Este
artículo delinea algunas de las principales contribuciones biológicas
y psicológicas que buscan explicar el fenómeno de la
violencia juvenil. Se analizan los factores genéticos bajo los diferentes
estudios de adopción, gemelos y familiares, así como los
genes relacionados con la violencia. Se analiza el tópico de los
neurotransmisores, especialmente los hallazgos relacionados con
la serotonina. Al considerar los factores extrínsecos se subrayan los elementos
relacionados con la violencia y el abuso físico y
sexual además de la asociación con el consumo de alcohol y drogas.
Se analiza de forma resumida lo concerniente a los medios de comunicación y la
violencia. El artículo finaliza con una descripción
de los tratamientos de la violencia desde una perspectiva farmacológica y
psicoterapéutica. [Díaz JL, de la Peña F, Suárez
JA, Palacios L. Perspectiva actual de la violencia juvenil.
Palabras
clave: violencia jóvenes, causas biológicas y sociales.
Introducción
La
violencia juvenil está circunscrita a los periodos de la
infancia y la adolescencia. Recientemente se ha hecho notorio
el aumento de la prevalencia y severidad de los crímenes juveniles. Existe una necesidad imperante de conocer
ampliamente este fenómeno para mejorar la efectividad de los programas de
prevención y rehabilitación, principalmente
porque es elevada la tasa de recidivas en delincuentes
juveniles. De acuerdo al Departamento de Justicia
de Estados Unidos, citado por Steiner y cols,(1) se ha
encontrado que el 69 por ciento de convictos en libertad provisional
en ese país son arrestados nuevamente dentro de
los primeros seis años posteriores a su liberación.
Las
propuestas tradicionales de la criminología y de la sociología
ven a la delincuencia juvenil como una consecuencia del ambiente disfuncional y
postulan que si los delincuentes
son removidos de esos ambientes, serían capaces
de abstenerse de aquellas actividades criminales, pero esto no parece ser
suficiente. Los actos violentos y
crímenes perpetrados por los adolescentes afectan en varios
ámbitos, lo que ha generado el desarrollo de diversas tentativas de
tratamiento. En el ámbito personal se
presentan: deterioro emocional y físico e importantes consecuencias
económicas que se extienden desde la víctima,
hasta el victimario y los familiares de ambos.
En
el ámbito social, los actos delictivos también afectan a
la comunidad en general. Un tratamiento efectivo no sólo
debe beneficiar a esos jóvenes y sus familias, sino también
debe mantener a salvo a personas de ser posibles víctimas.
Según Borduin,(2) en un estudio epidemiológico de
la Oficina de Investigaciones Federales (FBI por sus siglas
en inglés) reportó que en 1996 el 30 por ciento de los
arrestos fueron hechos a jóvenes menores de 18 años, incluyendo
el 19 por ciento de crímenes violentos y el 35 por
ciento de los delitos a la propiedad. Además, se encontró que la cuarta parte
de los adolescentes detenidos eran delincuentes
caracterizados como crónicos o reincidentes, mismos
que eran responsables de más de la mitad de los delitos
cometidos por el total de los adolescentes.
Uno
de los propósitos del tratamiento de los delincuentes juveniles
es disminuir el número de crímenes, por lo que el principal
objetivo de la intervención es atender a los delincuentes juveniles reincidentes
o crónicos. Para la sociedad, los
delincuentes juveniles significan un gran gasto ya que en
especial aquellos que son violentos consumen muchos recursos
tanto de salud mental, de justicia, en educación especial
y en general se mantienen dentro de los sistemas de
salud mental y justicia hasta la adultez.
El
costo de la violencia suele ser una carga económica para cualquier
nación. En Estados Unidos el costo por tratamiento médico de daños causados por
armas es de US$4 billones, el
de la violencia doméstica es de US$44 billones. En 1991 el
costo promedio de heridas por armas de fuego fue de US$14.343.
El costo indirecto por pérdidas de propiedades, deterioro
urbano, cuidados médicos, protección privada y justicia
criminal fue de más de US$255 billones.(3). Colombia
ha sido catalogado como uno de los países más violentos
del mundo. En esta nación se concentra una particular
relación entre la violencia y la salud, particularmente entre la población más joven.
La tasa de homicidios es
una de las más altas del mundo, siendo el principal grupo
de afectados los hombres entre los 15 y los 24 años, además
ocupa el primer lugar en términos de mortalidad por
todo el conjunto de causas de violencia, ya que por cada
cuatro colombianos muertos, uno es por causa de la violencia
o por accidente.(4) Es
por esta razón que el tema de la violencia juvenil cobra especial
importancia para los médicos generales, psiquiatras y en general todos los
profesionales que atienden jóvenes
en Colombia.
Contribuciones
biológicas al comportamiento agresivo.
Dentro
de las diversas formas en las que se ha definido el constructo
psicológico de la agresión, se ha intentado establecer la magnitud en la cual
este comportamiento tiene influencia
tanto de factores genéticos, como de factores psicológicos
y sociales, sin que se haya podido determinar el
peso específico de cada factor.
Desde
el siglo XIX se encuentran reportes de “investigaciones científicas” que han
intentado explicar las causas biológicas
de la violencia, éstas sin embargo en muchos de
los casos se vieron influenciadas por factores racistas colocando
una señal de alarma para futuras investigaciones que intenten clasificar
“científicamente” a los seres humanos
en mejores y peores, tal como queda señalado en
la Declaración de Sevilla.(5)
A
fines del siglo XX, con el desarrollo de la biología molecular y las técnicas
de neuro-imagen, se ha logrado un avance
importante en la investigación sobre este tema, y
se confirma el hecho de que no es posible separar los aspectos
biológicos de los ambientales, encontrándose imbricados.
A continuación expondremos los principales hallazgos
neurobiológicos en la violencia humana que existen
hasta la fecha.
Temperamento.
El temperamento es un factor intrínseco y no necesariamente genético. En él incluso influyen factores
prenatales que pueden afectar la habilidad de adaptarse
apaciblemente al ambiente. Algunos infantes pueden
ser apacibles, relajados y tranquilos; y otros tensos, irritables y difíciles
para confortar. El temperamento temprano
no es necesariamente un presagio de agresividad posterior, pero existe
evidencia que el comportamiento continúa
a través del tiempo, desde la infancia hasta la adultez.
Farrintong(6) y Kagan(7) sugieren que los constantes comportamientos
agresivos cuando se presentan después de
los tres años se asocian con el inicio de conductas problemáticas y
dificultades en las relaciones interpersonales. Otros autores reportan que una
importante minoría de
niños que manifiestan problemas de agresión a los ocho
años de edad, presentan problemas similares en la
adolescencia y en la adultez.(8-10) Se estima que el comportamiento agresivo no
está fijado al nacimiento o en la infancia
temprana, y que depende mucho de la forma en que
nuestros comportamientos se enfrentan al ambiente y la
manera en que este medio ambiente satisface nuestras necesidades
individuales.(11)
Factores
genéticos. Dentro de la genética se ha estudiado el tópico de la agresividad y
el comportamiento violento en
tres direcciones: a) factores de transmisión genética en
el desarrollo de la agresividad desde la niñez hasta la adultez;
b) condiciones ambientales que interactúan con los
factores genéticos; c) evidencia adicional y directa de factores
genéticos de la agresividad, presentada desde la perspectiva
de la genética molecular, donde subyacen los mecanismos
bioquímicos asociados con agresividad que se han
venido encontrando y que pueden ser causados por algunos
genes específicos.
Los
estudios de reportes de los padres para medir el comportamiento agresivo en
gemelos monocigotos y dicigotos revelan
que el factor genético explica del 42 por ciento al
60 por ciento de la variabilidad del comportamiento agresivo.(12-16)
Sin
embargo, actualmente se considera que las contribuciones genéticas o
ambientales se modifican a lo largo de la
vida. Existe la tendencia a explicar el comportamiento violento
o agresivo del niño y del adolescente como una conducta
que tiene una fuerte influencia del ambiente.
Estructura
cerebral y función. Los pacientes que han sufrido
daño cerebral aportan grandes indicios a la neurobiología del comportamiento
impulsivo agresivo.(17) Se han relacionado
algunos patrones de lesión con la severidad de
la agresión. La corteza orbitomedial prefrontal está involucrada
en el control y en la inhibición de las conductas impulsivas por lo que las lesiones en esta área pueden resultar
en conductas agresivas desinhibidas. A nivel del área
temporal, el sistema límbico -y principalmente estructuras como el hipocampo y
la amígdala-, también se relacionan
con alta frecuencia de comportamientos violentos. Existe evidencia de que estas
asociaciones son más claras
cuando las alteraciones se encuentran ubicadas en
el
hemisferio dominante.
Se
ha encontrado que la hiperactividad de la función noradrenérgica está
correlacionada con el comportamiento agresivo
en los seres humanos basados en que: existe un aumento
del ligando al receptor beta-adrenérgico en las áreas
de la corteza prefrontal y temporal en los cerebros de quienes
han consumado suicidio por medio de mecanismos impulsivos
de alta letalidad;(18) mientras que quienes sólo han
intentado pero no han consumado el suicidio muestran aumento
de los niveles de 3-metil-4-hidroxifenilglicol en líquido
cefaloraquídeo (LCR).(19)
Finalmente,
por medio de la electroencefalografía y de manera más específica, la imagen por emisión de positrones (PET)
y la tomografía computarizada de emisión única de
fotones (SPECT), han demostrado en sujetos violentos una
reducción selectiva en el metabolismo de la glucosa prefrontal,
especialmente en sujetos impulsivos.
Género,
factores hormonales y violencia. El género es
un predictor importante de conducta violenta y suicida, ya
que estas conductas son significativamente más frecuentes en los hombres; sin
embargo, no ha sido posible determinar
que esto obedezca a causas biológicas. Las concentraciones
altas de andrógenos parecen jugar un papel
importante en la regulación del comportamiento agresivo.(20,
21) Un estudio reportó que niños con trastorno de conducta
(TC) presentaban niveles plasmáticos significativamente más altos de sulfato de
dehidroepiandosterona y
niveles marginalmente superiores de androstenediona, pero
niveles sin diferencias significativas de testosterona en
comparación con los controles, en la discusión se hizo énfasis
en que los niveles de dehidroepiandosterona se correlacionaban
positivamente con los niveles de agresividad.(22)
Los
niveles altos de testosterona circulante también se han
asociado con conducta agresiva en hombres y mujeres jóvenes,
sin embargo esto no ha podido ser probado en todos
los estudios. No queda claro además si los niveles hormonales
son un antecedente o una consecuencia de la
conducta violenta. Las hormonas sexuales no son las únicas
implicadas en las conductas agresivas; en algunos animales
se ha encontrado una relación entre el aumento de
niveles de corticoesteroides y el comportamiento violento.(23)
En
conclusión, sería ingenuo considerar que sólo un sistema neurobiológico tiene
influencia en el comportamiento agresivo.
Desafortunadamente no existen estudios que permitan
conocer las interacciones precisas entre ellos, lo
cual abre un campo amplio en la investigación a este
nivel.
Contribuciones
extrínsecas al
comportamiento agresivo.
El
factor de riesgo más consistente en la mayoría de investigaciones sobre
conducta de violencia juvenil es que la
edad de inicio de la manifestación sea antes de los diez años.
En estos niños se han encontrado déficit neuropsicológicos principalmente en
las áreas prefrontales, mayores problemas
de atención e impulsividad, y de aprendizaje y
de lenguaje. Su seguimiento a través del tiempo evidencia además que del 20 al
45 por ciento de estos niños desarrollarán
un trastorno de la personalidad antisocial en
la edad adulta.(49)
Otros
factores de riesgo que empobrecen el pronóstico de
los sujetos con conductas violentas son: el bajo nivel socioeconómico,
la pobreza cultural, la falta de hogar, el deterioro
cognoscitivo, la inconsistencia de la figura paterna, problemas en la relación
con los padres, el pertenecer a una
banda o asociación con delincuentes, el porte de armas y
el consumo de sustancias. Por otro lado, se considera que los
factores protectores son: un alto coeficiente intelectual, un
temperamento accesible, facilidad para relacionarse con
otros, buenos hábitos escolares, otras áreas de competencia fuera de la
escuela, compañeros prosociales, responsabilidad
y una autodisciplina.(24)
En
Colombia se realizó un estudio recientemente publicado, en el que se
identifican las variables de personalidad, familiares, de amigos y ambientales
asociadas con violencia
en adolescentes. Los resultados muestran que dentro
del dominio de la personalidad, los adolescentes que
usan drogas y aquellos que son más tolerantes con el
comportamiento desviado de la norma tienen mayor comportamiento
violento. En el dominio familiar, el uso de
drogas
por los padres y los hermanos son fuertes predictores de violencia en el joven.
En el dominio de los amigos, el tener
amigos que usan drogas y el tener amigos disociales predicen
mayor violencia juvenil. Por último, en el dominio ambiental, el haber sido
víctima de violencia fue uno de los
predictores más fuertes de violencia.(25)
Consecuencia
del abuso y la negligencia durante el
crecimiento. Es difícil establecer exactamente cómo el
abuso físico, incluyendo el sexual, y la negligencia contribuyen
al desarrollo de la violencia. Este tópico se ha
estudiado principalmente en cohortes de sujetos que sufrieron
de abuso físico o negligencia en la infancia y que se
registraron ante las autoridades policíacas. Se ha reportado que la violencia y
los síntomas de trauma psicológico pueden
explicar más del 50 por ciento de la variabilidad del
comportamiento violento.26 Los niños que sufren abuso o los abandonados
comienzan la carrera delictiva más tempranamente
y tienen más arrestos.(27, 28)
Lewis,
en una revisión sobre el desarrollo de la violencia, resume
que las experiencias de abuso contribuyen a la agresión
en diversas formas y que consisten principalmente en: 1) proveer un modelo de
violencia; 2) enseñar la agresión
a través de reforzamientos; 3) infligir dolor; 4) la producción
de daños en el SNC que son asociados con la impulsividad, la labilidad
emocional y el deterioro del juicio; probablemente
por la afección de los neurotransmisores y la
fisiología cerebral; 5) la creación de un sentido de estar en
peligro y así incrementar los sentimientos paranoides y
mala percepción de su entorno y 6) la disminución de la habilidad
del sujeto para reconocer sentimientos y expresarlos en palabras en lugar de
actuarlos.(11)
Los
medios de comunicación y la violencia. El 14 de
diciembre de 1994 Kolbert reporta, en el diario The New
York Times, que los niños en Estados Unidos ven un promedio
de 100,000 actos violentos en televisión antes de terminar
sus estudios de primaria. Aparentemente esta cifra
contempla todo tipo de programas, desde los de acción y
peleas, hasta los noticieros y series de televisión. Singer y
cols. realizaron una encuesta en niños de 8 a 11 años de
edad y reportaron que los niños que ven más horas de televisión
durante el día, manifiestan más sintomatología traumática
y mayores niveles de comportamiento violento. Los niños que prefieren ver
programas de acción y violencia
muestran mayores niveles de comportamiento violento
(fenómeno Gangsta Rap) que aquellos que ven otro
tipo de programas.(29) En la actualidad se considera la
exposición a programas violentos en la televisión como un
factor de riesgo para el desarrollo de la violencia.(30) En esta
área se encuentra uno de los retos más importantes para
la investigación del comportamiento violento, ya que
el impacto potencial de estudios puede contribuir a la
legislación en materia de violencia y su relación con los medios
masivos de comunicación.
Alcohol,
drogas y violencia. El uso y abuso de alcohol y drogas,
en especial los estimulantes, inhalantes y el LSD se
relacionan con conductas violentas en los adolescentes. En
Estados Unidos el 33 por ciento de los jóvenes detenidos por
la policía durante un acto violento dan un resultado positivo
para el consumo de alcohol o drogas. Más del 40 por
ciento de los jóvenes asesinos reconocen haber estado bajo
el efecto de alguna sustancia al momento del delito. El tráfico
de drogas está relacionado con el porte de armas, la actividad
en bandas y es parte importante en el incremento de las tasas de homicidios en
los últimos años.(31)
De
acuerdo con la Encuesta Nacional de Adicciones en México,
los adolescentes varones que trabajaban, que están
expuestos a drogas dentro de la familia y que se relacionaban
con amigos consumidores de drogas, tienen un
riesgo incrementado de consumir drogas y presentar depresión
e ideación suicida.(32) Además se ha reportado que en
los estudios de sujetos en salas de urgencias, el consumo de
alcohol es mayor en los pacientes que se atienden por accidentes
o actos violentos que los atendidos por alguna causa
médica. Se detectó alcohol en sangre en el 17.7 por ciento
de los pacientes heridos o accidentados y en el 9.2 por
ciento padecían de dependencia al alcohol.(33)
Manifestaciones de
la violencia humana.
En
los humanos, al igual que en otros animales, se encuentran dos categorías de
agresión: la agresión predadora también llamada instrumental y la agresión
afectiva denominada
en otros textos como hostil.
La
agresión predadora o instrumental incluye una muestra
relativamente no emocional de comportamiento agresivo
que es dirigido para obtener algún objetivo o recompensa. Por otra parte la
agresión afectiva u hostil, que incluye
el comportamiento agresivo que toma lugar dentro del
contexto de enojo o temor (altamente emocional), es menos
controlada, más impulsiva y frecuentemente surge como
una reacción defensiva en respuesta a la percepción de
alguna frustración, algún insulto o provocación, por lo que
Berkowitz la etiqueta como “agresión emocional”. Este autor
sugiere que las situaciones no placenteras producen un
afecto negativo generalizado, el cual a su vez evoca a una
red de asociaciones cognoscitivas, de excitación fisiológica y de comportamientos
relacionados con la tendencia al
combate y al escape.(34)
En
la agresión predadora o instrumental, el estudio se enfoca
a la agresión no impulsiva en un contexto de un comportamiento
antisocial persistente. En la agresión hostil
o afectiva se estudia el componente impulsivo de la
agresión, frecuentemente acompañada de desinhibición e
inestabilidad afectiva, pero no necesariamente con tendencias antisociales y a veces autodirigida; puede estar asociada
con daños neurológicos específicos que involucran los
lóbulos temporales y frontales, al consumo de sustancias o a rasgos de
temperamento o de personalidad.(35)
Por
otro lado, individuos con agresividad predadora o instrumental
regularmente presentan menos inestabilidad afectiva y su comportamiento agresivo
está dirigido hacia un objetivo diferente que el de solamente dañar a la
víctima. Su nivel de excitabilidad es menor, teniendo como
evidencia la baja frecuencia cardiaca y la baja conductancia en la piel. Los
hallazgos de la baja excitación fisiológica
(v. gr. frecuencia cardíaca -FC- y conductancia en
la piel; incremento de ondas lentas en el EEG, pobre condicionamiento
clásico) son sólidos y más replicados en
poblaciones de sujetos antisociales que en poblaciones sanas.(36)
La
violencia asociada con enojo y agresión emocional puede tener
apuntalamientos fisiológicos muy diferentes. Se ha sugerido
que los factores de riesgo para la agresión emocional incluyen una
predisposición a una excitación afectiva negativa
y a la falta de habilidad para regularla. También se
sugiere que este efecto puede ser más pronunciado en individuos
que experimentan estresores o ambientes sociales adversos, donde el afecto negativo y la excitabilidad pueden
ser potencializados. Estudios de laboratorio han sugerido
que una sobrexcitabilidad puede facilitar la agresión;
y estudios clínicos también han indicado una relación
entre una excitabilidad fisiológica aumentada, una
emocionalidad negativa y un comportamiento agresivo antisocial en algunas
poblaciones con incremento de la
agresión, y en sujetos expuestos a ambientes familiares adversos.
Así, la relación entre el aumento de la excitabilidad fisiológica y un
comportamiento antisocial suele ser más
específico del enojo o de violencia de tipo emocional. En
el intento de investigar las reacciones fisiológicas en niños, Pitts agrupó a niños de acuerdo al tipo de conducta agresiva
y encontró una disminución de la FC en ambos grupos,
pero con una tendencia a mayor FC en el grupo de
agresión hostil o emocional.(37)
Aspectos
para categorizar un problema de conducta. Para clasificar o establecer un diagnóstico categórico de
un problema de conducta en niños y adolescentes se deben
incluir los siguientes cinco aspectos: 1) la presencia de
una constelación sintomática; 2) los síntomas deben tener
una estabilidad temporal y deben ser mayores que el
estrés adaptativo o cambios; 3) los síntomas deben presentarse en diferentes
contextos (casa, escuela, amigos, trabajo,
etcétera) y, en el caso de niños y adolescentes, manifestarse
ante otros adultos además de los padres (v.
gr. maestros); 4) los síntomas deben alcanzar una severidad determinada para el
trastorno en estudio (v. gr. leve, moderado
y grave); y 5) los síntomas deben interferir en el
desempeño psicosocial o con la habilidad del niño para contender
con los retos del desarrollo biopsicosocial.
La
complejidad psicosocial del comportamiento agresivo y su
etiología heterogénea son los mayores obstáculos para cualquier
subtipificación válida. En los niños y los adolescentes no se ha intentado
ninguna nueva clasificación del
comportamiento agresivo desde el DSM-III, en el cual se
subdividían las conductas en socializadas y no socializadas, pero no se mantuvo
en la revisión posterior, ni en la
siguiente edición. La conducta socializada se refería al comportamiento
antisocial en los grupos de compañeros -agresión
instrumental-; mientras que la conducta no socializada
se consideraba como una falta de habilidad para
formar apego incluso entre grupos de iguales y con más
probabilidad de que se expresara en una forma de agresión
afectiva. Recientemente, en el DSM-IV, se cambió la
clasificación del TC, la que inicia en la infancia versus la
de inicio en la adolescencia, también denominada como de inicio temprano o de inicio tardío. En esta categoría también
se codifica la intensidad del padecimiento en leve, moderado
y severo.(38) Estos subtipos difieren respecto a las características de presentación, historia de desarrollo, relación
entre la frecuencia entre hombres y mujeres, el curso
y el pronóstico. Moffitt(39) ha propuesto una taxonomía evolutiva para esos dos subtipos, en la cual un pequeño grupo
encaja en un comportamiento antisocial a través de
todas las etapas de la vida y un grupo mayor que es antisocial
sólo durante la adolescencia. Se ha pensado que los
problemas del control de los impulsos conducen a un comportamiento
antisocial crónico a lo largo de la vida y consistente
con esta predicción teórica, el comportamiento impulsivo
se ha asociado con delincuencia más grave y estable
a través del tiempo.(34)
La
aplicación del análisis de factores y de grupos a patrones de conducta
antisocial en niños ha permitido estudiar una
serie de constructos, entre los que se encuentran: el comportamiento
antisocial abierto-encubierto, proactivoreactivo y predatorio-afectivo. El comportamiento abierto (discutir, pelear y berrinches) es hostil y francamente desafiante,
mientras que el comportamiento encubierto (hurtar,
haraganear e incendiar) tiende a ser cauteloso y oculto.
Es más probable que el primero sea impulsivo, con pobre
control y acompañado de enojo y temor, mientras que
el segundo es controlado e instrumental. La aplicación de
estos constructos aún no es clara en poblaciones clínicas o
no se han establecido bien los puntos de corte.(40)
Trastorno
de conducta. El 80 por ciento de los jóvenes detenidos
por actos violentos cumplen con criterios para un
TC. Este presenta una comorbilidad hasta del 50 por ciento
con TDAH, lo que aumenta el riesgo de cometer actos
violentos e impulsivos, así como una comorbilidad del
25 por ciento con el TDM. Debe enfatizarse que los jóvenes
con TDAH sin comorbilidad con TC no presentan un
mayor riesgo de realizar conductas violentas.(24, 41)
El
TC tiene un prevalencia que varía entre el 1.5 por ciento
y el 3.4 por ciento en los niños y en los adolescentes. El pico de la edad de
inicio es en la infancia tardía o en
la adolescencia temprana. La razón entre hombres y mujeres
varía de 3.2:1 a 5:1, dependiendo el rango de edad y
siendo siempre más frecuente entre los hombres. La diferencia
de presentación entre sexo se marca principalmente en la adolescencia y los
hombres suelen presentar comportamientos
abiertos, mientras que en las mujeres su
comportamiento tiende a ser encubierto. En la mayoría de
los adolescentes con TC más severo dichas diferencias tienden
a desaparecer. El curso del TC tiende al empeoramiento al inicio de la adultez
y con tendencia a disminuir ...
Tabla 1. Criterios diagnósticos del trastorno de conducta de acuerdo al DSM-IV TR.
Tabla 1. Criterios diagnósticos del trastorno de conducta de acuerdo al DSM-IV TR.
A.
Un patrón repetitivo y persistente de comportamiento en el que se violan los
derechos básicos de otras personas o normas sociales
importantes propias de la edad, manifestándose por la presencia de tres (o más)
de los siguientes criterios durante los últimos
12 meses y por lo menos de un criterio durante los últimos seis meses:
Agresión
a personas y animales
• A menudo fanfarronea, amenaza o intimida a
otros.
• Inicia pelas físicas.
• Ha utilizado un arma que puede causar daño
físico grave a otras personas(v. g., bate, ladrillo, botella rota, navaja o
pistola).
• Ha manifestado crueldad física con personas.
• Ha manifestado crueldad física con animales.
• Ha robado enfrentándose a la víctima (v. g.
ataque con violencia , arrebatar bolsos, extorsión, robo a mano armada.
• Ha forzado a alguien a una actividad sexual.
Destrucción
de la propiedad
• Ha provocado deliberadamente incendios con
la intención de causar daños graves.
• Ha destruido deliberadamente propiedades de
otras personas(distinto a provocar incendios).
Fraudulencia
o robo
• Ha violentado el hogar, la caso o el
automóvil de otra persona.
• Con frecuencia miente para obtener bienes o
favores o para evitar obligaciones(esto es, “tima” a otros).
• Ha robado ciertos objetos de valor sin
enfrentamiento con la víctima (v. g. robos en tiendas, pero sin allanamientos o
destrozos; falsificaciones).
Violaciones
graves de las normas
• A menudo permanece fuera de casa por la
noche a pesar de las prohibiciones paternas, iniciando este comportamiento antes de los 13 años de edad.
• Se ha escapado de casa durante la noche por
lo menos dos veces, viviendo en la casa de sus padres o en un hogar sustituto
(o sólo una vez sin regresar durante un largo
periodo de tiempo).
• Suele hacer novillos en la escuela
(escaparse de ella), iniciando esta práctica antes de los 13 años de edad.
B.
El trastorno de conducta provoca deterioro clínicamente significativo de la
actividad social, académica o laboral.
C.
Si el individuo tiene 18 años o más, no cumple criterios de trastorno
antisocial de la personalidad.
Especificar
el tipo en función de la edad de inicio:
Tipo
de inicio infantil: se inicia por lo menos una de las características criterio
de trastorno de conducta antes de los diez años de edad.
Tipo
de inicio adolescente: ausencia de cualquier característica criterio de
trastorno de conducta antes de los diez años de edad.
Especificar
la gravedad: Leve, moderado o grave
....conforme
avanza la vida adulta. Aproximadamente el 40 por
ciento de los niños con TC desarrollan posteriormente un
trastorno de la personalidad antisocial. El pronóstico es
muy variable y va a depender de los factores de riesgo y
protección de cada sujeto.(42) En la tabla 1 se presentan los
criterios diagnósticos para el TC de acuerdo al DSMIV TR.
Tratamiento
de la violencia juvenil.
Perspectiva
psicofarmacológica. Hasta ahora no existe ningún fármaco para el tratamiento específico del comportamiento agresivo en niños y adolescentes.(43) En general las
herramientas más utilizadas en el manejo agudo de las conductas
agresivas son los antipsicóticos, los hipnóticos del
tipo barbitúrico y las benzodiazepinas, debido sobre todo
a sus propiedades sedantes. En el tratamiento prolongado o en casos especiales
(v. gr. epilepsia, trastorno bipolar (TB) se ha recurrido a anticonvulsivos,
carbonato de litio
y antagonistas ß-adrenérgicos, y más recientemente, el
uso de fármacos antidepresivos de tipo serotoninérgico.
Sin
embargo, ninguna de estas herramientas parece ser la
solución definitiva al problema. Además, los efectos de un
mismo fármaco pueden ser distintos según la patología de base que ocasiona el
comportamiento violento. El metilfenidato
(MFD) utilizado en sujetos con TDAH puede desencadenar
respuestas agresivas en individuos con TB. Las
benzodiazepinas, utilizadas ampliamente en el manejo a
corto plazo de las conductas violentas pueden ocasionar, dado
su efecto desinhibidor, episodios de agresividad paradójica en algunos
pacientes.(43)
Estos
hechos motivaron la búsqueda de nuevas alternativas farmacoterapéuticas
específicas para el tratamiento de
las conductas agresivas y que no ocasionaran relevantes efectos colaterales y
que no presentaran problemas de
seguridad en su administración. De esta forma, a mediados
de la década de los 80 se comenzó a estudiar una
nueva clase de psicofármacos, diseñados específicamente para el tratamiento de
la agresividad, que se denominaron
“serenoides”, agentes bicíclicos, derivados..
Tabla
2. Guía para la evaluación y tratamiento del trastorno de conducta severo e
indicaciones para el tratamiento farmacológico.
1.
Manejo de crisis en caso necesario:
• Hospitalización y terapia de crisis.
• Antipsicóticos si persiste la agresividad.
2.
Evaluar la psicopatología del adolescente y su contexto:
• Vulnerabilidades psiquiátricas.
• Ambiente familiar y contexto social.
• Funcionamiento académico.
• Alteraciones cognitivas.
• Historia de tratamientos previos.
3.
Escoger las intervenciones apropiadas para cada caso individual de acuerdo a la evaluación previa.
• Terapia familiar, terapia cognitivo
conductual, terapia multisistémica, etcétera.
4.
Considerar farmacoterapia cuando:
• Persiste el trastorno de conducta.
• Existe morbilidad psiquiátrica asociada.
5.
Después de la prescripción, evaluar:
• Aceptación del tratamiento por el
adolescente y su familia.
• Cuantificar los síntomas blancos y hacer
seguimiento.
6.
Escoger el medicamento de acuerdo a los puntos 4 y 5.
• TDAH: estimulantes.
• Labilidad emocional: Estabilizadores del
ánimo.
• Agresividad: Estabilizadores del ánimo o
antipsicóticos.
• Ansiedad: Antidepresivos.
7.
Siempre utilizar intervención psicosocial y de apoyo a la familia.
...de
las arilpiperazinas. Se trata de agentes agonistas de los
receptores 5-HTIA/1B, cuyo primer exponente fue la eltoprazina.
Desafortunadamente el desarrollo de este fármaco
fue descontinuado, quizás por ocasionar un fenómeno de tolerancia a sus efectos
terapéuticos y por su capacidad
sedante a dosis altas.(44, 45)
El
tratamiento farmacológico del trastorno de conducta se debe
guiar por los principios descritos por Campbell. Estos principios
incluyen: 1. identificar los síntomas blancos, 2. obtener
el listado de tratamientos farmacológicos previos. 3.
observar por lo menos durante dos semanas los síntomas objeto
de tratamiento. 4. Complementar el tratamiento con
un abordaje psicosocial (ver tabla 2).(46)
El
recurso del medicamento para el control de individuos con
comportamiento agresivo o violento debe contemplar tres
aspectos diferenciales: 1) el tratamiento agudo y personalizado
del individuo violento peligroso; 2) el tratamiento de las conductas agresivas
a mediano y largo plazo
que busque minimizar estos comportamientos; y 3) el
tratamiento del problema psiquiátrico u orgánico que origina
las conductas.(47)
Perspectiva
psicosocial.
Terapia
multisistémica. Actualmente solo tres tratamientos psicosociales han sido
evaluados a través de estudios
controlados: 1) el entrenamiento para padres, el
cual está dirigido a cambiar el patrón de relaciones padre-hijo
en el hogar; 2) entrenamiento cognitivo en habilidades
para resolver problemas, el cual se centra en
procesos cognitivos asociados con el comportamiento social;
y 3) la terapia multisistémica, la cual se centra en los
sistemas individuo-familia-ambiente como vía para reducir
los síntomas y promover el comportamiento pro-social. Esta última intervención
es la única que ha mostrado resultados
positivos para el control del comportamiento violento
en forma sostenida, y a largo plazo se utiliza para trastornos
del comportamiento graves.
Los
principios de la terapia multisistema se basan en la teoría
general de sistemas y en la teoría social-ecológica de Bronfenbrenner.
Esta terapia considera al individuo y al ambiente
que le rodea como sistemas en conexión permanente con influencias que son recíprocas y dinámicas.(48)
Tiene
como objetivo identificar los problemas actuales del adolescente
y su familia dentro del ambiente comunitario, analizar
los problemas identificados con base en la interacción dinámica de los
subsistemas involucrados y por último diseñar
las intervenciones que se adecuen a cada caso particular. Estas intervenciones
serán realizadas en el ambiente natural
en el que se desenvuelve el adolescente.(49)
Los
principios sobre los que se basa la terapia multisistémica son: 1) comprender
la forma en que interactúan los problemas que se identifiquen; 2) el terapeuta
favorece lo positivo de la intervención con el fin de motivar a
los padres y al adolescente a que participen; 3) las intervenciones
están diseñadas para promover entre los miembros
de la familia las conductas responsables; 4) las intervenciones
están enfocadas al presente y orientadas a la
acción sobre problemas específicos y bien definidos; 5) las
intervenciones están orientadas secuencialmente hacia los
diferentes sistemas que mantienen el problema; 6) las intervenciones
se diseñan tomando en cuenta el nivel de desarrollo
del adolescente; 7) las intervenciones requieren la
participación activa y permanente de la familia; 8) se hacen
evaluaciones permanentes de la efectividad de las intervenciones;
y 9) las intervenciones están planeadas para
promover la generalización del tratamiento y para mantener
los cambios a largo plazo.(49)
La
implementación de la terapia se hace una vez identificada la necesidad de
intervención en un adolescente, bien porque
ha sido referido a un servicio de salud, porque ha tenido
problemas con la justicia o porque ha acudido a un servicio
de urgencias.
El
equipo de terapia multisistémica está compuesto por tres
a cinco terapeutas, los cuales están vinculados de tiempo
completo, y un supervisor de medio tiempo especialista en la terapia, quien
semanalmente se reúne con el equipo
para plantear las intervenciones a seguir en forma individualizada
y además para evaluar la efectividad de las
actividades. El equipo lo completa el soporte administrativo del mismo.
La
terapia multisistémica tiene una duración de entre tres
y cinco meses con la posibilidad de aumentar dicho periodo
dependiendo de los resultados conseguidos. Una vez
el terapeuta contacta la familia y se reúne para realizar el listado de
problemas en el aquí y en el ahora, se realiza
una reunión en la que el equipo completo discute las
interacciones dinámicas de la problemática del joven y
propone el plan a seguir. Las intervenciones pueden contener
actividades psicoeducativas, terapia cognitivo conductual,
entrenamiento en habilidades para resolver conflictos,
entrenamiento en habilidades sociales y entrenamiento para padres, entre
otras.(49)
Un
estudio clínico aleatorizado y controlado publicado recientemente, examinó
algunas alternativas terapéuticas para
pacientes con trastorno de conducta que requerían hospitalización
por diversos motivos. Se reclutaron 116 pacientes adolescentes que acudieron al
servicio de urgencias del
Hospital Universitario de Carolina del Sur (Estados Unidos)
y que reunían criterios para ser hospitalizados. Los
pacientes que aceptaron la participación fueron asignados a un grupo tratado
con terapia multisistémica o a
un segundo grupo que fue tratado con hospitalización breve.
Se midió a lo largo del año de seguimiento la trayectoria de los síntomas, los
cuales incluyeron conductas disociales,
autoestima, relaciones familiares, relaciones con
los amigos, asistencia a la escuela y satisfacción con el servicio,
además de evaluar el funcionamiento familiar. En los
primeros meses después del reclutamiento la terapia multisistémica
fue considerablemente más efectiva que la hospitalización
para mejorar el funcionamiento en general del
individuo, ayudando a mantener a los jóvenes en el hogar
y acudiendo a la escuela regularmente.(50)
La
terapia multisistémica también fue más efectiva en el
mejoramiento de la función familiar, principalmente incrementando
la estructura como mecanismo clave para
adquirir resultados positivos.(50) El mismo equipo de investigadores
realizó un estudio en el que comparó la terapia
multisistémica con la intervención de servicios comunitarios
usuales en jóvenes infractores con abuso de sustancias.
La muestra incluyó a 118 jóvenes, los cuales fueron
seguidos durante los cuatro años posteriores a la intervención
realizada. Los resultados mostraron una diferencia
estadísticamente significativa entre las dos intervenciones,
indicando que la terapia multisistémica fue
más efectiva en disminuir la frecuencia de crímenes violentos, reduciendo el número de detenciones por los servicios de justicia y aumentando
el periodo de abstinencia al
uso de marihuana.(51)
Conclusiones.
Contrariamente
de lo que se espera de una sociedad cada vez
más desarrollada, el costo social y económico de las secuelas
del comportamiento agresivo y violento tiende a
ir en aumento a nivel mundial, siendo los adolescentes y
adultos jóvenes los más implicados. A pesar de lo que se
sabe hasta ahora de la conducta violenta o agresiva, continúa
la necesidad de identificarla y prevenirla tempranamente, encaminando los
esfuerzos a reducir el número de
factores de riesgo e incrementar los factores protectores, a
través de medidas de impacto en la población en general, medidas
selectivas a poblaciones de riesgo y medidas de rehabilitación
de delincuentes.
Hasta
ahora se conoce que en promedio el factor genético explica
cerca del 50 por ciento de la varianza del comportamiento agresivo. Se sabe que
la variación de la influencia genética
y de la ambiental se modifica a lo largo de la vida del
ser humano. Se encuentran implicados en este fenómeno
múltiples genes (v. g. el gen del receptor 5-HT1B, el gen
de la MAO y el gen de la CaMKII); el temperamento, las
lesiones cerebrales (v. g. de la corteza prefrontal o el área
temporal), los esteroides sexuales, la serotonina, la noradrenalina
la dopamina y la vasopresina influencian estos
comportamientos. El abuso y negligencia durante la infancia,
el consumo de sustancias y los medios de comunicación también lo hacen. No ha
sido posible establecer hasta
grado preciso en qué participa cada elemento o la interacción
de éstos en la génesis de la violencia.
Aunado
a lo anterior, se encuentra el problema para la clasificación
o categorización de la conducta agresiva o violenta.
Si bien la mayoría de las investigaciones se ha cen con sujetos que principalmente muestran agresividad afectiva,
existe un vacío en la investigación de la conducta agresiva
predadora, por su dificultad para identificarla y el
subregistro del costo social y económico que implica, porque
puede ser menos violenta.
La
falta de medicamentos efectivos y específicos para el tratamiento
de la agresividad ha llevado a la utilización de
antidepresivos, el carbonato de litio, anticonvulsivos y agonistas
ß-adrenérgicos con resultados limitados.
Hasta
ahora la terapia multisistémica es la que ha demostrado ser uno de los métodos
de tratamiento más efectivos
para el control del comportamiento agresivo o violento,
ya que abarca tanto el tratamiento farmacológico, terapia
individual, la familiar y de integración social de los
delincuentes.
El
estudio de la violencia juvenil obliga al psiquiatra a sumar
esfuerzos con otros clínicos, psicólogos, trabajadores sociales,
educadores e inclusive legisladores y sociedad civil
en general para comprender y enfrentar el desafío de
este complejo fenómeno.
Abstract
Youth
violence: An update. In this article we try to summarize the principal concepts
around the biological and psychological contributions that explain
the juvenile violence. In the genetic part we talk about adoption, twins
studies and the genes that had been related with violence. In the area
of neurotransmitters we selective talk about serotonine. We outline the
relationship between sexual y physical abuse with violence and the link
of those that consume alcohol and drugs with violence conducts. We also
briefly view the roll of TV and radio with juvenile violence. Finally the article
describes the different kinds of treatment of violence.
Key
words: violence, youths, biological social contributions.
* Trabajo presentado parcialmente en el Simposio “El adolescente disocial” realizado en el Congreso Nacional de Psiquiatría de la Asociación Psiquiátrica Mexicana, Monterrey (México), Septiembre de 2003.
** Clínica de Adolescentes, Instituto Nacional de Psiquiatría de México, México.
Residente de Psiquiatría; Departamento de Psiquiatría, Psicología Médica y Salud Mental, Facultad de Medicina, Universidad Nacional Autónoma de México e Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente, México.
§ Profesor, Departamento de Psiquiatría, Psicología Médica y Salud Mental, Facultad de Medicina, Universidad Nacional Autónoma de México, México.
Correspondencia: Dr. Díaz, Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente, Calz. México-Xochimilco 101, Col. San Lorenzo Huipulco 14370, Tlalpan,
D. F., México. E-mail: adolesc@imp.edu.mx o leodiaz76@hotmail.com
Artículo recibido: 3 de marzo de 2004; aceptado: 29 de junio de 2004. MedUNAB 2004; 7:115-24].
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