La atribución de peligrosidad a los responsables de estos delitos violentos ha servido durante muchos años como factor explicativo y sobre todo predictivo de la reincidencia y la gravedad de las actuaciones de estos delincuentes, entre los que destacan los agresores sexuales, los homicidas y los maltratadores familiares.
La intensa preocupación social por el comportamiento violento ha demandado a la Psicología soluciones que han superado el ámbito tradicional de aplicación de la Psicología de la Delincuencia al definirse nuevos delitos como la violencia de género y especialmente por el surgimiento de las demandas atencionales que requieren las víctimas. Hoy los profesionales de la Psicología son requeridos para actuar también en la prevención, para evitar la ocurrencia y el mantenimiento de cualquier tipo de violencia. Entre estas nuevas demandas se encuentra la predicción futura de las conductas violentas que tienen una alta tasa de repetición. El atributo esencial sobre el que se ha fundamentado la predicción de la violencia ha sido la peligrosidad. La peligrosidad es un constructo con una capacidad predictiva limitada ya que no es el único determinante del comportamiento violento.
En los últimos 15 años han surgido nuevas técnicas de predicción basadas en la valoración del riesgo de violencia que han demostrado tener una mayor eficacia predictiva. Presentaremos estas nuevas técnicas de predicción de la violencia, sus propiedades y sus aplicaciones. Dichas técnicas mejoran de forma significativa la eficacia predictiva, ayudan a clarificar las bases sobre las que los profesionales sustentan sus decisiones relacionadas con el futuro del comportamiento individual y facilitan la gestión y prevención de la violencia.
Palabras
clave: Peligrosidad, Violencia, Predicción y Valoración del Riesgo.
Violent
behaviour is one of the most characteristic elements of burden and serious
crimes. The “dangerousness” is an attribution towards these violent criminals
has been used during many years as an explanatory and mostly predictive fact of
the recidivism of the criminal acts of these chronic criminals, sexual
predators, serial killers and domestic offenders.The strong social worry about
these violent behaviours have forced Psychology to find solutions that have
surpassed the traditional scope of the criminal psychology, defining new
offences such as gender violence and specially when appearing new ways of
treatment of the victims. Nowadays, professional psychologists are required in
order to take part of the prevention processes, to avoid occurrence or
reiteration of any kind of violence. The prediction of violence is amongst
these new requirements. The most important attribute in where mostly all of the
predictions of violence are based is the degree of dangerousness of the
individual, but it has a limited predictive capacity, because it isn’t the only
fact that affects violent behaviour. In these last 15 years, we’ve find new
ways to predict violence that are based on the violence risk assessment, and
their results have had a higher predictive effectiveness. In this paper we
present these new techniques of violence risk assessment, with their
characteristics and applications. These new techniques significantly improve
the predictive power, and they help to clarify the process that professionals
use to take their decisions
about
the future of the violent behaviour, facilitating violence risk management
strategies and prevention.
Key
words: Dangerousness, Violence, Prediction, Risk assessment
Algunos
casos criminales recientes muestran cómo reclusos de permiso o ex-carcelados,
maridos, ex-maridos o novios sometidos a órdenes de alejamiento de sus parejas,
jóvenes con precoces historiales violentos, o enfermos mentales dados de alta
de hospitales psiquiátricos, cometen graves actos violentos. Estos sucesos
constituyen el núcleo principal del problema de la reincidencia y evidencian el
riesgo de violencia existente en ciertos individuos (Blackburn, 1999; Buchanan,
1999; Campbell, 1995; Hart, 1998).
Estamos
muy acostumbrados a utilizar la peligrosidad como atributo clave para estimar
la probabilidad futura de realización de comportamientos violentos, pero el
desarrollo de la psicología criminológica ha mostrado que la capacidad
predictiva de la peligrosidad es limitada y su uso poco eficaz para los profesionales
que toman decisiones prospectivas en contextos forenses, clínicos o
penitenciarios (Webster et al., 1997, Andrews y Bonta, 2003, Scott y Resnick,
2006). En los últimos 15 años se han desarrollado nuevas técnicas para predecir
la conducta violenta
basadas en tres elementos principales: a) un mejor
conocimiento de la naturaleza y procesos que producen la violencia, b) la sustitución
del término “peligrosidad” por el de “riesgo de violencia”, y c) el desarrollo
de protocolos e instrumentos de uso profesional para la valoración del riesgo
de violencia (Andres Pueyo y Redondo, 2004). Analizaremos, de forma resumida,
estos aspectos para ofrecer al lector una imagen actual de la predicción de la
violencia.
La
violencia es un fenómeno interpersonal y social (Reiss, 1994) que afecta
seriamente al bienestar y la salud de los individuos. En la actualidad se ha
convertido en un problema colectivo de primer orden con graves consecuencias
sobre el desarrollo político-económico y social de los grupos humanos (Krug et
al., 2002). Esta situación ha provocado una reacción de alarma social en un
contexto de rechazo e intolerancia generalizada acerca del uso de la violencia
en las relaciones humanas. En el año 2002, Gro Harlem Burtland, directora
general OMS, afirmaba: “la violencia está presente en la vida de numerosas
personas en todo el mundo y nos afecta a todos en algún sentido” (Krug,2002;
pp.2).
La
reacción de intolerancia y rechazo social contra la violencia se acompaña de
una serie de demandas para solucionar las causas y las consecuencias de la
misma.
Estas
demandas recaen sobre todos los agentes sociales, empezando por las estructuras
político-administrativas del Estado y las demás administraciones públicas, las
organizaciones sociales, los medios de comunicación, etc. En consecuencia se ha
producido una movilización urgente de los profesionales que trabajan en tres
ámbitos de actuación concretos: la justicia, la sanidad y los servicios
sociales. Todos ellos tienen un efecto directo sobre el control y la prevención
de la violencia.
Entre
todos estos profesionales, los psicólogos y las psicólogas (1) , tenemos unas
responsabilidades muy relevantes, en primer lugar para atender a las víctimas
de la violencia y también para intervenir con los agresores y evitar en el
futuro sus comportamientos violentos. En este contexto las técnicas de
predicción de la violencia forman parte de las estrategias de prevención y
gestión del riesgo de violencia.
PREDECIR
LA VIOLENCIA: EL PROBLEMA DEL CRITERIO.
En
todas las tradiciones culturales han existido prácticas de predicción del
futuro que generalmente estaban en manos de “especialistas” no faltos de
reconocimiento social. Estos, a su vez, han desarrollado diferentes técnicas
para le predicción algunas de las cuales aún siguen utilizándose. Entre ellas
destacan los horóscopos, las cartas o las lecturas expertas de los posos del
café. Todas éstas conocidas como artes adivinatorias, representan el modo
“artesanal” de la predicción. Frente a estas técnicas se han desarrollado otras
basadas en el conocimiento científico de los procesos que determinan los
fenómenos a predecir , como por ejemplo un
terremoto o la posible
trayectoria de un ciclón tropical. Este conocimiento puede implicar desde la
simple constatación de asociaciones entre factores de riesgo (predictores) y
fenómenos a predecir (criterios), como sucede en la predicción de y la
estimación de la longevidad de las personas o las fluctuaciones de los índices
financieros, hasta aquellos modelos causales que, como los astronómicos,
predicen sucesos estelares con una precisión sorprendente.
Entre
las numerosas y variadas demandas que recibimos los profesionales de la
Psicología se encuentran aquellas relacionadas con la predicción del
comportamiento futuro (Meehl, 1954; Borum, 1996, Mulvey y Lidz, 1998; Ozer y
Benet, 2006). Muchas veces estas demandas son explícitas, como en el caso de la
selección de personal, pero otras veces son implícitas y las realizamos en
muchos ámbitos de intervención como la clínica, las aplicaciones
jurídico-forenses o educativas.
De
hecho la predicción del comportamiento está presente en casi todas las ramas de
la psicología aplicada (Andrés Pueyo, 1997). Predecir la conducta futura no es
metodológicamente distinto de pronosticar si lloverá el fin de semana, si se
desprenderá un alud en invierno, si un paciente que ha sufrido un infarto de
miocardio morirá como consecuencia del mismo, si la intención de voto cambiará
el día de las elecciones o si el Euribor o el Ibex bajarán o subirán la próxima
semana. Estas preguntas las responden los especialistas en meteorología,
geología, cardiología, política y economía. Análogamente, los psicólogos
prevemos si un estudiante podrá finalizar con éxito sus estudios, si un
aspirante a policía o el empleado de una entidad bancaria serán trabajadores
honestos y competentes, o si un paciente mejorará después de las sesiones de
tratamiento. La predicción forma parte del ejercicio
profesional, se basa en las decisiones que toman los profesionales ya que siempre
una predicción es consecuencia de una decisión o juicio. En este apartado
consideraremos aquello que tiene de específico la predicción de la violencia.
Para ello es necesario detenernos en la definición de violencia, sus
propiedades y características. Los expertos en predicción insisten en que el
primer paso para realizar predicciones objetivas, rigurosas y eficaces es
definir con rigor aquello que queremos predecir. De la correcta definición del
criterio a predecir, en este caso la violencia, dependerá la posibilidad de
hacer de la predicción una tarea rigurosa y no un subproducto de la intuición
profesional (Edens y Douglas, 2002).
La
violencia es un fenómeno complejo sobre el que se habla y especula mucho pero
del que se tiene un conocimiento científico limitado y no ha sido, hasta muy
recientemente, objetivo de análisis y estudio riguroso. De hecho la violencia
en general y, en particular, algunas de sus formas más graves – como la
violencia contra la mujer o la violencia sexual – se han convertido recientemente
en un problema de interés para los científicos que está recibiendo una atención
creciente (ver Science, 28 de Julio de 2000).
Una
de las primeras dificultades para el estudio de la violencia es su delimitación
conceptual. Desgraciadamente es muy
frecuente encontrar bajo la etiqueta de violencia fenómenos distintos. Por
ejemplo la agresividad, la impulsividad o la delincuencia. El concepto de
violencia tiene una doble connotación que la define, a la vez, como acción o
comportamiento y como disposición, capacidad o atributo psicológico.
Necesitamos distinguir entre la “cualidad” de ser violento, que a priori
podríamos considerar un sinónimo de “peligrosidad” y el acto o acción de
comportarse violentamente. Los determinantes de una acción y los de una
disposición son diferentes (Andres Pueyo, 1997). Como toda conducta la acción
violenta es el resultado de la interacción concreta de factores individuales y
de factores situacionales. Por el cont rar io
en e l caso de
la v iol enc ia, como
cual idad o atributo de los individuos, los determinantes
disposicionales e histórico-biográficos adquieren un papel más importante.
En
el año 2002 la OMS realizó un estudio epidemiológico sobre la relación entre
violencia y salud. Allí se def inió
la v iol enc ia como:
“…e l uso de l ibe rado de la fuerza física o el poder, ya sea en grado
de amenaza o efectivo, contra uno mismo, otra persona o un grupo o
comunidad,
que cause o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daños
psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones” (Krug et al., 2002). De
esta definición se deduce que la violencia no es simplemente una conducta, ni
una respuesta emocional, un síntoma psicopatológico, un instinto o impulso
irrefrenable, ni una respuesta simple y automática o irreflexiva. La violencia
es una estrategia psicológica para alcanzar un fin determinado. Esto significa
que la violencia requiere, por parte del sujeto que la ejerce, la utilización
de diferentes recursos y procesos que convertirán deliberadamente esta
estrategia en un comportamiento o serie de comportamientos dirigidos a lograr
un objetivo.
En
cualquier suceso o acto violento y en función del tipo de violencia de que se
trate, podemos identificar un conflicto específico que suele estar asociado a
ese tipo de violencia. El agente causal del acto violento es el individuo pero
éste actúa en un contexto o situación que facilita o estimula
su aparición. Pueden identificarse componentes elicitadores,
moduladores y de mantenimiento de la conducta, pero hay que destacar el papel
clave de la decisión individual de actuar violentamente.
Esta
decisión individual, más o menos condicionada, se toma en una situación
concreta, frente a unos estímulos determinados y, sobre todo, en un estado
individual que puede, a veces, justificar la inconsciencia de la decisión o el
error de actuar violentamente sin valorar las consecuencias de la conducta
realizada. Los determinantes de la violencia como estrategia no son los mismos
que los de la acción violenta, sino que en esta última el determinante más
relevante es la decisión intencionada de actuar de ese modo. Y aquí radica una
de las propiedades importantes de la violencia, que sirve para la labor
predictiva, ya que todas las elecciones tienen asociada una probabilidad de
ocurrencia y es esta probabilidad la
que
se puede valorar y utilizar esta estimación como valor predictivo del riesgo de
violencia futura (Van Hasselt y Hersen, 2000; Hart,S.2001).
De
acuerdo a la OMS (Krug et al., 2002) se entiende que la violencia es una
estrategia para conseguir un beneficio a costa de dañar a otros. La violencia
tiene diversas formas de expresarse aunque por lo general, debido a la
importancia de sus efectos, casi siempre consideramos la violencia física como
su modelo más representativo. No obstante hay otros tipos de violencia, como la
psicológica, económica, negligencia, etc., que forman parte de este fenómeno.
Pueden
distinguirse las cinco siguientes propiedades que caracterizan la violencia:
1.
Complejidad. En tanto que estrategia psicológica la violencia incluye
componentes cognitivos, actitudinales, emocionales y motivacionales que actúan
de forma interrelacionada y con una finalidad concreta. Las estrategias se
definen o caracterizan por su finalidad y así en el caso de la violencia
podemos distinguir finalidades específicas. Así el terrorismo tiene como
finalidad imponer el poder político, la violencia doméstica el control
individual sobre los miembros de la familia, la violencia de género ejercer el
poder y la dominación sobre las mujeres, la violencia racial el dominio y el
sometimiento de otros grupos étnicos, etc…
2.
Heterogénea. La violencia es un fenómeno
heterogéneo (Reiss et al., 1994), lo que resulta especialmente evidente en una
perspectiva aplicada, es decir que se ocupe de la prevención, el control y la
reducción de la violencia. Hay varios tipos de violencia que se pueden
clasificar según distintos criterios: la manera de ejercerla (física,
psicológica, sexual, económica), las
características del agresor (jóvenes, adultos, mujeres…) y de la víctima (de
violencia de género,
de maltrato infantil, de un robo violento, etc.). También puede clasificarse
atendiendo al contexto de la relación entre agresor y víctima y así aparecen la
violencia escolar (bullying), laboral (mobbing), doméstica o familiar, etc.
En
el estudio epidemiológico antes citado de la OMS se propone una tipología que
nos parece muy útil y apropiada en la que se clasifican los tipos de violencia
según un doble criterio: la relación entre agresor y víctima y la naturaleza de
la acción violenta. Así, aparecen más de 30 tipos específicos de violencia ( ver
Figura 1 ) que
son el resultado
de combinar la naturaleza de la violencia (física, sexual, psicológica o
por deprivación/abandono) con el agente causante de la violencia y su relación
con la víctima (auto-dirigida, interpersonal y colectiva).
Muchas
veces estos tipos de violencia suelen aparecer conjuntamente y de forma
combinada, pero en un sentido analítico tienen sus propias prevalencias, reglas
de aparición y factores de riesgo asociados.
Predecir
un tipo u otro de violencia tiene sus exigencias técnicas de las que depende la
eficacia de la predicción (Webster et al., 1997) y para ello los profesionales de la
psicología forense y criminal utilizan procedimientos e instrumentos distintos.
Así, por ejemplo, si queremos predecir violencia física en general disponemos
del HCR-20 (Webster et al., 1997)
mientras
que si queremos predecir violencia de pareja es recomendable utilizar el SARA
(Kropp D.et al., 1995), o si queremos predecir recaídas de violadores o
agresores sexuales adultos utilizaremos el SVR- 20 (Boer,J. et al. 1997).
3.
Multicausal. Para que ocurra un acto violento, especialmente de violencia grave
como por ejemplo un asesinato, tienen que coincidir en el tiempo numerosas
variables que, a su vez, no suelen combinarse con demasiada frecuencia. Los
actos violentos en cierto modo son sucesos inciertos como los cambios
atmosféricos, los tecnológicos o los económicos y en esta
propiedad se basa la aplicación de técnicas predictivas originadas en otras
disciplinas distintas de la psicología (Monahan y Steadman, 1996).
Aunque
resulte paradójico, para predecir la conducta violenta no necesitamos saber qué
la produce, es decir conocer sus causas eficaces, sino qué factores de riesgo
están asociados con ella. Esta estrategia es muy frecuente en disciplinas
sanitarias, como por ejemplo la epidemiología y salud pública, donde la
complejidad y la multicausalidad de algunas enfermedades hacen muy difícil
actuar con un conocimiento exhaustivo del “cómo” y el “porqué” de las
enfermedades o sucesos a predecir. Sustituir las causas por los factores de
riesgo para predecir la violencia, ha facilitado una acción profesional más
eficaz tanto en la gestión de la violencia como en su prevención (Quinsey y
Harris, 1998, Hawkins et al. 2000).
Cada
tipo de violencia tiene sus factores de riesgo y protección específicos tal y
como los estudios criminológicos nos han demostrado (Garrido, Stangeland y
Redondo, 2006). Así mientras que la violencia ejercida en el pasado biográfico
es un factor de riesgo común en todo tipo de violencia, las parafílias lo son
específicamente de la violencia sexual pero no de la violencia física
intra-familiar. El nivel de especificidad de los factores de riesgo puede ser
muy significativo. Así en el caso de la predicción de la violencia contra la
pareja se pueden distinguir los factores de riesgo de asesinato de los factores
de riesgo de la violencia física grave (Campbell,J., 1995; Belfrage, et al.
2004). Para el riesgo de asesinato de la pareja la psicopatía del agresor es
menos relevante que el trastorno afectivo, sin embargo en el riesgo de
violencia física grave y continuada contra la pareja la psicopatía es más
importante que el
trastorno
afectivo.
Debido
a su multicausalidad puede afirmarse que la conducta violenta, en tanto que
acción no es predecible, pero sí que podemos estimar, de forma estadística, el
riesgo de que ocurra. Esta distinción es importante, especialmente cuando los
profesionales deben informar a terceras personas (probables víctimas,
profesionales sanitarios, jueces o policías, familiares, etc…) o cuando las
decisiones pueden ser objeto de litigio (Heilbrun, 1997; Heilbrun et al., 1999;
Gottfredson, 2006).
4.
Intencionada. La acción violenta es el resultado de una decisión deliberada,
intencionada y voluntaria de producir daño o malestar. Aunque hay que reconocer
que en determinadas ocasiones esta decisión no es imputable penalmente o
depende de factores “irracionales”. No obstante la decisión de actuar
violentamente va a estar siempre influida, no causada, por un conjunto variado
de factores entre los que se incluyen factores biológicos (alteraciones
neurológicas, trastornos endocrinos o intoxicaciones), psicológicos (trastornos
de personalidad, retraso mental, psicosis y otras alteraciones
psicopatológicas, crisis emocionales, estados de ánimo, convicciones
prejuiciosas, etc.), y sociales (exposición a modelos violentos, valores de
subculturas violentas, confrontaciones o situaciones de crisis social
intensas). Por lo general estos factores actúan conjuntamente e influyen
diferencialmente, en la toma de decisiones previa a la ejecución de la acción
violenta.
5.-
Infrecuente. A pesar de la actual
sensación creciente de que la violencia es algo muy común, lo cierto es que es
un fenómeno poco habitual, raro e infrecuente, especialmente la violencia grave
o muy grave (Krug et al., 2002; Quinsey y Harris, 1998). Esto no le resta
importancia ni quita que sea motivo de fuertes preocupaciones sociales. No se
deben confundir ambas características .
Pero su baja frecuencia
reduce la posibilidad de
predecirlo. Un terremoto es un fenómeno infrecuente, ahí radica parcialmente la
dificultad en predecirlo,
pero debido a su poderoso efecto devastador y sus consecuencias catastróficas,
es imprescindible tomar medidas preventivas graduadas en función del riesgo
estimado de ocurrencia. Así, fenómenos muy poco prevalentes son prácticamente
imposibles de predecir por más que conozcamos los determinantes que los
producen (Quinsey y Harris, 1998).
La
multiplicidad de causas y la infrecuencia hacen de la predicción de la
violencia una tarea difícil. Además se añade una tercera dificultad: la escasez
de instrumentos y técnicas específicas para la predicción. Esto ha llevado a los técnicos a tener dos
posturas antagónicas. Unos consideran que la violencia, por su complejidad,
infrecuencia y multicausalidad es impredecible, más allá del acierto azaroso.
Otros consideramos que la violencia es predecible si se toman en cuenta la
intencionalidad, heterogeneidad e infrecuencia de la misma. En esta segunda
postura se han desarrollado propuestas técnicas que constituyen los
procedimientos de valoración del riesgo de violencia que presentaremos más
adelante.
Una
de las claves de la tarea predictiva es delimitar con precisión el criterio a
predecir (Hart, 2001), es decir el tipo y características de la violencia, y
eso significa tomar varias decisiones, como por ejemplo: a) ¿qué tipo de
violencia nos interesa predecir?, b) ¿en qué grupo de sujetos o población? y c)
¿para qué intervalo temporal ha de tener validez la predicción? Edens, Skeem y Douglas (2006) se refieren al
llamado “problema del criterio ” para describir
la variabilidad de
dimensiones operativas que constituyen el fenómeno de interés, tales
como edad (agresión infantil, violencia en la pareja, abuso en ancianos), el
ámbito o contexto (prisión, escuela, hospital, comunidad, hogar), la severidad
(abuso verbal, golpes, homicidio), o la frecuencia (asesinato en masa,
asesinato serial, violencia doméstica repetitiva), para nombrar solamente
algunas. Debido a estas numerosas dimensiones existe un amplio rango de métodos
para medir la agresión (autoinformes, registros criminales, observación
conductual) y predecirla (juicio clínico, diseños actuariales, inventarios
psicopatológicos o de personalidad, factores situacionales/ambientales). Los
investigadores indican que las variaciones en la operacionalización de la
agresión interpersonal y la violencia pueden
conducir a hallazgos marcadamente divergentes con respecto a sus causas, correlatos y consecuencias, y también que la medida en que se utilicen para
registrar los incidentes de violencia afectará sustancialmente la prevalencia
del resultado (Douglas y Ogloff, 2003).
Cuando
hablamos de predicción de cualquier tipo en seguida nos viene a la mente la
predicción del tiempo meteorológico con la que todos estamos tan
familiarizados, ¿es que los psicólogos cuando predecimos del comportamiento
violento hacemos algo parecido a lo que hacen los meteorólogos? A nuestro
entender esta es una buena analogía. Las predicciones meteorológicas se
requieren cada vez más detalladas, no es suficiente saber si va a llover sino
que hay que predecir cuándo va a suceder, dónde, con qué intensidad, cuáles van
a ser sus efectos, etc. El psicólogo, especialmente el que trabaja en contextos criminológicos, debe también
predecir las conductas antisociales que puede realizar un individuo
determinado. Si hay que conceder la libertad condicional a un recluso, ¿qué
riesgo hay de que vulnere las reglas que se le imponen?, si está realizando un
programa de rehabilitación, ¿qué probabilidades hay de que lo abandone?, y ¿qué
pronóstico de los efectos del tratamiento se puede esperar?, o ¿qué riesgo
existe de que vuelva a reintentar estos comportamientos delictivos?
La
estrategia más utilizada en la actualidad para predecir el comportamiento
violento, anclada en la tradición clínica, consiste en evaluar o diagnosticar
la peligrosidad en un individuo (Campbell, 1995; Gisbert Calabuig, 1998,
Gotffredson, 2006; Maden 2007). Frente a esta estrategia se ha propuesto la
valoración del riesgo deviolencia. Las dos persiguen la misma finalidad pero su
justificación y eficacia las distinguen, así como también las ventajas que
reporta para los propios profesionales que comprometen sus decisiones ante su
propia ética y la legislación vigente. Ambas aproximaciones se analizarán con
detalle en el siguiente apartado.
PELIGROSIDAD
vs. RIESGO DE VIOLENCIA.
La
peligrosidad, además de un concepto jurídico, también es un concepto común, que
forma parte del lenguaje cotidiano y refiere a la propensión del individuo a
cometer actos violentos y peligrosos (Scott y Resnick, 2006; Mulvey y Lidz,
1998). El concepto de peligrosidad resume, pero sólo con una claridad aparente,
la idea del predictor por excelencia de la violencia futura. Ha sido y es
utilizado en la actualidad para este fin en las legislaciones penales de la
mayoría de países occidentales.
También
ha sido objeto de polémicas tanto en el campo del Derecho penal, como en la
Criminología y la Psiquiatría porque mientras que para algunos es “útil y
fecundo” , para otros no es más
que una “ fuente
de problemas” (Carrasco y Maza, 2005). Sin embargo parece que todavía es
un concepto incuestionable en la ciencia jurídica y forense (Serrano Gómez,
1974).
La
peligrosidad se introduce por primera vez en el contexto “lombrosiano” de la
criminología de finales del siglo XIX. Deriva del concepto de “temibilitá”
propuesto por Rafaelle Garofalo (Garrido et al., 2006) según el cual la
peligrosidad se sustentaría en las características y atributos psicológicos del
sujeto que justifican el riesgo de futuros comportamientos violentos. En su
significado original la peligrosidad hacía referencia a “la perversidad constante y
activa del delincuente y la cantidad de mal previsto que hay que temer por
parte del mismo” (Garofalo, 1893, citado por Garrido et al. 2006). Esta
concepción inicial, marcadamente clínica, consideraba la peligrosidad como un
estado mental patológico de origen constitucional. La asociación entre
patología y peligrosidad se ha mantenido vigente (aunque discutida) en la
tradición psiquiátrica y psicoanalítica, y un ejemplo lo encontramos en el caso
de la violencia sexual. Esta primera concepción de la peligrosidad estaba
íntimamente ligada a la enfermedad mental grave y así pervive.
Debido
al desarrollo de la práctica jurídica a lo largo del siglo XX, el concepto de
peligrosidad pierde parte de su sentido clínico inicial y adquiere un
significado más neutro, más actuarial. Así, para el destacado penalista español
de los años 30, Jiménez de Asúa la peligrosidad consistía en la “probabilidad
manifiesta de que un sujeto se convertirá en autor de delitos o cometerá nuevas
infracciones” (Carrasco y Maza, 2005; pp 197).
Hoy
se considera la peligrosidad como una categoría legal por la que conocemos el
riesgo de una persona, con historial delictivo o no, de cometer nuevos delitos.
En esta transición histórica el concepto de peligrosidad, como atributo disposicional
inmodificable ligado a los trastornos mentales, se sustituyo por el de “estado
peligroso” que atiende a la variabilidad de este atributo asociado a los
vaivenes de la estabilidad mental del delincuente, los cambios provocados por
el paso del tiempo, etc. Serrano Gómez (1974) dice: “el estado peligroso es una
situación en la que por los factores de disposición y de ambiente, en mutua
compenetración, el individuo constituye potencialmente un ser con
probabilidades de delinquir, o, al menos, de turbar el orden social establecido
por el derecho”.
Del
mismo modo que la peligrosidad se extendió al marco jurídico de las leyes
penales, también se prodigó en el campo sanitario: “desde hace más de 25 años,
la peligrosidad ha llegado a formar parte de la nomenclatura de la Salud Mental
debido a que las instituciones legislativas
la utilizaron como
un criterio para
la hospitalización de los enfermos mentales” (Monahan y Steadman, 1983; pp.95). Por la
gran cercanía entre la justicia y lo sanitario en el problema de la violencia,
la peligrosidad ha ocupado un lugar privilegiado en esta doble relación
profesional. Por eso la valoración de la peligrosidad siempre ha sido un
“arcano” entre los profesionales de la psiquiatría o la psicología que trabajan
en contextos criminológicos.
La
creencia de que la “peligrosidad” es la causa de la conducta violenta ha
mantenido entre los profesionales una cierta quimera según la cual si se
“acertaba” en la identificación de este atributo, se garantizaba la seguridad y
la prevención de la reincidencia violenta. En ciertos casos así ha sido, pero
en muchos otros casos se han cometido errores y estos son de dos tipos. El más
grave, se llama falso negativo y es el que se produce cuando se rechaza la
presencia de peligrosidad en el sujeto y éste vuelve a cometer un acto
violento. El otro tipo de error que se comete es el llamado falso positivo y
consiste en identificar la presencia de peligrosidad en un sujeto que, sin
embargo, no vuelve a comportarse violentamente en el futuro. Este error tiene
consecuencias penosas en el individuo y a su vez costos económicos importantes
si, como estamos analizando, hablamos de comportamientos violentos futuros de
delincuentes o enfermos mentales a los que, por la identificación de la presencia
de la peligrosidad se mantiene bajo medidas de seguridad o en tratamiento (a
veces internamiento psiquiátrico) (Quinsey y Harris, 1998).
¿De
qué dependen los aciertos o los errores en la predicción de la violencia basada
en el “diagnóstico” de peligrosidad? Principalmente dependen de la experiencia
de los profesionales, de la disponibilidad de técnicas de identificación y de
la claridad con la que se puede descubrir el atributo de peligrosidad. Todos
estos factores son importantes y justifican el nivel de aciertos obtenidos que,
como es propio de la evaluación de atributos psicológicos humanos, nunca puede
alcanzar el 100% de exactitud. Sin embargo, esta conclusión propia del
pensamiento clínico tradicional, es incompleta. La epidemiología y las técnicas
actuariales se han encargado de demostrar que el nivel de aciertos y de errores
en las decisiones dicotómicas depende también de la prevalencia del fenómeno a
predecir (Quinsey y Harris, 1998; Douglas y Cox, 1999).
Una
de las limitaciones más importantes de la peligrosidad, como predictor de
violencia, es su inespecificidad. El diagnóstico de peligrosidad no es útil
para distinguir qué tipo de violencia puede ejercer el sujeto peligroso
(excepto en casos muy evidentes, en que la peligrosidad está asociada a una
patología concreta, como la pedofilia donde obviamente se deduce que la
peligrosidad es de tipo sexual sobre víctimas infantiles). Como ya se ha
señalado, cada tipo de violencia tiene factores de riesgo y de protección
específicos, consideración que no es tenida en cuenta al utilizar la
peligrosidad para la predicción de cualquier tipo de violencia.
Frente
a lo anterior la valoración del riesgo considera los factores predictivos en
función del tipo de violencia a predecir y, de este modo, la capacidad
predictiva aumenta considerablemente. Estas son las razones más relevantes que
han llevado a un cambio en el paradigma que fundamenta la predicción de la
conducta violenta. Especialistas en la predicción como A. Buchanan, J.
Steadman, A. Monhanan, J. Webster, W. Quinsey o S. Hart (entre los más
destacados) consideran que la argumentación de la peligrosidad, de marcado
contenido clínico, se ha de complementar con una fundamentación actuarial, es
decir, basada en los factores de riesgo y las relaciones entre predictores y
criterio (comportamiento violento) demostradas empíricamente.
La
valoración del riesgo de violencia, como método alternativo al diagnóstico de
peligrosidad para la predicción de la violencia, tiene en cuenta los
conocimientos actuales sobre la psicología de la violencia y el papel que
tienen los profesionales en la toma de decisiones acerca del comportamiento
futuro de, por ejemplo, agresores sexuales o maltratadores de pareja. Un primer
supuesto de las técnicas
de valoracón del riesgo de violencia entiende que no se puede
predecir, en general, el riesgo de “cualquier” tipo de violencia a partir de
los mismos
predictores, sino que cada tipo tiene sus factores de riesgo y de protección
particulares y, por tanto, debemos adecuar los procedimientos genéricos de
predicción de riesgo de violencia al tipo concreto de violencia a predecir. La
segunda lección hace referencia a la actividad del psicólogo que debe hacer el
pronóstico.
Predecir el riesgo de un determinado suceso, la conducta violenta, requiere una decisión sobre si este suceso puede acontecer en el futuro y en qué grado. Estas decisiones se deben tomar de acuerdo a protocolos contrastados y basados en conocimientos empíricos, no sólo en intuiciones de los expertos. No hay que perder de vista la responsabilidad profesional que asumen los técnicos cuando hacen, con sus decisiones, pronósticos en cuestiones de tanta sensibilidad social como son la posible reincidencia en las agresiones sexuales, los abusos a menores y los malos tratos familiares y que es, de hecho, donde se aplican con mayor éxito estas nuevas técnicas de predicción de riesgo de violencia.
Predecir el riesgo de un determinado suceso, la conducta violenta, requiere una decisión sobre si este suceso puede acontecer en el futuro y en qué grado. Estas decisiones se deben tomar de acuerdo a protocolos contrastados y basados en conocimientos empíricos, no sólo en intuiciones de los expertos. No hay que perder de vista la responsabilidad profesional que asumen los técnicos cuando hacen, con sus decisiones, pronósticos en cuestiones de tanta sensibilidad social como son la posible reincidencia en las agresiones sexuales, los abusos a menores y los malos tratos familiares y que es, de hecho, donde se aplican con mayor éxito estas nuevas técnicas de predicción de riesgo de violencia.
El
riesgo puede entenderse como: “un peligro que puede acontecer con una cierta
probabilidad en el futuro y del que no comprendemos totalmente sus causas o
éstas no se pueden controlar de forma absoluta” (Hart, 2001).
A
diferencia de la peligrosidad, que hemos caracterizado por ser una variable
discreta, estática y genérica, que lleva a decisiones “todo/nada” en el
pronóstico, el riesgo de violencia es un constructo continuo, variable y
específico, que permite tomar decisiones graduadas de pronóstico futuro de
violencia. La presencia de peligrosidad en el individuo concentra la estrategia
de control y gestión del riesgo en dos tipos de intervenciones: control
situacional (internamiento) y tratamiento terapéutico del sujeto peligroso. La
valoración del riesgo amplía las posibilidades de intervención porque permite
ajustar los procedimientos de control y minimización del riesgo a los niveles
individuales y contextuales del mismo, con lo que se generan muchas
posibilidades de intervención adecuadas al pronóstico más probable.
La
aplicación del conocimiento de los factores de riesgo asociados a la violencia
es el fundamento de la valoración del riesgo. Los criminólogos y psicólogos de
la delincuencia han investigado extensamente los tipos de violencia atendiendo
a los sujetos que la ejercen, buscando las causas que explican su conducta ya
que entre ellas aparecen los factores de riesgo. También han estudiado qué
factores influyen en la reducción o abandono de la actividad delictiva para
fomentarlos por medio de la intervención terapéutica. A su vez, estos factores
también se pueden utilizar como factores protectores. Se han conseguido muchos
logros positivos, y sobre todo se puede disponer de listados de factores de
riesgo y protección que están empíricamente asociados a los tipos de violencia
más grave. Además de esta distinción entre factores de riesgo y protección si
se atiende a su naturaleza, puede distinguirse entre factores estáticos y
dinámicos, según éstos sean o no modificables en el curso futuro de la vida del
agresor.
Los
listados de factores de riesgo de violencia son muy extensos, algunos de ellos
son comunes a diversos tipos de violencia y otros específicos para cada tipo
(Krug et al., 2002; Andrews y Bonta, 2003). La investigación ofrece un panorama
bastante consolidado sobre estos factores y su dinámica, de esta información se
nutre la valoración de riesgo de violencia en su faceta predictiva y también
preventiva. En la tabla 1 pueden verse algunos ejemplos de estos factores de
riesgo.
¿En
qué consiste la valoración del riesgo de comportamientos violentos? Estimar el
riesgo de violencia es un procedimiento para predecir la probabilidad de
aparición de una conducta violenta determinada. Es posible predecir el riesgo
de comportamientos violentos con más precisión
que el simple azar o las predicciones unidimensionales. Se puede predecir el
riesgo de cualquier elección si conocemos los determinantes de ésta y tenemos
datos sobre elecciones que anteriormente hayan sucedido y de las cuales
conocemos sus antecedentes. Ello es cierto en el campo de los registros
penales, criminológicos y psiquiátricos, ya que existen datos acumulados que
pueden proporcionar este tipo de informaciones. Para predecir con éxito
interesaran informaciones acerca de varios aspectos: ¿qué tipos de conducta
violenta se producen?; ¿con qué frecuencia?, ¿bajo qué condiciones o en qué
escenarios?; ¿cuáles son las condiciones presentes?, ¿cómo se intervino?, ¿qué
sucedió después?, etc. Se han desarrollado estrategias de evaluación
psicológica intensivas, procedimientos actuariales basados en tests
psicológicos y otras estrategias (clínicas, epidemiológicas...) para
identificar el riesgo de determinados comportamientos violentos, pero sigue
existiendo un importante grado de imprecisión en tales predicciones. Entre las
estimaciones de riesgo de violencia más necesitadas de buenos procedimientos de
predicción, debido a la gravedad de sus consecuencias se encuentran las
siguientes: riesgo de suicidio, de homicidio por parte de menores, de los
diferentes tipos de agresión sexual, de las agresiones domésticas y familiares
y, naturalmente, de la violencia en general (Elbogen, 2002).
Por
último, queremos mencionar una importante consecuencia derivada del cambio de
paradigma acerca de la peligrosidad y la valoración del riesgo. Se trata de la
gestión del riesgo. Para cualquiera que reciba un pronóstico de riesgo de
violencia “alto e inminente” esta información debe ser un acicate para la
búsqueda urgente de medidas que eviten que ese pronóstico de confirme (Moran et
al. 2001). La minimización del riesgo de violencia es el paso que sigue a la
valoración del riesgo.
Este
nuevo abordaje técnico se denomina gestión del riesgo y está íntimamente
relacionado con la valoración. La gestión del riesgo se basa en comprender por
qué el sujeto eligió actuar violentamente en el pasado, en determinar si los
factores de riesgo/protección que influyeron
en
su elección siguen presentes y lo estarán en el futuro, y en promocionar los
factores que le pueden llevar a tomar decisiones no-violentas en tanto que
estrategias alternativas de solución de conflictos. La gestión del riesgo hace
referencia a la aplicación de los conocimientos disponibles generados en los
estudios de valoración del riesgo para minimizar la frecuencia actual de las
conductas violentas y delictivas así como sus efectos y es un campo donde los
expertos deben desarrollar nuevas estrategias de intervención en su lucha
contra el comportamiento violento (Douglas , Cox y Webster ,
1999 ; Douglas , Oglof f y Har t
, 2003;
Björ kdahl , Olsson y Palmstierna, 2006).
PROCEDIMIENTOS
Y TÉCNICAS DE PREDICCIÓN DE LA VIOLENCIA
Hemos
descrito el planteamiento general de valoración del riesgo de violencia como
alternativa a la clásica evaluación clínica de la peligrosidad para la
predicción de la violencia. Este cambio ha venido acompañado de un desarrollo
muy destacado en el diseño y puesta a punto de instrumentos específicos que
tienen la finalidad de ayudar a los profesionales en esta tarea. Estos
instrumentos surgieron en el contexto de la predicción de violencia y
reincidencia en pacientes y reclusos afectados por trastornos mentales graves en
Canadá. Después se fueron
ampliando para ocuparse de la predicción de otros tipos de violencia y
aparecieron instrumentos para predecir la violencia sexual, de pareja y
doméstica, y se extendieron a otros países como Estados Unidos, Reino Unido,
Países Nórdicos, Alemania, Holanda, etc. (Hilton y Harris, 2006). Recientemente
han aparecido nuevos instrumentos
para valoración de riesgo de violencia en jóvenes y adolescentes, en sujetos
internados en prisiones y también para predecir la violencia en el trabajo.
En
la Tabla 2 se recoge un amplio listado de diversos instrumentos de predicción,
muchos de los cuales no han sido todavía adaptados a nuestro contexto. En
España el Grupo de Estudios Avanzados en Violencia (GEAV), en la Universidad de
Barcelona ha adaptado tres de estos instrumentos,
el HCR-20, el SVR-20 y el SARA, que sirven para predecir respectivamente
violencia física grave en pacientes psiquiátricos y en reclusos, violencia
sexual y violencia contra la pareja. Otros grupos e instituciones han adaptado
otros instrumentos, como, por ejemplo el VRAG (Violence Risk Appraisal Guide,
por el grupo de estudios del Dr. Graña en la Universidad Complutense de
Madrid), la PCL-R y sus escalas derivadas (versionada por parte de varios
grupos en España, entre los que destacan los liderados por el Dr. R. Torrubia
en la Universidad Autónoma de Barcelona y por el Dr. V. Garrido de la
Universidad de Valencia), o el SAVRY (Scale forAssessment of Violence Risk in
Youths, adaptado por E. Hilterman
en el Centro de Estudios Jurídicos y de Formación Especializada de la
Generalitat de Catalunya). En resumen, puede afirmarse que en los últimos 20
años la creación y difusión de estas técnicas han mejorado de forma relevante
la tarea de predicción de violencia que realizan
los profesionales que trabajan en contextos penitenciarios y de la salud mental
(Esbec, 2003) Entre los profesionales de la salud mental y los especialistas en
criminología la valoración del riesgo, incluso de la peligrosidad, es un
proceso de evaluación individual que
se inicia por la recogida de datos relevantes del individuo y finaliza en la
toma de decisiones acerca de su comportamiento futuro.
La recogida de datos para la valoración del riesgo incluye entrevistas personales, evaluación psicológica y médica estandarizada, revisión de expedientes socio-sanitarios y judiciales y recogida de información colateral (Webster et al., 1997). En este sentido la información utilizada para tomar decisiones sobre peligrosidad y sobre el riesgo de violencia no es muy distinta. Lo que sí es diferente es la organización y determinación de qué información es necesaria para evaluar el riesgo de violencia (en cada tipo variará de forma concreta), la ponderación de cada factor de riesgo y las normas de relación entre las valoraciones realizadas que definen los resultados de las mismas. Este proceso, como veremos, se puede realizar desde la “inaccesible” mente del experto hasta el frío computo de un ordenador que aplica el protocolo, pasando por el profesional experto que se ayuda y guía de protocolos de toma de decisiones.
La recogida de datos para la valoración del riesgo incluye entrevistas personales, evaluación psicológica y médica estandarizada, revisión de expedientes socio-sanitarios y judiciales y recogida de información colateral (Webster et al., 1997). En este sentido la información utilizada para tomar decisiones sobre peligrosidad y sobre el riesgo de violencia no es muy distinta. Lo que sí es diferente es la organización y determinación de qué información es necesaria para evaluar el riesgo de violencia (en cada tipo variará de forma concreta), la ponderación de cada factor de riesgo y las normas de relación entre las valoraciones realizadas que definen los resultados de las mismas. Este proceso, como veremos, se puede realizar desde la “inaccesible” mente del experto hasta el frío computo de un ordenador que aplica el protocolo, pasando por el profesional experto que se ayuda y guía de protocolos de toma de decisiones.
Veamos,
de forma muy resumida, algunos detalles de cada uno de estos procedimientos y
técnicas de predicción de violencia. Asimismo, mencionaremos algunos de los
principales instrumentos de valoración de riesgo que están publicados y
accesibles para su uso profesional.
Todos
ellos comparten muchos elementos comunes ya que ayudan a la toma de decisiones.
Cualquier toma de decisiones se realiza en base a unos datos, obtenidos por
procedimientos distintos, la combinación de los mismos y unas reglas que
determinan la decisión a tomar.
Este
esquema de proceder es similar en todas las técnicas de valoración de riesgo
pero es, a su vez, en lo que se distinguen. Existen tres grandes
procedimientos: la valoración clínica no-estructurada, la valoración actuarial
y la valoración clínica estructurada (Hart, 2001).
Valoración
clínica no-estructurada. Consiste en la aplicación de los recursos clínicos de
evaluación y pronóstico tradicional
es al
pronóstico del comportamiento violento. Se ha generalizado a partir de las técnicas de diagnóstico de la
peligrosidad entendida como un estado patológico del sujeto (Gisbert-Calabuig,
1998). Se caracteriza por no tener protocolos o reglas “explícitas” más allá de
las propias de cada clínico experto. En este procedimiento se pueden incluir
instrumentos objetivos de evaluación como los tests u otras informaciones
objetivas, derivadas de registros históricos y similares, pero los datos que se
obtienen son procesados sin atender a ninguna regla explícita conocida. En este
procedimiento la característica fundamental es la libertad de criterio con que
cada profesional aborda el problema de predecir el riesgo en función de su
formación, sus preferencias personales, sus hábitos profesionales, y la
naturaleza de las demandas.
Este
procedimiento presenta una notable dificultad para encontrar justificaciones
empíricas y sistemáticas ya que existen bajos niveles de acuerdo inter-jueces,
poca precisión y una débil justificación teórica (Buchanan, 1999;Elbogen,
2002;McMillan et al. 2004). Las predicciones
realizadas siguiendo este método se valoran principalmente en base a la
“experiencia contrastada” del profesional que las formula (Maden, 2007).
Estas
técnicas tienen un cierto desprestigio que proviene de la dificultad, cuando no
de la imposibilidad, de conocer los elementos claves que llevaron al clínico a
tomar una determinada decisión, por ejemplo considerar el alta
de un paciente con un trastorno mental agudo. Esta falta de transparencia,
muchas veces propia del método más que de la voluntad del clínico, ha sido muy
criticada ya que no permite contrastar la fiabilidad de la decisión por medio
de una réplica cuidadosa. Como veremos éste es un obstáculo superado por los
procedimientos actuariales o estructurados, especialmente por las llamadas
“guías de valoración del riesgo” (Andres Pueyo y Redondo, 2004).
Valoración
Actuarial. Se cacteriza esencialmente
por un registro cuidadoso y detallado de todos los datos relevantes de la
historia personal del sujeto, especialmente aquellas informaciones que se
relacionan empíricamente con el comportamiento o criterio a predecir. De ahí su
calificativo de actuarial ya que el término actuario, etimológicamente,
significa registrar detalladamente informaciones anteriores para hacer
valoraciones de riesgo.
Pero
además del registro detallado de informaciones relevantes, los procedimientos
actuariales implican también una ponderación adecuada (también obtenida
empíricamente) de la importancia de cada información por medio de reglas de
combinación matemáticas. Estas reglas permiten obtener una puntuación de
probabilidad determinada que refleja, con gran exactitud, el riesgo de que
suceda aquello que queremos predecir (Hart, 1997; Quinsey y Harris, 1998).
Los
actuarios predicen el futuro en base a una única presuposición según la cual la
probabilidad futura de que suceda un hecho depende de la combinación ponderada
de los factores que determinaron su aparición en el pasado (Meehl, 1954; Grove
et al. 2000). No hay
ningún
modelo teórico, causal o determinístico que explique el porqué de las conductas
ya que, para la predicción actuarial no se necesita. El futuro es una
repetición del pasado. Solamente interesa conocer la probabilidad de que un
hecho suceda en el futuro, no interesa el porqué, el cómo o el cuándo, solamente la probabilidad de que
suceda. Si la historia nos dice que la presencia de psicopatía y los problemas
de conducta en la infancia son
antecedentes de la conducta antisocial del adulto (Simonoff, 2004), podremos
predecir el incremento de riesgo de violencia en un sujeto que presenta ambos
datos en
su historia biográfica.
Desde
mediados de los años 80, se han desarrollado múltiples instrumentos actuariales
de valoración del riesgo. Aunque no han alcanzado una difusión generalizad a
, se
dispone en la
actualidad de algunos
bien contrastados. Nos gustaría destacar entre ellos el VRAG (Quinsey et
al. 1998), el STATIC99 (Hanson, 1999), el ODARA (Hilton et al. 2004) y el ICT
(Monahan et al. 2000).
Los
procedimientos actuariales aplican las reglas descubiertas en estudios grupales
a los individuos y, como es natural, el peligro de equivocarse está en relación
directa con la variabilidad interindividual de los grupos.
Cuanta
mayor sea la heterogeneidad de los individuos dentro de un grupo o clase, más
inadecuada será la aplicación de las reglas actuariales a cada individuo. Esto,
que es cierto en la clínica donde se aspira a la individualización d e
los tratamientos
, es
d e obligado cumplimiento
en el marco jurídico donde la individualidad prevalece de forma destacada en la
aplicación de las leyes. Las evaluaciones actuariales no son, en el fondo,
evaluaciones individuales sino generalizaciones grupales aplicadas a los
individuos y esta es quizás la limitación más importante del procedimiento.
Valoración
por medio de juicio clínico estructurado.
Brevemente
se puede definir esta técnica como una evaluación mixta clínico-actuarial.
Requiere del evaluador numerosas decisiones, basadas en el conocimiento experto
de la violencia y de los factores de riesgo, a las que ayudan las “guías de
valoración” cuya estructura
proviene
de los análisis actuariales y está diseñada incluyendo una serie explícita y fija
de factores de riesgo identificados y conocidos. Estas guías, a modo de
protocolos de actuación, especifican el modo y la manera de reunir y recoger la
información que servirá después para tomar
decisiones. Sin embargo no introduce, por lo general, restricciones ni
orientaciones sobre la propia toma de decisiones (que sí aparecen en los
procedimientos actuariales) ni en la forma de resumir y comunicar los
resultados y decisiones obtenidas.
En
general estas guías de juicio estructurado, que incluyen los factores de riesgo
y protección mínimos que hay que valorar para cada tipo de violencia y grupo
poblacional, son las más útiles para la valoración de riesgo de violencia
porque ayudan a evitar los errores más
habituales en la predicción. Entre ellos, ayudan a soslayar olvidos, ya que
aseguran que los profesionales chequean todas y cada una de las áreas
esenciales que hay que valorar para predecir el riesgo de un determinado tipo
de violencia.
También
evitan los sesgos del clínico en las decisiones como son estimar al alza o a la
baja en función de las creencias acerca de la prevalencia del tipo de violencia
a predecir, evitan dejarse guiar por correlaciones ilusorias o concentrarse
solamente en “indicios” notables.
Del
mismo modo que los instrumentos actuariales, las guías de juicio
estructurado se han multiplicado en los
últimos 15 años. Entre las más destacadas están la familia del HCR-20 (SVR-20,
SARA, SAVRY, EARL-B, etc.) que surgieron en Canadá en torno a los trabajos de
D. Webster y S. Hart. La familia de la PCL-R (PCL-SV y PCL-YV) inicialmente
desarrollada por R. Hare, y otras guías
como las de L. Andrews y J. Bonta o las de J. Campbell especificas para la
predicción del uxoricidio (ver tabla 2).
En
resumen, los procedimientos de valoración del riesgo que hemos denominado
“guías”, como es el caso del HCR-20, son herramientas al servicio de los
profesionales y no sustituyen a éstos en la toma de decisiones. La estructura
que impone el protocolo de valoración afecta sobre
todo a la recolección y valoración de los factores de riesgo que componen las
guías, es decir a los datos que “necesariamente” hay que identificar. Deja en
manos de los técnicos (es decir en su experiencia y habilidades clínicas) las
decisiones que estiman el riesgo y los planes de actuación futura para
reducirlo. Las decisiones finales son del profesional, no del protocolo.
Se
ha dicho que la utilidad primordial de la predicción del riesgo de
comportamientos violentos es evitar que éstos se produzcan. De forma más
inmediata sus objetivos específicos serían los siguientes:
a)
Guiar la intervención de los profesionales en las tareas de predicción y no
dejar a su libre criterio el procedimiento de estimación del riesgo, ya que
este método se ha demostrado poco fiable, de dudosa validez e irrefutable.
b)
Mejorar la consistencia de las decisiones al tener en cuenta sistemas
contrastados de recogida de datos relevantes y significativos de la historia
biográfica del sujeto, de sus variables clínicas de estado y de la situación
(factores de riesgo/protección) que rodean al sujeto cuyo comportamiento futuro
hay que predecir.
c)
Mejorar la transparencia de las decisiones, ya que se dispone de un registro de
los distintos pasos del proceso de predicción aportando transparencia a la
decisión y recomendación finales.
d)
Proteger los derechos de los clientes y usuarios, ya que las decisiones, a
veces útiles y acertadas pero otras veces no, se pueden analizar a la luz de
los derechos
que protegen a los destinatarios (bien se trata de víctimas o agresores).
Siguiendo
estas orientaciones generales es posible afirmar que las predicciones de riesgo
de violencia, realizadas por procedimientos rigurosos como los descritos, son
perfectamente comparables en su calidad y posibilidades a las de predicciones hechas en otras áreas
profesionales reconocidas y
útiles como la predicción meteorológica, las predicciones en
ingeniería civil, las predicciones económicas o sociológicas. El rigor técnico
que aquí se ha defendido aumenta considerablemente la eficacia de las
valoraciones de riesgo de violencia que realizamos los profesionales de la
Psicología, ampliando el repertorio de posibilidades de intervenir en la
gestión del riesgo de violencia y la prevención de la violencia y de sus
consecuencias (Doyle y Dolan, 2002; Tëngstrom et al. 2006).
CONCLUSIONES.
La
realidad profesional de la Psicología aplicada a los problemas de la
delincuencia se ha visto ampliada con las demandas relacionadas con la
violencia en sus distintas formas. En este contexto, la necesidad de prevenir
la violencia ha traído a primer plano la necesidad de disponer de técnicas de
predicción del riesgo de violencia que tengan una mayor eficacia que las
tradicionales evaluaciones de la peligrosidad, propias de contextos forenses y
penitenciarios. Los avances en el conocimiento de la violencia y sus formas y,
sobre todo, la identificación de los factores de riesgo que la promueven han
permitido la introducción de nuevos procedimientos. Estos se han generalizado
rápidamente, en los últimos 15 años,
trasladándose de entornos limitados de la psiquiatría forense y la criminología
a la practica profesional de la psicología clínica, los servicios sociales y
contextos jurídico-penales.
Como
hemos descrito, las nuevas técnicas de valoración del riesgo que siguen el
método del juicio clínico estructurados, y se materializan en forma de guías de
valoración del riesgo han mejorado la eficacia predictiva de los pronósticos de
violencia en poblaciones penitenciarias, enfermos mentales, agresores
domésticos y de pareja, y en ámbitos laborales y escolares. Juntamente con este
incremento en la eficacia predictiva las guías estructuradas, permiten diseñar
procedimientos de minimización y gestión del riesgo de violencia lo que es tan importante
como la predicción futura en sí misma. Por último, conviene destacar que estas
nuevas técnicas ayudan en la toma de decisiones y facilitan la claridad y
transparencia de los juicios de los expertos, que con frecuencia pueden ser
objeto de litigio por las consecuencias
que generalmente comportan
este tipo de decisiones. En la actualidad ya se dispone
de algunas guías adaptadas a nuestro entorno socio-jurídico español y otras lo
estarán en breve, homologando así los recursos profesionales disponibles a los
de otros países y más desarrollados en el uso de estos procedimientos de
predicción.
1A continuación, y a lo largo de todo el texto, utilizaremos el término “psicólogos” como genérico tanto de las psicólogas como de los psicólogos.
Agradecimientos:
Este trabajo se ha realizado en el marco del desarrollo de los proyectos de
investigación EC2001-3821-C05-01/PSCE y SEJ2005-09170-C04- 01/PSIC del
Ministerio de Educación y Ciencia del Gobierno de España.
http://www.papelesdelpsicologo.es/pdf/1500.pdf (Tablas)
http://www.papelesdelpsicologo.es/pdf/1500.pdf (Tablas)
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