I.
AGRESIVIDAD
Lamento
no poder dirigirme a Uds. en su lengua. Es necesario que les pida tener la
paciencia de escuchar algo que será desplazado en la traducción que les será
dada con posterioridad.
Querría
continuar con lo que acaba de decir el Presidente agradeciéndole en primer
lugar su amable acogida. Quiero también, situándolo en cabeza de esta
exposición, recordar que el sufrimiento es un hecho propio del hombre. Hecho
propio del hombre en su encuentro con el otro, con el objeto como nosotros
acostumbramos a decir; objeto que no puede corresponder a su deseo, deseo
situándose siempre inalcanzable más allá de cualquier posibilidad de
satisfacción. Pero si esta pasivización respecto al otro es manifiesta, también
esta pasivización sucede en el sujeto, el sujeto mismo es pasivo dentro del
orden de su economía pulsional: El sujeto sufre su pulsión y de ahí es
conducido inevitablemente a padecer, incluso en las mejores condiciones.
El
concepto mismo de agresividad está marcado por la ambigüedad. Debemos
referirnos aquí al ensayo publicado en 1920, “Más allá del Principio del
Placer”, en donde en una revisión fundamental de la metapsicología Freud
introduce la dualidad pulsional pulsión de vida – pulsión de muerte y en el
mismo movimiento, elabora la segunda tópica estructural del aparato psíquico.
Sabemos que esta revisión del pensamiento de Freud no carece de interacciones
con su evolución personal, con su sufrimiento, que le obliga a situar cada vez
más lejos un movimiento que le posee pero también, y con esto volvemos al
problema del sujeto y del objeto, en las interacciones con el espectáculo del
mundo en el que participa, la guerra, la muerte de sus familiares y amigos, el
derrumbamiento del imperio, los horrores de la guerra del 14-18.
Si
situamos este ensayo al comienzo de nuestra reflexión de hoy es para recordar
también que si bien representa un movimiento epistemológico que se podría
calificar de organizador del pensamiento de Freud, “el cambio” de los años 20,
es a la vez la conclusión de toda su reflexión anterior, es la reafirmación del
principio económico fundamental ya formulado en “Introducción a una Psicología
Científica”: el de la tendencia del aparato psíquico a descargarse de las
tensiones hasta su forma más absoluta, la tendencia al cero, es decir; a la muerte,
con una abertura a una metateoría que quedará siempre ambigua sobre los
fundamentos del narcisismo –¿estructura o estado?– y en la serie conceptual que
va desde la satisfacción al principio del placer y de ahí al principio de
Nirvana y a la muerte.
Retornando
sobre sí mismo, Freud se extraña de haber empleado tantos años en descubrir la
idea misma de pulsión de muerte. De hecho, historiador de su propia evolución,
minimiza todas las adquisiciones que concluyen en esta elaboración.
Es
evidente a lo largo la lectura de su obra, que la agresividad es una dimensión
dinámica que nunca a desdeñado. De hecho en su relectura es probablemente más
fácil comprender y utilizar la noción de hostilidad tal como ha sido definida
por Freud en la primera parte de su obra, es decir antes de 1920, que en la
segunda parte en la que la pulsión de muerte no corresponde a la definición
misma del concepto metapsicológico que intentamos precisar en el curso de este
Congreso. Podemos intentar recordar aquí las principales articulaciones del
pensamiento de Freud que conciernen a la moción agresiva en el curso de su
elaboración metapsicológica. Durante un largo periodo pensó que la agresividad
caracterizaba toda pulsión en su lucha por lograr la descarga. Es la noción de
un empuje, una actividad que es además, próxima del concepto etimológico:
Adgressi: dirigirse hacia. En esta primera parte de su obra es útil recordar
que Freud desarrolla una perspectiva económica que describe bien esto que
intentamos definir en este Congreso. Se trata de un quantum de energía, una
función excitativa, que tiende a descargarse del sujeto hacia el objeto.
Estamos
lejos de una perspectiva de odio destructor. Es en esta idea que en los
estudios sobre la histeria, concibe el traumatismo generador de la neurosis: la
seducción. Se trataba para él de una primera forma de agresión sexual, sufrida
por el sujeto contra su voluntad, pero desencadenando un placer que a la vez el
sujeto se prohibía violentamente. Nos encontramos de repente confrontados con la
mezcla (1) pulsional agresividad libido, entramado que marca toda la clínica
psicoanalítica. A nivel del seductor hay trabazón del movimiento libidinal con
el de la tendencia a la realización, la agresividad, el sujeto no tomando en
absoluto en cuenta la emoción del objeto. Directamente connotado por esta
asociación de movimientos de amor y de dominio desemboca con la Traumdeutung,
en 1900, en la dualidad del amor y del odio a nivel del complejo de Edipo en el
que, para el niño por ejemplo, los deseos de muerte contra el padre
(frecuentemente desplazados sobre los hermanos y hermanas), son
sistemáticamente reencontrados tanto en los sueños de Freud mismo como en los
de sus pacientes.
En
1905, en “Tres Ensayos”, las posiciones han evolucionado poco. Nota que las
pulsiones crueles tienen fuentes que son completamente independientes de la
sexualidad pero que pueden estar en conexión con ella. En el segundo ensayo en
particular, Freud precisa y yo lo cito: “La crueldad, factor del instinto
sexual, es en su desarrollo aún más independiente de la actividad sexual ligada
a las zonas erógenas. El niño está en general inclinado a la crueldad, porque
la necesidad de posesión no está frenada por la percepción del sufrimiento del
otro”.
Este
breve texto muestra que Freud pensaba ya en el carácter de la pulsión puesto
que cita su origen: las zonas erógenas. ¿Cuál es la fuente de la pulsión
agresiva?, esta es una pregunta que nos es planteada aún hoy mismo.
Se
ve claramente que la elaboración freudiana contiene ya desde el comienzo de su
obra una idea y una reflexión sobre la agresividad como fundadora de la
patología. Es preciso señalar aquí, desde el punto de vista de la historia del
movimiento psicoanalítico, en 1908, la oposición de S. Freud a la elaboración
de Adler, de un instinto de agresión del Yo. Esta polémica probablemente ha
perturbado y enlentecido su propia elaboración.
Desde
“Tres ensayos”, Freud habla de la pulsión de apoderamiento, concepto que será
retomado más tarde en 1915. Debemos extrañarnos de esta concepción,
conceptualización de una forma pulsional nueva, cuando toda su antropología
tendía a una dualidad que debía fundar el conflicto, de una parte los instintos
del Yo y de otra parte la libido. La pulsión de apoderamiento está fundada
sobre la concepción misma de los instintos del Yo y apuntaría a la conquista y
a la posesión del objeto. Su fuente, su conexión corporal se haría a nivel de
la musculatura: En el niño esta pulsión se expresaría en los juegos de lucha
del cuerpo a cuerpo y de la competición. Podría también expresarse en una
necesidad de dominar, incluso exteriorizarse en una crueldad que aún no lo es
tal, porque el sujeto (el niño pequeño), es aún incapaz en una total ausencia
de identificación de percibir el sufrimiento del otro.
Estas
concepciones han sido retomadas con Hendrich, citado por la Laplanche en la
descripción de un “Instinct to master”. Esta perspectiva ha sido retomada mucho
más tarde por Evelyne y Jean Kestemberg en lo que ellos han designado como el
placer de funcionamiento. Se trata no tanto de un dominio más o menos salvaje
del objeto, sino por reflexión de este movimiento, de un dominio de si mismo, y
quizás más por un interés que por un investimiento (2) de ciertas formas de
funcionamiento muscular de lenguaje o de operatividad, de un intento de superar
ciertos obstáculos ligados a la inmadurez y a la fragilidad del Self del niño,
lo que probablemente, Piaget definiría como una “acomodación”. Pero la pulsión
de apoderamiento en la idea de Freud está esencialmente dirigida hacia el
exterior y trata de alcanzar el triunfo a pesar del medio adverso. Es
claramente la agresividad en forma de combatividad. Volveremos sobre esta
concepción aquí expuesta es decir la de un movimiento neutralizado, si Uds.
quieren, no el aspecto destructor, si no creador y positivo de la agresividad.
Así es descrito como tal por los psicoanalistas estructuralistas que hablan de
“desagresivización”.
Hemos
hecho este desvío, exterior a la historia del pensamiento de Freud porque
pensamos que es a partir de estos trabajos precoces que se desemboca entre sus
epígonos, en concepciones de una forma de agresividad próximas a la etimología
misma del significante, mientras que en la continuación de su elaboración
metapsicológica el concepto se enriquece al mismo tiempo que se complica con
nuevas perspectivas dinámicas. No hay de hecho textos de Freud que no hagan
alusión de una forma más o menos masiva al problema de la hostilidad. Es la
hostilidad del pequeño Hans hacia su padre y de sus deseos sádicos hacia su
madre, de toda la elaboración perversa del hombre de las ratas confrontado a
sus deseos de muerte cruel hacia su padre o incluso hacia la mujer que ama. En
1913 en “Predisposición a la neurosis obsesiva”, Freud reconsidera toda la
parte agresiva y sádica de las relaciones objetales pregenitales.
Este
recuerdo histórico podrá aparecer quizás ocioso particularmente a los que
conocen bien la obra Freudiana. Pienso no obstante que es imposible de captar
el contenido mismo del concepto de agresividad en la metapsicología
psicoanalítica sin retornar sobre este movimiento de reflexión diacrónica. Poco
antes de la revisión de 1920 publica en 1915 un artículo muy importante para
nuestra tema que es “Pulsiones y Destino de Pulsión”. Retomará en 1924, nueve
años más tarde los mismos temas en “El problema económico del masoquismo”.
Estos dos trabajos centrados sobre el tema de la agresividad son separados por
el “cabo” (3) de 1920, con la creación del concepto mismo de la pulsión de
muerte y de la segunda tópica. No obstante ambos están muy próximos uno del
otro y es aconsejable releerlos juntos. La perspectiva dinámica es no obstante
diferente. En 1915 el movimiento hostil es dirigido al exterior y a costa del
objeto, mientras que en 1924 Freud habla de un movimiento primariamente
reflejado sobre el Yo, es decir que a través la elaboración del concepto de
pulsión de muerte surge la concepción pesimista del hombre habitado por un
movimiento masoquista primario auto-destructor y mortífero.
Podemos
retomar aquí la argumentación de Jean Laplanche en “Vida y muerte en
psicoanálisis”, que intenta analizar las vacilaciones de la investigación de S.
Freud separando conceptualmente los términos de agresividad y de sadismo.
J.L.
nos expone que para ceñirse a los términos conceptuales, en la agresividad se
trataría de un movimiento no sexual, mientras que en el sadismo se trataría
claramente de una erotización de la moción agresiva.
La
pregunta que se plantea de entrada es de saber si se puede imaginar un tiempo
en el desarrollo del hombre en el que no hubiera de una manera o de otra
intrincación entre agresión y libido, ligazón pulsional con la cuál nos
encontramos regularmente confrontados en el cuadro de la clínica
psicoanalítica. Al fin de su obra S. Freud nos recuerda que no hay situaciones
en las que no se lleve a cabo una mezcla entre las dos mociones pulsionales.
Los
hechos muestran incluso en los casos en los que la tendencia a la destrucción
del otro o de si mismo es absolutamente manifiesta, en los que el furor
destructivo es el más ciego, que una satisfacción libidinal siempre puede estar
presente. Satisfacción sexual vuelta hacia el objeto o “goce narcisista”.
(“Malestar en la Cultura”).
Laplanche
no deja de plantearse este mismo problema cuando postula que en estos casos se
trata de una cierta forma de la pulsión de dominio en los que la tendencia a
imponerse al objeto se inscribiría en el campo de los instintos del Yo, de la
autoconservación, lo que implicaría una relación de fuerzas por las cuales en
niño tiende a imponerse, a dominar, a utilizar el objeto pero al comienzo al
menos sin tratar ni desear hacerle sufrir. Infligir o soportar el dolor sería
el índice de la libidinización y nos encontraríamos entonces reenviados a la
idea del sadismo. En verdad poco importa que este tiempo exista, que sea fugaz
o incluso idealizado. Este niño, fuerza natural, se sirve del objeto sin tratar
de hacerle sufrir, ya que no es esto lo que persigue. El sujeto trata de
realizar sus fines sin que la destrucción sea buscada por si misma como
igualmente tampoco es tenida en cuenta la subjetividad del otro, es decir su
dolor, y aún menos el goce encontrado ante su sufrimiento. Es importante aquí
recordar esta posición, probablemente paradigmática, que sería la única a
delimitar una agresividad que se podría calificar de pura.
Al
mismo tiempo sabemos que toda movilización energética, toda activación, que
toda puesta en marcha del aparato psíquico implica una excitación, tomemos por
ejemplo los preliminares de un goce sexual. Este fenómeno puede verificarse
tanto en la observación directa como en el campo psicoanalítico. El trabajo
muscular, la tensión, el trabajo intelectual, la angustia, la cólera, son a la
vez otros tantos movilizadores de sensaciones erógenas. Este fenómeno económico
es aún fácilmente verificable en el campo de psicoanálisis particularmente en
el niño, en el que nos encontramos continuamente confrontados con la dificultad
del control de los fenómenos de excitación ligados tanto a la confrontación con
el adulto que le escucha (al niño) que al abandono de un cierto número de
parámetros defensivos.
Tenemos
pues, que confirmar que es difícil imaginar que la separación pudiera ser total
entre la moción agresiva y su corolario la excitación sexual, es decir la
erotización. No habría nunca, en la observación clínica, agresión sin sadismo,
moción agresiva escindida de una moción libidinal. La idea de Laplanche
refiriéndose a la primera tópica Freudiana de describir una pulsión destructiva
pura y escindida de todo movimiento libidinal a nivel de los mecanismos del Yo
y de la autoconservación sería pues un paradigma teórico.
No
obstante y con algunas reducciones simplificadoras, tenemos que referirnos aquí
a las ideas de la Melanie Klein. Sabemos que para Melanie Klein el Yo
precozmente constituido se defiende en un primer movimiento mediante la
escisión, proyectando al exterior la pulsión sádica y constituyendo así, en el
afuera, la fantasía primaria del pecho malo, exterior, perseguidor, mortífero.
La posición esquizoparanoide con el splitting de lo malo de un lado y de lo
bueno del otro, bueno que el sujeto puede reintroyectar para su supervivencia,
sería el producto de una agresividad deslibidinizada, respondiendo a los
instintos de autoconservación del Yo. Ahora bien: sabemos perfectamente que
esta elaboración metapsicológica de Melanie Klein procede de las elaboraciones
que K. Abraham había hecho tomando éste a su vez las consideraciones freudianas
sobre el instinto de muerte. Es esta hipótesis un tanto aventurada, la misma
que retorna Melanie Klein en su idea: la de la existencia de una fundamental
excisión pulsional en el primer semestre de la vida del bebé.
Los
post-freudianos Laplanche y A. Green particularmente señalan justamente en su
interpretación de Freud que el tiempo de libidinización está ligado al retorno
de la agresividad que se convierte en autoagresión, de donde emerge la
sexualidad. La moción destructiva, entremezclada a la libido, se desplegará a
partir de este momento tanto en sus formas activas como en sus formas pasivas,
concluyendo en la pareja sadomasoquista, expresión pulsional que marca el
destino del hombre de una forma pregnante. Retomando lo que ha sido dicho
anteriormente, el movimiento de retorno o de reflexión sobre el Self sería el
tiempo de arranque del aparato mental, de la activación, es decir de la
inevitable erotización. Sería este un paso obligado, particularmente a través
del apuntalamiento muscular, pero también globalmente en lo corporal, del plano
de la autoconservación al plano de la sexualidad. Este tema del doble retorno
es decir de la reflexión de la moción pulsional sobre el Self y de la
transformación de la actividad en pasividad es retomado por todos los
psicoanalistas de hoy (y pienso particularmente a Green y a Laplanche), para
demostrar que en el plano de la clínica este es un movimiento que se repite
continuamente y por ello el peligro de estancamiento en el masoquismo en el
curso del psicoanálisis, sigue siendo un sector crítico en cualquier tratamiento
psicoanalítico.
Esta
reflexión tan rica en contenido y en resonancia con la clínica psicoanalítica
tanto de la neurosis como de la psicosis parecerá a S. Freud insuficiente, ya
que desemboca en una nueva elaboración, revisión metapsicológica esencial que
es la de 1920, y a la cuál ya hemos hecho alusión.
Freud
debe postular una pulsión de muerte por razones económicas (la tendencia a la
reducción de la tensión), por la toma en consideración en diversos registros de
los fenómenos de repetición, por la imposibilidad en la cuál él se encontraba
para poder seguir concibiendo y afirmando tal como lo había dicho anteriormente
que el odio no era otra cosa que la inversión del amor es decir que se trataba
de una expresión transformada de la libido y finalmente con la preocupación de
recrear un dualismo metapsicológico al que nunca renunció. A partir de este
momento el conflicto se situará no en el enfrentamiento de los intereses del Yo
y de la Sexualidad en una perspectiva Weissmaniana entre el individuo y la especie,
si no en la elaboración casi mítica, (es el término de Freud), entre pulsión de
muerte y pulsión de vida. El pesimismo Freudiano es desde este momento
constituido y nunca más abandonará la interrogación del por qué el ser humano
se dedica mucho más en su compulsión de repetición a dañarse o destruirse así
mismo que ha desarrollar su agresividad hacia el objeto.
A
pesar de todo sigue siendo difícil definir la agresividad en términos simples.
La agresividad no es la pulsión de muerte. Se podría decir que se trata de una
parte de la moción hostil vuelta hacia el exterior a costa, en perjuicio del
objeto. Pero esta afirmación continúa siendo una aproximación, la elaboración
misma de la pulsión de muerte va más allá, transciende la experiencia que podemos
hacer en la clínica de la hostilidad de nuestros pacientes incluso Freud él
mismo a lo largo de su obra y a pesar que no renuncia a lo que ha dicho y
escrito anteriormente (y el creador del psicoanálisis no ha renunciado nunca a
sus posiciones anteriores que no ha hecho que retomar y enriquecer a lo largo
de toda su obra), Freud no parece saber muy bien que hacer con su nueva
elaboración. No sabe como aprovechar este nuevo dualismo pulsional en la teoría
de las neurosis, y en un texto como el de “Inhibición Síntoma y Angustia”(1926)
donde reconsidera el conjunto del problema del conflicto neurótico bajos sus
diferentes modalidades, el lector no puede dejar de sorprenderse al comprobar
el escaso lugar que Freud reserva a la oposición de estos dos grandes tipos de
pulsiones, oposición a la que no hace actuar ningún papel dinámico. El
conflicto se explicita en términos tópicos, en términos de instancia Yo,
Superyo y Ello, pero mucho menos sobre el plan dinámico y pulsional. Finalmente
para citar Laplanche, nos sorprende el escaso cambio que nos aporta la nueva
teoría de las pulsiones tanto en la descripción del conflicto defensivo como en
la de la evolución de los estados pulsionales.
Sabemos
bien que los epígonos de Freud se han dividido alrededor de esta nueva
antropología pulsional y que mientras un cierto número de sus sucesores
adoptaban completamente sus nuevas perspectivas (Abraham, Melanie Klein),
existían otros que se mantuvieron en la elaboración de l.915, es decir en la
comprensión de una agresividad conectada a la vez con la autoconservación y con
la sexualidad. Es preciso decir que sus sucesores no han añadido gran cosa a la
compresión de lo que estamos intentando recordar. Queda entero el problema de
una moción pulsional mortífera que podría habitar al hombre a la búsqueda de
una homeostasis que tendería al nivel cero. Hay que recordar aquí que es bien
éste el resultado experimental en la investigación que se desarrolla en el
campo de la experimentación psicoanalítica, campo totalmente diferente en relación
con otros estudios, por ejemplo etológicos (pensamos en Lorenz evidentemente),
o sociológicos o aún neurofisiológicos.
En
estos campo, fuera del campo de psicoanálisis, es probable que una de las más
interesantes contribuciones al problema de la agresividad en el sentido de
desencadenamiento de la violencia es la de René Girard, que en un análisis
exhaustivo de los grandes textos bíblicos, míticos o novelescos, describe
aquello que él ha llamado “Mimetismo de apropiación”: Si se sitúan experimentalmente
a niños en una situación tal que dispongan de un mismo juguete bastará que un
niño del grupo se apodere del juguete para qué los otros intenten robárselo.
Este movimiento mimético va en el sentido de la imitación y de la acción, de un
deseo del objeto elegido y de ahí por ese hecho sobre valorado. De hecho supone
una nueva lectura de ciertos textos Freudianos en particular “Tótem y Tabú”, al
cual René Girard se refiere, así como una nueva lectura de Sófocles tanto del
Edipo Rey que de Edipo en Colona.
Es
evidentemente peligroso y probablemente metodológicamente erróneo querer
superar las dificultades encontradas en el campo del psicoanálisis aplicándolo
a otras áreas de investigación, y es preciso reconocer al mismo tiempo que la
elaboración Freudiana nos aporta escasas soluciones en la situación
terapéutica. Si por una parte está excluida la articulación del concepto de
instinto de muerte en la relación terapéutica con nuestros pacientes, por otra
parte nos encontramos totalmente confrontados mucho más a su autoagresividad y
a su masoquismo que a su sadismo.
A
nivel de la clínica la expresión y la interpretación que se puede hacer de la
agresividad se sitúan claramente a nivel de la función reactiva: angustia,
miedo, frustración, herida simbólica o real. La clínica moderna ha desarrollado
mucho la compresión de los fenómenos estructurales dinámicos y tópicos a los
cuales el psicoanalista se encuentra confrontado en el cuadro de pacientes que
sufren distorsiones del Yo: estados limites, prepsicosis, personalidades
narcisistas.
En
estos pacientes con una sensibilidad particularmente grande, como alérgica, a
mínimas modificaciones, de una parte de la distancia y de otra a cualquier
frustración por mínima que sea, la agresividad es nuevamente y constantemente
movilizada, pero expresándose de una forma particular: son esos pacientes que
no protestan pero que se quejan continuamente: la decepción, la descalificación
del objeto se traduce sistemáticamente por la desvalorización del Self y por
movimientos depresivos. Es bien a ese nivel en el que nos encontramos confrontados
con las manifestaciones más crudas del masoquismo primario, y yo pienso
particularmente a esta paciente que desde hace de tres años me amenaza con
suicidarse una sesión después de otra y últimamente me propone que yo acepte
una carta para enviársela a su amiga para explicarle las razones de su
autodestrucción.
Es
a este nivel que quizás sea necesario recordar que el movimiento agresivo o
sádico es percibido en el contexto de una relación intersubjetiva. Diatkine
señalaba justamente que nadie se quejaría de un niño que muerde a su chupete o
su cuchara, mientras que la madre ciertamente sabrá dar un significado al mismo
movimiento si es a expensas de su pezón. Esta paciente visiblemente no percibía
y sigue aún sin percibir el aspecto perfectamente sádico de la manipulación de
la angustia del analista, es decir, de mi ansiedad. Un día que yo había
introducido en mi interpretación a favor del sentido de su discurso y retomando
su discurso que ella me hacia temblar, se sintió agredida, ridiculizada, humillada,
por la comunicación de una vivencia en la que ella no creía y a la cuál no
podía identificarse.
Para
terminar intentaremos en pocas palabras exponer cuál es el destino de la
pulsión agresiva vivida por nuestros pacientes como mal objeto que les persigue
y amenaza e incluso en su integridad. Como esta hostilidad en el curso del
análisis va a poderse superar o, en términos tópicos, como el objeto incluido,
por hablar el lenguaje de Pierre Luquet va a poder metabolizarse al servicio
del Yo. Se sabe que es por la ligazón de la hostilidad por el amor que el
primer término del conflicto dualista va a poder encontrar una reorganización
al servicio de las instancias creadoras del aparato mental. Recordemos aquí que
esta trabazón pulsional aparece de entrada y en la perspectiva kleiniana en el
final de la posición esquizoparanoide, a nivel de la culpabilidad depresiva y
la preocupación por la reparación del objeto. Me parece buena esta formulación
metafórica para conceptualizar la ligazón del odio por la libido. Pero más allá
de la capacidad del niño para poder investir un objeto total, es bien entendido
al nivel de su capacidad de investir un objeto sexuado, es decir a nivel de la
constitución del Edipo que la ligazón de la agresividad será definitiva y que
debido a esto, el sujeto podrá utilizar su combatividad sin necesidad de
movilizar continuamente formaciones reactivas consumidoras de energía.
Los
psicoanalistas estructuralistas describen una actividad del Yo a favor de la
cuál la pulsión hostil se encuentra desinvestida de su movimiento destructor
para conservar una actividad neutralizada. De la misma forma que ellos hablan
de neutralización de la libido y de deslibinización, Hartmann habla de una
neutralización de la agresividad, de una desagresivización en un neologismo
complicado. Nosotros tenemos una cierta dificultad para identificamos a una
posición metapsicológica que nos parece terriblemente abstracta. En cambio es
evidente que desarrollándose los progresos del tratamiento analítico, el
paciente que se encontraba compulsivamente confrontado a sus repeticiones
sintomáticas o caracteriales, puede desplazar a nivel de la mentalización una
vida fantasmática que retoma a su cuenta lo que hasta aquí era esencialmente
actuado, entendiendo el acting no solamente fuera del setting psicoanalítico
(Acting out), sino también dentro, incluso a nivel de un discurso que en las
personalidades-límites, está ampliamente desimbolizado. Enriqueciéndose la
actividad del lenguaje, convirtiéndose la pesadilla en sueños, la acción en
pensamiento, la moción pulsional agresiva se convierte en construcción y
relación con el mundo de los otros, hermanos en su humanidad, percibidos en la
realidad de su riqueza y de su fragilidad.
II.
VIOLENCIA
Agresividad
no es violencia. Me he planteado la pregunta de saber cual sería la distinción
que se podría hacer y me ha parecido que globalmente y en todo caso en francés
al hablar de violencia tratamos más de algo que se sitúa en el orden del
comportamiento. Hay que recordar que es preciso y esencial distinguir fantasía
agresiva o sádica y comportamiento agresivo. No obstante seguimos
encontrándonos delante de la ambigüedad de la significación de la violencia.
Violencia:
Significado marcado por el sadismo: Violación. Difícil en su uso, ambigua en su
significación. Ciertamente a diferenciar de la agresividad. Hay ciertas
violencias manifiestas perfectamente agresivas cuyo contenido se superpone en
ambas. Pero hay también violencias frías, incluso secretas que son más
difíciles para identificar. Existen sobre todo formas de violencias altamente
erotizadas ligadas a la desunión pulsional, y a las cuales el trabajador social
se encuentra confrontado.
Reencontramos
aquí nuevamente toda la problemática abierta por la introducción de la pulsión
de muerte. Freud ve la fuerza, la pesantez, que conduce al aparato psíquico a
la tensión interna mínima es decir a la quietud, al retorno a lo inanimado, a
la petrificación de la materia viviente. Es preciso decirlo: a una
antiviolencia pues. Es decir: Por una derivación paradójica a un movimiento que
enjuiciamos como destructor. El creador de psicoanálisis intenta elaborar una
tensión binaria que tome el relevo del conflicto hasta ahora definido por la
dialéctica líbido-pulsión del Yo. Después del eclipse del narcisismo era
preciso reencontrar la designación del desgarro de la lucha del hombre contra
él mismo. Frente a la libido-instinto de vida, es necesario designar una
antilíbido-pulsión de muerte. Abstracción ambigua entre la quiescencia y la
destrucción. Movimiento silencioso actuando en la sombra –la sombra de la
muerte– y no expresándose que en su conjugación con la pulsión libidinal.
Jean
Bergeret ha intentado definir este recorrido en su elaboración de “La violencia
fundamental! Intenta situar de una manera más clínica lo que Laplanche había
concebido como una teórica fase destructora, la del niño depredador sin
intención de hacer sufrir, también podría ser lo que Winnicott designa como el
Ruthless love, el amor sin piedad del niño pequeño. Pero de nuevo aquí nos
encontramos en una complementaridad pulsional que es difícil de superar, porque
también se trata de “Love”.
La
intención de Jean Bergeret es de describir el movimiento hostil puro sin
complementaridad libidinal. Comienza su demostración estudiando el mito. El
primer oráculo de la Pitonisa anuncia el conflicto existencial entre Edipo y
Laios, más precisamente entre Edipo y sus padres. En este momento se trata de
un asesinato, en absoluto del incesto. Este aparecerá más tarde en el segundo
oráculo. El autor intenta plantear la amenaza en los términos de “o él o yo”,
conflicto mortífero sin otro matiz. Esta sería la posición del niño totalmente
dependiente, apoyado en los adultos sin los cuales no hay posibilidad de
sobrevivencia. “El o yo” ningún escape a esta prescripción existencial.
Bergeret piensa tener con esta formulación la quintaesencia de la violencia
fundamental, fuera de todo componente libidinal precoz componente que Racamier
designaría como incestuoso. La demostración de Bergeret es relativamente
coherente con la definición que podría hacerse de esta fuerza ciega y
predeterminada, fundadora de la epigénesis de lo que se designa generalmente
por el concepto de instinto más que por el de pulsión.
En
este crisol arcaico de los primeros movimientos de vida la energía no ligada
solo podría descargarse como una violencia ciega y sin orientación
(depolarisée). No sería sino en un segundo tiempo, el del nacimiento del
objeto, que éste deviene imperativamente investido como fuente de gratificaciones
indispensables para la supervivencia. Habría en este paso ruptura del
movimiento destructor.
Así
Bergeret establece una filogénesis del desarrollo temporal de una energía
interna que sería en un principio solipsista, (4) totalmente destructora hacia
todo aquello que se presente como obstáculo a la extensión del sujeto y que
evolucionaría hacia la consideración del otro en sus dimensiones ambivalentes.
Mientras que la metapsicología clásica sitúa en una confrontación sincrónica la
oposición entre fuerza destructora y fuerza de vida Bergeret la sitúa en
sucesión diacrónica, siendo la violencia arcaica el quantum energético que va a
generar el desarrollo mismo del movimiento de vida libidinal. Por hablar
simplemente la violencia originaria sería como el turbo de la libido. Bergeret
lleva a cabo así una deriva metapsicológica del pensamiento psicoanalítico
clásico en su tentativa de calificar un desarrollo de la violencia en el
sentido más esencial del concepto.
Para
nosotros esta tentativa sigue siendo problemática. La violencia nos parece
siempre connotada por un movimiento libidinal. Toma ciertamente todo su sentido
en la expresión social y colectiva: como es actuada, a nivel del
comportamiento, es bien en el socius que la violencia origina un problema y es
a este nivel en el que la violencia se expresa de la forma más difícilmente
tolerable. Pero si queremos mantenernos en el campo del funcionamiento mental
del sujeto, la violencia se expresa mucho más frecuentemente como una forma
pervertida de expresión libidinal que, como dice Freud en su trabajo sobre la
melancolía, como “una pura cultura de instinto de muerte”. Yo creo que éste ha
sido el mérito de A. Green, el de resituaría en la expresión de la pasión,
expresión que Uds. españoles han comprendido desde hace mucho tiempo.
El
nos recuerda justamente que los pacientes expresan su pasión de una manera que
hoy conocemos menos, pero que al principio del siglo los histéricos
particularmente transponían en su teatro privado la violencia de sus afectos
con un desbordamiento totalmente particular, que aterrorizaba al espectador:
fuera de sí mismos, aullando y gesticulando, poseídos por una violencia que
nadie suponía su existencia. Hoy esos mismos pacientes están hoy mejor
controlados, pero no dejan por ello de realizar escenas tanto en su existencia
cotidiana que en el cuadro de su tratamiento. Propongo una viñeta clínica: Una
mujer muy “border-line” sentada cara a mí durante dos años me exigía que la
mirara a los ojos y yo no tenía el derecho ni siquiera de cerrar los ojos o
volver la cabeza. Si lo hacia le provocaba una crisis de rabia tan espectacular
que yo me sentía muy molesto porque los vecinos podrían oír esa escena
histérica: yo estaba atado por estos deseos de la paciente de comerme con los
ojos. Más tarde en su tratamiento, evidentemente, expresó otros deseos según
los cuales no se contentaba solamente de comerme con los ojos, sino que también
quería precisamente devorarme a nivel de mi virilidad.
Al
mismo tiempo que Freud rehabilitaba los histéricos, sospechosos de duplicidad,
intentaba a la vez neutralizar su locura por la comprensión de la
representación y del fantasma, contenido idéico que intentaba evitar el afecto.
Freud al comienzo de su obra buscaba de alguna forma intelectualizar la locura
de sus pacientes, y solo tardíamente defendió el afecto y reconoció toda su
dimensión dinámica. La locura es la pasión que vive en el neurótico más banal,
es decir todos nosotros, en el surgimiento de un afecto excesivamente durante
largo tiempo domeñado. Es sobre todo la explosión normal del movimiento erótico
que desencadena el acercamiento de los amantes, y Uds. saben que Freud
consideraba a la relación amorosa como el máximo de la locura. Es también la pasión
ciega que desborda el control del perverso por otra parte normalmente adaptado
a la vida cotidiana y aparentemente bien controlado. Es ciertamente la locura
del adolescente en su autodestrucción, por ejemplo yo vivo en una ciudad que
está situada entre colinas con cuestas muy pendientes. Pienso en este
adolescente que se planteaba interiormente apuestas mortíferas atravesando
cruces de carreteras sin importarle el signo del semáforo, pero haciéndolo
suficientemente rápido como para evitar cualquier obstáculo que pudiera venir
lateralmente. Ciertamente acabó en un Servicio de Neurocirugía.
Pasión
que se adorna de un aura dice Green, que hará de ella un misterio oscilando
entre lo demoniaco y lo divino. Este reconocimiento de las potencias oscuras
del hombre permite anudar con el hilo de la antigua tragedia que inspira
fascinación respeto u horror. Pasión en la cuál nos reconocemos todos seres
divididos en nosotros mismos. Es este un buen lugar para recordar al Quijote
paradigma de la erotomanía, y también más allá de la literatura española, a
Sófocles o a Shakespeare pintores del desgarro mortífero y asesino del hombre.
En
el alba de su vida, el sujeto se encuentra confrontado a esta locura, petición
sin límites, cabinalística del lado del niño pero también locura de la madre
capaz de encerrarse en la unidad dual que la liga a él. Todos los observadores
se sienten perplejos por esta disposición a la devoción de la madre hacia su
hijo que supera el entender lógico del padre. Melanie Klein a bien descrito
esta fase, exponente de funcionamientos mentales, de defensas y de fantasías
arcaicas tales que ella los ha designado como una psicosis precoz y que Green
en su vocabulario desearía llamar locura originaria. Y es bien probablemente a
este nivel genético que se anuda, en una actividad y en un intercambio
pulsional intenso entre la madre y su hijo, en la adecuación de los cuidados
maternos, el origen de los estallidos de violencia en el futuro.
Los
cuidados, y Freud nos lo recuerda en su último libro “Manual elemental de
Psicoanálisis”, son inevitablemente consustanciales con una actividad erótica y
de ahí con una seducción. A partir de entonces todo deberá reglarse en su justa
medida, entre gratificación y frustración, ambos fuentes de angustia y de movilización
de furor. La temible tarea de la madre no tendría otra finalidad que la de dar
el justo “tempo”, la justa medida. Después de haber favorecido la irrupción de
la vida pulsional, deberá convertirla en soportable, en tensiones que puedan
ser dominadas por el aparato mental del niño. Excitante y paraexcitante, deseo
y defensa, motor a dos tiempos, aceleración y frenado, excitación y quietud, la
madre se sitúa siempre en el estrecho límite de la intrusión y de la
separación. Si unida a su propio desorden la madre, insuficientemente
mediatizada por el padre desborda la capacidad de restauración (Maintenance)
(5) del propio niño, es entonces el caos, y este caos es el que va a
desencadenar la violencia, violencia que desgarrará la vida del hombre y de la
sociedad, y esto desde el comienzo del mundo hasta hoy mismo.
1
N. del T.: ”Intrication”: intrincación, enredo, entramado: el término utilizado
por Freud, “mezcla” sugiere también el modo y las posibles interacciones de
ambos componentes.
2
N. del T. Investir: Posee una connotación energética: Acto que tiende a la toma
de posesión bien sea de naturaleza militar, financiera o de una dignidad.
Interés:
Lo que importa o es útil para uno mismo (Petit Larousse).
3
N. del T. En el sentido del navegante que bordea y supera una gran dificultad
encontrada en su itinerario.
4
N. del T. Solipsismo: Teoría filosófica idealista afirmando que nada existe
fuera del pensamiento individual, que todo lo que se percibe es solo una
especie de sueño que tenemos (Petit Larousse).
5
N. del T. Maintenance: Conjunto de medios y/o acción de completar en material y
personal las unidades diezmadas en el combate.
*Ponencia presentada en el IX Congreso Nacional de la Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente celebrado en Sevilla del 10 al 12 de noviembre de 1995 bajo el título: “Sufrimiento corporal y desarrollo psíquico: enfermedad y violencia en la infancia”.
**Catedrático emérito de Psiquiatría Infantil de la Universidad de Lausana (Suiza)
Traducción de la ponencia realizada por José Antonio Vicente. Psiquiatra.
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