jueves, 29 de diciembre de 2016

CONTEXTO FAMILIAR Y DESARROLLO PSICOLÓGICO DURANTE LA ADOLESCENCIA. Alfredo Oliva Delgado y Águeda Parra Jiménez. Universidad de Sevilla

1. Las relaciones familiares y sus cambios durante la adolescencia

Las primeras concepciones surgidas en torno al periodo de la adolescencia, tanto en el campo de la psicología como en la filosofía o la literatura, contribuyeron a dibujar una imagen dramática y negativa de esta etapa evolutiva, en la que los problemas emocionales y conductuales, y los conflictos familiares ocupaban un lugar preferente. Autores como Stanley Hall, Anna Freud o Eric Erikson apoyaron claramente la idea de que una adolescencia turbulenta y complicada era una característica normativa y deseable en el desarrollo humano, y se conviertieron en los principales defensores de la línea que suele denominarse Storm and Stress en recuerdo del movimiento literario del Romanticismo Alemán Sturm und Drung. La obra de Goethe “Las penas del joven Werther”, que puede considerarse la quintaesencia de esta corriente literaria, presenta la imagen de un adolescente atormentado y sufriente que termina poniendo fin a sus tristezas mediante el suicidio. Durante las últimas décadas, esta visión pesimista fue puesta en entredicho por diversos autores (Coleman, 1980; Eccles, Midgley, Wigfield, Buchanan, Reuman, Flanagan y Maciver,1993; Steinberg y Levine, 1997), que encontraron una menor incidencia de problemas emocionales y conductuales durante la adolescencia que lo apuntado por Hall o Freud. Sin embargo, a pesar del rechazo por parte de los investigadores, la concepción Storm and Stress ha seguido teniendo vigencia entre la población general, como lo muestran algunos trabajos centrados en el estudio de las ideas y esterotipos sobre la adolescencia (Buchanan y Holmbeck, 1998; Casco, 2003; Casco y Oliva, 2003).

En los últimos años ha venido acumulándose una cantidad importante de datos empíricos que también han cuestionado esa imagen tan optimista de la adolescencia. Como ha planteado Arnett (1999), la concepción del storm and stress precisa ser reformulada a partir de los conocimientos evolutivos actuales. Aunque no pueda mantenerse la imagen de dificultades generalizadas, sí hay suficiente evidencia acerca de una importante incidencia de problemas relacionados con tres áreas: los conflictos con los padres (Laursen, Coy y Collins, 1998; Steinberg y Morris, 2001), la inestabilidad emocional (Buchanan, Eccles y Becker, 1992; Larson y Richards, 1994), y las conductas de riesgo (Arnett, 1992). Por lo tanto, aunque no podemos afirmar que vuelva a tener vigencia la concepción del storm and stress, los resultados de la investigación distan mucho de ofrecer una imagen idílica de esta transición evolutiva. Como tendremos ocasión de exponer más adelante, las relaciones familiares van a experimentar algunos cambios importantes durante la adolescencia, con un aumento de los conflictos y discusiones entre padres e hijos que en muchos casos romperán la armonía que hasta ese momento había reinado en el hogar.

La familia, al igual que todos los sistemas abiertos, está sometida a procesos de cambio y estabilidad que pueden ser comprendidos mejor si se tienen en cuenta los principios de la Dinámica de Sistemas comentados en el capítulo 3. A lo largo de la infancia, los procesos bidireccionales que tienen lugar en el contexto familiar han ido determinando unas estructuras o estilos relacionales entre los miembros de la familia, que se habrán hecho cada vez más estables, sobre todo mediante los mecanismos de retroalimentación negativa. El sistema familiar, aunque contiene otros subsistemas, representa una unidad de análisis, y para comprender mejor la dinámica de las relaciones que se establecen en su interior habrá que analizar en primer lugar los cambios o procesos biológicos, emocionales y cognitivos que ocurren a nivel intrapersonal, tanto en el niño o la niña que llega a la adolescencia como en sus padres. A su vez, será necesario atender a aquellos procesos interpersonales (patrones de comunicación, distanciamiento emocional) que tienen lugar, ya que como ha señalado Lewis (1995; 1997), las estructuras afectivo-cognitivas del adolescente y de sus padres son subsistemas que interactúan y que se autoorganizan en interacciones diádicas. Por último, es inevitable considerar que tanto los procesos intrapersonales como los interpersonales tienen lugar en un determinado contexto socio-cultural que deber ser tenido en cuenta si queremos comprender los cambios o transformaciones en la relación entre los padres y el adolescente (Bronfrenbrenner, 1979; Granic, Dishion y Hollenstein, 2003).

Cambios en el adolescente: Sin duda el cambio más llamativo asociado a la pubertad tiene que ver con la maduración física y sexual, que afectará a la forma en que los adolescentes se ven a sí mismos y a cómo son vistos y tratados por los demás. El aumento en la producción de hormonas sexuales asociado a la pubertad va a tener una repercusión importante sobre las áreas emocional y conductual. Por una parte, vamos a encontrar una influencia de los cambios hormonales sobre el estado de ánimo y el humor del adolescente, aunque esta relación no es tan evidente como sugiere el estereotipo popular (Brooks-Gunn, Graber y Paikoff, 1994) y suele limitarse a la adolescencia temprana, que es cuando las fluctuaciones en los niveles hormonales parecen influir de forma más directa sobre la irritabilidad y agresión en los varones y sobre los estados depresivos en las chicas (Buchanan, Maccoby y  Dornbusch, 1992; Steinberg y Silk, 2002), lo que sin duda afectará a las relaciones que  establecen con sus padres. También está clara la relación entre el incremento en las hormonas sexuales y el surgimiento del deseo y la actividad sexual (McClintock y Herdt, 1996), lo que puede llevar a que los padres se empiecen a preocupar más por las salidas y las relaciones sociales de sus hijos, y modifiquen la forma de tratarlos. Es probable que aumenten las restricciones en un momento en que sus hijos buscan más libertad, lo que supondrá una mayor incidencia de disputas y conflictos familiares.  Merece la pena destacar que esta relación entre los cambios puberales y las relaciones familiares es bidireccional, ya que algunos estudios han revelado que la pubertad ocurre antes en chicas que tienen un contexto familiar menos cohesionado y más conflictivo, probablemente porque el estrés influye sobre las secreciones hormonales. También la presencia de un padre no biológico parece acelerar la menarquía como consecuencia de la exposición de la chica a las feromonas secretadas por un varón con quien no guarda relación biológica (Ellis y Garber, 2000; Ellis McFadyen-Ketchum, Dodge, Pettit y Bates, 1999; Graber, Brooks-Gunn y Warren, 1995).

lunes, 19 de diciembre de 2016

Ansiedad y depresión adolescente: un inquietante drama en ascenso. Revista Time

Los jóvenes de hoy -que transitan o transitaron su infancia, pubertad y adolescencia en los primeros años del milenio- tienen la reputación de ser "más frágiles", menos resistentes a ciertas emociones y de vivir más abrumados por la vida que sus padres. Sin embargo, numerosos especialistas señalaron que este panorama es el resultado de un momento emocional angustiante que muchos jóvenes atraviesan actualmente. 

La ansiedad y la depresión en niños y adolescentes han ido en aumento desde 2012, después de varios años de aparente estabilidad, como un fenómeno que afecta a toda una generación sin distinción de edad, género o clase social.

Se aíslan, se recluyen dentro de sus identidades ficticias en las redes sociales, o simplemente aparentan estar bien y, por dentro, sufren por la presión que sienten respecto a sus notas, su futuro, su aspecto físico o sus relaciones con una pareja, amigos y familia. En casos más extremos, algunos jóvenes incluso se autoinfligen heridas superficiales como una manifestación secreta y compulsiva del tormento que sufren.

La autolesión, que es para muchos adolescentes un escape momentáneo de la ansiedad contra la que luchan constantemente, es quizás el síntoma más inquietante de un problema psicológico más amplio: una "epidemia" de angustia y depresión que impacta y afecta directamente a la generación de los adolescentes de principios del siglo XXI.

Tan creciente y alarmante es la preocupación por esta realidad que la revista TIME dedicó su última portada al tema. Según indican en su artículo, sólo en Estados Unidos en 2015, alrededor de 3 millones de adolescentes entre 12 y 17 años tuvieron al menos un episodio depresivo grave en el último año, según el Departamento de Salud y Servicios Humanos nacional. 

Más de 2 millones reportaron experimentar una depresión que perjudica su vida diaria y alrededor del 30 por ciento de las niñas y el 20 por ciento de los niños tuvieron algún tipo de trastorno de ansiedad. Mientras que las niñas parecen más propensas a caer en este comportamiento, los niños no son inmunes: hasta el 30 y el 40 por ciento de los que alguna vez se autoflagelaron son varones.

Lo que preocupa a los expertos en primer lugar es que, de este número, sólo el 20 por ciento de los jóvenes con un trastorno de ansiedad diagnosticable reciben tratamiento y que, por otro lado, también es difícil cuantificar los comportamientos relacionados con la depresión y la ansiedad con actitudes suicidas y autolesiones, porque estos son especialmente secretos y muchas veces son difíciles de detectar para el propio círculo íntimo del joven. Por este motivo, el desafío para ellos es encontrar la manera de ayudarlos a través de la comprensión del contexto donde surge este drama.

Todos los estudios en este sentido destacan que quienes sufren de estos trastornos son la generación que creció luego del atentado a las Torres Gemelas, criados en una época de gran inseguridad económica, donde el terrorismo y los episodios violentos son moneda corriente y donde, en medio de un mundo en completo caos, fueron testigos de cómo la tecnología y los medios sociales transformaron la sociedad.

"Si el objetivo era crear un entorno realmente angustioso, lo hemos logrado", dijo Janis Whitlock, directora de un programa de investigación de la Universidad de Cornell sobre la autoflagelación y la recuperación. Si bien muchos adjudican este trastorno a los padres, los dilemas de crianza del nuevo tiempo y el estrés que produce en los jóvenes el sistema educativo actual, Whitlock señaló que no cree que esas sean las causas de esta epidemia. "Es que los jóvenes están dentro de un caldero de estímulos del que no pueden, no quieren o no saben cómo alejarse", señaló.

Todos los expertos parecen coincidir en que ser un adolescente hoy en día es tener un "trabajo a tiempo completo" que incluye el esfuerzo escolar, la gestión de una identidad social virtual en redes sociales (que podría ser especialmente estresante y angustiante) y preocuparse por su carrera, el cambio climático, el sexismo, el racismo y lo que sea que la sociedad les imponga. Es la generación que casi en su totalidad no puede escapar de sus problemas en absoluto.

Es difícil para muchos adultos comprender cuánto de la vida emocional de los adolescentes se vive dentro de las pequeñas pantallas de sus teléfonos. Sin embargo, un informe especial de la CNN en 2015 llevado a cabo con investigadores de la Universidad de California y la Universidad de Texas examinó el uso de redes sociales en más de 200 jóvenes de 13 años de edad y descubrió que "no hay una línea clara para los jóvenes que divida el mundo real y el mundo en línea". Esta hiperconectividad que ahora se extiende por todas partes los sobreexpone a los jóvenes y los sumerge en un mundo donde no saben cómo comportarse correctamente, donde la imagen que desean dar los limita y los presiona.

Otro de los componentes que juegan un rol fundamental en esta problemática, según los expertos, es el sistema educativo. La persecución de calificaciones específicas, la necesidad de "ser alguien" y hacer carrera transfirió la presión que antes ponían los padres sobre los hijos a una presión autoimpuesta por los adolescentes. "La competitividad y la falta de claridad acerca de adónde van las cosas económicamente han creado una sensación de estrés real en los jóvenes", señaló Víctor Schwartz, miembro de la Fundación Jed, una organización sin fines de lucro estadounidense que trabaja con colegios y universidades en programas y servicios de salud mental. Mientras tanto, la evidencia existente sugiere que la ansiedad provocada por las presiones de la escuela y la tecnología está afectando a los niños más pequeños y más jóvenes.

Muchos críticos de los métodos de crianza actuales señalaron que los niños de hoy están "sobre-supervisados" pero, sin embargo, los adolescentes pueden estar en la misma habitación que sus padres y estar también, gracias a sus teléfonos, sumergidos en un enredo emocional doloroso que expresan por las redes sociales. Sin que nadie lo note, los jóvenes pueden estar viendo la vida de otras personas en Instagram mientras desean en secreto ser algo que no son o pueden estar inmersos en una discusión sobre el suicidio con gente en la otra punta del planeta.

En el estudio de la cadena CNN, los investigadores descubrieron que incluso cuando los padres hacen todo lo posible para controlar el Instagram de sus hijos, Twitter y Facebook, lo más probable es que sean incapaces de reconocer los desaires sutiles y las exclusiones sociales que están causando dolor a sus niños.

La "adicción" al autoflagelo

Para algunos padres que descubren que su hijo estuvo severamente deprimido sin que ellos lo notaran o que llegó a lastimarse a sí mismo, el descubrimiento viene cargado de muchas culpas. El auto-flagelo no es universal entre los niños con depresión y ansiedad, pero sí parece ser el síntoma más visible de las dificultades de salud mental de esta generación.

Un estudio del Hospital de Niños de Seattle hizo un seguimiento a las personas que utilizan hashtags en Instagram para hablar de autolesión y descubrió un aumento espectacular de su uso en los últimos dos años. Los expertos recibieron 1,7 millones de resultados de búsqueda para "#selfharmmm" en 2014 y en 2015 el número fue de más de 2,4 millones.

El estudio académico de este comportamiento es incipiente, pero los investigadores están desarrollando una comprensión más profunda de cómo el dolor físico puede aliviar el dolor psicológico de algunas personas que lo practican. Ese conocimiento puede ayudar a los expertos a entender mejor por qué puede ser difícil para algunas personas dejar de autoflagelarse una vez que empiezan.

Muchos creen incluso que hay un componente cultural en esa práctica. A partir de finales de 1990, el cuerpo se convirtió en una especie de cartelera para la autoexpresión, por ejemplo con los tatuajes y los piercings.

Algunos de los tratamientos para las autolesiones son similares a los de la adicción, sobre todo en el enfoque en la identificación de los problemas psicológicos que están causando la ansiedad y la depresión en el primer lugar y luego la enseñanza de otras formas saludables de lidiar con ellos.

Fadi Haddad, un psiquiatra que trabaja en el servicio de urgencias de psiquiatría para adolescentes en el Hospital Bellevue en Nueva York, dice que el mejor consejo para los padres que se enteran de que sus hijos están deprimidos o se hacen daño a sí mismos, la mejor respuesta primero es validar sus sentimientos. "No se enoje, ni intente castigarlos. Dígale 'Siento mucho que tengas este dolor. Estoy acá para vos'".

Este reconocimiento directo de sus luchas quita cualquier prejuicio, lo cual es crítico ya que las cuestiones de salud mental están todavía muy estigmatizadas. Ningún adolescente quiere ser visto como defectuoso o vulnerable y, para los padres, la idea de que su hijo se debilite por la depresión o ansiedad puede sentirse como un fracaso de su parte.

jueves, 15 de diciembre de 2016

PREDICCIÓN Y PREVENCIÓN DE LA DELINCUENCIA JUVENIL SEGÚN LAS TEORÍAS DEL DESARROLLO SOCIAL (SOCIAL DEVELOPMENT THEORIES). Carlos Vásquez González*

RESUMEN 
Las teorías del desarrollo social mantienen que el comportamiento de los jóvenes se encuentra muy influenciado por los vínculos que desarrollan con los grupos sociales más importantes en sus vidas (familia, escuela, grupo de amigos y comunidad), dependiendo de estos vínculos su futuro comportamiento (prosocial o antisocial). Este modelo teórico pretende averiguar cómo los factores de riesgo y los factores protectores interactúan e influyen en las diferentes etapas del proceso evolutivo de los jóvenes, para alcanzar un desarrollo social o antisocial. Una pronta intervención que reduzca los factores de riesgo e incremente los factores protectores con los niños y su entorno reducirá no sólo comportamientos y conductas antisociales asociadas a la delincuencia, sino también la propia delincuencia juvenil.

CRIMINOLOGÍA - DELINCUENCIA JUVENIL - PREVENCIÓN

I. INTRODUCCIÓN 

En la infancia y adolescencia, resulta habitual que comportamientos antisociales e incluso delictivos se correspondan con una conducta normal del niño y adolescente, formando parte del proceso de crecimiento, aprendizaje y desarrollo social de los mismos. La mayor parte de esta delincuencia es de carácter leve, episódica y no suele dejar posteriores efectos negativos (Huizinga, Loeber, Thornberry y Cothern, 2000; Vázquez, 2003). Ahora bien, una minoría de esos niños y adolescentes, generalmente autores de delitos más graves y frecuentes, tienen más posibilidades de convertirse en delincuentes habituales que los que comienzan a edades más tardías (Farrington, 1997; Howell, 1997; Wasserman, Miller y Cothern, 2000; Loeber y Farrington, 2000; Burns, Howell et al., 2003). Tras observarse en varias investigaciones(1) que la mayoría de los delincuentes crónicos, de carrera o multirreincidentes empezaron su actividad criminal a edades tempranas (la infancia y adolescencia), se ha prestado una mayor atención a los déficits del desarrollo de la personalidad y a los vínculos sociales formados durante la infancia, como precursores de una posterior conducta antisocial y delictiva. 

Esta es a grandes rasgos la premisa de la que parten las teorías del desarrollo social (social development theories) para implantar estrategias preventivas de la delincuencia. Por otro lado, la falta de efectos positivos de las intervenciones preventivas realizadas con delincuentes adultos justifica los intentos de prevenir comportamientos delictivos llevados a cabo con niños, antes de que se conviertan en delincuentes, sobre todo si tenemos en cuenta que en esa etapa ofrecen una mayor facilidad para modificar sus comportamientos y unos efectos a más largo plazo que las intervenciones llevadas a cabo con adultos y jóvenes (Tremblay y Craig, 1995; Burns, Howell et al., 2003). 

II. MARCO TEÓRICO 

Este modelo de prevención se sustenta principalmente bajo las premisas de la denominada Development Criminology,(2) quizás el modelo teórico más apropiado para estudiar la delincuencia juvenil y la criminalidad adulta (Howell, 1997), ya que en primer lugar hace hincapié en el proceso de desarrollo social y psicológico en la infancia y adolescencia (según los postulados de la psicología evolutiva),(3) para explicar a continuación la evolución de la delincuencia juvenil hacia la criminalidad adulta. Según los partidarios de estas teorías, el comportamiento delictivo se genera, se nutre y se mantiene dentro de las relaciones sociales (Dishion, French y Patterson, 1995).(4) 

Lo que significa que el comportamiento de los jóvenes se encuentra muy influenciado por los vínculos que desarrollan con los grupos sociales más importantes en sus vidas (familia, amigos, escuela), siendo estos vínculos sumamente determinantes en su futuro comportamiento (Elliot, Huizinga y Agenton, 1985; Catalano y Hawkins, 1996; Eddy y Swanson, 1998; Bartollas, 2000). Al ser el eje central sobre el que giran estas teorías los vínculos creados durante la infancia, serán aquellas teorías que sitúan estos vínculos sociales como epicentro de las mismas (teorías del control social, o teorías del aprendizaje) las que hayan sustentado, en mayor o menor medida, estos programas de prevención de la delincuencia. Así, Tremblay y Craig (1995) mencionan dos propuestas teóricas que se adaptan a estos parámetros: la Teoría General del Crimen de Gottfredson y Hirschi (1990) y el modelo de acumulación de riesgos (cumulative risk model) de Yoshikawa (1994). La teoría general del crimen de Gottfredson y Hirschi propone el concepto de autocontrol (self-control),(5) que se adquiere durante la infancia, como el elemento más influyente sobre los comportamientos convencionales o antisociales. 

Por tanto, aumentando al autocontrol de los niños se evitarán futuros comportamientos delictivos (Gottfredson y Hirschi, 1990; Hirschi y Gottfredson, 1994). Por su parte, el modelo de acumulación de riesgos de Yoshikawa sugiere unas complejas interacciones entre tempranos factores de riesgo, entre posteriores des- órdenes y entre factores de riesgo y desórdenes (Tremblay y Craig, 1995, p. 161). En la actualidad, las teorías que más importancia han adquirido, al ser algunas de las que han alcanzado un mayor grado de desarrollo experimental (mediante estudios transversales y/o longitudinales), son las teorías elaboradas por Farrington, Loeber y Catalano y Hawkins. La teoría integradora propuesta por Farrington para explicar los resultados del Estudio de Cambridge viene motivada por encontrar una explicación comprensiva de la delincuencia –que distinga explícitamente entre el desarrollo de tendencias antisociales y el acontecimiento del acto antisocial (Farrington, 1997, p. 396)–, integrando los elementos de otras teorías: la teoría de la subcultura delincuente de Cohen (1955), la teoría de la oportunidad de Cloward y Ohlin (1960), la teoría del aprendizaje social de Trasler (1962), la teoría del control de Hirschi (1969) y la teoría de la asociación diferencial de Sutherland y Cressey (1974) (Farrington, Ohlin y Wilson, 1986, pp. 58-59; Farrington, 1992, p. 140).(6)

Para Farrington (1992), la delincuencia se produce mediante un proceso de interacción (dividido en cinco etapas) entre el individuo y el ambiente,(7) llegando a la conclusión, tras contrastar su teoría con los resultados obtenidos por el London Longitudinal Project, que los jóvenes pertenecientes a familias de clase baja tendrán una mayor propensión a la delincuencia, ante su imposibilidad de alcanzar legalmente sus metas y objetivos. 

Los niños maltratados tendrán más probabilidades de delinquir al no haber adquirido controles internos sobre comportamientos desaprobados socialmente, y los niños con amigos y/o familia delincuente tenderán a desarrollar y a justificar actitudes antisociales (Farrington, Ohlin y Wilson, 1986; Farrington, 1992). Según las edades en que tienen lugar los diferentes hechos, la falta de recursos económicos, un bajo coeficiente intelectual y una crianza de poca calidad serán los factores de mayor riesgo para el comienzo de la delincuencia. Padres y hermanos antisociales, y amigos delincuentes, tendrán una gran influencia en la continuidad de esas actividades delictivas (Farrington, 1992, 1997). Dos importantes conclusiones se pueden extraer del modelo teórico de Farrington. 

En primer lugar, ha demostrado fehacientemente la continuidad en la delincuencia y los comportamientos criminales, identificando y verificando, en segundo lugar, algunos de los factores predictores de la delincuencia a diferentes edades. El modelo de múltiples trayectorias (Multiple Pathways Model) de Loeber, pese a señalar específicamente un bajo control de los impulsos como el mayor determinante de un comportamiento criminal, identifica, a su vez, tres tipos diferentes de comportamientos criminales, a los que se llegará según hayan sido los problemas sufridos durante la niñez. Para este autor, The Pittsburgh Youth Study muestra en primer lugar que el desarrollo del comportamiento conflictivo y delincuencial de los niños generalmente sigue un mismo orden progresivo, en el que comportamientos poco problemá- ticos preceden a comportamientos problemáticos más serios o graves (Kelley, Loeber et al., 1997). 

La secuencia aproximada de las diferentes manifestaciones de disruptive and antisocial behaviors en la infancia y la adolescencia seguiría el siguiente orden (Loeber, 1990): después de cumplir el primer año, se empiezan a notar los primeros problemas, generalmente asociados a un temperamento infantil difícil. Problemas de conducta observables como agresiones no se reconocen normalmente hasta la edad de 2 años o más, cuando la movilidad y fuerza física aumentan. 

lunes, 12 de diciembre de 2016

GENES ANTISOCIALES Y EXENCIÓN O ATENUACIÓN DE LA RESPONSABILIDAD CRIMINAL ANTISOCIAL. Martínez T. Doctora en Biología Molecular y Bioquímica.Universidad de València. España. 2015

Resumen: en los últimos años son numerosos e intensos los debates que se han mantenido a nivel internacional, tanto desde un punto de vista moral como jurídico, en relación a la idea de que la incapacidad de controlar la agresividad impulsiva puede estar parcialmente influenciada por el perfil genético de un determinado individuo. Así, son numerosas las sentencias en el marco internacional, que han permitido mitigar la pena de los acusados, constituyéndose éstas como hechos altamente relevantes en el sistema penal y colocando a la genética comportamental en el centro de una fuerte polémica dadas las implicaciones y las consecuencias que puede tener tanto en los sistemas judiciales como en la sociedad desde un punto de vista ético. Con estas sentencias como punto de partida, esta revisión trata de recoger y exponer todos aquellos genes que podrían asimilarse a este tipo de sentencias y se debate qué enfoque podría recibir por parte del sistema judicial español. Palabras clave: genes, agresividad, responsabilidad criminal, COMT, 5-HTTLPR, MAOA, Genética comportamental, leyes, Código penal español.

Abstract: in recent years numerous and intense discussions have been held internationally, both from a moral and a legal point of view, regarding the idea that the inability to control impulsive behavior and aggressiveness may be partly influenced by the genetic pattern of a particular individual. Thus, numerous judgments of several international Courts of justice, have mitigated the punishment of the defendant, constituting them as highly significant events in the penal system and placing behavioral genetics at the center of a severe controversy, given the implications and consequences which can have both in judicial systems and in society from an ethical point of view. On the basis of these court rulings, this review aims to collect and expose all the genes that could be assimilated to such verdicts, as well as a discussion of the different approaches that could be tackled from the Spanish judicial system in relation to this issue. Key words:. Genes, Aggressiveness, criminal responsibility,COMT, 5-HTTLPR, MAOA, Behavioral genetics, Law, Spanish penal code 

1. INTRODUCCIÓN. 

Los actos criminales, y más concretamente los crímenes pasionales o reacciones instintivas a determinadas provocaciones, cometidas con crueldad y de forma deliberada son normalmente producidas como consecuencia de casos de violencia impulsiva más que como consecuencia de acciones meditadas (Lewis and Fremouw, 2001). En los últimos años, la idea de que la incapacidad de controlar la agresividad impulsiva puede estar parcialmente influenciada por el perfil genético de un determinado individuo ha ganado más fuerza y ha presentado no pocos debates desde el punto de vista de la ética y desde el punto de vista jurídico. 

Así, existen ya algunos casos en los que se ha planteado la exención de la responsabilidad criminal en base a estos estudios en los que la genética comportamental ha tenido su papel. En este trabajo trataré de exponer esta problemática, tanto desde un punto de vista científico como desde un punto de vista jurídico, analizado en impacto que puede tener la genética comportamental respecto a la ley criminal, así como se podría interpretar el código penal español (Ley Orgánica 10/1995, de 23 de noviembre, del Código Penal) en casos de esta naturaleza. Basadas en actuales evidencias científicas, se ha aceptado firmemente que tanto el perfil biológico de un individuo como su perfil psicológico, juegan un papel determinante en la etología del comportamiento antisocial y en consecuencia en el comportamiento criminal ( Rhee and Waldman, 2002). 

Así son numerosos los investigadores los que han relacionado la agresión con la criminalidad (Meyer-Linderberg, 2006), y más aún, han determinado que su heredabilidad es elevada, estimando que aproximadamente en una comunidad determinada, el 10% de las familias pueden ser responsables de más del 50% de las ofensas criminales (Barnes, Beaver and Boutwell, 2011; Ferguson 2011; Rhee and Waldman, 2011). Más aún, diferencias individuales en comportamientos antisociales son explicados tanto por factores genéticos como ambientales, estimando que los factores genéticos contribuyen en un 50% a la variabilidad, de forma particular en comportamientos antisociales persistentes (Burt, 2009;Ferguson et al, 2011; Moffit 2005; Tvblad et al, 2011). 

Estos resultados llevan a determinar que los factores genéticos tienen una influencia notable en el comportamiento antisocial, lo que implica que existe una predisposición o propensión genética de ciertos individuos en este tipo de comportamiento. La hipótesis de que existe una relación directa entre el comportamiento y la genética ha sido determinada por diversos estudios en gemelos y hermanos adoptados (Rhee and Wandman, 2011) y ha sido apoyado por numerosos datos generados a partir de recientes estudios científicos. 

Son varios los genes que han sido investigados en asociación con el comportamiento antisocial, especialmente son genes implicados en los circuitos neuronales serotoninérgicos y dopaminérgicos implicados en los procesos neuronales de neurotransmisión (Ferguson and Beaver, 2009) (Caspi et al, 2002)(Conner et al, 2010) (Cicchetti et al, 2012) (Guo et al, 2007), por esta razón la mayor parte de los estudios científicos han sido dirigidos a examinar una serie de genes candidatos asociados con la degradación de determinados neurotransmisores, fundamentalmente relacionados con la dopamina (DAT1, DRD2, DRD4) (Barnes and Jacob, 2013) y la serotonina, como es su transportador de SLC6A4 (5-HTTLPR), que regula los niveles de serotonina en la brecha sináptica (Ficks and Waldman, 2014) o bien relacionado con enzimas responsables de su degradación como la COMT, enzima metabolizadora de catecolaminas, cuyo alelo Met del polimorfismo Val158Met, intensifica dependientemente de dosis la reactividad y la conectividad del hipocampo y el córtex prefrontal ventrolateral durante la visualización de caras me muestras emociones negativas (Drabant et al, 2006) y la MAOA, que participa en el metabolismo de las aminas biógenas, como la dopamina, la noradrenalina y la serotonina (Shih et al, 1999). 

Distintas variantes genéticas han sido relacionadas con el comportamiento antisocial y se ha observado que impactan directamente en los procesos de activación cerebral y conectividad, lo que probablemente predispone a un proceso emocional inflexible. A continuación haremos una descripción detallada de cada uno de estos genes así como de las variantes genéticas que están asociadas a comportamientos antisociales, violentos o amorales.

1. Genes relacionados con el comportamiento antisocial.

a. Variantes alélicas del receptor de dopamina DRD4 implicadas en el comportamiento antisocial. 
DRD4 codifica el subtipo D4 del receptor de dopamina que es un receptor acoplado a proteína G, que inhibe la adenilato ciclasa, y la producción de ATP desde su interacción con la dopamina cuya expresión es abundante en glándula pituitaria, tálamo, amígdala e hipotálamo (Matsumoto et al, 1995). Este gen es diana de múltiples fármacos para el tratamiento de enfermedades como la esquizofrenia (Pai et al, 2015) y le parkinson (Cormier et al, 2013). Mutaciones en este gen se han asociado con diversos fenotipos comportamentales entre los que se incluyen disfunciones del sistema nervioso autónomo, trastorno bipolar (Seifuddin et al, 2012), desordenes de déficit de atención e hiperactividad (Ercan et al, 2015), trastornos de personalidad así como personalidades buscadoras de novedad, sensaciones y riesgo (Thanos et al, 2015)(Matthews and Butler, 2011). El gen DRD4 se localiza en el cromosoma 11 y contiene un número polimórfico de entre 1-11 copias de 48 nucleótidos repetidos (VNTR) en tándem en el exón 3 (Lichter et al, 1993). Dentro de esta región polimórfica, las repeticiones 1-5r, son comúnmente conocidas como grupo de regiones cortas (DRD4-s), y son más comunes, mientras que las repeticiones 6-8r son conocidas como grupo de regiones largas o DRD4-l. 

Los alelos más frecuentes son el 4r y 7 r (Lichter et al, 1993). El alelo DRD4-7r ha sido asociado con altas puntuaciones en estudios de búsqueda de novedad en grupos de adultos sanos así como al consumo de alcohol y tabaco en adolescentes tomados de una muestra de población de riesgo (Skowronek et al, 2006), y especialmente en presencia de eventos vitales adversos y baja calidad parental ha sido asociados con graves problemas de conducta (Propper et al, 2007)(Bakermans-Kranenburg and Ijzendoorn, 2006). 

Más aún, se ha observado que procesos de estrés prenatal maternal predispone a un comportamiento antisocial a aquellos niños que presentan el alelos DRD4-7r (Zohsel et al, 2013) y que ese mismo alelo está asociado con una baja capacidad de control frente a respuestas dominantes en el contexto de un comportamiento antisocial y control parental negativo (Smith et al, 2012), en consecuencia hombres adolescentes portadores del alelo DRD4-7r mostraban niveles significativos de delincuencia, carácter explosivo, así como de búsqueda de emociones (Dmitrieva et al, 2011). Aunque menores, existen también evidencias que relacionan el alelo DRD4-2r con la predisposición a la ira (Kang et al, 2008) y el DRD4-3r con comportamientos impulsivos ilegales (Oades et al, 2008).

b. Variantes alélicas de SLC6A4 (5HTTLPR) implicadas en el comportamiento antisocial. 
La serotonina o 5-Hidroxitriptamina (5-HT) es una monoamina neurotransmisora que se ha visto presenta un papel fundamental en los procesos de agresión. Así bajos niveles del 5-hidroxiindolacetico (5-HIAA) en el líquido cerebroespinal, un metabolito terminal de la serotonina, correlaciona directamente con comportamientos agresivos y suicidios en hombres jóvenes con trastornos de personalidad y comportamientos desviados antisociales (Tuinier et al, 1995)(Birger et al, 2003). 

Los efectos biológicos de la serotonina están mediados por la familia de receptores de la serotonina entre los que encontramos los receptores 5-HTR1A y 5-HTR1B (Pavlov et al, 2012), pero también por el transportador de serotonina SLC6A4, que modula los niveles sus niveles en la brecha sináptica (Blakely et al, 1994)(Uhl et al, 1994). Así su disponibilidad se ve significativamente reducida en el córtex cingulado de individuos que muestran agresividad impulsiva (Frankle et al, 2005). El polimorfismo 5HTTLPR situado en el promotor de SLC6A4, presenta distintas longitudes de una secuencia repetida conteniendo elementos repetidos de 20-23 pares de bases (Nakamura et al, 2000). 

Dicho polimorfismo ha sido asociado con diversos desórdenes psiquiátricos, tratamientos farmacológicos, así como a ciertos comportamientos (Kraft et al, 2005)(Caspi et al, 2003)(Frankle et al, 2005). Los alelos más frecuentes son los largos (L) de 16 repeticiones y los cortos (S) de 16 repeticiones, por su lado los alelos menos frecuentes son los de 15-18 repeticiones y los de 20-22 repeticiones (Nakamura et al, 2000). Ha sido descrito cómo el consumo tanto basal como inducido de la serotonina en líneas celulares linfoblásticas y plaquetas de individuos homocigóticos para el alelo L, era dos veces superior a los de aquellos individuos portadores del alelo S (Lech et al, 1996).