Las teorías del desarrollo social mantienen que el comportamiento de los jóvenes se encuentra muy influenciado por los vínculos que desarrollan con los grupos sociales más importantes en sus vidas (familia, escuela, grupo de amigos y comunidad), dependiendo de estos vínculos su futuro comportamiento (prosocial o antisocial). Este modelo teórico pretende averiguar cómo los factores de riesgo y los factores protectores interactúan e influyen en las diferentes etapas del proceso evolutivo de los jóvenes, para alcanzar un desarrollo social o antisocial. Una pronta intervención que reduzca los factores de riesgo e incremente los factores protectores con los niños y su entorno reducirá no sólo comportamientos y conductas antisociales asociadas a la delincuencia, sino también la propia delincuencia juvenil.
CRIMINOLOGÍA, DELINCUENCIA JUVENIL, PREVENCIÓN.
I. INTRODUCCIÓN
En la infancia y adolescencia, resulta habitual que comportamientos antisociales e incluso delictivos se correspondan con una conducta normal del niño y adolescente, formando parte del proceso de crecimiento, aprendizaje y desarrollo social de los mismos. La mayor parte de esta delincuencia es de carácter leve, episódica y no suele dejar posteriores efectos negativos (Huizinga, Loeber, Thornberry y Cothern, 2000; Vázquez, 2003). Ahora bien, una minoría de esos niños y adolescentes, generalmente autores de delitos más graves y frecuentes, tienen más posibilidades de convertirse en delincuentes habituales que los que comienzan a edades más tardías (Farrington, 1997; Howell, 1997; Wasserman, Miller y Cothern, 2000; Loeber y Farrington, 2000; Burns, Howell et al., 2003). Tras observarse en varias investigaciones (1) que la mayoría de los delincuentes crónicos, de carrera o multirreincidentes empezaron su actividad criminal a edades tempranas (la infancia y adolescencia), se ha prestado una mayor atención a los déficits del desarrollo de la personalidad y a los vínculos sociales formados durante la infancia, como precursores de una posterior conducta antisocial y delictiva.
Esta es a grandes rasgos la premisa de la que parten las teorías del desarrollo social (social development theories) para implantar estrategias preventivas de la delincuencia.
Por otro lado, la falta de efectos positivos de las intervenciones preventivas realizadas con delincuentes adultos justifica los intentos de prevenir comportamientos delictivos llevados a cabo con niños, antes de que se conviertan en delincuentes, sobre todo si tenemos en cuenta que en esa etapa ofrecen una mayor facilidad para modificar sus comportamientos y unos efectos a más largo plazo que las intervenciones llevadas a cabo con adultos y jóvenes (Tremblay y Craig, 1995; Burns, Howell et al., 2003).
II. MARCO TEÓRICO
Este modelo de prevención se sustenta principalmente bajo las premisas de la denominada Development Criminology, (2) quizás el modelo teórico más apropiado para estudiar la delincuencia juvenil y la criminalidad adulta (Howell, 1997), ya que en primer lugar hace hincapié en el proceso de desarrollo social y psicológico en la infancia y adolescencia (según los postulados de la psicología evolutiva), (3) para explicar a continuación la evolución de la delincuencia juvenil hacia la criminalidad adulta.
Según los partidarios de estas teorías, el comportamiento delictivo se genera, se nutre y se mantiene dentro de las relaciones sociales (Dishion, French y Patterson, 1995). (4) Lo que significa que el comportamiento de los jóvenes se encuentra muy influenciado por los vínculos que desarrollan con los grupos sociales más importantes en sus vidas (familia, amigos, escuela), siendo estos vínculos sumamente determinantes en su futuro comportamiento (Elliot, Huizinga y Agenton, 1985; Catalano y Hawkins, 1996; Eddy y Swanson, 1998; Bartollas, 2000).
Al ser el eje central sobre el que giran estas teorías los vínculos creados durante la infancia, serán aquellas teorías que sitúan estos vínculos sociales como epicentro de las mismas (teorías del control social, o teorías del aprendizaje) las que hayan sustentado, en mayor o menor medida, estos programas de prevención de la delincuencia. Así, Tremblay y Craig (1995) mencionan dos propuestas teóricas que se adaptan a estos parámetros: la Teoría General del Crimen de Gottfredson y Hirschi (1990) y el modelo de acumulación de riesgos (cumulative risk model) de Yoshikawa (1994).
La teoría general del crimen de Gottfredson y Hirschi propone el concepto de autocontrol (self-control), (5) que se adquiere durante la infancia, como el elemento más influyente sobre los comportamientos convencionales o antisociales. Por tanto, aumentando al autocontrol de los niños se evitarán futuros comportamientos delictivos (Gottfredson y Hirschi, 1990; Hirschi y Gottfredson, 1994). Por su parte, el modelo de acumulación de riesgos de Yoshikawa sugiere unas complejas interacciones entre tempranos factores de riesgo, entre posteriores desórdenes y entre factores de riesgo y desórdenes (Tremblay y Craig, 1995, p. 161).
En la actualidad, las teorías que más importancia han adquirido, al ser algunas de las que han alcanzado un mayor grado de desarrollo experimental (mediante estudios transversales y/o longitudinales), son las teorías elaboradas por Farrington, Loeber y Catalano y Hawkins.
La teoría integradora propuesta por Farrington para explicar los resultados del Estudio de Cambridge viene motivada por encontrar una explicación comprensiva de la delincuencia –que distinga explícitamente entre el desarrollo de tendencias antisociales y el acontecimiento del acto antisocial (Farrington, 1997, p. 396)–, integrando los elementos de otras teorías: la teoría de la subcultura delincuente de Cohen (1955), la teoría de la oportunidad de Cloward y Ohlin (1960), la teoría del aprendizaje social de Trasler (1962), la teoría del control de Hirschi (1969) y la teoría de la asociación diferencial de Sutherland y Cressey (1974) (Farrington, Ohlin y Wilson, 1986, pp. 58-59; Farrington, 1992, p. 140). (6)
Para Farrington (1992), la delincuencia se produce mediante un proceso de interacción (dividido en cinco etapas) entre el individuo y el ambiente, (7) llegando a la conclusión, tras contrastar su teoría con los resultados obtenidos por el London Longitudinal Project, que los jóvenes pertenecientes a familias de clase baja tendrán una mayor propensión a la delincuencia, ante su imposibilidad de alcanzar legalmente sus metas y objetivos. Los niños maltratados tendrán más probabilidades de delinquir al no haber adquirido controles internos sobre comportamientos desaprobados socialmente, y los niños con amigos y/o familia delincuente tenderán a desarrollar y a justificar actitudes antisociales (Farrington, Ohlin y Wilson, 1986; Farrington, 1992).
Según las edades en que tienen lugar los diferentes hechos, la falta de recursos económicos, un bajo coeficiente intelectual y una crianza de poca calidad serán los factores de mayor riesgo para el comienzo de la delincuencia. Padres y hermanos antisociales, y amigos delincuentes, tendrán una gran influencia en la continuidad de esas actividades delictivas (Farrington, 1992, 1997).
Dos importantes conclusiones se pueden extraer del modelo teórico de Farrington. En primer lugar, ha demostrado fehacientemente la continuidad en la delincuencia y los comportamientos criminales, identificando y verificando, en segundo lugar, algunos de los factores predictores de la delincuencia a diferentes edades.
El modelo de múltiples trayectorias (Multiple Pathways Model) de Loeber, pese a señalar específicamente un bajo control de los impulsos como el mayor determinante de un comportamiento criminal, identifica, a su vez, tres tipos diferentes de comportamientos criminales, a los que se llegará según hayan sido los problemas sufridos durante la niñez.
Para este autor, The Pittsburgh Youth Study muestra en primer lugar que el desarrollo del comportamiento conflictivo y delincuencial de los niños generalmente sigue un mismo orden progresivo, en el que comportamientos poco problemáticos preceden a comportamientos problemáticos más serios o graves (Kelley, Loeber et al., 1997).
La secuencia aproximada de las diferentes manifestaciones de disruptive and antisocial behaviors en la infancia y la adolescencia seguiría el siguiente orden (Loeber, 1990): después de cumplir el primer año, se empiezan a notar los primeros problemas, generalmente asociados a un temperamento infantil difícil. Problemas de conducta observables como agresiones no se reconocen normalmente hasta la edad de 2 años o más, cuando la movilidad y fuerza física aumentan. Durante la edad preescolar, con el comienzo de las relaciones sociales aparecen problemas de retraimiento o pobres relaciones con amigos y/o adultos. Los problemas académicos raramente aparecen antes del primer o segundo grado escolar. Desde el comienzo de la escuela hasta la adolescencia comportamientos encubiertos u ocultos como “hacer novillos”, robar o consumir drogas se hacen más aparentes. Cuando superan la edad mínima de responsabilidad penal (12 años en muchos Estados de EE.UU., 14 años en España), sufren su primera detención, incrementándose, a continuación, la prevalencia de la delincuencia y la reincidencia (Kelley, Loeber et al., 1997, pp. 3-4, fig. 1).
En segundo lugar, en su investigación ha documentado tres caminos o trayectorias (pathways) que muestran la progresión hacia comportamientos problemáticos más serios: comportamientos conflictivos menos serios (Authority Conflict) preceden generalmente al inicio de comportamientos moderadamente serios (Covert Behavior), los cuales, sucesivamente, preceden el comienzo de actos muy serios (Overt Behavior). (Kelley, Loeber et al., 1997; ver también Howell, 1997; Kumpfer y Alvarado, 1998).
Authority Conflict es el primer camino, aplicándose a niños menores de 12 años. La trayectoria comienza con comportamientos tercos y testarudos en la infancia (1ª etapa), a los que pueden seguir conductas desafiantes (2ª etapa) como negación y desobediencia. Puede ser seguido, a su vez, por desobediencia a la autoridad (3ª etapa) como “hacer novillos” o escaparse de casa.
Covert Acts es el segundo camino. Tiende a empezar con pequeñas acciones encubiertas (1ª etapa) como mentiras y hurtos en comercios, que pueden venir seguidos de daños a la propiedad (2ª etapa) incluyendo vandalismo y piromanía, para acabar con delitos más graves contra la propiedad (3ª etapa) como robos en viviendas.
Overt Acts constituyen el tercer camino y suponen un incremento de la agresividad. Esta secuencia comienza con agresiones leves (1ª etapa) como fastidiar y molestar a sus compañeros (bullying), (8) puede continuar con agresiones físicas (2ª etapa) como peleas entre bandas, y termina con conductas violentas (3ª etapa) como violaciones o agresiones con armas (Kelley, Loeber et al., 1997, pp. 8-9, fig. 5).
El modelo de desarrollo social (social development model) ha sido elaborado por Catalano y Hawkins (1996), a partir de una integración de la teoría de la asociación diferencial (Cressey, 1953; Matsueda, 1988), la teoría del control social (Hirschi, 1969) y la del aprendizaje social (Bandura, 1977). (Howell, 1997; Battin-Pearson et al., 1998).
Propone como punto de partida la siguiente hipótesis: “la socialización sigue el mismo proceso tanto si produce comportamientos prosociales o comportamientos antisociales” (Battin-Pearson et al., 1998), sugiriendo que el desarrollo de comportamientos prosociales o antisociales viene influenciado por el grado de implicación e interacción con amigos prosociales o delincuentes (teoría de la asociación diferencial), la habilidad, los costos y recompensas que requiere esa interacción (teoría del aprendizaje social), y la mayor o menor vinculación que los jóvenes adquieran con individuos prosociales o antisociales (teoría del control social).
El modelo de desarrollo social pretende averiguar cómo los factores de riesgo y los factores protectores interactúan para alcanzar un desarrollo social o antisocial (Battin-Pearson et al., 1998). Consideran que los factores de riesgo de delincuencia y uso de drogas durante la infancia se pueden reducir aumentando los vínculos familiares y escolares. De este modo, promoviendo fuertes vínculos con la familia y la escuela, incrementando las oportunidades para interacciones prosociales, aumentando en los niños las habilidades en sus interacciones sociales e incrementando y reforzando comportamientos prosociales y su grado de implicación en la familia y en la escuela, se reducirán los comportamientos antisociales y delictivos, al estar los niños más motivados a realizar comportamientos prosociales. (Catalano y Hawkins, 1996).
Estas teorías se sustentan principalmente sobre dos tipos de estudios: estudios longitudinales dirigidos a identificar los factores de riesgo y los factores protectores (por ejemplo, The Denver Youth Survey, The Rochester Youth Development Study o The Pittsburgh Youth Study), para que una vez identificados, mediante estudios experimentales (transversales), se determine la relación causal entre esos factores, se identifiquen aquellos favorables a un cambio y se identifiquen los cambios que tienen más efecto en la prevención de la delincuencia (vid., con mayor amplitud,Tremblay y Craig, 1995; Lipsey y Derzon, 1998).
Uno de los programas más ambiciosos dirigido a identificar las causas de la delincuencia juvenil y la relación entre ellas es The Program of Research on the Causes and Correlates of Delinquency, iniciado en 1986 por The Office of Juvenile Justice and Delinquency Prevention (OJJDP), (9) y diseñado para mejorar el conocimiento de la violencia, el consumo de drogas y la delincuencia grave, mediante el examen del desarrollo de los jóvenes dentro del contexto de la familia, la escuela, el grupo de amigos y la comunidad (Browning, Huizinga, Loeber y Thornberry, 1999).
Este programa comprende tres grandes estudios longitudinales coordinados entre sí: The Denver Youth Survey, dirigido por David Huizinga en la Universidad de Colorado; The Pittsburgh Youth Study, dirigido por Rolf Loeber, Magda Stouthamer-Loeber y David Farrington en la Universidad de Pittsburgh; y The Rochester Youth Development Study, dirigido por Terence P. Thornberry en la Universidad de Albany.
The Denver Youth Survey procedió al estudio de 1.527 chicos y chicas procedentes de barrios de alto riesgo de Denver, que en 1987 tenían 7, 9, 11, 13 y 15 años (Browning et al., 1999; Browning y Huizinga, 1999; Loeber, Kalb y Huizinga, 2001). Los investigadores del programa, entre otros aspectos (relación entre delincuencia y drogas, o el impacto del primer contacto con el sistema de justicia juvenil), examinaron los factores de riesgo y los factores protectores asociados con un positivo desarrollo adolescente. En este sentido, encontraron que los mejores predictores para un adecuado desarrollo en la adolescencia eran: el tener amigos con un comportamiento convencional, una familia estable y un adecuado control paterno, positivas expectativas de futuro y no tener amigos delincuentes (Browning y Huizinga, 1999).
The Pittsburgh Youth Study ha seguido tres muestras de niños (de primero, cuarto y séptimo grado) de colegios públicos de esta localidad durante más de una década para avanzar en el conocimiento sobre el cómo y el porqué los niños se implican en la delincuencia y en otros comportamientos problemáticos (Browning et al., 1999; Browning y Loeber, 1999). Los resultados del estudio señalaron que la delincuencia se relacionaba con factores de riesgo individual como impulsividad, coeficiente intelectual y personalidad; factores familiares como una deficiente supervisión por los padres, mala comunicación entre padres e hijos y castigos físicos; y factores socioeconómicos como un bajo estatus socioeconómico o habitar en barrios conflictivos (Browning y Loeber, 1999). El estudio demostró también que la probabilidad de delinquir aumenta cuando el número de factores de riesgo se incrementa (Huizinga, Loeber, Thornberry y Cothern, 2000).
The Rochester Youth Development Study centró su investigación en las causas y consecuencias de la delincuencia juvenil y el consumo de drogas, siguiendo una muestra de adolescentes urbanos calificados en una situación de alto riesgo de delincuencia y consumo de drogas (N = 1.000, 729 chicos y 271 chicas) desde su temprana adolescencia (séptimo y octavo grado) hasta su juventud (Browning et al., 1999; Browning, Thornberry y Porter, 1999; Lizotte y Sheppard, 2001). El estudio examinó la relación de la delincuencia con variables familiares, escolares, de amistad y comunitarias, obteniendo, entre otras, las siguientes conclusiones: los niños que tienen un mayor grado de cariño y compromiso con sus padres tienen menos implicación en actividades delictivas; un pobre rendimiento escolar se encuentra asociado con un incremento en implicaciones delictivas y de consumo de drogas; la asociación con amigos delincuentes hace más fuerte y consistente la relación con la delincuencia; y que los niños de clase baja tienen mayores implicaciones con conductas delincuentes (Browning, Thornberry y Porter, 1999).
Los estudios de la delincuencia juvenil basados en el Developmental model han llegado a importantes conclusiones, con importantes implicaciones para futuras investigaciones y programas de prevención como son los efectos de múltiples factores de riesgo para múltiples comportamientos problemáticos, la interacción de estos factores de riesgo, la diferente influencia de los factores predictores según las etapas del desarrollo o la identificación de los factores protectores. A continuación se expondrán brevemente todas estas cuestiones, de gran importancia para la elaboración de efectivos programas de prevención.
III. PREDICCIÓN Y PREVENCIÓN
Predicción y prevención de la delincuencia son términos íntimamente relacionados (Garrido y López, 1997), pero que no se deben confundir, ya que no tienen el mismo significado. La prevención se dirige a evitar que los niños y jóvenes incurran en comportamientos antisociales o delictivos, mientras que la predicción busca conocer las situaciones de riesgo que hacen necesaria una intervención preventiva. Una adecuada política preventiva necesita para ser verdaderamente eficaz conocer el problema en el que va a intervenir, por ello resulta necesario conocer las causas o factores de riesgo que influyen o concurren en los delincuentes juveniles (Reiss, Jr., 1995). Las causas o motivaciones de la delincuencia juvenil son múltiples (Garrido y López, 1997; Prinz, 2000; Hill, Lui y Hawkins, 2001; Burns, Howell et al., 2003) y la importancia de unas u otras es un factor variable en cada caso, difícilmente reconducible a un denominador común. (10).
La literatura criminológica más reciente (Seydlitz y Jenkins, 1998; Leukefeld et al., 1998; Hawkins et al., 2000; Kazdin y Buela-Casal, 2001; Wasserman et al., 2003) (11) señala como ámbitos con factores de riesgo más influyentes en el comportamiento antisocial y delincuente de los jóvenes, la familia, la escuela, el grupo de amigos, el consumo de drogas y la comunidad. (12).
La familia juega un papel relevante en el proceso de socialización de los jóvenes, influyendo en gran medida en su futuro comportamiento (prosocial o antisocial). Estrechos vínculos entre padres e hijos, buena comunicación, supervisión y control de los hijos (Seydlitz y Jenkins, 1998), o una disciplina adecuada, reducen el riesgo de delincuencia juvenil (Kumpfer y Alvarado, 1998). Por el contrario, una falta de supervisión (Howell, 1997; Lawrence, 1998; Browning y Loeber, 1999; Chaiken, 2000, Hawkins et al., 2000), cambios en la estructura familiar (Thornberry et al., 1999, Wasserman et al., 2003), malos tratos, disciplina férrea o alternada, malos ejemplos conductuales (Farrington, 1992, 1997), falta de comunicación o carencias afectivas (Browning y Loeber, 1999; Bartollas, 2000), incrementan los riesgos de comportamientos delictivos por parte de los jóvenes.
Junto a la familia, la escuela aparece como un factor determinante en la correcta educación y socialización de los jóvenes, operando como un inhibidor de la delincuencia, ya que el éxito académico y buenas actitudes hacia la escuela reducen la delincuencia (Seydlitz y Jenkins, 1998; Browning y Huizinga, 1999; Parks, 2000; Schweinhart, 2003a; Burns, Howell et al., 2003), aunque en algunos casos el fracaso escolar o un temprano abandono escolar opera en sentido contrario como un facilitador de la delincuencia (Farrington, 1992, 1997; Borduin y Schaeffer, 1998; Catalano, Loeber y McKinney, 1999; Huizinga, Loeber, Thornberry y Cothern, 2000).
El grupo de amigos (peers) es importante en el desarrollo psicosocial al ofrecer a los adolescentes un sentido de pertenencia, un soporte emocional y normas de comportamiento (Borduin y Schaeffer, 1998), señalándose como un factor de gran influencia en la delincuencia juvenil, (13) hasta llegar a afirmarse que la asociación con amigos delincuentes es el mejor predictor de la delincuencia en las investigaciones actuales (Howell, 1997; Battin-Pearson et al., 1998; Lawrence, 1998; Seydlitz y Jenkins, 1998; Leukefeld et al., 1998; Borduin y Schaeffer, 1998; Browning y Huizinga, 1999; Feld, 1999; Browning, Thornberry y Porter, 1999; Hawkins et al., 2000, Wasserman et al., 2003).
Evidencias empíricas sugieren también una fuerte relación entre el consumo de drogas y la delincuencia (Huizinga, Loeber, Thornberry y Cothern, 2000), (14) sustentándose, a su vez, que los factores de riesgo que contribuyen al consumo de drogas son los mismos o muy similares que los que influyen en la delincuencia (Hawkins, Arthur y Catalano, 1995; Leukefeld et al., 1998).
Factores sociales y comunitarios parece que también tienen influencia en la delincuencia juvenil, aunque es el área más controvertida de las examinadas (Seydlitz y Jenkins, 1998; Kazdin y Buela- Casal, 2001). De todas formas, aunque su influencia directa sea menor, sí parece que el estatus socioeconómico (Farrington, 1992, 1997; Browning, Thornberry y Porter, 1999), aspectos ecológicos y ambientales del barrio donde se habita, viviendas sin las adecuadas condiciones de habitabilidad, etc., pueden influir en la delincuencia juvenil (Browning y Loeber, 1999).
Por último, se mencionan también como factores predictivos de futuros comportamientos antisociales o delictivos una serie de factores individuales de carácter fundamentalmente psicológico desarrollados en la infancia. Desórdenes internos como nerviosismo, preocupación o ansiedad; problemas psicológicos como hiperactividad (Farrington, 1992; Wasserman, Miller y Cothern, 2000, Wasserman et al., 2003), problemas o dificultades de concentración; conductas agresivas o violentas, o baja inteligencia (Farrington, 1992, 1997; Browning y Loeber, 1999; Kazdin y Buela- Casal, 2001).
Estos problemas, trastornos o carencias de la personalidad pueden influir en el adecuado desarrollo de la personalidad de los jóvenes, creando niños y jóvenes inmaduros, ególatras, egocéntricos, impulsivos o agresivos, comportamientos todos ellos fuertemente asociados a la delincuencia juvenil (con mayor amplitud, Vázquez, 2003).
Estos factores de riesgo se pueden resumir en el siguiente cuadro elaborado por Coie y Miller-Johnson (2001), (15) donde gráficamente explican el “Desarrollo de un temprano comportamiento delincuente y la influencia del grupo de amigos”.
Aunque estos son los factores predictores más influyentes en la aparición de comportamientos antisociales o delincuentes, su influencia no es uniforme. El riesgo variará en función del tipo de delincuencia que se intente predecir: delincuencia grave y crónica o leve y episódica, delincuencia de bandas juveniles (Battin-Pearson et al., 1998; Hill, Lui y Hawkins, 2001), y, sobre todo, del sexo y la edad de los niños (Kazdin y Buela-Casal, 2001), ya que los factores de riesgo ejercen una mayor o menor influencia dependiendo de la edad en la que aparecen (Farrington, 1992; Lipsey y Derzon, 1998; Hawkins et al., 2000).
Siguiendo estos postulados, identificar y conocer los factores de riesgo que influyen en la delincuencia juvenil resulta de suma importancia de cara a la predicción y prevención de la misma. Estos factores predictores (predictors) son pues objetivos potenciales para la prevención y la intervención.
IV. LA PARADOJA DE LA RESISTENCIA
Existen, por tanto, una serie de factores de riesgo que pueden influir, en mayor o menor medida, en la aparición de una conducta antisocial o delictiva en los niños y jóvenes. Ahora bien, ¿por qué en similares condiciones algunos niños se convierten en adultos normales y otros no? ¿Qué es lo que hace que ciertos niños en los que concurren estos factores de riesgo no lleguen, sin embargo, a convertirse en delincuentes? Esta situación paradójica se conoce bajo la denominación de “resistencia” (resiliency) (Bloom, 1996; Garrido y López, 1997; Garrido, Stangeland y Redondo, 1999).
Como señalan Garrido y López (1995, p. 242; 1997, p. 93), “todo parece apuntar a la existencia de una serie de factores individuales y ambientales que funcionan como protectores reales ante la existencia de eventos severos y acumulativos, y situaciones estresantes de vida”. Estos factores protectores se refieren a las influencias que pueden suprimir o mitigar el efecto de los factores de riesgo incrementando la resistencia (Kazdin y Buela- Casal, 2001).
En esta línea, Bloom (1996) sostiene que la prevención primaria puede definirse como “las acciones planeadas que buscan prevenir un problema predecible, proteger un estado de salud o un funcionamiento saludable ya existente y promover algún objetivo de salud deseable” (pp. 95-96). Así, la prevención primaria implica esos tres elementos –prevención, protección y promoción– dentro de una perspectiva sistémica donde cada elemento afecta y es, a su vez, afectado por los otros (p. 96).
Para reforzar su teoría, Bloom (1998) propone el término juvenile rightency como un concepto opuesto al de delincuencia juvenil, pero entendido no como la mera ausencia de comportamientos negativos o antisociales, sino como un concepto general en el sentido de comportamientos sociales positivos (p. 257). Según su modelo de prevención, para lograr la corrección juvenil o prevenir la delincuencia juvenil hay que considerar una serie de factores (individuales; grupales (grupos primarios y secundarios); sociales y culturales; y físicos y ambientales) que interactúan entre sí (p. 260).
V. FACTORES DE RIESGO Y FACTORES PROTECTORES
Una eficaz estrategia de prevención de comportamientos antisociales en los adolescentes parte de identificar los factores de riesgo que influyen en esos comportamientos. Pero a su vez, al comprobarse que existen también unos factores protectores que impiden a algunos jóvenes y adolescentes tener comportamientos antisociales, pese a encontrarse en claras situaciones de riesgo, el fortalecer o potenciar estos factores protectores tendrá también importancia para reducir la delincuencia juvenil.
Los factores protectores se pueden encuadrar siguiendo a Howell (1997) en tres grupos: factores protectores individuales donde se incluyen, entre otros, género femenino, alta inteligencia, habilidades sociales, locus de control interno (Garrido y López, 1995), o temperamento resistente; vínculos sociales que incluye afectividad, apoyo emocional o buenas relaciones familiares; y creencias saludables y sólidos modelos de comportamiento, donde se mencionan aprendizaje de normas y valores sólidos, compromiso con valores morales y sociales o buenos modelos de referencia.
Los modelos o estrategias de prevención pueden sustentarse en ambos modelos teóricos. O bien, intentar eliminar o disminuir los factores de riesgo, o bien incrementar y potenciar los factores protectores. Si los factores de riesgo pueden ser disminuidos y los factores protectores incrementados por una acción preventiva, entonces las probabilidades de reducir la delincuencia y la violencia juvenil aumentan (Howell, 1997; Hawkins et al., 2000).
VI. PROGRAMAS DE PREVENCIÓN
Pese a ser las teorías del desarrollo de la delincuencia comparativamente recientes, existen en la actualidad varios programas preventivos que pueden ofrecer explicaciones satisfactorias a las hipótesis planteadas desde el marco teórico. Así, podemos mencionar algunos programas de prevención de la delincuencia, y también otros, que sin ser éste su objetivo principal intentan prevenir o fomentar determinados comportamientos considerados como factores de riesgo de comportamientos delincuenciales, intentando de esta manera prevenir trastornos de comportamiento o comportamientos antisociales en la infancia, prevenir déficits cognitivos, una inadecuada educación paterna o prevenir el consumo de drogas. Veamos brevemente estos últimos, para centrarnos, a continuación, en los programas de prevención dirigidos directamente a la delincuencia juvenil.
1. Programas de prevención de conductas asociadas a la delincuencia
Dos son, principalmente, los tipos de programas propuestos para prevenir comportamientos problemáticos durante la infancia, considerados como precursores de conductas delictivas. El primer tipo se dirige expresamente a los niños, mientras que el segundo va dirigido a mejorar conductas y actitudes de los padres. Un tercer tipo, quizás el más efectivo, 16 se dirige a ambos (padres e hijos) en conjunto. (17)
A) Técnicas de entrenamiento cognitivo (Cognitive Skills Training)
Las propuestas de entrenamiento cognitivo asumen que los comportamientos agresivos y antisociales de los delincuentes juveniles se deben a una falta de entrenamiento cognitivo e interpersonal para manejar cambios en situaciones familiares, escolares y de amistad. En consecuencia, estos programas preventivos ofrecen estrategias y habilidades para mejorar la resolución de problemas, razonamiento, autocontrol y relaciones interpersonales (Borduin y Schaeffer, 1998, Kazdin y Buela-Casal, 2001).
The Interpersonal Cognitive Problem Solving (ICPS) pretende solucionar una serie de problemas interpersonales cuyo fundamento descansa en la relación existente entre determinados déficits cognitivos y comportamientos agresivos y delincuentes (Garrido y López, 1995). Los niños sobre los que se interviene se vuelven menos agresivos, más sociables y más capaces para resolver problemas (Wasserman et al., 2000). Otro programa cognitivo-conductual es el Social-Problem-Solving Programs (SPSs), que intenta que el niño aprenda a solucionar sus problemas proporcionándole una variedad de recursos y técnicas para transformar esas carencias cognitivas en habilidades sociales (Garrido y López, 1995; Vázquez, 2003).
B) Programas de entrenamiento familiar
La familia es la principal responsable de inculcar valores morales y normas de comportamiento prosociales a los niños. Cuando la familia no acepta o declina su responsabilidad, los niños tendrán un mayor riesgo de desarrollar comportamientos antisociales. Estos programas se proponen cambiar aquellos déficits familiares que mayor influencia desarrollan en comportamientos antisociales y delictivos.
Existen muchos y diferentes tipos de programas de entrenamiento familiar, dirigidos a diferentes tipos de familias y a diferentes problemas familiares (familias adoptivas, biológicas, uniparentales, de inmigrantes, con miembros envueltos en actividades criminales, etc.) (Kumpfer y Alvarado, 1998). Los más efectivos en la prevención de la delincuencia, consumo de drogas y fracaso escolar son aquellos programas complejos y multicomprensivos que intervienen tempranamente en los comportamientos problemáticos de los jóvenes, aunque los resultados difieren según el tipo de programa de intervención familiar utilizado.
Tres tipos de programas aparecen como los más efectivos en reducir los factores de riesgo e incrementar los factores protectores dentro del ámbito familiar (Kumpfer y Alvarado, 1998): Behavioral Parent Training, Family Therapy Interventions y Family Skills Training (al ser este último modelo un programa comprensivo dirigido a la familia en su conjunto, lo examinaremos independientemente en el epígrafe C).
El entrenamiento del comportamiento de los padres (Behavioral Parent Training) pretende que los padres aprendan a utilizar técnicas efectivas de disciplina y que ignoren comportamientos egoístas, testarudos o chantajistas de los niños.
Las intervenciónes de terapia familiar (Family Therapy Interventions) se utilizan preferentemente con familias en las que preadolescentes y adolescentes manifiestan, a menudo, comportamientos problemáticos (Kumpfer y Alvarado, 1998). Es un modelo de tratamiento familiar diseñado para comprometer y motivar a estos jóvenes y a sus familias a que cambien su comunicación, relación y resuelvan sus problemas (Muller y Mihalic, 1999).(18) Como ejemplos de estos programas podemos citar Functional Family Therapy (Alexander y Parsons, 1982), (19) Structural Family Therapy (Szapocznik, Scopetta y King, 1978) y el Multisystemic Therapy (Borduin et al., 1994).
Estos dos tipos de programas (Family Therapy y Parent Training) obtienen según Tremblay y Craig (1995) resultados positivos al reducir factores de riesgo asociados a la delincuencia como agresión e hiperactividad.
C) Programas centrados en la familia (Family Focused Programs)
Las técnicas de entrenamiento familiar son intervenciones comprehensivas, que se dirigen a la familia en conjunto (padres e hijos), que se han demostrado más efectivas que aquellas dirigidas sólo a los padres o a los hijos (Kumpfer y Alvarado, 1998). Se incluyen aquí intervenciones de tipo de Strengthening Families Programs (SFP) y Family Effectiveness Training (FET).
The Strengthening Families Program (SFP) fue diseñado originalmente por Kumpfer y su equipo como un programa dirigido a reducir los factores de riesgo de consumo de alcohol y drogas por los niños. Al sugerir este modelo que al ambiente familiar es un factor importante para evitar el consumo de alcohol y otras drogas por los niños, la intervención combinaba tres componentes (entrenamiento de padres, entrenamiento de los niños y entrenamiento familiar) (Kumpfer y Tait, 2000).
El programa se desarrolla en 14 sesiones de dos horas de duración en semanas consecutivas. Tiene dos versiones, SFP para niños de la escuela elemental (6-12 años) y sus familias y SFP para padres y niños de 10 a 14 años (una adaptación del programa original, para reducir el consumo de drogas y otros comportamientos problemáticos de adolescentes) (Molgaard, et al., 2000). Cada versión incluye entrenamiento independiente para niños y padres y, conjunto, para toda la familia (Kumpfer y Tait, 2000).
2. Programas de prevención de la delincuencia juvenil
Como la niñez, adolescencia y juventud son etapas del desarrollo físico, psicológico y social de las personas, dentro de un proceso evolutivo del niño hacia la madurez (vid. Vázquez, 2003), los programas de prevención (primaria y secundaria) de la delincuencia juvenil pueden diferenciarse al ser realizados con sujetos de diferentes edades al comienzo de la intervención, distinguiéndose tres grandes grupos: la prevención de la delincuencia con niños de edad preescolar, con niños en edad escolar, y con adolescentes. A su vez, estos programas pueden tener un enfoque universal, selectivo o individual, según se dirijan a una población entera de niños, a niños en situaciones de alto riesgo o a niños que muestran claros signos de comportamientos antisociales o delincuentes, respectivamente. (20).
Ante la cantidad, variedad y diversidad de programas de prevención de la delincuencia juvenil, vamos a realizar un breve estudio de algunos programas que han demostrado su efectividad en la reducción de comportamientos violentos, agresivos y delincuenciales, en la infancia y adolescencia, cumpliendo en todos los casos con los criterios científicos es tablecidos por The Center for the Study and Prevention of Violence (CSPV), de la Universidad de Colorado, en Boulder, (Muller y Mihalic, 1999; Mihalic et al., 2001) para seleccionar aquellos programas que han demostrado su efectividad y resultados en el cumplimiento de sus objetivos, bajo criterios estrictamente científicos. (21).
Esta selección incluye cuatro criterios: 1. Un diseño experimental o cuasiexperimental que incluya una asignación aleatoria a un grupo de control. 2. Evidencia estadística significativa de efectos disuasorios en delincuencia, uso de drogas y/o comportamientos violentos o agresivos. 3. Réplica, con efectividad demostrada, en al menos un lugar adicional. 4. Evidencia de que los efectos disuasorios se mantienen durante al menos un año tras la finalización del programa.
A) Programas de prevención con niños de edad preescolar
La cantidad y variedad de programas realizados hace difícil la realización de un estudio global de los mismos, ya que difieren en sus objetivos (Gilliam y Zigler, 2001), varían significativamente en aspectos como estructura, accesibilidad, duración, número de alumnos, etc., y utilizan una metodología y unos programas de evaluación diferentes, lo que produce importantes efectos en la interpretación y validez de los resultados. (22.
)
Por ejemplo, pocos de estos programas han sido evaluados y verificados longitudinalmente debido, en parte, a su costo y dificultad (Wasserman, Miller y Cothern, 2000), por lo que sus resultados respecto a la prevención de la delincuencia no pueden ser comprobados y verificados. Otros programas no utilizan grupos de control (estudios cuasiexperimentales), por lo que estos estudios sin grupo de comparación aparecen gravemente limitados metodológicamente (Gilliam y Zigler, 2001), en relación con estudios experimentales, que realizan una asignación aleatoria de los niños y sus familias, al grupo del programa y al grupo de control (Schweinhart, 2001).
Pese a estos inconvenientes y límites, es preciso reconocer que algunos de los objetivos de estos programas desarrollados con niños de edad preescolar se dirigen a modificar factores de riesgo individuales y familiares reconocidos como precursores de comportamientos antisociales. Diversos autores (Greenwood, 1999; Parks, 2000; Wasserman et al., 2000) sostienen que una pronta intervención mediante estos programas puede ayudar a prevenir comportamientos antisociales.
The High/Scope Perry Preschool Project
La importancia de este programa de prevención secundaria reside, independientemente de la consecución o no de sus objetivos –que más adelante comentaremos–, en que ha sido objeto de un seguimiento longitudinal, durante más de 40 años, lo que hace sumamente interesantes sus resultados.
Descripción y metodología del proyecto
The High/Scope Perry Preschool Project es el centro de un estudio longitudinal, comenzado en 1962 y todavía en curso, sobre 123 niños afroamericanos de alto riesgo, residentes en la localidad de Ypsilanti, Michigan. La elección de estos niños se basó en que cumplieran los siguientes parámetros (Parks, 2000; Schweinhart, 2003b): estatus socioeconómico bajo, bajo nivel de inteligencia,23 buen estado físico y alto riesgo de fracaso escolar (todos ellos considerados factores de alto riesgo asociados con un posterior comportamiento problemático o delincuencial).
Los 123 niños fueron divididos en dos grupos de acuerdo a su edad, inteligencia, género y estatus socioeconómico, intentando que no hubiera otras diferencias significativas entre ambos grupos. 58 niños de tres y 4 años fueron asignados al grupo del programa y los 65 restantes al grupo de control (Parks, 2000; Schweinhart, 2003a).
El proyecto consistía en una propuesta educativa de alta calidad basada en un modelo de aprendizaje activo que ponía especial hincapié en el desarrollo intelectual y social de los participantes (Schweinhart, 2003a). Los responsables del programa adoptaron un activo aprendizaje curricular, una baja proporción niño-educador y un programa de visitas a los domicilios familiares para comprometer a los padres en el proceso educativo. Además, los profesores fueron bien informados e instruidos, adecuadamente compensados y bien apoyados en sus tareas (Parks, 2000).
Para conseguir la mayor cantidad de datos posibles, los responsables del proyecto programaron recogidas de datos en diferentes fases: anualmente desde los 3, 4 años a los 11 años, y a la edad de 14, 15, 19 y 27 años. Recientemente (Parks, 2000; Schweinhart, 2003b) los investigadores han seguido recogiendo datos de los participantes en el programa, habiendo entrevistado a los participantes a la edad de 39 y 41 años.
Resultados
Pese a que como señala Parks (2000) inicialmente fue concebido el Proyecto Perry como una “intervención educativa” (p. 2), ha demostrado un significativo número de resultados positivos en otros ámbitos (Schweinhart, 2003a; Schweinhart, 2003b), fundamentalmente escolares, socioeconómicos y sociales, demostrando el grupo del programa más altos niveles de comportamiento prosocial, éxitos académicos, empleo, ingresos económicos y estabilidad familiar que el grupo de control.
Pese a los significativos resultados que parece que ha obtenido el programa en campos muy diversos, lo que aquí verdaderamente nos interesa es si se han conseguido también resultados positivos en el ámbito de la prevención de la delincuencia. Vamos a comprobar la situación en tres diferentes etapas: antes de los 19 años, a los 19 años y, por último, a los 27 años.
Primera etapa. Según datos oficiales recogidos de estadísticas policiales y judiciales, se observa que los niveles de delincuencia juvenil (registrada) fueron significativamente más bajos en el grupo del programa que en el grupo de control, incluyendo menos detenciones y menos intervenciones de los tribunales juveniles. Así, encontramos que durante su minoría de edad sólo el 31% de los niños pertenecientes al programa fueros detenidos, comparados con el 51% de los pertenecientes al grupo de control (Parks, 2000).
Segunda etapa. Cuando los participantes en el programa alcanzaron los 19 años de edad, los investigadores encontraron significativas diferencias entre el grupo del programa y el de control. El grupo del programa tenía en conjunto menos arrestos que el grupo de control (un promedio de arrestos por persona de 1.3 contra 2.3), menos arrestos por delitos graves (promedio de 0.7 contra 2.0) y menos expedientes incoados ante los Tribunales juveniles (un promedio de expedientes por persona de 0.2 contra 0.4).
Para contrastar estos datos, los investigadores procedieron a comprobar la conducta antisocial de los participantes en la investigación mediante informes suministrados por los profesores y autoinformes de los propios jóvenes, demostrando las respuestas significativas diferencias entre ambos grupos, siempre favorables al grupo del programa: menos incidencias de peleas y otros comportamientos violentos; una menor incidencia en daños a la propiedad; y menos contactos con la policía (Parks, 2000).
Tercera etapa. A los 27 años, aparecieron también significativas diferencias entre los miembros del grupo del programa y los del grupo de control. El grupo de control experimentó más del doble de arrestos (4.0 contra el 1.8). El 36% del grupo de control fue responsable de 98 detenciones por delitos graves entre los 19 y los 27 años, mientras el 27% del grupo del programa fue responsable únicamente de 40 detenciones por delitos graves en el mismo período de tiempo. El 35% del grupo de control tuvo la consideración de delincuente habitual (24) en comparación con el 7% del grupo del programa. También, el 25% del grupo de control fue detenido por delitos relacionados con las drogas, contra el 7% del grupo del programa (Parks, 2000, pp. 2 y 3, fig. 1; Schweinhart, 2003b, p. 5).
A la vista de los resultados, se puede concluir señalando que el Programa Perry ha demostrado la validez de este modelo de prevención, y que merece la pena una intervención temprana que refuerce los factores protectores que reducen la delincuencia.
B) Programas de prevención con niños en edad escolar
The Seattle Social Development Project
El Seattle Social Development Project, basado en una intervención universal para niños de escuela elemental (Wasserman et al., 2000), es uno de los pocos programas que reporta una significativa reducción, a largo plazo, de comportamientos violentos y criminales.
Método
Este programa experimental comenzó en 1981 con niños de primer grado, pertenecientes a ocho escuelas públicas de Seattle. Dos escuelas fueron asignadas por completo al grupo de intervención (una) y al grupo de control (otra).
En la seis restantes escuelas las clases fueron asignadas aleatoriamente a uno u otro grupo. Posteriormente, se añadieron diez escuelas más como grupo de control. La intervención tuvo una duración de 4 años, realizando una recogida de datos en el momento anterior a la intervención, en 1981, y otra al final del período, en 1985. El grupo de la intervención se compuso de 199 sujetos (102 niños y 97 niñas), consistiendo el grupo de control en el resto de los niños que no habían recibido la intervención de primero a cuarto grado, más un grupo de estudiantes que se añadieron al proyecto al final del quinto grado, cuando el grupo se amplió para incluir diez escuelas más (N = 709; 365 niños y 344 niñas). (Tremblay y Craig, 1995).
El programa incluía actuaciones con los niños y sus familias. Para los primeros se desarrolló una intervención comprehensiva que incluía clases de dirección proactiva, enseñanza interactiva y aprendizaje cooperativo (Burns, Howell et al., 2003). En el primer grado se les añadió un programa de aprendizaje cognitivo en resolución de problemas. A las familias se les implantó, voluntariamente, dos diferentes tipos de programas de entrenamiento de padres, uno dirigido a identificar comportamientos apropiados e inapropiados y, otro dirigido a mejorar la comunicación entre padres e hijos (Tremblay y Craig, 1995).
Resultados
El grupo sobre el que recayó la intervención obtuvo resultados más favorables que el grupo de control al analizar las variables familiares, fundamentalmente en dirección familiar proactiva por parte de los padres, incremento de la comunicación e implicación familiar y mayor vinculación familiar.
Respecto de las variables escolares, los estudiantes del grupo de intervención percibían la escuela como más gratificante y obtuvieron un incremento en su vinculación escolar, aunque más bajas puntuaciones en el test de logros académicos que el grupo de control.
El resultado más significativo, desde nuestro ámbito de estudio, fue que la intervención reportó al grupo de estudiantes índices más bajos de consumo de alcohol y de iniciación a la delincuencia que el grupo de control (grupo de intervención = 45.5% delincuentes; grupo de control = 52.2% delincuentes) (Tremblay y Craig, 1995).
Además, según Hawkins et al. (1999) (25) los efectos del programa en el comportamiento antisocial de los niños se pudieron comprobar durante la intervención, inmediatamente despues de su finalización, y cuando los estudiantes cumplieron 18 años (6 años después del final de la intervención).
Es posible concluir señalando que el incremento de los vínculos familiares y escolares puede ejercer influencia en posteriores comportamientos problemáticos y delincuentes (Tremblay y Craig, 1995; Wasserman et al., 2000).
C) Programas de prevención con adolescentes
Es bastante frecuente que niños que han observado un comportamiento correcto durante la niñez exhiban serios comportamientos antisociales al comienzo de la adolescencia. En este momento, identificar a estos jóvenes es relativamente más fácil que durante la niñez, pero, por otro lado, esos comportamientos y actitudes están más fuertemente arraigados y son más resistentes a los cambios (Wasserman et al., 2000). Ante esta situación los programas de prevención de la delincuencia juvenil en la adolescencia tienden a abarcar ámbitos de actuación más amplios que los programas realizados a otras edades.
The Multisystemic Therapy (MST)
El MST es un programa intensivo, a corto plazo, realizado por terapeutas que se ha comprobado efectivo en la disminución de comportamientos antisociales de delincuentes juveniles violentos y crónicos (Muller y Mihalic, 1999).
El propósito principal de este programa es ayudar a los padres a hacer frente a los problemas de comportamiento de sus hijos; ayudar a los jóvenes con los problemas causados por su familia, amigos, la escuela y el barrio; y reducir o eliminar la necesidad de tener que llevar a cabo un programa de tratamiento fuera de su domicilio (Mihalic et al., 2001).
Método
El método de intervención incluye terapia de estrategia familiar, terapia familiar estructural, entrenamiento en el comportamiento de los padres y terapias de entrenamiento cognitivo. Comprende todos los ambientes en los que se desenvuelve el joven (Wasserman et al., 2000); así las intervenciones familiares buscan fomentar la capacidad de los padres para controlar y ejercer la disciplina con sus hijos; las intervenciones con el grupo de amigos separar a estos jóvenes de los grupos o pandillas conflictivos y ayudarles a relacionarse con compañeros que tengan un buen comportamiento; y las intervenciones escolares buscan aumentar la capacidad de los jóvenes para conseguir futuros éxitos laborales y profesionales. La duración media del tratamiento es de aproximadamente cuatro meses, en los que se incluyen aproximadamente 60 horas de contactos cara a cara entre el terapeuta y la familia (Mihalic et al., 2001).
Resultados
El MST ha demostrado que es un tratamiento efectivo para disminuir el comportamiento antisocial de los delincuentes juveniles más violentos y reincidentes. Así, Mihalic et al. (2001) señalan que la evaluación de estos programas ha revelado una reducción a largo plazo en el índice de reincidencia de un 25 a un 70%,26 manteniéndose estos resultados positivos al menos cuatro años después.
Otros programas que han conseguido resultados interesantes son el Programa PATHE y el Proyecto CARE. The Positive Action Through Holistic Education (PATHE) program es una amplia intervención escolar para estudiantes de la escuela secundaria. Según Catalano, Loeber y McKinney (1999) la evaluación de los estudiantes del programa PATHE aportó un significativo descenso en consumo de drogas y delincuencia, y menos castigos y expulsiones escolares que el grupo de control. Por su parte, los resultados del Proyecto CARE, un programa de intervención escolar realizado en Baltimore, ofrecieron un significativo descenso en delincuencia, dos años después de su finalización (Catalano, Loeber y McKinney, 1999).
D) The Social Development Strategy
La estrategia o el modelo del desarrollo social es una propuesta preventiva para reducir los factores de riesgo identificados e incrementar los factores protectores para proteger a los niños expuestos a situaciones de riesgo. La importancia de este programa reside en que, a diferencia de los anteriores, cubre todas las influencias significativas en el desarrollo del niño: la familia, la escuela, el grupo de amigos y la comunidad, llevando a cabo intervenciones en todos estos ámbitos.
Catalano y Hawkins (1996) organizan su modelo de desarrollo social en cuatro períodos: preescolar, escuela primaria, escuela secundaria e instituto. En cada etapa, el comportamiento de los jóvenes viene determinado en gran parte por la preponderancia de influencias prosociales o antisociales.
El proceso de desarrollo social comienza en la etapa preescolar (hasta los 4 años), donde la familia aparece como la unidad de socialización de primaria importancia. Durante el período de escuela elemental o primaria (4-12 años), la escuela se une a la familia como un importante medio de socialización. En la escuela secundaria (12-14 años), la influencia de los amigos se incrementa como modelo de socialización. Al tiempo de empezar el instituto (a partir de 14 años) muchos de los factores de riesgo y protectores de la delincuencia y el consumo de drogas ya se han establecido. Durante este último período, lo que se pretende únicamente es el refuerzo de estos factores relacionados con el mantenimiento de comportamientos prosociales o antisociales (Howell, 1997).
Aunque todavía es pronto para evaluar los resultados de este programa de prevención de la delincuencia, al haberse demostrado que una pronta intervención (con niños y su entorno) resulta efectiva (Tremblay y Craig, 1995), este modelo de prevención puede dar buenos resultados, otorgando validez a la siguiente afirmación de Tonry y Farrington (1995): “Developmental prevention is the new frontier of crime prevention efforts” (p. 10).
NOTAS
1 Vid., entre otras, las investigaciones realizadas por the OJJDP’s Study Group on Very Young Offenders o la investigación llevada a cabo por Farrington en The Cambridge Study in Delinquent Development.
2 La traducción del término development plantea ciertas dificultades a la doctrina criminológica española, de ahí que no se haya realizado una traducción uniforme; así Garrido y López (1995) se inclinan por traducirlo como “desarrollo” al hablar de las teorías del desarrollo social (p. 293), mientras que Barberet (1999) prefiere utilizar el término “evolutivo”, cuando hace referencia a la criminología evolutiva (p. 54).
3 Véase Feld (1999, pp. 306-310).
4 Citado por Eddy y Swanson (1998).
5 Hirschi y Gottfredson (1994, pp. 2 y 256) definen el autocontrol como “el rasgo individual que explica las variaciones en la probabilidad de ser atraídos por actos (en los que el autor ignora las consecuencias negativas a largo plazo)”.
6 Con posterioridad Farrington (1992, p. 140) procedió a una mejora de su teoría al incorporar las ideas de la teoría del etiquetado de Lemert (1972).
7 Los aspectos más esenciales de la teoría de Farrington aparecen extractados en Garrido, Stangeland y Redondo (1999, pp. 409-412) y en Vázquez (2003, pp. 112-114).
8 El bullying es una forma de violencia que suele ocurrir en el colegio y en sus alrededores. Bajo este término se engloban tres formas de violencia (Vázquez, 2003): física (mediante golpes, patadas, empujones, escupitajos, etc.), verbal (mediante pullas, insultos, menosprecios, amenazas, etc.), y psicológica (divulgando rumores falsos, intimidando, extorsionando, excluyendo socialmente a alguien, etc.).
9 Vid. OJJDP (2002), Annual Report 2000.
10 Diego (2001) menciona una serie de factores criminógenos activos de tipo social, distinguiendo factores que predisponen (el medio socioeconómico y la familia), factores que precipitan (la escuela y la ocupación del tiempo libre) y factores que arrojan (influencia de los amigos y compromiso con otras formas de conducta delictiva). Junto a ellos, existen unos factores de personalidad (déficits psicológicos) que desencadenan y sostienen la conducta delincuente de los adolescentes.
11 Además de los citados estudios e investigaciones empíricas, en un trabajo de Goldstein (1990), al ser preguntados una serie de delincuentes condenados por las causas que les llevaron al delito, mencionaron un mayor número de veces la familia, seguido de las influencias de los amigos y las drogas, además de la escuela y aspectos comunitarios como la pobreza (citado por Seydlitz y Jenkins, 1998, pp. 53 y 54).
12 Un análisis más detallado de los diferentes factores que se estima que influyen en el delito y/o en el delincuente, puede verse en Vázquez (2003, pp. 121-168).
13 En este sentido, Zimring (1998) va más allá al incluir en la imputabilidad de los menores, junto a la capacidad de comprensión y la capacidad de obrar (entendida como fuerza de voluntad para controlar los impulsos), un tercer elemento consistente en “la capacidad para resistir la presión del grupo de amigos” (p. 78), al entender que es una habilidad social que no está plenamente desarrollada en muchos adolescentes.
14 Pese a que la relación entre delincuencia y consumo de drogas es estadísticamente significativa, a tenor de los resultados aparecidos en los estudios llevados a cabo en Denver, Pittsburgh y Rochester, conviene precisar esta afirmación. En primer lugar, la relación delincuencia-drogas varía según el lugar y el género. En segundo lugar, aunque la relación es fuerte, no se puede asumir que la mayoría de los delincuentes sean consumidores habituales de drogas, ya que de hecho la mayoría de los delincuentes habituales no consumen drogas. En tercer lugar, la naturaleza causal de la relación delincuencia-drogas no está clara. En este sentido, se ha argumentado que las drogas llevan a la delincuencia, que la delincuencia conduce al consumo de drogas, que es una relación falsa o que es recíproca (Huizinga, Loeber, Thornberry y Cothern, 2000).
15 Citado por Wasserman et al. (2003, p. 8).
16 Sobre esta cuestión sumamente debatida como es la preferencia por uno u otro tipo de programas, véase Kumpfer y Alvarado (1998).
17 Una breve exposición y unas interesantes consideraciones sobre la evaluación de estos programas, puede consultarse en Kazdin y Buela-Casal (2001, pp. 103-113).
18 Por término medio, estos programas se realizan en 12 sesiones de una hora de duración, durante tres meses, aunque los casos más difíciles pueden alcanzar las 26 o 30 horas. (Mihalic et al., 2001).
19 El FFT realiza el tratamiento en tres fases: la primera busca el compromiso y participación de los jóvenes y su familia. La segunda fase desarrolla e implementa un plan para cambiar el comportamiento a largo plazo. La tercera fase mantiene los cambios y previene recaídas (Mihalic et al., 2001).
20 La lista de técnicas de tratamiento existentes para prevenir la conducta antisocial es muy extensa. Un cuadro explicativo en el que se menciona expresamente el tipo de tratamiento, el foco de atención y el proceso principal, según estén centrados en el niño, en la familia y en la comunidad, puede verse en Kazdin y Buela-Casal, (2001, pp. 97-103 y tabla 4.1).
21 Otro método para evaluar los programas de prevención puede verse en Sherman et al. (1998), donde desarrollan The Maryland Scale of Scientific Methods, elaborado por el Departamento de Criminología y Justicia Criminal de la Universidad de Maryland.
22 Un metaanálisis sobre programas de educación preescolar realizado por Gilliam y Zigler (2001) les lleva a afirmar que en 1998 sólo 13 de los 33 programas preescolares estatales en curso han completado una evaluación formal del impacto de los programas y sus resultados.
23 El Programa utilizó el Stanford-Binet Intelligence Test (Terman y Merrill, 1960) para evaluar el nivel de inteligencia de los niños, siendo seleccionados para el estudio aquellos cuyo coeficiente intelectual estuviera comprendido en la escala de 70 a 85 (Schweinhart, 2003b).
24 Aquellos que hubieran sido detenidos en cinco o más ocasiones. Parks (2000, p. 2).
25 Citado por Burns, Howell et al. (2003).
26 Wasserman et al. (2000), corroboran estos datos, señalando además los mejores resultados de este programa en comparación con otros basados en una terapia individual (p. 8).
Predictores de la delincuencia por grupos de edades. Ranking a la edad de 6 a 11 años y a la edad de 12 a 14 años de factores predictores de delincuencia juvenil crónica a la edad de 15 a 25 años.
Predictores a la edad de 6 a 11 años Predictores a la edad de 12 a 14 años
Delincuencia en general (38) Falta de vínculos sociales (39)
Consumo de drogas (30) Amigos antisociales (37)
Grupo 2
Género (masculino) (26) Delincuencia en general (26)
Estatus socioeconómico familiar (24)
Padres antisociales (23)
Grupo 3
Agresividad (21) Agresividad (19)
Etnia (20) Rendimiento/actitud escolar (19)
Condiciones psicológicas (19)
Relaciones padres e hijos (19)
Género (masculino) (19)
Violencia física (18)
Grupo 4
Condiciones psicológicas (15) Padres antisociales (16)
Relaciones padres e hijos (15) Delitos contra las personas (14)
Vínculos sociales (15) Comportamientos problemáticos (12)
Comportamientos problemáticos (13) Coeficiente intelectual (11)
Rendimiento/actitud escolar (13)
Características físico/médicas (13)
Coeficiente intelectual (12)
Otras características familiares (12)
Grupo 5
Hogares rotos (09) Hogares rotos (10)
Abusos paternos (07) Estatus socioeconómico familiar (10)
Amigos antisociales (04) Abusos paternos (09)
Otros rasgos familiares (08)
Consumo de drogas (06)
Etnia (04)
Nota: el valor entre paréntesis representa el promedio de la correlación entre el factor predictor y el resultado, según datos obtenidos mediante un metaanálisis estadístico.
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