Este
artículo ha sido realizado con el objetivo de hacer una selección analítica de
la literatura básica con el fin de establecer, en algún grado, el estado actual
del conocimiento sobre los factores neurobiológicos asociados al trastorno de
personalidad antisocial. Tales factores se centran en la identificación de las
estructuras neuroanatómicas implicadas, así como en el funcionamiento
neurofisiológico que se altera en el trastorno. De igual manera, se realiza una
revisión teórica de los factores genéticos que se asocian con el desarrollo y
mantenimiento de la alteración. Para ello, se describe la personalidad y sus
trastornos, así como la psicopatía.
Palabras
clave: Factores neurobiológicos, trastorno de personalidad antisocial,
estructuras neuroanatómicas, funcionamiento neurofisiológico, genética,
psicopatía.
La
personalidad está constituida por rasgos característicos de pensamiento,
afectividad y estilos de comportamiento que tienden a expresarse en formas
básicas, relativamente estables y transituacionales a lo largo del tiempo. En
ciertos individuos, algunos rasgos pueden ser gravemente disfuncionales, por lo
que presentan alteraciones que son descritas como trastornos de la
personalidad.
Uno
de esos trastornos es el trastorno de personalidad antisocial, conocido como
sociopatía o psicopatía, que ha sido objeto de varios estudios empíricos y
consideraciones teóricas desde que Phillippe Pinel introdujo el término, hace
aproximadamente doscientos años (Clonniger, 2003). Este trastorno de personalidad
antisocial se relaciona con el crimen, la violencia y la delincuencia. Los
individuos que lo presentan tratan a los demás de manera insensible, sin
preocupación aparente, sin sentimiento de culpa, incluso cuando dañan a las
personas más cercanas o a ellos mismos, motivados por las oportunidades de
manipular a los otros (Millon y Davis, 1998). Las personas con este trastorno
de personalidad son sumamente rígidas, no pueden adaptarse a la realidad, lo
cual debilita su capacidad operacional. Sus patrones desadaptados de
pensamiento y comportamiento se hacen evidentes al principio de la edad adulta,
frecuentemente antes y, tienden a durar toda la vida (Mata, 2002).
Por
lo mencionado, el trastorno de la personalidad antisocial (TPA) es uno de los
temas que más interés ha suscitado en el campo de la psicología en los últimos
tiempos, siendo entonces de gran importancia un análisis desde diferentes
perspectivas. Por ello, muchos son los documentos, investigaciones, estudios y
acercamientos que han trabajado el tema en institutos, universidades y centros
especializados en el tratamiento de la personalidad del individuo. En este
artículo se identificarán los factores neurobiológicos y genéticos implicados,
lo cual es objeto principal y básico de interés en el presente trabajo.
La
personalidad y sus trastornos
Definición
del concepto de personalidad
Clonniger
(1998, referenciado por Téllez, Tabrda y Burgos, 2003) define la personalidad
como la organización dinámica de los diferentes sistemas psicobiológicos del
individuo que permiten una mejor adaptación, y cuya organización depende de la
maduración neurobiológica, las experiencias interpersonales y afectivas, y la
incorporación de normas sociales. Sus investigaciones, apoyadas en el Modelo de
Rasgos, expresan que los eventos internos y externos hacen parte de un fenómeno
multidimensional, donde los aspectos del individuo se integran en dimensiones
psicométricas y neurobiológicas para realizar las descripciones categoriales y
dimensionales de la personalidad y, a partir de ello, reformular los estudios
con la creación de un nuevo modelo de la personalidad (Arroyo y Roca, 1998).
Clonniger,
junto con sus colaboradores Siever y Davis (1993), propone un Modelo
Tetradimensional de la Personalidad construido sobre los ejes de la genética y
la biología, que coinciden con los ejes clínicos que giran sobre los trastornos
de personalidad (Arroyo y Roca, 1998). Este Modelo es el que se toma como base
para esta investigación teórica, ya que tiene en cuenta los factores que afectan
la continua interacción del individuo, haciendo énfasis en el factor
disposicional de la biología sobre los diferentes escenarios. Sin embargo, se
hace necesario el entendimiento de la personalidad desde la psicología, como
constructo esencial del estudio de dicha disciplina, y desde lo social como
elemento que diferencia al individuo del resto de las personas, en el proceso
de socialización.
Trastornos
de personalidad
Pichot,
et al. (1995) presentan algunos de los criterios que se deben tener en cuenta
para un trastorno de la personalidad. Los define como un patrón permanente de
experiencia interna y de comportamiento, que se aparta acusadamente de las
expectativas de la cultura del sujeto, estando presente en una, dos o más áreas
de las que se mencionan a continuación: cognición (por ejemplo, formas de
interpretarse a uno mismo, a los demás y a los acontecimientos); afectividad
(por ejemplo, la gama, la intensidad, la labilidad y la adecuación de la
respuesta emocional); actividad interpersonal y control de los impulsos.
Autores
como Kaplan, Sadok y Grebb, (1994) presentan enfoques complementarios a los que
se han mencionado pero, en este punto, al referenciar aquellas definiciones y
planteamientos que se relacionan de manera directa con los trastornos de la
personalidad como tal. Es entonces cuando estos autores hacen mención a la
agrupación que el DSM-IV (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos
mentales) le da a los trastornos de la personalidad, los cuales se dividen en
la personalidad paranoide, la esquizoide y la esquizotípica. Las anteriores
pertenecen a la agrupación del grupo A. Las del B incluyen los trastornos de la
personalidad antisocial, borderline, histriónica y narcisista, teniendo así en
las personas que las padecen comportamientos con inclinación al dramatismo, a
la emotividad y a conductas erráticas. El grupo C comprende los trastornos de
la personalidad por evitación, por dependencia y el obsesivo-compulsivo, y una
categoría denominada trastorno de la personalidad no especificado, en la cual
las personas suelen ser ansiosas y temerosas.
En
síntesis, el lugar que ocupan los trastornos de la personalidad en este
contexto se presentan de tal manera que obligan a que el patrón sea estable,
inflexible y manifestable en una amplia gama de situaciones sociales y
personales, no limitados a episodios concretos. Además, los rasgos de la
personalidad causan incapacidad funcional significativa, social o laboral y, de
la misma forma, sus manifestaciones se reconocen en la adolescencia o antes de
la edad adulta, continúan a lo largo de la adultez y, a veces, se hacen menos
patentes o se atenúan en la edad intermedia o avanzada (Arroyo y Roca, 1998).
Hasta
el momento se ha identificado la clasificación que se ha intentado dar a los
trastornos de personalidad, en el DSM-IV, herramienta esencial de la
psicopatología. Siendo el interés de este artículo el Trastorno de Personalidad
Antisocial (TAP), a continuación se realizará su descripción.
Trastorno
de personalidad antisocial
Es
una alteración de la personalidad que se caracteriza por imposibilitar al
individuo a tener una convivencia normal cuando intenta independizarse; sin
embargo, cuando logra cierto grado de independencia, lo consigue gracias a su
sobreestimada autovaloración, lo que demuestra intentando mantener su
supremacía por la fuerza (Astudillo, Cortes y Valdebenito, 2006).
Garrido
(2000), tomando como base los trastornos de la personalidad con características
de una personalidad antisocial, expresa que este término describe un patrón de
conducta caracterizado por la falta de remordimientos y una ausencia completa
de restricciones. Del mismo modo, y basado en la exposición de Garrido (2003),
agrega que se desarrolló, en ese tiempo, el concepto de “locura moral”, en
referencia a los hombres con comportamientos y actitudes antisociales. Esta
caracterización significaba la aparición de los principios activos y morales de
la mente, en el momento en el que estos se han depravado o pervertido en gran
medida; el poder del autogobierno se ha perdido o ha resultado muy dañado y el
individuo es incapaz, no de razonar a propósito de cualquier asunto que se le
proponga, sino de comportarse con decencia y propiedad en la vida.
Para
Vallejo (1980), la personalidad antisocial (trastorno antisocial de la
personalidad) refleja en los pacientes una gran frialdad y una falta de miedo
ante aquellas situaciones en las cuales cualquier otro sujeto con las mismas características
y la misma edad, podría sentir temor o “prudencia” por su aparente peligro o
situación de riesgo. Este mismo autor también menciona que los trastornos de la
personalidad antisocial se manifiestan con mayor acentuación en aquellas
personas que desde la infancia presentan alteraciones y rechazos ante las
normas y reglamentos que se les presenten para la vida cotidiana. De este modo,
el autor argumenta que desde la etapa de la niñez es común notar este tipo de
comportamiento en los pacientes que presentan características de personalidad
antisocial, además porque se suman factores relevantes como la mentira
constante, el robo, el exceso de travesuras y conductas agresivas, que
sobresalen una vez que se avanza en la etapa de la niñez.
Desde
el punto de vista de la relación directa con los demás, los pacientes que
presentan personalidad antisocial reflejan una regulación que se basa
exclusivamente en la sensibilidad ante las señales de recompensa y la
gratificación inmediata, por ello no se motivan a realizar actividades que
requieran un esfuerzo sostenido y acaban desinteresándose de todo lo que no les
provea estimulación y gratificación. Esta descripción de Vallejo (1980) se
complementa con otras observaciones tales como la presencia continua de consumo
de estimulantes del tipo de las anfetaminas o la cocaína, que se ven combinados
con el alcohol o la marihuana, características propias de síndromes tóxicos en
dichos pacientes.
Estos
múltiples síntomas que abarcan el trastorno, determinan la aparición de la
alteración como un cuadro que afecta al individuo cuando se presentan en la
mayoría de las situaciones experimentadas. Por esto, el DSM-IV ha logrado
reunir los síntomas en un conjunto de criterios diagnósticos, que facilitan la
identificación de la psicopatía. Estos se describen a continuación.
Criterios
diagnósticos del trastorno de personalidad antisocial
El
DSM-IV, (Valdez, 1995) establece cuatro grupos de criterios generales para
diagnosticar Trastorno Antisocial de Personalidad, que se expondrán en la
siguiente tabla.
Tabla
1
Criterios
diagnósticos para el transtorno de personalidad antisocial según el DSM-IV
Entonces,
es de gran importancia mencionar que este trastorno se inicia con
comportamientos sutiles en la niñez y se exhiben de modo intenso después de la
adolescencia y durante la etapa de adulto joven, para luego disminuir cuando se
llega a la edad de 40 años (Garrido, 2003). Asimismo, este autor explica que el
TPA presenta rasgos de personalidad compartidos o parecidos con otros trastornos
de la personalidad, como:
-
Antisocial (solo): presentar historia de trastorno disocial (menor de quince
años), impulsividad, agresividad, comportamiento delictivo y mentiras.
-
Narcisista (solo): donde la persona busca despertar admiración y envidia en los
demás.
-
Antisocial-Narcisista: al igual que el antisocial, presenta historia de
trastorno disocial (menor de quince años), impulsividad, agresividad,
comportamiento delictivo, mentiras, más características como ser explotadores
con poca sinceridad y empatía.
-
Antisocial-Histriónico: se observan conductas como la impulsividad, la
superficialidad, imprudencia, manipulación y búsqueda de sensaciones.
También
pueden presentarse de forma asociada trastornos de ansiedad, trastornos
depresivos, trastornos relacionados con sustancias, trastornos de somatización,
juego patológico y otros trastornos del control de los impulsos (DSM-IV, 1995).
Factores
neurobiológicos del trastorno de personalidad antisocial
Factores
neuroanatómicos
Del-Bel
(2005) menciona que la agresión (comportamiento característico de la
psicopatía) puede llegar a ser clasificada como reactiva versus operativa. La
reactiva (afectiva) se da cuando el individuo se encuentra temeroso y siente la
necesidad de defenderse de los estímulos desconocidos, potencialmente
peligrosos. Por otro lado, la operativa (depredatoria) es aquella planeada y
ejecutada de manera calculada, para eliminar un objeto claramente específico.
Estas diferencias de categorías del comportamiento agresivo se pueden
identificar claramente en los diferentes procesos neuronales. Las estructuras
donde se encuentran estas diferencias de la agresión, la depredadora, han sido
ampliamente estudiadas y numerosas estructuras filogenéticamente muy antiguas
han sido implicadas, incluyendo el hipotálamo, el tálamo, el mesencéfalo, el
hipocampo y el núcleo amigdalino. La amígdala y el hipotálamo trabajan en
estrecha armonía y el comportamiento de ataque puede ser acelerado o retardado,
según sea la interacción entre estas dos estructuras. Por lo tanto, la
inhibición o desinhibición de la agresión puede ocurrir entre dos elementos
neuroanatómicos, en los sitios más primitivos o en las estructuras “superiores”
sobre otras “inferiores” (Del-Ben, 2005). A continuación se describen los
sistemas implicados en la desinhibición e inhibición de la conducta agresiva:
1.
La desinhibición comportamental
Todas
las alteraciones, incluidas las comportamentales, tienen elementos comunes. La
desinhibición comportamental se vincula, según Mata (2002), con el Sistema de
Activación Comportamental (SAC) como opuesto al Sistema de Inhibición
Comportamental (SIC). El SAC se activa en respuesta a incentivos gratificantes
o placenteros, en tanto el SIC lo hace frente a la posibilidad de castigo o
frustración, y se piensa que es el substrato de la ansiedad. Se ha sugerido que
en la psicopatía habría una hiperrespuesta del SAC, con baja reactividad del
SIC. Esto ha sido demostrado por medio de pruebas. Algunos autores encontraron
que los altos buscadores de sensaciones, especialmente aquellos que puntúan
alto en desinhibición, tienden a mostrar baja desaceleración cardiaca a los
tonos de moderada intensidad, en tanto que los bajos buscadores de sensaciones
responden a la inversa. Estos resultados sugieren que los altos buscadores
atienden más a los estímulos novedosos, aún si éstos carecen de significado
desde el punto de vista de la recompensa o el castigo (Mata, 1998).
La
teoría del bajo nivel de alerta, la cual tendría que ver con la frialdad
afectiva, se apoya en que los psicópatas tienen baja responsividad fisiológica,
evidenciada por el gasto cardíaco bajo, desde muy temprana edad, exceso de
ondas lentas en el electroencefalograma (EEG) y baja conductividad eléctrica de
la piel. En un sentido directo, esta baja responsividad puede hacer al
individuo menos sensible a claves sutiles requeridas para el aprendizaje de
claves prosociales y puede deteriorar el condicionamiento clásico de respuestas
emocionales que se cree son importantes para la formación consciente del
aprendizaje de la evitación (Howard, 1986).
2.
La inhibición comportamental
Para
Mata (2002), una falta de alerta autonómica podría explicar el déficit en el
aprendizaje de la evitación pasiva en psicópatas, debido a que el arousal puede
inhibir la respuesta en las personas más ansiosas. Los psicópatas tienden a
exhibir menos alertabilidad de acuerdo a las mediciones de resistencia
eléctrica de la piel pero muestran alta respuesta cardiaca a los estímulos que
han sido condicionados al castigo, ocurriendo a la inversa cuando tal
condicionamiento no existe la respuesta cardiaca es bifásica, esto es, puede
mostrar tanto aceleración como desaceleración en respuesta a los estímulos.
Estudios
de neuroimágenes
Debido
a la necesidad de estudiar las estructuras cerebrales implicadas en los
diferentes procesos de la psicopatía, la ciencia médica ha utilizado los
avances técnicos de neuroimagen funcional, como la Tomografía por Emisión de
Positrones (TEP), la Tomografía Computarizada por emisión de Fotón Único
(SPECT) y la Resonancia Magnética Funcional (fMRI) para hallar relaciones entre
las regiones cerebrales y los criterios diagnósticos del TPA.
En
un estudio de neuroimagen estructural con fMRI, se encontró que las personas
diagnosticadas con TPA presentaban una reducción en el volumen de la masa
prefrontal que se correlaciona positivamente con una reducción en la respuesta
autónoma frente a un evento estresor (Del-Ben, 2005). Chiana-Shan, Kosten y
Shinha, (2006), refieren que los individuos con TPA no tienen una adecuada respuesta
emocional ante las situaciones de estrés y no logran aprender de las
asociaciones cuando se enfrentan a situaciones similares. Estos autores
encontraron en la fMRI una activación de la corteza prefrontal y del área de
Brodman (BA) 10, en personas antisociales para suprimir el dolor emocional que
se puede experimentar ante una situación de estrés, siendo estas estructuras
las que controlan el sufrimiento del individuo en conjunto con la disminución
de la actividad del cíngulo posterior izquierdo. Tal argumento es confirmado en
otra investigación realizada por Edens, et al. (2006), donde hallaron que las
personas con un alto puntaje en la escala PCL-R (Psychpathic Checklist-Revised,
ver anexo 1) tienen una actividad electrotérmica menor ante estímulos
lingüísticos y no lingüísticos agresivos, con lo cual lo correlacionan los
autores con una baja sensibilidad para llevar a cabo un proceso de aprendizaje
ante las señales de castigo. Estudios más recientes con la fMRI demuestran que
en el TPA se implican las regiones prefrontales y el sistema límbico, donde
según los investigadores se presenta una disminución en la actividad del
complejo amígdala-hipocampo, giro parahipocampal, estriado ventral y giro del
cíngulo posterior y anterior (Del-Ben, 2005).
Según
García y Téllez (1995), el déficit que se presenta a nivel límbico en personas
con alteraciones en el control de la impulsividad les genera dificultad para
tener un aprendizaje significativo. Estos mismos autores mencionan que los
psicópatas tienen alterado el mecanismo del núcleo peduncular cerebeloso, el
cual integra la acción motora, recibe aferencias de los ganglios basales y del
sistema nervioso autónomo, por lo cual en el TPA, el individuo no se percata de
sus acciones, presentando frialdad afectiva con incapacidad de tener memoria
sensorial y aprender de las experiencias.
Laasko
(2001) describió que existe una relación entre la psicopatía y las reducciones
bilaterales del volumen del hipocampo posterior. Por su parte, Raine (1994),
utilizando el TEP en la actividad de la corteza prefrontal de 41 asesinos y 41
sujetos de control, encontró que los asesinos tenían menor actividad en esa
zona. En relación con las regiones del córtex, la reducción del funcionamiento
prefrontal puede traducirse en la pérdida de la inhibición o control de las
estructuras subcorticales; esto, dentro del plano neuropsicológico, se traduce
en alteraciones en los sentimientos agresivos; en el plano neurocomportamental,
se han identificado comportamientos arriesgados, irresponsables, trasgresores
de las normas, con arranques emocionales y agresivos que pueden predisponer a
la violencia; en el plano de la personalidad, se asocian con impulsividad,
pérdida de autocontrol e inmadurez y, finalmente, en el plano cognoscitivo, causan
una reducción de la capacidad de razonar y de pensar (Raine, 1997 citado por
Garrido, 2003).
Este
mismo autor también explica que el giro angular izquierdo registra una
actividad menor del metabolismo de la glucosa, lo que favorece la conducta
violenta. Identificó, además, que el cuerpo calloso tiene una actividad menor
que facilita que el hemisferio izquierdo tenga dificultades en la inhibición de
las emociones negativas. En otros estudios con PET y SPECT se hace evidente la
reducción del metabolismo en regiones frontales (córtex prefrontal)
especialmente, en áreas medias y en el núcleo caudado en el comportamiento
antisocial (Blair, 2004). Del mismo modo, se pudo estipular que la actividad de
la corteza prefrontal (PFC) más alta se asocia con baja excitación fisiológica,
hallando así una correlación positiva entre la activación de PFC y menos cambio
en la proporción del corazón, así como menor cambio en la ansiedad, presentando
como agravante, el hecho de que los individuos antisociales pueden comprometer
el PFC a una magnitud mayor, al evaluar el dolor en la tensión de manera
positiva (Chiang- Shan, Kosten & Shinha, 2006). Por último, Chiang-Shan,
Kosten & Shinha (2006) manifiestan que su estudio muestra una correlación
entre la actividad de MPFC y la personalidad antisocial que hace pensar en la
baja excitación fisiológica durante situaciones de estrés.
En
particular, se ha observado la pérdida del control de los impulsos y conductas
agresivas en los sociópatas (APA, 1999). Para concluir esta parte, a continuación
se resume lo expuesto sobre las bases neuroanatómicas del trastorno de
personalidad antisocial.
Tabla
2
Bases
neuroanatómicas del transtorno de personalidad antisocial (García y Téllez,
1995)
Tomado
de Garcia y Téllez, 195
Factores
neurofisiológicos
Además
de los estudios que se han realizado sobre las estructuras anatómicas, también
es importante resaltar los estudios sobre el funcionamiento de estas y las
sustancias que intervienen, no sólo a nivel cerebral, sino en todo el cuerpo y
que influyen en el desarrollo del TPA. Con tal finalidad, a continuación se
expondrá dicho funcionamiento.
1.
Agentes hormonales
Las
conductas violentas se han asociado a endocrinopatías tipo enfermedad de
Cushing, hiperandrogenismo, hipertiroidismo, hipoglicemia y tensión
premenstrual, asociaciones que han sido objeto de intensas controversias.
Históricamente,
los hombres presentan mayor frecuencia de conducta antisocial en la infancia y
en la adolescencia que las mujeres, en proporción de 4:1. En la edad adulta,
los hombres muestran mayor prevalencia de trastorno de personalidad antisocial
y conductas delictivas con relación de 7:1. La tipología del delito por género
es diferente. Las mujeres cometen con mayor frecuencia delitos menores,
mientras los hombres muestran mayor frecuencia de delitos contra la vida y la
propiedad privada (APA, 1999). La discrepancia fisiológica de género parece ser
el resultado de la diferenciación prenatal del área preóptica del hipotálamo,
como resultado del influjo de los andrógenos (García y Téllez, 1995). Mata
(1998) aporta que las diferencias de género se deben a las hormonas gonadales,
en particular la testosterona, y han sido asociadas con la sexualidad, la
dominancia social y la agresividad en animales. Estos hallazgos han sido
algunas veces extendidos a los humanos sin suficientes estudios comparativos.
Altos niveles de testosterona en prisioneros han sido relacionados con
historias de agresiones especialmente malignas, pero tanto en prisioneros como
en ciudadanos sin problemas legales, la testosterona parece estar relacionada
con la dominancia social, la búsqueda de sensaciones (desinhibición) y
experiencias heterosexuales (Mata, 1998).
2.
Agentes neuroquímicos
Se
plantea la presencia de una relación entre conductas agresivas y la
concentración de ciertas sustancias como la serotonina (5-HIA) a nivel
cerebral. Se ha encontrado disminución o aumento de cierto tipo de
neurotransmisores (NT) en el cerebro y líquido cefalorraquídeo (LCR) de los
suicidas y personas que cometen actos violentos. Se dice que hay un déficit
serotoninérgico en los individuos con trastorno de personalidad y conductas
violentas. Algunos autores consideran que estos niveles cerebrales de NT
podrían ser predictores de las conductas de agresión física y violenta (Salín,
Pascual y Ortega, 1989).
3.
Noradrenalina (NA)
Para
Raine (1995), los estudios que vinculan la NA dan resultados paradójicos e
inconsistentes. Hay alguna evidencia de que la NA tiene alguna participación en
la agresión afectiva (defensiva, impulsiva). La administración de Inhibidores
de la Monoaminooxidasa (IMAOs) que elevan los niveles de la NA central,
aumentan la lucha inducida por shock. De manera similar, drogas que vacían de
NA al cerebro, anulan la furia inducida en gatos. Evidencias contradictorias,
sin embargo, han indicado que la inyección de NA colocada intraventricularmente
no produce agresión afectiva. En general, los resultados a partir de estudios
animales sugieren que la NA puede facilitar la agresión afectiva, en tanto que
inhibe la predadora, aunque hay mucha inconsistencia en los hallazgos a través
de las especies.
4.
Dopamina
Se
ha encontrado también que las drogas que aumentan los niveles de DA inhiben la
agresión depredadora. Por lo tanto, de manera similar a la NA, la DA puede
inhibir la agresión depredadora y estimular la defensiva, o afectiva. No se ha
demostrado consistentemente esta proposición (Mata, 1995).
5.
Serotonina
Funcionalmente,
este NT está asociado a muchos y diferentes efectos. Sus numerosas familias y
subfamilias de receptores cumplen en esta variedad un papel muy importante.
Aunque inicialmente fue conocido su papel en la digestión, es en realidad un NT
que, en el cerebro, representa un papel inhibitorio para la descarga de
impulsos. Por lo tanto, podría esperarse que los individuos con bajos niveles
de serotonina (ST) tengan problemas en el control de los mismos. Las pruebas de
su acción en humanos, incluyen (Volavka, 1999):
-
Estudios del catabolito (ácido 5-Hidroxi-indol-acético, 5-HIAA) en Líquido
Cefalorraquídeo (LCR).
-
Estudios del contenido de triptofano en plasma y de la recaptación de ST en las
plaquetas.
-
Desafíos neuroendocrinos de sus receptores centrales.
Los
resultados de los estudios de Coccaro (1991) conducen a la conclusión de que
una historia de actos agresivos y la tendencia a responder a las provocaciones
con violencia, covarían con el número no con la afinidad de los sitios
plaquetarios de recaptación de ST evaluados usando paroxetina tritiada (1).
Notablemente, la correlación entre los valores Bmax (2) para la ligadura de la
paroxetina tritiada y la historia vital de agresión eran independientes del
funcionamiento global, del estado de la depresión, o de los trastornos
afectivos, alcoholismo, o abuso de drogas, actuales o del pasado. Por lo tanto,
es improbable que esta relación simplemente represente un epifenómeno de otras
condiciones psicopatológicas entre los pacientes, en esta muestra.
De
acuerdo con la teoría de Cloninger, el sistema ST está asociado con la
evitación del daño y la toma de riesgos; los niveles bajos de ST están asociados
con la tendencia a evitarlos y los altos; en este marco, sugieren que la ST
estaría vinculada a la “evitación del daño” (la tendencia a evitar o tomar
riesgos). La NA se asocia con la “dependencia a la gratificación” (la tendencia
a buscar la aceptación y recompensa social como motivador del comportamiento),
mientras que la DA estaría ligada a la “búsqueda de estímulos” (la tendencia a
buscar estímulos novedosos). Desde el momento en que cada uno de estos sistemas
influye en los demás, las necesidades y el comportamiento de cada individuo
necesitarían el análisis del estado de estos tres niveles (Mata, 1998).
La
hipótesis de Linnoila (1994) es que de dos grupos igualmente violentos, los
ofensores impulsivos podrían tener menores niveles de 5-HIAA en el LCR en
relación con los no impulsivos, que habían premeditado sus actos. Por lo tanto,
un bajo 5-HIAA es más bien un marcador de impulsividad que de violencia. Puede
señalar baja producción de ST, o ser indicador de un alto transporte fuera del
LCR, lo cual es un fenómeno de membrana. Los autores sugieren que el temprano
consumo de alcohol asociado a bajos niveles de 5-HIAA puede desembocar en
cuadros de psicopatía violenta, por lo que sería conveniente suministrar
preventivamente serotoninérgicos. Esto apoya la hipótesis de que un control
pobre de impulsos está vinculado a bajos niveles de metabolitos de las
monoaminas y con una tendencia a la hipoglicemia en ofensores criminales.
Significativamente,
niveles bajos del metabolito de la ST, el 5-HIAA y de la enzima Monoamiooxidasa
(MAO) se encuentran en los aumentadores visuales en potenciales evocados. Los
bajos niveles de MAO se vinculan consistentemente con los buscadores de
sensaciones y son bajos en los desórdenes desinhibitorios. La MAO baja puede
ser un signo de falta de actividad serotonina (ST) o excesiva actividad
dopamina (DA) (Raine, 1995). Este mismo autor explica la enzima MAO
(Monoaminooxidasa) como contenida en las mitocondrias de las neuronas
monoaminérgicas y reguladora del nivel de los neurotrasmisores (NT) disponibles
en las células a través de degradación catabólica por los NT después de la
recaptación. La MAO en los humanos es evaluada usualmente a través de las
plaquetas. La MAO plaquetaria es usualmente de tipo B, la que está primariamente
asociada con la regulación de las neuronas DA en el cerebro humano. Bajos
niveles de MAO plaquetaria han sido asociados con altos niveles del rasgo de
búsqueda de sensaciones, y también con niveles altos de actividad social,
criminalidad, tabaco, alcohol y drogas ilegales.
Hasta
este punto se han descrito los factores neuroanatómicos y fisiológicos
relacionados con el trastorno de personalidad antisocial. Vale la pena aclarar
que la presentación de estructuras o sustancias que aquí se expusieron se encuentran
aún en estudio y que no son las únicas implicadas. No obstante, se logró
cumplir con el objetivo de ampliar el conocimiento en esta área. Ahora, para
complementar la visión sobre los factores biológicos se describirán a
continuación los factores genéticos que se relacionan con el TPA.
Factores
genéticos del trastorno de personalidad antisocial
1.
Los factores genéticos en el trastorno de personalidad antisocial
Los
genes contienen la información que codifica varias proteínas estructurales y
regulatorias (incluyendo al ácido ribonucléico, ARN) que conducen a diferencias
en el desarrollo del ser humano. Estas diferencias individuales se pueden
expresar en cualquier sistema fisiológico, pero las más importantes son las que
se establecen en el cerebro y en otras partes del sistema nervioso, ya que son,
probablemente, las que más influyen en los rasgos comportamentales (Mata,
2002). En lo que respecta a este tema la genética del rasgo ImPUSS se puede
decir que las diferencias individuales en los sistemas bioquímicos y
neurológicos subyacen a los mecanismos básicos de los orígenes sobre las
variaciones en este campo.
Uno
de los estudios que más se ha realizado con respecto al TPA es el de las
correlaciones entre gemelos idénticos que fueron criados en forma separada.
Estos estudios permiten una estimación directa de la heredabilidad de estos
rasgos, contradiciendo la creencia común de que el ambiente familiar es el principal
responsable de la socialización del niño y que las similitudes mayores
observadas en los gemelos idénticos se deben a que son tratados de manera más
parecida que los fraternos (Mata, 2002). La pregunta sobre qué factor es más
importante en el desarrollo de la personalidad, el ambiente o la herencia, ha
sido tema de muchas polémicas durante muchos años y es por ello que las
investigaciones en los diferentes campos se han ampliado (Barnes, 1984). Se ha
sugerido que hay una predisposición genética al retraimiento social, y que esto
está relacionado con las anormalidades electrofisiológicas vistas en algunos
psicópatas, lo cual sugiere que los niños que están predispuestos
biológicamente a ser psicópatas están genéticamente predispuestos al
aislamiento social; estarían también en riesgo, debido a su hipersensibilidad a
amenazas de castigo (en los que están sobrevalorando el peligro) (Howard,
1986).
Al
resumir la hipótesis planteada por Howard, se identifica una clase de
individuos que muestran un comportamiento antisocial muy temprano, crónico, y
cuya condición es fundamentalmente evolutiva, manifestándose en la adultez como
un déficit madurativo, tanto comportamental como electrofisiológico; al crecer
la persona, estas características disminuyen, en un nivel de rasgos. Algunos de
estos individuos, especialmente los que muestran un auténtico trastorno de
personalidad, se caracterizan por un subrasgo patológico de impulsividad. Como
consecuencia de esto, hay falta de adaptación, que es la resultante del déficit
de la apreciación, tanto primaria como secundaria.
2.
La genética en relación con las características del trastorno de personalidad
antisocial
Es
notable la importancia de los factores genéticos en el trastorno de la
personalidad antisocial, como lo muestran los estudios que a continuación se
mencionarán. Ellos hacen evidente una relación, en especial, en temas como
sociabilidad, emotividad y nivel de actividad.
-
Sociabilidad:
La
sociabilidad abarca una considerable variedad de estilos de interacción con el
ambiente social. En un estudio realizado con casi 13.000 parejas de gemelos
suecos, se descubrió que en la pareja de los gemelos monocigóticos la medida de
sociabilidad se correlaciona 0.54 y, para los gemelos dicigóticos en 0.21, lo
que nos sugiere que para el desarrollo de ciertos rasgos de personalidad se
encuentra una fuerte base genética. Por ende, una persona con TPA tiene una
carga heredable desfavorable en su capacidad para relacionarse con los demás
(Liebert, R y Liebert, L, 2000).
-
Emotividad:
Es
la tendencia a presentar activación fisiológica en respuesta a los estímulos
ambientales. Liebert, R y Liebert, L (2000) mencionan una investigación
longitudinal realizada por Fox y Loehlin, (1989) durante cuarenta y un años,
con individuos desde su infancia. El estudio consistía en realizar entrevistas
cada tres meses a los padres, luego cada seis meses hasta los 5 años y después,
cada año a profesores, amigos y familiares. El resultado indica que los seres
humanos presentan rasgos emocionales constantes desde el nacimiento hasta la
adultez, lo que podría implicar que dichas expresiones son heredadas, así como
sus alteraciones, patrón que ocurre en el trastorno de personalidad antisocial.
-
Nivel de actividad
Este
nivel es definido por Jang, Livesley, Vernon & Jackson, (1996) como la
cantidad neta de respuesta producida por un individuo, la relación con el vigor
y la velocidad. Torgeersen (1995) realizó una investigación donde halló una
correlación positiva en la heredabilidad de este rasgo del 0.93 en gemelos
monocigóticos. Menciona que era diez veces mayor la correlación cuando alguno
de los padres había presentado durante la vida alteraciones en el control de
impulsos.
3.
Biología molecular y trastorno de personalidad antisocial
Desde
la genética no se pretende encontrar el gen de la agresión, ya que se presume
que depende de la interacción de múltiples genes y se entiende que en su
determinación interactuan múltiples factores tanto epigenéticos como
ontogenéticos. No obstante, se ha avanzado en el descubrimiento de genes
asociados a defectos enzimáticos que modifican el equilibrio de los
neurotransmisores y que se relacionan con las características de la sociopatía.
(Jara y Ferrer, 2005).
Constantino,
Morris y Murphi (1997) encontraron una variable predictora importante para el
desarrollo de la conducta antisocial. Ella es el que uno o ambos padres
padezcan el trastorno de personalidad antisocial. Se halló una asociación entre
la conducta hostil y agresiva en niños de 3 meses de edad con niveles bajos de
5-HTAA, cuando alguno de los padres o ambos habían tenido un diagnóstico de
TPA; esto aumenta la probabilidad del infante de desarrollar el trastorno
durante el transcurso de su vida. Soyka, Preuss, Koller, Zill y Bandy (2003)
también mencionan la relación entre la serotonina y la conducta antisocial.
Ellos, en sus investigaciones, hallaron una asociación entre 5-HT 1B del gen
8g1 y el trastorno antisocial.
Por
otro lado, Saudino, Pedersen, Lichtenstein, McCt y Plomin (1997) mencionan que
toda variedad genética en los eventos de la vida, deseable o no, está
relacionada con un rasgo especifico. Identificaron correlaciones genéticas
significativas entre el fracaso para adoptar las normas sociales (el r ^sub g1,
0.85), violencia interpersonal (el r ^sub g1, 0.78) y comportamiento antisocial
juvenil (el r ^sub g1, 0.45), con una población de gemelos monocigóticos (324)
y dicigóticos (335) de Inglaterra.
Dentro
de esta misma línea, Capsi et al. (2002) descubrieron que hay un gen ubicado en
el cromosoma X que afecta los niveles de la enzima monoaminooxidasa (MAO-A),
que es la encargada de metabolizar los neurotransmisores en el cerebro como la
dopamina, la serotonina y la norepinefrina y potencia la aparición los
trastornos de conducta. Estos autores explican que una baja actividad de esta
enzima facilita el desarrollo de conductas antisociales en la adolescencia y la
adultez.
Por
su parte Shih, Chen y Ridd, (1999) apoyan los resultados de Capsi et al.
(2002), y también encontraron una asociación entre el gen de la
monoaminooxidasa A (MAO-A) localizado en el cromosoma X (Xp11.23-11.4).
Con
respecto al polimorfismo del gen de la MAO-A, Caspi et al. (2002) mencionan que
se ve involucrado en la conducta agresiva cuando se presentan niveles bajos
MAO-A en el cerebro, según lo hallado en un estudio que realizó en Nueva
Zelanda. Los mismos autores mencionan, además, que la presencia de una alelo
corto del promotor del polimorfismo de la MAO-A disminuye la actividad de
transferencia de las células incrementando de esta forma el riesgo de
comportamientos indeseados. Soportando lo anterior, Haberstick et al. (2005)
recientemente reportaron que el genotipo de la MAO-A interactúa como una
variable predictora para el desarrollo del comportamiento antisocial.
Bau,
Almeida y Hutz (2000) sugieren según los resultados de su investigación, que el
alelo 1 del gen DRD2 (Taq1 A polimorfismo) se encuentra relacionado con el
desarrollo del trastorno de personalidad antisocial, ya que genera una
alteración de baja actividad plaquetaria de la monoaminooxidasa-B lo cual
origina una disfunción en el sistema dopaminérgico. La presencia de este alelo
podría inducir a los portadores a ser sensibles a los efectos de sustancias como
alcohol o drogas alucinógenas, es decir, prodopaminérgicas, en un esfuerzo por
compensar las deficiencias en el sistema dopaminérgico. (Koob y Bloom, 1998).
Dejemos
en este punto la descripción de los factores genéticos en el TPA. Es de suma
importancia aclarar que siempre que se identifican elementos genéticos
asociados a alguna alteración orgánica o mental, debe tenerse en cuenta que
estos por sí solos no generan la aparición, se hace necesaria la interacción de
factores medioambientales que aumenten la probabilidad de ocurrencia. Ahora
bien, el trastorno de personalidad antisocial no se exenta de esta regla donde
la comorbilidad con ciertas condiciones de vida, generan la diferencia para que
un individuo padezca el trastorno.
Conclusiones
Hasta
este punto se ha abordado la etiología del trastorno de personalidad antisocial
con referencia a los factores neurobiológicos, lo cual ha mejorado el
entendimiento de esta alteración. Se esclarece que el TPA, al igual que otras
alteraciones psiquiátricas, tiene una base biológica que debe considerarse en
todo momento que el profesional decida trabajar. Esto genera la inquietud de si
de alguna manera los trastornos de personalidad, en especial el antisocial,
obedecen a diferentes mecanismos psíquicos, entendidos como resultantes de
presiones ambientales que vivieron nuestros antepasados y, con lo cual se
podría explicar la herencia y específica modulación del cerebro del sociópata
ante una demanda ambiental (Kaplan et al., 1997). De esta manera, sería más
fácil el entendimiento del TPA como un comportamiento de defensa y de
interacción social específico.
A
manera de resumen, se reconoce dentro de las estructuras neuroanatómicas al
lóbulo frontal (estructura encargada de la ejecución y la planificación) como
uno de los más relevantes, y a la serotonina y la MAO como sustancias químicas
más importantes en el desarrollo del TPA. De igual forma, dentro de los
factores genéticos se encuentra una estrecha relación con genes que producen
alteraciones en las sustancias ya mencionadas. Esto, a su vez, se asocia con el
modelo tetradimensional de la personalidad donde las estructuras y sustancias
se relacionan con las características de búsqueda de sensaciones, agresión e
impulsividad.
Es
oportuno aclarar en este punto que si se halla un individuo que posea alguna
alteración neurológica o genética mencionada, no quiere decir que en un futuro
llegue a ser un psicópata o criminal, como muchos trastornos de personalidad,
el antisocial necesita de la interacción de factores ambientales adversos a lo
largo de la vida tales como, estilos de crianza inadecuados, abuso o maltrato
infantil, modelos con conductas disruptivas, alcoholismo u otros.
Recomendaciones
Uno
de los primeros puntos a considerar sobre el concepto antisocial (entiéndase
sociópata y psicópata como sinónimos) es su inadecuado uso. Desafortunadamente,
se comenzó a utilizar de manera indiscriminada entre la población en general,
para referirse a personas con bajas o inadecuadas interacciones sociales, lo
cual no describe en sí el trastorno de personalidad antisocial, pero sí
etiqueta a la persona.
El
segundo aspecto hace referencia a los criterios del DSM-IV. Estos describen al
antisocial como un criminal o delincuente, proyectándolo más como un problema
judicial y social, que uno de salud mental. Por lo tanto, gran parte de los
estudios que se han realizado han tomado como población a reclusos de
diferentes prisiones o a personas que ya han trasgredido la ley. Es en ese
punto donde es importante mencionar que la expresión “trastorno de la
personalidad” no implica necesariamente irresponsabilidad desde el punto de
vista penal, sino poseer patologías reconocidas por la psiquiatría y la
psicología, que incluyen la percepción de la realidad, así como el
procesamiento cognoscitivo y afectivo de la información, y de su
comportamiento.
En
tercer lugar, debe eliminarse también el error que el antisocial es aquella
persona que se cría en condiciones de pobreza; no deben, entonces, mezclarse
las diferentes problemáticas sociales con los trastornos de personalidad.
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Para citar este artículo:
- Garzón, Á. M., & Sánchez, J. A. (2007, 02 de marzo). Factores neurobiológicos del trastorno de personalidad antisocial. Revista PsicologiaCientifica.com, 9(16).
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