Pero es en el hombre en quien la violencia adquiere su dimensión más trágica por el hecho mismo de la conciencia que tiene de ella y por que la hace objeto a la vez de una represión sin igual, por las prohibiciones que pesan sobre ella, y de una extensión sin límite, también sin equivalente.
El clínico está evidentemente confrontado a las expresiones de la violencia. Éstas no son nuevas, pero tienen una intensidad particular hoy en día debido probablemente a la complejidad de la vida social, a la explosión de los medios de comunicación, y a la mayor libertad de expresión que autoriza una sociedad liberal.
La violencia de los jóvenes, en efecto, ha llegado a ser desde algunas décadas un problema de salud pública, aún cuando estos jóvenes son más a menudo víctimas que autores de ella. Pero el carácter a menudo espectacular de esta violencia juvenil, su ausencia de motivaciones claras, la gratuidad aparente de muchos de estos gestos, sin beneficio para el interesado, no pueden más que aumentar la preocupación y el desasosiego de los adultos.
Nuestra práctica clínica con adolescentes y adultos jóvenes, particularmente en el marco del hospital de día, donde pueden ser seguidos a largo plazo, nos ha llevado a considerar la violencia como un mecanismo primario de autodefensa de un sujeto que se siente amenazado en sus límites y en lo que constituye a sus ojos el fundamento de su identidad, y hasta de su existencia. El núcleo de la violencia nos parece que reside en este proceso de desubjetivización, de negación del sujeto, de sus pertenencias, de sus deseos y aspiraciones
propias, sentido como una amenaza para el sujeto violento y sufrido por el sujeto violentado que se ve, en réplica, tratado como un objeto bajo dominio.
Siempre que su narcisismo está en cuestión, el sujeto de defiende por un movimiento de inversión en espejo que le hace actuar como lo que él teme sufrir. El comportamiento violento busca compensar la amenaza sobre el Yo y su desfallecimiento posible imponiendo su dominio sobre el objeto desestabilizador. Éste puede situarse en la realidad externa pero también a nivel interno por la emergencia de deseos sentidos como una amenaza para el Yo. Es toda una clínica de la violencia la que se declina así según las modalidades del ejercicio de esta tentativa de dominio sobre el objeto desestabilizador.
Siempre que su narcisismo está en cuestión, el sujeto de defiende por un movimiento de inversión en espejo que le hace actuar como lo que él teme sufrir. El comportamiento violento busca compensar la amenaza sobre el Yo y su desfallecimiento posible imponiendo su dominio sobre el objeto desestabilizador. Éste puede situarse en la realidad externa pero también a nivel interno por la emergencia de deseos sentidos como una amenaza para el Yo. Es toda una clínica de la violencia la que se declina así según las modalidades del ejercicio de esta tentativa de dominio sobre el objeto desestabilizador.
La reactividad al sentimiento de amenaza, procedente tanto de los objetos externos como de los objetos internos y de los deseos, será tanto más grande cuanto más frágil sea el Yo y más grande su inseguridad.
Desarrollaremos la tesis de que existe así una relación dialéctica entre la violencia y la inseguridad interna generando un sentimiento de vulnerabilidad del Yo, de amenaza sobre sus
límites y su identidad, una dependencia acrecentada de la realidad perceptiva externa para reasegurarse en ausencia de recursos internos accesibles y, en compensación una necesidad de reaseguramiento y de defensa del Yo mediante conductas de dominio sobre el otro y sobre sí mismo.
LA VIOLENCIA COMO DEFENSA DE UNA IDENTIDAD AMENAZADA
Aún si algunas violencias son fácilmente objetivables, es el sujeto, ya sea actor, víctima o simple espectador, quien tiene, a fin de cuentas, que reconocer lo que es violento frente a lo que no lo es y las apreciaciones pueden ser sensiblemente diferentes. Es sentido como violento lo que violenta al sujeto, bien sea porque ejerce esa violencia, o porque la sufra o se identifique con aquel que sufre o ejerce esa misma violencia.
La dimensión subjetiva es determinante. Esta referencia a la vivencia del sujeto, ya sea la vivencia sentida de lo experimentado o la que dicta su comportamiento, nos servirá de hilo conductor en la investigación del sentido de la violencia y de su lugar en la economía psíquica. Esto nos conduce a formular la hipótesis de que lo vivido refleja como un espejo lo que experimenta, sin que sea necesariamente consciente de ello, aquel que actúa con violencia y que la violencia representa una defensa contra la amenaza sobre la identidad.
La violencia está en efecto, caracterizada por un sentimiento de “desubjetivización” por aquel que la sufre. El sujeto que la sufre debe borrarse o incluso desaparecer como sujeto completo y por lo menos someterse a la voluntad del sujeto violento. Éste puede ser un objetivo a alcanzar mediante la puesta en escena del comportamiento violento o puede ser considerado como presente de antemano. Es el campo infinito de las violencias escondidas o al menos sin violencias manifiestas, el del desprecio, donde no se trata de destruir al otro físicamente, donde la ausencia de toda consideración por lo que el otro piensa, siente, desea, equivale a su negación global como sujeto.
Este efecto de desubjetivización puede manifestarse aún mas sutilmente sin agresividad manifiesta. Así algunas proposiciones amorosas pueden ser sentidas como una violencia en la medida en que no es tenido en cuenta el deseo propio del sujeto, que además es considerado como un objeto en el sentido material del término, que no tiene ningún interés aparte de estar al servicio del deseo del otro. Este efecto de desubjetivización es también aquel descrito como efecto del discurso paradójico. Sin embargo, lo que se siente como violencia comporta siempre esta dimensión de negación del yo que se traduce en aquel que es objeto de ella por ese sentimiento de que él ya no es considerado como sujeto.