El presente trabajo
es un recorrido por el tratamiento conceptual y los resultados de una
gran investigación encargada por el Gobierno de los Estados Unidos a través del Ministerio de Justicia referida al tema de la violencia, pesquisa que culmina
el 2001 con la publicación en cuatro tomos del informe “Justicia Penal Siglo XXI”, editado
por el National Institut of Justice. U.S. Department of Justice. La reseña corresponde
al artículo de T Cullen y P Gendreau, Evaluación
de la
Rehabilitación Correccional : política, práctica y perspectiva,
quienes examinan la trayectoria histórica y el presente de la rehabilitación en
EEUU, especialmente en lo concerniente al segmento infanto juvenil
con conductas antisociales.
Es interesante
observar el proceso que ha vivido Estados Unidos en el tema de la
rehabilitación, en contraste con el caso chileno, en que recién comienza el
tema a adquirir relieve. En este sentido, la lectura del texto debiera servir
para iluminar el proceso chileno en esta materia, desde donde se vuelve necesario
observar el concepto de rehabilitación, las causas que intervienen en el
desarrollo de la conducta antisocial; las técnicas o metodologías de
rehabilitación, y conforme a la experiencia las herramientas que efectivamente
son de utilidad en logro de este propósito y aquellas que carecen de eficacia.
Los investigadores
dividen su trabajo en siete partes, siendo su objetivo principal evaluar el estado de la rehabilitación
correccional al tenor de la experiencia efectivamente realizada: La pregunta
que abre su preocupación es ¿logran las intervenciones correccionales reducir
la reincidencia de los delincuentes?. Al efecto define la rehabilitación teniendo
en cuenta tres consideraciones: (1) la intervención no es un
acontecimiento aleatorio o inconsciente, sino que es planificada o ejecutada
intencionalmente;(2) la intervención busca producir un cambio en algún aspecto
del infractor que, se supone, causa su conducta delictiva, tales como sus
actitudes, procesos cognitivos, personalidad o salud mental, relaciones
sociales con otros, habilidades educativas y laborales, y empleo; (3) la
intervención busca que sea menos probable que el infractor infrinja las leyes
en el futuro: esto es, reducir la reincidencia.
En realidad -señalan-
“queremos determinar si las intervenciones que sean congruentes con esta
definición general de la rehabilitación funcionan y, de ser así, en qué
grado y bajo qué condiciones”. Los autores centran su atención en el abordaje de la rehabilitación
en general, para concentrarse más adelante, apartados, 4, 5, 6 y 7 del texto en
la rehabilitación.
Pasamos revista a los
7 puntos en que los autores organizan su trabajo:
1.- Buscan la razón por la cual se cuestionó el papel
de la rehabilitación. Una postura que ha perdurado a lo largo de la historia de
la ejecución penal en Estados Unidos es el planteamiento a favor de los
esfuerzos por rehabilitar a los infractores. En los inicios del siglo pasado,
el ideal de la rehabilitación se anunciaba con entusiasmo, a través de la
implantación de las condenas indeterminadas, de la libertad condicional,
de la libertad vigilada y de un sistema especializado de justicia juvenil.
Cullen y Grendeau sostienen
que, durante las siete décadas siguientes, la rehabilitación del infractor
reinaba, como la filosofía dominante. Luego, a principio de los 70, la
rehabilitación sufrió un revés abrupto; los quiebres profundos en la
sociedad estadounidense durante ese periodo (los hechos de Viet Nam, los temas
raciales, etc) estimularon una crítica general al sistema de justicia. Entre
los liberales, la rehabilitación fue objeto de crítica, en tanto culpabilizan al
Estado de actuar de manera coercitiva sobre los delincuentes,
mientras los conservadores veían en ella un pretexto para el ablandamiento del
trato a los delincuentes.
2.- Evalúan la influencia que cuestionó la eficacia de la
rehabilitación, en este sentido hacen referencia al controvertido trabajo de
Martinson (1974b) “Qué Funciona”; informe que aparecer en el contexto de los
cuestionamientos para consignar que “ nada funciona”, en tanto pone en
evidencia la exigua eficacia de la rehabilitación en la reducción de la
reincidencia. Los autores del informe sostienen y agregan, que la revisión de
estos estudios, confirió legitimidad a las opiniones del momento que se
oponían al tratamiento, porque probó fehacientemente lo que todo el mundo ya sabía:
el hecho que la rehabilitación no funciona.
Posteriormente un
creciente movimiento revisionista cuestionó la interpretación de
Martinson a las evaluaciones empíricas sobre la eficacia de la rehabilitación,
concluyendo que el autor en sus evaluaciones no fue preciso en estudiar las
metodología en uso en el trabajo terapéutico, detectando, por ejemplo, que no existía rigurosidad en la
implementación de las experiemcias, menos aún en la capacitación de los
profesionales encargados de su implementación, señalan en este sentido que
Martinson utilizó un mecanismo de evaluación cualitativo o Sistema Narrativo,
en donde las mediciones no estaban presente. Martinson a final de su vida
reconoce que en sus evaluaciones faltó rigurosidad científica, pero sostiene
que gracias a su trabajo, se comenzó a investigar en serio, lo que posibilitó que se avanzara notablemente en la
producción de conocimiento. Entre las razones importantes que llevan al fracaso
de las metodologías de rehabilitación se cuenta la carencia de integridad terapéutica:
Al respecto sostienen los autores, no debería sorprendernos el que los
niños resulten analfabetos si sus profesores no están capacitados,
si no hay un plan de estudios estandarizado y si los profesores se reúnen
con los niños solamente una vez a la semana durante media hora.
Muchos programas de
rehabilitación (los aludidos por Martinson) revestían estas condiciones. Y bajo
una observación más aguda, aún los programas aparentemente bien diseñados
carecían frecuentemente del tipo de integridad necesario para cambiar el
comportamiento de los infractores. Los programas contaban con un débil
fundamento conceptual y con grupos de orientación inestables; empleaba
pedagogos no cualificados, que tampoco habían recibido una formación adecuada,
y no creían que el programa sería eficaz.
3.-Producto de lo anterior, en los años 80 investigadores
revisionistas comienzan ha realizar análisis cuantitativos sofisticados de un
cúmulo crecientes de estudios de evaluación mediante la técnica del Meta-Análisis. En su esencia, el meta-análisis
mide estadísticamente el efecto medio de una intervención sobre la
reincidencia. En la medición se estima el efecto de una serie de variables
asociadas al problema, entre otras: las características de los infractores, el
tipo de entorno, la metodología de intervención, etc. Estos meta-análisis
indican para los diferentes estudios evaluativos una tasa de reincidencias, en
promedio, diez puntos porcentuales menor en el grupo sometido a rehabilitación
que en el grupo control. Desde aquí se cuenta con evidencia suficiente para
estimar la eficacia de algunos programas y lo inadecuado que resultan algunas
modalidades de intervención.
En la época de
Martinson, esta técnica no estaba disponible en las ciencias sociales, en su
lugar los investigadores empleaban dos estrategias relacionadas entre sí para
evaluar o recomendar el uso de determinadas estrategias: a) la revisión
narrativa y el b) recuento de votos o metodología de urnas. En la revisión
narrativa, el autor lee la literatura existente y luego comunica lo encontrado,
algunas veces los estudios son citados en detalle; otras veces las
conclusiones son seguidas por apenas una cadena de citas.
En el recuento de
votos o de urnas; el autor reúne todos los estudios individuales normalmente
organizándolos según diferentes categorías de intervención (por ejemplo,
la orientación grupal), y luego enumera cuántos presentaron una disminución de
la reincidencia, y cuántos no presentaron ningún efecto sobre la
reincidencia y cuántos informaron de un incremento de la misma.
Quizás lo más
importante radica en que los meta-anàlisis presentan la información de
una forma precisa y resumida, facilitan el proceso de construcción de
conocimiento sobre un tema como es la rehabilitación. Al contrario, las
revisiones narrativas son engorrosas y tienden apenas a permitir
generalizaciones amplias; en cambio, el meta-análisis tiene mayor capacidad
para proporcionar una información que muestra de una manera más clara y
delimitada lo que no funciona, lo que sí funciona y qué factores moderan lo que
funciona.
4.-En esta parte los autores revisan los esfuerzos de
los investigadores canadienses Andrews y Bonta para desarrollar lo que
denominan “principios de la intervención correccional eficaz”. La
variación en el nivel de éxito de los programas ha llevado a la búsqueda
de aquellos principios que diferencian los tratamientos eficaces de
los no eficaces. En este sentido, existe apoyo teórico y empírico para concluir
que los programas de rehabilitación que logran las reducciones más significativas
en la reincidencia: emplean tratamiento o metodología cognitivo-conductuales,
centran sus esfuerzos en cambiar los factores que se saben predictores de la
comisión de infracciones.
El primer principio
es que las intervenciones deben centrarse en el cambio de los
factores que se saben predictores de la delincuencia y la reincidencia, a
estos se los denomina “factores de riesgo”. El trabajo de los autores discurre
en torno a la determinación de dos tipos de predictores a saber: los
predictores estáticos, aquellos que
colocan a los infractores en riego de cometer una conducta delictual y que no
pueden ser cambiados, ejemplo de lo anterior, la historia delictiva; y por otra parte los predictores dinámicos
-tales como los valores antisociales-, que sí podrían ser potencialmente
cambiados.
Los meta-análisis
revelan que mucho de los predictores dinámicos o factores de riesgo son los de
mayor acierto diagnóstico; entre estos: a) actitudes antisociales favorables al
delito, valores, creencias y estados cognitivos-emocionales (esto es, elementos
cognitivos personales que apoyan la conducta delictiva); b) compañeros
que apoyan la conducta delictiva y el aislamiento del individuo con respecto a
quienes critican la delincuencia (esto es, apoyos interpersonales para la
delincuencia); y c) factores de personalidad antisocial, tales como la
impulsividad, el correr riesgos y el bajo auto control. La identificación de estas
manifestaciones, refuerzan la
orientación de las intervenciones en la perspectiva conductual.
Las intervenciones
conductuales son eficaces para cambiar una gama de comportamientos humanos,
como las actitudes antisociales, las cogniciones, ciertas orientaciones de la
personalidad y asociaciones (que subyacen a la reincidencia). Señalan Cullen y
Grendeau que estas intervenciones utilizan las técnicas cognitivo-conductuales
y de aprendizaje social para el modelaje, las prácticas graduadas, la toma de
roles, la función de los reforzadores, la extinción de la conducta, el suministro
de recursos, las sugerencias verbales concretas (modelaje simbólico, dando
razones) y la re-estructuración cognitiva. Los reforzadores que proporciona el
programa deben ser mayoritariamente positivos, no negativos.
Las intervenciones en
tanto, deben ser intensivas, con una duración de tres a nueve meses y una
ocupación del 40 al 70% del tiempo que pasan los infractores en el programa.
Plantean que los estilos de rehabilitación menos eficaces son aquellos enfoques
que tienen menos estructura, como son los centrados en la auto-reflexión, la interacciòn verbal y la
orientación hacia la compresión; los enfoques punitivos se ubican entre las
intervenciones menos eficaces.
En el núcleo de
cualquier programa conductista se ubica el principio del condicionamiento
operante: esto es, el postulado que establece que una conducta será
aprendida si se refuerza de inmediato. En esta lógica, aquellos reforzadores
que normalmente son placenteros o deseables aumentan o consolidan la conducta
correspondiente. Se distinguen cuatro tipos básicos de reforzadores: 1.
materiales (por ejemplo, dinero, bienes); 2. actividades (por ejemplo, el
esparcimiento); 3. sociales (por ejemplo, la atención, los elogios, la aprobación);
y 4. encubiertos (pensam ientos,
auto-evaluación).
En las
modalidades cognitivos-conductuales, se
reconocen varios tipos de estrategia, algunas con diferencias sutiles, pero en
esencia todas ellas intentan cumplir dos objetivos: a.- buscan reestructurar de
un modo cognitivo la cognición distorsionada o errónea del individuo;
b.-intentan ayudar a la persona a aprender habilidades cognitivas nuevas y
adaptadoras. En el caso de los infractores, señalan los autores, las
distorsiones cognitivas existentes se expresan a nivel de los pensam ientos y los valores que justifican las
actividades antisociales (por ejemplo, la agresión, el hurto, el abuso de
sustancias), y que denigran la realización de actividades convencionales de
contenido prosocial relacionadas con la educación, el trabajo y las relaciones
sociales. La mayoría también posee únicamente un mínimo de habilidades
cognitivas que les permite comportarse de manera prosocial. En vista de
estas deficiencias, los programas cognitivos conductuales
eficaces intentan ayudar a los infractores a: 1. definir los problemas que
los llevaron a entrar en conflicto con las autoridades, 2. seleccionar
metas, 3. generar nuevas soluciones prosociales alternativas y, a continuación
4. implantar esas soluciones.
En cualquier programa
cognitivo-conductual en el campo correccional, es posible constatar la
presencia de algunos de los siguientes escenarios o aproximaciones:. Las
principales creencias antisociales del infractor son identificadas; con firmeza
pero en un plano de respeto y en un marco de justicia se le indica al infractor
que sus creencias son inaceptables. Si las creencias antisociales persisten,
siempre son seguidas por una desaprobación enfática (por ejemplo, con la
suspensión de los reforzadores sociales, los elogios etc.) Mientras tanto, el
infractor es expuesto a formas prosociales alternativas de pensar y comportarse
mediante el modelaje concreto.
Las intervenciones
deben emplearse principalmente en infractores de mayor riesgo, centrando la
atención en el cambio de sus factores de riesgo. Contrariamente a lo que
informa el sentido común, los infractores de mayor riesgo son quienes tienen mayor
capacidad de cambio. La estrategia más eficaz para determinar el nivel de
riesgo de los infractores no es el juicio clínico, sino el uso de instrumentos
de evaluación basados en la estimación de probabilidades, tales como el
Inventario del Nivel de Supervisión (Bonta 1996; Gendreau, Goggin y
Paparozzi 1996).
La experiencia
revisada avala la pertinencia del manejo de una gama de consideraciones
adicionales y su impacto en el incremento de la eficacia de la rehabilitación.
De esta forma, las intervenciones son mejores cuando se realizan en la
comunidad más que en entornos institucionales, cuando se emplea a profesionales
bien capacitados y sensibles a nivel interpersonal.
5.-En esta parte, Gendreau y Cullen, analizan un programa de
rehabilitación prometedor, dirigidos a población infanto adolescentes, el
que ha sido adoptado en varios lugares de los Estados Unidos y que
demuestra que la rehabilitación puede reducir la reincidencia, a la
vez que puede ser eficaz en términos de costos: Es el caso de la Terapia Multisistémica
(TMS) desarrollada por Scott Henggeler. La TMS se basa en el supuesto de que los sistemas
sociales múltiples que rodean a los niños y adolescentes se
inmiscuyen en sus problemas de comportamiento. Este enfoque adopta
principios de la intervención eficaz, aunque también busca
específicamente dirigir la atención a aquellas características del
contexto social que fomentan la conducta antisocial. La TMS ha sido implantada (2002)
en 25 lugares de Estados Unidos y Canadá. Diversos estudios han demostrado que
este programa logra disminuir de manera apreciable la reincidencia y la
vigencia de otras conductas
problemáticas entre los jóvenes con conducta antisocial grave.
La TMS se aparta de aquella
visión intrapsíquica de la conducta humana, la cual considera que la conducta
antisocial se modifica con apenas indagar en la orientación de la personalidad
del sujeto. En su lugar, emplea un enfoque social-ecológico, en el sentido de
ver a las personas como integrantes de redes múltiples, incluyendo la familia,
el grupo de iguales, la escuela y la comunidad. En términos prácticos, esto no
significa únicamente una intervención con el joven antisocial, sino
también del espacio de ejercicio del control y el régimen de interacción
que mantienen los padres con el joven, y complementariamente del circuito
de interacciones del joven en el contexto de los grupos de iguales con
características prosociales, así como el trabajo con las escuelas para mejorar
las habilidades educativas y vocacionales del joven.
Este enfoque requiere
la definición de un conjunto amplio de metas a alcanzar en una determinada
intervención (por ejemplo, mejorar la supervisión por parte de los padres,
disminuir el ausentismo escolar). A su
vez son identificadas metas intermedias (por ejemplo enseñar a un padre cómo
supervisar a su hijo, controlar cada mañana la asistencia a la
escuela), las cuales, de ser abordadas de forma sistemática y secuencial
permitirán lograr unas metas más amplias, incluyendo la disminución de la
reincidencia (Henggeler).
6.- En esta parte los autores exploran el tema, de gran
significancia referido a “lo que no
funciona”. Algunos de los programas como por ejemplo aquellos que utilizan el
miedo (scared straight) o los de supervisión intensiva o los
cuasi-militares (boot camps), no muestran eficacia. Todos los programas que
tienen como principio el control, resultarían ineficaces en la reducción de la
reincidencia, la aplicación de la técnica del meta análisis a programas que
usan la disuasión o castigo, presentan un alto grado de reincidencia.
7.-Al final del trabajo los autores vuelven
sobre la contribución de la obra de Martinson, al estimular la creación de dos
bandos distintos e incompatibles en el debate sobre la rehabilitación: uno
de ellos que sostenía que la rehabilitación había muerto y que no se requerían
nuevos estudios; y el otro bando que tomó en serio el reto lanzado por
Martinson a la luz de la evidencia. Es obvio que los autores del texto
reseñado, Cullen y Gendreau se ubican en esta segunda opción, la de fundamentar
las política y la práctica de rehabilitación en la mejor evidencia empírica
disponible.
Sostienen “nos
atreveríamos a decir que mucho de lo que se hace en este campo es
charlatanería, prácticas muy parecidas al tratamiento mediante la sangría que
alguna vez se practicó en la medicina”. La evidencia permite sostener con
optimismo que la rehabilitación es real por: 1. toda intervención de
rehabilitación es más eficaz que otras sanciones penales para disminuir la
reincidencia; 2. los programas que son congruentes con los principios de la
intervención eficaz logran reducciones significativas, y posiblemente
sustanciales en la reincidencia; y 3. numerosos programas individuales, tales
como la terapia mutisistémica han demostrado ser notablemente eficaces.
Al final del trabajo refuerzan
los argumentos en pro que las prácticas de rehabilitación tienen que
estar sustentadas o basadas en la evidencia y por cierto relevan la importancia
de la rehabilitación.
La adopción de criterios
profesionales, el entrenamiento adecuado a las exigencias, la creación de
academias de capacitación, la intervención convenida de procesos de evaluación
por parte de quienes aplican los programas, como un medio de mejoramiento de la
eficacia del tratamiento, se mencionan como factores que aseguran buenos
resultados. Hacen suyo el planteamiento de Henggeler en orden a que “la
capacitación frecuente incluye una atención considerable a modelos de
tratamiento que no tienen apoyo empírico”.
Terminan
reflexionando sobre el rol de la rehabilitación, la que se entiende como una
estrategia potencialmente importante para reducir la reincidencia y en
consecuencia, para prevenir la victimización de la ciudadanía. El omitir
el trabajo rehabilitador vendría a significar el desconocer su impacto en la
reducción de la victimización, desde donde es posible asociar la rehabilitación
a la prevención.
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