Tradicionalmente las prácticas educativas disfuncionales han sido confirmadas como una de las fuentes de riesgo más importantes de los problemas de conducta infanto juveniles. Por otra parte, en la última década se ha corroborado la importancia de la manifestación temprana de rasgos psicopáticos a la hora de delimitar los patrones más graves y persistentes de conducta antisocial. En esta línea, se ha diseñado el presente trabajo a partir de la información proporcionada por padres y profesores de 192 niños entre 6 y 11 años, de los cuales 133 fueron nuevamente evaluados en un seguimiento realizado tres años después. De este modo, se analiza en qué medida rasgos psicopáticos y prácticas parentales permiten predecir el desarrollo de los problemas de conducta, se examinan las posibles interacciones entre variables partiendo de las hipótesis que la escasa literatura sobre el tema ha formulado, y se realiza una aproximación al papel diferencial que rasgos psicopáticos y prácticas parentales parecen jugar en la trayectoria evolutiva de las conductas externalizantes. Los resultados obtenidos constatan la existencia de interacciones entre rasgos psicopáticos y prácticas parentales, de forma que las prácticas educativas pierden poder predictivo sobre los problemas de conducta ante la presencia de rasgos psicopáticos afectivo-interpersonales.
Palabras clave: Prácticas parentales; rasgos psicopáticos; dureza/insensibilidad emocional; infancia; adolescencia.
Title: Pychopathic traits and parenting practices in the prediction of childhood behavioural problems.
Abstract: Dysfunctional parenting practices have been evidenced as one of the most important sources of risk for child and adolescent behavioural problems. On the other hand, during the last decade, psychopathic traits have also been shown as important ingredients in order to identify the most severe and persistent patterns of antisocial behaviours. In this line, this study was developed taking into account data collected from parents and teachers about 192 children (aged 6-11 years); a follow up which take place three years later could collect new data on a subsample of 133 chil-dren. This study analyzes to what extent psychopathic traits and parenting practices predict the development of behavioural problems. Moreover, in-teractions among psychopathic traits and family variables are examined, on the basis of the hypotheses suggested by previous studies about the differential role placed by these factors in the developmental pathways of externalizing problems. Results confirm the existence of interactions be-tween psychopathic traits and parenting practices, leading to a loss of in-fluence of educational practices on behavioural problems in the presence of psychopathic affective-interpersonal traits.
Keywords: Parenting practices; psychopathic traits; callous/unemotional traits; childhood; adolescence.
El contexto familiar ha sido tradicionalmente analizado co-mo una de las fuentes de riesgo y protección más relevante en el estudio de los problemas de conducta infanto-juveniles (Romero, Robles y Lorenzo, 2006). A pesar de que han sido múltiples las variables analizadas (Farrington, 2005), en las últimas décadas el interés se ha centrado, fundamentalmente, en la amplia constelación de conductas desplegadas por los padres en sus interacciones con los hijos así como en las actitudes que subyacen a dichos comportamientos y que, en conjunto, darán lugar a una tipología de educación familiar o, lo que es lo mismo, a diferentes estilos y prácticas educativas familiares (Darling y Steinberg, 1994).
El empleo de unas prácticas parentales inadecuadas y su interacción con un temperamento difícil por parte del niño ha sido propuesto en diversos modelos como primer es-labón en el desarrollo de los problemas de conducta infanti-les (ej. Moffitt, 1993). En este sentido, variables como la implicación o supervisión parental (Monitoring; Dishion y McMahon, 1998), la implicación y afectividad de la relación paterno-filial (Hill, 2002), la consistencia en la disciplina (Romero et al., 2006) o el empleo del castigo físico (Gers-hoff, 2002) han sido extensamente analizadas como parte del marco explicativo de la conducta perturbadora y antisocial en la infancia y adolescencia.
Por otra parte, con el fin de delimitar los problemas de conducta infantiles y teniendo en cuenta la heterogeneidad en cuanto a etiología, curso y pronóstico que los caracteriza (McMahon, Witkiewitz y Kotler, 2010), en los últimos años se ha venido analizando, durante las primeras etapas del ciclo vital, la presencia de rasgos afectivos (ej. ausencia de re-mordimientos), interpersonales (ej. manipulación) y conductuales (ej. impulsividad) similares a aquellos que perfilan el constructo de psicopatía adulta (Frick y Viding, 2009; Rome-ro, Luengo, Gómez-Fraguela, Sobral y Villar, 2005).
De hecho, la presencia de rasgos psicopáticos a edades tempranas, especialmente rasgos afectivos de dureza e insen-sibilidad emocional (Frick y White, 2008), ha mostrado su papel como importante predictor de problemas de conducta severos y persistentes (Rowe et al., 2010), conductas agresivas y violentas (especialmente de carácter proactivo e instrumental; Marsee y Frick, 2010), y comportamientos delictivos (Lynam, Miller, Vachon, Loeber y Stouthamer-Loeber, 2009) tanto entre la población infantil como en la adolescen-te (McMahon et al., 2010).
A pesar de la importancia que tanto las prácticas parentales como los rasgos psicopáticos de tipo afectivo e interpersonal tienen como predictores independientes de los problemas de conducta (Larsson, Viding y Plomin, 2008), su influencia no parece manifestarse de forma aditiva acumulando los efectos de ambos factores (Wootton, Frick, Shelton y Silverthorn, 1997). Aun siendo escasos los trabajos desarrollados en esta línea (Farrington, 2006), los resultados parecen apuntar a la existencia de interacciones significativas entre rasgos psicopáticos y prácticas parentales a la hora de predecir los problemas de conducta infantiles (Edens, Skopp y Cahill, 2008).
Esta idea fue propuesta inicialmente por Lykken (1995), quien planteó que los niños caracterizados por un temperamento duro y difícil, posteriormente equiparado con el rasgo dureza emocional (Wootton et al., 1997), presentarían un riesgo importante de desarrollar conductas antisociales con independencia del ambiente de crianza en el que habían crecido. Por el contrario, los niños que no presentaban dicha predisposición temperamental veían incrementadas las probabilidades de desarrollar problemas de conducta ante la exposición a prácticas educativas disfuncionales en el entorno familiar.
Posteriormente, Wootton et al. (1997) pusieron a prueba dicha hipótesis en un trabajo desarrollado en una muestra clínica de 136 niños, además de 30 niños de la población ge-neral, entre 6 y 13 años. Tal y como se había planteado, en el grupo de niños en el que se habían detectado rasgos de dureza e insensibilidad emocional el desarrollo de problemas de conducta era relativamente independiente de las prácticas parentales. En este sentido, las propias características de los niños los hacían, en cierto modo, resistentes a las prácticas de socialización tradicional. Por el contrario, la mayoría de los niños con problemas de conducta no presentaban rasgos de dureza emocional pero sí una alta sensibilidad a los estilos y prácticas educativas desarrolladas por los padres. En definitiva, las tácticas disciplinarias disfuncionales aparecían es-trechamente relacionadas con los problemas de conducta pero únicamente en el subgrupo de niños en los que no se habían manifestado rasgos psicopáticos.
Estos mismos resultados fueron replicados en un trabajo desarrollado por Oxford, Cavell y Hughes (2003) con una muestra de 243 niños y niñas de la población general, con una edad media de 8.42 años. En este estudio se observó que las prácticas parentales ineficaces no se relacionaban con problemas de conducta en el grupo de niños en los que se comenzaba a manifestar un perfil próximo a la personalidad psicopática adulta.
Por su parte Hipwell et al. (2007) analizaron las interacciones entre prácticas parentales, rasgos psicopáticos y pro-blemas de conducta en una muestra de 990 niñas (5-8 años) de la población general. Al igual que en los trabajos anteriores, los resultados revelaron que las prácticas parentales ejercían un papel clave en el desarrollo de conductas externalizantes únicamente entre las niñas que no habían manifestado de forma temprana rasgos psicopáticos.
En la misma línea, Edens et al. (2008) evaluaron el efecto moderador de los rasgos psicopáticos en la relación entre disciplina parental y conducta antisocial en una muestra de 76 jóvenes recluidos en un centro de detención juvenil. Los resultados de dicho trabajo corroboraron la hipótesis analizada, planteando que el empleo de tácticas disciplinarias duras e inconsistentes perdía parte de su poder como predictor de conducta antisocial entre los jóvenes en los que se habían manifestado déficit afectivos tradicionalmente asociados con el perfil psicopático de personalidad.
Los resultados de los trabajos presentados hasta el momento sugieren la existencia de una interacción entre prácticas parentales y rasgos psicopáticos a la hora de predecir problemas de conducta infanto-juveniles. Tal y como se ha mostrado, las tácticas disciplinarias constituyen un buen predictor de los problemas de conducta en la infancia, pero dicho poder predictivo se ve notablemente reducido en el grupo de niños en el que se ha manifestado de forma temprana rasgos afectivo-emocionales similares a los que definen la psicopatía adulta.
A pesar de la importancia que en el plano internacional está recabando el estudio de los rasgos psicopáticos en niños (Kroneman, Hipwell, Loeber, Koot y Pardini, 2011; White y Frick, 2010), esta es una línea de trabajo escasamente desarrollada en nuestro país. Este trabajo se plantea con el fin de profundizar en ello, incorporando perspectivas que son constantemente reclamadas en la literatura sobre problemas de conducta y que, sin embargo, han sido escasamente contempladas en este campo. Por una parte, es necesario tener en cuenta que, en este ámbito de estudio, la mayor parte de los trabajos son realizados desde un plano transversal, y esto limita conocer qué relevancia predictiva presentan estas variables a lo largo del desarrollo infanto-juvenil (Edens et al., 2008). Por otra parte, usualmente los trabajos previos presentan perspectivas parciales, con información recabada de un solo informante, y esto atenúa el alcance de las conclusiones extraídas, dada la variabilidad del comportamiento infantil en función del contexto de socialización (Molina, 2001).
Particularmente, este estudio se plantea con dos objetivos principales. Por una parte, se pretende analizar, en nuestro ámbito sociocultural, en qué medida rasgos psicopáticos afectivo-interpersonales y prácticas educativas parentales, tomados de forma conjunta, se relacionan con los problemas de conducta infantiles. Por otra parte, a partir de la hipótesis y resultados descritos en los trabajos previos, se pretende examinar si existen interacciones significativas entre dureza/insensibilidad emocional y prácticas educativas a la hora de predecir el desarrollo de alteraciones conductuales en la infancia. Para ello, se propone un diseño transversal que será completado con un estudio longitudinal mediante el cual se pretende examinar el posible papel diferencial que los rasgos psicopáticos y las prácticas parentales desempeñan en la trayectoria evolutiva de los problemas de conducta a lo largo de tres años de seguimiento. Con el fin de dar respuesta a la necesidad de contar con múltiples fuentes de información en el análisis de la conducta problema, el presente trabajo se ha desarrollado a partir de la información proporcionada desde el ámbito familiar y el académico.
Método
Participantes
Los datos empleados fueron recogidos en una muestra inicial (T1) de 192 sujetos (72.4% niños y 27.6% niñas) entre 6 y 11 años (M = 8.05; DT = 1.49), todos ellos escolarizados en 34 centros de la comunidad gallega entre el primer y el segundo ciclo de Educación Primaria. A partir de la información proporcionada por el personal de los centros educativos, se procuró que en la muestra estuviesen representados niños con elevados niveles de conducta externalizante así como niños con niveles más bajos de alteraciones conductuales. La información fue proporcionada por 173 padres/madres y 113 profesores.
Tres años después de esta primera recogida de datos se realizó un seguimiento (T2), con el que se pretendía analizar la evolución de los problemas de conducta. A partir de la in-formación proporcionada por 106 padres/madres, se evaluó a 133 de los 192 casos iniciales (68.4% niños y 31.6% niñas), que contaban en ese momento con una edad media de 11.09 años (DT = 1.45). Esta cifra de sujetos supone un 31 % de atrición entre las dos muestras. Tras compararlas, se com-probó que la mayoría de los casos perdidos en el seguimien-to se correspondían con los sujetos con mayores niveles de desajuste conductual, tal y como mostraron los datos obte-nidos en la comparación realizada entre las medidas de conducta externalizante del CBCL (F = 9.44; p < .01), lo cual supone un hecho comúnmente observado en estudios longi-tudinales sobre problemas de conducta.
Variables e instrumentos
Estudio inicial (T1)
Modified Child Psychopathy Scale (mCPS; Lynam, 1997; Lynam y Gudonis, 2005). Se ha empleado la versión para padres más reciente del instrumento, formada por 55 ítems en forma de pregunta con un formato de respuesta Verdadero (1) Falso (0). Los ítems se agruparon en 14 dimensiones con índices de fiabilidad que oscilaron entre .41 y .74. Dichas dimensiones fueron agrupadas en dos factores globales refe-ridos, por una parte, a los rasgos psicopáticos afectivo-interpersonales (Factor 1) y, por otra, a los rasgos conductua-les (Factor 2). Dichos factores resultan similares a los em-pleados en el estudio de la psicopatía adulta y su validez ha sido probada en trabajos anteriores (véase Kotler y McMa-hon, 2010). Con el fin de evitar el solapamiento entre el rasgo conductual del perfil psicopático y las medidas de pro-blemas de conducta analizadas (Frick y White, 2008) se em-pleó únicamente el Factor 1 (F1; α = .80), en el que se reco-gen los rasgos afectivos e interpersonales de Locuacidad, Falsedad, Manipulación, Ausencia de culpa, Pobreza de afecto, Insensibilidad, Informalidad y Grandiosidad, todos ellos considerados la esencia y núcleo central de la personalidad psicopática entre la población adulta (Patrick, Fowles y Krueger, 2009; Romero et al., 2005).
Antisocial Process Screening Device (APSD; Frick y Hare, 2001). Con el fin de valorar la manifestación de rasgos psi-copáticos desde el ámbito académico, se empleó la versión para profesores de este instrumento, formada por 20 ítems puntuables en una escala de 0 (Totalmente falso) a 2 (Totalmente verdadero). Partiendo de la estructura inicialmente hallada de dos factores (Dureza/Insensibilidad emocional e Impulsividad/Problemas de conducta; Frick et al., 1994), que permitirá operativizar la comparación de resultados con el mCPS y cu-ya fiabilidad y validez predictiva han sido probadas en diver-sos trabajos (Kotler y McMahon, 2010), se ha empleado únicamente el factor Dureza/Insensibilidad emocional (D/IE; α .76). De este modo, se valoran rasgos afectivos e interper-sonales considerados clave de la psicopatía adulta (como “Tiene emociones superficiales o poco auténticas”), evitando de nuevo el solapamiento entre la escala conductual y los problemas de conducta manifestados.
Child Behavioral Checklist (CBCL; Achenbach, 1991a). Este cuestionario permite analizar la presencia de alteraciones conductuales en las dimensiones Interiorización-Exteriorización, a partir de la información proporcionada por los padres en 113 ítems con una escala de respuesta de 0 (No es verdad) a 2 (Muy verdadero o frecuentemente verdad). De las ocho categorías en las que se agrupan los ítems, se seleccio-naron las correspondientes a la dimensión externalizante: Comportamiento agresivo (AGRES; α = .90), formada por 20 ítems que valoran comportamientos perturbadores leves (por ejemplo: “Es abusón, cruel o desconsiderado con los demás”) y Conducta delictiva (DELIC; α = .65), compuesta por 13 ítems que valoran alteraciones conductuales severas (por ejemplo: “Prende fuegos”).
Teacher’s Report Form (TRF; Achenbach, 1991b). Con una estructura similar al CBCL este cuestionario permite valorar los problemas conductuales en el ámbito académico. De nuevo se seleccionaron las escalas situadas en la dimensión externalizante: Comportamiento agresivo (AGRES; α = .97), for-mada por 26 ítems (por ejemplo: “Desafiante, responde a los profesores”) y Conducta delictiva (DELIC; α = .79), formada por 11 ítems (por ejemplo: “Roba”).
Escala de Estilos de Socialización Parental (ESPA; Musitu y García, 2001). Para el presente trabajo y teniendo en cuenta la edad de los sujetos participantes, se emplearon 26 de las 29 situaciones que se recogen en el cuestionario original, eliminando aquellas cuyo contenido no se ajustaba a la edad de los sujetos (por ejemplo: “Si se queda por ahí con sus amigos/as y llega a casa por la noche”). La información proporcionada por los padres permitió la creación de 7 escalas que se corresponden con siete tipos de prácticas disciplina-rias que se pueden llegar a emplear en las 26 situaciones planteadas: Afecto (AFEC; α = .85), mediante la cual se valoran las muestras de cariño de los padres ante las buenas conductas de los hijos (“Le muestro afecto”); Indiferencia (INDIF; α = .81), que refleja la ausencia de interés y refuerzo ante las conductas positivas de los hijos (“Me muestro indiferente”); Displicencia (DISPLI; α = .32), a través de la cual se valora la ausencia de preocupación ante un mal comportamiento del hijo (“Me da igual”); Coerción verbal (C.VERB; α = .82), que refleja el empleo de la riña como método para po-ner fin a las malas conductas (“Le riño”); Coerción física (C.FIS; α = .54), mediante la que se valora el empleo del castigo físi-co tras un mal comportamiento (“Le pego”); la Privación (PRIV; α = .82), que refleja el empleo de la retirada de privilegios como medida para atajar las conductas problemáticas (“Le privo de algo”); y el Diálogo (DIAL; α = .88), que permite valorar la capacidad para razonar y dialogar tras un mal comportamiento (“Hablo con el”).
A partir de estas escalas y siguiendo los criterios de los autores del instrumento original, se creó la dimensión de Aceptación/Implicación (ACEP/IMPLI; α = .92) a partir de la suma de las escalas Afecto y Diálogo a las que se les restan las de Indiferencia y Displicencia, por saturar de forma negativa en dicha dimensión, y la dimensión de Coerción/Imposición (COERC/IMPO; α = .83), en la que se agruparon las escalas Coerción verbal, Coerción física y Privación.
Estudio de seguimiento (T2)
Cuestionario de padres. Dada la dificultad de aplicar durante el seguimiento el cuestionario íntegro para la valoración de los problemas de conducta, y con el fin de maximizar la par-ticipación de los padres, se emplearon medidas breves a par-tir de una selección de 15 ítems extraídos de las escalas de externalización del CBCL. De este modo, se obtuvo una escala global de Problemas externalizantes (TOTAL; = .89), for-mada por los 15 ítems anteriores y mediante la cual se realizó una valoración general de los problemas de conducta presentes durante el seguimiento.
Procedimiento
En la evaluación inicial (T1) los cuestionarios, administrados por personal cualificado, fueron cumplimentados por padres y profesores en los centros educativos tras un contacto inicial en el que se les explicaron de forma detallada los objetivos del trabajo. El estudio de seguimiento (T2) se inició con un contacto telefónico con las familias y los orientadores de los centros educativos, detallando los objetivos de esta segunda evaluación. Una vez obtenida la autorización para realizar el seguimiento se enviaron los cuestionarios por correo postal al hogar familiar y a los centros, junto con un sobre de prepago en el que los participantes reenviarían el cuestionario tras haberlo completado. Durante todo el proceso se llevó a cabo un seguimiento telefónico mediante el cual se comprobó la correcta llegada de los cuestionarios y se resolvieron las dudas surgidas durante el proceso de cumplimentación. Ambas evaluaciones fueron llevadas a cabo bajo condiciones de garantizada confidencialidad.
Análisis estadísticos
En primer lugar, con el fin de analizar en qué medida los rasgos psicopáticos y las prácticas parentales permiten predecir, de manera conjunta, los problemas de conducta de inicio temprano y examinar las posibles interacciones entre variables, se llevaron a cabo análisis de regresión jerárquica siguiendo el procedimiento propuesto por Cohen y Cohen (1983) para medir los efectos de interacción entre variables predictoras. Para ello, se tomaron las escalas encargadas de medir los rasgos de corte emocional y más puramente psicopáticos del mCPS (F1) y el APSD (D/Ie) y fueron introducidas, en análisis independientes para cada una de las esca-las de problemas de conducta del CBCL y el TRF, en un primer paso de la regresión. Seguidamente se introdujeron las prácticas parentales que, al igual que los rasgos psicopáticos, fueron centradas para evitar los efectos de la multicolinealidad (Cohen y Cohen, 1983). En un último paso, se introdujeron los términos multiplicativos de interacción entre cada una de las medidas de rasgos psicopáticos y las prácticas parentales.
En segundo lugar, con el objetivo de realizar una aproximación inicial al posible papel diferencial que las prácticas parentales juegan con respecto a los rasgos psicopáticos en la evolución de los problemas de conducta, se tomaron los resultados obtenidos en conducta externalizante en el estudio de seguimiento llevado a cabo tres años después (T2). Con el fin de facilitar la comparación de resultados en T1 y T2, se creó en T1 una escala breve de conducta externalizante global idéntica a la empleada en T2. Posteriormente, se formaron grupos en función del nivel de problemas de conducta inicial (T1) tomando el percentil 25 (4) y 75 (13) de la puntuación obtenida en la escala global abre-viada de problemas externalizantes del CBCL. De este modo se crearon los grupos Bajos (puntuación inferior al percentil 25), Medios (puntuación entre el percentil 25 y 75) y Altos (puntuación superior al percentil 75) en conductas externalizantes en T1 y T2, realizando posteriormente todas las com-binaciones posibles entre los distintos grupos con el fin de generar las diversas trayectorias evolutivas de los problemas de conducta infantiles.
Teniendo en cuenta que el grupo de sujetos que partía de niveles bajos de desajuste conductual en T1 no evolucionó hacia niveles superiores, se iniciaron las comparaciones con el grupo que partía de un nivel medio de conducta externalizante en T1 y que desarrolló tres tipos de trayectorias: Medios-Medios (n = 19), Medios-Altos (n = 6) y Medios-Bajos (n = 16). Seguidamente se analizaron las trayectorias segui-das por el grupo con un nivel inicial elevado de problemas de conducta: Altos-Altos (n = 15) y Altos-Medios (n = 9). El grupo Altos-Bajos tuvo una n = 1, y por tanto, fue descar-tado del plan de análisis.
Dichos grupos fueron comparados a partir de las dimen-siones globales que definen las prácticas parentales (Acepta-ción/Implicación y Coerción/Imposición) teniendo en cuenta que un análisis previo, en el que se compararon las diversas trayectorias atendiendo a la presencia de rasgos psi-copáticos afectivo-interpersonales (López-Romero, Romero y Luengo, 2010), mostró que la manifestación temprana de rasgos de dureza e insensibilidad emocional medidos a través del F1 del mCPS, se relacionaban con un peor pronóstico en la evolución de los problemas de conducta. Concretamente, el grupo Medios-Altos manifestaba los mayores niveles de rasgos psicopáticos emocionales e interpersonales, diferenciándose significativamente de los grupos Medios-Medios y Medios-Bajos (F = 3.71; p < .05; ŋ² = .29).
Resultados
Con respecto al CBCL, los modelos resultantes contemplaron 58 y el 55% de la varianza de cada una de las escalas. Esta varianza se explicó en ambos casos por la presencia de rasgos psicopáticos de corte emocional (por ejemplo, insensibilidad, pobreza de afecto y ausencia de culpa), así como por la indiferencia de los padres ante los buenos comportamientos, la cual se relacionó, de forma inversa, con el comportamiento delictivo. Por otra parte, no se produjo ningún tipo de interacción significativa entre F1 y las prácticas parentales en la predicción de los problemas de conducta en el hogar.
Con relación a los problemas de conducta valorados con el TRF, los modelos resultantes mostraron de nuevo a F1 como el mejor predictor de los problemas de conducta en el ámbito académico. En este caso se observaron interacciones significativas entre los rasgos psicopáticos afectivos y las prácticas parentales. Concretamente, F1 e indiferencia, al igual que F1 y coerción verbal, interactuaron en la predic-ción de las dos escalas del TRF. F1 y diálogo lo hicieron en la predicción de la conducta agresiva, mientras que F1 y displicencia lo hicieron para la delincuencia.
En definitiva, la variable que mejor predijo la presencia y desarrollo de problemas de conducta de inicio temprano, informados tanto por padres como por profesores, fue la presencia de rasgos de personalidad caracterizados por la dureza emocional, la insensibilidad ante los sentimientos de los demás o la ausencia de remordimientos. Por otra parte, se observaron interacciones significativas en la predicción de los problemas de conducta del TRF, entre el rasgo psicopático afectivo del mCPS (F1) y las prácticas parentales basadas en la coerción verbal, la indiferencia o el diálogo.
Siguiendo la línea de los trabajos que analizan el papel de los rasgos psicopáticos y ciertas variables familiares en la predicción de los problemas de conducta, y con el fin de determinar la dirección de las interacciones observadas en los resultados, se tomó la escala F1 del mCPS y se crearon dos grupos de sujetos estableciendo como punto de corte la mediana obtenida en dicha escala (Mdn = 29). De este modo, se creó un grupo de sujetos en el que apenas se había manifestado rasgos psicopáticos de tipo afectivo-interpersonal y un grupo caracterizado por la presencia temprana de dichos rasgos. Posteriormente se llevaron a cabo análisis de correlación parcial para ambos grupos en los que se relacionaron las escalas del TRF con la práctica parental cuya interacción con F1 había resultado significativa para cada una de las escalas, controlando el efecto de las restantes escalas del ES-PA.
Los resultados de dichos análisis mostraron que, con respecto al comportamiento agresivo, de las correlaciones llevadas a cabo, en los grupos Bajos-Altos, entre F1 y las prácticas parentales cuya interacción resultó significativa (indiferencia, coerción verbal y diálogo), hubo una correlación negativa y estadísticamente significativa entre la agresión y el diálogo (-.60; p < .05), pero únicamente en el grupo con un bajo nivel de rasgos psicopáticos de tipo emocional. Es decir, el empleo del diálogo en el manejo de las conductas problemáticas se relacionó con menores niveles de comportamientos agresivos, pero únicamente en el grupo de sujetos en el que no se habían manifestado de forma temprana rasgos de dureza emocional, ausencia de culpa o manipulación. La dirección que siguieron las restantes interacciones no ha podido ser comprobada puesto que ninguna de las correlaciones parciales entre los grupos Bajos y Altos resultó significativa.
En primer lugar, atendiendo a los datos obtenidos en las escalas del CBCL, se observó que la presencia del rasgo D/Ie y la indiferencia de los padres ante las conductas de los hijos predijeron el comportamiento agresivo. Por su parte, la variable que mejor predijo la conducta delictiva fue la indife-rencia seguida de la displicencia, la coerción física y la D/Ie. TRF mostraron que la D/Ie fue la variable que mejor predijo los problemas de conducta informados por los profesores. Además, en el caso del comportamiento agresivo, el afecto y la indiferencia también fueron predictores relevantes, aunque con un nivel de significación inferior.
Las únicas interacciones entre rasgos psicopáticos y prácticas parentales se observaron en el modelo extraído para la conducta delictiva del TRF, donde la D/Ie interaccionó con la coerción verbal y, en menor medida, con la privación.
Siguiendo el procedimiento descrito anteriormente se crearon los grupos Bajos y Altos en el rasgo D/Ie del APSD tomando la mediana (Mdn = 4) como punto de corte. Los análisis de correlación parcial llevados a cabo con el fin de comprobar la dirección de dichas interacciones, mostraron la existencia de una correlación significativa entre la conducta delictiva y la coerción verbal (.31; p < .05), únicamente en el grupo de los Bajos en D/Ie. En este sentido, el empleo de prácticas coercitivas a nivel verbal se relacionó con el desarrollo de comportamientos problemáticos severos únicamente en aquellos casos en los que no había una manifestación temprana de rasgos psicopáticos de dureza e insensibilidad emocional.
Por último, con el fin de analizar el papel que las prácticas educativas desempeñan en la evolución de los problemas de conducta, en la Tabla 3 se presentan los resultados de las comparaciones realizadas entre los grupos Medios-Medios, Medios-Altos y Medios-Bajos en función de las dimensiones globales que definen las prácticas educativas parentales.
Estos resultados mostraron la presencia de diferencias significativas, con un tamaño del efecto elevado (ŋ² = .21), en relación al empleo de prácticas coercitivas en las interacciones paterno-filiales (F = 3.17; p < .05), pero no con respecto a las relaciones basadas en la aceptación y la implicación.
Además, las pruebas post hoc (DHS de Tuckey) revelaron que un menor empleo de prácticas coercitivas se relacionaba con la reducción de los problemas comportamentales tres años después. Por su parte, el empleo reiterado de la coerción para el manejo de las conductas negativas provocaba el mantenimiento de los problemas externalizantes a lo largo del periodo analizado.
Posteriormente, se realizaron comparaciones con el grupo que partía de niveles elevados de conductas externalizantes en T1: Altos-Altos y Altos-Medios. Los análisis realizados no mostraron diferencias significativas entre ambos grupos en función de las prácticas educativas empleadas por la familia.
En definitiva, parece que el empleo de la coerción, el castigo y la privación durante los primeros años de vida de los hijos da lugar a un mantenimiento prolongado de los problemas de conducta infantiles, favoreciendo su estabilidad, pero no tanto su incremento que, tal y como revelaron los datos de los análisis previos, parece venir más motivado por la influencia de variables de tipo individual como la presencia de rasgos próximos a la personalidad psicopática adulta.
Discusión
El presente trabajo se ha planteado a partir del interés por examinar en qué medida los rasgos psicopáticos y las prácticas parentales, de forma conjunta, permiten predecir los problemas de conducta de inicio temprano, profundizando en la posible interacción entre las variables a la hora de predecir el fenómeno.
Para ello se han seleccionado, junto con las prácticas educativas parentales, las escalas que permiten analizar los rasgos psicopáticos de tipo emocional e interpersonal, evitando así una de las mayores limitaciones y controversias en el estudio de la personalidad psicopática, en concreto nos referimos al solapamiento entre el componente conductual que la define (por ejemplo, la impulsividad, la ausencia de responsabilidad, y la falta de planificación) y los problemas de conducta propiamente dichos (Frick y White, 2008; Ly-nam y Gudonis, 2005).
En primer lugar, los resultados de los análisis de regresión llevados a cabo con el factor emocional (F1) del mCPS junto con las prácticas parentales, mostraron que la variable que mejor predijo el desarrollo de problemas de conducta de inicio temprano, con independencia del informante, fue la manifestación temprana de rasgos psicopáticos afectivo-emocionales, considerados la esencia de la personalidad psi-copática entre la población adulta (Patrick et al., 2009; Romero et al., 2005). En cuanto a las prácticas parentales, únicamente resultó significativa la indiferencia para la conducta delictiva informada por los padres. Por otra parte, los análisis mostraron la existencia de interacciones significativas entre el rasgo psicopático analizado y las prácticas basadas en la indiferencia, displicencia, coerción física y diálogo a la hora de predecir los problemas de conducta del TRF. Sin embargo, solo se ha podido comprobar la dirección de dichas interacciones con respecto al diálogo. En este sentido, se evidenció que los patrones de comunicación disfuncional entre padres e hijos se relacionaban con mayores niveles de problemas de conducta en el grupo de niños en el que no se habían manifestado rasgos psicopáticos de tipo afectivo-emocional e interpersonal.
En segundo lugar, los análisis llevados a cabo con el rasgo de dureza e insensibilidad emocional (D/Ie) del APSD y las prácticas educativas parentales mostraron, de nuevo, que la manifestación temprana de dicho rasgo constituyó el mejor predictor de los problemas de conducta en la infancia, aunque con menor intensidad que la observada para el F1 del mCPS. En este caso las prácticas parentales ejercieron un mayor peso, emergiendo como prácticas significativas el afecto, la indiferencia, la displicencia y la coerción física. Finalmente, se observó la presencia de interacciones significativas entre el rasgo psicopático y la coerción verbal, que se relacionó con la conducta delictiva informada por los profesores únicamente en el grupo de niños en los que no se había manifestado rasgos psicopáticos.
Los resultados de estos análisis permiten, por tanto, corroborar la importancia de los rasgos puramente psicopáticos en la predicción de los problemas de conducta (White y Frick, 2010). Las prácticas parentales ejercen también cierta influencia en dichas problemáticas, aunque parecen hacerlo en mayor medida entre aquellos niños en los que no se han manifestado rasgos psicopáticos de corte emocional e interpersonal. Este resultado sintoniza con los escasos trabajos realizados en este campo y en los que se ha revelado la importancia de las variables familiares en el desarrollo de los problemas de conducta infantiles, especialmente en aquellos casos en los que no se ha detectado la presencia de rasgos próximos a los que definen el perfil psicopático entre la po-blación adulta (Edens et al., 2008; Hipwell et al., 2007; Oxford et al., 2003). Dicha hipótesis, inicialmente formulada por Lykken (1995), planteaba que los niños con un temperamento duro y difícil, equiparable al rasgo de dureza emocional (Wootton et al., 1994), presentarían un riesgo importante de desarrollar conductas antisociales con independencia del ambiente de crianza y el estilo educativo que hubieran empleado sus padres. Por su parte, los niños que no presentasen dicha predisposición temperamental verían incrementadas sus posibilidades de desarrollar conductas problemáticas en caso de estar expuestos a prácticas educativas disfuncionales en el entorno familiar.
Con el fin de dar respuesta a la necesidad de diseños longitudinales en el análisis de los efectos de la disciplina pa-rental en el desarrollo de problemas de conducta en niños y jóvenes en los que se han manifestado rasgos psicopáticos afectivo-interpersonales (Edens et al., 2008), hemos realizado una aproximación inicial al posible papel diferencial que los rasgos psicopáticos y las prácticas parentales ejercen en el desarrollo y evolución de las alteraciones conductuales.
Los resultados de dichos análisis han mostrado que el empleo de prácticas coercitivas, basadas en el castigo y la imposición, permitían distinguir al grupo de sujetos que se mantenía en el mismo nivel de conducta perturbadora tres años después, diferenciándolo del grupo que reducía sus niveles de conducta externalizante y de aquel que los incre-mentaba. Teniendo en cuenta que la presencia temprana de rasgos psicopáticos de tipo afectivo e interpersonal se relaciona con un peor pronóstico en la trayectoria evolutiva que seguirán las alteraciones conductuales tanto en frecuencia como en severidad (López-Romero et al., 2010), parece que rasgos psicopáticos y prácticas parentales disfuncionales no desempeñan exactamente el mismo papel en la evolución del comportamiento problemático externalizante. Así, el empleo de tácticas disciplinarias coercitivas favorecería el mantenimiento de la conducta problema (Gershoff, 2002) mientras que su empeoramiento iría más ligado a la presencia de rasgos temperamentales próximos a aquéllos que definen la psicopatía en adultos, haciendo a los jóvenes más resistentes a otro tipo de variables como pueden ser las prácticas de socialización parental. Se sigue de este modo la línea de los trabajos que han constatado la pérdida de poder predictivo de las prácticas parentales en aquellos casos en los que se ha comenzado a manifestar un temperamento marcado por la dureza e insensibilidad emocional (Edens et al., 2008; Wotton et al., 1997). Dichos resultados parecen favorecer la hipótesis según la cual se observan factores etiológicos diferenciados en un reducido grupo de niños en los que además de problemas conductuales se han comenzado a manifestar rasgos propios del perfil psicopático (Frick y White, 2008). Ante este grupo las variables ambientales, cuya comprensión resulta indispensable en los problemas de conducta infanto-juveniles, ven notablemente reducida su influencia (Lynam, Loeber y Stouthamer-Loeber, 2008).
Estos resultados permiten destacar la importancia de los rasgos psicopáticos como un nuevo factor de riesgo con el que delimitar los patrones más graves y persistentes de con-ducta antisocial (Marsee y Frick, 2010), justificando así su estudio durante la infancia y la adolescencia (White y Frick, 2010), tal y como explícitamente reconoce el borrador pro-puesto para el DSM 5 (http://www.dsm5.org). Del mismo modo, sugieren la necesidad de prestar una especial atención al papel de las variables familiares en el desarrollo de la conducta problemática, dado que su influencia parece verse reducida ante la presencia de rasgos de dureza e insensibilidad emocional (Edens et al., 2008).
Con todo ello, son varias las limitaciones a señalar en este estudio. En primer lugar, se ha realizado una aproximación longitudinal a la relación entre rasgos psicopáticos, prácticas parentales y problemas de conducta, planteando un diseño que hasta el momento no había sido abordado en este campo específico de trabajo. A pesar de haber superado los trabajos que se han realizado a nivel transversal (Edens et al., 2008), en futuras investigaciones será interesante realizar nuevos planteamientos que, desde una perspectiva longitudinal a más largo plazo, permitan profundizar en el posible papel moderador que los rasgos psicopáticos desempeñan en la relación entre variables familiares y problemas de conducta. En segundo lugar, resulta conveniente señalar la baja consistencia interna de alguna de las escalas empleadas en el presente trabajo, concretamente la escala Displicencia del cuestionario ESPA. Aún teniendo en cuenta su reducido índice de fiabilidad, se ha optado por emplearla en los análisis realizados con el fin de mantener la estructura del modelo planteado por los autores del instrumento original (Musitu y García, 2001). Sin embargo, en futuros trabajos será necesario examinar dicho modelo con el fin de clarificar el papel que desempeñan cada una de las escalas en la formulación de los estilos de socialización parental. En tercer lugar, con el fin de evitar el solapamiento mencionado entre medidas psicopáticas de tipo conductual y los problemas de conducta, no resulta suficiente seleccionar las escalas afectivas e interpersonales de los instrumentos empleados, sino que será interesante el empleo de medidas alternativas que analicen de forma específica los rasgos considerados centrales en el constructo de psicopatía adulta (ej. The Inventory of Callous-unemotional Traits; Frick, 2004). Por último, se observa un claro efecto del informante dada la mayor convergencia de las puntuaciones obtenidas dentro del ámbito familiar o el académico. Dicho efecto podrá ser superado a partir del empleo de procedimientos que permitan obtener medidas globales en las que se consideren las puntuaciones de cada uno de los informantes (Frick, Stikle, Dandreaux, Farrell y Kimonis, 2005).
En definitiva, el presente trabajo permite destacar la importancia de los rasgos temperamentales y las variables familiares en el estudio de los problemas de conducta infanto-juveniles, profundizando en las posibles interacciones entre variables. Los resultados obtenidos tanto en este trabajo como en investigaciones anteriores podrán ser tenidos en cuenta a la hora de delimitar un fenómeno tan heterogéneo como son los problemas de conducta en la infancia. Del mismo modo, dado que ciertas variables parecen reducir su influencia ante la presencia de determinados rasgos temperamentales, estos resultados podrán facilitar el desarrollo de intervenciones preventivas y de tratamiento con las que dar respuesta a las distintas necesidades de los niños con problemas conductuales.
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