Los problemas de conducta constituyen uno de los fenómenos más analizados durante la infancia y la adolescencia. Dada su heterogeneidad, durante las últimas décadas se ha planteado la necesidad de delimitar los problemas de conducta de inicio temprano a partir de la manifestación de rasgos afectivos, interpersonales y conductuales similares a los que definen la psicopatía adulta. El presente trabajo pretende analizar, desde una perspectiva transversal y longitudinal, si la manifestación temprana de rasgos psicopáticos permite distinguir a un grupo de sujetos con problemas conductuales más severos y persistentes. Para ello, se analizaron los datos obtenidos en una muestra de 192 niños de entre 6 y 11 años, de los cuales 133 fueron nuevamente evaluados en un seguimiento realizado tres años después. A partir de los resultados obtenidos en el mCPS y CBCL (padres) y en el APSD y TRF (profesores), se observó que los niños que manifestaban rasgos psicopáticos de forma temprana presentaban mayor frecuencia, gravedad y persistencia de problemas de conducta. Estos resultados sugieren la necesidad de tener en cuenta el papel de los rasgos psicopáticos, especialmente de tipo afectivo-interpersonal, como factor de riesgo con el que delimitar los patrones más severos y persistentes de conducta externalizante.
Psychopathic personality as a distinctive indicator of severity and persistence for child and youth conduct problems. Conduct problems are among the most discussed behavioral problems during childhood and adolescence. Given their heterogeneity, in recent years, researchers on this topic have called for delineation of early-onset conduct problems on the basis of affective, interpersonal and behavioral traits that resemble adult psychopathy. The present study aims to analyze, from both a cross-sectional and longitudinal perspective, whether early psychopathic traits allow identification of a group of individuals defined by severe and persistent behavioral problems. To achieve this goal, data from a sample of 192 children (aged 6 to 11) were analyzed; from this sample, 133 children were followed-up in a new data collection that took place three years later. From the data obtained with the mCPS and CBCL (parents), and APSD and TRF (teachers), we observed that children who showed early psychopathic traits, also showed greater frequency, severity and persistence of conduct problems. These results suggest the need to take into account the role of psychopathic traits (particularly, affective and interpersonal) as risk factors to delimit the most serious and persistent patterns of externalizing behavior.
Los problemas de conducta constituyen un fenómeno de gran relevancia en la actualidad, dando lugar a una de las alteraciones más analizadas en infancia y adolescencia (Thomas, 2010). Entre las diversas clasificaciones propuestas para su análisis, el modelo de Moffitt (1993), según el cual los problemas de conducta presentan dos trayectorias bien diferenciadas, ha sido uno de los más analizados y contrastados. Por una parte, el patrón persistente en el ciclo vital se caracterizaría por un inicio temprano del desajuste conductual como consecuencia de la interacción entre un niño vulnerable y un ambiente adverso. Por otra, el patrón limitado a la adolescencia surgiría como una forma exagerada de experimentar el salto madurativo propio de la etapa adolescente (Romero, 2001). Siguiendo los planteamientos de dicho modelo, los problemas de conducta de inicio temprano, además de caracterizarse por su pronta manifestación, se asocian con un peor pronóstico dada la estrecha relación que mantienen con comportamientos de tipo agresivo, delictivo y antisocial persistentes y severos (Moffitt, 2007). Sin embargo, a pesar de las diferencias constatadas con el patrón de inicio adolescente y del extenso trabajo llevado a cabo con el fin de perfilar las características de las conductas disruptivas en la infancia, los problemas de conducta de inicio temprano todavía siguen constituyendo un patrón heterogéneo en cuanto a etiología, curso y pronóstico (White y Frick, 2010).
Con el fin de delimitar este fenómeno, en las últimas décadas se ha propuesto el estudio de la personalidad psicopática en la infancia. Tal y como se ha constatado en múltiples investigaciones, el origen de la psicopatía podría situarse durante las primeras etapas del ciclo vital (Frick y White, 2008) a través de la presencia de rasgos y características afectivas (e.g., baja capacidad para la empatía), interpersonales (e.g., manipulación) y conductuales (e.g., impulsividad) similares a los que definen la psicopatía adulta (Romero, Luengo, Gómez-Fraguela, Sobral y Villar, 2005).
Partiendo directamente del concepto de psicopatía, Frick, O’Brien, Wootton y McBurnet (1994) comprobaron que entre la población infantil podían ser identificadas dos dimensiones similares a las tradicionalmente analizadas entre la población adulta (Romero, 2001). Por una parte, la Impulsividad/Problemas de conducta, en la que se recogen rasgos relativos a un pobre control de impulsos o ausencia de responsabilidad, característicos del amplio conjunto de niños que manifiestan problemas de conducta (Luengo, Sobral, Romero y Gómez-Fraguela, 2002). Por otra, la Dureza/Insensibilidad emocional, que agrupa rasgos afectivos e interpersonales que resultarán claves en el estudio de la personalidad psicopática (Patrick, Fowles y Krueger, 2009).
Los resultados de diversos trabajos han constatado que los rasgos asociados con la dureza e insensibilidad emocional presentan cierta estabilidad desde la infancia hasta la adolescencia (e.g., Obradovic, Pardini, Long y Loeber, 2007), a lo largo del período adolescente (e.g., Burke, Loeber y Lahey, 2007) y desde la adolescencia hasta la etapa adulta (e.g., Lynam, Caspi, Moffitt, Loeber y Stouthamer-Loeber, 2007). Por otra parte, se ha comprobado su importante papel como predictor de problemas de conducta severos (Frick, Stikle, Dandreaux, Farrell y Kimonis, 2005), agresión y violencia (especialmente de tipo proactivo, e.g., Marsee y Frick, 2010) o conductas delictivas (e.g., Lynam, Miller, Vachon, Loeber y Stouthamer-Loeber, 2009). De este modo, la manifestación de rasgos psicopáticos a edades tempranas permite distinguir grupos de sujetos con problemas de conducta de inicio temprano que van a diferir sustancialmente de los demás en el tipo de comportamientos que manifiestan, la trayectoria evolutiva que desarrollan o los factores de riesgo subyacentes (Frick y White, 2008).
En definitiva, teniendo en cuenta la menor estabilidad de los rasgos de personalidad durante la infancia (McCrae et al., 2002), así como los resultados positivos que se han hallado en tratamientos destinados a niños y jóvenes (Salekin, Worley y Grimes, 2010), se justifica el estudio de la personalidad psicopática en edades tempranas a partir del papel que desempeña como factor de riesgo de los problemas de conducta infanto-juveniles, facilitando así la delimitación de los patrones más severos y persistentes (Frick y Viding, 2009).
A partir de los planteamientos previos, este trabajo propone como objetivo principal analizar si la manifestación temprana de rasgos psicopáticos permite distinguir a un grupo de niños con problemas de conducta de inicio temprano que van a diferir sus- tancialmente de los demás en el tipo y gravedad de las conductas que manifiestan, así como en su curso y pronóstico. En primer lugar, y partiendo de una perspectiva transversal, se analizará la frecuencia y severidad de las conductas externalizantes ante la presencia de rasgos de dureza-insensibilidad emocional. En segundo lugar, se examinará, a nivel longitudinal, qué tipo de trayectoria evolutiva desarrollan los problemas de conducta en un período de tres años ante la manifestación temprana de rasgos psicopáticos.
Método
Participantes
Los datos empleados fueron recogidos en una muestra inicial(T1) de 192 participantes (72,4% niños) de entre 6 y 11 años (M= 8,05; DT= 1,49), escolarizados entre el primer y el segundo ciclo de Educación Primaria, en 34 centros de Galicia. Con el fin de que en la muestra estuviesen representados distintos niveles de conductas disruptivas, a partir de la información proporcionada por los profesores, se seleccionaron niños con elevados niveles de conducta externalizante, así como niños en los que apenas eran perceptibles alteraciones conductuales. La información fue proporcionada por 173 padres/madres y 113 profesores.
Tres años después se realizó un seguimiento (T2) a 133 de los 192 casos iniciales (68,4% niños; M= 11,09; DT= 1,45), con el fin de analizar la evolución de los problemas de conducta a partir de la información proporcionada por 106 padres. Esta cifra de sujetos supone un 31% de atrición entre las dos muestras. Una vez comparadas, se corroboró que la mayoría de los casos perdidos se correspondían con aquellos que presentaban inicialmente mayores niveles de desajuste conductual, tal y como mostraron los datos obtenidos en la comparación realizada entre las medidas de conducta externalizante del CBCL (F= 9,44; g.l.= 1/170; p<,01), lo cual supone un hecho comúnmente observado en estudios con un planteamiento longitudinal.
Variables e instrumentos
Estudio inicial (T1)
Modified Child Psychopathy Scale (mCPS; Lynam y Gudonis, 2005). Se ha empleado la versión para padres más reciente del instrumento formada por 55 ítems en forma de pregunta con un formato de respuesta Verdadero (1), Falso (0). Los ítems se agrupan en 14 dimensiones con coeficientes de fiabilidad que oscilan entre ,41 y ,74. Dichas dimensiones fueron agrupadas en dos dimensiones globales, similares a las empleadas en el estudio de la psicopatía adulta, y cuya validez ha sido probada en trabajos anteriores (véase Kotler y McMahon, 2010). El Factor 1 (F1; α= ,80) recoge los rasgos afectivos e interpersonales de Locuacidad, Falsedad, Manipulación, Ausencia de culpa, Pobreza de afecto, Insensibilidad, Informalidad y Grandiosidad. Por su parte, el Factor 2 (F2; α= ,81) hace referencia a los aspectos más conductuales del fenómeno a través de las dimensiones de Susceptibilidad al aburrimiento, Estilo de vida parasitario, Descontrol conductual, Falta de planificación, Impulsividad y Ausencia de responsabilidad. Antisocial Process Screening Device (APSD; Frick y Hare, 2001). Se ha empleado la versión para profesores de esta escala que valora la manifestación de rasgos psicopáticos a través de 20 ítems puntuables en una escala de 0 (Totalmente falso) a 2 (Totalmente verdadero). Se ha optado por la estructura inicialmente hallada de dos factores (Frick et al., 1994) que permitirá operativizar la comparación de resultados con el mCPS, y cuya fiabilidad y validez predictiva ha sido probada en múltiples trabajos (Kotler y McMahon, 2010). El factor Dureza/Insensibilidad emocional (D/IE; α= ,76; e.g., «Tiene emociones superficiales o poco auténticas») permite valorar los rasgos afectivos e interpersonales más característicos de la personalidad psicopática. Por su parte, el factor Impulsividad/Problemas de conducta (I/PC; α= ,83) permite analizar los aspectos más conductuales del constructo (e.g., «Actúa sin pensar en las consecuencias»).
Child Behavioral Checklist (CBCL; Achenbach, 1991a). Este cuestionario valora la presencia de alteraciones conductuales en las dimensiones Interiorización-Exteriorización, a partir de la información proporcionada por los padres a través de 113 ítems con una escala de respuesta de 0 (No es verdad) a 2 (Muy verdadero o frecuentemente verdad). De las ocho categorías en las que se agrupan los ítems, se seleccionaron las correspondientes a la dimensión externalizante: Comportamiento agresivo (AGRES; α= ,90), formada por 20 ítems que valoran comportamientos antinormativos leves (e.g., «Es abusón, cruel o desconsiderado con los demás»);
Conducta delictiva (DELIC; α= ,65), compuesta por 13 ítems que valoran alteraciones conductuales severas (e.g., «Prende fuegos»); y Problemas externalizantes (TOTAL; α= ,91) que, a partir de los 33 ítems que conforman las escalas anteriores, permite obtener una medida global de desajuste conductual.
Teacher’s Report Form (TRF; Achenbach, 1991b). Con una estructura similar al CBCL este cuestionario analiza los problemas conductuales en el ámbito académico. De nuevo se seleccionaron las escalas situadas en la dimensión externalizante: Comportamiento agresivo (AGRES; α= ,97), formada por 26 ítems (e.g., «Desafiante, responde a los profesores»); Conducta delictiva (DELIC; α= ,79), formada por 11 ítems (e.g., «Roba»); y Problemas de externalización (TOTAL; α= ,97) creada a partir de los 37 ítems anteriores.
Estudio de seguimiento (T2)
Cuestionario de padres. Dada la dificultad de aplicar durante el seguimiento el cuestionario para la valoración de problemas de conducta de forma íntegra, se emplearon medidas breves a partir de una selección de 15 ítems extraídos de las escalas de externalización del CBCL. De este modo, se obtuvieron las escalas Comportamiento agresivo (AGRES; 9 ítems; α= ,89); Conducta delictiva (DELIC; 6 ítems; α= ,67); y una escala global de Problemas externalizantes (TOTAL; α= ,89), en la que se agrupan los 15 ítems
anteriores.
Procedimiento
La evaluación inicial (T1) se llevó a cabo tras un contacto previo con los centros educativos. Para facilitar la selección de casos se elaboró un cuestionario de screening, dirigido a los tutores académicos, a partir de una adaptación del Teacher’s Report Form (Achenbach, 1991), al que se añadió un listado con diversas conductas objeto de estudio, elaborado a partir de los criterios establecidos en el DSM-IV-TR para el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), el Trastorno Negativista Desafiante y el Trastorno Disocial. A partir de esta evaluación inicial fueron seleccionados, por conveniencia y en función de su nivel de problemas de conducta, los posibles casos participantes en el estudio. Posteriormente, se estableció un contacto telefónico con las familias en el que se explicaron los objetivos del trabajo, además de solicitar su autorización y colaboración en el mismo. Los cuestionarios, administrados por psicólogos cualificados y entrenados en la aplicación de los instrumentos, fueron completados por padres y profesores en los centros educativos. El estudio de seguimiento (T2) se inició con un contacto telefónico con las familias, detallando los objetivos de esta segunda evaluación. Una vez obtenida la autorización para realizar el seguimiento se enviaron los cuestionarios por correo postal al hogar familiar, junto con un sobre de prepago en el que los participantes reenviarían el cuestionario una vez completado. Durante todo el proceso se llevó a cabo un seguimiento telefónico mediante el cual se comprobó la correcta recepción de los cuestionarios y se resolvieron las dudas surgidas durante el proceso de cumplimentación. Ambas evaluaciones fueron llevadas a cabo bajo condiciones garantizadas de confidencialidad.
Análisis de datos
Los datos recogidos fueron analizados mediantes análisis de varianza (ANOVA) y covarianza (ANCOVA). Las diferencias entre las trayectorias evolutivas de los problemas de conducta fueron examinadas a través de la prueba post hoc de comparación de pares DHS de Tukey.
Resultados
Rasgos psicopáticos y conducta disruptiva severa
Bajo una perspectiva transversal, y con el fin de analizar la mayor severidad de las alteraciones conductuales en el grupo con mayor presencia de rasgos psicopáticos, se comenzó seleccionando al grupo de niños en los que ya se habían manifestado conductas externalizantes de relevancia. El criterio empleado requería que los sujetos obtuviesen en T1 una puntuación T superior a 70 (dos desviaciones por encima de la mediana; Achenbach, 1991a) en el CBCL, en el TRF o en ambas. Dentro de este grupo se tomaron las escalas del mCPS y APSD, en las que se medían los rasgos psicopáticos emocionales e interpersonales (F1 y D/Ie), y se crearon dos nuevos grupos tomando como punto de corte la mediana obtenida en cada caso. De este modo, se obtuvieron los grupos de bajos y altos en el F1 (Mdn= 29; n= 43 y 39 para bajos y altos, respectivamente) y en D/Ie (Mdn= 4; n= 59 y 43).
En la tabla 1 se muestran las comparaciones entre los grupos bajos y altos en el F1 del mCPS. El grupo altos obtuvo puntuaciones significativamente superiores en las escalas Delic y Total del CBCL (F= 6,24 y 4,40; g.l.= 1/41; p<,05, respectivamente).
En ambos casos, siguiendo la regla de Cohen (1988) para la interpretación del valor de eta² (ŋ²), el tamaño del efecto de dichas diferencias fue moderado (ŋ²= ,13 y ,10).
Tabla 1
A pesar de no observar diferencias significativas en la escala de comportamiento agresivo ni en las correspondientes al TRF, probablemente debido al efecto del informante, sí se puede apreciar la tendencia general de que los niños con mayores niveles de rasgos psicopáticos desarrollaron conductas disruptivas más frecuentes y severas.
Los resultados obtenidos en la comparación de los grupos bajos y altos del rasgo D/Ie del APSD (tabla 2) muestran la presencia de diferencias significativas en todas las escalas del TRF (p<,01), pero no así en las del CBCL, observándose de nuevo una mayor convergencia entre las puntuaciones de un mismo informante. Con un tamaño del efecto elevado (ŋ²= ,16-,18), fue el grupo altos en D/Ie el que presentó puntuaciones significativamente superiores en conducta externalizante.
Rasgos psicopáticos y conducta disruptiva persistente
En segundo lugar, siguiendo un diseño longitudinal, se examinó hasta qué punto la manifestación de una personalidad psicopática influye en la trayectoria evolutiva de los problemas de conducta a lo largo del período de tres años que abarca este estudio.
Con el fin de facilitar la comparación de resultados en T1 y T2, se crearon en T1 escalas breves de conducta externalizante idénticas a las empleadas en T2. Posteriormente, como forma de establecer grupos en función del nivel de problemas de conducta inicial (T1),...
Tabla 2
Tabla 3
.....se tomó el percentil 25 (4) y 75 (13) de la puntuación obtenida en la escala global abreviada de problemas externalizantes del CBCL.
De este modo se creó un grupo con los sujetos que inicialmente presentaban escasas alteraciones conductuales (bajos; puntuación inferior al percentil 25), otro formado por niños con un nivel medio (medios; puntuación entre el percentil 25 y el 75), y un último grupo formado por niños con un nivel elevado (altos; puntuación por encima del percentil 75). Estos mismos grupos fueron creados en T2 a partir de las puntuaciones obtenidas en la escala global del CBCL. Posteriormente, se realizaron todas las combinaciones posibles con los distintos grupos, obteniendo así diversas trayectorias en la evolución de los problemas de conducta infantiles.
Teniendo en cuenta que todos los sujetos con un bajo índice de desajustes conductuales informadas por los padres en T1 no evolucionaron hacia niveles más elevados, no se realizó ningún tipo de análisis con ese grupo.
Por su parte, se realizaron comparaciones entre los tres grupos de sujetos que partían de un nivel medio de conducta externalizante en T1: Medios-Medios (n= 19), Medios-Altos (n= 6) y Medios-Bajos (n= 16). Dado que se parte de un grupo amplio de sujetos, previamente se comprobó su homogeneidad en cuanto a edad (F= 3,15; g.l.= 2/41; n.s.), al tiempo que se observaron diferencias significativas en el nivel de problemas de conducta inicial (F= 3,26; g.l.= 2/41; p<,05), por lo que la puntuación global abreviada de problemas externalizantes del CBCL (T1) fue introducida como covariable en los análisis de varianza realizados.
Los resultados obtenidos (tabla 3) muestran la existencia de diferencias significativas en las medidas de personalidad psicopática del mCPS. Concretamente, el grupo Medios-Altos presentó los mayores niveles de rasgos psicopáticos de corte emocional e interpersonal. Además, con un tamaño del efecto elevado (ŋ²= ,29), este grupo se diferenció de forma significativa de los grupos Medios-Medios y Medios-Bajos (F1; F= 3,71; g.l.= 3/28; p<,05).
Resultados similares se observan con respecto al factor conductual (F2; F= 3,18; g.l.= 3/28; p<,05). De nuevo, la mayor puntuación en rasgos psicopáticos conductuales correspondió al grupo Medios-Altos. En este caso, con un tamaño del efecto igualmente elevado (ŋ²= ,29), las diferencias resultan significativas con respecto al grupo Medios-Bajos. Por su parte, en las escalas del APSD no se observan diferencias significativas entre los grupos analizados.
Un último análisis fue realizado con el grupo que partía de niveles elevados de conductas externalizantes en T1: Altos-Altos (n= 15), Altos-Medios (n= 9) y Altos-Bajos (n= 1). La comparación entre los grupos Altos-Altos y Altos-Medios, tras descartar el grupo Altos-Bajos por contar con un solo sujeto, no mostró diferencias significativas. De este modo, la manifestación temprana de rasgos psicopáticos favorece la estabilidad de los problemas de conducta severos, así como el mantenimiento de conductas disruptivas que, a pesar de reducir su frecuencia y severidad, son consideradas igualmente problemáticas.
Discusión y conclusiones
Dentro del análisis de la relación entre rasgos psicopáticos y problemas de conducta infantiles, el presente trabajo planteaba si se podría delimitar un subgrupo de niños con problemas de conducta de inicio temprano que difieren sustancialmente de los demás en la severidad de las conductas que manifiestan y la trayectoria evolutiva que desarrollarán a lo largo de los años (Frick y White, 2008).
Esta distinción vendría dada por la presencia de rasgos y características afectivas, interpersonales y conductuales similares a las que definen la psicopatía adulta. Para ello, el trabajo se estructuró a partir de dos objetivos específicos a través de los cuales se analizó, por una parte, la mayor severidad y, por otra, la mayor persistencia de las alteraciones conductuales en aquellos niños en los que se habían manifestado de forma temprana rasgos psicopáticos.
En primer lugar, se seleccionó al grupo de niños con mayores niveles de conducta externalizante y se realizó una comparación en las distintas medidas de problemas de conducta entre los participantes que manifestaban altos y bajos niveles de rasgos psicopáticos. Teniendo en cuenta el solapamiento entre el componente conductual de la personalidad psicopática y los problemas de conducta (Lynam y Gudonis, 2005), a la hora de establecer los grupos altos y bajos en rasgos psicopáticos se tomaron únicamente las escalas afectivo-interpersonales de los instrumentos.
Al comparar al grupo de sujetos en función del mayor o menor nivel de rasgos psicopáticos emocionales informados por los padres (F1, mCPS) se observó la existencia de diferencias significativas en las medidas de conducta delictiva y total externalizante del CBCL.
En este sentido, los niños en los que habían sido detectados rasgos puramente psicopáticos a través del mCPS presentaban alteraciones conductuales más frecuentes y severas. De modo similar, tras com- parar a los niños altos y bajos en el rasgo de dureza emocional medido a través de la información proporcionada por los profesores (D/ Ie, APSD), se observaron diferencias significativas en las tres escalas de problemas de conducta medidas a través del TRF. De nuevo, fueron los niños más insensibles emocionalmente los que presentaron mayor variedad y severidad de comportamientos disruptivos.
Teniendo en cuenta el tamaño del efecto de los resultados significativos, los datos parecen ir en la línea de las formulaciones planteadas en el estudio de la personalidad psicopática en la infancia, según las cuales la presencia de rasgos psicopáticos no solo se relaciona y predice los problemas de conducta de inicio temprano (Lynam et al., 2009), sino que permite delimitar un subgrupo de niños en los que se observa una mayor variedad, frecuencia y gravedad de comportamientos problemáticos (Frick y Viding, 2009).
En segundo lugar, a partir de un diseño longitudinal y con el fin de comprobar la mayor persistencia de las conductas disruptivas ante la manifestación de rasgos psicopáticos, se analizaron las trayectorias evolutivas de los problemas de conducta infantiles.
Las comparaciones realizadas con el grupo de niños que en T1 habían presentado un nivel medio de conductas disruptivas mostraron la existencia de diferencias significativas entre las tres tra- yectorias evolutivas posibles en función del nivel de rasgos psicopáticos valorados con el mCPS. De este modo, los rasgos afectivointerpersonales permitieron distinguir al grupo de sujetos cuyos problemas de conducta habían evolucionado de forma negativa hacia niveles superiores, diferenciándose significativamente tanto de aquellos que permanecían en el mismo nivel como de los que los habían reducido de forma significativa. De forma similar, el rasgo conductual permitió distinguir a los sujetos que incrementaron sus problemas de conducta de aquellos que los habían reducido en los tres años del estudio.
Estos datos muestran que la manifestación de rasgos psicopáticos a edades tempranas se relaciona con una peor evolución en los problemas de conducta, favoreciendo su persistencia tres años después. Resulta especialmente relevante la influencia de los rasgos afectivos (e.g., insensibilidad, ausencia de culpa), ante cuya presencia los problemas conductuales no solo se mantienen a lo largo del tiempo, sino que muestran un peor pronóstico, incrementándose la frecuencia y severidad de los mismos (Frick y White, 2008).
En definitiva, los resultados de este estudio permiten seguir la línea de los trabajos que plantearon la manifestación de rasgos psicopáticos a edades tempranas como un importante elemento con el que definir y delimitar un conjunto de niños en los que se desarrollarán problemas de conducta severos y persistentes (Frick et al., 2005), patrones de conducta agresiva, especialmente de tipo proactivo (Marsee y Frick, 2010) y comportamientos delictivos de inicio temprano (Lynam et al., 2009).
Con todo ello, el estudio presenta ciertas limitaciones. En primer lugar, el estudio de la personalidad psicopática no está exento de controversia, dadas las connotaciones negativas tradicionalmente asociadas con el constructo (e.g., ausencia de moralidad, relación con conducta antisocial y delictiva, resistencia al tratamiento; Garrido, Stangeland y Redondo, 2006). Sin embargo, aun teniendo encuenta que la psicopatía como tal no ha sido demostrada a edades tempranas (Hart, Watt y Vincent, 2002), existe evidencia empírica suficiente que permite plantear la manifestación de rasgos psicopáticos antes de la etapa adulta (Frick y White, 2008), justificando su análisis ya no solo como precursor de psicopatía, sino como un nuevo factor de riesgo para los patrones más graves y persistentes de conducta antisocial (Marsee y Frick, 2010).
Una segunda limitación del trabajo hace referencia al solapamiento entre el componente conductual de la personalidad psicopática y las medidas de proble- mas de conducta empleadas (Lynam y Gudonis, 2005). Aun habiendo seleccionado únicamente las escalas afectivo-emocionales para el desarrollo de determinados análisis, en futuros trabajos resultará necesario emplear nuevas medidas que analicen de forma específica los rasgos centrales de la personalidad psicopática (e.g., ICU; Frick, 2004). En tercer lugar, se observa un claro efecto del informante ante la mayor convergencia entre las puntuaciones obtenidas en un mismo ámbito (familiar: mCPS y CBCL; y académico: APSD y TRF). A pesar de la necesidad de contar con múltiples fuentes de información en el estudio de los problemas de conducta infantiles, se podría limitar dicho efecto a través de procedimientos que permitan obtener una medida global en la que se unifiquen las puntuaciones de cada uno de los informantes (e.g., Frick et al., 2005).
El estudio de la personalidad psicopática en la infancia permite, por tanto, profundizar en el cambio y evolución de los problemas de conducta, favoreciendo la detección temprana de los patrones más graves y persistentes e incrementando las opciones de prevención y tratamiento.
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Psicothema 2011. Vol. 23, nº 4, pp. 660-665
www.psicothema.com
Fecha recepción: 2-12-10 • Fecha aceptación: 25-5-11
Correspondencia: Laura López-Romero
Facultad de Psicología - Campus Vida - Dpto. de Psicología Clínica y Psicobiología
Universidad de Santiago de Compostela
15782 Santiago de Compostela (Spain)
e-mail: laura.lopez.romero@usc.es
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