Este
estudio pone a prueba un modelo ecológico como marco teórico explicativo de la
antisocialidad juvenil. 204 jóvenes mexicanos que cursaban la educación
secundaria o preparatoria contestaron un cuestionario con preguntas acerca de
la violencia intrafamiliar, su conducta antisocial, la ingesta de alcohol de
sus madres, los problemas de conducta escolar, algunas características del
ambiente familiar, escolar y del barrio y las actitudes acerca de la violencia.
Los datos fueron analizados a través de un modelo estructural en el cual las
variables investigadas constituyeron factores e índices que representaban a los
niveles de la teoría ecológica. Los resultados mostraron que el microsistema
tuvo un efecto directo en la conducta antisocial de los menores, el exosistema
mostró un efecto también directo en el microsistema y por lo tanto uno
indirecto en la conducta antisocial de los menores, y el macrosistema tuvo un
efecto directo en el exosistema y uno indirecto en la antisocialidad de los
jóvenes. Lo anterior parece respaldar el modelo ecológico, como explicación
coherente de la conducta antisocial en los menores.
Palabras
clave: conducta antisocial, jóvenes, modelo ecológico, ecuaciones
estructurales.
ABSTRACT
The
aim of this research was to test an ecological model as explanation of juvenile
delinquency. 204 Mexican students of junior and high school answered a
questionnaire containing questions about family violence, antisocial behavior,
child abuse, mother and father alcohol consumption, as well as some family,
school, and neighborhood environmental characteristics. Observed variables
constituted factors and indexes that represented the ecological theory.
Structural equation modeling was used to analyze data. Results showed that the
microsystem had a direct effect on antisocial behavior of youths, the exosystem
had also a direct effect on the microsystem and an indirect effect on
antisocial behavior, while the macrosystem had a direct effect on the exosystem
and an indirect effect on antisocial behavior. These results seem to support
the ecological model as an appropriate explanation of juvenile antisocial
behavior.
Key
words: antisocial behavior, juveniles, ecological model, structural equations.
La
delincuencia juvenil y las conductas antisociales en menores son problemas
complejos que atraen la atención de la sociedad por sus manifestaciones cada
vez más frecuentes y violentas. En México fueron arrestados 58,720 menores en
el año de 1997 y 56,448 en 1998 (Instituto Nacional de Estadística, Geografía e
Informática, INEGI, 1998). Estos indicadores representan únicamente los de los
menores que fueron internados en los centros de atención por algún delito
grave, pero el número de menores denunciados por alguna infracción es mucho
mayor que el de los internados (únicamente entre el 10% al 15% son internados).
Por ejemplo en la ciudad de Hermosillo, en el estado norteño de Sonora, de 300
denuncias que se recibieron en la policía en el mes de enero del 2000,
únicamente 50 fueron turnadas al Consejo Tutelar para Menores. De éstos
únicamente 31 fueron detenidos; el resto de los menores fue amonestado o fueron
entregados en custodia familiar. Esto demuestra que los datos del INEGI no
constituyen una aproximación real a la magnitud del problema, ya que la
institución procesa únicamente la información proveniente de los menores que
fueron arrestados o detenidos en algún Consejo o tribunal.
De
acuerdo con las estadísticas del gobierno, en el estado de Sonora en 1996 se
arrestaron 14, 355 jóvenes entre los 11 y los 18 años, quienes fueron
consignados en los tribunales para menores. Estos representan el 6% de la
población total de jóvenes en esa entidad (Gobierno del Estado de Sonora,
1998). En el año de 1997 se atendieron 13,833 menores en las delegaciones y/o
representaciones del Consejo Tutelar para Menores (Gobierno del Estado de
Sonora, 1998). En cuanto a la atención externa, se dio servicio a 22,491
menores en 1997 (Gobierno del Estado de Sonora, 1998). En total fueron
atendidos 36,321 menores, los que conforman el 15% de la población total de
éstos. Los datos no consideran a los menores que fueron denunciados y
entregados a sus padres después de recibir una amonestación, quienes
constituyen la mayor parte de los jóvenes infractores. Lo anterior mostraría
que un gran porcentaje de la población juvenil (quizá entre el 15% y el 30%) en
México se involucra en actividades criminales y esto constituye una
preocupación que requiere la comprensión de los determinantes de la
antisocialidad juvenil.
Teorías
explicativas
Diversas
teorías se han cuestionado el origen de la violencia en los humanos. Los
filósofos y los investigadores debaten acerca de la naturaleza
"noble" o "salvaje" de las personas (Freud, 1930; Lorenz,
1966). Freud y otros psicoanalistas aseguran que la agresión es el producto de
un primitivo y poderoso deseo por la muerte al cual ellos llaman Tánatos.
Lorenz (1966) argumenta que la violencia es instintiva. Sin embargo, los
estudios científicos actuales reportan que las causas de la violencia son
múltiples y éstas incluyen factores biológicos, fisiológicos, conductuales,
sociales, económicos y políticos (American Psychological Association's
Comission on Youth Violence, 1993; National Research Council, 1993; Ollendick,
1996).
Lerner
y Galambos (1998) plantean que, de manera consistente con las condiciones
individuales y las contextuales, existen factores centrales básicos en la
génesis y en el desarrollo de las conductas de riesgo de la criminalidad, sobre
las cuales se puede trabajar en prevención. Estos comprenden tres factores
individuales y tres contextuales: 1) la edad (la iniciación temprana en una
conducta de riesgo en la adolescencia); 2) las expectativas respecto de la
escuela y de las calificaciones escolares; 3) conducta(s) general(es), tales
como acciones inapropiadas; 4) observar influencias antisociales, ya que muchas
veces más allá de los factores individuales los factores contextuales son los
que conducen a la generación de conductas de riesgo; 5) las influencias de los
padres, particularmente sus estilos autoritarios o permisivos; y 6) las
influencias del vecindario.
El
modelo ecológico
Bronfenbrenner
(1987) propone una perspectiva ecológica del desarrollo de la conducta humana.
Esta perspectiva concibe al ambiente ecológico como un conjunto de estructuras
seriadas y estructuradas en diferentes niveles, en donde cada uno de esos
niveles contiene al otro. Bronfenbrenner denomina a esos niveles el
microsistema, el mesosistema, el exosistema y el macrosistema. El microsistema
constituye el nivel más inmediato en el que se desarrolla el individuo
(usualmente la familia); el mesosistema comprende las interrelaciones de dos o
más entornos en los que la persona en desarrollo participa activamente; al
exosistema lo integran contextos más amplios que no incluyen a la persona como
sujeto activo; finalmente, al macrosistema lo configuran la cultura y la
subcultura en la que se desenvuelve la persona y todos los individuos de su
sociedad. Bronfenbrenner (1987) argumenta que la capacidad de formación de un
sistema depende de la existencia de las interconexiones sociales entre ese
sistema y otros. Todos los niveles del modelo ecológico propuesto dependen unos
de otros y, por lo tanto, se requiere de una participación conjunta de los
diferentes contextos y de una comunicación entre ellos.
Bronfenbrenner
y Ceci (1994) han modificado su teoría original y plantean una nueva concepción
del desarrollo humano en su teoría bio-ecológica. Dentro de esta teoría, el
desarrollo es concebido como un fenómeno de continuidad y cambio de las
características bio-psicológicas de los seres humanos, tanto de los grupos como
de los individuos. El elemento crítico de este modelo es la experiencia que
incluye no sólo las propiedades objetivas sino también las que son
subjetivamente experimentadas por las personas que viven en ese ambiente.
Bronfenbrenner y Ceci (1994) argumentan que, en el transcurso de la vida, el
desarrollo toma lugar a través de procesos cada vez más complejos en un activo
organismo bio-psicológico. Por lo tanto el desarrollo es un proceso que deriva
de las características de las personas (incluyendo las genéticas) y del
ambiente, tanto el inmediato como el remoto y dentro de una continuidad de
cambios que ocurren en éste a través del tiempo. El modelo teórico es referido
como un modelo Proceso-Persona-Contexto-Tiempo (PPCT).
Belsky
(1980) retomó el modelo original de Bronfenbrenner y lo aplicó al abuso
infantil. En la aplicación de Belsky, la familia representaba al microsistema;
y el autor argumentaba que en este nivel más interno del modelo se localiza el
entorno más inmediato y reducido al que tiene acceso el individuo. El
microsistema refiere las relaciones más próximas de la persona y la familia, es
el escenario que conforma este contexto inmediato. Éste puede funcionar como un
contexto efectivo y positivo de desarrollo humano o puede desempeñar un papel
destructivo o disruptor de este desarrollo (Bronfenbrenner, 1987). El mundo de
trabajo, el vecindario, las relaciones sociales informales y los servicios
constiturían al exosistema, y los valores culturales y los sistemas de
creencias se incorporarían en el macrosistema. Como lo mencionábamos, para
Belsky (1980) el exosistema es el segundo nivel y está compuesto por la
comunidad más próxima después del grupo familiar. Ésta incluye las
instituciones mediadoras entre los niveles de la cultura y el individual: la
escuela, la iglesia, los medios de comunicación, las instituciones recreativas
y los organismos de seguridad. La escuela constituye un lugar preponderante en
el ambiente de los jóvenes; ellos permanecen una gran parte de su tiempo en
este lugar, el que contribuye a su desarrollo intelectual, emocional y social.
El macrosistema comprende el ambiente ecológico que abarca mucho más allá de la
situación inmediata que afecta a la persona. Es el contexto más amplio y remite
a las formas de organización social, los sistemas de creencias y los estilos de
vida que prevalecen en una cultura o subcultura (Belsky, 1980; Bronfenbrenner,
1987). En este nivel se considera que la persona se ve afectada profundamente
por hechos en los que la persona ni siquiera está presente. La integración en
la sociedad es parte de la aculturación de los individuos a las instituciones
convencionales, las normas y las costumbres (Angenent & Man, 1996).
Emery
y Laumann-Billings (1998) utilizaron el modelo ecológico para analizar las
causas y las consecuencias de las relaciones familiares abusivas y
establecieron a la familia como el contexto más inmediato. El contexto
ecológico más amplio lo constituyeron las cualidades de la comunidad en las que
está inmersa la familia, tales como la pobreza, la ausencia de servicios, la
violencia, la desorganización social, la carencia de identidad dentro de sus
miembros, y la falta de cohesión en ella. Por su parte, el contexto
sociocultural estuvo formado por los valores y las creencias culturales.
En
el presente estudio retomamos el modelo ecológico aplicado por Belsky (1980) al
abuso infantil. En este modelo, Belsky propone los mismos sistemas que
Bronfenbrenner, pero los define de manera diferente. Segun Belsky (1980) las
relaciones dentro de la familia constituyen el vínculo más próximo y el sistema
más inmediato en el que se desenvuelven los niños, al que denomina
microsistema. El barrio y la escuela son contextos importantes para los
menores, pero constituyen otro nivel de interacción, al cual llama el
exosistema y por último, Belsky considera que la cultura constituye el
macrosistema.
Determinantes
de la antisocialidad y de la delincuencia juvenil
En
Criminología, la inestabilidad, la desintegración y la disrupción familiar
constituyen una parte central en la explicación del desarrollo de la
delincuencia (Wells & Rankin, 1991). Los conflictos familiares, la
pérdida de los padres y la falta de habilidades de crianza son los factores que
pudieran intervenir en el desarrollo de la antisocialidad y de la delincuencia
(Morrison & Cherlin, 1995; Widom & Ames, 1994). McCord (2001)
plantea que los padres o cuidadores forjan criminales a través de las prácticas
de crianza en tres formas: 1) por la trasmisión de valores a través de sus
propias acciones y las acciones que ellos aprueban, 2) en el desarrollo, por la
falta de ligas con y entre los miembros de la familia, y 3) estableciendo la
legitimidad de las acciones antisociales, a través de los métodos que ellos
utilizan para lograr sus deseos en sus hijos/as. Los niños/as aprenden lo que
es valorado dentro del ambiente familiar, sea esto bueno o malo para el resto
de la sociedad (McCord, 1996).
Juby
y Farrington (2001), en un estudio para identificar la relación entre la
desintegración familiar y la delincuencia, encontraron que la delincuencia de
los jóvenes se correlacionaba con la desintegración y el conflicto familiar,
concluyendo que es el conflicto que antecede a los divorcios y no la separación
de los padres lo que pudiera llevar a los jóvenes a delinquir. La violencia en
el hogar, tanto el maltrato dirigido hacia los niños como el maltrato hacia las
madres de éstos, resulta en un empobrecimiento del ambiente familiar. Dicho
empobrecimiento causa que los niños presenten problemas en su desarrollo,
manifestándose en la escuela cuando éstos ingresan a ella. Por otro lado, la
violencia puede tener consecuencias devastadoras en los menores, las que pueden
manifestarse como conducta antisocial o autodestructiva en los niños (Straus,
1991). Los niños que son castigados físicamente están en más riesgo de mostrar
conducta antisocial (Straus, Sugarman & Giles-Sims, 1997). Así mismo,
se ha encontrado en la familia disfuncional una de las bases para el desarrollo
de la delincuencia (Wells & Rankin, 1991; Juby & Farrington,
2001).
La
escuela es el lugar en donde los jóvenes adquieren conocimientos, pero también
es el escenario en donde se entrenan para las relaciones sociales y en donde se
exponen a las variadas normas sociales, reglas y costumbres de su comunidad
(Angenent & Man, 1996). La forma en la que la escuela ejerce influencia
en los estudiantes es a través de sus políticas, las cuales se ven reflejadas
en el establecimiento de reglas y las maneras con las que se hacen cumplir las
mismas. Existe una relación entre los ambientes escolares y la delincuencia; un
ambiente escolar positivo permite relaciones prosociales entre estudiantes y
profesores, y entre los estudiantes (Angenent & Man, 1996; Vazsonyi
& Flannery, 1997). Es probable que en la escuela ocurra también un
patrón de aprendizaje de acciones antisociales y delictivos y que algunos
estímulos del contexto escolar promuevan más que otros la aparición y el
mantenimiento de esas acciones negativas. El ambiente escolar es uno de los
contextos más importantes de convivencia de los adolescentes con sus compañeros
y es también el escenario en el que reciben más influencia de ellos. Un
ambiente escolar negativo puede conducir a los escolares a comportarse
antisocialmente, como lo muestran Lotz y Lee (1999). De la misma manera,
Gaustad (1992) señala evidencias de que hay más confrontación entre los alumnos
en las escuelas en las que existen reglas que no son claras, o reglas
arbitrarias e injustas. Lo mismo ocurre cuando las conductas desviadas de los
menores son ignoradas y cuando las escuelas carecen de recursos suficientes
para la enseñanza.
Los
vecindarios son parte de la vida diaria de los menores (Bursik, 2001).
Abrahamson (1996) encontró que los vecindarios jugaban un rol importante en la
asimilación de los grupos a las instituciones sociales. Ese mismo autor reporta
que los menores que viven en barrios violentos manifiestan más conducta
antisocial o agresiva. La delincuencia juvenil se agrupa en algunos sectores de
las ciudades o regiones. En las áreas en donde hay delincuencia también existen
otras formas de conducta desviada o antisocial y otros problemas sociales (Taylor,
1997), y en las ciudades la delincuencia se concentra en ciertas áreas
(Peterson & Krivo, 1993; Sampson, 1997).
Por
otro lado, la delincuencia juvenil se encuentra en lugares en donde existe
oportunidad para cometer delitos: en áreas comerciales, lugares de
entretenimiento y en vecindarios socialmente problemáticos. Estos vecindarios
problemáticos por lo general presentan condiciones de mucha pobreza en los
hogares, poco mantenimiento de las casas, y poca gente que vive en éstas es
propietaria de las mismas (Sampson, Raudenbush & Earls, 1997). Existen
espacios abiertos, casas y edificios abandonados y pocos lugares de recreo y
áreas de servicio (Angenent & Man, 1996; Sampson et al., 1997).
Peterson, Krivo y Harris (2000), en un estudio llevado a cabo en comunidades en
desventaja, encontraron que los vecindarios podían reducir la delincuencia con
el desarrollo de ciertos tipos de instituciones locales (centros de recreo,
escuelas, etcétera). Es probable que las condiciones de pobreza no sean directamente
las que ocasionen la delincuencia, sino la carencia de servicios o de
instituciones para el desarrollo de los menores.
Algunos
autores proponen que los jóvenes, por su naturaleza, no están muy dispuestos a
la integración social, y más bien buscan independencia y su propia identidad.
Los jóvenes son críticos de la sociedad y señalan sus problemas; sin embargo,
por lo general ellos siguen las reglas impuestas. La integración de los jóvenes
en la sociedad depende de las normas a las que ellos personalmente se adhieren
(Brook & Newcomb, 1995; Hagan, Hefler, Classen, Boehnke &
Merkens, 1998).
Las
actitudes sociales favorables a la agresión constituyen uno de los factores
señalados como antecedentes de la delincuencia juvenil. Loeber y Hay (1997), en
una revisión de la literatura, examinaron la relación entre actitudes
favorables a la violencia, agresiones menores y crímenes violentos en
adolescentes y preadolescentes, encontrando que las actitudes favorables a la
violencia predecían la conducta delictiva de los menores (Loeber, Keenan
& Zhang, 1997).
El
modelo ecológico del desarrollo representa un marco teórico para el estudio de
la antisocialidad, debido a que comprende todos los entornos en los que se
desenvuelve el menor. Estos escenarios, tal como los plantean Bronfenbrenner
(1987) y Belsky (1980) pudieran contribuir al desarrollo de la conducta
prosocial del individuo, si éstos son positivos. Sin embargo, un ambiente
familiar adverso, un vecindario conflictivo, con venta de drogas, una escuela
con condiscípulos antisociales, con un ambiente físico descuidado y una cultura
de no respeto a las leyes, y la impunidad, pudieran generar conducta antisocial
y delictiva en los menores.
El
propósito del presente trabajo es el de modelar, mediante el auxilio de las
ecuaciones estructurales, el esquema de la teoría ecológica, como marco
explicativo de la génesis y mantenimiento de la conducta antisocial en jóvenes.
Aunque este estudio se desarrolló con menores mexicanos, las similitudes de las
condiciones sociales y culturales de la mayoría de las comunidades
latinoamericanas podría permitir generalizar sus resultados a este ámbito
mayor.
Método
Participantes
Se
entrevistaron 204 jóvenes que cursaban la educación secundaria y preparatoria
en escuelas de una población mexicana. Los sujetos estudiados presentaron una
media de edad de 15 años. El promedio escolar de los estudiantes fue de 64 (en
una escala del 0 al 100), con una desviación estándar de 33. La misma
proporción de los sujetos correspondió al sexo masculino y al femenino (50% y
50% cada uno).
Las
escuelas se seleccionaron tomando en cuenta los parámetros del Instituto
Nacional de Geografía e Informática (INEGI, 1998). El INEGI organiza el sistema
estadístico nacional en áreas geográficas a tres niveles o áreas: Área
Geoestadística Estatal (AGEE), Área Geoestadística Municipal (AGEM), y Área
Geoestadística Básica (AGEB). Los AGEB constituyen la unidad fundamental del
marco geoestadístico nacional y conforman una selección de los principales conceptos
de la temática censal en la cual es plausible calcular indicadores específicos,
y en general, realizar operaciones para obtener estadísticas derivadas (INEGI,
1998).
Para
el estudio, se seleccionó un AGEB que fuera representativo de los tres estratos
socioeconómicos (alto, medio, y bajo) de la ciudad y después se seleccionaron
las escuelas que representaran ese AGEB. Una vez determinadas las escuelas se
entrevistó a un grupo de cada grado; en la escuela secundaria se entrevistó a
un grupo de primero, a uno de segundo, y a uno de tercero. En la escuela
preparatoria se entrevistó a un grupo de primer semestre, a uno de tercero y a
uno de quinto.
Instrumentos
Se
aplicó una batería de pruebas consistente en 17 escalas, 9 de las cuales fueron
elaboradas en los Estados Unidos, traducidas al español y piloteadas con
anterioridad al presente estudio. Las otras 4 escalas fueron elaboradas
expresamente para esta investigación. Las escalas se describen a continuación:
Conducta
antisocial y delictiva. Está constituida por 17 items que miden el número de
veces que el niño ha cometido un acto o conducta antisocial o delictiva
especificada en el instrumento, durante los 12 meses anteriores a la
entrevista, en donde: 0= nunca, 1= una o dos veces, 2= de tres a cinco veces,
3= de seis a diez veces, 4= de once a veinte veces y 5= más de veinte veces.
Las acciones reflejan el número de veces que los menores reportaron haber
golpeado a alguien, robado cosas, o hecho daños en propiedad ajena en el último
año. En un estudio anterior se reportó un alfa de Cronbach de .75 para esta
escala (Frías, Ramírez, Soto, Castell & Corral, 2000).
Maltrato
y castigo del padre y de la madre. Esta escala contiene diez ítems que fueron
tomados de la Escala de Tácticas de Conflicto de Straus (1979; 1990) y fue
administrada a todos los niños de la muestra. Estos reactivos miden la
frecuencia de la violencia física y emocional del padre y de la madre hacia sus
hijos, en una escala de cero a cinco, 0 = nunca, 1 = una vez, 2 = dos veces, 3 =
de tres a cinco veces, 4 = seis a diez veces, 5 = once a veinte veces, 6 = más
de veinte veces. Straus (1979) reportó un alfa de Cronbach de 0.72 para los
trece ítems utilizados.
Violencia
entre los padres. Se utilizaron 12 items de la escala de Violencia Intramarital
de Straus (1980). Ésta se contesta empleando valores que van de 0 a 6, en donde
0=nunca ... 6=más de veinte veces. Al igual que en la escala de los niños, se
obtuvo un alfa de .91 para los items utilizados.
Uso
de alcohol de la madre y del padre. El uso de alcohol y drogas fue medido con
preguntas obtenidas del Inventario de Diagnóstico de Alcohol para Padres (Reich
& Herjanic, 1989). Se utilizaron tres items de ese inventario, los
cuales medían la frecuencia y la cantidad de alcohol que ingería la madre por
semana. La frecuencia se midió en una escala de 6 puntos (0= nunca ... 5= todos
los días de la semana) y la cantidad en una escala de 5 puntos (0=nada ...
4=más de seis bebidas en cada ocasión).
Ambiente
familiar. Esta escala fue elaborada especialmente para el presente estudio y
mide la percepción de los sujetos acerca del ambiente físico familiar. Los
entrevistados reportaron acerca de lo frío, caliente, iluminada, insegura,
ruidosa y deteriorada que percibían su casa, en una escala de 0 al 10, en donde
0= nada y 10= demasiado. Se obtuvo una consistencia interna de la escala de
alfa= .82.
Ambiente
en la colonia. Se elaboraron nueve reactivos para medir la percepción que
tenían los participantes acerca de su colonia (barrio). Los sujetos
calificaron, en una escala que iba de 0 a 10, qué tan peligrosa, ruidosa,
sucia, y oscura sentían su colonia. Además, los estudiantes reportaron la
frecuencia de la venta de drogas en su barrio y la cantidad de vagos y personas
embriagadas que veían en el mismo, así como la heterogeneidad de la composición
social del barrio. El alfa que se obtuvo de la escala, para este estudio, fue
de .85.
Problemas
escolares. Los problemas escolares fueron medidos en una escala elaborada por
Frías, Corral, Moreno y Rodríguez (2000). En la misma, los niños indicaron el
número de veces que manifestaron una conducta inapropiada (indisciplina) en la
escuela, considerando 6 puntos posibles de respuesta, en donde 0= nunca, 1= una
o dos veces ... y 5= más de 20 veces.
Ambiente
escolar. Esta escala fue elaborada especialmente para el presente estudio y
mide la percepción que tienen los estudiantes de su ambiente escolar. Los
sujetos reportaron la ocurrencia de peleas en la escuela, la venta de drogas,
la presencia de vagos, la suciedad y el descuido de la escuela, en una escala
del 0 al 10, en donde 0= nada y 10= demasiado. Se obtuvo un alfa de .80 para
esta escala.
Actitudes.
Las actitudes acerca de la ley, la justicia, el gobierno, la venganza por
propia mano, y la impunidad fueron medidas en una escala tipo likert de 5
puntos (0= estás en completo desacuerdo, 1= ligeramente de acuerdo, 2= ni de
acuerdo ni en desacuerdo, 3= ligeramente de acuerdo, y 4= completamente de
acuerdo). Con sus respuestas, el joven manifestaba su grado de acuerdo con lo
adecuado de comportamientos como mentir, obrar mal, no seguir reglas, actuar
impunemente, y el tomar riesgos, entre otros.
Procedimiento
Los
alumnos contestaron el cuestionario en el aula en donde recibían clases. Dos
psicólogas clínicas estuvieron aclarando sus dudas y dando las instrucciones
dentro del aula. A los alumnos se les informó que su participación era
totalmente voluntaria y que podían dejar de contestar el cuestionario en
cualquier momento. De la misma manera se les aseguró total confidencialidad de
la información que se obtuviera.
Análisis
de datos
Los
datos fueron analizados en el programa estadístico SAS, de donde se obtuvieron
estadísticas univariadas como las frecuencias de las variables categóricas, las
medias y las desviaciones estándar de las variables continuas y las alfas de
Cronbach de las escalas utilizadas. Los promedios de las escalas constituyeron
índicesque representaron a las variables a relacionar. Con estos índices se elaboró
la matriz de correlaciones para probar el modelo propuesto. Esta prueba del
modelo se logró utilizando ecuaciones estructurales, mediante el paquete EQS
(Bentler, 1995). El modelo de ecuaciones estructurales contempla dos pasos
importantes: el modelo de medición y el modelo estructural. El modelo de
medición es un análisis factorial confirmatorio, mientras que el análisis
estructural estima las relaciones entre los factores obtenidos en el modelo de
medición. La ventaja de este sistema analítico es que permite medir al mismo
tiempo los efectos directos e indirectos que tiene una variable latente u
observada sobre otra(s) variables (Corral-Verdugo, 2002).
El
modelo de medición de esta investigación consistió en la correlación (pesos
factoriales) entre los factores exosistema y microsistema con sus
correspondientes indicadores. Se presumió que el exosistema estaría formado por
el ambiente de la colonia y el contexto escolar adverso y por un comportamiento
escolar problemático. El microsistema lo formarían el abuso infantil materno y
paterno, la violencia paterna, el abuso de alcohol por parte de la madre y el
ambiente físico desfavorable. El macrosistema estaría conformado por un índice,
que fue la suma de variables acerca de creencias y actitudes hacia la ley. Esto
significa que el macrosistema fue tratado, en el modelo, como una variable
manifiesta.
El
modelo estructural consistió en la medición de los efectos (coeficientes
estructurales) del factor microsistema en la conducta antisocial, del exosistema
en el microsistema y del macrosistema en el exosistema. Se esperaban
coeficientes altos y significativos (p < .05) en todas las relaciones
especificadas.
Para
determinar si los datos respaldan el modelo teórico bajo prueba se establecen
indicadores de bondad de ajuste. En el caso del EQS, se establece un indicador
de bondad de ajuste estadístico que es la chi cuadrada(c2), y los indicadores
prácticos que controlan el efecto del número de sujetos (N) sobre la
significatividad de la prueba de c2. Estos indicadores prácticos son el Indice
Bentler-Bonett de Ajuste Normado (IBAN), el Índice Bentler-Bonett de Ajuste No
Normado (IBANN) y el Índice de Ajuste Comparativo (IAC). Dado que estamos
probando si el modelo teórico está respaldado por los datos, es decir, que el
modelo propuesto no es significativamente diferente de las correlaciones entre
todas las variables, entonces esperaríamos que el valor dec2, que estima esa
relación, sea bajo y no significativo, es decir, que su probabilidad asociada
sea mayor a .05. Para los indicadores prácticos se requiere que su valor se
acerque a 1.0 y que sea, al menos, superior a .90, como evidencia de que el
modelo alcanzó bondad de ajuste (Bentler, 1995). También se consideró el
indicador de la Raíz Cuadrada del Cuadrado Medio del Error de Aproximación
(RMSEA, por sus siglas en inglés) cuyo valor deberá ser menor a .05, como
evidencia de bondad de ajuste (Browne & Cudeck, 1993).
Resultados
Análisis
univariados y confiabilidad de las escalas.
Puede
observarse que las alfa fueron al menos de .60 para todas las escalas, lo cual
es un indicador de su confiabilidad (Nunally & Bernstein, 1994).
Primeramente
se probó la validez de constructo de las dos variables latentes (exosistema y
microsistema). Todos los pesos factoriales del exosistema con sus
correspondientes variables indexadas (ambiente de la colonia, conducta escolar
y ambiente escolar) fueron significativas (p < .05). El índice de
"ambiente de la colonia" obtuvo un peso factorial de .53, mientras
que el de "ambiente de colonia" tuvo uno de .48 y el de
"ambiente escolar" mostró un peso factorial de .50. De la misma
manera, el microsistema parece constituirse como un factor coherente, ya que
todos los índices que lo forman produjeron valores altos y significativos para
sus cargas factoriales. El abuso materno produjo un peso factorial de .44 con
su factor de microsistema, el peso factorial de abuso paterno fue de .51, el de
la violencia paterna fue de .43, el del alcohol materno fue de .24 y el del
ambiente de la casa fue de .22. Se tomaron todos esos indicadores factoriales
como indicios de validez de constructo de las dos variables latentes.
Al
considerar el modelo estructural, se estimó el efecto del microsistema en la
delincuencia, resultando un coeficiente estructural de .73. El efecto del
exosistema en el microsistema se mostró como un coeficiente estructural de .74,
mientras que la influencia del macrosistema en el exosistema se reflejó en un
coeficiente de .50. El modelo produjo una R2 (coeficiente de determinación
múltiple) de .56 en la estimación de la variable dependiente, lo que significa
que el mismo explica el 56 por ciento de la variabilidad en la conducta
antisocial de los jóvenes.
Los
indicadores de bondad de ajuste fueron favorables. La chi cuadrada de este
modelo fue de 53.39 (30 g.l., de diez variables manifiestas y dos factores) a
la que se le asoció una p= .005 y los valores de IANN e IAC fueron mayores a
.90. (IANN= .90, IAC= .93) y el resultado de RMSEA = .04. Esto significa que el
modelo y sus interrelaciones se ajustan bien a los datos.
Conclusiones
Nuestros
datos parecen demostrar que el modelo ecológico propuesto por Bronfenbrenner
(1987) y adaptado por Belsky (1980) constituye una representación adecuada
(evidenciada en su bondad de ajuste) de la generación y mantenimiento de la
conducta antisocial en jóvenes. En este modelo, el microsistema explica
directamente un 56% de la varianza en la conducta antisocial, la cual es
también afectada de manera indirecta por el exo y el macrosistema. Como se
anticipaba, los contextos más amplios afectan a los más próximos en término de
desarrollo de la conducta antisocial. En el modelo, el macrosistema tuvo un
efecto positivo en el exosistema y éste en el microsistema, y finalmente este
último afectó positivamente a la conducta antisocial. Lo anterior significa que
el contexto cultural afectó la forma en la que los individuos se relacionaban
entre sí dentro del contexto escolar y en el del barrio. El ambiente del barrio
influyó en las relaciones familiares y éstas en la conducta antisocial del
menor. De la misma manera, el efecto del macrosistema en el exosistema,
significaría que la existencia de un sistema de creencias y actitudes ejerce
influencia en la forma en la que la gente se comporta dentro de su contexto
social. Los estilos de vida, la cultura y la subcultura, y la integración en la
sociedad son partes de la aculturación de los individuos a las instituciones
convencionales, las normas y las costumbres (Angenent & Man, 1996).
El
efecto del exosistema en el microsistema expresa que las relaciones familiares
están permeadas por el ambiente, en este caso, de violencia o inestabilidad que
se vive en el contexto más próximo que es el vecindario. Las condiciones
físicas y sociales del barrio propician la violencia en el mismo. En los
barrios pobres se presentan condiciones de carencia material en los hogares,
las casas no reciben mantenimiento, existen pocos lugares de recreación y de
servicio (como las escuelas, y las que existen se encuentran en malas
condiciones), se presenta venta de drogas y licor y esto pudiera originar un
ambiente de descuido, propicio para la violencia (Abrahamson, 1996; Bursik,
2001).
Los
resultados de nuestro estudio también mostraron el efecto positivo de un
ambiente familiar inadecuado en la conducta antisocial de los menores. Tal como
lo menciona Bronfenbrenner (1987), la familia puede funcionar como un contexto
efectivo de desarrollo del niño. Sin embargo, los conflictos familiares, la
pérdida de los padres, y la falta de habilidades de crianza son los factores
que pudieran intervenir en el desarrollo de la delincuencia o de la conducta
antisocial en los menores (Juby & Farrington, 2001; Wells &
Rankin, 1991). La delincuencia juvenil según algunos autores, es una de las
consecuencias negativas predecibles de condiciones familiares inadecuadas como
ocurre en el caso de la violencia familiar. Algunos estudios indican que, los
niños/as que son testigos de la violencia o que reciben el maltrato
directamente pudieran desarrollar conducta antisocial o delictiva (McCord,
2001; Morrison & Cherlin, 1995; Widom & Ames, 1994).
Nuestros
datos parecen mostrar una visión más completa del desarrollo de la delincuencia
juvenil, en comparación con los derivados de esquemas más específicos (marcos
explicativos no ecológicos). Estos datos indicarían que la delincuencia o la
conducta antisocial juvenil son fenómenos que reciben influencias no sólo
multifactoriales sino multicontextuales también. La teoría ecológica presenta
una alternativa para modelar los efectos de estos factores. De la misma manera
este modelo teórico nos proporciona una pauta para la propuesta de sistemas de
intervención. Siguiendo este esquema se propone que los programas de intervención
consideren mecanismos que impacten en todos los contextos, si se esperan
resultados efectivos para enfrentar los problemas abordados. Las intervenciones
a nivel individual no serán efectivas si no se toman en cuenta todos los
escenarios en los que se desarrollan los jóvenes en nuestras sociedades.
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Nota
(1)
Esta investigación se desarrolló gracias al apoyo del Consejo Nacional de
Ciencia Y Tecnología (CONACYT) de México (Proyecto 35166-H).
Martha
Frías-Armenta, Doutora em Psicologia pela University of Arizona (Tucson, EUA),
é Professora Investigadora no Departamento de Direito da Universidad de Sonora,
Hermosillo, México.
Amelia
Eréndida López-Escobar e Sylvia Guadalupe Díaz-Méndez são Licenciadas en
Psicología da Universidad de Sonora, México.
Endereço
para correspondência: Martha Frías Armenta, Sevilla 6, Fracc. Casa Grande -
Sección III, Hermosillo, Sonora, 83240, México.
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