RESUMEN
Se reflexiona sobre las conductas antisociales en adolescentes y se propone que para poder explicarlas, es necesario tomar en cuenta, aspectos como: el paradigma social imperante en este momento histórico, la doble moral de las instituciones sociales y por ende su doble discurso, las representaciones sociales y el mecanismo de defensa de la identificación con el agresor. Así mismo, se mencionan los resultados del trabajo en talleres con adolescentes con conductas etiquetadas como antisociales.
PALABRAS CLAVE: Conductas antisociales, adolescencia, representaciones sociales, otredad, identificación con el agresor.
SUMMARY
It reflects on antisocial behavior in adolescents and proposes to explain, it is necessary to take into account aspects such as the dominant social paradigm in this historical moment, the double standards of social institutions and therefore has a double discourse, social representations and defense mechanism of identification with the aggressor. It also mentioned the results of work in workshops with adolescents with behaviors labeled as antisocial.
KEY WORDS: Antisocial behaviour, adolescence, social representations, otherness, identification with the aggressor.
LAS CONDUCTAS ANTISOCIALES Y LA ADOLESCENCIA
En la actualidad el “fenómeno” de los niños, niñas y adolescentes con conductas antisociales, ha aumentado de manera importante, dicho “fenómeno” se presenta en la gran mayoría de los países de nuestro planeta. Sin embargo, adquiere (mediáticamente) dimensiones realmente alarmantes, en nuestro país, desde hace cinco años.
En México, el tema de los niños, niñas y adolescentes con conductas antisociales es sacado a la luz pública en los años noventa, y la percepción que se tiene de ellos es ambivalente. La sociedad da una respuesta de negación, de rechazo, de represión o asistencialista; es decir, en un primer momento se niega su existencia, ya que la presencia de “ELLOS” y “ELLAS” nos llevaría a replantear las desigualdades económicas, pero fundamentalmente a replantear nuestra condición humana, ¿qué somos?, ¿por qué reaccionamos así ante ellos? Si como describe Eco (1997), es el otro, su mirada lo que nos define y nos forma, ¿cómo abordar el problema de la otredad, sin permitir que esa mirada, con frecuencia tiránica, me niegue la existencia? Es innegable que lo que nuestra realidad cotidiana nos muestra a diario, es justamente el desprecio por todo aquello que representa lo ajeno, lo extraño, lo otro, absolutamente otro. Conclusión: Darles existencia a los niños, niñas y adolescentes con conductas antisociales nos llevaría a replantear nuestra propia miseria humana. Al no poder negar su existencia, la sociedad reacciona rechazándolos, reprimiéndolos o lavando culpas. Conclusión: Yo no fui o ¿Por qué yo?
Los niños, niñas y adolescentes con conductas antisociales hacen presencia y realizan todo tipo de actividades: desde lavacoches hasta su comercialización sexual (el problema de la explotación sexual es un asunto de focos rojos y que hay que atender de manera urgente). Actividades que les permiten sobrevivir de una u otra manera en la selva del asfalto, en la tierra del más fuerte, en el espacio donde todo se vale y todo se permite, donde los límites son transgredidos y la corrupción es la ley.
La construcción de los niños, niñas y adolescentes con conductas antisociales tiene que ver con la putrefacción del tejido social y sus causas son evidentemente múltiples. Pero sobresalen de manera puntual: El modelo socioeconómico neoliberal, la desintegración familiar, los medios de difusión, nuestro sistema educativo, la corrupción de la política, el doble discurso institucional y la cultura de la violencia, que proponen que todo se tiene que resolver a través de la desintegración del otro, o de los otros, creando al interior de la sociedad, de las instituciones, de las familias y del propio individuo vínculos afectivos totalmente nocivos para el desarrollo humano.
En la actualidad el “fenómeno” de los niños, niñas y adolescentes con conductas antisociales, ha aumentado de manera importante, dicho “fenómeno” se presenta en la gran mayoría de los países de nuestro planeta. Sin embargo, adquiere (mediáticamente) dimensiones realmente alarmantes, en nuestro país, desde hace cinco años.
En México, el tema de los niños, niñas y adolescentes con conductas antisociales es sacado a la luz pública en los años noventa, y la percepción que se tiene de ellos es ambivalente. La sociedad da una respuesta de negación, de rechazo, de represión o asistencialista; es decir, en un primer momento se niega su existencia, ya que la presencia de “ELLOS” y “ELLAS” nos llevaría a replantear las desigualdades económicas, pero fundamentalmente a replantear nuestra condición humana, ¿qué somos?, ¿por qué reaccionamos así ante ellos? Si como describe Eco (1997), es el otro, su mirada lo que nos define y nos forma, ¿cómo abordar el problema de la otredad, sin permitir que esa mirada, con frecuencia tiránica, me niegue la existencia? Es innegable que lo que nuestra realidad cotidiana nos muestra a diario, es justamente el desprecio por todo aquello que representa lo ajeno, lo extraño, lo otro, absolutamente otro. Conclusión: Darles existencia a los niños, niñas y adolescentes con conductas antisociales nos llevaría a replantear nuestra propia miseria humana. Al no poder negar su existencia, la sociedad reacciona rechazándolos, reprimiéndolos o lavando culpas. Conclusión: Yo no fui o ¿Por qué yo?
Los niños, niñas y adolescentes con conductas antisociales hacen presencia y realizan todo tipo de actividades: desde lavacoches hasta su comercialización sexual (el problema de la explotación sexual es un asunto de focos rojos y que hay que atender de manera urgente). Actividades que les permiten sobrevivir de una u otra manera en la selva del asfalto, en la tierra del más fuerte, en el espacio donde todo se vale y todo se permite, donde los límites son transgredidos y la corrupción es la ley.
La construcción de los niños, niñas y adolescentes con conductas antisociales tiene que ver con la putrefacción del tejido social y sus causas son evidentemente múltiples. Pero sobresalen de manera puntual: El modelo socioeconómico neoliberal, la desintegración familiar, los medios de difusión, nuestro sistema educativo, la corrupción de la política, el doble discurso institucional y la cultura de la violencia, que proponen que todo se tiene que resolver a través de la desintegración del otro, o de los otros, creando al interior de la sociedad, de las instituciones, de las familias y del propio individuo vínculos afectivos totalmente nocivos para el desarrollo humano.
Las consecuencias son nefastas, pareciera ser que nuestra dinámica psicosocial ya no es nuestra, que nuestra realidad fue cercenada, nos fue secuestrada, que ya no somos protagonistas de nuestra propia historia, que nos han colocado y nos hemos dejado colocar como actores secundarios, irrelevantes y sometidos a las decisiones de otros. En estos tiempos donde prevalece el oscurantismo y lo siniestro es el común denominador ¿Vivir poco es una alternativa? Vivimos en una sociedad donde no hay certezas, donde todo puede ocurrir y todo es permitido. Ante esta amalgama de oscurantismo y voracidad una de las alternativas es anestesiarse, no sentir, no ver lo que está pasando, tener yeso en las venas, embotarse, vivir rápido, no digerir la vida. En esta dinámica, los excesos tienen cabida, son una alternativa y nos dan la oportunidad de tener, de poseer migajas de poder. De inventarnos algo que nos saque de la mediocridad, de negar lo patético de nuestra existencia.
Ahora bien ¿desde donde explicar la conducta antisocial? De acuerdo a mi experiencia profesional desde la identificación con el agresor y las representaciones sociales. Para Moscovici (1987), las representaciones sociales no son solo productos mentales sino construcciones simbólicas que se crean y recrean en el curso de las interacciones sociales, no tienen un carácter estático ni son determinadas inexorablemente. Son definidas como maneras específicas de entender y comunicar la realidad, a la vez que influyen son determinadas por las personas a través de sus interacciones. Desde lo psicosocial se podría definir la representación como aquella forma material y simbólica de dar cuenta de algo real en su ausencia. Por otra parte , Gleizer (1997), señala que determinadas características de las sociedades actuales plantean dificultades en el nivel de la subjetividad de los individuos; que las transformaciones ocurridas en los ámbitos de la organización social, cultural y simbólica de las sociedades occidentales han desarticulado la correspondencia entre la realidad objetiva y la realidad subjetiva. Plantea también, que la identidad ha dejado de ser un dato para convertirse en un problema. Lo cual me remite al aforismo agustiniano “Yo he llegado para mí a ser un gran problema”.
La cotidianeidad nos lleva a convivir con los otros, a incidir y ser afectados por aquellos que tienen formas de resolver sus conflictos desde significaciones, valores, aptitudes, actitudes y creencias diferentes a los nuestros. Por ello, continua Gleizer , el universo simbólico de las sociedades modernas contemporáneas no puede verse como un cuerpo firmemente cristalizado o lógicamente coherente de definiciones de la realidad. Está estructurado de modo impreciso y dista bastante de ser una constelación estable de la realidad. Cuando las instituciones dejan de ser “hogar” del yo para convertirse en realidades que lo falsean y enajenan, los roles ya no actualizan el yo, sino que lo ocultan, tanto de los demás como de la conciencia del propio individuo.
En la actualidad existe un gran número de personas que conforman la población de niños, niñas y adolescentes con conductas antisociales, siendo éste un problema grave en nuestra sociedad. Son muchas las presiones que se tienen para sacar a la familia adelante, de tal manera que muchos menores se ven forzados a salir de sus casas para sobrevivir por su propia cuenta. Desafortunadamente la inseguridad económica no constituye la única causa por la que un niño o adolescente abandona su hogar. Entendemos que, en ocasiones, el hogar en vez de ser un lugar protector para el menor resulta más peligroso que la misma calle.
De acuerdo con Jodelet (2002), el concepto de representación social designa una forma de conocimiento específico. Las representaciones sociales constituyen modalidades de pensamiento práctico orientados hacia la comunicación, la comprensión y el dominio del entorno social, material e ideal. Existen adolescentes que se encuentran en la calle desde que son muy pequeños y su comportamiento por lo general es el siguiente: agresivo, antisocial y oportunista. Pero todo esto tan sólo es la consecuencia de la vida que han llevado; lo que se necesita saber con mayor profundidad es: ¿Por qué un adolescente que presenta conductas antisociales es cómo es?
Los especialistas nos señalan que las representaciones son construidas por cada individuo. Sin embargo, no hay una infinita variedad de representaciones porque los individuos “reproducen” las representaciones fundamentales de la sociedad en la cual viven, del mismo modo que reproducen el lenguaje, las normas de comportamiento, etc.
La inquietud de hacer investigaciones de esta problemática en adolescentes surgió cuando, tanto los datos que se obtenían en las sesiones grupales como las vivencias que se tenían con ellos fuera del aula (la calle) hacían pensar que los adolescentes agredidos imitaban a sus agresores. Es decir, hablaban como ellos, fumaban y bebían como ellos, resolvían conflictos como ellos, pero sobre todo se relacionaban como ellos. Cuando se preguntaba a los adolescentes que les gustaría ser de mayores, las respuestas más frecuentes fueron: policía, militar, narcotraficante o sicario.
Las observaciones realizadas plantean varios interrogantes: 1) ¿Por qué un adolescente quiere ser como aquél o aquellos que lo agredieron física y verbalmente? 2) ¿Por qué tiene como ideal roles agresores? Y 3) ¿Por qué elige como modelo a seguir prácticas tragresoras?
Una primera aproximación nos indicaría que para ellos, en las representaciones más elementales tiene lugar todo un proceso de elaboración cognitiva y simbólica que orientará los comportamientos. Con los elementos proporcionados por los otros y los que selecciona a través de vivencias, el adolescente va construyendo una representación de la organización social y de las actividades sociales y pronto interioriza una serie de normas sobre lo que debe y no debe hacerse, sobre lo que es deseable o indeseable en su comportamiento. Lo cual permite construir “explicaciones” del porque es necesario y deseable hacer o dejar de hacer ciertas actividades.
Una primera aproximación nos indicaría que para ellos, en las representaciones más elementales tiene lugar todo un proceso de elaboración cognitiva y simbólica que orientará los comportamientos. Con los elementos proporcionados por los otros y los que selecciona a través de vivencias, el adolescente va construyendo una representación de la organización social y de las actividades sociales y pronto interioriza una serie de normas sobre lo que debe y no debe hacerse, sobre lo que es deseable o indeseable en su comportamiento. Lo cual permite construir “explicaciones” del porque es necesario y deseable hacer o dejar de hacer ciertas actividades.
Así, entre los adolescentes que hacen uso de la violencia se produce un fenómeno muy ominoso. Cuando se agrede, se maltrata, se pega e incluso cuando se comete una violación, hay adolescentes que, aunque se les supone un arrepentimiento, justifican y racionalizan sus conductas. Lo que sucede es que el arrepentimiento es de carácter externo. Eso quiere decir que el adolescente trasgresor tal vez esté arrepentido de que su conducta “le haya llevado” a la situación tan desagradable en la que se encuentra, pues la estancia en una institución de carácter “rehabilitador o reeducativo” es vivida como un castigo. En consecuencia, se arrepiente y se duele por el castigo recibido, pero no tanto por el daño infligido a su víctima. En un mundo salvaje y de agresión al que se ha visto expuesto desde muy niño, lo más “normal” es la violencia ejercida contra el otro y no el respeto ni el afecto. Es así, que las conductas violentas entre sus figuras parentales, contra sus hermanos, contra él mismo, y también la violencia ejercida por el líder dentro del grupo, así como la violencia ejercida por la sociedad en su conjunto hacia él mismo, le hacen considerar que para sobrevivir es necesario optar por mecanismos que han utilizado otras personas contra él. Así lo ha vivido, así lo ha aprendido. En un segundo momento habrá que destacar que la identificación con el agresor surge como una alternativa de existencia. Recordemos que el mecanismo de defensa de la identificación con el agresor tiene como objetivo ser el otro, ser el agresor, porque siendo el otro, el otro no le puede hacer daño. Y así evitará la ansiedad, la persecución y la violencia.
En su universo relacional las personas pueden ser dominadoras o dominadas, poderosas o débiles. Una misma persona también puede transitar por ambos tipos de rol, dependiendo de las circunstancias y de la gente con la que se relacione. Por tanto, o se es el agresor o quien sufre la agresión. Y obviamente, cuando es posible, se opta por la descarga agresiva, que constituye una conducta placentera y que, además, otorga poder en el medio circundante.
Para tener una idea aproximada de este proceso, se hace inevitable plantear la importancia de los modelos, de las figuras relevantes en el universo afectivo del adolescente. Todos sabemos de la importancia que han tenido en nuestras vidas ciertas personas y sus formas de resolver los conflictos, las cuales han ido conformando nuestra personalidad. Los procesos de representación social que se han ido llevando a cabo en la infancia, mediante la incorporación de imágenes parentales “buenas” y “malas”, son las que permitirán la adaptación al entorno en el que nos toca vivir. Esto nos hace pensar que, dependiendo de los procesos de representación social a los que se esté expuesto, las personas tienen una serie de recursos determinados que les ponen en una disposición muy concreta en relación con aquellos con los cuales ha de relacionarse. Y es evidente que las experiencias cargadas de violencia, desamor y rechazo van a favorecer una serie de tendencias que van en contra de la convivencia social.
En el adolescente trasgresor su contexto es hostil, donde predomina la presencia de figuras parentales persecutorias y modelos agresivos a imitar (líder del barrio, narcotraficante, etc.), los cuales refuerzan la instrumentación de la agresión. Su mundo circundante es siniestro y angustiante. Y en un mundo donde reina ese ambiente es posible que no se vea otra vía de supervivencia que la agresión hacia el otro y que el camino de la fortaleza yoica se consiga a través de la destrucción, que paradójicamente es vista como una forma de reconocimiento, de respeto y aceptación. Es la búsqueda del amor a través de la manifestación del poder. Un poder destructivo, pero en todo caso un poder que otorga valoración en el medio social. La violencia se impregna y se adueña de los adolescentes que han sufrido en sus propias carnes el odio y el desamparo.
En el adolescente trasgresor su contexto es hostil, donde predomina la presencia de figuras parentales persecutorias y modelos agresivos a imitar (líder del barrio, narcotraficante, etc.), los cuales refuerzan la instrumentación de la agresión. Su mundo circundante es siniestro y angustiante. Y en un mundo donde reina ese ambiente es posible que no se vea otra vía de supervivencia que la agresión hacia el otro y que el camino de la fortaleza yoica se consiga a través de la destrucción, que paradójicamente es vista como una forma de reconocimiento, de respeto y aceptación. Es la búsqueda del amor a través de la manifestación del poder. Un poder destructivo, pero en todo caso un poder que otorga valoración en el medio social. La violencia se impregna y se adueña de los adolescentes que han sufrido en sus propias carnes el odio y el desamparo.
El adolescente trasgresor se vale de una tendencia a sorprender en su discurso, en sus juegos, en sus actitudes y en sus fantasías, lo cual lo reconforta y asegura por su identificación con el perseguidor. Es evidente que está inmerso en un ambiente donde necesita desarrollar habilidades de astucia, de manejo de los otros y de burla a las normas compartidas. Su aprendizaje general está poseído por estrategias de manejo, lo que le lleva a ser astuto en determinados espacios y en otros a encontrarse totalmente inerme y tanto sus respuestas como sus conductas están caracterizadas por un pensamiento concreto.
La manera de resolver sus conflictos es mediante su tendencia a la acción, acción que es utilizada como un medio para eliminar o, cuando menos, aliviar la ansiedad. Lo que desean lo intentan atrapar al instante, y lo que se les ocurre en el momento lo llevan a cabo, sin la mediación del pensamiento o proceso secundario. Para dichos adolescentes la gratificación de los impulsos no permite la demora. No existe para ellos el después ni el mañana. Lo que anhelan deben poseerlo en el momento mismo en que se presenta la imagen de tal o cual cosa. Así, se pueden comportar con la consecución de ciertas cuestiones materiales y también con respecto a otras en las que el bien en sí mismo es la otra persona.
El adolescente a lo largo de su vida lleva a cabo diversos procesos de asimilación de representaciones sociales, las cuales son determinantes, pues de esta manera se constituye una personalidad que delimita su presente y forja su futuro. Los procesos de las representaciones sociales se basan en la incorporación de las figuras dominantes y la imagen que se le ofrece al adolescente puede ser “buena” o “mala”. Es evidente que, independientemente de la bondad o maldad de las personas con las que se relaciona, el adolescente no puede prescindir de los modelos. Los necesita para llegar a ser alguien y forjar su propia identidad.
El adolescente a lo largo de su vida lleva a cabo diversos procesos de asimilación de representaciones sociales, las cuales son determinantes, pues de esta manera se constituye una personalidad que delimita su presente y forja su futuro. Los procesos de las representaciones sociales se basan en la incorporación de las figuras dominantes y la imagen que se le ofrece al adolescente puede ser “buena” o “mala”. Es evidente que, independientemente de la bondad o maldad de las personas con las que se relaciona, el adolescente no puede prescindir de los modelos. Los necesita para llegar a ser alguien y forjar su propia identidad.
Si, en el proceso de incorporación de las representaciones sociales, el adolescente carece de figuras positivas que le aporten un nutriente afectivo, no tiene otro remedio que aferrarse a lo único que hay: a figuras cargadas de frialdad o carencia empática y, en otros casos, a figuras que se relacionan con él a través de la conducta violenta. Los únicos modelos a los que tiene acceso y que, por otra parte, le otorgan reconocimiento de su propia existencia son los personajes violentos. Son individuos que ejerciendo la violencia logran imponerse a los demás. Ellos son respetados y, de alguna manera valorados.
Así mismo, la conducta antisocial es catalogada como una acción que le da sentido de ser, consiguiendo reconocimiento por parte del grupo y, sobre todo, un reconocimiento de aquél que lo posee. Y al ser poseído por el otro, el adolescente trasgresor actúa como el otro. Es el otro, por vía de la incorporación de la representación establecida y así controla su ansiedad y su sentimiento persecutorio.
En la interacción (talleres) con los adolescentes, sus respuestas que hacen referencia a las experiencias cercanas en el momento de la entrevista y a la vida infantil de algunos de ellos fueron:
Experiencias recientes:
1) ¿Qué tácticas utilizan los que te rodean en sus vínculos interpersonales?
“Castigos, golpes y gritos.”
2) ¿Cómo son tus padres?
“Son agresivos y abusan de su poder. Utilizan los castigos y los golpes.”
3) Si te casaras, ¿qué tipo de tácticas utilizarías para mantener el orden?
“Yo utilizaría los golpes y castigos. Los chavos no entienden de otra manera.”
A la hora de citar los defectos del controlador, normalmente los adolescentes trasgresores hacen referencia a todas las modalidades de la violencia y a pesar que muchos de ellos comentan que el trato recibido por parte del dominador es negativo, llama la atención que ante comportamientos y defectos de semejantes sujetos, los adolescentes consideran que son bien tratados.
También cabe destacar que algunos adolescentes trasgresores se ven a sí mismos como impulsivos, agresivos y drogadictos y que, sin embargo, esta autopercepción no les permite dar el paso para el cambio personal, no pudiendo optar por una conducta propositiva. Estos adolescentes, de acuerdo al empleo cotidiano de la identificación con el agresor, hacen uso de conductas violentas vivenciadas y aprendidas, que van en contra de lo que ellos pueden considerar como actos positivos.
Teniendo en cuenta que las conductas antisociales van conformando una forma de comportarse y de ser, a continuación vamos a transcribir las respuestas de una prueba desiderativa en la que se deben elegir 3 elementos en los que uno quisiera convertirse, ya se trate de animales, vegetales o cosas. Así mismo, se les pregunta por lo que a ellos nunca les gustaría ser.
En cuanto a lo que les gustaría ser, contestaron:
“LEÓN. Por ser fuerte y agresivo”.
“TIGRE. Porque es muy fuerte”.
“PÁJARO. Porque vuela y así puede ir a todas partes”.
Y respecto a lo que nunca les gustaría ser, ofrecen las siguientes respuestas:
“PERRO. Porque come muchas cosas de desperdicio”.
“OSO. Por ser muy pasivo”.
“VÍBORA. Porque pica a la gente y la pueden matar”.
Es llamativo que a los adolescentes trasgresores les resulte más difícil contestar lo que desean ser que lo que rechazan ser. Esto es lógico porque lo que no son y desean ser se les escapa de sus vidas, se les presenta como algo difícil de conseguir, prácticamente inaccesible, mientras que lo que no desean ser, es lo que ejercen, formando parte de sus realidades y representaciones sociales cotidianas.
Es importante mencionar que los adolescentes trasgresores se identifican con animales, vegetales o cosas que les dan la sensación de fortaleza, seguridad y libertad, cualidades que no encuentran en sus propias vidas. Rehúsan, claro está, aquello que les resulta cotidianamente ingrato y que caracteriza sus vidas. Huyen, por decirlo de alguna manera, de sí mismos. También pueden eludir a los que son “maltratadores” en su medio. Pero, paradójicamente, intentando escapar de lo que desaprueban y condenan en los otros, la agresión, en muchos casos, terminan siendo lo que odian: personas violentas.
Hablar de los adolescentes trasgresores, es hablar de adolescentes que viven, sienten y actúan. El problema es cómo viven, cómo sienten y cómo y para qué instrumentan sus procesos afectivos a través de la identificación con el agresor y de sus representaciones sociales.
Primeramente son adolescentes y como tales todas sus vivencias son extremosas, intensas y supuestamente antisociales, en el sentido de ir en contra de lo establecido. Están sumergidos en una fase sumamente caótica, en donde las demandas y las pérdidas los invaden: pérdidas del cuerpo y de roles, exigencias sexuales, familiares, económicas y sociales. El resultado es obvio.
En un segundo momento son trasgresores, ya que han cometido conductas antisociales (robo, violación, delitos contra la salud, homicidio, etc.), castigar la conducta nos parece que es una postura perversa por parte del adulto. Es una respuesta simple e ignorante de los avateres del desarrollo psicosocial del ser humano.
Ahora bien, ¿por qué un adolescente lleva a cabo la trasgresión? Las respuestas del vulgo son varias: porque son malos, porque son sádicos, porque son agresivos, porque no entienden, finalmente porque así nacen.
Desde nuestro punto de vista la trasgresión es una actuación. Y la actuación es eso, es un no ser yo, sino un ser otro. Otro que invade y al cual se actúa a través de la identificación con el agresor y de la incorporación de los procesos vivenciales de sus representaciones sociales. En las sesiones grupales, el adolescente desde diferentes lenguajes nos dice:
“Este que está frente a ti no soy yo, son los otros, pero no los ves porque ellos viven en mí, circulan por mi sangre, hablan por mi boca, escuchan por mis oídos, ven por mis ojos, se manifiestan a través de mis acciones. ¡Si! Esas acciones que dicen que son trasgresiones.
BIBLIOGRAFÍA
ECO, Umberto; MARTINI, Carlo M. (1997), “¿En qué creen los que no creen?”. Ed. Taurus.
GLEIZER S., Marcela (1997), “Identidad, subjetividad y sentido en las sociedades complejas”, Ed. J.P. Editor S.A.
JODELET, Denise (1986). “La representación social”. En: Psicología Social II (pensamiento y vida social y problemas sociales). Piidos. Barcelona. p. 469-495.
MOSCOVICI, Serge (1987). “Les representations sociales. Expose Introductif”. En: Seconde Rencontre Nationale sur la Didactique de l´Histoire et de la Géographie, 18,19 et 20 mars 1987. Actes du Colloque. INRP. Paris. p. 31-42.
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