A lo largo de las últimas décadas se ha ido conformado la denominada
Psicología de la delincuencia, que aglutina conocimientos científicos
en torno a los fenómenos delictivos. Entre sus principales ámbitos de
interés se encuentran la explicación del comportamiento antisocial, en
donde son relevantes las teorías del aprendizaje, los análisis de las características
y rasgos individuales, las hipótesis tensión-agresión, los
estudios sobre vinculación social y delito, y los análisis sobre carreras
delictivas. Este último sector, también denominado ‘criminología del
desarrollo’, investiga la relación que guardan con el inicio y mantenimiento
de la actividad criminal diversos factores o predictores de
riesgo (individuales y sociales, estáticos y dinámicos). Sus resultados
han tenido gran relevancia para la creación de programas de prevención
y tratamiento de la delincuencia. Los tratamientos psicológicos de
los delincuentes se orientan a modificar aquellos factores de riesgo,
denominados de ‘necesidad criminogénica’, que se consideran directamente
relacionados con su actividad delictiva. En concreto se dirigen
a dotar a los delincuentes (ya sean jóvenes, maltratadores, agresores
sexuales, etc.) con nuevos repertorios de conducta prosocial, desarrollar
su pensamiento, regular sus emociones iracundas, y prevenir las
recaídas o reincidencias en el delito. Por último, en la actualidad la Psicología
de la delincuencia pone un énfasis especial en la predicción y
gestión del riesgo de comportamientos violentos y antisociales, campo
al que se dedicará un artículo posterior de este mismo monográfico.
Palabras clave: Delincuencia, Crimen, Tratamientos Psicológicos,
Prevención y Predicción de la Violencia.
(1) Santiago Redondo Illescas. Facultad de Psicología. Universidad de Barcelona.
España. E-mail: sredondo@ub.edu
Throughout the last decades the Psychology of criminal conduct, that
agglutinates scientific knowledge around the criminal phenomena, has
emerged. Among their scientific main interests they are the following:
the explanation of antisocial behavior (where the learning theories
are outstanding), the analyses of the individual characteristics, the
hypotheses strain-aggression, the studies on social links and crime,
and the analyses of criminal careers. This last topic, also denominated
‘developmental criminology’, investigates the relationship that the beginning
and maintenance of the criminal activity keep with diverse risk
predictors (singular and social, static and dynamic). Their results have
had great relevance for the design of crime prevention and treatment
programs. The psychological treatments of offenders are guided to
modify those factors of risk, well-known as ‘criminogenic needs’, that
are considered directly related with their criminal activity. In short
the treatment programs try to train the criminals (youth, partner violence
offenders, sexual aggressors, etc.) in new repertoires of social
behavior, try to develop their thought, to regulate their choleric emotions,
and to prevent the relapses or recidivisms in crime. Lastly, the
Psychology of the criminal conduct puts a special emphasis at the
present time in the prediction and management of the risk of violent
and antisocial behaviors, field to which will be devoted a later paper
of this same monograph.
Key words: Delinquency, Crime, Offenders Treatments, Violence,
Prediction and Prevention.
La delincuencia es uno de los problemas sociales en que suele reconocerse
una mayor necesidad y posible utilidad de la psicología. Las
conductas antisociales de los jóvenes, el maltrato de mujeres, las
agresiones sexuales, el consumo de alcohol y otras drogas vinculadas
a muchos delitos, la exclusión social y la frustración como base para la
agresión, o el terrorismo, crean extrema desazón en las sociedades y
urgen una comprensión más completa que se orienta hacia su prevención.
Aunque todos estos fenómenos tienen un origen multifactorial,
algunas de sus dimensiones psicológicas son claves al ser el sujeto
humano el que realiza la conducta antisocial. En los comportamientos
delictivos se implican interacciones, pensamientos y elecciones, emociones,
recompensas, rasgos y perfiles de personalidad, aprendizajes
y socializaciones, creencias y actitudes, atribuciones, expectativas,
etc.
A lo largo de la segunda mitad del siglo XX y hasta nuestros días se ha
ido conformando una auténtica psicología de la delincuencia. En ella,
a partir de los métodos y los conocimientos generales de la psicología,
se desarrollan investigaciones y se generan conocimientos específicos
al servicio de un mejor entendimiento de los fenómenos criminales.
Sus aplicaciones están resultando relevantes y prometedoras tanto para la explicación y predicción del comportamiento delictivo (Bartol
y Bartol, 2005; Blackburn, 1994; Hanson y Bussière, 1998; Quinsey,
Harris, Rice y Cormier, 1998) como para el diseño y aplicación de
programas preventivos y de tratamiento (Andrés-Pueyo y Redondo,
2004; Andrews y Bonta, 2006; Dowden y Andrews, 2001; Garrido,
2005; Redondo, 2007). Así, los conocimientos psicológicos sobre la
delincuencia se han acumulado especialmente en torno a los siguientes
cuatro grandes ámbitos:
1) explicación del delito,
2) estudios sobre
carreras delictivas,
3) prevención y tratamiento, y
4) predicción
del riesgo de conducta antisocial. A continuación se hace breve referencia
a cada uno de estos sectores temáticos.
EXPLICACIÓN DE LA DELINCUENCIA
Las explicaciones psicológicas de la delincuencia que han recibido
apoyo empírico de parte de la investigación se concretan esencialmente
en cinco grandes proposiciones, que actualmente se considerarán
complementarias.
Son las siguientes:
1. La delincuencia se aprende
La teoría del aprendizaje social es considerada en la actualidad la
explicación más completa de la conducta delictiva. El modelo más
conocido en psicología es el de Bandura (1987), que realza el papel
de la imitación y de las expectativas de la conducta, y diferencia entre
los momentos de adquisición de un comportamiento y su posterior
ejecución y mantenimiento. Sin embargo, el modelo dominante en
la explicación de la delincuencia es la versión del aprendizaje social
formulada por Akers (2006; Akers y Sellers, 2004), que considera
que en el aprendizaje del comportamiento delictivo intervienen cuatro
mecanismos interrelacionados:
1) la asociación diferencial con personas
que muestran hábitos y actitudes delictivos,
2) la adquisición por
el individuo de definiciones favorables al delito,
3) el reforzamiento
diferencial de sus comportamientos delictivos, y
4) la imitación de
modelos pro-delictivos.
2. Existen rasgos y características individuales que predisponen
al delito
La investigación biopsicológica sobre diferencias individuales y delincuencia
ha puesto de relieve la asociación de la conducta antisocial
con factores como lesiones craneales, baja actividad del lóbulo frontal,
baja activación del Sistema Nervioso Autónomo, respuesta psicogalvánica
reducida, baja inteligencia, trastorno de atención con hiperactividad,
alta impulsividad, propensión a la búsqueda de sensaciones
y tendencia al riesgo, baja empatía, alta extraversión y locus de control externo. Una perspectiva psicológica todavía vigente sobre diferencias
individuales y delito es la teoría de la personalidad de Eysenck (Eysenck
y Gudjonsson, 1989), que incluye la interacción de elementos
biológicos y ambientales. En síntesis, Eysenck considera que existen
tres dimensiones temperamentales en interacción (Garrido, Stangeland
y Redondo, 2006; Milan, 2001):
1) el continuo extraversión, que
sería resultado de una activación disminuida del sistema reticular y
se manifestaría psicológicamente en los rasgos “búsqueda de sensaciones”,
“impulsividad” e “irritabilidad”;
2) la dimensión neuroticismo,
sustentada en el cerebro emocional y que se muestra en una “baja
afectividad negativa” ante estados de estrés, ansiedad, depresión u
hostilidad, y
3) la dimensión psicoticismo, que se considera el resultado
de los procesos neuroquímicos de la dopamina y la serotonina, y
se manifestaría en características personales como la mayor o menor
“insensibilidad social”, “crueldad” hacia otros y “agresividad”. La combinación
única en cada individuo de sus características personales en
estas dimensiones y de sus propias experiencias ambientales, condicionaría
los diversos grados de adaptación individual y, también, de
posible conducta antisocial, por un marcado retraso en los procesos
de socialización. Según Eysenck los seres humanos aprenderían la
‘conciencia emocional’ que inhibiría la puesta en práctica de conductas
antisociales. Este proceso tendría lugar mediante condicionamiento
clásico, a partir del apareamiento de estímulos aversivos, administrados
por padres y cuidadores, y comportamientos socialmente inapropiados.
Sin embargo, los individuos con elevada extraversión, bajo
neuroticismo y alto psicoticismo tendrían mayores dificultades para
una adquisición eficaz de la ‘conciencia moral’, en cuanto inhibidora
del comportamiento antisocial (Milan, 2001).
3. Los delitos constituyen reacciones a vivencias individuales
de estrés y tensión
Múltiples investigaciones han puesto de relieve la conexión entre las
vivencias de tensión y la propensión a cometer ciertos delitos, especialmente
delitos violentos (Andrews y Bonta, 2006; Tittle, 2006).
Muchos homicidios, asesinatos de pareja, lesiones, agresiones sexuales
y robos con intimidación son perpetrados por individuos que
experimentan fuertes sentimientos de ira, venganza, apetito sexual,
ansia de dinero y propiedades, o desprecio hacia otras personas. Al
respecto, una perspectiva clásica en psicología es la hipótesis que
conecta la experiencia de frustración con la agresión. En esta misma
línea, una formulación criminológica más moderna es la teoría general
de la tensión, que señala la siguiente secuencia explicativa de la
relación entre estrés y delito (Agnew, 2006; Garrido, Stangeland y
Redondo, 2006).
a) Diversas fuentes de tensión pueden afectar al individuo, entre las
que destacan la imposibilidad de lograr objetivos sociales positivos,
ser privado de gratificaciones que posee o espera, y ser sometido a
situaciones aversivas ineludibles.
b) Como resultado de las anteriores tensiones, se generarían en el
sujeto emociones negativas que como la ira energizan su conducta
en dirección a corregir la situación.
c) Una posible acción correctora contra una fuente de tensión experimentada
es la conducta delictiva.
d) La supresión de la fuente alivia la tensión y de ese modo el mecanismo
conductual utilizado para resolver la tensión se consolida.
4. La implicación en actividades delictivas es el resultado
de la ruptura de los vínculos sociales
La constatación de que cuanto menores son los lazos emocionales con
personas socialmente integradas (como sucede en muchas situaciones
de marginación) mayor es la implicación de un sujeto en actividades
delictivas, ha llevado a teorizar sobre este particular en las denominadas
teorías del control social. La más conocida en la teoría de los
vínculos sociales de Hirschi (1969), quien postuló que existe una serie
de contextos principales en los que los jóvenes se unen a la sociedad:
la familia, la escuela, el grupo de amigos y las pautas de acción convencionales,
tales como las actividades recreativas o deportivas. El
enraizamiento a estos ámbitos se produce mediante cuatro mecanismos
complementarios: el apego, o lazos emocionales de admiración e
identificación con otras personas, el compromiso, o grado de asunción
de los objetivos sociales, la participación o amplitud de la implicación
del individuo en actividades sociales positivas (escolares, familiares,
laborales...), y las creencias o conjunto de convicciones favorables a
los valores establecidos, y contrarias al delito. En esta perspectiva la
etiología de la conducta antisocial reside precisamente en la ruptura
de los anteriores mecanismos de vinculación en uno o más de los contextos
sociales aludidos.
5. El inicio y mantenimiento de la carrera delictiva se relacionan
con el desarrollo del individuo, especialmente en
la infancia y la adolescencia.
Por último, una importante línea actual de análisis psicológico de la
delincuencia se concreta en la denominada criminología del desarrollo
que se orienta al estudio de la evolución en el tiempo de las carreras
delictivas. Se hace referencia a ella a continuación con mayor extensión
por la novedad y relevancia actual de este planteamiento.
ESTUDIOS SOBRE CARRERAS DELICTIVAS Y CRIMINOLOGÍA
DEL DESARROLLO
La investigación sobre carreras delictivas, también conocida como
criminología del desarrollo, concibe la delincuencia en conexión con las
diversas etapas vitales por las que pasa el individuo, especialmente
durante los periodos de su infancia, adolescencia y juventud (Farrington,
1992; Loeber, Farrington y Waschbusch, 1998). Se considera
que muchos jóvenes realizan actividades antisociales de manera estacional,
durante la adolescencia, pero que las abandonan pronto de
modo ‘natural’. Sin embargo, la prioridad para el análisis psicológico
son los delincuentes ‘persistentes’, que constituyen un pequeño porcentaje
de jóvenes, que tienen un inicio muy precoz en el delito y que
van a cometer muchos y graves delitos durante períodos largos de
su vida (Howell, 2003; Moffitt, 1993). En los estudios sobre carreras
delictivas se analiza la secuencia de delitos cometidos por un individuo
y los “factores” que se vinculan al inicio, mantenimiento y finalización
de la actividad delictiva. Así pues, su principal foco de atención son
los “factores de riesgo” de delincuencia. Se efectúa una diferenciación
entre factores estáticos (como la precocidad delictiva de un sujeto, su
impulsividad o su psicopatía), que contribuyen al riesgo actual pero
que no pueden generalmente modificarse, y factores dinámicos, o
sustancialmente modificables (como sus cogniciones, tener amigos
delincuentes, o el consumo de drogas).
Farrington (1996) formuló una teoría psicológica, integradora del concocimiento
sobre carreras delictivas, que diferencia, en primer lugar,
entre ‘tendencia antisocial’ de un sujeto y ‘decisión’ de cometer un
delito. La ‘tendencia antisocial’ dependería de tres tipos de factores:
1) los procesos energizantes, entre los que se encontrarían los niveles
de deseo de bienes materiales, de estimulación y prestigio social (más
intensos en jóvenes marginales debido a sus mayores privaciones), de
frustración y estrés, y el posible consumo de alcohol;
2) los procesos
que imprimen al comportamiento una direccionalidad antisocial, especialmente
si un joven, debido a su carencia de habilidades prosociales,
propende a optar por métodos ilícitos de obtención de gratificaciones,
y
3) la posesión o no de las adecuadas inhibiciones (creencias,
actitudes, empatía, etc.) que le alejen del comportamiento delictivo.
Estas inhibiciones serían especialmente el resultado de un apropiado
proceso de crianza paterno, que no sea gravemente entorpecido por
factores de riesgo como una alta impulsividad, una baja inteligencia o
el contacto con modelos delictivos.
La ‘decisión’ de cometer un delito se produciría en la interacción del
individuo con la situación concreta. Cuando están presentes las tendencias
antisociales aludidas, el delito sería más problable en función
de las oportunidades que se le presenten y de su valoración favorable
de costes y beneficios anticipados del delito (materiales, castigos penales,
etc.).
En un plano longitudinal la teoría de Farrington distingue tres momentos
temporales de las carreras delictivas. El inicio de la conducta delictiva
dependería principalmente de la mayor influencia sobre el joven
que adquieren los amigos, especialmente en la adolescencia. Esta incrementada
influencia de los amigos, unida a la paulatina maduración
del joven, aumenta su motivación hacia una mayor estimulación, la
obtención de dinero y otros bienes materiales, y la mayor consideración
grupal. Incrementa también la probabilidad de imitación de los
métodos ilegales de los amigos y, en su compañía, se multiplican las
oportunidades para el delito, a la vez que crece la utilidad esperada de
las acciones ilícitas. La persistencia en el delito va a depender esencialmente
de la estabilidad que presenten las tendencias antisociales,
como resultado de un un intensivo y prolongado proceso de aprendizaje.
Finalmente, el desistimiento o abandono de la carrera delictiva
se va a producir en la medida en que el joven mejore sus habilidades
para la satisfacción de sus objetivos y deseos por medios legales y
aumenten sus vínculos afectivos con parejas no antisociales (lo que
suele ocurrir al final de la adolescencia o en las primeras etapas de la
vida adulta).
En el marco de la criminología del desarrollo una de las propuestas
teóricas más importantes en la actualidad, que incorpora conocimientos
de la investigación y teorías psicológicas precedentes, es
la síntesis efectuada por los investigadores canadienses Andrews y
Bonta (2006), en su modelo de Riesgo-Necesidades-Responsividad.
Dicho modelo se orienta a las aplicaciones psicológicas en prevención y tratamiento de la delincuencia y establece tres grandes principios:
1) el principio de riesgo, que asevera que los individuos con un mayor
riesgo en factores estáticos (históricos y personales, no modificables)
requieren intervenciones más intensivas;
2) el principio de necesidad,
que afirma que los factores dinámicos de riesgo directamente
conectados con la actividad delictiva (tales como hábitos, cogniciones
y actitudes delictivas) deben ser los auténticos objetivos de los
programas de intervención, y
3) el principio de individualización, que
advierte sobre la necesidad de ajustar adecuadamente las intervenciones
a las características personales y situacionales de los sujetos
(su motivación, su reactividad a las técnicas, etc.). A continuación se
presentan con mayor extensión los progresos de la psicología en los
ámbitos de la prevención y el tratamiento de la delincuencia.
PREVENCIÓN Y TRATAMIENTO
La prevención de la delincuencia admite variadas posibilidades, en
función tanto de los sucesivos momentos temporales en el desarrollo
de las carreras delictivas (prevención primaria, secundaria y terciaria)
como también de los distintos actores y contextos que intervienen
en el delito (prevención en relación con agresores, víctimas, comunidad
social y ambiente físico) (Garrido et al., 2006). En todas estas
modalidades de prevención se requiere la colaboración de diversas
disciplinas tales como, por sólo mencionar algunas que resultan más
evidentes, la criminología, la psicología, la victimología, el derecho,
la sociología, la educación, el trabajo social y el diseño urbanístico.
No se hará aquí referencia a todas las posibilidades y variantes de la
prevención sino que se dirigirá la atención a aquéllas en que la psicología
ha mostrado hasta ahora una mayor utilidad, que se concretan
principalmente en el tratamiento psicológico de los delincuentes tanto
juveniles como adultos.
Los tratamientos psicológicos se fundamentan en las explicaciones
y otros conocimientos sobre la delincuencia a que se ha aludido con
anterioridad, tales como la teoría del aprendizaje social y los análisis
de carreras criminales. En esencia los tratamientos consisten en intervenciones
psicoeducativas que se dirigen a jóvenes en riesgo de
delincuencia o a delincuentes convictos, con el objetivo de reducir los
factores de riesgo dinámicos que se asocian a su actividad delictiva.
Constituyen uno de los medios técnicos de que puede disponerse en
la actualidad para reducir el riesgo delictivo de los delincuentes. Sin
embargo, ello no significa que los tratamientos sean la ‘solución’ a la
delincuencia, ya que ésta es un fenómeno complejo y multicausal, y
requiere por ello muy diversas intervenciones.
Canadá es, en el plano internacional, el país con mayor desarrollo en
materia de programas de tratamiento y rehabilitación de sus delincuentes. Su oferta es muy amplia e incluye programas nacionales de
prevención de la violencia familiar, el denominado Programa Razonamiento
y Rehabilitación (R&R) (primer programa cognitivo aplicado
con delincuentes), un programa de manejo de las emociones y la ira,
uno de entrenamiento en actividades de tiempo libre, de habilidades
de crianza de los hijos, de integración comunitaria, de delincuentes
sexuales, de prevención del abuso de sustancias tóxicas, de prevención
de la violencia, de prevención del aislamiento en regímenes penitenciarios
cerrados, y un conjunto específico de programas para mujeres
delincuentes (Brown, 2005). En Europa, el país que cuenta con
un mayor desarrollo técnico del tratamiento de los delincuentes es el
Reino Unido. A semejanza de Canadá dispone de una amplia oferta
de programas de tratamiento, que incluye los dirigidos a entrenar en
habilidades de pensamiento, controlar la ira, diversos programas para
agresores sexuales, programa motivacional y programa de habilidades
de vida para delincuentes juveniles (McGuire, 2001).
Otros países
europeos con buen desarrollo del tratamiento de los delincuentes son
las Países Nórdicos, y algunos de los de Centroeuropa, como los Países
Bajos y Alemania.
España cuenta con una razonable oferta de programas de tratamiento
de delincuentes (principalmente en las prisiones), que incluye tratamientos
para jóvenes internados, delincuentes drogodependientes,
agresores sexuales, maltratadores, condenados extranjeros, penados
discapacitados, delincuentes de alto riesgo en régimen cerrado, y prevención
de suicidios (Redondo, Pozuelo y Ruiz, en prensa). El gran
problema al que se enfrenta la aplicación de tratamientos en las prisiones
españolas es el gran número de encarcelados, que no para de
crecer día a día, debido, no a un aumento real del número de delitos,
sino a un espectacular y sistemático endurecimiento del sistema penal
(Redondo, 2007).
Los objetivos preferentes del tratamiento de los delincuentes son sus
necesidades criminogénicas, o factores de riesgo directamente relacionados
con sus actividades delictivas. Andrews y Bonta (2006) se
han referido a los que denominan los “cuatro grandes” factores de
riesgo:
1) las cogniciones antisociales,
2) las redes y vínculos pro-delictivos,
3) la historia individual de comportamiento antisocial, y
4) los
rasgos y factores de personalidad antisocial. En función de lo anterior,
de los modelos psicológicos con implicaciones terapéuticas, el modelo
cognitivo-conductual es el que ha dado lugar a un mayor número de
programas con delincuentes. Desde esta perspectiva se considera que
el comportamiento delictivo es parcialmente el resultado de déficit en
habilidades, cogniciones y emociones. Así, la finalidad del tratamiento
es entrenar a los sujetos en todas estas competencias, que son
imprescindibles para la vida social. Este modelo se ha concretado en
el entrenamiento en los siguientes grupos de habilidades (véase con
mayor amplitud en Redondo, 2007):
1. Desarrollo de nuevas habilidades.
Muchos delincuentes requieren
aprender nuevas habilidades y hábitos de comunicación no violenta,
de responsabilidad familiar y laboral, de motivación de logro personal,
etc. En psicología se dispone de una amplia tecnología, en buena
medida derivada del condicionamiento operante, para la enseñanza
de nuevos comportamientos y para el mantenimiento de las competencias
sociales que ya puedan existir en el repertorio conductual de
un individuo.
Entre las técnicas que sirven para el desarrollo de nuevas
conductas destacan el reforzamiento positivo y el moldeamiento,
a partir de dividir un comportamiento social complejo en pequeños
pasos y reforzar al individuo por sus aproximaciones sucesivas a la
conducta final. Las mejores técnicas para reducir comportamientos
inapropiados han mostrado ser la extinción de conducta y la ense-
ñanza a los sujetos de nuevos comportamientos alternativos que les
permitan obtener las gratificaciones que antes lograban mediante su
conducta antisocial. El mantenimiento de la conducta prosocial a largo
plazo se ha promovido mediante contratos conductuales, en que se
pactan con el individuo los objetivos terapéuticos y las consecuencias
que recibirá por sus esfuerzos y logros.
En instituciones, como prisiones y centros para delincuentes juveniles,
se han aplicado los denominados programas ambientales de contingencias,
que organizan el conjunto de una institución cerrada a partir
de principios de reforzamiento de conducta.
Otra de las grandes estrategias de desarrollo de comportamientos
prosociales en los delincuentes es el modelado de dichos comportamientos
por parte de otros sujetos, lo que facilita la imitación y adquisición
de la conducta en los ‘aprendices’. El modelado es también la
base de la técnica de entrenamiento en habilidades sociales, otra de
las técnicas más empleadas con los delincuentes (Redondo, 2007).
2. Desarrollo del pensamiento.
Al igual que sucedió con la terapia
psicológica en general, en el tratamiento de los delincuentes también
se descubrió en la década de los setenta la relevancia de intervenir
sobre el pensamiento y la cognición. En el marco de la psicología criminal,
el trabajo científico decisivo para ello fue el desarrollado por
Ross y sus colegas en Canadá, quienes revisaron numerosos programas
de tratamiento aplicados en años anteriores y concluyeron que
los más efectivos habían sido los que habían incluido componentes de
cambio del pensamiento de los delincuentes (Ross y Fabiano, 1985).
Como resultado de este análisis concibieron un programa multifacético,
denominado Reasoning and Rehabilitation (R&R), que adaptaba e
incorporaba distintas técnicas de otros autores que habían mostrado
ser altamente eficaces. Este programa, en distintos formatos, ha sido
ampliamente aplicado con delincuentes en diversos países, incluido el
caso de España, con buenos resultados (Tong y Farrinton, 2006).
Muchos delincuentes son muy poco competentes en la solución de
sus problemas interpersonales, por lo que una estrategia de tratamiento
especialmente aplicada ha sido la de “solución cognitiva de
problemas interpersonales”. Incluye entrenamiento en reconocimiento
y definición de un problema, identificación de los propios sentimientos
asociados al mismo, separación de hechos y opiniones, recogida de
información sobre el problema y análisis de todas sus posibles soluciones,
toma en consideración de las consecuencias de las distintas
soluciones y, finalmente, adopción de la mejor solución y puesta en
práctica de la misma.
Otro de los grandes avances en el tratamiento cognitivo de los delincuentes
lo constituyen las técnicas destinadas a su desarrollo moral.
El origen de estas técnicas son los trabajos sobre desarrollo moral
de Piaget y, especialmente, de Kohlberg, quien diferenció una serie
de niveles y ‘estadios’ de desarrollo moral, desde los más inmaduros
(en que las decisiones de conducta se basan en evitación del castigo
y en recompensas inmediatas) a los más avanzados (imbuidos de
consideraciones morales altruistas y autoinducidas). Las técnicas de
desarrollo moral enseñan a los sujetos, mediante actividades de discusión
grupal, a considerar los sentimientos y puntos de vista de otras
personas (Palmer, 2003).
3. Regulación emocional y control de la ira.
Según ya se ha comentado,
la ira puede jugar un papel destacado en la génesis del comportamiento
violento y delictivo. Las técnicas de regulación emocional
parten del supuesto de que muchos delincuentes tienen dificultades
para el manejo de situaciones conflictivas de la vida diaria, lo que
puede llevarles al descontrol emocional, y a la agresión tanto verbal
como física a otras personas. En ello suele implicarse una secuencia
que incluye generalmente tres elementos: carencia de habilidades de manejo de la situación, interpretación inadecuada de las interacciones
sociales (por ej., atribuyendo mala intención) y exasperación emotiva.
En consecuencia, el tratamiento se orienta a entrenar a los sujetos
en todas las anteriores parcelas, lo que incluye autorregistro de ira y
construcción de una jerarquía de situaciones en que la ira se precipita,
reestructuración cognitiva, relajación, entrenamiento en afrontamiento
y comunicación en la terapia, y práctica en la vida diaria (Novaco,
Ramm y Black, 2001).
4. Prevención de recaídas.
La experiencia indica que muchos de
los cambios producidos por el tratamiento no siempre son definitivos
sino que a menudo se producen retornos ‘imprevistos’ a la actividad
delictiva, o recaídas en el delito. Así, uno de los grandes objetivos
actuales del tratamiento de los delincuentes es promover la generalización
de los logros terapéuticos a los contextos habituales del sujeto,
y facilitar el mantenimiento de dichas mejoras a lo largo del tiempo.
Con los anteriores propósitos se han concebido y aplicado dos grandes
tipos de técnicas psicológicas. Las técnicas de “generalización y mantenimiento”,
más tradicionales, tienen como objetivo la transferencia
proactiva de las nuevas competencias adquiridas por los delincuentes
durante el programa de tratamiento.
Para ello se emplean estrategias
como programas de refuerzo intermitentes, entrenamiento amplio de
habilidades por diversas personas y en múltiples lugares, inclusión en
el entrenamiento de personas cercanas al sujeto (que luego estarán
en sus ambientes naturales), uso de consecuencias y gratificaciones
habituales en los contextos del individuo (más que artificiales), control
estimular y autocontrol. Una técnica más reciente y específica es
la de “prevención de recaídas”, que comenzó siendo diseñada para el
campo de las adicciones y después se trasladó también al del tratamiento
de los delincuentes (Laws, 2001; Marlatt y Gordon, 1985). Se
estructura general consiste en entrenar al sujeto en: a) detección de
situaciones de riesgo de recaída en el delito, b) prevención de decisiones
aparentemente irrelevantes, que pese a que parecen inocuas
le podrán en mayor riesgo, y c) adopción de respuestas de afrontamiento
adaptativas.
Si se atiende a las tipologías delictivas, los tratamientos psicológicos
se han dirigido especialmente a las siguientes categorías de delincuentes:
1. Delincuentes juveniles.
Uno de los mejores modos de prevención
del delito son los programas familiares. Actualmente uno de los
tratamientos juveniles más contrastados empíricamente es la denominada
terapia multisistémica (MST), de Henggeler y sus colaboradores
(Edwards, Schoenwald, Henggeler y Strother, 2001). Parte de la
consideración de que el desarrollo infantil se produce bajo la influencia
combinada y recíproca de distintas capas ambientales, que incluyen la familia, la escuela, las instituciones del barrio, etc. En todos estos
sistemas hay tanto factores de riesgo para la delincuencia como factores
de protección.
A partir de ello se establece una serie de principios
básicos: evaluar el ‘encaje’ entre los problemas identificados en
los distintos sistemas; basar el cambio terapéutico en los elementos
positivos; orientar la terapia a promover la conducta responsable y
enfocarla al presente y a la acción; las intervenciones deben ser acordes
con las necesidades del joven, y, por último, se debe programar la
generalización y el mantenimiento de los logros.
La terapia multisistémica
utiliza como intervenciones específicas todas aquellas técnicas
que han mostrado mayor eficacia con los delincuentes, tales como
reforzamiento, modelado, reestructuración cognitiva y control emocional.
Se aplica en los lugares y horarios de preferencia de los sujetos,
lo que a menudo incluye domicilios familiares, centros de barrio,
horarios de comidas o fines de semana.
Otro programa multifacético altamente eficaz con jóvenes delincuentes
es el Entrenamiento para Reemplazar la Agresión (programa ART)
que tiene tres ingredientes principales (Goldstein y Glick, 2001): a)
entrenamiento en 50 habilidades consideradas de la mayor relevancia
para la interacción social, b) entrenamiento en control de ira (identificar
disparadores y precursores, usar estrategias reductoras y de
reorientación del pensamiento, autoevaluación y autorrefuerzo), y c)
desarrollo moral (a partir del trabajo grupal sobre dilemas morales).
Actualmente existe una versión abreviada de este programa que se
aplica en diez semanas.
2. Agresores sexuales.
Constituyen, debido a la complejidad y persistencia
del comportamiento sexual antisocial, uno de los retos más
importantes a que se enfrenta el tratamiento psicológico de los delincuentes.
Los ingredientes terapéuticos más comunes en estos programas
son el trabajo sobre distorsiones cognitivas, desarrollo de la
empatía con las víctimas, mejora de la capacidad de relación personal,
disminución de actitudes y preferencias sexuales hacia la agresión o
hacia los niños, y prevención de recaídas (Marshall y Redondo, 2002).
En un trabajo posterior se abundará en lo relativo al análisis psicoló-
gico y tratamiento de este tipo de delincuentes.
3. Maltratadores.
En la actualidad se considera que la violencia de
pareja es un fenómeno complejo en el que intervienen diversos factores
de riesgo que incluyen tanto características personales como
culturales y de interacción. Los programas de tratamiento internacionalmente
aplicados incluyen técnicas terapéuticas como las siguientes
(Dobash y Dobash, 2001): autoregistro de emociones de ira, desensibilización
sistemática y relajación, modelado de comportamientos no
violentos, reforzamiento de respuestas no violentas, entrenamiento
en comunicación, reestructuración cognitiva de creencias sexistas y
justificadoras de la violencia, y prevención de recaídas.
En España
existen programas de tratamiento para maltratadores tanto en prisiones
como en la comunidad. El programa que se aplica en prisiones,
diseñado en origen por Echeburúa y su equipo, incluye los siguientes
ingredientes (Echeburúa, Fernández-Montalvo y Amor, 2006): aceptación
de la propia responsabilidad, empatía y expresión de emociones,
creencias erróneas, control de emociones, desarrollo de habilidades y
prevención de recaídas. Más recientemente, en la comunidad autónoma
gallega se ha puesto en marcha el denominado “Programa Galicia
de reeducación psicosocial de maltratadores de género”, que se aplica,
bajo supervisión judicial, en la comunidad.
Dicho programa, que se
desarrolla en 52 sesiones a lo largo de un año, incorpora técnicas de
autocontrol de la activación emocional y de la ira, reestructuración
cognitiva, resolución de problemas, modelado y entrenamiento en habilidades
de comunicación (Arce y Fariña, 2007).
En relación con la eficacia de los tratamientos psicológicos de los delincuentes,
entre 1985 y la actualidad se han desarrollado alrededor
de 50 revisiones meta-analíticas.
El mensaje esencial de los metaanálisis
ha sido que los tratamientos psicológicos tienen un efecto
parcial pero significativo en la reducción de las tasas de reincidencia
(Hollin, 2006; McGuire, 2004): logran en promedio una reducción de
la reincidencia delictiva de alrededor de 10 puntos, para tasas base
de reincidencia del 50% (Cooke y Philip, 2001; Cullen y Gendreau,
2006; Lösel, 1996; McGuire, 2004; Redondo y Sánchez-Meca, en preparación),
y los mejores tratamientos llegan a obtener reducciones
superiores a 15 puntos (algunos programas, los mejores de todos, de entre 15 y 25 puntos). En otras palabras, el tratamiento puede reducir
la reincidencia esperada en proporciones de alrededor de 1/3 (y, dependiendo
de la calidad de las intervenciones, de entre 1/5 y 1/2).
PREDICCIÓN DEL RIESGO DE CONDUCTA ANTISOCIAL
En la actualidad, en paralelo al tratamiento de los delincuentes, se
está desarrollando con fuerza la evaluación del riesgo de violencia
y delincuencia que puedan presentar, ya sea antes o después de un
tratamiento. Con esta finalidad se han construido y se están aplicando
diversos instrumentos de predicción de riesgo, a los que se hará referencia
en los trabajos que siguen a éste.
CONCLUSIÓN
En el primer trabajo de este monográfico sobre violencia se han presentado
los avances y posibilidades de la psicología en el análisis de la
delincuencia, lo que ha dado lugar al desarrollo, en el plano internacional,
de una auténtica Psicología de la delincuencia. En concreto, se
ha ilustrado cómo la psicología cuenta con buenas teorías y explicaciones
de la delincuencia, con análisis precisos del inicio, mantenimiento
y desistimiento en las carreras delictivas y, especialmente, con sólidos
tratamientos psicológicos que logran resultados notables en la disminución
de las tasas de reincidencia en el delito.
También se han anticipado,
para su presentación en el siguiente artículo, las posibilidades
de la psicología en lo relativo a la valoración del riesgo de violencia.
Como resultado de todo lo anterior, un número considerable de psicólogos trabajan en los países desarrollados en los ámbitos del análisis,
predicción, prevención y tratamiento de la delincuencia.
Frente a lo anterior y para finalizar, quiere llamarse la atención del lector
sobre el desequilibrio que existe en la actualidad entre todos estos
desarrollos psicológicos en un campo de tanta relevancia social, como
lo es el de la violencia y la delincuencia, y, en contraste, la escasísima
presencia que dichos conocimientos tienen en la actual formación universitaria
de los psicólogos. Los planes de estudio de Psicología son en
general ajenos a los conocimientos y desarrollos profesionales de la
Psicología de la delincuencia, algo que, en bien de la proyección científica
y aplicada de la psicología, debería ser remediado en el futuro.
Agradecimientos:
Este trabajo se ha realizado en el marco del desarrollo
de los proyectos de investigación SEC2001-3821-C05-01/PSCE
y SEJ2005-09170-C04-01/PSIC del Ministerio de Educación y Ciencia
del Gobierno de España.
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