El objetivo del presente estudio fue determinar el nivel predictivo de la
búsqueda de sensaciones y la impulsividad en la conducta antisocial de adolescentes.
Participaron 408 jóvenes: 49.8% hombres y 50.2% mujeres. Para medir la impulsividad
se utilizó la versión adaptada de la Escala de Plutchik, que consta de catorce reactivos; la
conducta antisocial se evaluó por medio del POSIT, en su versión adaptada para México,
que consta también de catorce reactivos. Además, se empleó la Escala de Búsqueda de
Sensaciones, constituida por tres dimensiones: búsqueda de aventuras y riesgo, búsqueda
de placer, y cautela. Todas estas escalas tienen un formato tipo Likert con cuatro
opciones de respuesta. Los resultados mostraron que la impulsividad y la búsqueda de
riesgo explicaron 31% de la varianza de la conducta antisocial.
Palabras clave: Conducta antisocial, Búsqueda de sensaciones: Impulsividad,
Predictores, Adolescentes.
Abstract: e purpose of this study was to determine the predictive level of seeking of sensations and impulsivity of an antisocial behavior in adolescents. 408 adolescents participated. 49.8% men and 50.2% women. To measure the impulsivity, an adapted Plutchik Scale version was used, consisting of 14 items; antisocial behavior was evaluated through POSIT, a version adapted to be used in Mexico, also of 14 items. In addition, the Sensation Seeking Scale was also used, consisting of three dimensions: search and adventure and risk, seeking pleasure, and caution; all scales used did have a Likert format with four response options. e results showed that impulsivity and risk seeking accounted for 31% of the variance of the antisocial behavior. Keywords: search and adventure and risk, Antisocial behavior, Sensation seeking, Impulsivity, Predictors, Adolescents.
Abstract: e purpose of this study was to determine the predictive level of seeking of sensations and impulsivity of an antisocial behavior in adolescents. 408 adolescents participated. 49.8% men and 50.2% women. To measure the impulsivity, an adapted Plutchik Scale version was used, consisting of 14 items; antisocial behavior was evaluated through POSIT, a version adapted to be used in Mexico, also of 14 items. In addition, the Sensation Seeking Scale was also used, consisting of three dimensions: search and adventure and risk, seeking pleasure, and caution; all scales used did have a Likert format with four response options. e results showed that impulsivity and risk seeking accounted for 31% of the variance of the antisocial behavior. Keywords: search and adventure and risk, Antisocial behavior, Sensation seeking, Impulsivity, Predictors, Adolescents.
La conducta antisocial se define como una diversidad de actos que violan
las normas sociales y los derechos de los demás ( Kazdin y Buela, 2002
); sin embargo, tal definición es ambigua y frecuentemente se refiere a
un amplio conjunto de conductas poco delimitadas. Los mismos autores
explican que el que una conducta se catalogue como antisocial depende de
los juicios sobre la severidad de los comportamientos y de su alejamiento
de las pautas normativas en función de la edad y sexo, entre otras consideraciones, por lo que sugieren que el punto de referencia para
definir un comportamiento antisocial sea el contexto sociocultural en que
surge la conducta.
Si bien la conducta antisocial incluye una amplia gama de comportamientos, para los propósitos del presente estudio se refiere a la frecuencia que la que un adolescente se comporta de un modo que va en contra de lo establecido por la sociedad; tal comportamiento podría o no encontrarse dentro o fuera de la ley, ubicado en un continuo que va de menor a mayor gravedad. Se incluyen en ese continuo desde las faltas menores, pasando por los actos desafiantes o agresivos en contra de otras personas, hasta los actos ilícitos penalizados por la ley, como el robo u otros ( Palacios, 2005 ).
Moffit (1993) explica que la conducta antisocial difiere en cuanto a su topografía según la etapa del desarrollo en el que se encuentre la persona; aunque generalmente dicha conducta se asocia con el período de la adolescencia, tiene su inicio en una etapa anterior. Si bien se espera que la mayoría de los niños se impliquen cada vez menos en conductas antisociales conforme crecen y maduran, una minoría de adolescentes las continúan llevando a cabo de forma incluso más frecuente ( Loeber y Stouthamer-Loeber, 1998 ). Además, dentro de este periodo, los adolescentes van cambiando y acentuando tales comportamientos; así, pueden cometer delitos cada más graves contra la propiedad, o delitos caracterizados por la agresividad y la violencia.
Del mismo modo, Moffit (1993) plantea que existen dos formas en que la conducta antisocial se manifiesta: una que es pasajera y que forma parte del desarrollo del adolescente, la cual es menos severa, y otra que es permanente y, por tanto, más rígida y problemática, misma que comienza a manifestarse en edades tempranas y que muestra que quien la ejecuta sufre alteraciones de temperamento, del desarrollo conductual y de las capacidades intelectuales, por lo que su pronóstico es menos favorable.
Respecto a las diferencias por sexo en cuanto a ese tipo de conductas, Rutter, Giller y Hagell (2000) señalan que si bien el ser varón se considera como uno de los indicadores de riesgo mejor documentados para el desarrollo de la conducta antisocial, no podría considerarse como un factor definitivo; no obstante, en México, algunos datos recogidos de la población estudiantil indican que los hombres muestran con mayor frecuencia este tipo de comportamientos en comparación con las mujeres ( Juárez, Villatoro, Gutiérrez, Fleiz y Medina- Mora, 2005 ; Villatoro et al., 2011 ).
Uno de los aspectos más importantes del estudio de la conducta antisocial ha sido el análisis de las variables con las que se asocia; por ejemplo, Lahey, Waldman y McBurnett (1999) explican que las prácticas parentales, la influencia de los pares y el nivel socioeconómico pueden considerarse como factores ambientales que contribuyen al desarrollo de este tipo de comportamiento. En efecto, los conflictos familiares, la pérdida de los padres y la falta de habilidades en la crianza son los factores principales que pueden intervenir en el desarrollo de la antisocialidad ( McCord, 2001 ; Morrison y Cherlin, 1995 ; Widom y Ames, 1994 ),aunque la desintegración familiar también se ha asociado con la conducta antisocial ( Juby y Farrington, 2001 ).
Respecto a los factores ambientales, uno de los más estudiados es el vecindario donde crecen los jóvenes; de hecho, los menores que viven en vecindarios violentos tienen mayor probabilidad de llevar a cabo comportamientos antisociales que los que viven en lugares con menos violencia ( Abrahamson, 1996 ; Bursik, 2000 ).
Dentro de los factores individuales, se tiene evidencia de que ciertas características temperamentales, tales como la búsqueda de sensaciones, la reactividad emocional, la impulsividad y la baja percepción del riesgo o daño son variables asociadas a la ocurrencia de la conducta antisocial ( Del Barrio, 2004 ).
Búsqueda de sensaciones Por lo que respecta a la búsqueda de sensaciones, Zuckerman, Persky, Link y Basu (1994) la definen como la necesidad de experimentar variadas y complejas sensaciones y el deseo de correr riesgos físicos y sociales por el simple deseo de disfrutar de tales experiencias. Dicha búsqueda se puede expresar, por ejemplo, en los deportes extremos o en la conducción riesgosa de automóviles, entre muchos otros ( Roberti, 2004 ).
Si bien la conducta antisocial incluye una amplia gama de comportamientos, para los propósitos del presente estudio se refiere a la frecuencia que la que un adolescente se comporta de un modo que va en contra de lo establecido por la sociedad; tal comportamiento podría o no encontrarse dentro o fuera de la ley, ubicado en un continuo que va de menor a mayor gravedad. Se incluyen en ese continuo desde las faltas menores, pasando por los actos desafiantes o agresivos en contra de otras personas, hasta los actos ilícitos penalizados por la ley, como el robo u otros ( Palacios, 2005 ).
Moffit (1993) explica que la conducta antisocial difiere en cuanto a su topografía según la etapa del desarrollo en el que se encuentre la persona; aunque generalmente dicha conducta se asocia con el período de la adolescencia, tiene su inicio en una etapa anterior. Si bien se espera que la mayoría de los niños se impliquen cada vez menos en conductas antisociales conforme crecen y maduran, una minoría de adolescentes las continúan llevando a cabo de forma incluso más frecuente ( Loeber y Stouthamer-Loeber, 1998 ). Además, dentro de este periodo, los adolescentes van cambiando y acentuando tales comportamientos; así, pueden cometer delitos cada más graves contra la propiedad, o delitos caracterizados por la agresividad y la violencia.
Del mismo modo, Moffit (1993) plantea que existen dos formas en que la conducta antisocial se manifiesta: una que es pasajera y que forma parte del desarrollo del adolescente, la cual es menos severa, y otra que es permanente y, por tanto, más rígida y problemática, misma que comienza a manifestarse en edades tempranas y que muestra que quien la ejecuta sufre alteraciones de temperamento, del desarrollo conductual y de las capacidades intelectuales, por lo que su pronóstico es menos favorable.
Respecto a las diferencias por sexo en cuanto a ese tipo de conductas, Rutter, Giller y Hagell (2000) señalan que si bien el ser varón se considera como uno de los indicadores de riesgo mejor documentados para el desarrollo de la conducta antisocial, no podría considerarse como un factor definitivo; no obstante, en México, algunos datos recogidos de la población estudiantil indican que los hombres muestran con mayor frecuencia este tipo de comportamientos en comparación con las mujeres ( Juárez, Villatoro, Gutiérrez, Fleiz y Medina- Mora, 2005 ; Villatoro et al., 2011 ).
Uno de los aspectos más importantes del estudio de la conducta antisocial ha sido el análisis de las variables con las que se asocia; por ejemplo, Lahey, Waldman y McBurnett (1999) explican que las prácticas parentales, la influencia de los pares y el nivel socioeconómico pueden considerarse como factores ambientales que contribuyen al desarrollo de este tipo de comportamiento. En efecto, los conflictos familiares, la pérdida de los padres y la falta de habilidades en la crianza son los factores principales que pueden intervenir en el desarrollo de la antisocialidad ( McCord, 2001 ; Morrison y Cherlin, 1995 ; Widom y Ames, 1994 ),aunque la desintegración familiar también se ha asociado con la conducta antisocial ( Juby y Farrington, 2001 ).
Respecto a los factores ambientales, uno de los más estudiados es el vecindario donde crecen los jóvenes; de hecho, los menores que viven en vecindarios violentos tienen mayor probabilidad de llevar a cabo comportamientos antisociales que los que viven en lugares con menos violencia ( Abrahamson, 1996 ; Bursik, 2000 ).
Dentro de los factores individuales, se tiene evidencia de que ciertas características temperamentales, tales como la búsqueda de sensaciones, la reactividad emocional, la impulsividad y la baja percepción del riesgo o daño son variables asociadas a la ocurrencia de la conducta antisocial ( Del Barrio, 2004 ).
Búsqueda de sensaciones Por lo que respecta a la búsqueda de sensaciones, Zuckerman, Persky, Link y Basu (1994) la definen como la necesidad de experimentar variadas y complejas sensaciones y el deseo de correr riesgos físicos y sociales por el simple deseo de disfrutar de tales experiencias. Dicha búsqueda se puede expresar, por ejemplo, en los deportes extremos o en la conducción riesgosa de automóviles, entre muchos otros ( Roberti, 2004 ).