El
objetivo del estudio fue identificar condiciones de vida de los adolescentes
acusados por cometer delitos contra la salud y robo desde una perspectiva
psicosocial. Se revisaron los expedientes de los menores remitidos al Centro
Tutelar de Menores de Jalisco entre septiembre de 2006 y agosto de 2007. En los
expedientes consta la valoración psicológica, social, educativa, médica y
propuesta judicial, así como información administrativa. La muestra se conformó
por 122 expedientes de adolescentes, de los cuales 50 por ciento fueron
acusados por delitos contra la salud, y el otro 50 por ciento, por robo; 100
fueron expedientes de hombres y 22 de mujeres.
Abstract
The
study's objective was to identify life conditions of adolescents charged with
drug offenses or robbery. The study was based upon a psychosocial perspective.
The authors examined the teenagers' records in Centro Tutelar para Menores
(Juvenile Detention Center) in the State of Jalisco, Mexico, from September 2006
to August 2007 (12 months). The records included psychological, social,
educational, medical and judicial assessments, as well as administrative
information. The sample included personal files of 122 adolescents, 50 percent
of them were charged with drug offenses and 50 percent with robbery. They were
100 males and 22 females.
Key
words: adolescents, life condiotions, juvenile delinquency, family,
psychosocial perspective, violence.
Introducción
Uno
de los principales problemas en América Latina es la delincuencia juvenil, pues
implica un gasto social y económico para cualquier sociedad, toda vez que
genera costos por los servicios públicos de salud mental, justicia y educación
especial. En general, los jóvenes delincuentes se mantienen dentro de los sistemas
de salud mental y justicia hasta la adultez. La Organización Mundial de la
Salud (OMS) calcula que cada año pierden la vida por arma de fuego entre 73 y
90 mil personas en América Latina, esto es, tres veces más que la media mundial
(UNODC, 2008). Por su parte, El Salvador tiene el índice de homicidio más alto
de América Latina (58 por cada 100 mil habitantes), y otros dos países
centroamericanos (Guatemala y Honduras), presentan índices de homicidios de 45
y 43 por cada 100 mil habitantes (Banco Mundial, 2011:1).
Cualquier
tipo de acto delictivo afecta a la sociedad en general, por lo que un
tratamiento efectivo a los adolescentes que delinquen no sólo beneficia a este
grupo poblacional, sino también a sus familias; además, este tipo de
intervención ayuda a mantener a salvo de convertirse en víctimas al resto de la
comunidad. Según Borduin (1999: 249), la Oficina de Investigaciones Federales
(FBI por sus siglas en inglés) de EUA reportó en 1996 que 30 por ciento de los
arrestos en ese país fueron hechos a jóvenes menores de 18 años, de los cuales
19 por ciento fueron arrestos por crímenes violentos y 35 por ciento por los
delitos contra la propiedad. Un estudio nicaragüense de 186 individuos
arrestados por asesinato en 2006 descubrió que casi la mitad tenía entre 15 y
25 años de edad. En Centroamérica y México, los jóvenes de entre 15 y 34 años
representan aproximadamente 80 por ciento de todas las víctimas de homicidio y
robo (Ranum, 2006). Asimismo, se encontró que la cuarta parte de los
adolescentes detenidos en Centroamérica eran delincuentes caracterizados como
crónicos o reincidentes, los cuales eran responsables de más de la mitad de los
delitos cometidos por el total de los jóvenes (Muggah et al.,2008). El análisis
de los datos del Proyecto de Opinión Pública en América Latina por parte del
Banco Mundial (2011) señala que, en México, 5.7 por ciento de los adultos han
sido víctimas de robo armado durante los recientes 12 meses. En contraste con
15.6 por ciento en Ecuador, donde sólo 3.7 por ciento han sido víctimas de robo
de morada y 16 por ciento de otros tipos de crímenes.
El
problema de la delincuencia se ha analizado a través de distintos enfoques
caracterizados sobre todo por la fragmentación, pues cada disciplina ha impreso
su punto de vista, sin que se hayan integrado los avances alcanzados en los
ámbitos de las ciencias sociales, las penales y la salud pública. Es importante
tratar la delincuencia juvenil de hoy como posible delincuencia adulta de
mañana.
Desde
la salud pública, el análisis de la delincuencia debe partir de la base de que
se trata de un fenómeno predecible y, por lo tanto, prevenible. Existen
barreras sociales que impiden detectar los efectos de la delincuencia sobre las
condiciones de salud de la población. Por ejemplo, muchos de los homicidios,
violaciones y robos se cometen entre miembros de la familia y amigos. De este
modo, la relación entre delincuentes y afectados es a veces tan cercana que
ocasiona que muchos de esos hechos no se denuncien y, en consecuencia, no se
registren.
El
presente trabajo centra su atención en los adolescentes que cometen delitos
como parte de una problemática social y que afecta a todas las áreas de la vida
no sólo de los jóvenes que delinquen y de sus familias, sino a la sociedad en
general. Este trabajo consta de una revisión de las condiciones sociales y
económicas de los jóvenes acusados por los tipos de delitos más comunes: el
robo y los delitos contra la salud.
Contexto
teórico
La
realidad de creciente violencia juvenil, la alta incidencia de delitos contra
la salud y de robos en las grandes ciudades de Estados Unidos (en 1990 del
total de arrestados 16 por ciento fueron menores de edad) y Latinoamérica,
incluye el hecho de que la delincuencia cometida por varones menores de 18 años
es cuatro y media veces mayor que entre las mujeres de las mismas edades (U.S.
Bureau of the Census, 1992, citado por Winkler, 1992: 839-834). Es importante
considerar, además de la información estadística disponible, la presión que
están ejerciendo los medios de comunicación como prensa, radio y televisión.
La
delincuencia es una forma de inadaptación social y al producirse esa anomalía
se da un desafío a la misma sociedad y a su normativa de convivencia. Los
hechos y condiciones que conducen a la delincuencia son múltiples, de ahí que
podemos afirmar que la delincuencia tiene un origen poliforme (Jiménez, 2005:
215-261). El concepto de delincuencia juvenil nos obliga, ante todo, a
establecer dos términos: 'delincuencia' y 'juvenil', además de ver en su justa
dimensión qué es lo que lleva a un individuo a ser calificado y caracterizado
como delincuente.
La
delincuencia es una situación asocial de la conducta humana y en el fondo una
ruptura de la posibilidad normal de la relación interpersonal. El delincuente
no nace, como pretendía Lombroso según sus teorías antropométricas o algunos
criminólogos constitucionalistas germanos; el delincuente es un producto del
genotipo humano que se ha maleado por una ambientosis familiar y social. Puede
considerarse al delincuente más bien que un psicópata un sociópata. Para llegar
a esa sociopatía se parte de una inadaptación familiar, escolar o social
(Izquierdo, 1999: 45)
La
delincuencia juvenil es fundamentalmente adolescente, es decir, reúne toda la
problemática típica de este periodo evolutivo, pero de una forma no
normalizada. Friedlander (1951) señala la existencia de un estado de
delincuencia latente; añade que la base de esa latencia es lo que se denomina
el carácter antisocial que se ha formado en el menor a través de sus primeras
relaciones. El autor considera que aunque el menor llegue al periodo de
latencia con esa formación caracterológica antisocial o susceptibilidad, no
necesariamente se hará manifiesta la conducta delictiva, dependerá más bien de
los diversos agentes que influyan en el desarrollo del joven. Destacan las
malas compañías, el trabajo inadecuado, el deambular callejero y la
desocupación como factores secundarios que, aunque no son determinantes, pueden
provocar la delincuencia si existe previamente esa susceptibilidad o carácter
antisocial ya mencionados. Una realidad social frustrante o una familia
excesivamente indulgente, o bien, un entorno delictivo, serían algunos de los
aspectos de mayor importancia para que el joven adopte un estilo de vida
delictivo. La actitud reiterativa y moralizante de los padres y las
instituciones ante ciertas actividades del chico le llevarían a tener una
identificación negativa. Facilitarían también la evolución delictiva, la
marginación y el poco contacto que el adolescente podría mantener con la
llamada sociedad normal.
Winnicott
(1971) vinculó la delincuencia con "la falta de vida hogareña", y en
función de la problemática familiar, "el menor antisocial... apela a la
sociedad en lugar de recurrir a la propia familia o a la escuela, para que le
proporcione la estabilidad que necesita, a fin de superar las primeras y muy
esenciales etapas de su crecimiento emocional". En este sentido podemos
pensar en la importancia de la desestructuración familiar y en la falta de
organización de las escuelas como el origen de la delincuencia juvenil.
Datos
obtenidos de varios reformatorios ingleses hacen una extensa relación sobre las
circunstancias sociales, económicas y familiares, con su íntima conexión con la
delincuencia (West, 1969). Reid (1979) dijo que "debemos recordar que los
menores que odian son los hijos del abandono, éstos han sido crónicamente
traumatizados por la reiterada frustración de muchas de sus necesidades
básicas". En México, un estudio (Jiménez, 2007: 255) realizado en centros
de Prevención y Rehabilitación Social, intentó hacer una tipología desde la
Sociología, acentuando el etiquetamiento y exclusión de aquellos jóvenes
pertenecientes a ciertos sectores de la sociedad. Así, la génesis de las
personalidades delictivas ha de buscarse en las primeras relaciones. Es obvio
que existen una serie de determinantes ambientales frustrantes, que servirán de
espoleta provocando actitudes y comportamientos delictivos.
Creemos que esto no
se producirá sólo en aquellos menores con una formación caracterológica
antisocial o delincuente latente. Pensamos que, aparte de aquellos casos en los
que exista esa etiología predisponente, la problemática psicológica que
atraviesa el adolescente puede por sí misma hacerle vulnerable a cometer
conductas delictivas. Si el adolescente tiene rasgos psicopáticos de
comportamiento (sin entrar a discutir el término de psicopatía), si se
encuentra ante una problemática compleja (como es la crisis de identidad), y si
a todo esto añadimos una conflictividad familiar y un entorno agresivo y
perturbado (como hemos destacado en las anteriores reseñas de autores)
resultará sumamente fácil que el adolescente no pueda contenerse dentro de ese
mundo de ansiedad y necesite actuar convirtiéndose en delincuente. Esto
explicaría, en parte, el desmesurado aumento de la delincuencia juvenil que se
ha producido en nuestra sociedad, sobre todo en macrociudades como Guadalajara,
Ciudad de México, Sao Paulo, Caracas, Buenos Aires, Santiago de Chile, etc.
donde la inmigración y la pérdida de identidad cultural, el asentamiento
irregular, paracaidismo (asentamientos humanos espontáneos) y la consiguiente
dificultad para la convivencia familiar, el desempleo, la despersonalización,
los conflictos vecinales, etcétera, constituyen un caldo de cultivo idóneo para
la aparición de conductas disociales en una gran parte de adolescentes, que se
ven incapaces de elaborar su propia y normal problemática, al mismo tiempo que
se enfrentan a un ambiente hostil.
Existen
estudios de carácter antropológico que conciben a la delincuencia juvenil como
uno de los riesgos a los que están expuestos los jóvenes en general. A los
cuales se les caracteriza como un sector social de riesgo por la vulnerabilidad
que les impone la etapa de la adolescencia. Las teorías sociológicas sitúan el
problema fuera del individuo: en el medio social. La idea de que la
delincuencia es causada por factores ambientales tiene una larga historia. Los
estudios urbanos del siglo XIX, particularmente en Europa, intentaron demostrar
correlaciones entre delincuencia y factores como la densidad de población,
composición por edad, sexo, pobreza y educación. Desde la primera mitad del
siglo XIX, el francés Guerry investigó la posible conexión entre delincuencia y
pobreza, analfabetismo y alta densidad de población. Y concluyó que no existe
conexión causal. Su aportación fue que se preocupó de investigar grupos, no
individuos, para estudiar el origen de la delincuencia.
Un
principio básico de la posición sociológica es que la gente actúa de acuerdo
con las expectativas de rol percibidas. Y dado que los roles están ligados a
las posiciones y situaciones que la gente ocupa (y éstos pueden variar), puede
hacerlo también el comportamiento, y no responder necesariamente a una
conformación estática de la personalidad que emerge en los años preescolares,
donde al momento del desarrollo preparatorio para el mundo adulto, la sociedad
y la familia están obligados a brindar mecanismos de socialización que les
permitan a los menores desarrollarse en un medio ambiente favorable y les
brinde contención. Aunque los resultados soportaban explicaciones ambientales
de la criminalidad, no había ninguna teoría subyacente que guiara la
interpretación de los resultados. A menudo se usaban para indicar la falta de
moralidad en ciertas partes de una ciudad, región o país, o entre miembros de
ciertas categorías de población.
El
desarrollo teórico de finales del siglo XIX, incluido el concepto de 'anomia',
elaborado por Durkheim, y la teoría marxista de los modelos de comportamiento
según las clases, más el trabajo posterior de Shaw y Mckay (1972: 48-49) en
Estados Unidos contribuyeron a la fusión de teoría y hechos en este campo.
Las
teorías sociológicas suelen dividirse en estructurales y subculturales. Las
primeras se centran en considerar las desigualdades sociales existentes a la
hora de obtener los objetos culturalmente deseables (dinero, prestigio, etc.),
y entre ellas, la teoría de la desorganización social, la de la reactancia y la
de la oportunidad diferencial. En cuanto a las segundas, consideran la
delincuencia como el resultado de un conflicto de normas entre la sociedad
dominante y ciertos subgrupos, y están sobre todo representadas por la teoría
de la subcultura (Miller, 1974: 187-198).
Revisando
la literatura sobre este aspecto, se observa que ciertos especialistas ponen
énfasis en la familia. Allodi (1997: 26-34) afirma que la familia "es el
principal mecanismo de control, ya que los padres tienen que enseñar a sus
hijos aquello que es inaceptable: el crimen, el robo, las agresiones sexuales y
los delitos contra la salud... " En las diferentes formas de aparición o
desarrollo de conductas delictivas, el joven difícilmente permanecerá aislado,
al igual que el adolescente que no delinque necesitará contactar con otros.
Esto nos lleva a entrar ya en el tema de la sociabilidad del adolescente y el
significado que puede tener para el púber normal y para el delincuente.
Es
evidente que, delincan o no, los adolescentes necesitan imperiosamente el grupo
para descargar su problemática. En el grupo puede aparecer todo lo que
constituye una dificultad de autoaceptación o de adaptación con sus amigos, y
están permitidas mucho más actuaciones que en solitario o con los adultos. Los
adolescentes normales en grupo pueden cometer ciertas fechorías o travesuras
que serían incapaces de realizar sin la presencia de otros compañeros de su
edad. Los jóvenes delincuentes desarrollan una actividad antisocial más intensa
dentro del grupo porque no sólo nadie les criticará, sino que se valorará su
audacia y valentía. Los grupos adolescentes drogadictos presentan
características similares a los anteriores. La droga es aquí lo que une y
cohesiona, al igual que el acto ilícito o el delito funcionan para los
adolescentes delincuentes. Nos interesa destacar que lo que veremos
frecuentemente serán jóvenes que oscilan entre un grupo y otro, aunque se
decanten especialmente hacia uno en concreto.
La
experiencia nos lleva a la conclusión de que los grupos de delincuentes
juveniles son, en su mayoría, ocasionales, sin estabilidad en cuanto sus
miembros, reuniéndose sólo para ciertas actividades, pero manteniendo ligas con
otros grupos. Además, se ha encontrado que las juventudes agresivas tienen un
sistema de soporte o apoyo a la agresión, incluso la creencia de que la
agresión es legítima y que refuerza la autoestima y estatus entre el grupo de
iguales. Pensamos que todo grupo adolescente presenta características
delictivas que deben ser contenidas y encauzadas hacia comportamientos que
aporten a una buena elaboración de su crisis adolescente. No obstante, es obvio
que esa facilidad del chico problemático para conectar con otros en
circunstancias parecidas y la consiguiente formación de grupos delictivos más o
menos estables es un factor favorecedor de conductas antisociales y de
reincidencias que habrán de tenerse muy presentes en la reeducación del
delincuente juvenil.
La
noción del robo en el menor supone la idea clara de la propiedad —así como la
del bien y del mal en su referencia familiar y social—, que sólo será
considerada como tal desde el comienzo de la escolaridad (hacia los seis o
siete años), en el momento que se constituye el sentido social autónomo. Sin
embargo, puesto que todo individuo ha robado alguna vez en su vida, se debe
admitir que es preciso recurrir a un factor cuantitativo, es decir, considerar
como ladrón al que roba con cierta permanencia, de modo habitual. Al igual se
podría distinguir entre robo importante, que remedía los apuros económicos y
provoca una molestia a otro, y el simple hurto. Como dice Aristóteles en Ética
a Nicómaco, Libro V, es importante recordar que "No se es ladrón por el
solo hecho de haber robado".
Los
tipos de robos son extremadamente variados: de productos alimenticios, muy
frecuentes en el menor normal; de dinero, considerados como los más
inquietantes; de objetos que tienen un cierto valor de uso o sin valor real,
pero que poseen un carácter fascinante o que permite satisfacer un deseo de
coleccionar o simple apoderamiento provisional.
Tanto
el robo como los delitos contra la salud son principalmente un delito del
género masculino, y representan un capítulo importante en las estadísticas de
los centros tutelares que se refieren a los adolescentes. El objeto de robo y
el tráfico de drogas es el dinero, y en los adolescentes, estos delitos se
llevan a cabo la mayoría de veces individualmente. Hay que considerarlo como un
síntoma, asociándose a otras formas de inadaptación social con o sin carácter
de delito, en especial a la delincuencia sexual y a las fugas.
Los
robos en la propia casa se toleran (más o menos bien) según su género: robo de
alimentos o de dinero, por ejemplo. Este ultimo, en particular, puede
desencadenar por parte de sus padres bien cierta perplejidad, bien una reacción
de agresividad, puesto que se trata no sólo de un atentado a su propiedad, sino
también de un atentado a su autoridad. Por ello no se suele denunciar a las
autoridades. Cuando son demasiado frecuentes y van acompañados de otras
perturbaciones, deben ser objeto de consulta. Los robos extra familiares pueden
ser de dos tipos: unos se asemejan a los familiares por el hecho de que se
producen en un cuadro restringido propicio a ello. Son los robos de materiales
escolares o similares, en detrimento de compañeros de clase o de maestros y los
robos denominados profesionales en la misma escuela; otros son los que se
realizan en un lugar público e incluyen alimentos, ropa, artículos de sonido,
librerías, bolsos, carteras, discos y hasta vehículos.
Los
delitos contra la salud cometidos por los adolescentes, que comprenden tanto la
producción como el tráfico y la comercialización al menudeo de drogas ilícitas,
son vistos por los jóvenes como una forma sencilla de obtener dinero. Pero
estos crímenes frecuentemente son planeados y dirigidos por adultos, quienes
involucran a los jóvenes, para verse protegidos de ser detenidos y de purgar
penas más grandes que las que puede obtener un menor. Para Salazar (2008), el
chantaje, la presión, el engaño y la mentira, son actos mediante los cuales se
puede conducir a un adolescente a participar en este tipo de delitos. Pocos de
los jóvenes desconocen la ilegalidad en la que están metidos, pero se
involucran en la delincuencia por la facilidad con que estas actividades
permiten obtener dinero y porque también es relativamente fácil satisfacer por
ese medio la necesidad de obtener aceptación de otros y de sí mismos.
Según
Winnicott (1971) el menor que roba un objeto no busca dicho objeto en sí, sino
a la madre sobre la cual él tiene derechos. Estos derechos resultan de que,
desde el punto de vista del menor, la madre ha sido creada por él. Ella ha
comprendido a la creatividad primaria del menor y de este modo se ha convertido
en el objeto que él pretende encontrar (el menor no habría podido crear a la
madre, pero el significado de la madre para el menor depende además del poder
creativo de éste). El mismo autor se pregunta si es posible relacionar estos
dos aspectos: el robo y la destrucción, la búsqueda del objeto y lo que la
provoca, las compulsiones libidinales y las compulsiones agresivas. Según su
parecer, la asociación de los dos aspectos se encuentra en el menor y
representa una tendencia hacia la autocuración, la curación de una disfunción
de los instintos.
El
robo y los delitos en general, tal como se nos presentan, son al mismo tiempo
contestación y sumisión, agresión y apatía, satisfacción y castigo. Puede
satisfacer a veces el narcisismo del personaje, pero es sobre todo una salida
al conflicto que representa, una actuación a la vez sádica y masoquista. Si en
algunos casos el objeto del robo o del delito en general corresponde a una
opción simbólica, puede responder, más bien, en otros a una necesidad de
apropiación; se elige entonces el objeto en función de la facilidad de su
objeción o de la consecuencia de su imitación. En ocasiones lo que más
importante es la escena en que se desarrolla el robo, el delito, la vivencia y
el sentido psicosocial que adquiere. Por eso muchas veces no se delinque por
placer sino por la necesidad de experimentarse. Los robos de un mismo objeto
pueden tener significaciones completamente distintas. Así, el robo de coches
puede comprenderse por el gran sentido que tiene para el hombre el automóvil en
el mundo moderno. El automóvil, en efecto, es un exponente material de éxito social
y al mismo tiempo, una maquina que tiene un valor. Trazar una barrera entre sus
poseedores y los demás, es una coraza que protege. El robo de vehículos como el
tráfico de drogas podrá tener significados diversos, su sentido puede variar
según se cometa individualmente o en grupo.
Lo
mismo sucede en los delitos contra la salud, la búsqueda da por obtener ciertos
objetos que dan poder y presencia ante otros, que los pueda hacer diferentes
con mando, con dinero y sobre todo con distinción, los lleva ha obtener dinero
fácil. A cambio de objetos considerados valiosos hacen actividades que de
antemano saben que son ilegales. ¿Cuál es la actitud del familiar hacia el
delito? el hecho de que un menor traiga a casa objetos o dinero cuyo origen
resulte desconocido para los padres puede muy bien ser acogido con indiferencia
y desenvoltura, o incluso con una secreta complicidad. Pero en cuanto la
conducta del menor es denominada explícitamente "robo" o
"tráfico de drogas" (denominación que emana de las autoridades), el
resultado es una fuerte reacción emotiva por parte de los familiares. Muy a
menudo, el problema se transpone del menor a los padres o incluso a la
sociedad. En mayor medida quizá que cualquiera otra conducta delictiva, el
delito desencadena una inquietud ética en los diferentes medios en que
repercuten sus consecuencias. Es esencial desdramatizar la situación, no
interpretando a partir de las repercusiones que provoca en los adultos
afectados.
Los
delitos pueden ir acompañados de violencia, la agresión física puede resultar
de la combinación de una fuerte excitación y de una frustración grave. Si
algunas agresiones parecen estar en relación con trastornos orgánicos o son
consecuencia de una intoxicación, por ejemplo, el alcohol, los casos graves,
son los de adolescentes que sufren una agresividad profundamente arraigada que
se remonta a una precoz repulsa paternal que produce una grave frustración.
Esta forma de agresividad es susceptible de extenderse a todas las situaciones,
de manifestarse con respecto a compañeros y jefes y frecuentemente el
expediente de los que cometen delitos de violencia comprende, además, los
delitos de hurto a la propiedad.
Por
otro lado, la aparición de la violencia según la opinión de los expertos, nos
dice que la sociedad es la que en la mayoría de los casos potencia la
agresividad de las personas. Vivimos en una sociedad que utiliza la violencia
como herramienta de control para los delincuentes, para los menores, para las
mujeres, etc. Según Rojas Marcos 1977: 28, ".....la violencia la
constituye una de las tres fuentes de poder humano, las otras dos son el
conocimiento y el dinero. Pero la violencia cruel es la forma mas baja y
primitiva de poder porque solo puede usar para castigar, para destruir, para
hacer daño". No todos tenemos acceso al dinero ni al conocimiento y en
cambio, cualquiera tiene acceso a la violencia. Las culturas desarrollan
mecanismos de control para mantener las conductas individualmente dentro de
unos límites.
Allodi
(1997: 26-34), manifestó: "la familia es el principal mecanismo de
control. Los padres tienen que enseñar a sus hijos aquellos que es inaceptable:
el crimen, el robo, las agresiones sexuales y los delitos contra la
salud....", pero ¿qué es lo que ha fallado en estos mecanismos de control
para que estemos asistiendo a situaciones delictivas que antes no eran
habituales? Para este autor los motivos son: un cambio en el sistema educativo
y en los patrones de conducta; los menores son enviados a la escuela como una
obligación y delegando la responsabilidad a los maestros de la educación de
ellos, los padres tienen poco tiempo para convivir con los menores, por lo que
parte de la educación, que siempre habría dependido de la familia, ha
desaparecido. Y es precisamente en las aulas de las escuelas donde más se ha
notado un incremento de violencia. Los hechos recientes (2005-2008 en
informativos, sin datos oficiales) sobre criminalidad y delincuencia en las
escuelas así lo ha demostrado; y es donde los profesores de educación básica y
secundaria han vivido algún tipo de situación violenta con los alumnos.
El
anonimato que brinda la vida en las grandes urbes es otra de las causas a las
que frecuentemente se culpa el aumento de la delincuencia juvenil con uso de
violencia o no, el trabajo como causa de frustración e insatisfacción, la
influencia de la cultura americana y el consumo de alcohol y drogas; se
entienden como factores que influyen en el aumento de los delitos y la
violencia en general. Así pues, no es de extrañar que aparezca delincuencia con
violencia al final de su adolescencia.
Método
Se
eligieron los expedientes de adolescentes acusados por delitos contra la salud
(entendidos como la producción, trasporte, tráfico, comercio y/o actos de
publicidad o propaganda de sustancias ilícitas, por el Código Penal Federal,
artículo 194 y 195), que en un primer momento fueron remitidos por orden
judicial al Consejo de Menores del Estado de Jalisco, dependiente de la
Secretaria de Seguridad Pública (SSP). En el periodo de septiembre de 2006 a
agosto del 2007, y la muestra fue de 61 sujetos que es el total de expedientes
completos. Por otro lado, se eligió por muestreo aleatorio simple una muestra
de adolescentes acusados de "robo", con un tamaño de la muestra igual
a los de delitos por la salud con la intención de aparear dichas muestras,
quedando en total 122 adolescentes (100 casos del sexo masculino y 22 del
femenino).
Instrumentos
Para
extraer la información se utilizaron los expedientes de los menores en donde
consta la información requerida. Las variables han sido medidas categorizando a
partir de los contenidos extraídos de estos expedientes. Por lo tanto, el
instrumento utilizado fue un sistema de categorías, más un observador del
contenido de los expedientes que ha codificado el contenido de acuerdo con las
reglas del sistema de categorías. Las variables fueron registradas y
clasificadas teniendo en cuenta diferentes áreas como es el área Familiar y
Social-Educativa, utilizada para este estudio.
Las
definiciones operacionales de las variables del objeto de estudio clasificadas
por áreas fueron:
1.
Área Marginal (AM).
1.1.
Marginación en el entorno (MG).
Presencia
de marginación en el entorno del menor cuando dicho menor habita en una zona
marginal, irregular, ejidal y/o no cuenta con los servicios básicos como zona
habitacional.
1.2.
Uso o consumo de drogas (CDM).
Presencia
de consumo de drogas cuando el sujeto utiliza una sustancia o sustancias de uso
legal o ilegal que le pueden producir dependencia, ya sea física o psíquica, y
que su consumo puede ser ocasional o cotidiano (no consideramos el tabaco).
2.
Área Familiar (AF).
2.1.
Insuficiencia económica familiar (SEF).
Cuando
el ingreso económico del padre o tutor no es suficiente para satisfacer las
necesidades básicas de la familia o miembros de una vivienda, por lo cual se
requiere que otro miembro de la familia aporte económicamente al sostenimiento
de la misma.
2.2.
Vive con los padres (VF).
Cuando
el joven cohabita con los padres en el momento de ser detenido.
2.3.
Presencia de maltrato en padres (PMF).
Cuando
existe constancia en el informe del psicólogo o del trabajador social de estos
hechos ante las manifestaciones de la historia familiar.
2.4.
Presencia de antecedentes sociales delictivos familiares (ADF). Cuando existen
antecedentes policiales de algún miembro del núcleo familiar o de la familia
extensa, reflejados en el expediente.
2.5.
Desestructuración familiar (DF).
Cuando
aparece el consumo de tóxicos entre los adultos, separación de los padres,
huidas del ambiente familiar, negligencia y violencia en el clima doméstico.
2.6.
Apoyo Familiar (AF).
Presencia
de apoyo moral o económico por parte de los padres al joven delincuente,
tomando en cuenta si existe o no interés de los padres por el joven delincuente
juvenil.
2.7.
Vivienda Inadecuada (TIV).
Cuando
se reporta en el expediente que la vivienda donde habita el joven, no cuenta
con servicios indispensables, como agua entubada, drenaje, letrina o baño, hay
hacinamiento, material de construcción, entre otros.
3.
Área Educativa - Laboral (AEL).
3.1.
Deserción Escolar (DE).
Cuando
se da una trayectoria de problemas de aprendizaje y la escolaridad del joven no
corresponden a su edad y/o en este momento, no se encuentra inscrito en un
grado escolar.
3.2-
Experiencia laboral (EL).
Presencia
de experiencia laboral a pesar de ser menor de edad para trabajar, cuando se
detecta en los informes que ha habido un intento formal o informal por
incorporarse al mundo laboral.
El
tipo de estudio es ex post-facto (Kerlinger, 1973) con un diseño diacrónico en
cuanto a la recogida de los datos y sincrónico en cuanto al análisis de éstos,
lo relacionan con las dimensiones configuradoras de los diseños transversales y
observacionales.
El
análisis estadístico de los datos lo planteamos desde diferentes fases, para
realizar la interpretación tomamos como nivel de significancia 95 por ciento o
una probabilidad menor a 0.05. La prueba de asociación a utilizar es la chi
cuadrada de Pearson, la prueba de Fisher y en su caso necesario la corrección
de Yates. Cuando se encuentre una relación entre variables se aplicará Odds
Ratio, como prueba de productos cruzados o riesgo, valorando el factor de
riesgo y factor protector, así como las pruebas de simetría (coeficientes de
Phi, V de Cramer y de Contingencia) para mediar la fuerza o magnitud de esa
asociación. En las distribuciones que no se encuentre significancia estadística
no se continuará con las pruebas señaladas. La base de datos fue realizada con
apoyo del programa Excel y SPSS 11.
Resultados
De
los 122 expedientes estudiados, 50 por ciento fue de delitos contra la salud y
el otro 50 por ciento de robo. Del total de los expedientes, 82 por ciento
corresponde a jóvenes del sexo masculino y 18 por ciento del femenino. Entre ellos,
la presencia de consumo de drogas fue similar por sexo: 70 por ciento de los
jóvenes masculinos y 68.2 por ciento de las mujeres consumieron drogas; 76 por
ciento de los hombres vivían en un entorno de marginación, así como 63.6 por
ciento de las mujeres; 39 por ciento de los hombres y 63.6 por ciento de las
mujeres presentaron una situación económica familiar insuficiente; 75 por
ciento de los hombres y 68.2 por ciento de las mujeres vivían en esos momentos
con los padres, el resto señaló vivir con otro pariente, en la calle o con
amigos; 83 por ciento de los hombres y 77.3 por ciento de las mujeres
reportaron maltrato familiar .
1) Universidad de Guadalajara.
2) Universidad Católica de Maule.
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