Deseo ofrecer una descripción simple, pero no falsa, de un aspecto de la delincuencia, una descripción que vincula la delincuencia con la falta de vida hogareña.
Podría resultar útil para quienes desean comprender las raíces del problema del delincuente.
En primer lugar, sugiero considerar la palabra inconsciente. Esta charla está dirigida a magistrados que, por su están acostumbrados a ponderar las pruebas, a reflexionar sobre las cosas, así como a sentir respeto por ellas. Ahora bien, Freud contribuyó con algo que resulta verdaderamente útil aquí. Demostró que si utilizamos el sentimiento en lugar de la reflexión, no podemos excluir el inconsciente sin cometer serios errores; de hecho, sin hacer el papel de tontos. El inconsciente puede ser un estorbo para quienes gustan de las cosas claras y simples, pero decididamente resulta imposible que quienes planean y meditan no lo tengan en cuenta.
El hombre que siente, el hombre que intuye, lejos de excluir el inconsciente, siempre ha estado sometido a su influencia. Pero el hombre que piensa no ha comprendido aún que puede pensar y, al mismo tiempo, incluir en su pensamiento lo inconsciente. La gente que piensa, y que ha encontrado muy superficial el camino de la lógica, inició una reacción hacia la sinrazón, una tendencia sin duda peligrosa. Sorprende comprobar hasta qué grado algunos pensadores de primera línea, e incluso algunos científicos, no han podido utilizar este progreso científico particular.
¿No vemos acaso cómo los economistas pasan por alto la voracidad inconsciente, cómo los políticos ignoran el odio reprimido, la incapacidad de los médicos para reconocer la depresión y la hipocondría que subyacen en enfermedades como el reumatismo y que dañan el sistema industrial?
¿No vemos acaso cómo los economistas pasan por alto la voracidad inconsciente, cómo los políticos ignoran el odio reprimido, la incapacidad de los médicos para reconocer la depresión y la hipocondría que subyacen en enfermedades como el reumatismo y que dañan el sistema industrial?
Incluso tenemos jueces incapaces de comprender que los ladrones buscan algo más importante que bicicletas y lapiceras.
Todo magistrado tiene plena conciencia de que los ladrones tienen motivos inconscientes. En primer lugar, sin embargo, quiero exponer y destacar una aplicación muy distinta de este mismo principio. Quiero sugerir que se considere el inconsciente en su relación con la tarea judicial, que consiste en aplicar la ley.
Es precisamente porque anhelo conseguir que los métodos psicológicos se utilicen en la investigación de los casos criminales y en el manejo de los niños antisociales. que deseo atacar una de las más graves amenazas para un progreso en esa dirección; dicha amenaza surge de la adopción de una actitud sentimental para con el crimen. Si parece haber progresos, pero están basados en el sentimentalismo, carecen de valor; se producirá sin duda una reacción y entonces sería preferible que no hubiera habido progresos. En el sentimentalismo existe un odio reprimido o inconsciente, y esa represión es malsana. Tarde o temprano el odio hace su aparición.
El delito provoca sentimientos públicos de venganza. La venganza pública podría significar algo muy peligroso si no existieran la ley y quienes la aplican.
Particularmente cuando actúan en los tribunales, los jueces dan expresión a los sentimientos públicos de venganza, y sólo en esa forma es posible sentar las bases para un tratamiento humanitario del delincuente.
Opino que puede haber un hondo resentimiento con respecto a esta idea. Si se les pregunta a muchas personas, responderán que no desean castigar a los delincuentes, que preferirían que se los tratara como enfermos. Pero mi sugerencia, basada en premisas muy definidas, es que no es posible cometer ningún delito sin contribuir, al mismo tiempo, a la fuente general de sentimientos públicos inconscientes de venganza. Una de las funciones de la ley consiste en proteger al delincuente contra esa venganza inconsciente y, por ende, ciega. La sociedad se siente frustrada, pero permite que el trasgresor sea juzgado en los tribunales, después de un cierto tiempo y una vez que las pasiones se han calmado; cuando se hace justicia se proporciona una cierta satisfacción.
Existe el peligro, bien real, de que quienes desean ver a los delincuentes tratados como enfermos (como realmente son) vean frustrados sus propósitos, justo cuando parecen lograrlos, por no tener en cuenta el potencial inconsciente de venganza. Sería peligroso adoptar una finalidad puramente terapéutica en los tribunales.
Habiendo dicho esto, voy a pasar ahora a lo que me interesa mucho más, la comprensión del delito como una enfermedad psicológica. Se trata de un tema enorme y complejo, pero trataré de decir algo simple sobre los niños antisociales y la relación de la delincuencia con la carencia de vida hogareña.
Ustedes saben que al examinar a los diversos alumnos de una escuela de readaptación social, el diagnóstico puede oscilar desde niños normales (o sanos) hasta esquizofrénicos. Sin embargo, algo conecta entre sí a todos los delincuentes. ¿Qué es?
En una familia corriente, un hombre y una mujer asumen una responsabilidad conjunta por sus hijos. Nacen niños, la madre (apoyada por el padre) cría a cada uno de ellos estudiando su personalidad, manejando el problema personal de cada uno en la medida en que afecta a la sociedad en su unidad más pequeña, la familia y el hogar.
¿Cómo es el niño normal? ¿Simplemente come, crece y sonríe dulcemente? No, no es así. Un niño normal, si tiene confianza en el padre y en la madre, actúa sin ningún freno. Con el correr del tiempo, pone a prueba su poder para desintegrar, destruir, atemorizar, agotar, desperdiciar, trampear y apoderarse de lo que le interesa. Todo lo que lleva a la gente a los tribunales (o a los manicomios) tiene su equivalente normal en la infancia y la niñez, y en la relación del niño con su propio hogar. Si el hogar es capaz de soportar todo lo que el niño hace por desbaratarlo, éste puede ponerse a jugar, no sin haber hecho antes toda suerte de verificaciones, sobre todo si tiene alguna duda en cuanto a la estabilidad de la relación entre los padres y del hogar (entendiendo por hogar mucho más que la casa). Al principio el niño necesita tener conciencia de un marco para sentirse libre, y para poder jugar, hacer sus propios dibujos, ser un niño irresponsable.
¿Por qué es necesario todo esto? El hecho es que las primeras etapas del desarrollo emocional están llenas de conflicto y desintegración potenciales. La relación con la realidad externa todavía no está firmemente arraigada; la personalidad aún no está del todo integrada; el amor primitivo tiene un fin destructivo, y el niño pequeño no ha aprendido todavía a tolerar y manejar los instintos. Puede llegar a manejar estas cosas, y muchas más, si lo que lo rodea es estable y personal. Al comienzo, necesita indispensablemente vivir en un círculo de amor y fortaleza (con la consiguiente tolerancia) para que no experimente demasiado temor frente a sus propios sentimientos y sus fantasías y pueda progresar en su desarrollo emocional.
Ahora bien, ¿qué ocurre si el hogar no proporciona todo esto a un niño antes de que haya establecido la idea de un marco como parte de su propia naturaleza? La opinión corriente es que, al encontrarse "libre" procede a disfrutar de esa situación. Esto está muy lejos de la verdad. Al ver destruido el marco de su vida, ya no siente libre. Se torna ansioso, y si tiene esperanzas, comienza a buscar un marco fuera del hogar. El niño cuyo hogar no logra darle un sentimiento de seguridad busca las cuatro paredes fuera de su hogar; todavía abriga esperanzas, y apela a los abuelos, tíos y tías, amigos de la familia, la escuela. Busca una estabilidad externa sin la cual puede perder la razón. Si alguien se la proporciona en el momento adecuado, esa estabilidad puede crecer en el niño como los huesos de su cuerpo, de modo que gradualmente, en el curso de los primeros meses y años de su vida, pueda pasar de la dependencia y de la necesidad de ser manejado a la independencia. A menudo, el niño obtiene de sus parientes y de la escuela lo que no ha conseguido en su propio hogar.
El niño antisocial simplemente busca un poco más lejos, apela a la sociedad en lugar de recurrir a su familia o a la escuela, para que le proporcione la estabilidad que necesita a fin de superar las primeras y muy esenciales etapas de su crecimiento emocional.
Quisiera expresar esta idea en esta forma. Cuando un niño roba azúcar, está buscando a una madre buena, la propia, de la que tiene derecho a tomar toda la dulzura que pueda contener. De hecho, esa dulzura le pertenece, pues él inventó a la madre y a su dulzura a partir de su propia capacidad de amar, de su propia capacidad creativa primaria, cualquiera sea ésta. También busca a su padre, que protegerá a la madre de sus ataques contra ella, ataques efectuados en el ejercicio del amor primitivo. Cuando un niño roba fuera de su hogar, también busca a su madre, pero entonces con un mayor sentimiento de frustración, y con una necesidad cada vez mayor de encontrar, al mismo tiempo, la autoridad paterna que ponga un límite al efecto concreto de su conducta impulsiva, y a la actuación de las ideas que surgen en su mente cuando está excitado. En la delincuencia manifiesta esto nos resulta difícil, como observadores, porque lo que encontramos es la necesidad aguda que tiene el niño de un padre estricto, que proteja a la madre cuando aparezca. El padre estricto que el evoca también puede ser afectuoso, pero en primer lugar debe mostrarse estricto y fuerte. Sólo cuando la figura paterna estricta y fuerte se pone en evidencia, el niño puede recuperar sus impulsos primitivos de amor, su sentimiento de deseo de reparar. A menos que se vea envuelto en dificultades el delincuente sólo puede tornarse cada vez más inhibido de amar, y en consecuencia más y más deprimido y despersonalizado, y eventualmente incapaz de sentir en absoluto la realidad de las cosas, excepto la realidad de la violencia.
La delincuencia indica que todavía queda alguna esperanza. Como verán, no es necesariamente una enfermedad que el niño se comporte en forma antisocial, y a veces la conducta antisocial no es otra cosa que un S.O.S. en busca del control ejercido por personas fuertes, cariñosas y seguras. La mayoría de los delincuentes son en cierta medida enfermos, y la palabra enfermedad se torna adecuada por el hecho de que, en muchos casos, el sentimiento de seguridad no se estableció suficientemente en los primeros años de vida del niño como para que éste lo incorpore a sus creencias. Un niño antisocial puede mejorar aparentemente bajo un manejo firme, pero si se le otorga libertad no tarda en sentir la amenaza de la locura. De modo que vuelve a atacar a la sociedad (sin saber qué está haciendo) a fin de restablecer el control exterior.
El niño normal, a quien su propio hogar ayuda en las etapas iniciales, desarrolla una capacidad para controlarse. Desarrolla lo que a veces se denomina un "ambiente interno", con una tendencia a encontrar buenos ambientes. El niño antisocial, enfermo, que no ha tenido la oportunidad de desarrollar un buen "ambiente interno" necesita absolutamente un control exterior para sentirse feliz, para poder jugar o trabajar. Entre ambos extremos, niños normales y niños enfermos antisociales, hay otros que pueden adquirir confianza en la estabilidad, si es posible proporcionarles durante un período de varios años una experiencia continua de control ejercido por personas afectuosas. Un niño de 6 ó 7 años tiene más probabilidades de obtener ayuda en esta forma que otro de 10 u 11. Durante la guerra, muchos de nosotros tuvimos la experiencia de esta provisión tardía de un medio estable a niños carentes de vida hogareña, en los albergues para niños evacuados, y sobre todo a los niños que resultaba difícil ubicar. Estos estuvieron bajo la supervisión del Ministerio de Salud. En los años de la guerra, los niños con tendencias antisociales fueron tratados como enfermos. Me complace decir que esos albergues no están cerrados ahora y que han sido transferidos al Ministerio de Educación. Esos albergues cumplen una tarea profiláctica para el Ministerio del Interior.
Pueden tratar la delincuencia como una enfermedad tanto más fácilmente cuanto que la mayoría de esos niños aún no han comparecido ante tribunales de menores. Este es, sin duda, el lugar adecuado para el tratamiento de la delincuencia como una enfermedad del individuo y, sin duda, el lugar adecuado para la investigación y la oportunidad de adquirir experiencia. Todos conocemos el excelente trabajo realizado en algunas escuelas de readaptación social, pero el hecho de que la mayoría de sus alumnos hayan sido condenados por un tribunal contribuye a crear dificultades.
En estos albergues, llamados a veces pensiones para niños inadaptados, hay una oportunidad para que quienes ven en la conducta antisocial el S.O.S. de un niño enfermo desempeñen una función y puedan así aprender. Cada albergue o grupo de albergues perteneciente al Ministerio de Salud durante la guerra tenía un comité de manejo, y en el grupo con el que estuve relacionado, el comité de legos se interesó realmente en los detalles de la labor efectuada en el albergue y asumió responsabilidad al respecto. Sin duda, muchos jueces podrían integrar esos comités, y así ponerse en contacto estrecho con el manejo concreto de los niños que aún no han comparecido ante los tribunales. No basta con visitar escuelas o albergues, o con oír hablar a la gente. La única forma eficaz consiste en asumir alguna responsabilidad, aunque sea indirecta, mediante un apoyo inteligente a quienes manejan criaturas que tienden a la conducta antisocial.
En esos albergues para los llamados inadaptados, es posible trabajar con una finalidad terapéutica, y ello establece una gran diferencia. Los fracasos eventualmente llegan a los tribunales, pero los éxitos se convierten en ciudadanos. Desde luego, el trabajo realizado en estos albergues con pocos niños y personal adecuado está a cargo de los custodios. Estos deben ser idóneos desde el comienzo, pero necesitan educación y oportunidades para revisar su labor a medida que la realizan, y también deben contar con alguien que medie entre ellos y esa cosa impersonal llamada ministerio. En el proyecto que conocí, esa tarea estaba a cargo del asistente social psiquiátrico y del psiquiatra. Estos, a su vez, necesitaban un comité que creciera con el proyecto y aprovechara la experiencia. Este es el tipo de comité en el que un juez podría ser de considerable ayuda.
Volvamos ahora al tema de los niños carentes de vida hogareña. Aparte del descuido (en cuyo caso llegan a los tribunales de menores como delincuentes), es posible manejarlos en dos formas. Se les puede hacer psicoterapia personal, o bien proporcionarles un ambiente firme y estable con cuidado y amor personales, y aumentar gradualmente la dosis de libertad. En realidad, sin esto último, no es probable que la psicoterapia personal tenga éxito. Y con la provisión de un sustituto hogareño adecuado, la psicoterapia puede tornarse innecesaria, lo cual es afortunado porque prácticamente nunca se puede contar con ella. Pasarán años antes de que se disponga, incluso, de unos pocos psicoanalistas bien adiestrados para ofrecer los tratamientos personales que tan urgentemente se necesitan en muchos casos.
La psicoterapia personal apunta a capacitar al niño para completar su desarrollo emocional. Esto significa muchas cosas, incluyendo el establecimiento de una buena capacidad para sentir la realidad de las cosas reales, tanto externas como internas, y para lograr la integración de la personalidad individual. El pleno desarrollo emocional significa esto y mucho más. Después de estas etapas primitivas, aparecen los primeros sentimientos de preocupación y culpa, y los primeros impulsos de reparación. Y en la familia misma surgen las primeras situaciones triangulares, y todas las complejas relaciones interpersonales inherentes a la vida en el hogar.
Además, si todo anda bien, y si el niño se torna capaz de manejarse a sí mismo y a su relación con los adultos y con otros niños, aun así comenzará a enfrentar complicaciones, como una madre deprimida, un padre con episodios maníacos, un hermano algo cruel, una hermana con pataletas. Cuanto pensamos en estas cosas, más comprendemos por qué los bebés y los niños pequeños necesitan absolutamente el marco de su propia familia y, de ser posible, una estabilidad del ambiente físico también; y de tales consideraciones deducimos que a los niños carentes de vida hogareña hay que proporcionarles algo personal y estable cuando todavía son bastante pequeños como para aprovecharlo en cierta medida, o bien nos obligarán más tarde a proporcionarles estabilidad en la forma de un reformatorio o, como último recurso, de las cuatro paredes de una celda carcelaria.
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