitos cometidos por el total de los jóvenes (Muggah et al.,2008). El análisis de los datos del Proyecto de Opinión Pública en América Latina por parte del Banco Mundial (2011) señala que, en México, 5.7 por ciento de los adultos han sido víctimas de robo armado durante los recientes 12 meses. En contraste con 15.6 por ciento en Ecuador, donde sólo 3.7 por ciento han sido víctimas de robo de morada y 16 por ciento de otros tipos de crímenes.

El problema de la delincuencia se ha analizado a través de distintos enfoques caracterizados sobre todo por la fragmentación, pues cada disciplina ha impreso su punto de vista, sin que se hayan integrado los avances alcanzados en los ámbitos de las ciencias sociales, las penales y la salud pública. Es importante tratar la delincuencia juvenil de hoy como posible delincuencia adulta de mañana.

Desde la salud pública, el análisis de la delincuencia debe partir de la base de que se trata de un fenómeno predecible y, por lo tanto, prevenible. Existen barreras sociales que impiden detectar los efectos de la delincuencia sobre las condiciones de salud de la población. Por ejemplo, muchos de los homicidios, violaciones y robos se cometen entre miembros de la familia y amigos. De este modo, la relación entre delincuentes y afectados es a veces tan cercana que ocasiona que muchos de esos hechos no se denuncien y, en consecuencia, no se registren.

El presente trabajo centra su atención en los adolescentes que cometen delitos como parte de una problemática social y que afecta a todas las áreas de la vida no sólo de los jóvenes que delinquen y de sus familias, sino a la sociedad en general. Este trabajo consta de una revisión de las condiciones sociales y económicas de los jóvenes acusados por los tipos de delitos más comunes: el robo y los delitos contra la salud.

Contexto teórico
La realidad de creciente violencia juvenil, la alta incidencia de delitos contra la salud y de robos en las grandes ciudades de Estados Unidos (en 1990 del total de arrestados 16 por ciento fueron menores de edad) y Latinoamérica, incluye el hecho de que la delincuencia cometida por varones menores de 18 años es cuatro y media veces mayor que entre las mujeres de las mismas edades (U.S. Bureau of the Census, 1992, citado por Winkler, 1992: 839-834). Es importante considerar, además de la información estadística disponible, la presión que están ejerciendo los medios de comunicación como prensa, radio y televisión.
La delincuencia es una forma de inadaptación social y al producirse esa anomalía se da un desafío a la misma sociedad y a su normativa de convivencia. Los hechos y condiciones que conducen a la delincuencia son múltiples, de ahí que podemos afirmar que la delincuencia tiene un origen poliforme (Jiménez, 2005: 215-261). El concepto de delincuencia juvenil nos obliga, ante todo, a establecer dos términos: 'delincuencia' y 'juvenil', además de ver en su justa dimensión qué es lo que lleva a un individuo a ser calificado y caracterizado como delincuente.

La delincuencia es una situación asocial de la conducta humana y en el fondo una ruptura de la posibilidad normal de la relación interpersonal. El delincuente no nace, como pretendía Lombroso según sus teorías antropométricas o algunos criminólogos constitucionalistas germanos; el delincuente es un producto del genotipo humano que se ha maleado por una ambientosis familiar y social. Puede considerarse al delincuente más bien que un psicópata un sociópata. Para llegar a esa sociopatía se parte de una inadaptación familiar, escolar o social (Izquierdo, 1999: 45)

La delincuencia juvenil es fundamentalmente adolescente, es decir, reúne toda la problemática típica de este periodo evolutivo, pero de una forma no normalizada. Friedlander (1951) señala la existencia de un estado de delincuencia latente; añade que la base de esa latencia es lo que se denomina el carácter antisocial que se ha formado en el menor a través de sus primeras relaciones. El autor considera que aunque el menor llegue al periodo de latencia con esa formación caracterológica antisocial o susceptibilidad, no necesariamente se hará manifiesta la conducta delictiva, dependerá más bien de los diversos agentes que influyan en el desarrollo del joven. Destacan las malas compañías, el trabajo inadecuado, el deambular callejero y la desocupación como factores secundarios que, aunque no son determinantes, pueden provocar la delincuencia si existe previamente esa susceptibilidad o carácter antisocial ya mencionados. Una realidad social frustrante o una familia excesivamente indulgente, o bien, un entorno delictivo, serían algunos de los aspectos de mayor importancia para que el joven adopte un estilo de vida delictivo. La actitud reiterativa y moralizante de los padres y las instituciones ante ciertas actividades del chico le llevarían a tener una identificación negativa. Facilitarían también la evolución delictiva, la marginación y el poco contacto que el adolescente podría mantener con la llamada sociedad normal.

jueves, 10 de julio de 2014

Desarrollo del comportamiento antisocial: factores psicobiológicos, ambientales e interacciones genotipo-ambiente D. Gallardo-Pujol, C.G. Forero, A. Maydeu-Olivares, A. Andrés-Pueyo

Resumen. Introducción. El comportamiento antisocial es un fenómeno amplio y complejo con profundas implicaciones en neurología y psiquiatría. Para poder enfrentarse a una tarea tan compleja como estudiar el desarrollo ontogenético del comportamiento antisocial hace falta comprobar la existencia de mecanismos fisiológicos relacionados con él y entender cómo los factores ambientales pueden modular su funcionamiento. Objetivo. Revisar los conocimientos que tenemos acerca del desarrollo del comportamiento antisocial, y de la interacción entre factores ambientales y genéticos. Desarrollo. Investigaciones recientes han puesto de relieve alteraciones cerebrales que están asociadas al comportamiento violento, tanto desde el punto de vista estructural como funcional o bioquímico. La investigación genética también ha realizado avances en este terreno, como la detección de algunos genes –como el de la monoaminooxidasa A (MAOA)–relacionados con el comportamiento antisocial. Sin embargo, no debemos olvidar los factores ambientales en el desarrollo de éste.

Estudios recientes indican que aquellos individuos portadores de una versión poco funcional del gen MAOA y que reciben un grave maltrato son más proclives al comportamiento antisocial. La significación biológica de esta interacción es relevante, ya que ciertos mecanismos biológicos subyacentes pueden explicar la etiopatogenia del comportamiento antisocial, aunque sea a un nivel muy elemental. Conclusiones. Los estudios mostrados, a pesar de ser pioneros, tienen una gran limitación, y es que a pesar de las evidencias de que todas las variables presentadas están asociadas al comportamiento antisocial, no hay una evidencia causal directa sobre su efecto en éste último. Sin duda, el estudio futuro de los mecanismos psicobiológicos y la comprensión de su modulación ambiental ofrecerán dianas terapéuticas y de prevención para el abordaje del comportamiento antisocial en todas sus vertientes. [REV NEUROL 2009; 48: 191-8]

Palabras clave.Agresión. Entorno. Epistasis genética. Estudios correlacionales. Genética conductual. Interacción gen-entorno.

MAOA. RMf. Transportador de 5-HT. Trastorno antisocial de la personalidad. Violencia.

INTRODUCCIÓN

En general, el comportamiento antisocial puede definirse como un patrón general de desprecio y violación de los derechos de los demás, que comienza en la infancia o el principio de la adolescencia y continúa en la edad adulta [1]. El comportamiento antisocial es un fenómeno muy amplio que incluye distintos tipos de acciones, de las cuales destacan diferentes tipos de agresión, robos, engaños, conductas impulsivas, ultrajes y violencia entre sus diferentes manifestaciones. Estos comportamientos se pueden manifestar tanto en el ámbito clínico como normativo.

Sin embargo, aunque sería interesante poder distinguir en cada caso cuándo empieza uno y cuándo acaba otro, la confusión existente en la bibliografía en referencia a los términos ‘agresión’, ‘agresividad’, ‘agresión impulsiva’ u otros es tan grande [2], que en este trabajo consideraremos la definición arriba propuesta por ser lo suficientemente amplia.

Las consecuencias de todos estos comportamientos se traducen en una grave preocupación social en la actualidad, ya que constituyen el núcleo de la delincuencia violenta. Por ejemplo, Precisamente la lesión de algunas de estas estructuras ya se había asociado anteriormente al comportamiento antisocial, socada año se producen más de 5,4 millones de crímenes violen-
tos en Estados Unidos [3]. En España, las cifras son también elevadas, de hasta 115.000 delitos violentos (p. ej., homicidios, violaciones o robos con violencia) en el año 2000 [4]. Esto ha llevado a la Organización Mundial de la Salud a considerar la violencia y sus manifestaciones como uno de los problemas de salud pública más apremiantes del planeta [5]. 

Conocer los mecanismos que causan este tipo de comportamientos, y también detectar precozmente a los individuos con riesgo de presentarlos, debe permitir esclarecer su etiopatogenia y, en consecuencia, poder ofrecer dianas de intervención preventiva y terapéutica durante el desarrollo [6].

El objetivo del presente trabajo consiste en revisar los conocimientos que tenemos hoy día acerca del origen y desarrollo del comportamiento antisocial y, especialmente, de la interacción entre factores ambientales y genéticos.

NEUROANATOMÍA ESTRUCTURAL Y FUNCIONAL DE LA AGRESIÓN

El primer paso para enfrentarse a una tarea tan compleja como estudiar el desarrollo ontogenético del comportamiento antisocial consiste en comprobar si hay mecanismos fisiológicos que se relacionen con él [7]. ¿Acaso es el cerebro de las personas violentas diferente de las personas que no se comportan de ese modo? Investigaciones recientes han puesto de relieve alteraciones estructurales que se asocian al comportamiento violento [8], como la corteza prefrontal ventromedial, la corteza cingulada anterior, la amígdala o la corteza prefrontal dorsal lateral.Precisamente la lesión de algunas de estas estructuras ya se había asociado anteriormente al comportamiento antisocial, sobre todo en relación con el empeoramiento de las conductas morales y sociales tras lesiones en la corteza prefrontal [9]; posteriormente se ha confirmado esta asociación [10-12], incluso cuando la lesión es infantil y se evalúan las consecuencias a largo plazo [9,13]. Otros autores, como Raine et al, han estudiado cambios estructurales más finos en el cerebro de pacientes con trastorno antisocial de la personalidad [14] y han encontrado una reducción en el volumen de materia blanca prefrontal en ausencia de lesiones en aquellos sujetos con una mayor predisposición al comportamiento antisocial. Otros estudios de este mismo grupo han mostrado que, además de la reducción de volumen de materia blanca, existe un metabolismo reducido de la glucosa [15], al menos en ciertos tipos de asesinos y homicidas.

ASPECTOS BIOQUÍMICOS DEL COMPORTAMIENTO ANTISOCIAL

De todos modos, a pesar de los espectaculares avances que se han producido recientemente en las técnicas de neuroimagen, se precisan también aproximaciones complementarias para el estudio del cerebro de los sujetos violentos para apreciar no sólo cómo son estructuralmente, sino para ver cómo funcionan bioquímicamente. En este sentido, sobresalen los estudios de Virkunnen et al, quienes relacionaron la función serotoninérgica con trastornos relacionados con el control de los impulsos [16]. Con posterioridad, el grupo de Coccaro ha relacionado con bastante éxito la función serotoninérgica con comportamientos del espectro antisocial [11,17], como por ejemplo la agresión impulsiva. La serotonina (5-HT) no ha sido el único neurotransmisor implicado en el comportamiento antisocial, aunque sí el más importante. Concretamente, se ha demostrado que niveles bajos de 5-HT se asocian a niveles más elevados de impulsividad y agresividad, e incluso las manipulaciones que reducen los niveles de 5-HT incrementan posteriormente los niveles de impulsividad y agresividad [18].

También se han visto implicados otros neurotransmisores, como la dopamina. Así, parece que el comportamiento agresivo requiere que las neuronas dopaminérgicas mesocorticolímbicas permanezcan intactas [19], aunque estas neuronas también están implicadas en aspectos motivacionales en otros comportamientos. El ácido γ-aminobutírico (GABA), la noradrenalina, el óxido nítrico o la monoaminooxidasa (MAO), entre otros, se han relacionado de una forma u otra con aspectos del comportamiento antisocial [18].

Las hormonas esteroides también se han involucrado en comportamientos relacionados con la conducta antisocial, como la agresión [18]. La castración, por ejemplo, reduce enormemente las conductas agresivas en muchas especies, aunque algunos estudios recientes han documentado ciertas excepciones [20,21].

Sin embargo, incluso en humanos, la testosterona desempeña un papel muy importante. En un estudio reciente, Hermans et al [22] administraron testosterona a voluntarias jóvenes y posteriormente se exploró, mediante resonancia magnética funcional,la respuesta de diferentes zonas cerebrales frente a una tarea de reconocimiento de expresiones faciales. Encontraron que aquellas áreas que presentaban una activación mayor eran la amígdala y el hipotálamo, junto con la corteza orbitofrontal (área 47 de Brodmann), regiones todas ellas implicadas en conductas agresivas y en el control del impulso en humanos, aspectos claves en el comportamiento antisocial [22]. En la tabla I se resumen las diferentes moléculas que afectan de una manera u otra al com-
portamiento agresivo.

NEUROGENÉTICA DE LA AGRESIÓN

Otro nivel biológico que requiere análisis corresponde a las bases genéticas del comportamiento antisocial. Estudios de genética cuantitativa informan de que alrededor del 50% de la variabilidad de este comportamiento en la población se debe a la variabilidad en los genes de esa población; así lo indican la mayoría de estudios en humanos [23]. Estos datos apoyan la idea de que una parte importante de la etiología del comportamiento tiene relación con los genes. Sin embargo, los esfuerzos realizados hasta ahora para encontrar genes concretos con un gran efecto no han cubierto las expectativas generadas.

Entre éstos, sin duda, el caso más espectacular fue el hallazgo realizado por Brunner et al [24], quienes encontraron que una mutación puntual en el gen de la monoaminooxidasa A (MAOA)
parecía ser el responsable del comportamiento manifiestamente antisocial de los hombres de una familia neerlandesa. Como la mutación puntual identificada en los varones de esta familia provoca la pérdida de función del gen MAOA, dicha pérdida se consiguió en el ratón por deleción de parte del gen ortólogo sinténicamente (obteniéndose por tanto un knock-out) [25]. Estudios posteriores han sido incapaces de replicar este efecto tan potente, aunque sí han replicado efectos menores [26,27].

Otros genes se han asociado también al comportamiento impulsivo [28], como el transportador de 5-HT (5-HTT). Se sabe que este gen muestra dos alelos diferentes, uno corto y otro largo, que corresponden en concreto al polimorfismo 5-HTTLPR (5-HTT gene linked polimorphic region), situado en la región reguladora del gen 5-HTT. El alelo corto del 5-HTT se ha asociado con niveles de expresión reducidos de 5-HTT en el cerebro y, biológicos. Observaron el comportamiento antisocial y varias medidas de agresividad en un grupo de adoptados de los cuales se en consecuencia, con una recaptación insuficiente de 5-HT de la sinapsis [29] y con una respuesta exagerada al estrés [30,31].

Parece, pues, que un buen funcionamiento del sistema serotoninérgico es imprescindible para un adecuado control de los impulsos [32,33], y que varios de los genes que forman parte de la regulación de este sistema desempeñan un papel importante en comportamientos agresivos, violentos o impulsivos [34] (5-HTT, MAOA o el gen que codifica para la triptófano hidroxilasa 1, TPH1). En otros aspectos de la agresión, como la que se da en la enfermedad de Alzheimer, se ha observado una relación entre los comportamientos agresivos y algunos genes del sistema dopaminérgico, en concreto, DRD1 [35].

Así pues, los efectos de los genes en el comportamiento antisocial parecen ser moderados e incapaces de explicar por sí solos la variabilidad en el comportamiento antisocial. Por otro lado, y sin lugar a dudas, hay factores ambientales muy relevantes para explicar la etiología del comportamiento antisocial.