RESUMEN
El presente trabajo aborda la problemática de la relación padres-hijos en el momento de la crisis de la adolescencia, presentando los resultados de investigaciones sobre el tema que muestran cómo padres y adolescentes vivencian esta etapa del ciclo vital de la familia. Frecuentemente se piensa en la familia en términos idílicos, escenario social en que sólo se vivencia, lo bueno, "lo bello": En otras ocasiones se asevera la "muerte" o la "crisis" de la familia. Estas afirmaciones absolutas no permiten apreciar lo que realmente está aconteciendo a lo interno de la familia. Aceptemos que no es un remanso de paz, sino un espacio en el que se suceden conflictos entre sus miembros. Sin embargo, en estos años finiseculares se han debilitado tanto sus funciones que han aparecido cuestionamientos sobre su identidad y su existencia.
Es cierto que se operan cambios en la sociedad de hoy, que conmocionan a la institución familiar, y que originan consecuentemente, modificaciones en su estructura, en su dinámica y en su funcionamiento.
Si se dibujaba a la familia de la modernidad como "fuertemente endo-gámica-centrípeta; monógama con enlaces perdurables; . cuyo proyecto vital era la procreación; con roles y funciones claramente definidas; en el que el pasaje de la dependencia a la independencia era el más común de los conflictos familiares . actualmente los enlaces matrimóniales son cada vez menos perdurables; los roles y funciones son más fácilmente intercambiables y no están tan rígidamente establecidos; en el proyecto vital de las parejas no siempre pasa por tener dependencia y la realización de los intereses personales prima por sobre el mantenimiento de los lazos familiares; una inversión del "espejo generacional", los adultos toman como modelo a los adolescentes ; un aumento del número de hogares uniparentales y unipersonales, la sobre carga para el progenitor en custodia de los hijos y estos que deben contener y ayudar a los adultos; la familia de la postmodernidad es "centrífuga" el desprendimiento, prematuro de los hijos, en especial del adolescente, que a menudo se encuentra creciendo solo porque no quiere compartir el hogar de su madre, o con los hijos de su padre. "(Sambicini, M. 1996)".
Ante este cuadro se afirma que la postmodernidad al caracterizarse por el cuestionamiento de los discursos legitimadores construidos por la modernidad, la familia pierde su lugar en la socialización de los hijos.
A pesar de aceptar los cambios, los desplazamientos en la significación de los mediadores de socialización, la familia sigue emergiendo como el ámbito por excelencia en el que se inicia y construye la subjetividad, sin obviar, la influencia de otros espacios sociales.
Al considerar la relación indiscutible entre familia y sociedad se concuerda en que las transformaciones operadas en el plano social han tenido un impacto en la institución familiar.
Desde una perspectiva histórica se observa que las relaciones sociales se han ido democratizando paulatinamente, cuya traducción en el contexto familiar se expresa entre otros en ¡os cambios en los patrones de control de los padres sobre los hijos en los que han aparecido estilos de crianza más flexibles, menos autocráticos, manifestándose una tendencia al predominio de estos que no supone la desaparición de patrones con predominio de autoritarismo sino que coexisten, aunque estos últimos en una presencia menor en las familias, no obstante, la humanidad aún está asistiendo a actos de violencia familiar con los hijos sobre todo en familias de recursos económicos escasos sin negar que en algunos países desarrollados este fenómeno ha tomado dimensiones tales que han requerido la creación de organizaciones sociales que defiendan los derechos del niño.
Al mirar hacia el futuro de estas relaciones cabe preguntarse ¿pierden los padres su rol de orientar, guiar, dirigir a sus hijos definitivamente?
La transmisión de la experiencia histórico-cultural de la que son portadores los padres desde sus historias personales son un caudal de conocimientos, costumbres, normas, tradiciones y valores necesarios para el desarrollo pleno de los hijos que las generaciones futuras no pueden perderse porque los padres son verdaderos agentes socializadores en los que se conjuga el infinito amor que sienten por sus hijos, la aspiración de que se conviertan en personas sanas, fuertes, felices y el manantial de conocimientos del que pueden beber hasta saciar la sed.
En las últimas décadas se observa un cambio en los patrones de diferenciación de roles parentales. La creciente inserción laboral y social de la mujer, la independencia personal y social, las transformaciones en los preceptos asignados al rol paterno, la ubican en una posición social diferente en el seno familiar. En esas condiciones las madres han alcanzado mayor autoridad y los padres han asumido funciones de afecto y tareas domésticas consideradas propias del esteriotipo tradicional del rol madre.
¿En qué se traducen estos cambios en la familia en el desarrollo de los adolescentes?
En los distintos momentos por los que transita la familia, aquel en el que entra en la edad adolescente uno de los hijos marca un hito en la relación con los padres y consiguientemente, en la dinámica de todos sus miembros.
Diversos pueden ser los ejemplos que muestren lo señalado anteriormente.
En la actualidad la adolescencia es un período más prolongado por diversas razones: Por una parte, las personas maduran hoy más temprano que hace un siglo, es decir que existe una tendencia secular en el crecimiento y la maduración, en la que ha influido un nivel de vida más alto, sin embargo, en tiempos de crisis económica a menudo se invierte la tendencia secular (Papalia, 1990). Otra razón es sociológica. La sociedad es cada vez más compleja, demanda de mayor calificación, de una preparación especializada para asimilar la introducción de los avances de la ciencia y la técnica en todos los sectores, eso trae aparejado una dependencia económica más prolongada de los padres.
Es conocida la posición intermedia que ocupa el adolescente que lo conduce a situaciones contradictorias. Unas veces es considerado como adulto exigiéndosele responsabilidad, mientras que en otros se le percibe como incapaz de tomar decisiones limitándose su independencia.
El adolescente transita por una nueva situación social del desarrollo. Las demandas ya no son las mismas, se le exigirá mayor autonomía en el trabajo escolar y en la familia mayor responsabilidad. Este período de cierta ambiguedad, poca definición de lo que se espera en diferentes situaciones puede estar asociada a dificultades psicológicas. Así la expectativa de los padres de un adolescente es que sea obediente, en tanto que con sus coetáneos ha de manifestarse con independencia, iniciativa. Asimismo, el adolescente puede vivenciar como un conflicto el disfrutar de cierta independencia familiar y al mismo tiempo, mantenerse "atado" en otras esferas.
Bandura (1964) en sus investigaciones encontró que la calidad de la relación entre adolescente y padre como tendencia era buena y que la denominación de adolescencia "tempestuosa" con frecuencia era una profecía de autocumplimiento.
Si una sociedad rotura a sus adolescentes como "teenagers" y espera que sean rebeldes, impredecibles, desaliñados e incultos en su comportamiento, y si tal imagen se refuerza en forma repetida a través de los medios masivos de comunicación ; dichas expectativas culturales pueden muy bien forzar a los adolescentes a desempeñar el papel de rebeldes. En esta forma, una falsa expectativa puede servir para instigar y mantener ciertos papeles, de conducta, a la vez que se refuerza entonces la creencia originalmente falsa".
Si bien no compartimos el criterios de que las expectativas que se tienen del otro se cumplan automáticamente, porque hay que atender a la propia subjetividad del individuo y a los sistemas de actividad y comunicación en los que está inmerso y consiguientemente, a la madeja de relaciones que se establecen en los distintos escenarios sociales en los que participa, tampoco negamos la incidencia de las expectativas, sobre todo de los "otros significativos", que como agentes socializadores influyen en la autoestima del adolescente.
En investigaciones realizadas sobre las expectativas de padres y adolescentes (Ibarra, L. 1993) se refiere que los padres tienden a expectativas demasiado altas o diferentes a las de los adolescentes. Al comparar las expectativas mutuas entre padres y adolescentes se ha constatado la no correspondencia entre el modelo que cada uno posee del otro, muestra de ello se observa en respuestas tales como:
En estos grupos de padres y adolescentes se estudió cómo evaluaban la calidad de las relaciones entre ellos. En los hijos el 60% consideraron buenas las relaciones con sus progenitores; el 20% de regulares y el 10% de malas y el resto (10%) no sabía cómo definirlas. Al indagar qué sería necesario para mejorar las respuestas los adolescentes coinciden (independientemente de la valoración global de B, R, M, expresada antes) en que los cambios deben provenir de los padres, reflejando el tipo de padre que aspiran, que incluye algunas de las características señaladas anteriormente. En cuanto a los padres los resultados apuntan a que el 70% valora de buenas sus relaciones con su hijo, el 20% y el 5% las conciben de regulares y malas respectivamente. De forma similar a lo ocurrido con sus hijos depositan en el otro las posibilidades de alcanzar relaciones más funcionales aun en los casos que conciban de buenos los vínculos que los unen.
Es interesante cómo aún en los sujetos (padre/hijo) que afirman que las relaciones son BUENAS manifiestan insatisfacción en tanto el otro (hijo/padre) no responde a sus expectativas y demanden cambios que lo aproximen al ideal de hijo o de padre como una vía para una mayor proximidad familiar.
Esta red de relaciones que tienen el sesgo de las expectativas mutuas se incorpora a la complejidad de la estructura familiar por la presencia de otros parientes, abuelos, tíos u otros en la familia extensa. En este tipo de familia el adolescente puede ser objeto de demandas contradictorias, que obstaculicen la socialización por la carencia de patrones consistentes.
Por otra parte, si los adultos con los que cohabita son autoritarios sería un factor que no propiciaría la aparición de la necesidad de independencia y autonomía propia de la edad.
Resulta frecuente la rivalidad entre padres y adolescentes mas no necesariamente es un fenómeno abarcador de toda la vida. Generalmente se manifiesta una aceptación mutua padre e hijo. Estudios realizados (Ibarra, 1993; Eigner, 1989) revelan que Ios adolescentes de 13 a 15 años en su mayoría referían conocer, respetar y sentir gran afecto por sus progenitores, mientras una minoría no despreciable (25%) consideraban que no conocían realmente a sus padres.
La prolongación de la dependencia de los más jóvenes y la significación que han cobrado los grupos de pares están asociados a factores que disminuyen la influencia educativa de la familia, manifestándose una desviación entre lo aprendido a través del legado familiar y lo que requieren para asumir la posición de adulto.
La institución escolar supone una estancia prolongada de los adolescentes en la misma, lo que implica un mayor tiempo de interacción con los otros de su generación y reduce el intercambio intergeneracional.
Esto nos estará indicando que la integración al grupo de iguales se contrapone a la integración familiar?. Creemos que no. La relación no es de exclusión sino de complementación.
El sentimiento de integración resulta ser más fuerte que el sentimiento de integración al grupo aunque se observa una disminución con la edad.
Al preguntarle a los adolescentes a quiénes acudirían en caso de dificultades de índoles, personal, moral, material o sentimental la mayoría declaraba llamar a sus padres para los problemas morales y materiales y aunque se reportó un descenso en la frecuencia en que eran mencionados cuando se trataba de los problemas sentimentales seguía siendo elevado el índice de respuestas que señalaban a los progenitores. Los coetáneos son las personas más seleccionadas después de los padres sobre todo, si se refiere a tratar de problemas sentimentales y de manera particular, en el período comprendido entre los 16 y 18 años. (Rodríguez Tomé, 1990).
En situaciones conflictivas en las que la opinión de los iguales se oponía a la de los padres se encontró que los adolescentes se muestran inclinados a aceptar la unión de sus padres ante que la de sus pares, si el contexto demandaba de decisiones que tendrían implicaciones futuras. Empero, si las decisiones afectaban la posición actual y la necesidad de identidad de los adolescentes optaban por la opinión de sus pares. Esto nos hace suponer que los adolescentes consideran a sus iguales y sus progenitores como guías igualmente competente aunque en terrenos distintos.
Los adolescentes viven el conflicto entre su deseo de independizarse de los padres y el concientizar la forma en que dependen de ellos. Precisamente este hecho explica que frecuentemente los adolescentes rechacen los intentos de sus progenitores para orientarlos, guiarlos y conciben sus opiniones irrelevantes, anticuadas y los agreden de palabras. En su búsqueda de un nuevo sentido de identidad e igualdad, los adolescentes tienen que volver a pelear muchas de las batallas de años anteriores, aunque para hacerlo designen artificialmente a personas muy bien intencionadas para jugar el papel de adversarios.
Al parecer existe relación entre la autonomía que se le concede a los adolescentes y el vínculo con sus padres. Así en los adolescentes que respondían sentirse independientes en comparación con edades más tempranas del desarrollo reconocían mayor respeto por sus padres que en los hijos que no disfrutaban de suficiente libertad. Esto nos está indicando que las normas rígidas, los límites fijos y el no atender a los cambios que en ellos se habían operado genera conflicto en las relaciones interpersonales con sus progenitores a los que reclaman ser más flexibles y comprensivos ante sus necesidades crecientes de independencia, en contraposición con sus padres que expresaban inseguridad ante las posiciones que adoptaban o admitían lo necesario de llevar las riendas o si fuera preciso limitar a ese adolescente que según uno de los padres encuestado pareciera un "corcel desbocado" capaz de pasar por alto cualquier obstáculo que se interponga en su carrera por la vida.
Entre las variables del ambiente familiar que pueden influir en el desarrollo del adolescente están los estilos parentales a saber: democráticos, autoritario y permisivo.
Los investigadores concuerdan en que el estilo parental preferido por el adolescente es el democrático. Este tipo de control de los padres propicia en los hijos un comportamiento caracterizado por la seguridad, la confianza en sí mismo al ser estimulado a que regule sus actividades. La vivencia de ser aceptado por sus padres es un hecho psicológico de valor inestimable para la salud de las relaciones de los adolescentes con los adultos, en general y con los progenitores en particular. La posibilidad de ser consultado sobre las decisiones familiares, de no ser controlado excesivamente, ni de sentirse sobreexigido, ni ser objeto de castigo y regaños sistemáticos promueve en el adolescente la independencia y la responsabilidad que reclama y necesita para su desarrollo personal. (Lehalle, 1990).
Esto significa que los padres conforman modelos a imitar si se establecen los límites necesarios en la interacción, regida por reglas fáciles de observar a través de las conductas verbales y no verbales que marcan, que se permite y que se prohibe, sobre qué asuntos vitales se intercambia información o qué es censurable.
En el estilo parental democrático la puesta de límites se establece en correspondencia con las necesidades de los hijos y de los padres. El reconocer que los adultos también tienen necesidades que han de ser consideradas en la interacción, promueve pautas de relación sobre la base del respeto al otro, en las que no sólo se admiten sus gustos y sus deseos siendo menos probable que se formen hijos egocéntricos, demandantes, que consciente o inconscientemente manipulan la dinámica familiar viéndose plegados los padres a sus requerimientos. El ritmo de la vida moderna conduce a reducir los espacios de intercambio familiar. No se puede dejar solo a los encuentros espontáneos, cuando de manera intencional se propician estos, si se busca el tiempo para explicar las decisiones y constricciones y para la retroalimentación proveniente de los hijos en la adolescencia se enfrenta de forma constructiva la crisis del desarrollo por la que atraviesa el adolescente.
Si bien la relación entre los modelos de control de los padres y el tipo de efecto en la socialización de los adolescentes no es lineal, ni directa porque es preciso considerar otras influencias de la "situación social del desarrollo" al decir de L S. Vigotsky sí representa un factor significativo en su configuración psicológica.
En contraste con lo anterior, los hijos de padres permisivos que no encuentran obstáculos para la satisfacción de sus necesidades con la intención de evitarles conflictos diseñan una realidad inexistente transitando el niño por un camino trillado, sin escollos. El no ha aprendido a aceptar el NO, a enfrentar las dificultades ni ha vivido las experiencias necesarias en su socialización. Al arribar a !a adolescencia se manifiesta como un adolescente "difícil", en el que se expresa inmadurez, irresponsabilidad extrema, conductas antisociales e incontrolables con lo cual sus relaciones con los demás adultos son conflictuadas y consiguientemente el ambiente familiar es tenso.
La cuestión de la autoridad parental en la adolescencia no se puede plantear como una alternativa ¿se ejerce o no la autoridad? Los padres que ejercen un control rígido, deciden lo que debe hacer el adolescente, conforman, controlan y evalúan el comportamiento del hijo, pueden provocar que este último sienta que sus padres nunca están satisfechos con él por más que se esfuerce en alcanzar la meta ideal que le impone el adulto y ésta siempre aparece como inalcanzable.
Por otra parte, en las familias cuyas pautas son autoritarias, los hijos tienden a rebelarse contra ese estilo que no les da autonomía, ni independencia y que asumen, caracterizado por inestabilidad afectiva, respuestas muy explosivas y falta de respeto para tratar de reafirmarse y alcanzar por esas vías el espacio que como personas le niegan sus padres. Esta reacción del adolescente se asemeja a la que adoptan los hijos de padres paternalistas, esto se explica porque esta práctica de ejercer el control es una variante del autoritarismo con una envoltura que aparentemente es menos autocrítica, pero igualmente anula la individualidad del adolescente que es sustituido en todo momento por el adulto perfeccionista, que sabe lo que es bueno, correcto, justo, frente a un hijo dependiente, con poca confianza en sí mismo como resultado de un reforzamiento continuo, asumiendo incluso una conducta contraria a la que sienten o piensan para evitar el enfrentamiento con los padres, pero "por detrás" a "sus espaldas" se sienten libres y se comportan como realmente son. (Ibarra, 1992) Si estos padres tienen conocimientos del comportamiento de sus hijos y no responden a la percepción que tienen del mismo se sorprenden, no dan crédito a ello y les reclaman todo el esfuerzo invertido en su educación y la retribución que reciben al violar normas, valores y costumbres que pautaron su vida. Habría que reflexionar si los padres sabían lo que pensaban sus hijos de esas normas, cuál era el sentido personal que cobraba ese valor social, se creó un clima afectivo cálido en que uno y otro se sintieran cómodos al conversar de cualquier tema sin que mediaran estereotipos o tabúes que redujeran los contenidos de la conversación a la actividad de estudio, la disciplina, la salud y las necesidades materiales.
La asimilación de patrones comportamentales requiere de la identificación de los hijos con sus padres. En un inicio se presenta como imitación de la conducta del modelo y posteriormente la percepción mutua entre los interactuantes (mecanismos de la comunicación que están en la base de la educación) posibilita la efectividad de la interiorización de las normas. (Ibarra, 1995).
Investigaciones realizadas apuntan que al comparar los adolescentes de padres democráticos con adolescentes de padres autocráticos se constató una tendencia en los primeros a confiar en sus ideas y a ser independientes en la toma de decisiones, no así en los segundos. (Elder, 1990; Lehalle, 1990).
Asimismo, el contraste entre la percepción del amor y del control de los padres en adolescentes agresivos y en adaptados mostró que estos últimos describían a sus padres como personas que les prodigaban amor, ejercían control y se identificaban con ellos; los agresivos percibían como deficiente el amor que sus padres les prodigaban y no tendían a identificarse con ellos.
No obstante, la atención no hay que centrarla en la edad de los adolescentes, ya que estos tienen una experiencia y un aprendizaje social, en lo que se refiere a relaciones con los padres y a la interiorización de normas sociales a lo largo del proceso de crecimiento.
Una de las dificultades mayores que entraña la relación de los padres con los adolescentes, es la concientización de que no pueden "controlar" totalmente a sus hijos (menos cuando !ya son adolescentes!) Sin embargo esto no significa que renuncien al desempeño de la función educativa por lo imprescindible que resulta para la formación de esa generación joven. Mas sin percatarse los padres se enfrentan a los problemas de la adolescencia de sus hijos, para los cuales ni siempre están preparados y piensan en ella como parte de un futuro lejano que irrumpe sin darse cuenta que el hijo creció, que es el mismo y otro a la vez, que se les ha ido de las manos y que virtualmente no les pertenece.
Aprender a tolerar la eventual agresividad de su hijo, el distanciamiento afectivo aparente de los padres que lo reafirma ante el grupo, es señal de independencia aunque dependa económicamente de sus padres. Destacamos sólo aparente porque en la edad juvenil se produce un reencuentro con los padres (Allport, 1964) consideraba que alrededor de los 23 años es que la mayoría de las personas lograban una relación más madura y pueden entenderse con sus adultos.
Acerca del control de los padres (Clausen, 1996) observó la existencia de un límite óptimo acorde con la etapa del desarrollo de los hijos.
Si en edades tempranas del desarrollo de los niños se acepta el poder de los progenitores sin grandes conflictos, las transformaciones puberales y el desarrollo psicológico que alcanzan en la adolescencia generan en el adolescente la imagen de sí muy cercana al modelo adulto, por tanto es menos probable que el acatamiento de las normas se produzca sin réplicas, sin cuestionamientos de los juicios de los adultos.
Si esta actitud de enfrentamiento al adulto lo observamos en la adolescencia de forma más marcada o menos descubierta como propio del proceso del crecer y expresión de la necesidad de independencia y autonomía propio de esta edad ¿cuán convulsa pudiera manifestarse si contextualizamos este fenómeno en la sociedad de hoy, en la que los más jóvenes al tratar de encontrar sus valores se ven inmersos en un contexto social confuso, donde pugnan valores que se desmoronan unos y emergen otros? !qué difícil conducir la travesía adolescente en ese mar tan agitado que lo oriente a encontrarse a sí mismo! Es así que suelen ser hipercríticos, juzgan severamente a padres y profesores si constatan incongruencia entre las normas y valores profesados y la expresión comportamental que asumen los adultos.
Esto es el resultado del desarrollo intelectual que le posibilita formular principios, juicios de sí mismos y de los demás, propio del pensamiento operativo formal, aunque no reconozca los matices sino los puntos extremos de cualquier asunto y proponga diversas alternativas frente a las pautas de los padres.
Esta consideración apunta a la necesidad de imponer el poder de los adultos de manera limitada, a que las restricciones estén asociadas a la explicación y la comprensión, a crear un espacio para la discusión, en que expongan libremente sus criterios, aunque escuchen las opiniones de los padres requieren hallar sus propias respuestas, ser escuchadas y ser reconocidas.
En ocasiones, las instituciones sociales han perdido credibilidad para los padres. Esto pudiera ser un obstáculo en el proceso de socialización del adolescente que muestra indiferencia o una actitud irreverente ante lo que acontece en su entorno social y un comportamiento social no responsable (en algunos casos sólo para los padres).
Hoy presenciamos una mutación en los valores de los adultos respecto a la intimidad sexual premarital de sus hijos en contraste con generaciones anteriores, aunque no lo acepten totalmente.
Actualmente la severidad del castigo para la hija embarazada ha disminuido considerablemente es más común que la ayuden. Se admite la posibilidad que la pareja pase un fin de semana en la casa de alguno de los padres, cuestión que no hubiera sido permitida unas décadas atrás, ni la adolescente se hubiera dado licencia de solicitarlo por temor a ser rechazada.
No obstante, como etapa transicional todavía la comunicación entre padres e hijos acerca del sexo sigue siendo un problema. Entre los temas de los cuales se conversa entre ellos es poco frecuente que se incluya el sexo. En estudios realizados Ibarra, L. 1993) se encontró que los padres evaden el tema "esperando el momento oportuno" o "para no interesarlos en algo para lo cual aún no están preparados" y cuando se deciden a establecer un diálogo el discurso es en forma general sobre el sexo, sin relacionarlo con el propio adolescente.
Los más jóvenes refieren deseos de abrirse, sentirse cómodos al hablar de sexo con sus progenitores pera como estos no lo hacen con ellos creen que no podrán entenderlos por tener posiciones divergentes; por temor a ser desaprobados; por no ofenderlos o por su propio deseo de intimidad. (Hass, 1977).
Esto último indica una vez más la ambivalencia del adolescente. Expresan deseos de ser francos con sus padres sobre su comportamiento sexual a su vez; no les gusta ser interrogados y consideran que sus relaciones sexuales son un espacio de intimidad para compartirlo con los progenitores.
La comunicación padre e hijo acerca del sexo no escapa a lo que sucede con otros temas a tenor con la calidad del proceso interactivo entre el adulto y el adolescente.
La comunicación progenitor-hijo no debe esperar hasta la adolescencia. Debe comenzar tempranamente. Un sentimiento de confianza y apertura acerca de la sexualidad se generalizará a partir de una relación que se ha producido de tal forma con respecto a otras áreas de la vida.
Si ubicamos en el ciclo vital de la familia el momento en que los hijos arriban a la edad de la adolescencia generalmente coincide con la mitad de la vida de sus padres. Qué significa esto. Que en un mismo hogar coexisten dos etapas del desarrollo relacionada con crisis: La adolescencia y la mediana edad.
Al igual que lo perciben los adolescentes, sus padres cuando comienzan "la tarde de la vida" (Jung, 1990) se dan cuenta de que su cuerpo no es el mismo, aparecen arrugas en la que otrora fue una piel suave, el talle se ensancha, los músculos son flácidos, los cabellos grises, aparece el cansancio al realizar actividades que implican un esfuerzo físico que eran habituales y la proximidad de la menopausia y el climaterio con la carga cultural que tienen estos períodos biológicos para la mujer y el hombre respectivamente.
Dentro de la familia, las personas en la "flor de la vida" en ocasiones se sienten atrapadas entre generaciones. Los hijos adolescentes todavía dependientes de ellos, en un extremo y en el otro la responsabilidad de los padres en la adultez tardía que demanda también de su atención.
Aparejado a esta situación se produce una revaluación de si mismo y de su vida. Experimentan una reorientación temporal, se piensa más en el tiempo que les queda por vivir y se sienten ansiosos por poder hacer aquellas cosas que desean en los años que les queda y fantasean con lo que pudo haber sido. Es precisamente en este punto que deciden continuar en esa dirección o cambiar el curso de la vida, que puede implicar cambios de las aspiraciones profesionales más realistas o un giro de mayor significación que se traduce en un nuevo estilo de vida y plantearse ¿Qué deseo hacer con el resto de mi vida? ¿Hacia dónde iré? ¿Cuál es el significado de la vida? El ver a sus hijos en los umbrales de la edad adulta, ganando en independencia psicológica los hace percatarse de los años transcurridos y exclamar !ya casi eres un hombre . o una mujer! La paternidad del adolescente impone al enfrentarse a la realidad de aceptar a los hijos como son y no como los ha idealizado o esperaba que fueran. Esta "desilusión" ocurre según Levinson (1977) en la mitad de la vida. Los padres se dan cuenta del control limitado que ejercen en sus hijos, que ellos no representan modelos significativos a imitar de forma acrítica y del surgimiento de intereses y objetivos en los hijos que pueden ser divergentes a los de sus padres.
Indiscutiblemente este período comprende años difíciles para la familia. Resultados de investigaciones han arrojado que en la mediana edad el área más frecuente de conflicto en la pareja es la relacionada con la crianza de los hijos. (Lowenthal y Chirboga, 1992).
En este sentido numerosas familias han organizado la vida de este grupo en función de la crianza del hijo y en estos momentos la necesidad de desprendimiento que experimenta el adolescente enfrenta a los padres como pareja a una proximidad mutua que los perturba, porque el espacio de la pareja no existía ya que sólo han desempeñado los roles de padre y madre y necesitan prepararse para la salida del hijo del hogar, etapa en que el nido queda vacío, reaccionando de distinta manera, ya sea sobreprotegiendo al hijo; buscando intereses fuera del ámbito familiar para mantener el equilibrio del sistema; o reconociendo los cambios y admitiendo que se producen movimientos en la familia y que el tipo de relación con el hijo debe ser otra acorde con la nueva posición: ha dejado de ser un niño, ya es un adolescente y de repente será un adulto como ellos. Preparémonos para ese momento.
REFERENCIAS
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ROGER, C. (1982): Libertad y creatividad en la educación. Edit. Paidós, Barcelona. [ Links ]
SAMBISINI, M. (1996): Modernidad, Postmodernidad y Familia. VI Encuentro de Psicoanalistas y Psicólogos Marxistas. [ Links ]
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