La reducción y prevención de la violencia no es una tarea exclusiva de la intervención jurídico penal y requiere a otros profesionales, como los psicólogos, para una participación especializada en campos como la evaluación de la peligrosidad y el control de la reincidencia violenta. Los últimos avances en la prevención de la violencia han propuesto sustituir la evaluación de la peligrosidad por la valoración del riesgo de violencia.
Esta tecnología tiene una mayor capacidad predictiva del comportamiento violento futuro. En este trabajo se presentan los fundamentos de las técnicas de valoración del riesgo de violencia y los instrumentos adaptados al español para su aplicación en la psicología clínica, forense y penitenciaria. Se describen brevemente la escala VRAG, la PCL-R, el HCR-20, el SVR-20, la SARA, el EPV y el SAVRY, así como sus aplicaciones específicas.
Violence
risk assessment: Available tools and instructions for use. Violence management
and prevention exceed the exclusive
court intervention and require other
professionals, such as psychologists, who
can help in specialized tasks like dangerousness assessment and violence
recidivism control. The latest
improvements in the prevention of violence have proposed the replacement
of dangerousness assessment for the
violence risk assessment. This new technology is more effi cient to predict the
future violent behavior. In this study, we present the basis of these
techniques for the violence risk assessment, as well as the Spanish adapted tools and instruments
for its application in clinical, forensic and correctional psychology. These
are, briefl y described, the VRAG scale, the PCL-R, the HCR-20, the SCR-20, the SARA test, the EPV and the SAVRY, as well as
their specific functions and applications.
La
prevención de la violencia ha incorporado recientemente técnicas de predicción
de la violencia como una nueva función
complementaria a los tradicionales tratamientos de agresores y víctimas. Estas técnicas constituyen
procedimientos que tienen como objetivo
la estimación de la probabilidad de ocurrencia del comportamiento violento en el futuro que se
pueden aplicar en numerosos contextos
jurídico-penales y asistenciales. Así, servirán para que el juez tome las
decisiones adecuadas (por ejemplo,
suspensión condicional de la pena y sinónimo a un tratamiento reeducativo) teniendo en cuenta el riesgo
estimado de reincidencia futura del agresor. En el ámbito penitenciario pueden
facilitar la toma de decisiones en
cuanto a la urgencia y necesidad de un
tratamiento, la concesión de los permisos penitenciarios, el cambio de
régimen o el acceso a la libertad condicional. La utilidad de la valoración del riesgo está directamente
relacionada con la importancia de la gestión
de la violencia en el ámbito profesional
correspondiente. Naturalmente, es una tecnología imprescindible en la prevención de la violencia y de la
protección de las víctimas (Echeburúa y
Fernández-Montalvo, 2009; Echeburúa, Sarasua,
Zubizarreta y Corral, 2009).
En
los últimos 20 años se han desarrollado nuevas técnicas para predecir la conducta violenta, todas ellas
derivadas de un mejor conocimiento de la naturaleza y de los procesos asociados
a la violencia. Asimismo hemos asistido
a la sustitución del término peligrosidad por
el de riesgo de violencia junto con el desarrollo de instrumentos para
la valoración del riesgo de violencia
(Andrés-Pueyo y Redondo, 2007).
La
multiplicidad de causas y la infrecuencia de la conducta violenta grave hacen de su predicción una
tarea difícil, pero, sin embargo,
técnicamente factible. La práctica profesional de la predicción de la violencia
en nuestro país no utiliza habitualmente herramientas de evaluación fi ables y
válidas como son los protocolos de valoración
del riesgo de violencia. El objetivo de este trabajo es describir distintos instrumentos de
predicción del riesgo que tienen una contrastada capacidad predictiva y que
están disponibles en español. Entre éstos figuran algunos apropiados para la predicción
de la violencia interpersonal grave, como el HCR-20 y la PCL-R (Arbach y
Andrés-Pueyo, 2007) o bien para contextos concretos, como son la SARA y la EPV
en el caso de la violencia contra la pareja (Andrés-Pueyo, López y Álvarez,
2008; Echeburúa, Fernández-Montalvo y Corral, 2008); el SVR-20, en el caso de
la violencia sexual (Redondo, Pérez y Martínez, 2007); o el SAVRY, en el caso
de la violencia juvenil (Borum, Bartel y Forth, 2003).
De
la evaluación de la peligrosidad a la valoración del riesgo de violencia
Lo
que identifi ca a la conducta violenta es la intención del agresor (deseo de
causar daño) y los efectos sobre la víctima (lesiones, daños, sufrimiento,
etc.). La atribución causal de la conducta violenta al agresor le ha conferido
a éste una condición (la peligrosidad) que se considera inherente a su forma de
ser o a su estado psicopatológico. Así, el concepto de peligrosidad, aun siendo
objeto de importantes críticas (Carrasco y Maza, 2005), es de uso muy frecuente
en el entorno forense y penitenciario y constituye la base para la aplicación
de las medidas de seguridad.
La
peligrosidad, defi nida como la propensión de una persona a cometer actos
violentos (Scott y Resnick, 2006), ha estado ligada a la enfermedad mental
grave, a la historia criminal del sujeto y a su nivel de adaptación social. La
peligrosidad es una categoría legal que delimita el riesgo de cometer delitos
graves por parte de un delincuente (peligrosidad criminal) o por parte de un
sujeto aún sin un historial delictivo (peligrosidad social). Así, la
peligrosidad, independientemente de que derive de una enfermedad mental
(tradición clínica) o de una historia criminal (tradición jurídica), se
considera como el mejor predictor de la violencia futura.
La
atribución de peligrosidad a un sujeto se suele determinar por medio de la
técnica clínico-forense o de la clasificación tipológica realizada por medio de
los perfiles delictivos. En el primer caso la valoración forense tiene como
objetivo evaluar la capacidad criminal,
asociada a diversos rasgos de personalidad (agresividad, indiferencia afectiva,
egocentrismo y labilidad afectiva), así como la inadaptación social. Esta
valoración forense está fundamentada en la entrevista con el paciente y en
informaciones complementarias, como los expedientes judiciales o de los
servicios sociales (Gisbert-Calabuig, 2004).
En
el caso de los perfi les delictivos, se trata de clasifi car a un sujeto en un
determinado perfil (agresor contra la pareja, agresor sexual, acosador escolar o
laboral, etc.) en función de una serie de características psicológicas,
sociales y biográficas. La estrategia de recurrir a perfiles-tipo para identificar
la peligrosidad de un sujeto es muy popular, pero su popularidad contrasta con
una baja precisión predictiva (Quinsey, Harris, Rice y Cormier, 1998).
Considerar
la peligrosidad como la causa de la conducta violenta implica una capacidad de
predicción limitada y origina dos tipos de errores. En el caso de los falsos
negativos los sujetos son valorados como no-peligrosos y, sin embargo, cometen
una conducta violenta grave, con las repercusiones que ello conlleva para las
víctimas. Y en el caso de los falsos positivos se identifica al sujeto como
peligroso y, sin embargo, no cometerá conductas violentas futuras, con las
consecuencias negativas que tiene para el sujeto (reclusión en régimen cerrado,
ausencia de permisos penitenciarios, etc.). Los aciertos o los errores en la
predicción de la violencia basados en el diagnóstico de la peligrosidad,
dependen en buena medida de la experiencia de los profesionales, de la
disponibilidad de técnicas de identificación y de la claridad con la que se
puede descubrir el atributo de peligrosidad (Andrés-Pueyo y Redondo, 2007).
Además
la atribución de peligrosidad a una persona concentra la estrategia de
contención del riesgo en dos tipos de intervenciones: control situacional
(internamiento) y tratamiento terapéutico del sujeto peligroso, pero no ofrece
nuevos recursos de gestión del riesgo. De ahí que se haya sustituido la
identificación de la peligrosidad por la valoración del riesgo. A diferencia de
la peligrosidad, que lleva a decisiones del tipo todo/nada en el pronóstico, el
riesgo de violencia es variable y específico y permite tomar decisiones
graduadas y re-evaluables respecto al pronóstico futuro de violencia. Si bien
es cierto que todos los tipos de violencia cuentan con elementos en común, no
lo es menos que cada tipo de violencia (juvenil, de pareja, sexual, etc.) tiene
sus propias claves, que hacen de cada predicción un reto distinto. Así, la
violencia ejercida en el pasado es un factor de riesgo común en todo tipo de
violencia; sin embargo, las parafilias son un factor de riesgo para la violencia
sexual, pero no para la violencia contra la pareja (Andrés-Pueyo y Redondo,
2007; Hart, 2001; Quinsey et al., 1998; Webster y Cox, 1997).
En
resumen, actualmente es preferible valorar el riesgo a diagnosticar
peligrosidad. La predicción del riesgo está en función de la peligrosidad del
agresor y de la vulnerabilidad de las víctimas, ambas en el marco de un
contexto situacional específi co. Para valorar el riesgo no necesitamos
averiguar las causas de la violencia, sino los factores de riesgo asociados a
ella. El paso siguiente es gestionar el riesgo que refi ere a la adopción de
medidas de seguridad y de protección a la víctima en función de la valoración
del riesgo (Andrés-Pueyo, 2009; Douglas, Ogloff y Hart, 2003).