sábado, 26 de junio de 2010

Trastorno de vinculación: Enfermad por falta de amor. U.Autonoma. Mexico


•Menores de cinco años con dificultad para establecer relaciones con familiares y amigos o, por el contrario, demasiado sociables con extraños, pueden padecer este problema originado por la carencia de atención y afecto.
La atención que recibe un ser humano durante los primeros meses de vida es fundamental para que sus relaciones afectivas puedan desarrollarse con normalidad. Lo anterior podría tomarse como una receta sin gran contenido, pero lo cierto es que una persona que no establece un lazo afectivo con los adultos con los que convive cotidianamente está en riesgo de aislarse de su entorno, o bien, de mostrarse indiscriminadamente sociable con propios y extraños.
El trastorno de vinculación reactiva corresponde a un padecimiento relativamente reciente que, no obstante, se encuentra definida desde hace algunos años en el DSM-IV, el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales de la Asociación Psiquiátrica de Estados Unidos, la herramienta base de la psiquiatría a nivel mundial.
De una manera formal, el DSM-IV explica que el trastorno citado debe manifestarse como tal antes de los cinco años de edad y que el niño debe responder a las siguientes características:
•Tipo Inhibido. Incapacidad persistente para iniciar la mayor parte de las interacciones sociales o responder a ellas de un modo apropiado. Se manifiesta por respuestas excesivamente inhibidas, hipervigilantes (alerta excesiva) o sumamente contradictorias. Un ejemplo de esta conducta es la del niño que puede responder a sus cuidadores con una mezcla de acercamiento, evitación y resistencia a ser consolado, o bien, a través de una vigilancia fría.
•Desinhibido. Existen vínculos difusos. Se hace evidente una sociabilidad indiscriminada con acusada incapacidad para manifestar vínculos selectivos apropiados (excesiva familiaridad con extraños o falta de selectividad en la elección de figuras de vinculación).
El médico psiquiatra Miguel Palomar Baena, coordinador de Educación e Investigación del Hospital Regional de Psiquiatría, Unidad Morelos, del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), habla para explicar los pormenores del trastorno de vinculación reactiva, “el cual tiene como característica principal la imposibilidad para que el niño establezca una vinculación con las figuras básicas: padre, madre o sustitutos de los mismos, es decir, adultos con quienes va a tener un apego y que le servirán de modelo para que forme su estructura de personalidad adecuadamente”.
Casi siempre se habla del vínculo afectivo entre el niño y sus padres, “pero son tantos lo cambios que ha experimentado la sociedad en los últimos tiempos que en ocasiones la relación se establece con la abuelita, una tía o incluso la empleada de la guardería. Sea como sea, este lazo afectivo debe establecerse a partir de los dos meses de edad, cuando el niño empieza a tener comunicación auditiva o visual con su cuidador y reconoce su cara y voz, así como sus diferentes tonos y la intención de las palabras.
“Desde un punto de vista neurobiológico, el niño está programado para integrarse al mundo a través de sus sentidos y el desarrollo del cerebro, pero el nexo afectivo que realice con su madre será fundamental para que esta labor se cumpla cabalmente”, dice el experto.
Los sujetos con esta patología, señala el médico egresado del Instituto Politécnico Nacional, pueden ser antisociales o sumamente inquietos. “Si hablamos de los inhibidos estaremos ante niños que tienden a aislarse de los demás y que tienen poca sociabilización; son, además, muy tensos y muy reactivos, pero son diferentes a los niños introvertidos, que son capaces de tener comunicación al momento de sentir confianza. Los niños con trastorno de vinculación no lo hacen”, establece.
En tanto, señala el también psiquiatra por la Universidad Nacional Autónoma de México, “los niños que se comportan en forma desinhibida pueden parecer normales y ser catalogados como ‘muy abiertos’ o ‘muy sociables’, pero hay que tomar en cuenta que a esta edad, de 1 ó 2 años, lo normal es que el infante establezca límites con los extraños y que una vez que sienta confianza se acerque o permita que lo abracen o lo toquen; en cambio, el desinhibido es este niño demasiado afectuoso o ‘pegajoso’ que puede abrazar a cualquier persona, lo que significa que no tiene predilección por nadie”.
Un chico normal, abunda el experto, siente agrado o desagrado por la gente y puede ser temeroso o suspicaz, es decir, establece una especie de filtro para saber a qué persona se acerca y a cuál no. “Un ejemplo claro de ello es que el niño, cuando están controlando esfínteres, le dicen a su propia madre que cierre la puerta del baño y no lo vea, es decir, pone límites, pero el que padece trastorno de vinculación no lo hace, ni establece la separación entre su vida íntima y la relación con los demás”, afirma.
Problema poco conocido
Los convencionalismos culturales nos hacen etiquetar frecuentemente todo aquello que nos rodea. En el caso de los bebés y niños pequeños, tendemos a calificarlos de inquietos o bien portados, tranquilos o muy sociables, cuando en realidad la normalidad estriba en un punto medio. Hasta el momento, las investigaciones sobre el trastorno de vinculación reactiva muestran que la causa fundamental estriba en el descuido de las necesidades de un bebé, es decir, su seguridad física, alimento, contacto y lazos emocionales con su tutor.
Este cuadro es más frecuente cuando los padres se aíslan o cuando presentan una evidente falta de destreza para criar a un niño; también se observa en quienes se convierten en progenitores en la etapa adolescente o en niños que fueron adoptados, sobre todo si se les alejó de sus padres biológicos durante las primeras semanas de vida. Quizá, dice el entrevistado, “haya una relación con los neurotransmisores (sustancias que permiten la comunicación neuronal), pero como no se ha estudiado a profundidad esta enfermedad, no podemos afirmarlo ni desmentirlo categóricamente”.
Los padres deben estar atentos a las manifestaciones de sus hijos en los primeros meses de vida, dice el Dr. Palomar Baena, sobre todo si notan que no muestra respuestas afectivas al adulto. Por desgracia, dice el especialista, “no hay estadísticas confiables en el mundo que nos hagan visualizar la relevancia de esta patología, porque es un trastorno que tiene pocas décadas de documentarse e investigar. Se cree que no es muy frecuente, pero viéndolo en retrospectiva en adolescentes y adultos vemos que hay gente con este problema, que no fue diagnosticada correctamente y, por ende, no recibieron algún tratamiento.
“Nosotros tenemos más contacto con el tipo de enfermo desinhibido, el clásico ‘niño problema’ que, de no ser atendido en su oportunidad, puede acrecentar sus problemas de conducta y utilizar sustancias ilícitas. Sin embargo, está la otra cara de la moneda: el chico callado que no da problemas y al que se le acepta tal cual, y que por ello mismo será más difícil que reciba una terapia”, asevera.
Siempre hay una puerta
Cierto, lo ideal sería reconocer el problema en los primeros años de vida porque el pronóstico sería mucho mejor, pero si no fue así, no todo está perdido. El Dr. Palomar Baena lo explica de la siguiente manera:
“La gente debe entender que el tratamiento es tanto para el niño como para el grupo familiar, y consiste en manejo psicoterapéutico, pero sin medicamentos (de hecho, éstos difícilmente serían una buena opción). Sólo se aplican fármacos cuando los problemas de conducta son amplios, pero lo importante aquí es un manejo intensivo con el terapeuta para tratar de establecer los lazos afectivos que, aunque no van a ser de la misma calidad, sí serán efectivos, sobre todo antes de los tres años de vida.
“Lo más complicado en muchas ocasiones es la inclusión del grupo familiar, porque hay que reconocer que si el problema se debe a una falla que ha impedido la vinculación, será difícil que los padres acepten un cambio de conducta en su organización y funcionamiento.
“Hay que dejar claro que no hablamos de una situación en la que los papás son poco cariñosos o comunicativos, sino de casos extremos en que hay una problemática importante. Se trata de que los padres entiendan que deben cumplir con su papel en forma integral y no sólo dar un besito o un abrazo, y pensar que ‘ya se cumplió’”, concluye.
Superar este problema implica reorganizar el núcleo familiar, de manera intensiva y por largo tiempo; no es una situación que se resuelva en unas cuantas semanas, como el caso de la depresión infantil, sino que requerirá meses de trabajo y citas frecuentes (2 a 3 veces por semana). Así, con constancia y tiempo de calidad, los padres podrán colaborar para que el chico adquiera la confianza en sí mismo, y se sienta querido y capaz de relacionarse con el mundo que lo rodea en forma sana.

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