Ser adolescente es un proceso difícil y complejo que implica nuevas significaciones e interpretaciones en los planos biológico, psicológico y social. Los factores anatómicos, fisiológicos, emocionales, intelectuales y sociales participan en la etapa de la adolescencia y la hacen turbulenta e inestable (Cameron, 1990). La adolescencia es un periodo de la vida que oscila entre la niñez y la adultez, y cuya duración e incluso existencia han sido discutidas y definidas como época de crisis (González, 1989).
“Crisis”, de acuerdo con Mannoni (1986), hace alusión a dos concepciones: Designa el momento en el que la enfermedad va a decidirse entre la curación o la muerte, o bien, alude a un estado agudo, como en la expresión “crisis de nervios”. En cualquier forma, Sternbach (2006) refiere que la adolescencia conlleva puntos críticos que incitan a la elaboración de transformaciones significativas. Por consiguiente, las problemáticas múltiples, contradictorias y complejas que atraviesan esta etapa se circunscriben a los cambios que forman parte de las turbulencias que conmueven al joven.
Sternbach (2006), en ese sentido, propone que la adolescencia, como tiempo de tramitación psíquica, promueve composiciones y recomposiciones libidinales, fantasmáticas, identificatorias y vinculares, por lo cual, se define más por la movilidad de su funcionamiento psíquico –constituyendo una estructura psíquica abierta- que por una categoría de edad. Rother Hornstein (2006, pag. 20) plantea que la irrupción de la pubertad flexibiliza las estructuras psíquicas previamente consolidadas en el seno de la familia, y genera con ello los presupuestos para una reestructuración de la subjetividad. “La dinámica de la adolescencia proporciona un aporte fundamental a la posibilidad de cambios y auto-organización del psiquismo”.
La noción de apuntalamiento propuesto por Freud (1905/2006), recobra sentido cuando los signos puberales comienzan a conformar los consecuentes cambios en el aspecto intrapsíquico e intersubjetivo, es decir, nuevamente lo psíquico apuntalado en lo biológico. Palazzini (2006) refiere que la adolescencia se apuntala en el emergente somático que indica la hora de un cambio. El desarrollo biológico de la pubertad constituye un estado de perturbación que obliga al niño a re-situarse fuera de la posición infantil, careciendo de tiempo suficiente para construir representaciones acordes.
Sternbach (2006) expone que el cuerpo, afectado desde sus raíces biológicas, es también producto de los discursos sociales. El cuerpo biológico con sus improntas, el cuerpo sensorial que metaboliza su encuentro con el mundo en términos de placer-displacer desde el comienzo de la vida, el cuerpo erógeno que se va plasmando en el campo relacional, el cuerpo hablado desde los otros y desde el discurso cultural son aspectos que convergen en el modo múltiple y conflictivo del decurso adolescente.
De acuerdo con Palazzini (2006), la potencialidad que suscita la adolescencia se enlaza a la tramitación psíquica activada con los cambios corporales ya que, al mismo tiempo que hace recomposición de lo existente, instala nuevas funciones: Crece la capacidad de pensar, se complejiza el universo emocional, se orienta el encuentro sexual hacia la genitalidad, se instalan nuevos sentidos y formas de vinculación, se potencia la creatividad junto a la apropiación simbólica de la capacidad reproductiva y se afirma la identidad sexual. La autora, en ese sentido, plantea que aunque el movimiento adolescente acarrea trastornos y angustias, más lo ocasiona la ausencia de su despliegue.
En ese sentido, Winnicott, retomado por Palazzini (2006) plantea que crecer es un acto agresivo de posesión de un lugar que se gana al otro, a través de una pelea. Cuando el niño se transforma en adulto, lo hace sobre el cadáver de un adulto. La propuesta winnicottiana de “asesinato” consolida un pasaje simbólico que promueve el encuentro con la propia potencialidad y vitalidad. Sin embargo, si se evita la confrontación a través de la tolerancia o el autoritarismo, se claudica y se desmantela el sentido de oportunidad.
Blos (1979, pag. 11) refiere que la creación de un conflicto entre las generaciones y su posterior resolución es la tarea normativa de la adolescencia, siendo evidente su importancia para la continuidad cultural. “Sin este conflicto, no habría reestructuración psíquica adolescente”.
Aberastury y Knobel (1971) propusieron, por su parte, tres duelos fundamentales que atraviesa el adolescente: duelo por el cuerpo de niño, por la identidad infantil y por los padres de la infancia. La elaboración de estas pérdidas, con sus respetivos procesos de transformación psíquica, implican operaciones dinámicas que resignifican las figuras parentales y fraternas, y con ello, los mensajes inconscientes que fueron conformando y estructurando la identidad, muchas veces a costa de situaciones familiares conflictivas.
La potencialidad, por otra parte, abre camino a la zona transicional. Winnicott (1971) propuso que los fenómenos transicionales designan zonas intermedias de experiencia entre la realidad psíquica interna y el mundo exterior. La adolescencia suele circunscribirse a esta transicionalidad ya que se sitúa en los bordes de un anclaje estructural definitivo que implica la conformación sólida de una identidad. Palazzini (2006, pag. 140), haciendo uso de metáforas, entiende a la adolescencia en el sentido de oportunidad: “antes de que lo cartilaginoso se vuelva óseo”. Este tránsito conlleva, precisamente, un cuestionamiento de la identidad transmitida por el sistema familiar y los grupos de referencia.
En suma, el paradigma de la complejidad es también un modelo que se articula en la comprensión y aprehensión de la adolescencia. Sternbach (2006) refiere que las adolescencias se ramifican y diversifican en función de la extracción socioeconómica, el lugar de residencia o la tribu que conforma el grupo de pertenencia o referencia. Por consiguiente, la autora parte de una noción plural: las adolescencias, múltiples, variadas, siempre surcadas por una singularidad entretejida con las trazas comunes que la cultura actual posibilita. La adolescencia, entonces, no constituye un universal, sino que resulta categorizada y problematizada por las condiciones de la época.
Con base en este contextualización, De la Garza (1977) plantea que la evolución de nuestra sociedad ha permitido la postergación de la capacidad productiva económica a los jóvenes de clases media y alta, exigiéndoles a cambio que se preparen cultural y técnicamente, tolerando de este modo un periodo, en ocasiones muy prolongado, de ser adolescentes en un rol de estudiantes. Erikson nombró a este fenómeno moratoria psicosocial. En consecuencia, con este tránsito dentro de la sociedad, surge la adolescencia con la búsqueda de una identidad psicológica, familiar y social.
En el caso de niños que vienen de un estrato económico bajo, sin embargo, algunos sociólogos han planteado que no atraviesan formalmente por un proceso adolescente (De la Garza, 1977). Refieren que el tránsito entre la niñez y la vida adulta es una frontera que se cruza con rapidez ya que la realidad social del infante le exige autoabastecerse a edades tempranas, abandonando sus estudios para comenzar una actividad productiva. Por otro lado, se convierte en hombre al tener un temprano aparejamiento, una identidad sexual definida y un rol paterno en un corto periodo.
Dicho esto, el contexto social y cultural posibilita el surgimiento de la adolescencia y las condiciones en las que ésta se desarrolla. Lerner (2006), desde esta perspectiva, reutiliza el concepto winnicottiano de holding para señalar la importancia de contar con un contexto estable y previsible para que alguien se integre y se convierta en persona. Sin embargo, propone que las personas que no han podido constituirse en medio de este caos social –con esta ausencia de holding social-, corren los riesgos de sufrir los trastornos derivados de las dificultades para la integración y la personalización.
Lerner (2006), continuando con la reinterpretación de conceptos winnicottianos, señala que la ilusión necesita de un contexto que fomente en el sujeto la creencia de que está creando el mundo. Esta experiencia es imprescindible para gestar una realidad psíquica y social confiable; con la libido narcisista necesaria para que el sujeto se sienta creador del mundo que lo rodea, o por lo menos un participante activo en él.
El adolescente, por consiguiente, necesita un piso consistente sobre el cual experimentar y conservar la ilusión de que está creando su mundo. Si el suelo es demasiado fluido y poco firme, no habrá proceso de desarrollo; el contexto social incierto y sin horizonte no permite construir ningún proyecto.
“Crisis”, de acuerdo con Mannoni (1986), hace alusión a dos concepciones: Designa el momento en el que la enfermedad va a decidirse entre la curación o la muerte, o bien, alude a un estado agudo, como en la expresión “crisis de nervios”. En cualquier forma, Sternbach (2006) refiere que la adolescencia conlleva puntos críticos que incitan a la elaboración de transformaciones significativas. Por consiguiente, las problemáticas múltiples, contradictorias y complejas que atraviesan esta etapa se circunscriben a los cambios que forman parte de las turbulencias que conmueven al joven.
Sternbach (2006), en ese sentido, propone que la adolescencia, como tiempo de tramitación psíquica, promueve composiciones y recomposiciones libidinales, fantasmáticas, identificatorias y vinculares, por lo cual, se define más por la movilidad de su funcionamiento psíquico –constituyendo una estructura psíquica abierta- que por una categoría de edad. Rother Hornstein (2006, pag. 20) plantea que la irrupción de la pubertad flexibiliza las estructuras psíquicas previamente consolidadas en el seno de la familia, y genera con ello los presupuestos para una reestructuración de la subjetividad. “La dinámica de la adolescencia proporciona un aporte fundamental a la posibilidad de cambios y auto-organización del psiquismo”.
La noción de apuntalamiento propuesto por Freud (1905/2006), recobra sentido cuando los signos puberales comienzan a conformar los consecuentes cambios en el aspecto intrapsíquico e intersubjetivo, es decir, nuevamente lo psíquico apuntalado en lo biológico. Palazzini (2006) refiere que la adolescencia se apuntala en el emergente somático que indica la hora de un cambio. El desarrollo biológico de la pubertad constituye un estado de perturbación que obliga al niño a re-situarse fuera de la posición infantil, careciendo de tiempo suficiente para construir representaciones acordes.
Sternbach (2006) expone que el cuerpo, afectado desde sus raíces biológicas, es también producto de los discursos sociales. El cuerpo biológico con sus improntas, el cuerpo sensorial que metaboliza su encuentro con el mundo en términos de placer-displacer desde el comienzo de la vida, el cuerpo erógeno que se va plasmando en el campo relacional, el cuerpo hablado desde los otros y desde el discurso cultural son aspectos que convergen en el modo múltiple y conflictivo del decurso adolescente.
De acuerdo con Palazzini (2006), la potencialidad que suscita la adolescencia se enlaza a la tramitación psíquica activada con los cambios corporales ya que, al mismo tiempo que hace recomposición de lo existente, instala nuevas funciones: Crece la capacidad de pensar, se complejiza el universo emocional, se orienta el encuentro sexual hacia la genitalidad, se instalan nuevos sentidos y formas de vinculación, se potencia la creatividad junto a la apropiación simbólica de la capacidad reproductiva y se afirma la identidad sexual. La autora, en ese sentido, plantea que aunque el movimiento adolescente acarrea trastornos y angustias, más lo ocasiona la ausencia de su despliegue.
En ese sentido, Winnicott, retomado por Palazzini (2006) plantea que crecer es un acto agresivo de posesión de un lugar que se gana al otro, a través de una pelea. Cuando el niño se transforma en adulto, lo hace sobre el cadáver de un adulto. La propuesta winnicottiana de “asesinato” consolida un pasaje simbólico que promueve el encuentro con la propia potencialidad y vitalidad. Sin embargo, si se evita la confrontación a través de la tolerancia o el autoritarismo, se claudica y se desmantela el sentido de oportunidad.
Blos (1979, pag. 11) refiere que la creación de un conflicto entre las generaciones y su posterior resolución es la tarea normativa de la adolescencia, siendo evidente su importancia para la continuidad cultural. “Sin este conflicto, no habría reestructuración psíquica adolescente”.
Aberastury y Knobel (1971) propusieron, por su parte, tres duelos fundamentales que atraviesa el adolescente: duelo por el cuerpo de niño, por la identidad infantil y por los padres de la infancia. La elaboración de estas pérdidas, con sus respetivos procesos de transformación psíquica, implican operaciones dinámicas que resignifican las figuras parentales y fraternas, y con ello, los mensajes inconscientes que fueron conformando y estructurando la identidad, muchas veces a costa de situaciones familiares conflictivas.
La potencialidad, por otra parte, abre camino a la zona transicional. Winnicott (1971) propuso que los fenómenos transicionales designan zonas intermedias de experiencia entre la realidad psíquica interna y el mundo exterior. La adolescencia suele circunscribirse a esta transicionalidad ya que se sitúa en los bordes de un anclaje estructural definitivo que implica la conformación sólida de una identidad. Palazzini (2006, pag. 140), haciendo uso de metáforas, entiende a la adolescencia en el sentido de oportunidad: “antes de que lo cartilaginoso se vuelva óseo”. Este tránsito conlleva, precisamente, un cuestionamiento de la identidad transmitida por el sistema familiar y los grupos de referencia.
En suma, el paradigma de la complejidad es también un modelo que se articula en la comprensión y aprehensión de la adolescencia. Sternbach (2006) refiere que las adolescencias se ramifican y diversifican en función de la extracción socioeconómica, el lugar de residencia o la tribu que conforma el grupo de pertenencia o referencia. Por consiguiente, la autora parte de una noción plural: las adolescencias, múltiples, variadas, siempre surcadas por una singularidad entretejida con las trazas comunes que la cultura actual posibilita. La adolescencia, entonces, no constituye un universal, sino que resulta categorizada y problematizada por las condiciones de la época.
Con base en este contextualización, De la Garza (1977) plantea que la evolución de nuestra sociedad ha permitido la postergación de la capacidad productiva económica a los jóvenes de clases media y alta, exigiéndoles a cambio que se preparen cultural y técnicamente, tolerando de este modo un periodo, en ocasiones muy prolongado, de ser adolescentes en un rol de estudiantes. Erikson nombró a este fenómeno moratoria psicosocial. En consecuencia, con este tránsito dentro de la sociedad, surge la adolescencia con la búsqueda de una identidad psicológica, familiar y social.
En el caso de niños que vienen de un estrato económico bajo, sin embargo, algunos sociólogos han planteado que no atraviesan formalmente por un proceso adolescente (De la Garza, 1977). Refieren que el tránsito entre la niñez y la vida adulta es una frontera que se cruza con rapidez ya que la realidad social del infante le exige autoabastecerse a edades tempranas, abandonando sus estudios para comenzar una actividad productiva. Por otro lado, se convierte en hombre al tener un temprano aparejamiento, una identidad sexual definida y un rol paterno en un corto periodo.
Dicho esto, el contexto social y cultural posibilita el surgimiento de la adolescencia y las condiciones en las que ésta se desarrolla. Lerner (2006), desde esta perspectiva, reutiliza el concepto winnicottiano de holding para señalar la importancia de contar con un contexto estable y previsible para que alguien se integre y se convierta en persona. Sin embargo, propone que las personas que no han podido constituirse en medio de este caos social –con esta ausencia de holding social-, corren los riesgos de sufrir los trastornos derivados de las dificultades para la integración y la personalización.
Lerner (2006), continuando con la reinterpretación de conceptos winnicottianos, señala que la ilusión necesita de un contexto que fomente en el sujeto la creencia de que está creando el mundo. Esta experiencia es imprescindible para gestar una realidad psíquica y social confiable; con la libido narcisista necesaria para que el sujeto se sienta creador del mundo que lo rodea, o por lo menos un participante activo en él.
El adolescente, por consiguiente, necesita un piso consistente sobre el cual experimentar y conservar la ilusión de que está creando su mundo. Si el suelo es demasiado fluido y poco firme, no habrá proceso de desarrollo; el contexto social incierto y sin horizonte no permite construir ningún proyecto.
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Bibliografía:
Blos, P. (1979). La transición adolescente. Amorrortu: Argentina.
Cameron, N. (1990). Desarrollo y psicopatología de la personalidad. Trillas: México
Cartolano, E. (2006). Adolescencias y subjetividad: tiempo de tomar la palabra. Ádolescencias: trayectorias turbulentas. Paidós: Argentina.
De la Garza, F. (1977). Adolescencia marginal e inhalantes. Trillas: México
Freud, S. (1905/2006). Tres ensayos de una teoría sexual. Obras completas, tomo V. Amorrortu: Argentina
González, J. (1989). Teoría y técnica de la terapia psicoanalitica de adolescentes. Trillas: México.
Lerner, H. (2006). Adolescencia, trauma, identidad. Adolescencias: trayectorias turbulentas. Paidós: Argentina.
Mannoni, M. (1986). Crisis de la adolescencia. Gedisa: España
Palazzini, L. (2006). Movilidad, encierros, errancias: avatares del devenir adolescente. Adolescencias: trayectorias turbulentas. Paidós: Argentina.
Rother Hornstein, M. (2006). Entre desencantos, apremios e ilusiones: barajar y dar de nuevo. Adolescencias: trayectorias turbulentas. Paidós: Argentina.
Sternbach, S. (2006). Adolescencias, tiempo y cuerpo en la cultura actual. Adolescencias: trayectorias turbulentas. Paidós: Argentina.
Winnicott, D. (1971). Realidad y juego. Gedisa: España
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