Los
factores ambientales son considerados como determinantes en la presentación y
mantenimiento de los trastornos de conducta, aunque en un contexto de
interacción entre vulnerabilidad genética y ambiente. En este capítulo
consideramos como factores ambientales los que hacen referencia tanto al ambiente familiar como a los sociales en general.
A
pesar de su importancia, no son considerados como específicos de los trastornos
de conducta ya que han sido relacionados de forma significativa con otros
trastornos paidopsiquiátricos. Sin embargo, presentan un peso muy importante
desde una perspectiva preventiva.
FACTORES
LIGADOS AL CONTEXTO FAMILIAR.
Se
exponen los problemas de salud mental de los padres, la separación y/o
divorcio, la exposición a la violencia intrafamiliar, el embarazo precoz, el tipo
de acogimiento, el tipo de vínculo, las pautas educativas y los factores
psicosociales, en general.
1.
Trastornos psiquiátricos en los padres.
Revisaremos
la presencia de trastornos de conducta en el padre, la madre y la pareja, así
como la depresión post-parto en la madre y la presencia de toxicomanías y
alcoholismo en alguno de los padres.
1.1.
Trastornos de personalidad y dependencia a drogas en los padres.
Las
diferentes investigaciones evidencian de forma consistente la asociación entre
problemas de conducta en los niños y la de personalidad antisocial en el padre. En las investigaciones de Tremblay
y cols (2004) encontramos que el 35 al 46% de los niños con diagnóstico de
trastornos de conducta van a presentar antecedentes de conducta antisocial
en el padre frente al 6-17% en
controles. En esta misma línea se
manifestaron las investigaciones de Moss y cols (2001) en las que los autores
afirmaron que el riesgo se multiplicaba por 13 cuando se daban esta
circunstancia.
En
cuanto a estos antecedentes en las madres, Tremblay y cols (2004) afirman que,
a pesar de ser uno de los aspectos menos estudiados, la presencia de conducta
antisocial en las madres de niños con edades anteriores a su entrada en la
secundaria originaría un mayor número de conductas agresivas en sus hijos. Esta
frecuencia sería aún mayor si, al hecho de la conducta antisocial, han sido
madres a una edad precoz. Por tanto, la presencia de conductas antisociales y
embarazos precoces incrementaría aún más el riesgo de los trastornos de
conducta en los hijos.
Respecto
al consumo de drogas, y especial, la alcohol-dependencia, en los padres se ha
considerado como el mayor riesgo para padecer trastornos de conducta en los
hijos.
Incluso
incrementan el riesgo de padecer, igualmente, alcohol-dependencia (Clark y
cols,2004).
Hoy
se admite que la presencia de trastornos de conducta, tanto en el padre como en
la madre, incrementa significativamente el riesgo en los hijos. Otro aspecto se
refiere a que, según algunos estudios (Ehrensaft y cols, 2003), la presencia de
toxicomanías, en especial la alcohol-dependencia, en la madre no tendrían
efecto sobre la presentación de trastornos de conducta en los hijos.
1.2.
La depresión post-parto.
Las
investigaciones que relacionan la depresión post-parto como factor de riesgo
presentan, la mayoría de ellos, la ventaja metodológica de que suelen ser
longitudinales.
De
otra parte, su prevalencia supone un problema psiquiátrico importante ya que,
según los estudios realizados, la sitúan en el 10 al 15 %. Se cree que el
riesgo estaría relacionado con el tipo de interacción entre la madre con depresión post-parto y su
hijo, ya que originaría una merma en las
capacidades del niño, a largo plazo, para regular sus emociones (Kim-Cohen y
cols, 2005). También se ha argumentado que las razones serían la incapacidad de
la madre para responder de forma contingente y con sensibilidad frente a las
demandas del niño.
Hay
y cols (2003) realizaron un estudio sobre 122 familias inglesas. Encontraron
que la violencia de los niños a los 11 años estaba asociada a la presencia de
depresión postparto, independientemente de episodios depresivos durante el
embarazo, episodios depresivos posteriores y otras características familiares
como la cohesión, comportamiento antisocial de los padres y variables de tipo
socioeconómico. Los niños más violentos eran aquellos en donde la madre había
presentado un cuadro depresivo después de los tres meses de vida del niño. La
afectación se daría tanto en las niñas como en los niños.
El
tratamiento de la depresión en la madre, si bien da resultados positivos sobre
la depresión, éstos no se traducen en una mejora de la interacción madre-hijo.
Igualmente, la presencia de un temperamento difícil en el niño puede
desencadenar una depresión en la madre (Murray y cols, 1996).
En
un estudio longitudinal realizado por Morrel y Murray (2003) en donde pasaron
un test que evaluaba la regulación emocional de niños de 9 meses y su posterior
evaluación a los 5 y 8 años, pusieron de manifiesto que una mala regulación
emocional (distrés e irritabilidad) a la edad de nueve meses correlacionaba
posteriormente con la presencia de un trastorno de conducta. Este riesgo se
manifestó solo en los niños y no en las niñas. Igualmente puso de manifiesto el
vínculo entre la expresión emocional negativa en la madre y la conducta
agresiva en los hijos.
Aunque
se admite, en general, la influencia negativa de la depresión post-parto sobre
la conducta posterior del hijo, no todos los estudios confirman esta
circunstancia. Así tenemos que para Kurstjens y Wolke (2001) solo supondría un
factor de riesgo si la depresión es crónica , solo en los niños y no en la
niñas y si presentan riesgo añadidos neonatales o la familia está expuesta a
otros riesgos.
2.
Separación o divorcio.
Existe
una amplia bibliografía que relaciona la separación o divorcio de los padres y
la aparición de problemas psicológicos en los hijos. Aunque el estrés del niños
se ha relacionado habitualmente con la
ausencia de uno de los padres, estudios recientes demuestran que el mencionado
estrés está relacionado básicamente con la ruptura de las relaciones
padres/niño y al hecho de éstas se vuelven más difíciles.
De
hecho los niños de parejas separadas o divorciadas están más expuestos a
múltiples factores de estrés, como serían el distrés emocional entre los
padres, las dificultades económicas, el cambio de estatus social, los cambios
de domicilio, cambios de colegio, la persistencia de los conflictos entre los
padres y las posibles recomposiciones de pareja (Rutter, 1995).
La
separación de los padres está asociada, a corto plazo, a un mayor número de
problemas psicológicos, tanto internalizantes como externalizantes. De otra
parte, algunos estudios longitudinales
señalan que estos problemas ya se manifestaban antes de la separación,
lo que pone en evidencia que están más ligados a la conflictividad entre los
conyugues que a la separación propiamente dicha. También se ha puesto de
relieve que la intensidad máxima de los problemas ligados a la separación
aparece inmediatamente antes o después del divorcio con tendencia a ir
disminuyendo con el tiempo.
Respecto
a los factores familiares posteriores a la separación que pudieran actuar como
factores de riesgo han sido estudiados por Kelly (2000). Sabemos que el grado de conflicto persistente
después de la separación, así como la implicación del niño en ellos, presentará
un efecto muy negativo sobre éste. También se admiten que los hijos de padres
que se vuelven a casar presentarían menos problemas de conducta. Esto
explicaría que la situación de monoparentalidad conllevaría una mayor
problemática económica y relacional. Estos mismos resultados sugieren que
cuando los hijos presentan una edad
entre los 12 y 15 años presentan el mayor riesgo de delincuencia.
Finalmente,
también se ha puesto en evidencia que el riesgo para los problemas de conducta
es menor en caso de fallecimiento de uno de los padres que de separación o
divorcio.
En
conclusión, la relación entre la conflictividad de pareja y presentación de
trastornos de conducta en el niño está bien establecida, aunque la mayoría de
los niños no presentarán problemas. Ésto podría explicarse por la existencia de
una serie de circunstancias que actuarían como factores de protección: volver a
casarse, la existencia de una buena relación entre el niño y, al menos, uno de
los padres, así como una buena integración del niño entre el grupo de iguales.
3.
Violencia intrafamiliar.
Aunque
se ha visto la asociación entre la violencia intrafamiliar y los trastornos de
conducta, ésta no es específica. La conflictividad entre los padres dificulta
la autorregulación emocional en los hijos. Algunos estudios concluyen que,
independientemente de la calidad de la relación entre los hijos y los padres,
la sola presencia de esta violencia actuaría como factor de riesgo para los
problemas de conducta (Hill, 2002).
De
otra parte, la investigación de Becker y McCloskey (2002) sobre la relación
entre la violencia familiar y el TDAH y los problemas de conducta, arroja
resultados “sorprendentes”: Según los resultados de esta investigación, la
violencia intrafamiliar tendría relación con los problemas de atención y de
conducta, aunque solament e en las niñas. Igualmente, actuaría como riesgo para
la delincuencia, aunque solo, igualmente, en las niñas.
4.
Embarazo precoz y trastornos de conducta.
Se
sabe que las adolescentes que han presentado conductas agresivas durante su
infancia presentan un mayor riesgo de embrazo precoz. Aquí
citaremos los resultados de un trabajo que consideramos paradigmático en este
tema: Nagin y Tremblay (2001) estudiaron una población de alto riesgo para los
trastornos de conducta en Montreal.
Llegaron
a las conclusiones siguientes:
·
Existe asociación significativa entre la presentación de conductas agresivas a
la edad de 6-15 años y embarazos precoces.
·
La asociación entre un nivel de estudios bajo, problemas de conducta y embarazo
precoz es aún mayor.
·
Cuando se da la asociación problemas de conducta y embarazo, aumenta aún más la
presentación de conductas agresivas en la madre.
·
Madres con problemas de conducta y embrazo precoz es una situación de altísimo
riesgo para la posterior presentación de problemas de conducta en el hijo/a.
5.
Nuevos cuidados o toma en cargo de los hijos como factor de riesgo para los
problemas de conducta.
Es
una situación relativamente nueva en los países desarrollados. La permanencia de los niños en guarderías es
un fenómeno cada vez más común, especialmente desde la incorporación de la
mujer al trabajo fuera de casa. Esta circunstancia ha dado lugar a algunas polémicas sobre las
influencias negativas que esto pudiera tener
en el apego y posterior
repercusión en el desarrollo social y emocional del niño. Nos podemos encontrar
dos posiciones claramente opuestas: aquellas que encuentran un mayor repertorio
de conductas agresivas en niños que han crecido en guarderías frente a otras
que no han encontrado diferencias o que, incluso, hablan de un mejor desarrollo
socioemocional de estos niños.
Según
la investigación llevada a cabo por el
Nacional Institute on Child Health and Daycare (2004), uno de lo más
importantes llevado acabo sobre este aspecto, si bien al principio en niños de
5 a 6 años se relacionó una mayor problemática de conducta, ésta a la edad de 9
años había desaparecido. Estudios posteriores han puesto en evidencia que solo
si existía la agresividad en el medio familiar (familias de riesgo
psicosocial), ésta persistía en las guarderías.
La
conclusión que podemos sacar de estas investigaciones es que los beneficios son
mayores que los problemas, siempre que las condiciones sean idóneas en lo que
se refiere al número de personal y de su cualificación.
FACTORES
DEL ENTORNO PSICOSOCIAL.
Los
factores ligados al ambiente psicosocial han sido ampliamente estudiados. Hoy
se admiten que, si bien el contexto socio-económicamente desfavorable presenta
un mayor número de factores de riesgo que actuarían favoreciendo la
presentación de los problemas de conducta. Sin embargo, no solamente se debería a su presencia sino también
a un menor número de factores de resiliencia o de protección.
Estudiaremos
algunos de ellos:
·
Estatus socioeconómico.
A
pesar de que la pobreza se ha relacionado con una mayor presentación de trastornos de conducta, existen ciertos
aspectos que matizan esta afirmación. En
efecto, como afirma McLoyd (1998) conlleva otros factores de riesgo asociados.
A saber, el aislamiento, ciertos trastornos mentales, las desavenencias
intrafamiliares, cierta incapacidad parental y un mayor estrés. Se trataría de
factores mediadores en la génesis entre pobreza y trastornos de conducta.
Otro
aspecto encontrado en investigaciones americanas es que los trastornos de
conducta en ambientes de pobreza son más frecuentes entre los blancos que entre
los negros y los latino-americanos postulándose que las razones estarían en la
mejores oportunidades que los primeros tienen para promocionarse económicamente
quedándose es situaciones de pobreza solo aquellos blancos que poseen menor
capacidad.
Costello
y cols (2003) estudiaron los cambios de
prevalencia de los trastornos de conducta en una población india después de la
instalación de un casino que modificó el estatus económico de la población.
Observaron una disminución de los trastornos de conducta entre los niños de
familias que mejoraron su estatus económico. Sin embargo, no hubo cambios en la
prevalencia de trastornos de ansiedad ni afectivos. Alegan estos investigadores que las causas posibles fueron
una más estrecha vigilancia de los hijos y una mayor dedicación de los padres.
·
Relación con iguales y trastornos de conducta.
La
investigación más relevante en este sentido es la de Stouthamer-Loever y cols
(2003). En ella se puso de manifiesto que la relación con compañeros
delincuentes incrementa el riesgo de persistencia de conductas de este tipo en
la adolescencia (odds ratio= 2,55). Pero también sabemos que no existe una
relación directa, sino que es circular y dinámica. Es decir, los niños con
problemas de conducta también tienden a
elegir como compañeros a los que sufren del mismo problema.
Gatti
y cols (2005) Han investigado la
influencia de dos modelos en la génesis de los trastornos de conducta y la
delincuencia entre adolescentes: El
Modelo de la Influencia de los Iguales y
El Modelo de las Características Individuales. El primer modelo sugiere que los
adolescentes delincuentes ya presentan con anterioridad amigos delincuentes
antes de serlo ellos mismos. El segundo, sostiene que los comportamientos
delincuentes en la infancia conducen, a su vez, a la delincuencia y a la
elección de amigos delincuentes. En definitiva, los adolescentes tienden a
relacionarse con aquellos que refuerzan su propio comportamiento.
·
Ambiente escolar.
Se
sabe el vínculo que existe entre el clima general de la escuela y la
prevalencia de trastornos como el de atención y los problemas de conducta /
oposición. También se ha observado hasta que punto puede cambiar el ambiente en
el aula y el absentismo escolar con el cambio de un profesor. En definitiva,
esto lo que demuestra es la gran relevancia que la escuela tiene en la conducta
de los alumnos, independientemente de los resultados escolares.
Se
han descrito diferentes factores que pudieran intervenir, sea de forma directa o indirecta. A saber, la
práctica del equipo psicopedagógico y administrativas o de gestión de centros.
MEDIOS
DE COMUNICAIÓN Y TRASTORNOS DE CONDUCTA
Son
numerosas las investigaciones que se ha ocupado sobre la posible influencia que
puedan tener los medios de comunicación, especialmente la televisión, en la
génesis de los trastornos de conducta en la infancia y la adolescencia.
Podríamos comparar el rol que desempeña la televisión sobre la educación de
nuestros hijos con la que ejercería la presencia de un extraño durante varias
horas en nuestra casa, sobre el que no controlamos sus mensajes y estos fueran
sutiles, acumulativos y prolongados, dando lugar a que ni nosotros mismos
seamos totalmente conscientes de sus verdaderos contenidos y la dirección en la
que les influye. Hay padres que opinan que si esos mensajes y/o programas están
ahí, será porque no son tan malos. Es un hecho que nuestros hijos pasan cada
vez más tiempo delante del televisor y de la videoconsola y que ambos ejercen
una influencia continua sobre su desarrollo emocional y conductual.
En
la revisión bibliográfica hecha
Strasburger (2004) encontró 3.500 publicaciones que establecían una
asociación entre la exposición a la violencia vehiculada a través de los medios
de comunicación frente a 30 estudios que no encontraron tal asociación. Para
Villani (2001) la violencia a través de los medios sería vehiculada de varias
formas:
-Gran
número de programas comportan escenas de violencia, sean para adultos o para la
infancia.
-Incluso
algunos programas destinados a la infancia son más violentos que para los
destinados a los adultos. Por ejemplo, dibujos animados con el agravante que la violencia es banalizada y
presentada como un hecho sin consecuencias negativas.
-Hay
programas que presentan la violencia como un fenómeno atractivo: no hay
crítica, no hay remordimiento, los protagonistas son violentos y, en muchas
ocasiones, justificada.
-A
veces se presenta la violencia como algo divertido, cómica con acciones que en
la vida real podrían conducir incluso a la muerte.
-La
mayoría de los videojuegos presentan a la violencia como un instrumento
necesario para conseguir los objetivos.
Ya
Bandura intentó explicar el rol que los modelos violentos desempeñan en el
aprendizaje vicariante de las conductas
agresivas. Pero, tal vez, el trabajo inicial más representativo en este sentido
fue el realizado William (1986) en varias poblaciones de Canadá. Este
investigador eligió tres poblaciones: la primera no tenía televisión, al
comienzo del estudio y sobre la que realiza una evaluación antes y después de
que se generalizara este medio de comunicación. La otra población solo disponía
de una cadena de televisión y, finalmente, la última que disponía de varias.
Todos los casos del estudio fueron controlados por las variables socioeconómicas.
Llega a la conclusión de que la introducción de la televisión incrementa la
presentación de conductas agresivas.
Los
estudios más importantes son los que siguen una metodología longitudinal
prospectiva. Una de las investigaciones más citadas que sigue esta metodología
es la de Huesmann y Eron realizada en EEUU en los años 60 (Huesmann y Eron,
1986). Estudian una muestra de 875 niños cuya edad al comienzo del estudio era
de 8 años.
Vuelven
a valorarlos a los 11 años y a los 22. Llegan a la conclusión de que la
exposición a la violencia televisiva a la edad de 8 años es fuertemente
predictiva de comportamientos agresivos posteriores. Se controlaron la variable
de coeficiente intelectual y las variables socioeconómicas. Esta investigación
ha sido replicada posteriormente, tanto en EEUU como en otros países, arrojando
resultados parecidos, aunque con algunos matices. Por ejemplo, en Israel, si
bien se mantenía la asociación exposición y presentación de conductas
agresivas, esta solo se presentaba en los niños de ambientes urbanos y no en
aquellos que vivían en los kibboutz.
Cabría
hacerse la pregunta de si los programas de contenido prosocial protegerían
frente a la aparición de conductas agresivas. En este sentido hay una investigación realizada en los Países
Bajos por Wiegman y cols (1992) en donde se ponen de manifiesto algunos
aspectos contradictorios con las afirmaciones anteriores. A saber: cuando se
controló por la presencia de conductas agresivas previas a la inclusión en el
estudio, se observó que la influencia negativa de la televisión se daba
fundamentalmente en aquellos con un repertorio conductual agresivo previo.
Estos investigadores sostienen que si se controla por esta variable y por el
coeficiente intelectual, las repercusiones negativas de la televisión
desaparecen.
Lo
que si parece que tiene repercusión es el tiempo que pasan los niños delante de
la televisión. Al menos en esta línea van los resultados de la investigación
realizada por Huesmann y cols (2003). Estos investigadores encontraron una
relación positiva entre el tiempo de exposición a la televisión de niños de 6 a
9 años y la presentación de conductas violentas conyugales quince años después.
Esta investigación controló variables como el coeficiente intelectual, el
estatus socioeconómico y las prácticas educativas de los padres.
-
Vulnerabilidad individual e influencia de los medios de comunicación en los
trastornos de conducta.
Este
planteamiento surge a raíz de una publicación de la UNESCO de 1999 (Van
Felitzen y Carlson, 1999). Este estudio sugiere que, si bien la influencia de
los medios de comunicación es muy importante, esta no se daría por igual en
todos los niños. Dependería tanto de su entorno social como de las competencias
cognitivas. Utiliza como argumento la constatación de que la
influencia no es la misma en niños que en niñas, así como que las
características temperamentales son, igualmente, importantes.
Otro
aspecto importante referido por la Academia Americana de Pediatría es el
fenómeno de desensibilización que ejerce sobre las personas la exposición
continua a la violencia
Finalmente, algunos metaanálisis han puesto en evidencia
una talla del efecto que va entre 0,30 y 0,31. Esta asociación entre exposición
a programas de televisión y juegos violentos y la presentación de problemas de
conducta, que pudiera parecer débil, es la misma que encontramos entre el hecho
de fumar y el cáncer de pulmón, por ejemplo. Por tanto, bastante
significativa.(Anderson, 2004).
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En la revisión bibliográfica hecha Strasburger (2004) encontró 3.500 publicaciones que establecían una asociación entre la exposición a la violencia vehiculada a través de los medios de comunicación frente a 30 estudios que no encontraron tal asociación. Para Villani (2001) la violencia a través de los medios sería vehiculada de varias formas:
-Gran número de programas comportan escenas de violencia, sean para adultos o para la infancia.
-Incluso algunos programas destinados a la infancia son más violentos que para los destinados a los adultos. Por ejemplo, dibujos animados con el agravante que la violencia es banalizada y presentada como un hecho sin consecuencias negativas.
-Hay programas que presentan la violencia como un fenómeno atractivo: no hay crítica, no hay remordimiento, los protagonistas son violentos y, en muchas ocasiones, justificada.
-A veces se presenta la violencia como algo divertido, cómica con acciones que en la vida real podrían conducir incluso a la muerte.
-La mayoría de los videojuegos presentan a la violencia como un instrumento necesario para conseguir los objetivos.
Ya Bandura intentó explicar el rol que los modelos violentos desempeñan en el aprendizaje vicariante de las conductas agresivas. Pero, tal vez, el trabajo inicial más representativo en este sentido fue el realizado William (1986) en varias poblaciones de Canadá. Este investigador eligió tres poblaciones: la primera no tenía televisión, al comienzo del estudio y sobre la que realiza una evaluación antes y después de que se generalizara este medio de comunicación. La otra población solo disponía de una cadena de televisión y, finalmente, la última que disponía de varias. Todos los casos del estudio fueron controlados por las variables socioeconómicas. Llega a la conclusión de que la introducción de la televisión incrementa la presentación de conductas agresivas.
Los estudios más importantes son los que siguen una metodología longitudinal prospectiva. Una de las investigaciones más citadas que sigue esta metodología es la de Huesmann y Eron realizada en EEUU en los años 60 (Huesmann y Eron, 1986). Estudian una muestra de 875 niños cuya edad al comienzo del estudio era de 8 años.
Vuelven a valorarlos a los 11 años y a los 22. Llegan a la conclusión de que la exposición a la violencia televisiva a la edad de 8 años es fuertemente predictiva de comportamientos agresivos posteriores. Se controlaron la variable de coeficiente intelectual y las variables socioeconómicas. Esta investigación ha sido replicada posteriormente, tanto en EEUU como en otros países, arrojando resultados parecidos, aunque con algunos matices. Por ejemplo, en Israel, si bien se mantenía la asociación exposición y presentación de conductas agresivas, esta solo se presentaba en los niños de ambientes urbanos y no en aquellos que vivían en los kibboutz.
Cabría hacerse la pregunta de si los programas de contenido prosocial protegerían frente a la aparición de conductas agresivas. En este sentido hay una investigación realizada en los Países Bajos por Wiegman y cols (1992) en donde se ponen de manifiesto algunos aspectos contradictorios con las afirmaciones anteriores. A saber: cuando se controló por la presencia de conductas agresivas previas a la inclusión en el estudio, se observó que la influencia negativa de la televisión se daba fundamentalmente en aquellos con un repertorio conductual agresivo previo. Estos investigadores sostienen que si se controla por esta variable y por el coeficiente intelectual, las repercusiones negativas de la televisión desaparecen.
Lo que si parece que tiene repercusión es el tiempo que pasan los niños delante de la televisión. Al menos en esta línea van los resultados de la investigación realizada por Huesmann y cols (2003). Estos investigadores encontraron una relación positiva entre el tiempo de exposición a la televisión de niños de 6 a 9 años y la presentación de conductas violentas conyugales quince años después. Esta investigación controló variables como el coeficiente intelectual, el estatus socioeconómico y las prácticas educativas de los padres.
- Vulnerabilidad individual e influencia de los medios de comunicación en los trastornos de conducta.
Este planteamiento surge a raíz de una publicación de la UNESCO de 1999 (Van Felitzen y Carlson, 1999). Este estudio sugiere que, si bien la influencia de los medios de comunicación es muy importante, esta no se daría por igual en todos los niños. Dependería tanto de su entorno social como de las competencias cognitivas. Utiliza como argumento la constatación de que la influencia no es la misma en niños que en niñas, así como que las características temperamentales son, igualmente, importantes.
Otro aspecto importante referido por la Academia Americana de Pediatría es el fenómeno de desensibilización que ejerce sobre las personas la exposición continua a la violencia
Finalmente, algunos metaanálisis han puesto en evidencia una talla del efecto que va entre 0,30 y 0,31. Esta asociación entre exposición a programas de televisión y juegos violentos y la presentación de problemas de conducta, que pudiera parecer débil, es la misma que encontramos entre el hecho de fumar y el cáncer de pulmón, por ejemplo. Por tanto, bastante significativa.(Anderson, 2004).
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