1.-
La violencia: simplemente un comportamiento o algo más complejo.
El
siglo XX se recordará como un siglo marcado por la violencia nos dice Nelson
Mandela en la presentación del documento “Violencia y salud en el siglo XX”
dirigido por la OMS (Krug, 2002). A continuación afirma que “las dimensiones de
la violencia ejercida en el siglo XX alcanzan desde la intimidad de la familia
a las relaciones internacionales” lo que hace de este fenómeno algo más que un
problema de naturaleza ética o jurídica y debemos contemplarlo con otra
mentalidad para que su tratamiento en el siglo XXI sea más exitoso. Uno de los
cambios más interesantes, especialmente en clave profesional para los
psicólogos, es el enfoque de la salud para la consideración de la violencia. El
cambio del planteamiento de la consideración jurídico/penal a la consideración
de la salud/bienestar implica un nuevo enfoque de la violencia, pasar de la
política del castigo/corrección al de la prevención/predicción. Ya en 1996 la
OMS consideró que la violencia, por su extensión y consecuencias en la salud y
el bienestar de las personas, debe entenderse como un problema de salud
pública. Según este planteamiento podemos afirmar que la violencia es:
“Previsible” y “Predecible”. El camino para la actuación
profesional está abierto.
Gro
Harlem Burtland (directora general OMS en 2002) afirma que la violencia está
presente en la vida de numerosas personas en todo el mundo y nos afecta a todos
en algún sentido y concluye que: “Cuando la violencia es persistente la salud
está siempre muy afectada”. En 1996, con motivo de la 49 Asamblea General de la
Organización Mundial de la Salud, reunida en Bruselas, se adoptó la
resolución WHA49.25 donde se afirmaba que
la violencia “es el mayor y más creciente problema de salud pública en el mundo
moderno”. En esta resolución se consideraba la importancia que han adquirido
los diferentes tipos de violencia, por sus consecuencias, en la salud publica
en todos los países, tanto desarrollados como no desarrollados. Además en
aquella resolución se recogía,
explícitamente, las recomendaciones de
la Conferencia Internacional sobre el Desarrollo y la Población (El Cairo,
1994) y de la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer (Pekín, 1995) que
reclamaban una atención urgente sobre el tema de la violencia en aspectos
variados como la violencia de género, contra los niños, las minorías, etc...
Este
interés de la OMS por la violencia refleja la importancia que este fenómeno ha
adquirido en las sociedades modernas y converge con el tradicional interés que
la criminología y el derecho han tenido por el mismo. La violencia no es patrimonio exclusivo de
las sociedades en las que predomina el bienestar social y la libertad individual
ya que en la mayoría de sociedades humanas aparecen comportamientos violentos
de mayor o menor gravedad y duración. Pero es bien cierto que muchos pensadores
habían pronosticado una desaparición gradual de la violencia en la medida en
que las sociedades avanzan en la distribución más equitativa de los recursos y
el acceso mayoritario a un estado de bienestar y libertad individual. Una
paradoja de este hecho es, por ejemplo, la sociedad norteamericana que siendo como es una de las
mas avanzadas en cuanto a los derechos y libertades individuales, es a su
vez una de las más violentas a nivel
mundial.
La
violencia hoy ya no es solamente un problema moral o ético, que lo es, ni tan
siquiera penal o jurídico, si no que se está convirtiendo en un problema de
salud pública, en un elemento de consecuencias comparables a las epidemias de
naturaleza infecciosa o a los sucesos naturales devastadores. En este contexto
parece que las medidas de control de la
violencia, de castigo de los agresores, de reparación de las víctimas se han de
complementar con las de prevención, educación y como no de predicción. Muchos
de los términos que ya se emplean en los estudios de violencia provienen de
campos adyacentes cómo la epidemiología y
la salud pública. En este contexto situaremos el problema de la
predicción del comportamiento violento y el rol profesional que los psicólogos
deben tener en esta tarea.
Hay
numerosos términos que se consideran sinónimos de la violencia y que se
utilizan de forma habitual y en cierto modo confusa. Así por ejemplo hablamos
de agresión, fanatismo, delincuencia, daño, abuso, etc.... al referirnos a la
violencia y especialmente esta afirmación es cierta en el campo de la
psicología.
La
violencia no es una conducta, ni una emoción, ni una respuesta simple, ni tan
siquiera una forma de actuar, de pensar o de sentir. La violencia es más que
una conducta. Según la OMS la violencia consiste en el uso deliberado de la fuerza física o el
poder, ya sea en grado de amenaza o efectivo, contra uno mismo, otra persona o
un grupo o comunidad, que cause o tenga muchas probabilidades de causar
lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones
(Krug, 2002).
Contrasta
esta definición con la de Webster, Douglas, Eaves y Hart, 1997, autores del
HCR-20 (como veremos uno de los instrumentos más utilizados en la predicción de
la conducta violenta), la violencia es: “comportamiento que puede causar daño a
los demás, un comportamiento que puede generar miedo a otras personas”. El acto
violento no se define solamente por las consecuencias que genera sino que los
actos violentos lo son en sí mismos; así, disparar una pistola en el medio de
un numeroso grupo de personas, aunque no haya víctimas, es un acto violento.
Una
consecuencia que refleja la complejidad del fenómeno de la violencia es el
hecho de que no hay un único indicador que podamos utilizar como medida de la
violencia. De hecho los estudiosos y expertos del tema que quieren analizarlo
de forma cuantitativa utilizan índices tales como: número de detenciones, años
de condena, número y variedad de los delitos y agresiones, tipos de agresión,
etc... un efecto de esta situación es que los parámetros estadísticos de la
violencia son siempre imprecisos y discutidos.
Naturalmente
a los psicólogos nos interesa en primer lugar la conducta o comportamiento
violento pero también las llamadas actitudes violentas, las emociones
violentas, los trastornos mentales que se asocian a la violencia, las
consecuencias sobre las personas víctimas de la violencia, etc... Es decir no
nos interesan todos los aspectos del fenómeno de la violencia, sino aquellos
aspectos de ésta que implican a los individuos, también a grupos humanos, en
tanto que agentes del comportamiento violento o víctimas de la violencia.
En
una sociedad desarrollada como la española –y en conjunto las europeas- el
volumen total de violencia es relativamente bajo y estable como consecuencia
del aceptable funcionamiento de los mecanismos globales de integración social
(Kury, Obergfell-Fuchs y Würger, 1994, Stangeland, 1995a, 1995b, 1995c,
Giménez-Salinas, 1998, Killias y Aebi, 2000, Redondo, 2001) Sin embargo, desde
una perspectiva más analítica existen, como es notorio, riesgos específicos de
comportamientos violentos y muy violentos en individuos determinados y en
situaciones y contextos concretos. Es esta combinación de factores individuales
de predisposición y de factores situacionales desencadenantes la que puede
permitirnos diseñar y validar sistemas y procedimientos de predicción y
prevención de utilidad para los técnicos y profesionales aplicados.
Una
faceta de la complejidad del fenómeno de la violencia es la enorme variedad de
expresiones del mismo. En primer lugar, es evidente que existen variadas formas
del comportamiento violento, que se manifiestan en diferentes edades del
desarrollo humano (adolescencia, juventud, edad adulta), con distinto grado de
intensidad (un insulto, una agresión, un homicidio...), y con diverso nivel de
reiteración y de estabilidad (de forma casual o de manera repetida). En segundo
término, es conocido que los factores asociados a los comportamientos violentos
son también diversos en cualidad y en intensidad. De manera tradicional, estos
factores se han dividido en tres grandes grupos: sociales o ambientales,
psicológicos y biológicos (Sanmartín, 2000; Quinsey et al.,1998).
En
el presente análisis vamos a concentrar nuestro esfuerzo en el componente
psicológico de la violencia individual. Desde esta perspectiva, definiremos la
conducta violenta como aquélla que pretende y consigue dañar física o psicológicamente
a otra u otras personas sin que éstas hayan consentido en recibir este trato.
Este tipo de comportamientos también incluye la violencia hacia víctimas que
consienten o que no comprenden el efecto de estas conductas (niños y personas
con minusvalías psicológicas o ciertas psicopatologías). Deben incluirse en
este tipo de comportamientos también aquéllos que producen miedo u otro tipo de
consecuencias negativas tales como son las amenazas directas o indirectas y
cualquier tipo de constricción de las libertades y derechos individuales. Las
consecuencias de estos comportamientos son siempre muy negativas tanto para las
víctimas de los mismos como para su entorno inmediato. Estas consecuencias
pueden ser la muerte, el daño físico de la víctima, la ruina económica o moral,
la pérdida de su autoestima, etc. (Hart, 1998).
A
la luz de la investigación acumulada a lo largo de las pasadas décadas el
estado actual del conocimiento sobre el comportamiento violento podría, en
síntesis, resumirse de la siguiente manera:
•Los
seres humanos muestran, desde los primeros años de vida, diferencias
individuales en su comportamiento y por extensión en un gran conjunto de
características psicológicas y, entre ellas, en sus rasgos de personalidad,
algunos de los cuales pueden jugar un papel decisivo en la expresión o
inhibición de las manifestaciones agresivas y violentas (Garrido y López
Latorre, 1995; Andrés Pueyo, 1999; Garrido, Stangeland y Redondo, 1999; Romero
et al., 1999; Lykken, 2000).
•Los
factores sociales pueden a su vez jugar un papel modulador muy importante en el
desarrollo humano y en la socialización y, por tanto, en la facilitación o
inhibición de las manifestaciones violentas (Henggeler, 1989; Rechea, Barberet,
Montañés y Arroyo, 1995; Garrido et al., 1999).
•Por
último, en la precipitación de los comportamientos violentos juegan un papel
determinante los factores situacionales, que ofrecen al individuo la
oportunidad de la acción violenta, sin la cual ésta no ocurriría, pese a que
pudiera haber una cierta predisposición del individuo (Clarke, 1992, 1993,
1994; Cohen y Felson, 1979; Felson,
1994; Stangeland, 1995c).
Algunos
de los atributos psicológicos individuales (los rasgos de personalidad y las
habilidades psicosociales) son claramente factores de riesgo para el
comportamiento violento en tanto que son variables predisponentes para la
ejecución de conductas antisociales frecuentes. Parte de estas conductas
antisociales, en combinación con determinados factores sociales, que conocemos
como factores desencadenantes (como por
ejemplo los conflictos interpersonales, las toxicomanías o las situaciones de
necesidad, marginación y desarraigo social) pueden dar lugar a manifestaciones
violentas graves o extremas. El conocimiento de los mecanismos de acción de los
factores de riesgo, de los factores desencadenantes y de su interacción es la
clave para la predicción y prevención del comportamiento violento.
Considerados
los dos anteriores grupos de factores (predisponentes y desencadenantes), el
análisis empírico de la violencia puede hacerse en dos planos diferentes aunque
interdependientes. Estos dos planos son: el global –es decir, las tasas de
violencia existentes en una determinada comunidad social-, y el individual–esto
es, los casos específicos de individuos que se comportan violentamente y el
riesgo que presentan estos individuos de reiterar tales comportamientos-.
Nuestro análisis se interesa específicamente en este segundo plano que,
ciertamente, influye sobre el primero, ya que como es evidente el
comportamiento violento individual acaba reflejándose en las tasas globales de
violencia registradas en el nivel social.
2.-
¿Es posible predecir la violencia?: un caso particular de la predicción del
comportamiento.
La
violencia, a pesar de la sensación creciente que tenemos de que es algo muy
común y habitual, la verdad es que, afortunadamente, es un fenómeno poco
habitual, raro e infrecuente, especialmente la violencia grave y muy grave.
Esto no significa que no sea muy importante y motivo de fuertes preocupaciones
sociales. No se deben confundir ambas características. La frecuencia de un
fenómeno no le resta ningún grado de importancia o trascendencia al mismo. De
hecho la importancia se mide en términos de las consecuencias y no solamente en
términos de frecuencia. Este último aspecto aporta al fenómeno de la violencia
un componente muy importante a saber: la predicción del mismo. Un terremoto es
un fenómeno infrecuente, ahí radica parcialmente la dificultad en predecirlo.
El hecho de su poca frecuencia, aun de su excepcionalidad, no le resta nada a
su poderoso efecto devastador, a sus consecuencias catastróficas y, por tanto,
a su enorme gravedad.
La
dificultad de comprender los fenómenos extraños e infrecuentes no se limita, en
la psicología, a casos como la enfermedad mental, especialmente cuando esta es
grave, esquizofrenias, trastornos delirantes, algunos tipos de demencias,
etc..... sino que se extiende a otros fenómenos tales como los atentados
colectivos, los asesinatos en serie, las violaciones y abusos a menores, entre
otros sucesos “violentos” que acontecen en distintos entornos sociales, de
forma a veces sorpresiva. La relación entre la
incomprensión y la infrecuencia con que se suceden estos acontecimientos
se puede representar en forma de una relación lineal progresiva: a mayor
infrecuencia más difícil es comprender las claves de este fenómeno.
No
hay una relación única entre la calificación de
“poco habitual o infrecuente” y
la “importancia y trascendencia” del mismo. De ninguna manera podemos
considerarlos como antónimos sino que más bien son sinónimos. Esta afirmación
tiene validez en ambas direcciones. La frecuencia y la trascendencia son
factores ortogonales, independientes porque probablemente están producidos por
causas distintas. Por ejemplo solamente pensar en el atentado reciente de
Madrid o el más lejano en el tiempo de Casablanca (donde 12 terroristas
suicidas provocaron una masacre) o en las víctimas de la violencia doméstica en
lo que llevamos de año en España, nos presentan la amarga cara de la realidad:
la enorme gravedad y trascendencia de la violencia. Pero aunque nos parezcan sorprendentes son
hechos infrecuentes especialmente en términos epidemiológicos. Recientemente
hemos asistido a un debate similar entre la importancia de un hecho, la
Neumonía Asiática (SARS), y su impacto en términos de frecuencia.
Todos
los responsables sanitarios a nivel mundial están preocupadísimos por esta
nueva enfermedad, por la gravedad de la misma y especialmente por el
desconocimiento de su etiopatogenia, y no solamente por el número de infectados
y muertes que produce que son, aunque parezca paradójico por el eco de esta
enfermedad en los medios de comunicación y sus efectos en la vida social y económica, muy limitados.
Con
la violencia, especialmente con la que consideramos violencia grave e intensa,
la que produce víctimas entre los niños, las mujeres y otros grupos más débiles
de nuestra sociedad, sucede algo parecido, es infrecuente pero muy grave. Es
preocupante y produce una enorme emergencia por las consecuencias directas que
tiene sobre las víctimas y también tiene fuertes consecuencias indirectas tales
como: la profunda desesperanza que causa ser testigo indirecto, generalmente
por la difusión que los medios de comunicación hacen de la misma.
Los
sucesos complejos, como la violencia, además de infrecuentes tienen otra
propiedad y es que son de origen multicausal. No hay una única y exclusiva
razón que justifique totalmente (explique en un sentido causal) el comportamiento violento. Esta
multicausalidad quizás sea parte de la razón de la infrecuencia de los actos
violentos en las personas. La trascendencia de la conducta violenta es la razón
principal de que hablemos de la necesidad de predecirla. La violencia, los actos violentos, son en
cierto modo sucesos inciertos como otros fenómenos que suceden, como los
cambios atmosféricos, los tecnológicos o los económicos. Predecir la violencia, en el campo
profesional de la psicología jurídica, significa muchas cosas aparentemente
distintas tales como:
-
saber del riesgo de que un chico cometa un delito de robo con fuerza, un
asesinato o una violación,
-
conocer anticipadamente si un terrorista suicida va ha hacer explosionar una
bomba en el interior de un autobús,
-
asimismo significa conocer la probabilidad de que un marido despechado por la
ruptura matrimonial, pueda asesinar a su ex-esposa,
-
saber si una madre podría estrangular a sus hijos en venganza contra el
abandono del padre de los mismos,
-
conocer, si un preso, al concederle la en libertad, puede reincidir en
conductas violentas y delictivas,
-
anticipar que un enfermo mental grave o un deficiente mental, pueda comportarse
violentamente con sus familiares o desconocidos en su vida cotidiana y en la
comunidad en la que vive,
-
tener conciencia de que un menor, al finalizar una pena de internamiento o un
programa de rehabilitación, va a continuar realizando actos de vandalismo
callejero o de violencia en el seno de una banda o grupo organizado,
-
pronosticar el suicidio de un anciano o de un joven que está sufriendo un
episodio de depresión intensa o de desajuste personal por distintas razones,
- vaticinar que, si no se deja de consumir
alcohol o otras drogas, un determinado individuo va a continuar maltratando a
sus hijos menores en el seno de la familia,
-
presagiar el resultado de las conductas de un grupo de hinchas seguidores de un
club deportivo en un encuentro de la máxima rivalidad,
-
prever si un grupo organizado, banda juvenil o secta, va a cometer actividades
de naturaleza violenta sobre individuos aislados u otros grupos en un momento
determinado.
Todas
estas demandas, y seguro que otras más que no se citan, corresponden al ámbito
de la predicción de la violencia. Con casi todas ellas los psicólogos dedicados
al tema de la psicología forense, jurídica, criminológica y también clínica se
enfrentan en algún momento de su actividad profesional. La predicción de la
violencia es un campo donde la psicología tiene un papel destacado y esto es
así por dos razones: Primera, porque es
a la psicología la que le compete en su ámbito de actividad profesional el predecir la conducta
de los individuos y la violencia es un fenómeno asociado a la forma y a las
consecuencias del comportamiento. A veces también la omisión de ciertas
conductas se considera una forma de violencia por las consecuencias que tiene
sobre las víctimas, como sucede por
ejemplo en la omisión de ayuda o la atención a personas desvalidas. Segunda,
las claves individuales psicológicas son las más importantes en la predicción
del comportamiento violento según se ha demostrado en la mayoría de estudios
empíricos recientes y dedicados a esta cuestión (Andrews y Bonta, 1994; Quinsey
et al.,1998).
3.-
Cómo podemos predecir técnicamente la violencia.
La
conducta violenta es el resultado de una decisión de actuar y comportarse
violentamente, si bien es cierto que, en determinadas ocasiones, esta decisión
no es imputable penalmente o depende de factores en cierto modo “irracionales”
o desconocidos. La decisión de actuar violentamente puede estar influida, según
hemos visto, por un conjunto variado de factores que solos o en interacción
provocan patrones de conducta que por su naturaleza y especialmente por sus
efectos calificamos de violentos. Entre estos factores deberemos reconocer tres
tipos: a) Biológicos, tales como ciertas alteraciones neurológicas, trastornos
endocrinos e intoxicaciones; b) Psicológicos: trastornos de personalidad,
retraso mental, psicosis y otras alteraciones psicopatológicas, crisis
emocionales, estados de ánimo, convicciones prejuiciosas, etc., y c) Sociales:
exposición a modelos violentos, subculturas violentas, confrontaciones o
situaciones de crisis social intensas. Por lo general estos factores actúan
conjuntamente. Nuestro objetivo es predecir la actuación violenta, o en términos
científicos la probabilidad de que acontezca la conducta violenta, con la
finalidad de evitar los daños y consecuencias negativas que la violencia suele
producir.
¿Es
posible predecir y, en consecuencia, prevenir la violencia? Creemos que la respuesta,
en términos globales, es sí. Pese a ello, los episodios concretos de futuros
comportamientos violentos son difíciles de predecir con la exactitud que sería
deseable. Esta tarea es especialmente complicada cuando los individuos no
presentan características personales predisponentes ni poseen antecedentes de
violencia. En cambio, es más fácil anticipar la violencia futura cuando se
trata de personas potencialmente violentas, que tienen una historia anterior de
comportamientos violentos repetidos o que poseen una personalidad predisponente
al comportamiento violento o en su caso que sufren una enfermedad estrechamente asociada a la conducta
violenta.
La
violencia, el fenómeno que queremos predecir, es por su propia naturaleza un
fenómeno complejo y ésta realidad tiene consecuencias muy diversas. Por ejemplo
debemos distinguir, para simplificar y aumentar la precisión en la predicción,
los distintos tipos de violencia que, siguiendo a la OMS, son más de 30 tipos.
Estos tipos surgen de combinar la naturaleza de la violencia (física, sexual,
psicológica o por deprivación/abandono) con el agente causante de la
violencia
(auto-dirigida, interpersonal y colectiva). Además de los distintos tipos de
violencia, al hacer predicción, podemos estar interesados en distintos aspectos
de la propia predicción como son: la predicción de la inminencia de la conducta
violencia, las recaídas o reincidencias, la frecuencia de los actos violentos,
etc... según estos intereses los profesionales de la psicología forense y criminal
utilizarán procedimientos e instrumentos distintos. Así, si queremos predecir
violencia en general se puede utilizar el HCR-20 (Webster et al., 1997)
mientras que si queremos predecir violencia de género o de pareja es mejor
utilizar el SARA, o si queremos predecir recaídas de violadores o agresores
sexuales adultos utilizaremos el SVR-20.
A
la dificultad intrínseca a cualquier tipo de predicción y especialmente a la
predicción de sucesos violentos, debido a la múltiple causalidad que éstos
presentan, hay que añadir la baja frecuencia que, en general, tienen los
episodios violentos. A ello se añaden
dos dificultades más: la escasez de instrumentos y técnicas desarrolladas para
predecir la violencia y la frecuente resistencia a aceptar una visión científico-determinista
(1) de la conducta humana, que suele estar presente entre los profesionales que
trabajan en el campo de la delincuencia y la conducta violenta.
La
predicción del riesgo de conductas violentas, cuyos más destacados expertos
actuales debemos situarlos en grupos canadienses (R. Hare, D. Webster y S.Hart)
norteamericanos (D. Hanson) e ingleses (P.Barret) debe efectuarse sobre la base
de analizar conjuntamente varias facetas propias del comportamiento violento:
a) Naturaleza específica de la conducta violenta: qué tipos de violencia
ocurren; b) Gravedad de la conducta violenta: intensidad de los efectos de la
violencia; c) Frecuencia: cuántas veces aparecen estos comportamientos; d) Inminencia: en qué momento suceden los
comportamientos violentos, y e) Probabilidad: indicación acerca del ajuste de
la predicción del riesgo de aparición del comportamiento violento (Webster et
al., 1994,1997; Hart,1998). Estas características provienen de tres tipos de
informaciones básicas: de carácter empírico, que son las que nos permiten la
precisión predictiva; profesionales, que nos facilitan la utilidad práctica de
la predicción, y de carácter legal, que nos ayudan a la toma de decisiones
imparciales y razonables.
A
partir de estos aspectos podemos estimar el riesgo de aparición de
comportamientos violentos pero en función de una serie se condiciones que hemos
de asumir previamente. Entre estas presuposiciones están hechos como la
situación de internamiento, la presencia de control sobre el sujeto, la historia
anterior de crisis emocionales, el consumo de sustancias tóxicas, etc.
Consecuentemente, a partir de ciertas condiciones podemos proponer la
estimación condicional del riesgo de comportamientos violentos.
Cuando
hablamos de predicción enseguida nos viene a la mente la predicción del tiempo
meteorológico, ¿es que los psicólogos cuando predecimos el comportamiento
violento hacemos algo parecido a lo que hacen los meteorólogos? Quizá esta
actividad profesional, a mi entender, es la que guarda más relaciones con la
del psicólogo que estima el riesgo de violencia. Hay muchas razones para ejemplificar esta
similitud y la más destacada es que ambos profesionales tienen como primera
misión predecir lo que va a suceder en el futuro. El meteorólogo con respecto
al tiempo meteorológico. Si va a hacer calor o frío, lluvia, viento o tormenta.
Estas predicciones se requieren cada vez
más detalladas: cuándo va a suceder, dónde, con qué intensidad, cuáles
van a ser sus efectos, etc. El psicólogo, especialmente el que trabaja en
contextos criminológicos, debe también predecir sobre las conductas
antisociales que puede cometer un individuo determinado. Si es un preso al que
hay que conceder la libertad condicional, ¿qué riesgo hay de que vulnere las reglas que se le imponen?, si
está siguiendo un programa de rehabilitación, ¿qué probabilidades hay de que lo
siga?, y ¿qué pronóstico de los efectos
del tratamiento se pueden esperar? Si, por el contrario, es un acusado de
agresión sexual o familiar, ¿qué riesgo existe de que vuelva a reintentar estos
comportamientos delictivos? Estos y otros muchos ejemplos nos sitúan a los
psicólogos en un rol profesional parecido al de los meteorólogos.
Los
psicólogos y los meteorólogos tienen más cosas en común. Pensemos en los efectos y consecuencias que
tienen ciertos fenómenos meteorológicos como son los ciclones, tornados, las
“gotas frías”... muchas veces son catastróficas y, salvando las distancias, se
parecen a la de ciertos comportamientos criminales.
Estos
fenómenos meteorológicos son “estados” particulares de los climas, es decir
combinaciones particulares de los procesos que regulan la temperatura, la
presión, la humedad, etc. Esta misma relación es la que guarda el
comportamiento antisocial con la personalidad del delincuente, especialmente
cuando en este sujeto muestra el llamado Trastorno de Personalidad Antisocial
o una Psicopatía. Su personalidad es
como el clima, su conducta como alguno de estos fenómenos meteorológicos, que
sin ser muy frecuentes son peculiares y por tanto también caracterizan, junto
con las otras variables normales, a los climas.
¿En
que consiste la evaluación del riesgo de comportamientos violentos?
Estimar
el riesgo de violencia no es más que un procedimiento para predecir la
probabilidad de aparición de una
conducta violenta determinada ya que ésta sí que se puede estimar
razonablemente. Es posible predecir el riesgo de comportamientos violentos con
más precisión que el simple azar o las predicciones unidimensionales. Se puede
predecir el riesgo de cualquier elección si conocemos los determinantes de ésta
y tenemos datos sobre elecciones que anteriormente hayan sucedido y de las
cuales conocemos sus antecedentes. Esta última consideración es cierta en el
campo de los registros penales, criminológicos y psiquiátricos, ya que existen
datos e informes acumulados que pueden proporcionar este tipo de
informaciones. Esencialmente consiste en
un proceso que permite comprender el peligro que puede existir de aparición de
conductas violentas con el objetivo de limitar sus potenciales efectos
negativos.
Para
poder completar este proceso con éxito nos interesara registrar informaciones
acerca de varios aspectos: ¿qué tipos de conducta violenta se producen?; ¿con
qué frecuencia?, ¿bajo qué condiciones o
en qué escenarios?; ¿cuáles son las condiciones presentes?, ¿cómo se
intervino?, ¿qué sucedió después?, etc. Se han desarrollado estrategias de
evaluación psicológica intensivas, procedimientos actuariales basados en tests
psicológicos y otras estrategias (clínicas, epidemiológicas...) para
identificar el riesgo de determinados comportamientos violentos, que
denominamos formas críticas de violencia, pero sigue habiendo un importante
grado de imprecisión en tales predicciones. ¿Qué tipos de estimaciones de
riesgo de formas críticas de violencia son más necesarios por la gravedad de
sus consecuencias? En nuestra opinión, es fácil distinguir los siguientes:
riesgo de suicidio, de homicidio por parte de menores, de los diferentes tipos
de agresión sexual, de las agresiones domésticas y familiares y, naturalmente, de
la violencia en general.
Podemos
distinguir dos tipos de predicción del riesgo de comportamientos violentos: el
riesgo inmediato y el riesgo a medio y largo plazo (Quinsey et al., 1998, Hart;
1998). Los esfuerzos actuales se
concentran en la evaluación del riesgo inmediato de conductas violentas ya que
éste es más fácil de realizar y más eficaz en la práctica aplicada. El riesgo
inmediato de conductas violentas se sitúa en torno a una predicción que se
extiende a lo largo de unos días o a un máximo de unas semanas, y se basa en un
patrón de signos de alarma identificables. Normalmente la evaluación de este
tipo de riesgo de violencia inmediato se realiza por medio de Listados de
Chequeo de los signos de alarma más críticos y urgentes que anticipan una agresión
o ataque importante. El Riesgo de Ataque es un concepto de gran utilidad para
todos aquéllos que tratan a diario con poblaciones de potencial riesgo violento
(especialmente policías, responsables de prisiones, cuidadores de enfermos
mentales y, en algunos casos, profesores
y maestros de escuelas secundarias). Por el contrario, el riesgo de medio y
largo plazo se extiende a un rango temporal de varios años y, aunque es más
impreciso, es muy importante en la toma de decisiones judiciales (por ejemplo,
para autorizar una liberación condicional anticipada) y, también, como forma de
evaluar la eficacia de los programas de intervención reeducativa y terapéutica.
¿Cuales
son los métodos o procedimientos de valoración y predicción del riesgo que se
pueden utilizar?
S.Hart
los clasifica en dos grandes grupos que denomina:
a.- A criterio libre del profesional
(discretionary): estos métodos se caracterizan porque no hay una pauta o
instrumento técnico validado y contrastado, son los más empleados por los diferentes
profesionales que en algún momento se ocupan de este menester (criminólogos,
psiquiatras, psicólogos, jueces, etc.). En este grupo de métodos se distinguen
tres que son:
a.1.- juicio profesional no-estructurado
a.2.- juicio profesional estructurado
a.3.- evaluación por anamnesis
b.- Siguiendo una pauta determinada
(No-discretionary). En estos métodos se sigue una pauta/protocolo (método o
procedimiento) que proviene de los desarrollos técnicos de la evaluación
psicológica o de otras técnicas de estimación de riesgo de campos afines. En
este grupo distinguimos dos que son:
b.1.- Los tests psicológicos
b.2.- Los “tests” actuariales
Veamos
algunos detalles de los procedimientos antes mencionados.
a.1.-
Juicio profesional no-estructurado
En
este procedimiento la característica fundamental es la idiosincrasia con que
cada profesional aborda el problema de predecir el riesgo en función de su
formación, sus preferencias personales, sus hábitos profesionales, la
naturaleza de las demandas, etc... es decir el libre criterio de cada uno de
los profesionales que actúan (o pueden actuar) en esta labor. En general podemos decir que la recogida de
datos (informaciones) no sigue normas o guías fijas ni estables, cualquier
información puede ser incluida en el bagaje previo a la decisión. Así mismo la
información se puede recoger siguiendo cualquier técnica o procedimiento que el
profesional considere adecuado.
Las
decisiones siguen un proceso análogo al de recogida de datos, es decir sin un
criterio previo explícito. Las informaciones que dan lugar a las decisiones
pueden ponderarse o combinarse de cualquier forma a juicio del responsable de
la decisión. También, en el caso de la comunicación de los resultados, el
responsable de la evaluación emplea el procedimiento que considera oportuno en función del
receptor de la decisión.
En
este procedimiento las limitaciones son obvias y sin discutir la eficacia mayor
o menor de este procedimiento, podemos destacar las siguientes insuficiencias:
la dificultad en encontrar justificaciones empíricas y/o sistemáticas, de hecho
este procedimiento presenta bajos niveles de acuerdo entre jueces (fiabilidad
baja), poca precisión (no-validos) y una fundamentación débil (irrecusables).
De hecho las predicciones realizadas siguiendo este método se basan en la
“autoridad” del profesional que las formula. Por lo general estas decisiones
son muy genéricas y no están dirigidas a realizar ninguna actuación con el
sujeto agresor sino que tratan de “sancionar” en términos de informe pericial
a.2.-
Juicio profesional estructurado
Este
tipo de evaluación está dirigido a prevenir un determinado tipo de
comportamiento o resultado así que lo calificaremos como orientado a la
actuación profesional, normalmente preventiva. Suele incluir un nivel
determinado de estructuración de la evaluación ya que incluye la exploración
guiada de una serie explícita y fija de factores de riesgo identificados y
conocidos. Especifica el modo y la manera de reunir y recoger informaciones que
se incluyen en el protocolo de información que servirá después para tomar la
decisión. Sin embargo no introduce, por lo general, restricciones ni
orientaciones sobre la toma de decisiones ni en la forma de resumir y comunicar
los resultados y/o decisiones obtenidas.
Las
limitaciones mas relevantes son: a) que requiere protocolizar todo el proceso
de evaluación en el que se incluye: un modo sistemático de recogida de datos,
posiblemente requiera entrenamiento y formación en las nuevas técnicas y
procedimientos que implica este enfoque; b) generalmente los elementos del
protocolo se incluyen en el proceso de generalización inductiva que a veces no
son adecuados en determinados casos, poco frecuentes, y, c) presupone que los
profesionales pueden utilizar el protocolo de forma eficaz y precisa.
a.3.-
Evaluación por anamnesis
Incluye
una mínima organización de la información que se recoge ya que se sigue el
protocolo propio de las anamnesis habituales en contextos clínicos. En ellas se
incluyen datos histórico-biográficos que de buen seguro registran la historia y
el contexto donde sucedieron episodios o actos violentos. Esta orientado a
actuar. En la medida en que sigue el esquema clínico este enfoque de evaluación
tiene como objetivo diseñar estrategias de actuación y de gestión o manejo del
riesgo. En este ámbito es frecuente hablar de aspectos como la “reducción del
riesgo” o la “prevención de recaídas”.
En
cuanto a las limitaciones, este procedimiento es poco fiable, su validez
también es desconocida y asume que la historia registrada se puede repetir, por
sí misma, y debido a que ya ha aparecido con anterioridad. En el fundamento de
este procedimiento se opina que todas las carreras violentas son estáticas, no
modificables y que las personas violentas están predeterminadas a comportarse
de ese modo.
b.1.-
Los tests psicológicos
Son
muy conocidos por los psicólogos estos instrumentos de evaluación pero se
descuida, por parte de muchos profesionales, su utilidad en tanto que
predictores. Normalmente el uso de los
tests se hace en un sentido clínico-diagnóstico sobre todo dentro del campo de
la psicología jurídica.
No
obstante en otros contextos (clasificatorios y de selección) el uso de los
tests como procedimientos de predicción es bien conocido. Los tests miden
ciertos rasgos y atributos psicológicos que, de acuerdo a los conocimientos
disponibles y científicamente contrastados, predicen comportamientos violentos. La fiabilidad y la validez de estos
instrumentos permiten obtener informaciones relevantes y útiles que a su vez
ayudan a la toma de decisiones correctas. También el uso de estos instrumentos
impone un nivel elevado de organización de los datos empleados en la evaluación
ya que se utilizaran en un momento determinado del proceso de evaluación y del
momento en el que hay que tomar una decisión.
Las
limitaciones que tiene la predicción utilizando tests psicológicos son:
a)
que requieren una formación profesional en el empleo de los tests, en
contenidos forenses, clínicos y/o criminológicos ya que hay que decidir: qué
test utilizar, cómo utilizarlo y cómo interpretar los resultados obtenidos, b)
la justificación de su utilización requiere decidir inductivamente acerca de
aquello que, en general, es aplicable al caso que nos ocupa y en el momento en
que lo utilizamos (todas decisiones previas a el uso del test).
b.2.-
Los “tests” actuariales
Los
rasgos característicos de la valoración del riesgo por métodos y procedimientos
actuariales provienen de que estos se han diseñado explícitamente con la
intención y finalidad de predecir el riesgo de comportamientos violentos.
Siguiendo las pautas desarrolladas por los actuarios de seguros se han aplicado
procedimientos estadísticos para la predicción del riesgo. Tienen una gran
“fidelidad” ya que están optimizados para predecir un resultado concreto y
específico, en un período temporal determinado, para una población determinada
y en un contexto socio-cultural también muy específico. Introducen una
estructura rígida en la predicción tanto en los procesos de evaluación como en
los de toma de decisiones.
Las
limitaciones de los procedimientos actuariales son:
a)
el uso de este tipo de instrumentos requiere dos tomas de decisiones caso de
forma constante para las que hay que tener un cierto nivel de conocimientos y
formación técnica, así hay que decidir qué escalas utilizar y cómo interpretar
los resultados, b) lo mismo que en los tests psicológicos hay que justificar
adecuadamente las decisiones de su utilización concreta y c) los resultados
pueden ser fácilmente malinterpretados y dar lugar a justificaciones
pseudo-objetivas y pseudo-científicas.
Estos
procedimientos requieren estudios cuantitativos y epidemiológicos a gran
escala, estimaciones de la frecuencia de los comportamientos que se quieren
predecir en las distintas poblaciones donde pueden ocurrir, etc. Este tipo de
información, al menos parcialmente cuando nos referimos a poblaciones
penitenciarias y delictivas, suelen estar disponibles, aunque con frecuencia de
modo incompleto.
En
todas las descripciones de los procedimientos que hemos realizado se han
presentado los rasgos que las distinguen y caracterizan, así como sus
limitaciones. Consideramos que todo proceso de evaluación del riesgo comporta,
al menos, dos etapas que podemos distinguir a efectos del análisis de sus
propiedades y limitaciones. Estas dos etapas son: 1) la recogida, organización
y análisis de la información relevante, y 2) la decisión y comunicación del
resultado de la evaluación.
En
resumen, los procedimientos existentes en la actualidad para la predicción o
estimación del riesgo de comportamientos violentos se pueden clasificar en dos
grandes grupos, que a su vez se subdividen en diferentes subgrupos. Estos dos
grandes grupos son: 1) procedimientos basados en el juicio profesional, y 2)
decisiones de base actuarial. Entre los primeros debemos incluir las
estimaciones clínicas (fundamentadas mayoritariamente en diagnósticos psiquiátricos),
las predicciones a partir de las anamnesis y las basadas en instrumentos
estructurados específicos (p. ej., HCR-20, SARA...). En el segundo grupo
destacan las estimaciones basadas en los tests psicológicos y las que se
fundamentan en la aplicación de escalas de riesgo (p. ej., VRAG, RRASOR...).
Como
ejemplo de los anteriores tipos de instrumentos de evaluación del riesgo de
comportamiento violento podemos citar el HCR-20 y el VRAG. El HCR-20 es uno de
los instrumentos paradigmáticos y mejor validados para la estimación del riesgo
de violencia en general. Desarrollado por el Dr.Webster, especialista
canadiense reconocido internacionalmente, está diseñado para evaluar el riesgo
de conductas violentas en personas con trastorno mental o problemas de personalidad,
y se basa en el uso de informaciones de tres tipos (que recogen las siglas del
instrumento, HCR):
histórico-biográficas, clínicas y
de gestión del riesgo. El VRAG (Violence
Risk Appraisal Guide), de Quinsey et al. (1998), fue desarrollado para evaluar
el riesgo de comportamientos violentos
en varones adultos con enfermedades mentales, que estuvieran en tratamiento
ambulatorio o internados en centros
hospitalarios vinculados a instituciones penitenciarias. El VRAG es el sistema
actuarial más preciso para prevenir violencia reiterada (reincidencias) entre
pacientes con trastornos mentales, internados o en tratamiento ambulatorio. Sus
parámetros de eficacia se cifran en una probabilidad predictiva –es decir, de que un paciente sobre el cual se
han predicho recaídas violentas acabe en efecto comportándose violentamente en
un futuro- del 55%. Este instrumento logra un incremento de la predicción sobre
el azar del 88% y presenta una precisión del 72% en la clasificación de
pacientes violentos (P. Barret, 2001).
En
la actualidad existen distintos instrumentos de naturaleza empírica para la
estimación del riesgo de comportamientos violentos. Estos instrumentos,
desarrollados especialmente en países anglosajones, europeos y norteamericanos,
no tienen paralelos en nuestro entorno criminológico o forense. Tales
instrumentos, además de las características propias de cualquier instrumento de
medida, se distinguen por dos parámetros muy importantes que son: sensibilidad
(porcentaje de verdaderos positivos, es decir, de sujetos que habiendo sido
predichos violentos acaban comportándose violentamente) y especificidad (porcentaje de falsos
positivos, o sea, de individuos que habiendo sido predichos violentos no acaban
actuando como tales).
En
la tabla que presentamos a continuación se muestra el resumen de los
principales instrumentos existentes hasta
ahora en el contexto de la evaluación del riesgo de comportamientos
violentos.
Test
o Método: Meta-análisis de predictores
de violencia general y reincidencias
Variables
Predictoras: Evaluación objetiva de riesgo de delincuencia juvenil, problemas
familiares y otros factores similares (basado en 52 trabajos /16,191 personas).
Hallazgos
y aplicaciones: Factores de reincidencia en personas con trastorno mental y sin
trastorno mental. El historial criminal es el mejor predictor.
Ref.:
Bonta, Law & Hanson (1998)
Test
o Método: Sistema de Puntuación de
Gravedad delictiva
Variables
Predictoras: Historia de agresiones graves, de tipo sexual e intimidaciones
basado en un estudio sociológico de 600.000 participantes (USA)
Hallazgos
y aplicaciones: Identifica por medio de puntuaciones elevadas el riesgo de
graves conductas violentas.
Ref.:
Wolfgang, Figliio, Tracy & Singer (1985)
Test
o Método: Psychopathy Check List –
Revised (PCL-R)
Variables
Predictoras: Factores que sugieren la explotación de los demás y un estilo de
vida crónicamente inestable. Pocos ítems relacionados directamente con la
violencia.
Hallazgos
y aplicaciones: Las puntuaciones en esta escala son los mejores predictores
individuales de violencia; sin embargo la escala no se diseñó con este objetivo
y es solo aplicable a hombres adultos.
Ref.:
Hare (1991) [Versión española: Moltó et al., 1999]
Test
o Método: Violent Risk Appraisal Guide
(VRAG)
Variables
Predictoras: Ítems de desarrollo de la personalidad, historia de conductas
violentas y no-violentas. Incluye la puntuación en el PCLR.
Hallazgos
y aplicaciones: Predice para un intervalo de 7 a 10 años el riesgo de conductas
violentas (no sexuales) en percentiles. Sólo para hombres adultos.
Ref.:
Quinsey, Harris, Rice & Cormier (1998)
Test
o Método: Sex Offender Risk Appraisal
Guide (SORAG)
Variables
Predictoras: Items de desarrollo de la personalidad, historia de conductas
anormales violentas y preferencias y desviaciones sexuales.
Hallazgos
y aplicaciones: Predice, para un intervalo de 7 a 10 años, el riesgo de
violencia sexual. Ofrece percentiles. Solo para hombres adultos.
Ref.:
Quinsey, Harris, Rice & Cormier (1998)
Test
o Método: Meta-análisis de predicciones
de violencia sexual
Variables
Predictoras: Activación sexual desviada, historia de violencia, y factores de
personalidad (basados en 61 estudios y 28.972 personas).
Hallazgos
y aplicaciones: Seguimiento de un intervalo que oscila entre 15-30 años que
muestran el 77% de riesgo de reincidencia en delitos sexuales.
Ref.:
Hanson & Bussier (1998)
Test
o Método: Rapid risk assessment for
sexual offense recidivism (RRASOR)
Variables
Predictoras: Incluye factores de la relación con la víctima, delitos sexuales
anteriores y edad del sujeto (muestra 2.592 personas).
Hallazgos
y aplicaciones: Predice reincidencia en periodos de 5 a 10 años a partir de
cuatro factores.
Ref.:
Hanson (1997)
Test
o Método: Minnesota Sex Offender
Screening Tool – Revised
Variables
Predictoras: Factores de historial criminal, víctimas, consumo de tóxicos y
otros.
Hallazgos
y aplicaciones: Predicción en un plazo de 6 años el nivel de riesgo (elevado o
bajo) de los agresores sexuales.
Ref.:
Epperson, Kaul & Huot (1995)
Test
o Método: Static and dynamic risk
assessment tools
Variables
Predictoras: Historial de agresiones sexuales y factores de tipo demográfico y
actitudinales.
Hallazgos
y aplicaciones: Ofrece niveles de riesgo elevado, medio o bajo de reincidencia.
Ref.:
Hanson (1997); Hanson, Scott & Steffy (1992)
Test
o Método: California Actuarial Risk Assessment
Tables
Variables
Predictoras: Factores e historial de la víctima y tipo de agresión sexual
sufrida.
Hallazgos
y aplicaciones: % reincidencia en un plazo de 5 años tanto entre violadores
como abusadores infantiles.
Ref.:
Schiller & Marques (1999)
Test
o Método: Spousal Assault Risk
Assessment Guide (SARA)
Variables
Predictoras: Historial de agresiones en contexto de parejas, ajuste psicosocial
(estudios de un total de 2.309 sujetos).
Hallazgos
y aplicaciones: Resumen de puntuaciones que predicen el riesgo que presentan
los agresores domésticos y otros tipos de violencia en general.
Ref.:
Kropp, Hart, Webster & Eaves (1999)
Test
o Método: Dangerousness Prediction
Decision Tree
Variables
Predictoras: Historia reciente de comportamientos violentos, Oportunidades y
desencadenantes (Triggers) (HOT) de conductas violentas.
Hallazgos
y aplicaciones: Predice a un plazo de 3 meses si un individuo tiene o no riesgo
de comportarse violentamente a partir de un árbol de decisiones de 5 pasos.
Ref.:
Hall (1987); Hall & Ebert (in press)
Test
o Método: Suicide Probability Scale
Variables
Predictoras: Historia anterior, depresión actual, estrés y variables cognitivas
(basado en una muestra de 1.158 personas)
Hallazgos
y aplicaciones: Puntuación en términos de probabilidad de riesgo, de severo a
liminar, de conducta suicida.
Ref.:
Cull & Gill (1999 edition)
Test
o Método: HCR-20, Version 2
Variables
Predictoras: Factores de riesgo de tipo: Histórico, Clinico y de gestión del
Riesgo, presentados en un instrumento único a modo de protocolo de confirmación
y guía.
Hallazgos
y aplicaciones: HCR-20 existe en distintas lenguas y se ha utilizado en Europa.
Ref.:
Webster, Douglas, Eaves & Hart (1997)
Test
o Método: SCR-20
Variables
Predictoras: Guía Profesional para la evaluación del riesgo de violencia
sexual.
Hallazgos
y aplicaciones:SCR-20 existe en distintas lenguas y se ha utilizado en Europa.
Ref.:Boar,
Hart, Kropp & Webster (1997)
TVR
(Tabla de Variables de Riesgo)
Predicción
del riesgo de quebrantamiento de permisos de salida de sujetos penados en
prisión, a partir de 18 variables pertenecientes a 4 categorías de factores:
persona, actividad delictiva, conducta penitenciaria y permiso.
La
TVR fue diseñada a demanda de la Secretaría de Estado de Instituciones
Penitenciarias del Ministerio de Justicia Español.
Clemente
et al. (1993), Nuñez (1997)
De
la mayoría de estas escalas e instrumentos no existen traducciones ni
adaptaciones al contexto lingüístico castellano ni a los ámbitos
jurídico-penales ni de trabajo profesional propios de España y los países
latinoamericanos.
4.-
Utilidad práctica de la predicción de la violencia.
La
violencia en general y, en particular, algunas de sus formas más llamativas y
espectaculares –como la violencia juvenil, el maltrato infantil, la violencia
contra las mujeres y la violencia sexual- constituyen preocupaciones
importantes y recurrentes de los ciudadanos y de los poderes públicos. Como
consecuencia de ello, en el plano científico, estos problemas están recibiendo
una atención creciente de parte de los investigadores (ver Science, 28 de Julio
de 2000).
Sin
embargo, cuando se analiza en términos globales este sector de la
investigación, se constatan dos limitaciones importantes: en primer lugar, una
gran heterogeneidad, dispersión y aislamiento de las temáticas tratadas y de
las metodologías utilizadas; en segundo término, el carácter preponderantemente
exploratorio y descriptivo de la mayoría de los estudios, que suelen limitarse
a informar de cierta problemática (p. ej., la violencia juvenil en un
determinado barrio o ciudad) sin derivar prescripciones específicas para el
control o la reducción del problema en cuestión. En general existe una muy
escasa vinculación –con algunas excepciones- entre la investigación básica
sobre violencia y las prácticas y rutinas más frecuentemente utilizadas para su
abordaje.
Frente
a esta situación, en el terreno aplicado, las instituciones y agencias
educativas, de servicios sociales, y de justicia –tanto de ámbito local, como
regional o estatal- se enfrentan a retos operativos específicos, a saber:
conocer los factores concretos que se vinculan a determinados comportamientos
violentos para, en la medida de lo posible, anticipar el riesgo de que se
produzcan y poder prevenirlos de maneras más eficientes. Los ejemplos pueden
ser muy variados. Veamos algunos. En las escuelas (especialmente en ciertas
edades -como el inicio de la adolescencia- y determinados contextos –ciertos
barrios de las ciudades-) los docentes necesitan evaluar el riesgo de violencia
de algunos de sus chicos y tomar la iniciativa al respecto; sin embargo, el
sistema escolar –y sus profesionales:
directores de colegios, maestros, pedagogos, psicólogos...- carecen por lo
común de instrumentos predictivos específicos y de programas de prevención e
intervención adecuados (Redondo y Garrido, 2001).
Algo
semejante acostumbra a suceder en los servicios sociales primarios y
especializados (p. ej., protección a la infancia). Incluso los servicios e
instituciones finalistas en el control de la violencia (como juzgados de
menores, juzgados penales, centros de reforma juvenil y prisiones) no suelen
disponer de la tecnología necesaria para acometer estas tareas de una manera
sistemática y efectiva (pueden encontrarse numerosos ejemplos de ello, para
diferentes países europeos, en: Lösel, Bender y Bliesener -eds.-, 1992; Davies, Lloyd-Bostock, McMurran y Wilson
-eds.-, 1996; Redondo, Garrido, Pérez y Barberet -eds., 1997; y en distintos
contextos jurídico-penales del ámbito español y latinoamericano en: Urra y
Vázquez Mezquita, 1993; Redondo, 1993; Clemente, 1995; Urra y Clemente, 1997; Clemente y Nuñez -I y
II, 1997; y Redondo y Garrido, 2001).
Por
ejemplo, cuando frente a un caso de violencia doméstica, un juez debe decidir
acerca del encarcelamiento o la libertad provisional de un agresor, en función
del riesgo de nuevas conductas de maltrato, con gran frecuencia debe hacerlo en
el vacío de información técnica al respecto. Más allá de la buena voluntad y la
experiencia de los profesionales que trabajan en estos sectores (juristas,
psicólogos, trabajadores sociales, etc.) son muy escasos los instrumentos y
procedimientos disponibles para llevar a cabo eficazmente las tareas de
predicción y prevención. Las múltiples funciones a las que deben atender estos profesionales y el frecuente
desconocimiento de los resultados de la investigación en la materia dificultan
enormemente sus posibilidades de acción. (El problema al que nos estamos
refiriendo tiene una ingente magnitud social. Los comportamientos violentos –en
diferentes formas e intensidades-aparecen en las familias, en las escuelas, en
los barrios, en los locales públicos, en las prisiones, etc. Paralelamente a la
amplitud del problema, es considerable el número de profesionales y técnicos
sociales –maestros y educadores, trabajadores sociales, psicólogos, abogados,
policías, jueces y fiscales....- que o bien deben resolver a menudo situaciones
de violencia aunque tal cometido no constituya la esencia de su función -el
caso de los maestros-, o bien tienen como cometido profesional el propio
control de la violencia -el caso de los policías-. Baste lo dicho para imaginar
el exorbitante presupuesto público que, de una u otra forma, se destina a
servicios y profesionales que tratan con estas problemáticas).
En
síntesis, con objeto de mejorar progresivamente nuestras posibilidades de
control de los comportamientos violentos, consideramos imprescindible una
paulatina integración de la investigación básica sobre violencia con las
necesidades sociales y aplicadas en esta misma materia, que permita ir
derivando instrumentación técnica de utilidad práctica para las instituciones y
los profesionales que trabajan en este sector. En esta dirección, sería
necesario crear y validar para el contexto español instrumentos y
procedimientos de predicción del riesgo de violencia así como formular
programas de prevención que estén estrechamente relacionados con la información
generada por los procesos de predicción.
Esta información la constituyen los llamados factores de riesgo y los desencadenantes,
en parte ya conocidos actualmente y que son el núcleo conceptual de la
predicción y prevención del comportamiento violento.
Desde
un punto de vista científico, la predicción y la prevención se hayan
íntimamente vinculadas por tres razones fundamentales. En primer lugar, porque
una detección eficaz de los individuos y contextos en mayor riesgo de violencia
es la condición necesaria para la aplicación eficaz de medidas preventivas
correctoras. En segundo término, porque lo que vamos aprendiendo sobre los
factores de riesgo de comportamientos violentos (ciertas características
personales, carencias educativas, déficit cognitivos, etc.) nos orienta sobre
los objetivos y estrategias que debemos utilizar para erradicarlos o
reducirlos. Es decir, el conocimiento de los factores de riesgo constituye la
base de los programas preventivos y de tratamiento de la violencia. Por último,
porque los resultados obtenidos por los programas –es decir, sobre la mayor o
menor efectividad de cada tipo de programas- constituye, a la postre, una nueva
reevaluación de nuestros conocimientos sobre predicción –si tomamos en cuenta
que los programas parten de tales conocimientos predictivos-.
En
la dirección apuntada de vinculación estrecha entre predicción y prevención,
resultan especialmente relevantes los estudios meta-analíticos desarrollados
por Andrews et al. (1990), Andrews y Bonta (1994), y sobre todo Gendreau,
Little y Goggin (1996), quienes a partir del análisis de 131 muestras (que
incluían más de 750.000 sujetos, tanto jóvenes como adultos) pusieron de relieve
la existencia de dos grupos de factores de riesgo diferenciados: los
denominados factores estáticos, inherentes al sujeto o a su pasado y difíciles
de cambiar, y los dinámicos, o factores individuales y ambientales que pueden
cambiarse mediante las oportunas intervenciones técnicas (véase figura
anterior). Esta diferenciación es muy
relevante para la prevención ya que apunta en la dirección de aquellas
variables preferentes para los objetivos de las intervenciones y programas de
tratamiento (Redondo, Garrido y Sánchez-Meca, 1997; Redondo, Sánchez-Meca y
Garrido, 1999, 2002).
Ya
hemos dicho que la utilidad primordial de la predicción del riesgo de
comportamientos violentos es evitar que estos se produzcan y por tanto prevenir
la violencia es la finalidad indirecta que persigue la predicción. Pero de
forma más inmediata los objetivos que tienen los procedimientos de predicción
de riesgo de comportamientos violentos desarrollados técnicamente se pueden
identificar como los siguientes:
a).- guiar la intervención de los
profesionales en las tareas de predicción y no dejar a su libre criterio el
procedimiento de estimación del riesgo ya que este método se ha demostrado poco
fiable, de dudosa valides e irrefutable.
b).-
mejorar la consistencia de las decisiones al tener en cuenta sistemas
contrastados de recogida de datos relevantes y significativos de la historia
biográfica del sujeto, de sus variables clínicas de estado y de la situación
(factores de riesgo/protección) que rodean al sujeto sobre el que hay que
predecir su comportamiento futuro. Además de esta recogida selectiva de
información se requiere normas de combinación ponderada de los datos para que
la toma de decisiones sea precisa y fiable.
c).- mejorar la transparencia de las
decisiones, como consecuencia de utilizar procedimientos de predicción basados
en instrumentos clínico-actuariales o actuariales, se dispone de un registro de
los distintos pasos del proceso de predicción aportando transparencia a la
decisión y recomendación finales.
d).- proteger los derechos de los clientes y
usuarios, es otra de las consecuencias prácticas de seguir buenas pautas de
predicción ya que las decisiones, a veces útiles y acertadas pero otras veces
no, se pueden analizar a la luz de los derechos que protegen a los clientes y
usuarios de los sistemas de atención a los agresores/víctimas.
En
resumen y como reflexión final, según Steve Hart, psicólogo de la Universidad
Simon Fraser de Vancouver (Canadá) y
Presidente de la sección de Psicología Jurídica de la Asociación de
Psicología Americana, la evaluación del
riesgo de violencia consiste en caracterizar (identificar) el riesgo de que los
individuos cometan actos violentos en el futuro. La finalidad de esta
evaluación puede ser clínica (intervenir, prevenir, actuar urgentemente,...) o
jurídica (tomar decisiones penales, sobre libertad condicional, etc....). La
predicción de la violencia es posible si atendemos a que lo predecible es el
riesgo de aparición de la conducta violenta, no la conducta en sí misma.
Esta
predicción se puede hacer de forma fiable y válida si la fundamentamos en
procedimientos técnicos. He aquí algunas recomendaciones:
La
evaluación del riesgo debe realizarse de manera científica, profesional y de
acuerdo a las consideraciones legales propias de cada marco jurídico concreto.
El
riesgo puede y debe ser evaluado de distintos modos y procedimientos.
En
promedio, la evaluación del riesgo de violencia es tan bueno como la mayoría
del resto de pronósticos tales como el meteorológico, el financiero, el
industrial, el médico, etc.
No
es posible realizar predicciones específicas
de violencia futura en un individuo determinado con un elevado nivel de
certeza o de previsión científica. No podemos conocer el riesgo, simplemente
podemos estimarlo asumiendo ciertas restricciones temporales y de contexto.
Estas
aportaciones y comentarios, descritos a partir de lo que hoy es la actualidad
científica del problema de la predicción del comportamiento violento pretenden
únicamente destacar la importancia de utilizar procedimientos contrastados y
fiables, generados en el contexto de la investigación clínica y actuarial, para
la cotidiana labor profesional de los psicólogos que actúan en los campos
variados de aplicación de la psicología jurídica, forense y criminal.
Todavía
hoy en España estamos comenzando esta tarea pero de buen seguro que la voluntad
de aplicarla hará que, como en otros tantos campos, la puesta a punto será muy
rápida y de la calidad que la realidad profesional demanda.
(1)Como
resulta evidente el término determinista tiene aquí una acepción
probabilística, propia de la metodología científica, que permite afirmar que la
presencia de ciertos factores antecedentes (A) hace más probable la aparición
de la conducta violenta (B), y en ningún caso sugiere un determinismo
lógico-formal en términos de dado A necesariamente sucederá B.
5.-
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(Comunicación
preparada en el marco del proyecto del MCYT-FEDER SEC2001-3821-C05-01)
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