Los trastornos del comportamiento disruptivo son frecuentes, y están
asociados a un impacto negativo tanto para los niños como para sus familias,
y a un rango de peores resultados adaptativos a lo largo del desarrollo (Ford
et al, 2003; Burke et al, 2005; Copeland et al, 2009; Kim-Cohen et al, 2003;
Costello et al, 2003). Los problemas del comportamiento disruptivo también están
asociados a un mayor coste para la sociedad: se estima que los costes generados por
los individuos con conductas antisociales en la infancia son al menos 10 veces más
altos que los individuos que no presentan conductas antisociales, cuando alcanzan
los 28 años de edad (Scott et al, 2001a).
Los dos principales sistemas de clasificación, el Manual Diagnóstico y
Estadístico de los Trastornos Mentales, Quinta Edición (DSM-5; APA, 2014) y la
Clasificación Estadística Internacional de Enfermedades y Problemas Relacionados
con la Salud, Décima Revisión (CIE-10; OMS, 1993) definen el trastorno
negativista desafiante (TND) como un patrón persistente de enfado, irritabilidad
y actitud desafiante o vengativa que dura por lo menos seis meses, y que se exhibe
durante la interacción por lo menos con un individuo que no sea un hermano. Este
trastorno se caracteriza por la ausencia de conductas agresivas o antisociales más
graves, que se asocian con un trastorno de conducta.
Síntomas del
Trastorno Negativista
Desafiante en el DSM-
5
Enfado/Irritabilidad
• A menudo está
enfadado y resentido
• A menudo pierde la
calma
• A menudo está
susceptible o se
molesta con facilidad.
Discusiones/Actitud
desafiante
• Discute a menudo con
la autoridad o con los
adultos
• A menudo desafía
activamente o rechaza
satisfacer la petición
por parte de figuras
de autoridad o
normas
• A menudo molesta
a los demás
deliberadamente
• A menudo culpa a
los demás por sus
errores o su mal
comportamiento.
Vengativo
• Ha sido rencoroso o
vengativo por lo menos
dos veces en los
últimos seis meses.
DIAGNÓSTICO
Los criterios diagnósticos del DSM-5 para el TND requieren que cuatro
o más de los síntomas se manifiesten durante al menos seis meses. Los síntomas
deben presentarse en un nivel mayor a lo esperado en individuos de edad y nivel de
desarrollo similar, y deben tener un impacto negativo en el área social, educativa
u otras importantes. Para realizar el diagnóstico de un TND debe excluirse la
presencia de un trastorno de conducta. La CIE-10 destaca como características
claves del TND un patrón persistente de conducta provocativa, hostil y rebelde, y
un bajo umbral de respuesta ante estímulos emocionales.
EPIDEMIOLOGÍA
EL TND es un trastorno relativamente frecuente en la infancia, con una
prevalencia del 2% al 10% (Maughan et al, 2004; Costello et al, 2003). Sin
embargo, estas estimaciones de prevalencia varian dependiendo de factores como
la fuente de información (p.e., padre vs. niño), tipo de reporte (p.e., concurrente
vs. retrospectivo), o de si se incluyen o no niños que cumplen los criterios para
un trastorno de conducta. El TND es significativamente más frecuente en niños
que en niñas. Los síntomas son relativamente estables entre los cinco y diez años
de edad, pero tienden a declinar a partir de entonces. El TND se diagnostica con
menos frecuencia en niños mayores, en parte para evitar etiquetar como patológica
la desaveniencia normativa que se produce entre los niños y sus padres durante
la adolescencia.
Diferencias transculturales en la prevalencia
Los datos obtenidos a partir de las encuestas de la Organización Mundial de
la Salud y de la Salud Mental Mundial indican que la prevalencia del TND varía
ampliamente de un país a otro. Por ejemplo, los datos de una encuesta internacional
a gran escala publicada por Kessler et al (2007) mostraron marcadas diferencias en la prevalencia a lo largo de la vida de los trastornos del control de impulsos (que incluyen el trastorno explosivo intermitente, el trastorno negativista desafiante, el trastorno de conducta, y el trastorno por déficit de atención con hiperactividad).
Síntomas del
Trastorno Negativista
Desafiante en el DSM-
5
Enfado/Irritabilidad
• A menudo está
enfadado y resentido
• A menudo pierde la
calma
• A menudo está
susceptible o se
molesta con facilidad.
Discusiones/Actitud
desafiante
• Discute a menudo con
la autoridad o con los
adultos
• A menudo desafía
activamente o rechaza
satisfacer la petición
por parte de figuras
de autoridad o
normas
• A menudo molesta
a los demás
deliberadamente
• A menudo culpa a
los demás por sus
errores o su mal
comportamiento.
Vengativo
• Ha sido rencoroso o
vengativo por lo menos
dos veces en los
últimos seis meses.
Relación entre el TND y el trastorno de conducta
Ha sido objeto de debate hasta qué punto el TND y el trastorno de
conducta deben ser considerados como trastornos separados, o como un trastorno
único. Esto se refleja en los sistemas de clasificación existentes: en el DSM-5 el
diagnóstico de trastorno de conducta puede incluir todos los criterios del TND, y
se considera como un precursor del trastorno de conducta. En la CIE-10, el TND
se considera sólo como una forma más suave del trastorno de conducta, por lo que
ambos son considerados como una categoría única, como se ve en algunos estudios
de investigación empírica (Kim-Cohen et al, 2003). Sin embargo, aún cuando
se ha encontrado que el TND y el trastorno de conducta tienen altos niveles de
comorbilidad, la mayoría de los niños diagnosticados con un TND no desarrollan
posteriormente un trastorno de conducta (Rowe et al, 2002), y ambos trastornos
se distinguen por una serie de diferentes correlatos (Dick et al, 2005; Nock et al,
2007).
Relación entre el TND y otros trastornos (comorbilidad y continuidad
heterotípica)
El TND es característicamente comórbido, ya que se produce junto con o
antes de una amplia gama de alteraciones (Costello et al, 2003), incluyendo los
trastornos depresivos y de ansiedad (en niñas), trastornos de conducta y trastornos
de consumo de sustancias. Los niños con TDAH a menudo desarrollan un TND.
Se ha identificado que el TND predice consistentemente la depresión
(Copeland et al, 2009; Burke et al, 2010; Burke et al, 2005) y la ansiedad en etapas
posteriores de la vida (Maughan et al, 2004). Sorprendentemente, Copeland et al
(2009) encontraron que el trastorno negativista desafiante en la infancia predecía
la depresión en los adultos jóvenes; la depresión y los trastornos de ansiedad a
menudo habían sido precedidos por un TND, pero no por un trastorno de
conducta. La relación entre el TND y los problemas emocionales es especialmente
desconcertante – se ha propuesto que posiblemente son los aspectos afectivos del
TND los que predicen los trastornos emocionales como la ansiedad y la depresión
(Burke et al, 2005; Stringaris y Goodman, 2009b)
En un intento por explicar la heterogeneidad de la relación entre el TND
en la infancia y los trastornos que se presentan en la vida adulta, Stringaris y
Goodman (2009a, 2009b) propusieron que los criterios del DSM-IV para el
TND se categorizaran en tres dimensiones especificadas a priori, definidas como
“irritabilidad,” “obstinación” y “conducta dañina”. Algunos autores (Rowe et al,
2010) han definido sólo dos dimensiones – irritabilidad y obstinación, mientras
que otros han propuesto una división de los síntomas ligeramente diferente (Burke
et al, 2010). Los resultados obtenidos hasta el momento sugieren que el ánimo
“irritable” es un fuerte predictor de un trastorno emocional posterior (Stringaris
Figura D.2.2: La relación entre el TND y otros trastornos (modificado de Burke et al, 2005)
TND: trastorno negativista desafiante; TC: trastorno de conducta; TDAH: trastorno por déficit de atención con hiperactividad
(precursor común del TND) et al, 2009), mientras que la “obstinación” y las conductas “dañinas” predicen
la presencia de problemas de conducta en el futuro. La utilidad clínica de estas
distinciones aún debe ser establecida (Rowe et al, 2010; Burke et al, 2010; Aebi et
al, 2010).
ETIOLOGÍA Y FACTORES DE RIESGO
A pesar que no se ha identificado ninguna causa única del TND, se ha
encontrado una serie de factores de riesgo y marcadores genéticos asociados a la
conducta negativista.
Genética
Los factores genéticos contribuyen significativamente al desarrollo de los
síntomas del TND, con estimaciones de heredabilidad superiores al 50%, donde
los factores genéticos representan más del 70% de la variabilidad en medidas
individuales, basadas en informes de los padres (Eaves et al, 1997). Mientras
que algunos han sugerido que el TND comparte una superposición genética
sustancial con el trastorno de conducta (Eaves et al, 2000), otros estudios han
indicado efectos únicos para cada trastorno (Rowe et al, 2008, Dick et al, 2005).
Además, parece que los factores genéticos subyacen a la relación entre el TND
y el TDAH (Hewitt et al, 1997) así como también entre el TND y el trastorno
depresivo (Rowe et al, 2008). En un estudio realizado en gemelos adolescentes, los
síntomas autoreportados de irritabilidad en el TND compartían factores genéticos
con los síntomas depresivos, mientras que los síntomas de “obstinación/conductas
ofensivas” del TND compartían factores genéticos con los síntomas delictivos
(Stringaris et al, 2012).
Interacción genética-ambiente
La noción de que los efectos de la exposición a un factor ambiental (p.ej.
maltrato infantil) en la conducta de un niño dependen de la conformación
genética presenta aparente validez y plausibilidad biológica (Rutter, 2006). En uno
de los estudios pioneros en este campo (Caspi et al, 2002), se encontró que un
polimorfismo funcional en la región promotora del gen que codifica para la enzima
metabolizadora del neurotransmisor monoamino oxidasa A (MAO-A), moderaba
el efecto del maltrato infantil en la conducta futura y los problemas antisociales,
aunque varios estudios posteriores no encontraron tal interacción. Los niños que
han sido víctimas de maltrato y que tienen un genotipo que conduce a bajos
niveles de actividad de la MAO-A tienden a presentar con frecuencia trastornos
de conducta y comportamientos antisociales, en comparación con los niños que
tienen un genotipo de MAO-A de alta actividad (Caspi et al, 2002). Este tema es
analizado en el capítulo del trastorno de conducta (Capítulo D.3).
Edad de inicio
La edad de inicio de los síntomas antisociales (Moffitt, 1993) parece ser un
buen predictor de los resultados posteriores. Moffitt (1993) hace una diferencia
entre los niños cuyos síntomas aparecen por primera vez en la infancia y persisten
en la adolescencia (inicio en la infancia persistente), y aquellos cuyos síntomas
aparecen por primera vez en la adolescencia. Los individuos del grupo de inicio en
la infancia y persistencia en la adolescencia, presentan peores resultados en la vida
adulta, si se los compara con sus pares que desarrollaron los síntomas por primera
vez en la adolescencia o con aquellos que no presentan trastornos (Moffitt, 2003;
Trastorno negativista desafiante. Moffitt, 2006; Moffitt et al, 2002; Odgers et al, 2007; Farrington et al, 2006).
La edad de inicio como un predictor de los resultados posteriores se analizará en
profundidad en el Capítulo D.3.
Temperamento
Aspectos del temperamento en la infancia temprana, tales como la
irritabilidad, impulsividad, o intensidad de reacción a estímulos negativos, pueden
contribuir al desarrollo de un patrón de comportamiento negativista y desafiante.
Es posible que el TND sea el resultado de diferentes trayectorias de temperamento,
que podrían servir para explicar su comorbilidad. Stringaris et al (2010)
demostraron que la comorbilidad entre el TND y los trastornos internalizantes
estaba fuertemente asociada a la emocionalidad temprana del temperamento,
mientras que un nivel de actividad alto predecía mejor la comorbilidad entre el
TND y el TDAH.
Influencia de pares
Los niños que presentan conductas negativistas son más propensos a tener
relaciones problemáticas o disruptivas con sus pares. Frecuentemente estos niños
son rechazados por sus compañeros sin problemas, y tienden a relacionarse con
niños con problemas de conducta. Parece que la relación entre el rechazo de pares
y los síntomas del TND en la infancia es bidireccional, ilustrado en una serie de
estudios sobre el acoso escolar (resumidos en Arseneault et al, 2010).
Rasgos insensibles y carentes de emociones
El concepto de psicopatía se ha extendido a los jóvenes en los últimos
años (Frick et al, 1994), centrando el foco en los rasgos insensibles y carentes
de emociones. Aunque no todos los niños diagnosticados con un trastorno de
conducta tienen rasgos insensibles y carentes de emociones (Frick et al, 2000), la
presencia de tales rasgos parece distinguir a un subgrupo de niños con problemas
de conducta más graves. Los rasgos insensibles y carentes de emociones parecen
ser altamente heredables (Viding et al, 2005) y se caracterizan por una pobre
capacidad de reconocimiento de las emociones (especialmente de miedo) en la
expresión facial (Blair et al, 2006; Dadds et al, 2006). La importancia de los rasgos
insensibles y carentes de emociones se analizan en el Capítulo D.3.
Entorno
El amplio entorno que rodea al niño también puede ser un factor de riesgo.
La conducta disruptiva se ha relacionado sistemáticamente con la desventaja social
y económica y la violencia en el vecindario (Guerra et al, 1995; Rowe et al, 2002).
Factores familiares
En la etiología de los problemas de conducta disruptiva es cada vez más
evidente la importancia de la interacción entre los genes y los factores ambientales
a nivel familiar (Moffitt, 2005). La evidencia proporcionada por los estudios
de adopción (O'Connor et al, 1998; Ge et al, 1996) muestra que los niños con
alto riesgo genético de conducta antisocial tienen más probabilidad de recibir
estrategias negativas de crianza por parte de sus padres adoptivos que los niños con
bajo riesgo genético de comportamiento antisocial. Por el contrario, en estudios
que han utilizado como muestra gemelos monocigóticos, se ha encontrado que los
efectos a nivel familiar contribuyen al riesgo de los niños de presentar problemas
Gerald R Patterson, fundador
del Centro de Aprendizaje
Social de Oregon, describe
los llamados “procesos
familiares coercitivos” y
su papel en el desarrollo
y mantenimiento de los
problemas de conducta.
Disponibilidad
externalizantes más allá de las características genéticas del niño (Jaffee et al, 2003;
Caspi et al, 2004). En otras palabras, el comportamiento de los padres hacia los
hijos puede ser un verdadero factor de riesgo ambiental.
Modelos de influencia familiar
Patterson (1982) propuso un modelo sobre cómo el comportamiento de
los padres puede exacerbar la conducta negativa de los niños y resultar en lo que
él llamó “procesos familiares coercitivos”. Su trabajo ha demostrado que los padres
de niños con problemas de conducta tienen más probabilidad de ser inconsistentes
en la aplicación de las reglas, y de dar órdenes que no son claras o son el resultado
del estado emocional de los padres más que supeditadas al comportamiento del
niño. Un proceso coercitivo recíproco típico surgiría si, por ejemplo, un padre
respondiese de forma excesivamente severa a un comportamiento levemente
disruptivo del niño, con el resultado de que el niño intensificaría aún más su
comportamiento de oposición. Esto, a su vez llevaría a respuestas aún más duras
por parte del padre. El resultado es a menudo que el padre termina rindiéndose,
reforzando el comportamiento negativo del niño. Esta “recompensa” paradójica
del comportamiento negativo del niño puede aumentar y mantener las conductas
oposicionistas, y por tanto, es el objetivo específico de las intervenciones terapéuticas
(ver más adelante).
Juan tiene 7 años de edad. Su madre decía que él era un niño “difícil” y que “siempre” fue así. Él perdía la paciencia
por cuestiones aparentemente triviales, como por ejemplo cuando perdía en un videojuego al jugar con su mejor amigo: “su
cara se pone roja y comenza a bufar, gritar y llorar”. También se enfadaba a menudo sin motivo aparente. Su madre decía
que cuando él no quería hacer algo, “simplemente no lo hace”. Con frecuencia se negaba a ir a la cama; “tenemos conflictos
masivos cada noche a causa de esto”. A veces Juan se enfadaba tanto que rompía sus propios juguetes o los tiraba lejos.
Juan no había tenido contacto con su padre desde los seis meses de edad. Su madre decía que el padre de Juan era “un
hombre gruñon y agresivo”, que frecuentemente gritaba y perdía la paciencia.
Su educadora señalaba que Juan era contestador, se negaba a hacer lo que se le pedía en clase, y constantemente
molestaba a otros niños, arrojándoles trozos de papel y cogiendo sus lápices o juguetes. A los otros niños de la clase no les
gustaba jugar con Juan, lo que lo enfadaba. Algunos niños mayores se burlaban de él y lo empujaban en el patio de recreo. A
menudo volvía a casa triste y malhumorado.
La madre de Juan refirió que estaba “al límite de su capacidad de aguante” y que “no puedes razonar con él, no puedes
gritarle, nada funciona – no importa lo que haga, simplemente no funciona”.
Juan y su madre fueron atendidos en el servicio local de salud mental para niños y adolescentes. Basándose en sus
síntomas y nivel de impacto negativo, Juan fue diagnosticado con un TND, y a su madre se le ofreció participar de un curso
de manejo conductual para padres.
Después de varias semanas de asistencia al curso, la madre ya identificaba que éste era muy útil para lidiar con el
comportamiento de Juan. Al término de la intervención, Juan ya no presentaba los síntomas significativos del TND. Sus
rabietas eran poco frecuentes, y en general estaba mucho menos desafiante. Él y su madre eran más capaces de jugar
y disfrutar de las actividades que realizaban juntos. La madre de Juan dice que ahora le resulta más fácil identificar las
conductas positivas de Juan, y reforzarlas adecuadamente.
EVALUACIÓN
Instrumentos de evaluación
Es posible evaluar los problemas de conducta negativista en niños de tan sólo
5 años de edad (Kim-Cohen et al, 2005). Existe una amplia gama de instrumentos
para valorar los síntomas del TND y para apoyar el proceso de diagnóstico y
seguimiento. Los profesionales siempre deben tener en cuenta que el diagnóstico
se basa en su juicio y en la integración de la información obtenida a través de las
entrevistas, el examen clínico, las escalas y otros medios de evaluación (resumidos
en la Tabla D.2.2).
Algunos criterios útiles para la evaluación de niños con TND son: a)
intentar obtener información de la mayor cantidad de fuentes posibles (padres,
niño, educadores); b) evaluar problemas psiquiátricos comórbidos, especialmente
TDAH; c) evaluar los factores de riesgo a nivel familiar, escolar y comunitario.
Los niños con problemas de conducta disruptiva frecuentemente provienen de
ambientes desfavorecidos. Es importante identificar los factores que mantienen
o incrementan el comportamiento oposicionista (como el acoso escolar o el
rechazo de los pares). Lo mismo sucede con el desempeño en la escuela: un niño
con dificultades de lectura o hiperactividad puede ser más propenso a manifestar
conductas oposicionistas en la escuela.
Diagnóstico diferencial
La conducta de oposición se puede observar en muchos trastornos que se
manifiestan en la infancia. Es importante que el profesional identifique los casos
en los que otros trastornos podrían explicarla. Por ejemplo, no es infrecuente que
niños que desarrollan una fobia específica u otros trastornos de ansiedad (como
el TOC) se vuelvan negativistas y no cooperen, particularmente en situaciones
Trastorno negativista desafiante D.2 9
Manual de Salud Mental Infantil y Adolescente de la IACAPAP
en las que esperan estar expuestos a la situación temida. Los profesionales que
trabajan con niños con TOC cuyos rituales se ven interrumpidos conocen muy
bien este fenómeno. En estos casos, asignar un diagnóstico de trastorno negativista
desafiante y errar en reconocer y abordar el trastorno de ansiedad subyacente es
contraproducente. Lo mismo ocurre en los niños con TDAH, que a menudo
desarrollan conductas de oposición. En efecto, la razón de derivación de esos niños
puede ser la conducta de oposición. Es fundamental que el profesional pueda ver
el TDAH como el problema subyacente, aún cuando la principal preocupación
de los padres sea la conducta de oposición de sus hijos. Esto tiene implicanciones
importantes en el tratamiento. Situaciones similares pueden surgir tambien en
niños con autismo, que pueden volverse oposicionistas ante cambios en la rutina
o debido a sensibilidad sensorial. También aquí los profesionales deben reconocer
los posibles problemas que pueden estar a la base, y asegurar que estos sean tratados
adecuadamente.
TRATAMIENTO
Los principios generales se aplican tanto al tratamiento del TND como a
otros trastornos psiquiátricos. Es fundamental identificar las comorbilidades, ya
que es probable que requieran tratamiento independiente. Esto es particularmente
cierto para el TDAH y en gran medida también para la depresión y ansiedad
infantil. Siempre se deben evaluar los factores de riesgo tratables o modificables
(p.e., acoso escolar actual o fracaso escolar debido a problemas de aprendizaje), y
deben abordarse como parte del tratamiento ofrecido a la familia.
Hay una serie de tratamientos, dependiendo de las necesidades del niño y la
familia. Por ejemplo, el comportamiento que se manifiesta predominantemente en
el hogar o en la escuela puede ser manejado de forma más eficiente utilizando un
tratamiento diseñado para abordar cuestiones específicas del hogar o de la escuela.
Los problemas más graves pueden requerir un trabajo individual más intensivo
(Moffitt & Scott, 2008).
Entrenamiento parental en el manejo de conductas
El entrenamiento parental en el manejo de conductas basado en los principios
del aprendizaje social es un aspecto clave del tratamiento en el TND. Los patrones
problemáticos de interacción padre-hijo están implicados en el desarrollo y
mantenimiento de la conducta negativista; se ha identificado que los principios del
aprendizaje social, particularmente en relación con el condicionamiento operante
(el papel del refuerzo/consecuencias en la modificación de la conducta), son útiles
para modificar el comportamiento tanto de los padres como de los hijos (Feldman
& Kazdin, 1995). El entrenamiento parental en el manejo de conductas enseña
a los padres a identificar las conductas prosociales y las conductas problemáticas,
y a aplicar técnicas de castigo y refuerzo diseñadas para aumentar la frecuencia de
los comportamientos deseados y disminuir la frecuencia de los no deseados (esto es
descrito en detalle en el Capitulo A.12).
Ejemplos de programas de parentalidad para padres
A continuación, se proponen diversos programas basados en la teoría de
aprendizaje social que han demostrado ser eficaces para abordar la conducta
antisocial de inicio temprano:
• Los Años Increíbles (The Incredible Years) (Webster-Stratton, 1981)
Uno de los programas más validados es “Los Años Increíbles” de WebsterStratton,
un programa de entrenamiento basado en la conducta diseñado para
ser utilizado con los padres (Webster-Stratton & Hammond, 1997; WebsterStratton,
1982; Webster-Stratton, 1981), los educadores y los niños (WebsterStratton
& Hammond, 1997). Scott y colaboradores (2001b) llevaron a cabo
un estudio controlado multicéntrico de la versión grupal para padres en una
muestra de 141 padres (grupo intervención, n=90; Grupo control en lista
de espera, n=51) de niños de 3 a 8 años de edad que habían sido derivados
por presentar conductas antosociales al servicio multidisciplinario local de
salud mental infantil y adolescente. Los participantes utilizaron el programa
“Básico” basado en videos (Webster-Stratton & Hancock, 1998). Éste incluía
de 13 a 16 sesiones semanales de 2 horas de duración cada una, donde los
padres observaban segmentos de video con escenas que mostraban formas
correctas e incorrectas de manejar la conducta de los niños.
El programa trataba
temas como el juego, elogios y recompensas, el establecimiento de límites y
el manejo de conductas incorrectas. Después de ver los videos, se anima a los
padres a analizar la conducta de sus propios hijos y ensayar diferentes formas
de manejarla. Los padres también recibían semanalmente actividades para
realizar en casa (tareas) y se realizaba un seguimiento del progreso mediante
contacto telefónico. El coste del programa fue similar al del tratamiento
individual. En comparación con los controles, en el grupo que recibió la
intervención se observó una disminución sustancial y estadísticamente
significativa de la conducta antisocial y la hiperactividad reportada por los
padres, así como de la frecuencia de los problemas por día en los reportes de
los padres; de los problemas de conducta y dificultades totales medidas por
el Cuestionario de Fortalezas y Dificultades (SDQ) (Goodman, 1997); de
las puntuaciones de problemas externalizantes y problemas totales evaluados
por el Inventario de Conducta Infantil (CBCL) (Achenbach & Edelbrock,
1983); de los problemas definidos por los padres (los tres problemas que
los padres identificaban como los que más deseaban que mejoraran); y del
diagnóstico de trastorno negativista desafiante de la CIE-10. También se
evaluó la conducta de los padres y se observó una reducción significativa
Un grupo de padres
graduados de un programa
de crianza en Sudáfrica.
Fuente: Beautifulgate.
Metas en el manejo
del TND (Fraser &
Wray, 2008)
Para los padres
• Mejorar las habilidades
parentales positivas
• Potenciar las
habilidades
de resolución
de problemas,
de conflictos y
comunicación
Para el niño
• Desarrollo de una
comunicación efectiva,
y de habilidades
de resolución de
problemas y manejo de
la ira
Para la familia
• Terapia y
asesoramiento familiar
para lidiar con el estrés
en las relaciones y en
el ambiente familiar
En el aula
• Alentar al profesorado o
al equipo de orientación
escolar a proporcionar
clases de habilidades
sociales para mejorar
las relaciones entre
pares.
Trastorno negativista desafiante del número de instrucciones inapropiadas. Existen otros dos programas: el
“Avanzado”, diseñado para el manejo de la relación entre los padres, y el
programa “Colaboradores”, diseñado para apoyar las habilidades académicas
de los niños, y fortalecer las relaciones entre el educador y los padres. La
integración de estos tres programas ha logrado los avances más sustanciales.
• Triple P—Programa de Parentalidad Positiva
El Triple P es un programa de crianza y apoyo a la familia basado en
la evidencia, diseñado para prevenir y manejar los problemas de conducta
en niños preadolescentes, por medio del fortalecimiento de las habilidades
parentales y la mejora de la relación padre-hijo. El programa incluye múltiples
niveles: una intervención universal diseñada para proporcionar información
acerca de temas relativos a la crianza para padres interesados; asesoramiento
en conductas problemáticas específicas; programas breves de asesoramiento y
entrenamiento para padres en el manejo de problemas de comportamiento
en menores; y programas más intensivos que incluyen el entrenamiento
en estrategias de manejo del ánimo, en habilidades de afrontamiento y
en habilidades de apoyo a la pareja, diseñados para abordar problemas de
conducta más persistentes y generalizados. El Triple P ha sido validado en una
serie de estudios con un amplio rango de tipos de familias y culturas (Graaf
et al, 1998, Bor et al, 2002) (vease Capitulo A.12).
Enfoques alternativos
Se han propuesto estrategias alternativas para tratar los problemas de
conducta en familias donde los programas descritos anteriormente no han
tenido éxito. Scott y Dadds (2009) sugieren una serie de formas alternativas de
plantear la intervención, que pueden proporcionar un marco para abordar los
factores que limitan la eficacia de los programas de entrenamiento para padres.
Ellos recomiendan tener en cuenta la seguridad del apego y la relación padre-hijo
al plantear las estrategias de intervención, a fin de considerar las repercusiones
que puede tener un apego inseguro o desorganizado en el sentido que se da a
los castigos o recompensas. Además, ellos enfatizan la importancia del contexto
social más amplio, que puede tener un impacto significativo en el niño, como
por ejemplo la relación entre los padres, los hermanos, la familia extensa y la
comunidad. Finalmente, ellos alientan a los profesionales a considerar las creencias
e ideas que tienen los padres respecto al niño (o aspectos de la crianza) que pueden
estar interfiriendo con el tratamiento.
Intervenciones basadas en la escuela
Se pueden proporcionar herramientas adicionales a las educadoras
para promover mejoras del comportamiento en el aula. La teoría del
aprendizaje social es clave en este enfoque. Moffitt y Scott (2008) plantean
que deben abordarse cuatro dominios primarios de funcionamiento:
1. Promover la aceptación y adherencia a las reglas del aula y las conductas
adecuadas
2. Apoyar el desarrollo de habilidades de resolución de conflictos
3. Prevenir el comportamiento problemático
4. Evitar que el comportamiento oposicionista escale.
Terapia individual – manejo de la ira
La evidencia disponible indica que la terapia cognitivo conductual (TCC)
basada en el entrenamiento del manejo de la ira puede ser particularmente útil en
este caso (Beck & Fernandez, 1998; Lochman et al, 2011). Este entrenamiento
se centra en las habilidades de afrontamiento e incluye intervenciones de
inoculación de estrés basadas en tres elementos: preparación cognitiva, adquisición
de habilidades y ensayo de su aplicación práctica (Meichenbaum, 1996). En la
primera fase, la preparación cognitiva, el instructor procura establecer una relación
con el paciente. Se le enseña al paciente a reconceptualizar los estresores como
problemas potencialmente modificables, que pueden ser manejados mediante
el uso de habilidades de afrontamiento. En la segunda fase, de adquisición de
habilidades, se le enseña al paciente habilidades específicas para hacer frente a los
problemas, tales como la autoregulación emocional, la aceptación, la resolución de
problemas, y procedimientos de desviación de la atención; y las herramientas que
pueden ser aplicados a problemas particulares experimentados por el paciente y su
familia. En la fase final, el paciente aprende a poner estas estrategias adquiridas en
práctica. Los estresores se introducen gradualmente (por ejemplo, utilizando juegos
de rol), hasta que el paciente pueda utilizar estas estrategias de afrontamiento en
situaciones de la vida real.
Terapia farmacológica
No existe evidencia que la medicación sea efectiva para el tratamiento del
TND. En los niños con TDAH, el tratamiento con estimulantes mejora la conducta
y los síntomas oposicionistas (NICE, 2008); sin embargo, no existe evidencia que
apoye el uso de estimulantes para el tratamiento de los síntomas oposicionistas en
niños sin TDAH. Un estudio realizado en niños con TDAH (Blader et al, 2009)
demostró que el valproato sódico puede ser útil para aquellos niños cuya conducta
agresiva no respondía a los estimulantes. Sin embargo, los niños del estudio estaban
hospitalizados, y por tanto, puede ser que los resultados no sean aplicables a niños
en tratamiento ambulatorio. Un estudio realizado sobre el uso de litio en niños con
irritabilidad severa no mostró efectos significativos (Dickstein et al, 2009); y aún
no está claro si el efecto que tiene la risperidona en el comportamiento difícil de los
niños con autismo (McCracken et al, 2002) o con trastornos del desarrollo puede
ser extrapolado a niños de desarrollo típico. Los inhibidores de la recaptación de
serotonina se utilizan en algunos casos para el tratamiento de la ira en adultos, pero
no existe evidencia de su efectividad en niños y adolescentes.
Durante los últimos 10-15 años ha habido un aumento dramático del
diagnóstico del trastorno bipolar, particularmente en los Estados Unidos (Blader &
Carlson, 2007; Moreno et al, 2007), asociado a un incremento de la prescripción de
fármacos antipsicóticos en niños (Olfson et al, 2006). Se ha planteado que casos que
presentan síntomas típicos del TND, como la irritabilidad, han sido diagnosticados
erróneamente como un trastorno bipolar. No existe evidencia suficiente que respalde
tal expansión de los límites diagnósticos del trastorno bipolar (Leibenluft, 2011;
Stringaris, 2011), y de acuerdo a la evidencia disponible actualmente, no se debe
administrar fármacos antimaníacos a niños que presentan sólo un TND (para un
análisis más detallado de este tema vea el Capítulo E.3).
El uso juicioso de agentes
sedantes en situaciones de emergencia, o el uso de antagonistas dopaminérgicos
(p.e., risperidona) utilizados por un período breve de tiempo para el manejo de un síntoma específico puede considerarse de forma individual en cada caso. Los
profesionales que utilicen estos medicamentos deben informar extensamente a los
padres y al niño de las razones por las cuales se sugiere su uso (en lugar de otras
alternativas), así como también de los efectos secundarios potenciales. Desde el
principio del tratamiento deben acordarse objetivos claros (p.e., reducción/cambio
en conductas específicas o en la puntuación de determinadas escalas) tanto dentro
del equipo clínico como con los pacientes y cuidadores. Los efectos del tratamiento
(y los no deseados) deben ser revisados cuidadosa y regularmente.
No existe evidencia de que la medicación sea efectiva en el tratamiento del TND. En los niños con TDAH, se sabe que el tratamiento con estimulantes mejora la conducta y los síntomas oposicionistas; sin embargo, no hay suficiente evidencia disponible que respalde el uso de estimulantes para el tratamiento de los síntomas oposicionistas en niños sin TDAH.
Metas en el manejo
del TND (Fraser &
Wray, 2008)
Para los padres
• Mejorar las habilidades
parentales positivas
• Potenciar las
habilidades
de resolución
de problemas,
de conflictos y
comunicación
Para el niño
• Desarrollo de una
comunicación efectiva,
y de habilidades
de resolución de
problemas y manejo de
la ira
Para la familia
• Terapia y
asesoramiento familiar
para lidiar con el estrés
en las relaciones y en
el ambiente familiar
En el aula
• Alentar al profesorado o
al equipo de orientación
escolar a proporcionar
clases de habilidades
sociales para mejorar
las relaciones entre
pares.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Achenbach TM, Edelbrock C (1983). Manual for the Child
Behavior Checklist and Revised Child Behavior Profile,
Burlington, VT: Queen City Printers.
Aebi M, Müller UC, Asherson P et al (2010). Predictability
of oppositional defiant disorder and symptom
dimensions in children and adolescents with ADHD
combined type. Psychological Medicine, 40:2089–2100.
Angold A, Costello E (2000). The Child and Adolescent
Psychiatric Assessment (CAPA). Journal of the
American Academy of Child & Adolescent Psychiatry,
39:39–48.
Asociación Americana de Psiquiatría (2000). DSM-IV-TR:
Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales
(Cuarta Edición), Revisado, Washington, DC:
Asociación Americana de Psiquiatría.
Asociación Americana de Psiquiatría (2014). DSM-V: Manual
Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales (Quinta
Edición), Washington, DC: Asociación Americana de
Psiquiatría
Arseneault L, Bowes L, Shakoor S (2010). Bullying victimization
in youths and mental health problems: ‘Much ado
about nothing’? Psychological Medicine, 40:717-729.
Beck R, Fernandez E (1998). Cognitive-behavioral therapy in
the treatment of anger: a meta-analysis. Cognitive
Therapy and Research, 22:63-74.
Blader JC, Carlson GA (2007). Increased rates of bipolar
disorder diagnoses among U.S. child, adolescent, and
adult inpatients, 1996-2004. Biological Psychiatry,
62:107.
Blader JC, Schooler NR, Jensen PS et al (2009). Adjunctive
divalproex versus placebo for children with ADHD
and aggression refractory to stimulant monotherapy.
American Journal of Psychiatry, 166:1392-1401.
Blair RJ, Peschardt KS, Budhani S et al (2006). The development
of psychopathy. Journal of Child Psychology and
Psychiatry, 47:262.
Bor W, Sanders MR, Markie-Dadds C (2002). The effects of
the Triple P-Positive Parenting Program on preschool
children with co-occurring disruptive behavior
and attentional/ hyperactive difficulties. Journal of
Abnormal Child Psychology, 30:571-587.
Burke JD, Hipwell AE, Loeber R (2010). Dimensions of
oppositional defiant disorder as predictors of
depression and conduct disorder in preadolescent girls.
Journal of the American Academy of Child & Adolescent
Psychiatry, 49:484-492.
Burke JD, Loeber R, Lahey BB et al (2005). Developmental
transitions among affective and behavioral disorders
in adolescent boys. Journal of Child Psychology and
Psychiatry, 46:1200-1210.
Caspi A, McClay J, Moffitt TE et al (2002). Role of genotype in
the cycle of violence in maltreated children. Science,
297:851.
Caspi A, Moffitt TE, Morgan J et al (2004). Maternal expressed
emotion predicts children's antisocial behavior
problems: using monozygotic-twin differences
to identify environmental effects on behavioral
development. Developmental Psychology, 40:149-161.
Conners CK, Barkley RA (1985). Rating scales and checklists
for child psychopharmacology. Psychopharmacology
Bulletin, 21:809-843.
Copeland WE, Shanahan L, Costello EJ et al (2009). Childhood
and adolescent psychiatric disorders as predictors of
young adult disorders. Archives of General Psychiatry,
66:764-772.
Costello EJ, Mustillo S, Erkanli A et al (2003). Prevalence and
development of psychiatric disorders in childhood and
adolescence. Archives of General Psychiatry, 60:837-
844.
Dadds MR, Perry Y, Hawes DJ et al (2006). Attention to the
eyes and fear-recognition deficits in child psychopathy.
British Journal of Psychiatry, 189:280-281.
Dick DM, Viken RJ, Kaprio J et al (2005). Understanding the
covariation among childhood externalizing symptoms:
genetic and environmental influences on conduct
disorder, attention deficit hyperactivity disorder, and
oppositional defiant disorder symptoms. Journal of
Abnormal Child Psychology, 33:219-229.
Dickstein DP, Towbin KE, van der Veen JW et al (2009).
Randomized double-blind placebo-controlled trial of
lithium in youths with severe mood dysregulation.
Journal of Child and Adolescent Psychopharmacology,
19:61-73.
Trastorno negativista desafiante D.2 14
Manual de Salud Mental Infantil y Adolescente de la IACAPAP
Eaves L, Rutter M, Silberg JL et al (2000). Genetic and
environmental causes of covariation in interview
assessments of disruptive behavior in child and
adolescent twins. Behavior Genetics, 30:321-334.
Eaves LJ, Silberg JL, Meyer JM et al (1997). Genetics and
developmental psychopathology: 2. the main effects
of genes and environment on behavioral problems
in the Virginia twin study of adolescent behavioral
development. Journal of Child Psychology and
Psychiatry, 38:965-980.
Eyberg SM, Robinson EA (1983). Conduct problem behavior:
Standardization of a behavioral rating scale with
adolescents. Journal of Clinical Child Psychology,
12:347-354.
Eyberg SM, Ross AW (1978). Assessment of child behavior
problems: The validation of a new inventory. Journal of
Clinical Child Psychology, 7:113-116.
Farrington DP, Coid JW, Harnett LM et al (2006). Criminal
Careers up to Age 50 and Life Success up to Age 48:
New Findings from the Cambridge Study in Delinquent
Development. Home Office Research, Development
and Statistics Directorate.
Feldman J, Kazdin AE (1995). Parent management training
for oppositional and conduct problem children. The
Clinical Psychologist, 48:3-5.
Ford T, Goodman R, Meltzer H (2003). The British Child and
Adolescent Mental Health Survey 1999: the prevalence
of DSM-IV disorders. Journal of the American Academy
of Child & Adolescent Psychiatry, 42:1203-1211.
Fraser A, Wray J (2008). Oppositional defiant disorder.
Australian Family Physician, 34:402-405.
Frick PJ, Bodin SD, Barry CT (2000). Psychopathic traits
and conduct problems in community and clinicreferred
samples of children: Further development
of the Psychopathy Screening Device. Psychological
Assessment, 12:382-393.
Frick PJ, O'brien BS, Wootton JM et al (1994). Psychopathy
and conduct problems in children. Journal of
Abnormal Psychology, 103:700-707.
Ge X, Conger RD, Cadoret RJ et al (1996). The developmental
interface between nature and nurture: A mutual
influence model of child antisocial behavior and
parent behaviors. Developmental Psychology, 32:574-
589.
Goodman R (1997). The Strengths and Difficulties
Questionnaire: A research note. Journal of Child
Psychology and Psychiatry, 38:581-586.
Goodman R, Ford T, Richards H et al (2000). The Development
and Well-Being Assessment: Description and initial
validation of an integrated assessment of child
and adolescent psychopathology. Journal of Child
Psychology and Psychiatry, 41:645-655.
Graaf ID, Speetjens P, Smit F et al (1998). Effectiveness of the
Triple P Positive Parenting Program on behavioral
problems in children: a meta-analysis. Behaviour
Modification, 32:714-735.
Guerra NG, Huesmann LR, Tolan PH et al (1995). Stressful
events and individual beliefs as correlates of economic
disadvantage and aggression among urban children.
Journal of Consulting and Clinical Psychology, 62:518-
528.
Hewitt JK, Eaves LJ, Silberg JL et al (1997). Genetics and
developmental psychopathology: 1. Phenotypic
assessment in the Virginia Twin Study of Adolescent
Behavioral Development. Journal of Child Psychology
and Psychiatry, 38:943-963.
Jaffee SR, Moffitt TE, Caspi A et al (2003). Life with (and
without) father: The benefits of living with two
biological parents depend on the father’s antisocial
behavior. Child Development, 74:109-126.
Kessler RC, Angermeyer M, Anthony JC et al (2007). Lifetime
prevalence and age-of-onset distributions of mental
disorders in the World Health Organization's World
Mental Health Survey Initiative. World Psychiatry,
6:168-176.
Kim-Cohen J, Caspi A, Moffitt TE et al (2003). Prior
juvenile diagnoses in adults with mental disorder:
developmental follow-back of a prospectivelongitudinal
cohort. Archives of General Psychiatry,
60:709-717.
Kim-Cohen J, Moffitt TE, Taylor A et al (2005). Maternal
depression and children's antisocial behavior: nature
and nurture effects. Archives of General Psychiatry,
62:173-181.
Leibenluft E (2011). Severe mood dysregulation, irritability,
and the diagnostic boundaries of bipolar disorder in
youths. American Journal of Psychiatry, 168:129-142.
Lochman JE, Powell NP, Boxmeyer CL et al (2011). Cognitive
behavioral therapy for externalizing disorders in
children and adolescents. Psychiatric Clinics of North
America, 20:305-318.
Maughan B, Rowe R, Messer J et al (2004). Conduct disorder
and oppositional defiant disorder in a national
sample: developmental epidemiology. Journal of Child
Psychology and Psychiatry, 45:609-621.
McCracken JT, Mcgough J, Shah B et al (2002). Risperidone in
children with autism and serious behavioral problems.
New England Journal of Medicine, 347:314-321.
Meichenbaum D (1996). Stress inoculation training for coping
with stressors. The Clinical Psychologist, 49:4-7.
Meltzer H, Gatward R, Goodman R et al (2000). The Mental
Health Of Children And Adolescents in Great Britain.
Office for National Statistics.
Moffitt TE (1993). Adolescence-limited and life-coursepersistent
antisocial behavior: a developmental
taxonomy. Psychological Review, 100:674-701.
Moffitt TE (2003). Life-course-persistent and adolescencelimited
antisocial behavior: A 10-year research
review and a research agenda. In TMB LAHEY, A
CASPI (eds) Cause of Conduct Disorder and Juvenile
Delinquency, New York: Guilford Press, pp 49-75.
Moffitt TE (2005). The new look of behavioral genetics in
developmental psychopathology: Gene-environment
interplay in antisocial behaviors. Psychological Bulletin,
131:533-554.
Trastorno negativista desafiante D.2 15
Manual de Salud Mental Infantil y Adolescente de la IACAPAP
Moffitt TE (2006). Life-course persistent versus adolescencelimited
antisocial behavior: Research review. In D
CICCHETTI and DJ COHEN (eds.) Developmental
Psychopathology. New York: Wiley.
Moffitt TE, Caspi A, Harrington H et al (2002). Males on
the life-course persistent and adolescence-limited
antisocial pathways: Follow-up at age 26 years.
Development and Psychopathology, 14:179-207.
Moffitt TE, Scott S (2008). Conduct disorders. In M Rutter, D
Bishop, D Pine et al (eds) Rutter's Child and Adolescent
Psychiatry. Oxford: Wiley-Blackwell, pp543-564.
Moreno C, Laje G, Blanco C et al (2007). National trends in the
outpatient diagnosis and treatment of bipolar disorder
in youth. Archives of General Psychiatry, 64:1032-1039.
Munkvold L, Lundervold A, Lie SA et al (2009). Should there be
separate parent and teacher-based categories of ODD?
Evidence from a general population. Journal of Child
Psychology and Psychiatry, 50:1264-1272.
NICE (2008). Attention Deficit Hyperactivity Disorder:
Diagnosis and Management of ADHD in Children,
Young People, and Adults.
Nock MK, Kazdin AE, Hiripi E et al (2007). Lifetime
prevalence, correlates, and persistence of oppositional
defiant disorder: Results from the National
Comorbidity Survey Replication. Journal of Child
Psychology and Psychiatry, 48:703-713.
O'Connor TG, Deater-Deckard K, Fulker DW et al (1998).
Genotype-environment correlations in late childhood
and early adolescence: Antisocial behavioral problems
and coercive parenting. Developmental Psychology,
34:970-981.
Odgers CL, Caspi A, Broadbent JM et al (2007). Prediction of
differential adult health burden by conduct problem
subtypes in males. Archives of General Psychiatry,
64:476-484.
Olfson M, Blanco C, Liu L et al (2006). National trends in the
outpatient treatment of children and adolescents with
antipsychotic drugs. Archives of General Psychiatry,
63:679-685.
Organización Mundial de la Salud (1993). Clasificación
Internacional de los Trastornos Mentales y del
Comportamiento CIE-10: Criterios Diagnósticos para
la Investigación, Ginebra: Organización Mundial de la
Salud.
Patterson GR (1982). Coercive Family Process: Eugene, OR:
Castalia.
Reynolds CR, Kamphaus RW (2004). BASC-2: Behavior
Assessment System for Children, Circle Pines,
Minnesota: American Guidance Service.
Rowe R, Costello EJ, Angold A et al (2010). Developmental
pathways in oppositional defiant disorder and conduct
disorder. Journal of Abnormal Psychology, 119:726-738.
Rowe R, Maughan B, Pickles A et al (2002). The relationship
between DSM–IV oppositional defiant disorder and
conduct disorder: Findings from the Great Smoky
Mountains Study. Journal of Child Psychology and
Psychiatry, 43:365-373.
Rowe R, Rijsdijk FV, Maughan B et al (2008). Heterogeneity in
antisocial behaviours and comorbidity with depressed
mood: a behavioural genetic approach. Journal of
Child Psychology and Psychiatry, 49:526-534.
Rutter M (2006). Genes and Behaviour, Nature-Nurture Interplay
Explained. Willey-Blackwell.
Schwab-Stone M, Fisher PW, Piacentini J et al (1993). The
Diagnostic Interview Schedule for Children--Revised
version (DISC--R): II. Test-retest reliability. Journal of
the American Academy of Child & Adolescent Psychiatry,
32:651-657.
Scott S, Dadds MR (2009). Practitioner Review: When parent
training doesn’t work: theory-driven clinical strategies.
Journal of Child Psychology and Psychiatry, 50:1441-
1450.
Scott S, Knapp M, Henderson J et al (2001a). Financial cost of
social exclusion: follow up study of antisocial children
into adulthood. British Medical Journal, 323:191.
Scott S, Spender Q, Doolan M et al (2001b). Multicentre
controlled trial of parenting groups for childhood
antisocial behaviour in clinical practice. British Medical
Journal, 323:194.
Shaffer D, Fisher P, Lucas C (2004). The Diagnostic Interview
Schedule for Children (DISC): Comprehensive
handbook of psychological assessment, Vol. 2:
Personality assessment. In MJ Hilsenroth, DL Segal,
M Hersen (eds). Willey, pp256-270.
Shaffer D, Fisher P, Lucas C et al (2000). NIMH Diagnostic
Interview Schedule for Children Version IV (NIMH
DISC-IV): Description, differences from previous
versions, and reliability of some common diagnoses.
Journal of the American Academy of Child & Adolescent
Psychiatry, 39:28-38.
Shaffer D, Schwab-Stone M, Fisher P et al (1993). The
Diagnostic Interview Schedule for Children-Revised
Version (DISC-R): I. Preparation, field testing,
interrater reliability, and acceptability. Journal of the
American Academy of Child & Adolescent Psychiatry,
32:643-650.
Stringaris A (2011). Irritability in children and adolescents: a
challenge for DSM-5. European Child and Adolescent
Psychiatry (in press).
Stringaris A, Cohen P, Pine DS et al (2009). Adult outcomes of
youth irritability: a 20-year prospective communitybased
study. American Journal of Psychiatry, 166:1048–
1054.
Stringaris A, Goodman R (2009a). Longitudinal outcome of
youth oppositionality: irritable, headstrong, and
hurtful behaviors have distinctive predictions. Journal
of the American Academy of Child & Adolescent
Psychiatry, 48:404-412.
Stringaris A, Goodman R (2009b). Three dimensions of
oppositionality in youth. Journal of Child Psychology
and Psychiatry, 50:216-223.
Stringaris A, Maughan B, Goodman R (2010). What's in a
disruptive disorder? Temperamental antecedents of
oppositional defiant disorder: findings from the Avon
longitudinal study. Journal of the American Academy of
Child and Adolescent Psychiatry, 49:474-483.
Trastorno negativista desafiante D.2 16
Manual de Salud Mental Infantil y Adolescente de la IACAPAP
Stringaris A, Zavos H, Leibenluft E et al (2012). Adolescent
irritability: phenotypic associations and genetic links
with depressed mood. American Journal of Psychiatry,
169:47-54.
Viding E, Blair RJ, Moffitt TE et al (2005). Evidence for
substantial genetic risk for psychopathy in 7-year-olds.
Journal of Child Psychology and Psychiatry, 46:592-597.
Wakschlag LS, Briggs-Gowan MJ, Hill C et al (2008a).
Observational assessment of preschool disruptive
behavior, part II: Validity of the Disruptive Behavior
Diagnostic Observation Schedule (DB-DOS). Journal
of the American Academy of Child and Adolescent
Psychiatry, 47:632-641.
Wakschlag LS, Hill C, Carter AS et al (2008b). Observational
assessment of preschool disruptive behavior, part I:
Reliability of the Disruptive Behavior Diagnostic
Observation Schedule (DB-DOS). Journal of the
American Academy of Child and Adolescent Psychiatry,
47:622-631.
Webster-Stratton C (1981). Modification of mothers' behaviors
and attitudes through videotape modeling group
discussion program. Behavior Therapy, 12:634-642.
Webster-Stratton C (1982). The long term effects of a videotape
modeling parent training program: Comparison of
immediate and 1-year follow-up results. Behavior
Therapy, 13:702-714.
Webster-Stratton C, Hammond M (1997). Treating children
with early-onset conduct problems: a comparison of
child and parent training interventions. Journal of
Consulting and Clinical Psychology, 65:93-109.
Webster-Stratton C, Hancock LT (1998). Training for
parents of young children with conduct problems:
content, methods, and therapeutic processes. In JM
Briesmeister, CE Schaefer (eds) Handbook of Parent
Training. New York: Wiley.
¿SIENTE QUE SU MATRIMONIO ESTÁ FRACASANDO/DIVORCIO/PERDIÓ EL AMOR Y BAJO FINANCIERAMENTE??? LA CASA ESPIRITUAL DE LA DR ELLEN OMIRI ES LA SOLUCIÓN A TUS PROBLEMAS. LLAMA O WHATSAPP:+2348106541486
ResponderEliminar* Poderoso hechizo de amor.
*La venganza del cuervo maldito.☎ +2348106541486
* Lanzador de hechizos de amor para recuperar a un amante perdido en 24 horas.
* Curandero tradicional para recuperar a un amante perdido (recupera a tu ex).
*Hechizos de matrimonio. Correo electrónico: ellenspellcaster@gmail.com
* Curandero local.
*Herbolario/curandero tradicional.+2348106541486
*Adivino
*Lectura de mano. Correo electrónico: ellenspellcaster@gmail.com
*Lectura psíquica.
*Locura causada por el arte de las brujas.+2348106541486
*Hechizos negros para recuperar a un amante
*Hechizos de besar/tirar.
*Niños tercos
*Niños sordos en el aula
OFRECEMOS NUESTROS SERVICIOS EN TODOS LOS PAÍSES DEL MUNDO LLAME/ WHATS APP:+2348106541486
CORREO ELECTRÓNICO: ellenspellcaster@gmail.com