jueves, 29 de noviembre de 2012

PREDICCIÓN DE LA VIOLENCIA: ENTRE LA PELIGROSIDAD Y LA VALORACIÓN DEL RIESGO DE VIOLENCIA Antonio Andrés Pueyo y Santiago Redondo Illescas. Grupo de Estudios Avanzados en Violencia. Universidad de Barcelona

El comportamiento violento es uno de los elementos más característicos y alarmantes de la delincuencia grave. 
La atribución de peligrosidad a los responsables de estos delitos violentos ha servido durante muchos años como factor explicativo y sobre todo predictivo de la reincidencia y la gravedad de las actuaciones de estos delincuentes, entre los que destacan los agresores sexuales, los homicidas y los maltratadores familiares. 
La intensa preocupación social por el comportamiento violento ha demandado a la Psicología soluciones que han superado el ámbito tradicional de aplicación de la Psicología de la Delincuencia al definirse nuevos delitos como la violencia de género y especialmente por el surgimiento de las demandas atencionales que requieren las víctimas. Hoy los  profesionales de la Psicología son requeridos para actuar también en la prevención, para evitar la ocurrencia y el mantenimiento de cualquier tipo de violencia. Entre estas nuevas demandas se encuentra la predicción futura de las conductas violentas que tienen una alta tasa de repetición. El atributo esencial sobre el que se ha fundamentado la predicción de la violencia ha sido la peligrosidad. La peligrosidad es un constructo con una capacidad predictiva limitada ya que no es el único determinante del comportamiento violento. 
En los últimos 15 años han surgido nuevas técnicas de predicción basadas en la valoración del riesgo de violencia que han demostrado tener una mayor eficacia predictiva. Presentaremos estas nuevas técnicas de predicción de la violencia, sus propiedades y sus aplicaciones. Dichas técnicas mejoran de forma significativa la eficacia predictiva, ayudan a clarificar las bases sobre las que los profesionales sustentan sus decisiones relacionadas con el futuro del comportamiento individual y facilitan la gestión y prevención de la violencia.
Palabras clave: Peligrosidad, Violencia, Predicción y Valoración del Riesgo.

Violent behaviour is one of the most characteristic elements of burden and serious crimes. The “dangerousness” is an attribution towards these violent criminals has been used during many years as an explanatory and mostly predictive fact of the recidivism of the criminal acts of these chronic criminals, sexual predators, serial killers and domestic offenders.The strong social worry about these violent behaviours have forced Psychology to find solutions that have surpassed the traditional scope of the criminal psychology, defining new offences such as gender violence and specially when appearing new ways of treatment of the victims. Nowadays, professional psychologists are required in order to take part of the prevention processes, to avoid occurrence or reiteration of any kind of violence. The prediction of violence is amongst these new requirements. The most important attribute in where mostly all of the predictions of violence are based is the degree of dangerousness of the individual, but it has a limited predictive capacity, because it isn’t the only fact that affects violent behaviour. In these last 15 years, we’ve find new ways to predict violence that are based on the violence risk assessment, and their results have had a higher predictive effectiveness. In this paper we present these new techniques of violence risk assessment, with their characteristics and applications. These new techniques significantly improve the predictive power, and they help to clarify the process that professionals use to take their decisions
about the future of the violent behaviour, facilitating violence risk management strategies and prevention.
Key words: Dangerousness, Violence, Prediction, Risk assessment

Algunos casos criminales recientes muestran cómo reclusos de permiso o ex-carcelados, maridos, ex-maridos o novios sometidos a órdenes de alejamiento de sus parejas, jóvenes con precoces historiales violentos, o enfermos mentales dados de alta de hospitales psiquiátricos, cometen graves actos violentos. Estos sucesos constituyen el núcleo principal del problema de la reincidencia y evidencian el riesgo de violencia existente en ciertos individuos (Blackburn, 1999; Buchanan, 1999; Campbell, 1995; Hart, 1998).

Estamos muy acostumbrados a utilizar la peligrosidad como atributo clave para estimar la probabilidad futura de realización de comportamientos violentos, pero el desarrollo de la psicología criminológica ha mostrado que la capacidad predictiva de la peligrosidad es limitada y su uso poco eficaz para los profesionales que toman decisiones prospectivas en contextos forenses, clínicos o penitenciarios (Webster et al., 1997, Andrews y Bonta, 2003, Scott y Resnick, 2006). En los últimos 15 años se han desarrollado nuevas técnicas para   predecir   la   conducta   violenta   basadas   en   tres elementos principales: a) un mejor conocimiento de la naturaleza y procesos que producen la violencia, b) la sustitución del término “peligrosidad” por el de “riesgo de violencia”, y c) el desarrollo de protocolos e instrumentos de uso profesional para la valoración del riesgo de violencia (Andres Pueyo y Redondo, 2004). Analizaremos, de forma resumida, estos aspectos para ofrecer al lector una imagen actual de la predicción de la violencia.

La violencia es un fenómeno interpersonal y social (Reiss, 1994) que afecta seriamente al bienestar y la salud de los individuos. En la actualidad se ha convertido en un problema colectivo de primer orden con graves consecuencias sobre el desarrollo político-económico y social de los grupos humanos (Krug et al., 2002). Esta situación ha provocado una reacción de alarma social en un contexto de rechazo e intolerancia generalizada acerca del uso de la violencia en las relaciones humanas. En el año 2002, Gro Harlem Burtland, directora general OMS, afirmaba: “la violencia está presente en la vida de numerosas personas en todo el mundo y nos afecta a todos en algún sentido” (Krug,2002; pp.2).

La reacción de intolerancia y rechazo social contra la violencia se acompaña de una serie de demandas para solucionar las causas y las consecuencias de la misma.
Estas demandas recaen sobre todos los agentes sociales, empezando por las estructuras político-administrativas del Estado y las demás administraciones públicas, las organizaciones sociales, los medios de comunicación, etc. En consecuencia se ha producido una movilización urgente de los profesionales que trabajan en tres ámbitos de actuación concretos: la justicia, la sanidad y los servicios sociales. Todos ellos tienen un efecto directo sobre el control y la prevención de la violencia.

Entre todos estos profesionales, los psicólogos y las psicólogas (1) , tenemos unas responsabilidades muy relevantes, en primer lugar para atender a las víctimas de la violencia y también para intervenir con los agresores y evitar en el futuro sus comportamientos violentos. En este contexto las técnicas de predicción de la violencia forman parte de las estrategias de prevención y gestión del riesgo de violencia.

viernes, 23 de noviembre de 2012

¿COMO PREDECIR EL COMPORTAMIENTO VIOLENTO?. DRA. KARIN ARBACH LUCIONI. REVISTA “DIALOGAR”, COLEGIO DE PSICOLÓGOS DE LA PROVINCIA DE CORDOBA. JULIO, 2008.


Desde hace más de medio siglo, en el seno de la Psicología se debate la cuestión de cuál es el mejor método con que cuentan los psicólogos para predecir el comportamiento humano. En este artículo el objetivo es presentar las perspectivas que han abordado el tema enfocándose concretamente sobre la predicción del comportamiento violento. Frecuentemente, los psicólogos y psiquiatras se ven enfrentados con situaciones que requieren evaluar y  gestionar las  conductas violentas de las personas que atienden en  su práctica profesional cotidiana. Las preguntas del tipo ¿quién se comportará violentamente?¿cuándo?¿quién será la potencial víctima?¿qué puede hacerse para prevenir un daño? tienen una relevancia principalmente jurídica, clínica y pública que requiere a los profesionales de la salud mental valorar el riesgo de violencia en una amplia variedad de  situaciones (2004; Rice, Harris & Quinsey, 2002; Shaw, 2000; Borum, 1996) y tomar decisiones para minimizar los efectos adversos de la conducta violenta.

Por ejemplo, en el ámbito clínico intervienen y deciden sobre el ingreso involuntario, el nivel de seguridad necesario durante la hospitalización, las condiciones óptimas para el alta, o las intervenciones convenientes para proteger a víctimas potenciales (McNiel, Gregory, Lam, Binder & Sullivan, 2003). También estos profesionales ofrecen su servicio en circunstancias vinculadas al sistema legal, como por ejemplo la valoración de la inimputabilidad por enfermedad mental, el  planteamiento de penas alternativas, la libertad condicional, la detección de violencia intrafamiliar, escolar o institucional o las decisiones de incapacitación  (Folino & Escobar Córdoba, 2004; Webster, Douglas, Eaves & Hart, 1997a; Borum, 1996).

En este proceso de toma de decisiones la predicción de la conducta violenta  es un requisito a cumplir  para alcanzar conclusiones y propuestas de acción  racionales y  adecuadas a cada caso. El tema que será abordado a continuación trata los métodos que actualmente disponen los profesionales de la salud mental para conducir este proceso.

Clásicamente los profesionales de la salud mental han defendido la idea de que la mejor alternativa para predecir el comportamiento de alguien es apelando al juicio de un experto y a su modo particular de organizar la información y tomar decisiones en base a ella. Según los supuestos del método clínico un profesional con experiencia puede saber cómo se comportará una persona basándose principalmente en su juicio clínico. Los datos de las pruebas, la información de la entrevista y los antecedentes son obtenidos y analizados por el clínico, quien combina de forma intuitiva su conocimiento y experiencia previa con la información que considera relevante sobre un caso único para hacer una predicción (Bjorkly, 2002; Mossman, 2000; Arango, Calcedo Barba, Gonzalez Salvador & Calcedo Ordoñez, 1999).

En el caso de la predicción de la conducta violenta los clínicos usan unas claves para evaluar la peligrosidad, y el acuerdo sobre cuáles son relevantes varía en función de la experiencia del clínico y del contexto (por ejemplo psiquiátrico, forense o penitenciario). Hasta el momento, los clínicos acuerdan más en algunos factores de riesgo, como por ejemplo la exposición repetida a la violencia, las amenazas o la historia de violencia o ciertas condiciones psiquiátricas, que en otros, como los intentos suicidas, la edad, el género o la ausencia de remordimiento  (Louw, Strydom & Esterhuyse, 2005). Sin embargo,  aún  existe un bajo nivel de fiabilidad entre evaluadores  sobre  las claves principales para la predicción de la  violencia (Odeh, Zeiss & Huss, 2006) lo que conlleva una  baja precisión  en la tarea  predictiva  (Webster, Hucker & Bloom, 2002; Gardner, Lidz, Mulvey & Shaw, 1996).
No obstante, hace pocos años algunos  ajustes metodológicos en las investigaciones  permitieron demostrar que el método clínico presenta  una habilidad predictiva mejor que el azar, aunque modesta y  parcialmente basada en claves incorrectas (Dolan & Doyle, 2000; Monahan & Steadman, 1994; Mossman, 1994; Lidz, Mulvey & Gardner, 1993).

Las desventajas del método clínico principalmente derivan del elevado nivel de pericia requerido para obtener resultados óptimos, y de las limitaciones y sesgos en el procesamiento de la información propios del juicio humano. Las correlaciones ilusorias, ignorar la tasa base de la conducta a predecir, confiar en claves muy  llamativas y los sesgos confirmatorios, retrospectivos o de memoria, son algunos de ellos  (McMillan, Hastings & Coldwell, 2004; Elbogen, 2002; Buchanan, 1999).

viernes, 16 de noviembre de 2012

EVOLUCIÓN DE LA TIPOLOGÍA DE MENORES INTERNADOS EN CENTROS DE REFORMA DE LA COMUNIDAD AUTÓNOMA VASCA* Ángel Estalayo Hernández**; Juan Carlos Romero León***

La evolución en la tipología de violencia en los centros de Justicia Juvenil, responde, a nuestro parecer, fundamentalmente a dos factores:
• el surgimiento de la nueva ley penal del menor que ha conllevado el incremento en edad de los menores internados
• el aumento de internamientos provinientes de sectores institucionales de protección del menor.

Si bien es cierto que desde el comienzo existían casos relativos a problemáticas relativas a dinámicas familiares disfuncionales, junto con situaciones características de la adolescencia, también lo es que en la actualidad se ve más que nunca cómo en las familias de los delincuentes la relación del padre con el hijo se produce bajo el signo de un rechazo activo. De este modo, “la existencia de un vínculo negativo entre el adolescente y el padre provoca en el muchacho el sentimiento de verse rechazado activamente por el progenitor” (Cirillo et al, 1997:33).

Tal es así, que una de las formas más explícitas de rechazo activo es la necesidad de que un menor sea tutelado por una Institución pública. Su inserción en pisos o centros constituye la escenificación cotidiana del rechazo de que ha sido objeto. Si, además, a ello se le suma los problemas de relación con los profesionales del servicio, la estigmatización parece cerrar un círculo que aumenta las posibilidades de salidas violentas al conflicto interno, máxime si entendemos que en las desviaciones o conductas antisociales se puede ver un desplazamiento hacia la sociedad de un resentimiento, en parte inconsciente, dirigido originariamente contra el padre. Así, puede observarse la reacción de los menores hacia el propio sufrimiento con la violencia, ante la dificultad que presentan para entender el contenido de excitación antidepresiva de determinados gestos antisociales. En este sentido, conviene tener en cuenta el significado del paso al acto en estos lapsos de edad, de manera que “expresa este carácter de irrupción violenta de un acto que viene a romper un cierto equilibrio. Es sinónimo lo más a menudo de impulsividad y tiene una connotación delictiva y asocial. En cuanto al contexto que sobreviene al acto, es preciso diferenciar lo que pertenece al registro del impulso y de la compulsión” (Jeamnet, 19:988). Este punto contribuye a diferenciar entre perfiles más primarios, caracterizados en nuestra opinión por registros de impulso, y aquellos secundarios, más relacionados con la compulsión.

De esta forma, la evolución nos conduce a una población:
• con un perfil más secundario, menos tendente al paso al acto por impulsividad y con una capacidad de demora y planificación que le sitúa en el transito casi consumado de lo disocial a lo antisocial; de esta forma, los actos violentos cometidos suelen estar revestidos de mayor crudeza;

• derivada en un número cada vez mayor de instituciones públicas de protección que se ven desbordadas por situaciones y conflictos más violentos que en épocas anteriores. Su inclusión en centros de Justicia Juvenil conlleva necesariamente la interposición de una denuncia, que no en pocas ocasiones procede del propio equipo educativo. En nuestra opinión este hecho constituye un nuevo rechazo activo de un menor que ya había sido rechazado con anterioridad. Ello cobra especial importancia si estas figuras educativas constituyen el escenario representativo de la sociedad sobre el que el menor desplaza su resentimiento contra la figura paterna;

• dicho perfil secundario también conlleva una mayor disociación de los contenidos conflictivos y problemáticos de su historia personal, así como un aumento de la negación sobre los actos que han conducido al menor a su internamiento en un Centro de Justicia Juvenil;

• todo lo anterior, conlleva presencia de menores con delitos de mayor gravedad, así como mayor reincidencia y número de infracciones;

• en muchas ocasiones los intentos de individuación se conducen a intentos de sustituir viejas relaciones que propician situaciones de repetición y fijación; “por lo general las personas no eligen la pareja que quieren, sino que reciben la pareja que necesitan. Se escoge una pareja que, según se espera, le permitirá al individuo eliminar, reproducir, controlar, superar, revivir o cicatrizar, dentro de un marco diádico, lo que no pudo saldarse internamente” (Frammo, 1996:133);

• son menores más conflictuados y violentos en los que no es extraño encontrar situaciones autolesivas de creciente gravedad, explicitando más, si cabe, el componente depresivo de muchas de las acciones que emprenden, así como el carácter pretendidamente antidepresivo de dichas excitaciones;

• son menores que suelen responder a estructuras de personalidad borderlines con presencia de mecanismos de defensa tales como: escisión, idealización, devaluación, identificación proyectiva, control omnipotente y acting out. Puede llegar a darse presencia de estructuras narcisistas que utilizan dichos mecanismos, destacando el uso de la idealización y la devaluación; no obstante y según la evolución se observa un incremento de desarrollos disociales, principalmente en los casos en los que se dan internamientos seguidos y comisiones de delitos al término de su estancia en Centros;

• se da una creciente presencia de menores procedentes de sectores socio-culturales marginales, con una predominancia de origen árabe. Las variables culturales y sociales de desarraigo contribuyen a ampliar la escenificación de un rechazo activo de índole social;

• el rechazo activo paterno mencionado con anterioridad, suele ir acompañado de una ambivalencia materna que contribuye a generar sistemas familiares que van desde aquellos que mantienen con los profesionales una relación de enfrentamiento, al desplazar sobre los mismos la tensión acumulada con los miembros de los Juzgados, pudiendo llegar a una protección del menor que, en ocasiones, raya el encubrimiento, a aquellos que desde la transferencia de la impotencia y la desconfianza llegan al supuesto inconsciente de resistencia a la colaboración, dado que cualquier éxito en la intervención sobredimensionaría su incapacidad anterior. También están las que directamente escinden la existencia de su hijo, incurriendo en abandonos o negligencias continuadas;

• todas las dinámicas transferenciales de las familias de origen se extienden a las situaciones de relaciones de pareja de los menores

jueves, 8 de noviembre de 2012

Conducta antisocial de los adolescentes y su realización con el éxito académico. María de Lourdes Solís Segura* Martha Díaz Flores** Eduardo Tenorio Morón***


Resumen
Se han realizado desde hace años, muchos estudios en diferentes aspectos para crear y desarrollar modelos preventivos de las conductas antisociales en adolescentes, centrados en factores de riesgo y con ello se pudiesen lograr resultados alentadores.
Se han realizado diferentes esfuerzos para llevar a cabo programas enfocados en el manejo de determinadas variables de riesgo.
La etiología de las conductas antisociales de los adolescentes sugiere que un modelo de prevención viable, este modelo, debe incluir una atención simultánea a un número de factores de riesgo presentes en diferentes aspectos sociales y ajustarse a las distintas etapas del desarrollo.
La revisión bibliográfica efectuada muestra diversas investigaciones realizadas en adolescentes que tienen un mayor comportamiento conflictivo en el proceso de socialización, revelan que son los que estos adolescentes, presentan un mayor número de asignaturas reprobadas al final del curso escolar.
Palabras clave: Conducta, antisocial, adolescencia, responsabilidad, éxito académico.

Abstract
Has been made for years, many studies in different ways to create and develop preventive models of antisocial behaviors in adolescents, focusing on risk factors and thereby could achieve encouraging results. Various efforts have been made to carry out programs focused on the management of certain risk variables. The etiology of adolescent antisocial behavior suggests that a viable prevention, this model, model must include a simultaneous attention to a number of risk factors present in different social aspects, and conform to the different stages of development. The literature review carried out shows various research in adolescents who have a more confrontational behavior in the socialization process, reveal that those who are these teens have a greater number of subjects failed at the end of the school year.
Key words: Anti-social behaviour, teenage, responsibility, academic success.

Tradicionalmente, la adolescencia ha representado un periodo crítico en el inicio y/o incremento de problemas del comportamiento, específicamente en el antisocial y delictivo, La alta participación de jóvenes en actos antisociales y delictivos es una amenaza potencial para el desarrollo individual, social y económico de un país. Los jóvenes con estas características atraviesan sin éxito por los procesos de educación formal, debido a ello se involucran en actividades marginales y de alto riesgo psicosocial (Sanabria, 2009).
El costo de la delincuencia implica familias desintegradas y rompimiento de relaciones, así como no práctica de valores en el núcleo familiar; jóvenes muertos prematuramente, y con ello, pérdida del capital humano y de vidas humanas productivas, y un precio económico debido a la alta y costosa atención de las emergencias derivadas de la delincuencia, por ejemplo, los costos para la atención de la salud y de programas educativos y de rehabilitación (Sanabria, 2009).
Los adolescentes, quienes presentan comportamientos antisociales y delictivos en edades tempranas y por tiempo prolongado (niños pequeños y/o preadolescentes), forman parte de un grupo en alto riesgo para continuar con las mismas conductas y de mayor gravedad durante la edad adulta. Estos mismos jóvenes también estarían en alto riesgo para otros problemas, como dificultades académicas, consumo de sustancias psicoactivas y comportamientos sexuales de riesgo (Sanabria, 2009).
Actualmente, existe una multiplicidad de términos para hacer referencia a la conducta antisocial, como las conductas agresivas e impulsivas y los trastornos o problemas de la conducta, entre otros (Sanabria, 2009).
Acorde a Sanabria, el término conducta antisocial hace referencia a “diferentes comportamientos que reflejan trasgresión de las reglas sociales y/o sea una acción contra los demás”, en este caso por parte de adolescentes y jóvenes (Sanabria, 2009).
La incluyen trasgresión de normas sociales en relación con la edad, tales como romper objetos de otras personas en lugares públicos o la calle, el cine, autobuses; golpear, agredir a otras personas; falsificar notas, no asistir al colegio o llegar tarde intencionalmente, copiar en un examen; ensuciar las calles y las aceras rompiendo botellas o vertiendo las basuras; tirar piedras a la gente, casas o autos; hasta conductas delictivas como robar y agredir a otras personas (Sanabria, 2009).

viernes, 2 de noviembre de 2012

AGRESIVIDAD Y EVOLUCIÓN DE LA PERSONALIDAD. UN ENFOQUE DINÁMICO-VINCULAR.(*) Carlos Rodríguez Sutil

RESUMEN
En este artículo se presenta la evolución de la agresividad a través de tres prototipos básicos de la personalidad: agresiva (o antisocial), explosivo-bloqueada y rígida (obsesivo-compulsiva). Se muestra como la agresividad se expresa de forma directa, en el primer nivel, es bloqueada y expresada con explosividad, en el segundo nivel, o se expresa de manera continua pero indirecta, desplazándose al respeto de las normas y el orden, en el tercer nivel. Se compara este esquema con las tres fases del desarrollo moral, según Kohlberg (1964): preconvencional, convencional y postconvencional.

ABSTRACT
In this paper we present the evolution of aggression through three basic personality prototypes: aggressive personality (antisocial), explosive-block, and rigid (obsessive -compulsive). It is showed how aggression is expressed directly, at the first level, blocked and expressed by means of the explosion, at the second level, or aggression is expressed continuos but indirectly, displaced to the norms and order, at the third level. We compare this scheme with that of the three stages in the moral development, following Kohlberg (1964): preconventional, conventional, and postconventional.

INTRODUCCIÓN

Lo que define a la personalidad son las pautas semipermanentes de comportamiento, manifestadas principalmente en la relación interpersonal. El enfoque interpersonal en psicopatología posee ilustres antecedentes, como es H.S. Sullivan (1953), así como la más reciente exposición de D.J.Kiesler (1986) y, desde otra perspectiva, J.S.Wiggins (1979; Wiggins, Phillips y Trapnell, 1989) y su utilización de descriptores de la conducta interpersonal, derivados de la teoría interpersonal de la personalidad y de la psicoterapia. Nuestra línea de inspiración más directa es la psicopatología vincular (Caparrós, 1980, 1992, 1993) y la teoría de las relaciones objetales de influencia kleiniana (Kernberg, 1984, 1994, 1996).
Pero, aunque defendemos una definición de la personalidad que busca la consistencia no somos partidarios de posturas internalistas o esencialistas, como parece habitual desde los trabajos de Allport (1937). La perspectiva interpersonal es la que, precisamente, debería permitir superar dicho conflicto, como hemos señalado en otros lugares (Rodríguez Sutil, 1993, 1998). La crítica de las entidades internas que llevó a cabo el filósofo vienés Ludwig Wittgenstein, muestra con claridad que no es que los términos mentales sean traducibles a términos conductuales, sino que o son términos conductuales o no son nada. Los rasgos de la personalidad no deben ser inferidos del comportamiento y atribuidos a una instancia interna al individuo, sino que son nuestra manera de tipificar el comportamiento de dicho individuo, si bien no en secuencias breves pues el diagnóstico de la personalidad requiere un examen cuidadoso de la historia vital del paciente. El estudio de autobiografías se ha mostrado sumamente productivo en nuestra práctica.

La mejor manera de entender la personalidad en el ámbito clínico, consiste en la descripción de los comportamientos en su contexto significativo, junto con las circunstancias, históricas y actuales, que pueden haberlos producido o mantenerlos. Las pautas de comportamiento se pueden agrupar, a su vez, en un segundo nivel de semejanza. Para esa agrupación recurrimos al concepto de "núcleo" de los trabajos de Caparrós (1980, 1992, 1993). Caparrós entiende por "núcleo" una estructura inconsciente, la internalización de los vínculos fundantes de la personalidad, vínculos que se componen de tres elementos: el self, el objeto y la situación, justifica así que se trata de un concepto puente entre la psicología profunda y la psicopatología fenomenológica. Aunque su antecedente más directo está en las posiciones intrapsíquicas de la teoría kleiniana (esquizo-paranoide y depresiva) también describe el núcleo como un conjunto de conductas automatizadas y como filtro en la percepción de la realidad.

Desde la psicología cognitiva clínica, Aaron T.Beck (Beck, Freeman y otros, 1995) ha propuesto un concepto semejante, que es el de esquema', utilizado con anterioridad por autores tan relevantes como Bartlett y Piaget, que supone también una serie inconsciente de conductas automatizadas, una forma peculiar de procesar las percepciones y de tomar decisiones. El concepto de "esquema", junto con el de "internalización", pueden ser engañosos por la connotación de interioridad que sugieren, pero también pueden ser interpretados desde la visión externa del comportamiento, nos sirven para agrupar las regularidades.
En este trabajo nos proponemos ahora fundamentar desde la teoría y la práctica la línea evolutiva que lleva desde la expresión directa de la agresivi dad (personalidad agresiva o antisocial), a su total control y desplazamiento (personalidad rígida u obsesiva), pasando por el mecanismo inestable del estancamiento y la descarga brusca, propio del núcleo confusional,  que se produce en la personalidad explosivo-bloqueada(1).