La alteración estructural y funcional de los circuitos cerebrales implicados en la modulación emocional está asociada a la aparición de conductas violentas. La hipofunción del córtex prefrontal, unida a la hiperactividad de las estructuras subcorticales, se vincula a la agresión de corte impulsivo.
Objetivo.
Revisar el estado actual de las investigaciones de neuroimagen sobre las
posibles alteraciones en sujetos que presentan
conductas violentas y antisociales, considerando las implicaciones para su
prevención y tratamiento.
Desarrollo.
Cada vez existe mayor evidencia a favor de un correlato neuroanátomico que representaría un factor de vulnerabilidad en el desencadenamiento de conductas
agresivas y antisociales. Recientes estudios empleando técnicas de neuroimagen
muestran el papel crucial del córtex prefrontal y del sistema límbico, que son
circuitos cerebrales encargados de la regulación emocional y de la génesis de
comportamientos agresivos de carácter impulsivo.
Se pone de manifiesto la importancia en el equilibrio funcional relativo de estas regiones y el papel de la impulsividad y el deficitario control emocional en la aparición de estas conductas. Asimismo, se aboga por la diferenciación entre agresión impulsiva y agresión premeditada, y la posible existencia de mecanismos subyacentes diferentes.
Se pone de manifiesto la importancia en el equilibrio funcional relativo de estas regiones y el papel de la impulsividad y el deficitario control emocional en la aparición de estas conductas. Asimismo, se aboga por la diferenciación entre agresión impulsiva y agresión premeditada, y la posible existencia de mecanismos subyacentes diferentes.
Conclusiones.
Desde la perspectiva de la neuropsicología es relevante el estudio de los posibles correlatos neuroanatómicos y funcionales de las conductas agresivas de
carácter impulsivo, que, junto con la investigación de factores psicosociales,
pueda aportar una visión integral que favorezca la comprensión de la conducta
antisocial.
Palabras
clave. Agresión impulsiva. Conducta antisocial. Emoción. Función ejecutiva.
Impulsividad. Neuropsicología. Psicopatía.
Introducción
La
agresión se ha entendido tradicionalmente como la
manifestación de comportamiento que tiene intención de provocar daño físico a
otro individuo con
el fin de promover la conservación del organismo y la supervivencia de la
especie. El hecho de que
esta conducta se haya preservado a lo largo del tiempo
y la evolución refleja su valor adaptativo en determinados
contextos caracterizados por ambientes hostiles y situaciones de escasez. Sin
embargo, en el caso de los seres humanos, la conducta violenta
reflejaría la expresión de agresividad dirigida hacia otros sujetos de forma
indiscriminada y recurrente,
sin ningún tipo de ganancia o valor evolutivo, y representa un problema clínico
grave que acarrea
consecuencias negativas para el individuo y la
sociedad [1-3].
Aunque
por el momento no existe una comprensión completa de los complejos mecanismos que
subyacen a la conducta agresiva y antisocial, se poseen
hallazgos científicos y un cuerpo creciente de literatura que muestra que la
violencia está asociada
con factores genéticos, neurobiológicos y psicofisiológicos,
lo que está impulsando el resurgimiento de la criminología biológica. Para
comprender la etiología de este fenómeno de la forma más exacta
y certera posible, hay que tener en cuenta la
interacción de variables biológicas con aspectos psicosociales
y de aprendizaje. En la prevención de estos
actos y el tratamiento de los agresores y delincuentes impulsivos, es crucial
considerar que los
individuos con alto riesgo biológico pueden ser particularmente
vulnerables a los efectos negativos de
la exposición a ambientes adversos a lo largo de su
vida [4-8].
Los
rasgos nucleares del trastorno antisocial de la
personalidad son los comportamientos impulsivos, sin reparar en las
consecuencias negativas de
las conductas, la ausencia de responsabilidades personales
y sociales, con déficit en la solución de problemas,
y la pobreza afectiva, sin sentimientos de
amor ni culpabilidad. Como consecuencia de todo
ello, estas personas carecen del mínimo equipamiento cognitivo y afectivo
necesario para asumir los valores aceptados socialmente, lo que suele traducirse
en la transgresión constante de las normas establecidas y en un patrón general
de desprecio y violación de los derechos de los demás. Por otra
parte, la psicopatía se ha ido perfilando como una
constelación de rasgos de naturaleza afectiva, interpersonal
y conductual altamente significativa en
el estudio del comportamiento antisocial adulto.
En
la actualidad, la literatura científica nos ofrece abundantes
datos que muestran la utilidad de este constructo
para identificar delincuentes con indicadores graves en su carrera criminal, incluyendo altas
tasas de delitos, alta probabilidad de delitos violentos,
agresión en el contexto de las cárceles, alta
propensión a la reincidencia y mala respuesta al
tratamiento. En un artículo anterior [6] se revisaron los hallazgos actuales de
la neuropsicología en
el caso de la psicopatía, por lo que, aunque el presente
artículo se centra en la agresión impulsiva, se
hará mención al caso de la psicopatía con objeto de
ilustrar las diferencias entre los dos subtipos de agresión
[9-11].
Los
hallazgos acumulados hasta la fecha parecen indicar
que es probable la existencia de un correlato neuroanatómico
que ayude a explicar las conductas agresivas
e impulsivas. La impulsividad se ha definido como la tendencia a emitir una
respuesta de forma
rápida, en ausencia de reflexión, y se caracteriza por comportamientos
inadecuados, poco planificados y que frecuentemente ponen al individuo en riesgo
de implicación delictiva. A partir de los resultados de estudios llevados a
cabo con pacientes que sufren
daño neurológico, se tiene evidencia de que daños
graves en la materia gris y blanca del córtex prefrontal
conllevan expresiones de personalidad pseudopsicopática.
Investigaciones más recientes han
puesto de manifiesto que individuos ‘neurológicamente sanos’ con diagnóstico de
trastorno antisocial de la personalidad presentan déficit prefrontales sutiles
[9,12-16].
Sin
embargo, como señalan Damasio et al [17], hay
que tener precaución para no caer en la trampa frenológica establecida detrás
de la identificación de un área cerebral-función, ya que los efectos patológicos
asociados con una región cerebral determinada sólo pueden ser comprendidos
adecuadamente en el contexto de sistemas neurológicos multicomponentes. De esta manera, la disfunción de
los circuitos prefrontales está probablemente acompañada de un funcionamiento inadecuado en varias
estructuras subcorticales, sus interconexiones y en el equilibrio relativo en
la actividad de estas regiones. Se mantiene la hipótesis de que esta compleja
red incluye ciertas regiones del lóbulo prefrontal,
como las zonas orbitofrontal y ventromedial, el córtex cingulado anterior y
estructuras subcorticales,
como la amígdala, el hipocampo o el
hipotálamo, todas ellas relacionadas con las funciones ejecutivas y la
regulación emocional.