Partiendo de la conceptualización freudiana de la dualidad pulsional, este trabajo intenta mostrar cómo el mundo de las pulsiones en los jóvenes es activado por un momento social que a la vez impacta en la historia arcaica del aparato psíquico, y en la singularidad de cada sujeto. La violencia es investigada aquí como un síntoma que emerge de la pulsión de muerte ante la evidente retracción de lo simbólico y el aumento de la potencia de lo imaginario. El recorrido se inicia en un decálogo imaginario que recrea el ideal narcisista promovido por la ética de una parte de la sociedad actual, y sus consecuencias en la dinámica psíquica. La invitación a actuar en detrimento de la reflexión y la pérdida de sentido sufrido por la palabra centra la continuidad del texto junto con el recuerdo de la noción freudiana de pulsión. Para finalizar se retoma la idea antropológica del encuentro entre naturaleza y cultura por un lado y por el otro se subraya cómo para Freud la muerte no es sólo una categoría biológica ya que la pone en relación con la pulsión sexual. La llamada de la tendencia a la destrucción, heredera privilegiada de la pulsión de muerte, se presenta como el anverso de esa violencia de la juventud que desborda a familiares y educadores en la medida en que se la busca controlar con penalizaciones sin subjetivarla.
Palabras clave: Falta. Diferencia. Imagen. Imaginario. Simbólico. Pulsión. Sexualidad. Pulsión de muerte. Subjetivar. Cultura. Sociedad. Representación. Tendencia a la destrucción.
Introducción
Este trabajo tiene como meta dejar de MIRAR la violencia como signo de una juventud falta de límites, y dar lugar a las PALABRAS para que ellas puedan dar cuenta de su revés. Aunque cerremos los ojos, el imperio del mundo imaginario somete al cumplimiento de sus propias leyes: la completud especular y la perfección estética es lo que marca la moda. La propuesta es una imagen sin fallo, sin dolor, sin contradicciones.
Desearía que este artículo estimulara la curiosidad del lector que muchas veces debe sobreponerse a un discurso que tiende a adormecer su juicio crítico en una sociedad que exhibe sus carencias sin reconocerlas como tales, y donde la juventud está presionada a adaptarse a unos cambios y transformaciones de tal potencia que su psiquismo se ve amenazado de forma inevitable.
La mirada del psicoanálisis se va a detener en la falta, que en muchos casos se expresa en forma de exceso y en la diferencia, dos conceptos que junto con la noción de castración permiten acceder a ese “revés” que se anticipa en el título. La pulsión de muerte será en esta ocasión la noción bisagra en torno a la que girarán los otros elementos conceptuales.
Si la diferencia anatómica de los sexos plantea el enigma de su resolución, la castración aporta una forma de respuesta que marca la singularidad del sujeto. Así como diferencia y castración se articulan en la teoría freudiana en relación a la ausencia o la presencia de pene, la noción de “falta” surgirá en la teoría de Lacan, inaugurando la dimensión simbólica de ausencia y presencia, y separándolas de lo real de los cuerpos.
No está de mas recodar que Freud lleva a cabo un acto de cierta audacia cuando separa la sexualidad de la genitalidad, así como al considerar a la muerte como fuerza pulsional similar a la sexual, subrayando que esta fuerza pulsional forma parte de la vida psíquica aunque de forma silenciosa ya que el sujeto padece el desgarro de la escisión entre la Naturaleza y la Cultura sin encontrar esa supuesta armonía con el mundo que lo rodea.
El imperio de la imagen
Entre las carencias que se lucen en los últimos años figura el no tener tiempo. Ser adulto y con tiempo libre es sinónimo de adulto fracasado o de jubilado agrio. Cabe preguntarse si es ésta la imagen de futuro que se ofrece a la juventud; y si es así, enfermar sería una forma de retrasar el encuentro con esa modernidad que se vende en los soberbios escaparates de la especie humana. El mandato del imperio de la imagen podría ser: sea un adulto de éxito sujetándose a las siguientes exigencias!
1) sea inmortal,
2) sea profesor antes que alumno,
3) esté pendiente de su imagen y de lo que los otros digan de usted,
4) recuerde que su ser se reduce a su estética,
5) no piense demasiado, si es menester que sea lo justo para estar al día,
6) no subjetive, no se cuestione ni admita haber cometido error alguno, podría interpretarse como signo de debilidad,
7) nunca diga “no sé”, le dejarían fuera del grupo que suele denominarse “nosotros”,
8) tiene prohibida la tristeza, la depresión y eso que se llama “perder los papeles”,
9) manténgase en plena forma o lo que es lo mismo conserve el goce pulsional y su tendencia a repetir,
10) “no se coma la cabeza y olvide”… etc.
Para conseguir este decálogo el sujeto deberá violentar su psiquismo para poder llegar muy arriba, más allá de los límites de la ética narcisista.
Después de este listado de exigencias para el adulto, no es extraña en la juventud la tentación a prolongar esa etapa, ni la presencia de cuadros depresivos, abulias, alcoholismo, toxicomanías, anorexias, y las llamadas “conductas de riesgo”, como formas de violencia y de agresividad cuyo destino es el propio sujeto.
Las instituciones tradicionales (familiar, educativa, sanitaria) ya no encuentran una respuesta adecuada ante la emergencia de tendencias destructivas que se vuelven contra sí mismos ante una sociedad que lejos de acoger reflexivamente, empuja y obstaculiza el desarrollo.
El cuerpo y su exhibición como sustitutos de las palabras no pueden excluirse de los fenómenos de la cultura, formando parte de esa noción bisagra en la obra de Freud, la pulsión, alojada en el interior del sujeto.
Descifrar los síntomas
La práctica psicoanalítica con la juventud es un gran ventanal que se ofrece a la observación de lo que la cultura de hoy activa en ella, sus síntomas y entre ellos, la violencia, encarna la puesta en acto de la tendencia a la destrucción, la pulsión de muerte.
Este gran ventanal puede ser utilizado como espacio donde descifrar el sentido de muchos trastornos de su vida psíquica, sin dar la espalda al contenido de su sexualidad y de la muerte como límite, tan presente en muchos pasajes al acto.
La necesidad de la satisfacción inmediata, sin tiempo para la espera, debería ser recogida como pedido de ayuda de un sujeto que se siente perdido ante la oferta desmedida de los diferentes métodos, todos fáciles de conseguir en el mercado, para quitar el dolor desde el exterior sin la aparente necesidad de preguntarse.
Lacan decía que lo propio de las verdades es que nunca se muestran enteras. De igual manera podríamos afirmar que lo propio de la individualidad es la diferencia.
El ideal de sujeto promovido hoy está mas cerca de verdades enteras, de certezas soldadas en el grupo de pertenencia, que de la castración y del reconocimiento de la diferencia. Si lo que falta se recrea en lo que sobra, si la premisa de que nada falta queda velada por un supuesto estado de satisfacción obtenido con una ingesta diversa, fácilmente encontraremos el exceso andando por la misma acera que la violencia. ”Borrar la diferencia”, “obturar la falta” podrían ser mensajes publicitarios de una modalidad que evita el conflicto a la vez que precipita hacia él.
Encuentro de lo social, la cultura y la pulsión de muerte
Se podría decir que a partir de la propuesta psicoanalítica, la muerte ha dejado de ser una cuestión solamente biológica y a pesar de que no exista en el sujeto una representación de ella en la vida psíquica, (puesto que no hay inscripción psíquica de la muerte), la idea de la muerte ha sido puesta en contacto con la noción de pulsión sexual.
1º Recordemos la noción freudiana de pulsión:
Freud define la pulsión como un impulso que tiende a un fin. Es descripto en el marco de la sexualidad humana. Consiste en un proceso dinámico con un objeto errático y variable, con fines múltiples y fuente somato-psíquica. Al pensarlo como empuje, se enuncia la noción de pulsión como fuerza que impacta al sujeto desde su interior, susceptible de precipitar a dicho sujeto en actos que permitan una descarga de excitación. Es decir, la pulsión es siempre activa. La pulsión abraza al objeto, pero la fuente y el fin no se superponen. El fin es calmar la fuente de la excitación y el goce pulsional consistiría en un insistente retorno a la fuente.
2º Dualidad pulsional:
Las formaciones del inconsciente son modalidades discursivas, maneras de hacerse oír de ese sedimento pulsional del deseo donde la muerte y la sexualidad buscan un espacio textual. Si la muerte y lo sexual son fuerzas pulsionales similares, son la fuente de muchos fenómenos anímicos. Con la pulsión de muerte el dualismo pulsional forma parte del aparato psíquico y la intimidad de la vida del inconsciente se rige por la alternancia entre la pulsión de vida y la pulsión de muerte.
3º Encrucijada Naturaleza-Cultura:
El antagonismo entre cultura y vida pulsional es tratado por primera vez por Freud en 1908. Antes que él, otros estudiosos habían abordado este tema. En 1895 era Von Krafft-Ebing, citado por el mismo Freud, el que escribía: “El modo de vida de innumerables hombres de cultura presenta hoy una multitud de aspectos antihigiénicos, sobrados motivos para que la nerviosidad se cebe fatalmente en ellos, pues esos factores dañinos actúan primero y las más de las veces sobre el cerebro… se han consumado en los últimos decenios unas alteraciones que transformaron con violencia la actividad profesional,…, y todo ello a expensas del sistema nervioso.” (Freud, La moral sexual…1908).
No sería pertinente ignorar la actualidad de este fragmento, puesto que da debida cuenta de cómo algunas de las conquistas del hombre y su inscripción en la cultura pueden llegar a enfermar.
4º La negación:
Resulta evidente para muchos que lo pulsional gobierna la dinámica psíquica de una buena parte la juventud actual. La oralidad parece a veces la única forma de vida, (beber, fumar, comer, no comer, usar fármacos, etc.) sin embargo para las palabras que abren una pregunta no queda sitio en la boca. Una mirada rápida a las sociedades modernas deja ver sin esfuerzo el ritmo pulsional que barre los tabúes sexuales y los sustituye por la negación de la muerte.
Mientras se exhibe la destrucción en los telediarios y los cadáveres son protagonistas del mundo del espectáculo informativo, la enfermedad se esconde como si fuese un defecto y al sufrimiento psíquico se le prohibe expresarse ya que amenaza la completud narcisista.
Si bien la negación trabaja para que el contenido de la representación no llegue a la conciencia, la aceptación intelectual de lo reprimido no deja cancelado el proceso represivo. “La afirmación –como sustituto de la unión– pertenece a Eros, y la negación –sucesora de la expulsión–, a la pulsión de destrucción” (Freud, La negación, 1925).
La violencia surge ante la quiebra de las representaciones como forma de vehiculizar una salida para la angustia que lejos de ser contenida, tropieza con el desamparo psíquico y la disolución del tiempo subjetivo.
El reconocimiento del malestar no se prodiga en el discurso, mientras la reafirmación de la ausencia de conflicto resulta sobre abundante. Lo social activa lo pulsional cuando pone a disposición de los otros los estímulos para la acción en detrimento de los estímulos para la reflexión.
La retracción de la potencialidad simbólica y el despliegue de la demanda imaginaria están en el origen de la tendencia a actuar antes de acceder al pensamiento y marcan el estilo de la sociedad de hoy. Pensar ha sido señalado como peligroso, puede abrir preguntas para las que no siempre haya respuesta y la descarga motriz que permite una acción violenta puede transformarse en la respuesta que asume la identificación a un ideal, una identificación que ofrece un marco, la posibilidad de ser alguien aunque sea en contra de sí mismos.
Debemos recordar que “todas las representaciones provienen de percepciones, son repeticiones de éstas”. Por lo tanto, “el pensar posee la capacidad de volver a hacer presente, reproduciéndolo en la representación, algo que una vez fue percibido”. (Freud, La negación, 1925)
5º El pasado:
Masud R. Khan decía: ”Si uno fue bien criado, si supo aprovechar algunos momentos, y desperdició otros absurdamente, uno llega a un punto en que el pasado es el abono mediante el cual se fertiliza el presente” (Locura y soledad, 1983). Como la historia no es letra muerta asistimos a una época en la que la juventud recoge como portavoz la invitación del entorno a negar la idea de finitud, a no tolerar la frustración por considerarse decadente y en suma a relacionarse con el tiempo en la dinámica del presente, como si fuera posible tener algún presente sepultando al pasado. La alternativa que resta será repetir en lugar de recordar.
Si el pasado no se recoge, la tradición será sustituída por la premura del hacer: “hacer lo que uno quiere” ha ido dejando de ser un objetivo por alcanzar para ser un estado, una forma de vida.
El monstruo posmoderno
A partir de aquí podríamos preguntarnos hasta qué punto el momento social se puede transformar en motor generador de angustia, ya que si el estado del bienestar impone “hacer lo que uno quiere” el límite se disuelve en la relación con el otro. Cuando el límite se disuelve y la solución sexual fracasa, retorna la angustia.
La angustia es uno de los monstruos mas temidos de la posmodernidad. Cuando su intensidad amenaza el equilibrio del aparato psíquico, puede precipitarse una quiebra en el sujeto, un derrumbe representacional. La violencia sería la consecuencia de este derrumbe al que hago referencia.
Los problemas políticos, las guerras, el hambre, el desempleo, la falta de ideales etc. forman parte del paisaje de la juventud. A cualquiera de estos temas se accede sin esfuerzo, mas aún son los temas los que de forma violenta entran en las familias y en las vidas de los sujetos a través de los medios de información y de ocio.
Antes a las imágenes que se nos ofrecían como espectáculo se les pedía que no fueran reales y durante mucho tiempo se buscaba que la representación lo fuera, no de lo real sino de un orden simbólico que pudiera dar sentido a lo real.
En la actualidad se ha ido desencadenando una “demanda de realismo que habría de proseguirse en su exacerbación naturalista. Y que alcanzaría su más intensa expresión en la imagen televisiva: pues en ella es la huella audiovisual de lo real la que manda, imponiéndose por encima y contra toda lógica de la representación” (González Requena, 2002). Podemos suponer que esta “huella” está siendo cortejada por la violencia ya que esta última se ha convertido en objeto de consumo.
Las imágenes y las palabras que se muestran o se exhiben a nuestro alrededor no siempre asimilables para un adulto, forman parte de un texto que nos envuelve. Somos protagonistas y espectadores de una pesadilla que socava el espacio psíquico desconectando al sujeto del encuentro consigo mismo.
La relación entre cultura y patología psicosocial no necesita ser demostrada. “Si bien los elementos de la organización psíquica no se modifican por las influencias del mundo exterior, es decir, no alteran ni su estructura ni su naturaleza, éstos adquieren diferentes formas de relación según la historia subjetiva particular y el tipo de cultura dominante… El sujeto generador de cultura es al mismo tiempo un efecto condicionado por ella.” (Berenstein, 2002).
De igual manera lo social como elemento generador de violencia produce un sujeto que se nutre y alimenta a lo social. Eso que se intenta destuir fuera, es tan solo un sustituto de algo interior e inasequible para el sujeto, algo más próximo al ser que al estar.
Si en cada época de la historia de la humanidad han habido patologías que fueron metáfora de su tiempo, podemos afirmar que nuestro tiempo está poseído por el imperativo de ”acallar la angustia” y sin embargo ella se presenta cada vez con mayor voracidad en el vacío donde retorna el automatismo a la actuación.
La generación anterior a esta juventud, tiene algunas características que deberíamos enunciar. En ella encontramos sujetos que no siempre han accedido a la posición de tales y que en muchos casos han alargado la estancia en el lugar de objetos. Otros desconocen la falta como causa del deseo, y varios han desestimado el valor de las cicatrices, esas a las que se refiere la teoría psicoanalítica en términos de castración simbólica.
Lo simbólico se fue constituyendo en un territorio poco explorado, por lo tanto las palabras fueron perdiendo su eficacia, y su valor. Los discursos inconsistentes poblaron algunos medios de comunicación, el poder cambió de sitio en las aulas; antes era patrimonio de los profesores y luego deviene propiedad de los alumnos. La generación de los padres se queja del desprecio paulatino de ciertos jóvenes hacia las palabras, los libros, las normas, los límites, etc.
Por otra parte la generación que se queja se ha soldado narcisísticamente en no mostrar el dolor, ni el fallo. “Es mejor olvidar, el tiempo todo locura”… y la locura está en la puerta: era mejor negar que nombrar. Obviar el decir o decir sin que se note, que no se vea, que no se sepa. Era mejor olvidar que recordar.
La razón ha ido ocupando tanto sitio que el cuestionamiento de una idea del otro ha resultado agresivo y fuera del protocolo. “Tener razón” ha desalojado a las contradicciones.
La mirada psicoanalítica es la que nos permite afirmar que esta violencia que asusta responde a una renegación que se produce en la generación anterior y cuyo efecto surge en la generación siguiente. Es el precio que el psiquismo paga cuando falla una operación primordial: la castración simbólica.
Si las cicatrices han perdido su valor, la pulsión de muerte surge y domina. El no reconocimiento de la ley, como exterioridad internalizada lleva a la deshumanización, y la ferocidad de muchos actos denuncian la orfandad psíquica.
Debemos agradecer a Freud la teorización de lo inconsciente como espacio semántico que permite la comprensión de los procesos psíquicos, separándonos de la mirada descriptiva que aunque minuciosa se pierde en la superficie de los fenómenos sin entrar en su dialéctica.
Los fenómenos anímicos como los procesos psíquicos también tienen historia. Al nombrarlos le restituímos su existencia, y de su reconocimiento depende el devenir psíquico. Todo sujeto está dividido e incompleto y es esto lo que le devuelve al hombre, por encima de su categoría biológica, su vocación: la humanidad; pero a la vez es lo que lo sujeta al miedo incluso de aquello que le hace crecer.
BIBLIOGRAFÍA
- Berenstein, A. “Vida sexual y repetición” Editorial Síntesis. 2002.
- Freud, S: “La moral sexual “cultural” y la nerviosidad moderna” (1908). “Pulsiones y destinos de pulsión”.(1915). “Más Allá del principio del placer” (1920). “El Yo y el Ello” (1923). “La negación” (1925). Inhibición, síntoma y angustia” (1925-1926). El malestar en la cultura” (1929). “Recordar, repetir y elaborar” (1914), Carta abierta a Einstein:”¿Por qué la guerra?” (1933), Obras Completas. Amorrortu editores (1996).
- González Requena, J. “11 de Septiembre: escenarios de la Posmodernidad”. Revista de Cultura Trama y Fondo, Nº 12, 2002.
- Lacan, J. El estadio del espejo como formador del yo tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica. Escritos I, Siglo XXI editores, (1971). La agresividad en psicoanálisis. Escritos I, Siglo XXI editores, 1994). La Etica del Psicoanálisis. Libro 7. Ediciones Paidós. (1992). Laplanche y Pontalis. Diccionario de Psicoanálisis. Editorial Labor. (1977. Roudinesco-Plon. Dictionnaire de la psychanalyse. Editorial Fayard. (1997)
- Masud R. Khan, M. Locura y Soledad: Entre la teoría y la práctica psicoanalítica. Lugar Editorial (1991).
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