El trabajo incide fundamentalmente en los aspectos psicológicos de la violencia. Tras un breve repaso por las diferentes Teorías de la Agresividad destacamos la importancia de las relaciones tempranas; la enorme plasticidad del infante humano hace de esta etapa un momento crucial para el desarrollo evolutivo. La Adolescencia va a definir nuestra identidad, por lo tanto trataremos de definir en vez de clasificar al Adolescente con conductas violentas. Por último siendo conscientes de la necesidad de convergencia de las diferentes disciplinas y modelos teóricos en este tema queremos señalar aquellos aspectos que a nuestro juicio son fundamentales para la Prevención y Tratamiento de la violencia.
Introducción
La psicología ha contribuido a la confusión del término agresión cuando define como agresivo un comportamiento con el que se lesiona intencionadamente a un animal, una cosa u otra persona. Desde el comienzo debemos distinguir el concepto de agresión y el de hostilidad. Este último, proviene del latín “Hostis” igual a enemigo. La hostilidad carece de la ambigüedad implícita del término agresión; es siempre destructiva o al menos tiene como finalidad la destrucción. Es el sentimiento subyacente o concomitante de la violencia. Se define la hostilidad-violencia como una fuerza motivadora, un impulso consciente e inconsciente dirigido a procurar daño o destruir algún objeto animado o inanimado.
1. Teorías sobre la Agresividad
a. Teoría del Aprendizaje: Esta teoría parte del supuesto básico de que el ser humano viene al mundo como una “tabla rasa”, y que todos los patrones de conducta van a ser determinados por el aprendizaje. El éxito refuerza la acción. Los niños aprenden sin duda por el éxito a emplear instrumentalmente patrones de conducta agresiva para alcanzar determinados fines. El hombre aprende a controlar sus agresiones en determinadas circunstancias y a dirigirlas contra determinadas categorías de personas consideradas como enemigos por su comunidad.
Aprende a legitimar su agresividad dentro de un grupo. Esta teoría se mantiene absolutamente vigente, ya que ninguna otra puede afirmar que el aprendizaje no influye en el comportamiento agresivo. La crítica como veremos más adelante proviene de los etólogos que vuelven a revalorizar las adaptaciones filogenéticas (lo innato) para poder explicar en toda su extensión la agresividad.
b. Teoría de la Frustración-Agresión (Dollard y Col. 1939). Esa teoría parte de la no existencia de un instinto agresivo propiamente dicho. El comportamiento según Dollard es reactivo. El patrón de reacción consiste en responder con agresiones a las frustraciones. Lo que equivale a promover como innato las vivencias de privación.
Experimentalmente se ha demostrado que las frustraciones pueden llevar de modo inmediato a la agresión, sin embargo, se discute el que las vivencias de privación sean la única fuente de producción en la edad adulta de una agresividad más intensa. Esta teoría trae como consecuencia el que sólo una educación extremadamente permisiva podría garantizar el desarrollo de personalidades pacíficas. Este supuesto, como veremos más adelante, ha sido una de las causas de producción de patología en vez de prevenirlas.
c. Teoría etológica de la agresividad. El marco de la teoría etológica es amplio. Parte Lorenz de la idea de que el comportamiento agresivo evolucionó al servicio de diversas funciones y que se halla previamente programado por medio de adaptaciones filogenéticas que cambian de una especie a otra. Uno de los hechos más interesantes a destacar dentro de la psicología evolutiva de los lactantes, es lo que se ha denominado el “temor al extraño”. Es un hecho universal el que los lactantes den señales de miedo ante personas extrañas en torno al sexto mes, aun cuando no hayan tenido experiencias negativas con ellas. Esto es una prueba clara de cómo nuestro sistema de defensa se activa primariamente sin necesidad de experiencia previa. Curiosamente a esta tendencia se oponen otras igualmente innatas de afectividad amistosa; esto conduce a alternancia entre movimientos de afecto (movimientos de orientación, de expresión, de disposición al contacto) y de rechazo (comportamientos de huida, como retirarse, esconderse) y de defensa y ataque (morder, patear, etc.). Esta timidez ante el extraño, se desarrolla independiente de cualquier estilo educativo en todos los niños y en todas las culturas conocidas. Otro hecho especialmente significativo, estudiado por Coss, 1972, es que este mismo temor ante los extraños se producía en niños sordos y ciegos de nacimiento, simplemente ante el olor de los extraños.
2. La sociobiología
A mediados de los años 70, el término Sociobiología acuñado por Wilson va tomando mayor preponderancia progresivamente. Este autor nos muestra cómo lo innato se refiere a una probabilidad evaluable de un determinado rasgo, que se desarrollará en un ambiente específico. No a la certidumbre de que el rasgo se desarrollará en todos los ambientes. Es un modelo fuertemente interaccionista entre el potencial genético y el aprendizaje. Así la conducta agresiva, por una parte es aprendida, especialmente en sus formas más peligrosas de ataque criminal y acción militar. Pero al aprendizaje subyace una fuerte predisposición a caer en una profunda hostilidad irracional bajo ciertas condiciones definibles.
Asigna a cada medio ambiente una correspondiente probabilidad de respuestas.
La evolución cultural de la agresión parece guiada por tres fuerzas:
1. La predisposición genética hacia el aprendizaje de alguna forma de agresión comunal.
2. Las necesidades impuestas por el medio ambiente, en el cual se encuentra la sociedad.
3. La historia previa del grupo, que le inclina hacia la adopción de una innovación cultural en vez de otra.
Por último, podíamos resumir que desde este punto de vista los seres humanos están fuertemente predispuestos a responder con odio irracional a las amenazas exteriores, así como incrementar su hostilidad para dominar la fuente de la amenaza. Tendemos a sentir un profundo temor por las acciones de los extraños, y a resolver los conflictos mediante la agresión.
LAS RELACIONES TEMPRANAS
Existe un importante consenso en resaltar las interacciones tempranas del bebé con su entorno como cruciales en la formación de las primeras estructuras psicológicas par la posible modulación de los efectos.
Desde el comienzo de la vida se establece un diálogo tónico, un contacto piel a piel entre el niño y su entorno. Dentro de este sistema de demandas y respuestas, se dará o no una armonía afectiva y también desde el comienzo, las fantasías y proyecciones de los padres acerca del bebé, van a modular estos intercambios. La madre como función, tiene, como decía WINNICOTT, el valor de satisfacer las necesidades urgentes (madre-objeto) y a la vez proteger, calmar, cuidar emocionalmente (madre-ambiente).
Si el bebé siente que consume,… agota,… harta… a la madre objeto, se angustia y no encuentra la madre disponible, empática y complacida de tenerle.
La voracidad, el uso incompasivo del objeto, da lugar a la culpa, y es en las dificultades del entorno y del bebé para reparar dicha culpa, donde se encuentra una primera fragilidad del yo que puede condicionar futuros compartamientos violentos.
Para resumirlo habría que concluir que dentro del intercambio corporal (no verbal) entre el niño a la búsqueda de satisfacción de sus necesidades, y el entorno que le da respuestas puede surgir una primera fractura en el voracidad excesiva y la culpa cuando no pueden ser matizadas por el entorno. Aquí las expectativas de los padres, su propia infancia y sus identificaciones juegan un papel muy importante.
Ponemos algunos ejemplos:
- Una madre identificada con la imagen materna poderosa y egoísta, para la que el bebé es su prolongación, sobre todo le controlará con cierta frialdad afectiva y solo lo percibirá cuando rechace sus exigencias y se desvíe de sus planes
- Una madre con una imagen caótica maternal, tendrá lagunas en su función de contención y le costará interpretar las señales del bebé, sintiéndose insegura e insuficiente.
- Una madre identificada con la maternidad masoquista, sacrificada e hiperprotectora, tratará a su hijo como un rey-tirano, satisfaciendo todos sus deseos y ofreciéndole su cuerpo como posesión.
Ejemplos que representan tendencias en las identificaciones del papel maternal que no siempre se dan en estado puro. Así, el ambiente limita la ansiedad de los primeros intercambios, satisfaciendo a la vez las necesidades y conteniendo la angustia (Manzano 2001)
No se puede separar el afecto de los límites. La violencia reemplaza la satisfacción del intercambio. Está en el lugar del juego, de la masturbación y más tarde del trabajo o del arte como actividades reparatorias.
Es el lenguaje no verbal, la exigencia de ser entendido por el hecho de existir. La sensación de poder, el placer del dominio sobre el otro, la necesidad de existir provocando inquietud, sustituye a la satisfacción del deseo y del intercambio, el cuidado del otro y el ponerse en su lugar.
Como hemos ido describiendo, violencia es por tanto una forma determinada de la agresión. Es importante señalar que desde la experiencia empírica existen diferencias individuales, tanto del temperamento como de la inteligencia, así como la predisposición por parte del lactante para interactuar con su mundo.
La violencia no puede sin más considerarse como algo que heredamos y que no podamos hacer nada al respecto. De hecho, la hostilidad excesiva puede considerase una patología de la personalidad, transmisible de persona a persona y de grupo a grupo, y básicamente por el contacto de los padres con los hijos, y de generación a generación.
Hacer de los factores hereditarios una sobredeterminación de la calidad y cantidad de la hostilidad en las diferentes personas, no se sostiene desde el punto de vista experimental.
La característica fundamental de los seres humanos y, por lo tanto, de los niños, es la enorme plasticidad y capacidad para el aprendizaje, así como la habilidad para ser condicionados.
El infante humano demanda grandes cantidades de amor y seguridad, y a través de los cuidados es como llega a asociar a la madre con sus sentimientos de satisfacción. Pero si la aparición de la madre es asociada con el rechazo, o con la sobreprotección y dominación, el niño será condicionado por este tipo de respuesta.
Es importante señalar, cómo el lactante está en una situación en la que no puede ni luchar ni huir.
En esta situación, el proceso de crecimiento en una situación de abuso, que no puede ser ni destruido ni evitado y que además proviene de las personas, sobre los que el lactante es absolutamente dependiente, va a ser la antesala de un miedo y una rabia crónicos.
El proceso lento de maduración del ser humano también da algunas ventajas sobre el resto de los animales. Cada persona va a ser influenciada por sus experiencias, que va a ser parte fundamental de su propia personalidad. Los primeros condicionamientos en contra de lo que generalmente se ha mantenido, van a tener un efecto muy potente en el futuro de cada ser humano.
El Adolescente y la Violencia
Observamos que son muchos los orígenes de la violencia y por lo tanto la idea de que una sola disciplina o un solo modelo teórico es suficiente para comprenderla y tratarla resulta ilusorio. La agresividad es multicausal. Para comprender al adolescente violento hay que tener en cuenta el área cognitiva, emocional, conductual y social.
La adolescencia comienza con una forma de violencia producida por la naturaleza, que son los cambios físicos de la pubertad. Este es también un periodo de profundos cambios psicológicos (pérdidas del mundo infantil, aparición de la genitalidad). En definitiva, una etapa de incertidumbre a la espera de alcanzar la identidad en que el “yo” frágil e inseguro teme quedar “pegado” a la situación infantil y achaca al entorno sus dificultades para progresar, haciéndole intervenir. Ataca buscando unos límites externos
que lo contengan.
Otras veces por miedo anticipado al fracaso busca como identidad una posición donde no hay
exigencias, ni peligro de fracasar, porque es la identidad del fracaso mismo (fracaso escolar, adicciones, marginalidad, violencia). Así la conducta violenta es una defensa ante amenazas externas e internas a un yo frágil en peligro de ser diluido y aplastado en su identidad. La sensación de no ser considerado como sujeto puede ser objetiva o fantasmática, presente o anclada en el pasado (Jeamet 2003).
Estos procesos forman parte de la adolescencia considerada normal. El adolescente necesita ser entendido sin explicarse (de ahí la tendencia a la actuación). El entorno, sin embargo necesita explicaciones para poder confiar. Es inevitable el conflicto generacional. Pero lo inquietante es la posibilidad de que este proceso derive, por una combinación de factores hacia el trastorno antisocial y la psicopatía.
Características clínicas del adolescente violento
La respuesta (violenta o no) ante los estímulos que nos rodean depende de la percepción de las situaciones.
El adolescente agresivo se ve a sí mismo en un mundo amenazante, sus experiencias dolorosas (abuso, abandono) le han enseñado que el entorno es hostil.
Hay rigidez en el pensamiento, incapacidad para lo abstracto y fantasías focalizadas sobre la violencia.
La emoción fundamental es la desconfianza y la defensa una imagen que inspira temor
Sus rasgos fundamentales son: Baja empatía, Excesiva desconfianza, Tendencia a justificar la violencia, Hipersensibilidad a la proximidad física (necesita mucho espacio personal), Patente para ser violento (parece tener permiso) en relación con un modelo parental, índice bajo de tolerancia a la frustración
Es muy probable que las características individuales influyan en el desarrollo de la conducta antisocial. Especialmente: la hiperactividad, una deficiencia cognitiva en las capacidades verbales y planificadoras, rasgos de temperamento como la impulsividad, la búsqueda de sensaciones, la falta de control, un estilo
distorsionado en el procesamiento de la información social que hace que se perciba de forma equivocada intenciones negativas en la conducta de los demás.
Estos rasgos pueden tener substratos biológicos que suponen una probabilidad como parte de la causalidad multifactorial (Rutter 2002). Los genes constituyen una serie de influencias que establecen una tendencia a desarrollar conductas antisociales a través de la impulsividad y la hiperactividad cuando se dan otros factores de riesgos ambientales.
Entre las características ambientales citaremos las siguientes:
Las paternidades adolescentes, las familias grandes, los hogares deshechos, la pobreza etc, influyen negativamente más por las situaciones de discordia, depresivas o conflictivas que generan que por la situación en sí misma.
La crianza en el factor crítico de riesgo.
La hostilidad, el maltrato, la falta de atención… tienen un efecto importante sobre los vínculos y sobre el proceso de aprendizaje.
El padre está ausente o fuertemente desvalorizado. No aparece en ningún caso como representante de la autoridad, ni de la ley.
La madre es una figura ambivalente, pasa de la sumisión a la agresividad, del afecto a la indiferencia, de la rigidez moral a la complicidad.
Esta situación caótica impregna la vida del niño desde muy pequeño.
La conducta antisocial es un término amplio que engloba rasgos que en mayor o menor medida se pueden dar en muchos jóvenes en algún momento de la vida.
El trastorno de carácter antisocial es sin embargo una determinada expresión de la conducta antisocial que se establece ya como una forma patológica de personalidad y que no debe ser diagnosticada como tal antes de los 18 años.
El trastorno antisocial se da en una proporción de doble a uno para los varones.
Puede ser desde leve y modificable a letal e incurable, siendo este un aspecto fundamental con respecto a su tratabilidad mediante técnicas psicoterapéuticas.
Se suele diagnosticar como tal a partir de los 18 años porque al ser la adolescencia un periodo crítico de la vida y especialmente vulnerable, ciertos rasgos de violencia y antisociabilidad son comunes en este momento y pasajeros.
Se dan tres grupos de teorías acerca del trastorno de carácter antisocial: Las psicogenéticas, las orgánicas, las ambientales que evidentemente pueden superponerse y asociarse.
- Psicogenéticas:
Numerosos autores se refieren a carencias y rupturas en la primera infancia. Para WINNICOTT
por ejemplo la tendencia antisocial es una conducta de reivindicación frente al sufrimiento y la
carencia.
Para Flavigny las conductas caóticas maternas son el origen de lo que él llama “discontinuidad destructora” de las primeras relaciones afectivas:
Hay carencia de narcisismo primario. Más tarde durante la fase anal, el placer de la retención, del control, no es posible por el caos y la imprevisibilidad del comportamiento materno.
Estos factores constituyen para Flavigny el “estigma psicopático” que predispone a la conducta psicopática. El entorno puede compensar o aumentar esta disposición potencial, de aquí la variabilidad de las evoluciones.
Para otros autores la naturaleza caótica de las primeras relaciones provoca dificultades en la dimensión del tiempo: se produce una incapacidad para pensar en el tiempo vivido. Es como si no existiera la experiencia (antigua noción de que el psicópata no “aprende” con los castigos).
- Orgánicas:
La inmadurez neurológica o neuropsicológica se basa en la hipótesis de que existen desórdenes neurofisiológicos mínimos (alteraciones en EEG).
No son específicos de la psicopatía sino la consecuencia del Déficit de Atención que también parece que se da en la hiperactividad infantil.
- Ambientales:
Hay relación entre las situaciones marginales o irregulares en las familias y la psicopatía.
Sin embargo falta un cierto rigor ya que los datos se obtienen sobre delincuentes y delincuencia y psicopatía no deben confundirse.
Y atendiendo a factores sociales y culturales los etnólogos se plantean si ciertas sociedades podrían favorecer la expresión de una conducta psicopática a través de comportamientos valorados culturalmente.
El concepto de normalidad o anormalidad social sobrepasa ampliamente el cuadro de la psicopatía.
Conclusiones
La falta de estudios e investigaciones multifactoriales en nuestro país contrasta con numerosos trabajos sobre todo en los países anglosajones (Inglaterra, EEUU) desde hace veinte años. Nos parecen importantes y completos los realizados por Rutter (la conducta antisocial de los jóvenes). Algunos de los datos que aportamos han sido obtenidos de Rutter y Giller en estudios de 1983 a 1999.
Los términos conducta antisocial, trastorno disocial, trastorno de comportamiento o psicopatía vemos que se superponen y a veces se confunden. Cada autor nombra las cosas de una manera, por eso lo que nos hemos planteado es describir rasgos o aspectos del comportamiento, sin etiquetar de ninguna manera y reconociendo la dificultad de un diagnóstico diferencial.
Solamente hay dos cosas muy claras: un comportamiento antisocial no supone necesariamente una patología estable. Una personalidad psicopática no siempre corresponde a una persona violenta y agresiva, y finalmente:
Es a partir de la edad adulta 18-20 cuando la persistencia de ciertas conductas antisociales o/y disociales llevarían a un diagnóstico dentro del segmento de los trastornos de personalidad.
También nos parece algo importante a tener en cuenta que la precocidad en la detección de problemas de hiperactividad y déficits de atención mejoraría el pronóstico de futuros adolescentes violentos y luego jóvenes antisociales. Este indicador (la hiperactividad en la infancia) sí está destacándose como uno de los factores psicológicos predisponentes. Otros factores en relación con el entorno familiar y la calidad de los vínculos precoces han sido más estudiados, siendo evidente su importancia.
Las conductas agresivas y desafiantes están entre los problemas más habituales de niños y adolescentes que son derivados a consultas psicológicas. Los varones muestran habitualmente una mayor frecuencia en estos comportamientos que las niñas.
Según todos los estudios la edad de inicio de los problemas es un factor importante. Cuando empiezan en la adolescencia (lo más habitual), es menos probable que se mantengan en la edad adulta. Sin embargo la persistencia y gravedad de las conductas antisociales parece tener que ver con un inicio en la infancia e ir asociado a otros problemas.
Y finalmente nos planteamos hasta qué punto es tratable el trastorno de conducta y a la vez el aspecto de la prevención. Algunos estudios ponen de manifiesto la persistencia de la conducta antisocial desde la niñez a la edad adulta con una gran resistencia al cambio, pero al mismo tiempo otros testimonios avalan que el trastorno es modificable. A veces cuando el ambiente social, por ejemplo, es de alto riesgo el cambio de entorno, favorece el proceso hacia el respeto de los normas sociales.
Como se deduce de todos los estudios la conducta antisocial es heterogénea y va desde actividades arriesgadas, comportamientos agresivos, uso y abuso de drogas hasta enfrentamientos con la autoridad y actos delictivos.
Las repercusiones que esto tiene para la prevención son:
a. La necesidad de prestar atención a una gama de conductas más amplia que los actos ilegales.
b. La necesidad de intervenir en la niñez temprana en vez de dejarlo para la adolescencia.
c. La necesidad de tener en cuenta la capacidad de adaptación a los cambios evolutivos. Uno de los momentos más interesantes dentro del proceso evolutivo, es cuando el niño comienza su escolarización y por tanto adviene a un mundo nuevo de relaciones, fuera del marco familiar. El cómo sea capaz de adaptarse a este mundo social más amplio, nos va a permitir ver en qué medida se ha producido esa adaptación al grupo familiar.
Cuando existen graves problemas de adaptación en estas edades (incluyendo la sobredependencia), deben ser tenidos en cuenta muy cuidadosamente.
Los niños que repetidamente son “malos” en los primeros años obviamente necesitan ayuda. En la misma medida que los considerados extremadamente buenos. El niño tranquilo, tímido y adaptativo suele ser profundamente admirado por los padres y los educadores.
d. Debemos tener en cuenta que las necesidades de afecto por parte del infante son necesariamente intensas. La deprivación o la sobre indulgencia, son los dos errores fundamentales que rompen la evolución normal de la necesidad de afecto
e. El amor a uno mismo es normal dentro de unos límites, como una expresión para preservar
nuestro yo. La propia vida de un niño pequeño depende de la evaluación que de él hagan sus padres.
Los dos errores fundamentales que causan el exceso de deseo por el prestigio, son el favoritismo y el rechazo. Cuando el niño siente que él es el dueño de la casa, o bien uno de los padres forma un tandem contra el otro, o incluso, uno de los padres espera que culmine todas sus ambiciones, entonces, es cuando el niño es fijado a un potente patrón de conducta en la que, el adulto va a tener que ser necesariamente el preferido y el mejor. Su propio status va ser lo único importante, y cualquier persona va a ser tenida o como un rival al que odiar, o un instrumento para su propio prestigio.
De la misma manera, el niño que es rechazado y por lo tanto no suficientemente valorado, va a acarrear a lo largo de su vida un sentimiento de inferioridad, así como un daño a su propia autoestima. Este intenso sentimiento va a ser una fuente inagotable de ira y odio.
La proyección de las ambiciones de los padres, es la mejor forma de crear una demanda insaciable de prestigio en el niño.
De hecho todos los padres, en cierta medida, quieren que sus hijos tengan una cierta ambición, capacidad competitiva, y éxito, pero existe una demarcación tenue que lleva hacia el egoísmo y la rivalidad hostil. Hay que hacer notar que en cierta medida el bienestar de una sociedad depende de lo que sus miembros contribuyan, pero en nuestros modelos actuales el éxito se basa mucho más en qué medida el sujeto es capaz de “extraer” bienestar de la propia sociedad.
f. Conflicto entre el sujeto y su conciencia. Como ya hemos citado, la conciencia es el resultado de ir
internalizando progresivamente el proceso de socialización, tratando de encontrar un equilibrio entre los deseos individuales y el bienestar para los otros. En este aspecto es preciso señalar, que para enseñar el mejor método es el ejemplo y no los preceptos. De nada sirve la utilización de largas charlas si después el ejemplo de resolver un problema es utilizar la violencia física o psíquica. Esto provee al niño una técnica para resolver los problemas para su futuro.
g. El inculcar unos ideales absolutamente inalcanzables, puede ser altamente destructivo para la personalidad. Estos pueden ser una fuente inagotable de sentimientos de vergüenza o de culpa, que puede dañar enormemente el bienestar.
Es una gran fuente de violencia el desplazamiento de la venganza de todo tipo de malos tratos, bien sean conscientes o inconscientes, durante la niñez. De todas las fuentes, la hostilidad descargada sobre el hijo es sin duda la fuente más poderosa hacia el odio y la violencia.
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