lunes, 20 de junio de 2016

Valoración del riesgo de violencia: instrumentos disponibles e indicaciones de aplicación. Antonio Andrés-Pueyo,Enrique Echeburúa. Universidad de Barcelona ,Universidad del País Vasco.


La reducción y prevención de la violencia no es una tarea exclusiva de la intervención jurídico penal  y requiere a otros profesionales, como los psicólogos, para una participación especializada en campos  como la evaluación de la peligrosidad y el  control de la reincidencia violenta. Los últimos avances en  la prevención de la violencia han propuesto sustituir la evaluación de la peligrosidad por la valoración  del riesgo de violencia. 
Esta tecnología tiene una mayor capacidad predictiva del comportamiento  violento futuro. En este trabajo se presentan los fundamentos de las técnicas de valoración del riesgo de  violencia y los instrumentos adaptados al español para su aplicación en la psicología clínica, forense y  penitenciaria. Se describen brevemente la escala VRAG, la PCL-R, el HCR-20, el SVR-20, la SARA, el EPV y el SAVRY, así como sus aplicaciones específicas.

Violence risk assessment: Available tools and instructions for use. Violence management and prevention  exceed the exclusive court  intervention and require other professionals, such as psychologists, who  can help in specialized tasks like dangerousness assessment and violence recidivism control. The latest  improvements in the prevention of violence have proposed the replacement of dangerousness assessment  for the violence risk assessment. This new technology is more effi cient to predict the future violent  behavior.  In this study, we present the basis of these techniques for the violence risk assessment, as well  as the Spanish adapted tools and instruments for its application in clinical, forensic and correctional psychology. These are, briefl y described, the VRAG scale, the PCL-R, the HCR-20, the SCR-20, the  SARA test, the EPV and the SAVRY, as well as their specific functions and applications.

La prevención de la violencia ha incorporado recientemente técnicas de predicción de la violencia como una nueva función  complementaria a los tradicionales tratamientos de agresores y  víctimas. Estas técnicas constituyen procedimientos que tienen  como objetivo la estimación de la probabilidad de ocurrencia del  comportamiento violento en el futuro que se pueden aplicar en  numerosos contextos jurídico-penales y asistenciales. Así, servirán para que el juez tome las decisiones adecuadas (por ejemplo,  suspensión condicional de la pena y sinónimo a un tratamiento  reeducativo) teniendo en cuenta el riesgo estimado de reincidencia futura del agresor. En el ámbito penitenciario pueden facilitar  la toma de decisiones en cuanto a la urgencia y necesidad de un  tratamiento, la concesión de los permisos penitenciarios, el cambio de régimen o el acceso a la libertad condicional. La utilidad  de la valoración del riesgo está directamente relacionada con la  importancia de la gestión de la violencia en el ámbito profesional  correspondiente. Naturalmente, es una tecnología imprescindible  en la prevención de la violencia y de la protección de las víctimas  (Echeburúa y Fernández-Montalvo, 2009; Echeburúa, Sarasua,  Zubizarreta y Corral, 2009).

En los últimos 20 años se han desarrollado nuevas técnicas para  predecir la conducta violenta, todas ellas derivadas de un mejor conocimiento de la naturaleza y de los procesos asociados a la violencia.  Asimismo hemos asistido a la sustitución del término peligrosidad por  el de riesgo de violencia junto con el desarrollo de instrumentos para la  valoración del riesgo de violencia (Andrés-Pueyo y Redondo, 2007).
La multiplicidad de causas y la infrecuencia de la conducta  violenta grave hacen de su predicción una tarea difícil, pero, sin  embargo, técnicamente factible. La práctica profesional de la predicción de la violencia en nuestro país no utiliza habitualmente herramientas de evaluación fi ables y válidas como son los protocolos  de valoración del riesgo de violencia. El objetivo de este trabajo es  describir distintos instrumentos de predicción del riesgo que tienen una contrastada capacidad predictiva y que están disponibles en español. Entre éstos figuran algunos apropiados para la predicción de la violencia interpersonal grave, como el HCR-20 y la PCL-R (Arbach y Andrés-Pueyo, 2007) o bien para contextos concretos, como son la SARA y la EPV en el caso de la violencia contra la pareja (Andrés-Pueyo, López y Álvarez, 2008; Echeburúa, Fernández-Montalvo y Corral, 2008); el SVR-20, en el caso de la violencia sexual (Redondo, Pérez y Martínez, 2007); o el SAVRY, en el caso de la violencia juvenil (Borum, Bartel y Forth, 2003).

De la evaluación de la peligrosidad a la valoración del riesgo de violencia

Lo que identifi ca a la conducta violenta es la intención del agresor (deseo de causar daño) y los efectos sobre la víctima (lesiones, daños, sufrimiento, etc.). La atribución causal de la conducta violenta al agresor le ha conferido a éste una condición (la peligrosidad) que se considera inherente a su forma de ser o a su estado psicopatológico. Así, el concepto de peligrosidad, aun siendo objeto de importantes críticas (Carrasco y Maza, 2005), es de uso muy frecuente en el entorno forense y penitenciario y constituye la base para la aplicación de las medidas de seguridad.

La peligrosidad, defi nida como la propensión de una persona a cometer actos violentos (Scott y Resnick, 2006), ha estado ligada a la enfermedad mental grave, a la historia criminal del sujeto y a su nivel de adaptación social. La peligrosidad es una categoría legal que delimita el riesgo de cometer delitos graves por parte de un delincuente (peligrosidad criminal) o por parte de un sujeto aún sin un historial delictivo (peligrosidad social). Así, la peligrosidad, independientemente de que derive de una enfermedad mental (tradición clínica) o de una historia criminal (tradición jurídica), se considera como el mejor predictor de la violencia futura.

La atribución de peligrosidad a un sujeto se suele determinar por medio de la técnica clínico-forense o de la clasificación tipológica realizada por medio de los perfiles delictivos. En el primer caso la valoración forense tiene como objetivo evaluar la  capacidad criminal, asociada a diversos rasgos de personalidad (agresividad, indiferencia afectiva, egocentrismo y labilidad afectiva), así como la inadaptación social. Esta valoración forense está fundamentada en la entrevista con el paciente y en informaciones complementarias, como los expedientes judiciales o de los servicios sociales (Gisbert-Calabuig, 2004).

En el caso de los perfi les delictivos, se trata de clasifi car a un sujeto en un determinado perfil (agresor contra la pareja, agresor sexual, acosador escolar o laboral, etc.) en función de una serie de características psicológicas, sociales y biográficas. La estrategia de recurrir a perfiles-tipo para identificar la peligrosidad de un sujeto es muy popular, pero su popularidad contrasta con una baja precisión predictiva (Quinsey, Harris, Rice y Cormier, 1998).
Considerar la peligrosidad como la causa de la conducta violenta implica una capacidad de predicción limitada y origina dos tipos de errores. En el caso de los falsos negativos los sujetos son valorados como no-peligrosos y, sin embargo, cometen una conducta violenta grave, con las repercusiones que ello conlleva para las víctimas. Y en el caso de los falsos positivos se identifica al sujeto como peligroso y, sin embargo, no cometerá conductas violentas futuras, con las consecuencias negativas que tiene para el sujeto (reclusión en régimen cerrado, ausencia de permisos penitenciarios, etc.). Los aciertos o los errores en la predicción de la violencia basados en el diagnóstico de la peligrosidad, dependen en buena medida de la experiencia de los profesionales, de la disponibilidad de técnicas de identificación y de la claridad con la que se puede descubrir el atributo de peligrosidad (Andrés-Pueyo y Redondo, 2007).

Además la atribución de peligrosidad a una persona concentra la estrategia de contención del riesgo en dos tipos de intervenciones: control situacional (internamiento) y tratamiento terapéutico del sujeto peligroso, pero no ofrece nuevos recursos de gestión del riesgo. De ahí que se haya sustituido la identificación de la peligrosidad por la valoración del riesgo. A diferencia de la peligrosidad, que lleva a decisiones del tipo todo/nada en el pronóstico, el riesgo de violencia es variable y específico y permite tomar decisiones graduadas y re-evaluables respecto al pronóstico futuro de violencia. Si bien es cierto que todos los tipos de violencia cuentan con elementos en común, no lo es menos que cada tipo de violencia (juvenil, de pareja, sexual, etc.) tiene sus propias claves, que hacen de cada predicción un reto distinto. Así, la violencia ejercida en el pasado es un factor de riesgo común en todo tipo de violencia; sin embargo, las parafilias son un factor de riesgo para la violencia sexual, pero no para la violencia contra la pareja (Andrés-Pueyo y Redondo, 2007; Hart, 2001; Quinsey et al., 1998; Webster y Cox, 1997).

En resumen, actualmente es preferible valorar el riesgo a diagnosticar peligrosidad. La predicción del riesgo está en función de la peligrosidad del agresor y de la vulnerabilidad de las víctimas, ambas en el marco de un contexto situacional específi co. Para valorar el riesgo no necesitamos averiguar las causas de la violencia, sino los factores de riesgo asociados a ella. El paso siguiente es gestionar el riesgo que refi ere a la adopción de medidas de seguridad y de protección a la víctima en función de la valoración del riesgo (Andrés-Pueyo, 2009; Douglas, Ogloff y Hart, 2003).