La psicopatía en adultos es un campo de trabajo altamente desarrollado, y en las últimas décadas se ha avanzado en el análisis del concepto, la medida y la etiología del trastorno.
Sin embargo, se sabe poco sobre sus antecedentes evolutivos y no existe mucho acuerdo sobre cómo identificar a los niños en alto riesgo. En este trabajo se revisan las principales lineas de investigación sobre el constructo psicopatía en la infancia y la adolescencia. Nos detenemos especialmente en las propuestas de Lynam (que atribuye un papel especial a la conjunción entre hiperactividad y problemas de conducta) y Frick (que extiende el modelo bifactorial de Hare a la infancia y la adolescencia). Se presentan las líneas de evidencia disponibles, se discuten sus puntos mas críticos y se sugieren posibles vias de investigación.
Palabras clave: psicopatia, trastorno antisocial de la personalidad, trastorno de conducta, niños, adolescentes.
The study ofpsychopathy in adults is a well developedfield, and in recent decades there have been advances in conceptualization, measurement, and etiolology of the disorder. However the developmental antecedents are not well known and there is no agreement regarding the identification of high-risk children. This study reviews the main lines of research on psychopathy in childhood and adolescence. Special attention is paid to the proposals of Lynam (who attributes particular importance to the co-occurrence of hyperactivity and conduct disorder) and Frick (who extends Hare's bifactorial model to childhood and adolescence). We re- view the lines of evidence available, discuss critica1 points and suggest further lines of investigation.
Key words: Psychopathy, antisocial personality disorder, conduct disorder, children, adolescents.
Sin duda la psicopatía es un constructo de gran relevancia clínica y criminológica. Los estudios epidemiológicos muestran que una gran proporción de los delitos es cometida por una minoría de delincuentes persistentes (Farrington, Ohlin y Wilson, 1986) y se estima que los psicópatas pueden constituir una buena parte de esa minoría. En las últimas décadas, numerosos estudios han relacionado a la psicopatia con indicadores de una carrera criminal cronificada y severa: la psicopatía se ha relacionado con una mayor tasa de delitos y una ma yor versatilidad (Hare, McPherson y Forth, 1988), mayores cifras de reincidencia (Salekin, Rogers y Sewell, 1996), de crimenes violentos (Hart, 1998) y de agresiones sexuales graves (Barbaree, Seto, Serin, Amos y Preston, 1994), asi como una pobre respuesta al tratamiento (Losel, 1998).
Pese a su relevancia, la psicopatía se ha mostrado como un concepto problemático, con una historia larga y un tanto complicada. En términos breves, se han venido identificando dos grandes tradiciones en el análisis de la psicopatía (véase Aluja, 1989; Luengo y Carrillo, 1995). Una de ellas, que emana de la tradición y la practica clínica, hace hincapié en un perfil de personalidad particular, en el que se aglutinan características tales como la falta de empatía, las dificultades para la planificación, los déficits afectivos, el egocentrismo o la falta de remordimientos. Esta tradición estaría bien representada por los escritos, hoy clásicos, de Cleckley (1941) y es recogida, en parte, por los criterios de la personalidad disocial de la C I E -10 (OMS, 1992). La otra tradición, que parte del movimiento neo-kraepeliano en psicodiagnóstico, emana de la Universidad de Washington y muestra una caracterización básicamente conductual del trastorno. Como señalan Hart y Hare (1997), uno de sus supuestos es que la evaluación deberia centrarse en comportamientos públicamente observables, puesto que los clinicos difícilmente podran hacer una evaluación fiable de características personales o afectivas. Esta tradición queda bien reflejada en las Últimas versiones del DSM. A diferencia de lo que ocurria en el DSM-I y, sobre todo en el DSM-II, las características de personalidad carecen de protagonismo en el llamado trastorno antisocial de la personalidad indicadores de una conducta antisocial continuada son los que pasan a ser el centro de atención, de modo que se obtiene una descripción que, efectivamente, parece alcanzar buenos niveles de consistencia interjueces, pero que, a juicio de muchos, desvirtúa la noción clínica, original, de la psicopatía (Harpur, Hart y Hare, 1993). Aunque en el DSM-111-R y en el DSM-IV se han introducido ciertos cambios y se intentó, en parte, incluir descriptores personales, el resultado no parece haber dejado satisfechos a los clinicos (véase Hare, 1998; Widiger et al.,1996) y el peso fundamental del diagnóstico sigue recayendo en una historia de conducta antisocial reiterada.
Las discusiones sobre la problemática conceptual de la psicopatía han persistido en las Últimas décadas (recientemente, Millon y Davis, 1998, identificaban hasta 10 variantes del trastorno). Sin embargo, se debe destacar que, en los últimos años, una concepción que ha venido generando cierto consenso, y en la que confluyen tanto los aspectos personales como los conductuales, es la propuesta por Hare (Hare, 1980; Hare, Hart y Harpur, 1991; Harpur, Hare y Hakstian, 1989). Casi al mismo tiempo que aparecían los criterios del DSM-III, Hare desarrolla un sistema alternativo para la evaluación de la psicopatia en las poblaciones de delincuentes institucionalizados: el PCL (Psychopathy Checklist), que ha de ser aplicado por un observador experto, el cual ha de basar sus conclusiones en una entrevista semiestructurada y en la revisión del historial del caso. La última versión de este instrumento (el PCL-R) consta de 20 items, que han de ser puntuados en una escala de 3 puntos (O,1,2), en función del grado en que cada ítem se aplica al individuo; en general, se toma una puntuación de 30 como criterio para el diagnóstico de psicopatia. La mayoría de las investigaciones con este instrumento han definido una estructura de dos factores, que captarían, respectivamente, los aspectos de personalidad y de conducta del constructo psicopatía (véase, por ejemplo, Moltó, Poy y Tormbia, 2000). El Factor 1 estaría definido por características como el egocentrismo, la falta de sinceridad, la insensibilidad y la falta de remordimiento, y describiría la configuración personal que en la tradición clínica caracteriza al psicópata. El Factor 2 recoge los aspectos del constructo relacionados con la conducta desviada y con un estilo de vida crónicamente inestable y antisocial. Hay evidencia de la validez discriminante de estos factores. Asi, el Factor 1 tiene una relación más alta con los criterios de Cleckley y con medidas autoinformadas de ansiedad, empatia (correlación negativa), narcisismo y dorninancia (correlación positiva). El Factor 2, sin embargo, estaria mis relacionado con el diagnóstico TAP del DsM y, con signo negativo, con otras variables como el estatus socioeconómico, el nivel educativo o la inteligencia(1). Ambos factores están correlacionados entre si (con indices en torno a 50 ), si bien es posible obtener una alta puntuación en un factor y baja en el otro.
Esto se correspondería con el hecho de que, como había señalado el propio Cleckley, no todos los psicópatas definidos por los criterios tradicionales responden al diagnóstico de TAP, ni todos los individuos con TAP podrian considerarse psicópatas. De hecho, se ha encontrado que, en las poblaciones de delincuentes institucionalizados, las tasas del TAP se sitúan en torno al 75%; las tasas de psicopatía definidas por el PCL en estas poblaciones se sitúan en torno al 30% (Hart y Hare, 1989) y se han encontrado incluso cifras menores (véase Hare, 1991).