Resumen
La teoría de la inteligencia emocional propuesta por Salovey y Mayer (1997) aporta un nuevo marco conceptual para investigar la capacidad de adaptación social y emocional de las personas (Mestre, Guil, Mestre, 2005; Mogardo, 2007). Más aún, se estima que la experiencia emocional resulta fundamental en la predicción de la intención de repetir conductas de riesgo en el futuro (Caballero, Carrera, Sánchez, Muñoz y Blanco, 2003). Y, que la competencia emocional afecta a la incidencia, la intensidad, la forma y el contenido de las emociones, en tanto que contribuye a reformar, modificar y recalibrar las respuestas emocionales preexistentes o adquiridas (Mogardo, 2007).
Partiendo de estas premisas, en el presente trabajo se analiza la influencia de la inteligencia emocional sobre el comportamiento desviado y; más específicamente, la de evolución de ésta en la carrera delictiva del individuo, ateniéndonos al riesgo social en el que éste se halla inmerso (alto riesgo de desviación social vs bajo riesgo de desviación social) y a su evolución natural (edad con responsabilidad penal vs. edad sin responsabilidad penal). Para ello hemos aplicado el Trait Meta-Mood Scale (TMMS) (Salovey, Mayer, Goldman, Turkey y Palfai, 2002), en dos pases, a una muestra de menores de entre 14 y 17 años. En este caso, los resultados advierten de un efecto significativo en la inteligencia emocional para el factor riesgo social, pero no para el factor evolución natural, ni para ambos. Finalmente, se discuten los resultados y se extraen conclusiones para la gestión del riesgo.
Partiendo de estas premisas, en el presente trabajo se analiza la influencia de la inteligencia emocional sobre el comportamiento desviado y; más específicamente, la de evolución de ésta en la carrera delictiva del individuo, ateniéndonos al riesgo social en el que éste se halla inmerso (alto riesgo de desviación social vs bajo riesgo de desviación social) y a su evolución natural (edad con responsabilidad penal vs. edad sin responsabilidad penal). Para ello hemos aplicado el Trait Meta-Mood Scale (TMMS) (Salovey, Mayer, Goldman, Turkey y Palfai, 2002), en dos pases, a una muestra de menores de entre 14 y 17 años. En este caso, los resultados advierten de un efecto significativo en la inteligencia emocional para el factor riesgo social, pero no para el factor evolución natural, ni para ambos. Finalmente, se discuten los resultados y se extraen conclusiones para la gestión del riesgo.
Introducción
La teoría de la inteligencia emocional propuesta por Salovey y Mayer (1997) aporta un nuevo marco conceptual para investigar la capacidad de adaptación social y emocional de las personas (Mestre, Guil, Mestre, 2005; Mogardo, 2007). Más aún, se estima, por un lado, que la experiencia emocional resulta fundamental en la predicción de la intención de repetir conductas de riesgo en el futuro (Caballero, Carrera, Sánchez, Muñoz y Blanco, 2003). Y, por otro, que la competencia emocional afecta a la incidencia, la intensidad, la forma y el contenido de las emociones, en tanto que contribuye a reformar, modificar y recalibrar las respuestas emocionales preexistentes o adquiridas (Mogardo, 2007). En el área de la conducta criminal no existe mucha investigación relacionada con la inteligencia emocional (Arce y otros, 2005; Dawda, Pescitelli, y Hart, 2000; Matthews, Zeidner, Roberts, 2002); y la realizada la conforman, principalmente, tesis doctorales sin publicar (Branthoover, 2005). Cabe destacar el trabajo de Lance (2003), que tras estudiar la inteligencia emocional y la conducta desviada en estudiantes de entre 14 y 18 años, informó de la relación negativa entre la inteligencia emocional y la conducta desviada.
Sin embargo, estos datos no fueron confirmados por Roy (2004). Además, Lance (2003) apreció la vinculación entre el manejo de las relaciones interpersonales, el autocontrol y la conducta desviada, sugiriendo que a medida que se incrementa la inteligencia emocional decrece la desviación. Por su parte, Arce y otros (2005) hallaron que el factor riesgo social afecta, de forma significativa, a la inteligencia emocional. Lo que significa que los menores en riesgo social difieren en el ajuste emocional respecto a los que no se encuentran en riesgo social. En concreto, apreciaron que los menores de alto riesgo social refieren menos capacidad para atender y reparar las emociones; por lo tanto, disponen de una menor habilidad para la autoevaluación y expresión de las propias emociones y, por extensión, en los demás. Asimismo, observaron que los menores de alto riesgo familiar tienen más dificultades para regular sus emociones y las ajenas.
Del mismo modo, Hodges (2004) y Smith (2000) constataron que los delincuentes adultos presentan niveles más bajos de inteligencia emocional que la población normal. En línea con estas investigaciones, Mestre, Guil y Mestre (2005) obtuvieron que los alumnos conflictivos presentan puntuaciones más bajas en inteligencia emocional. Como señalan Matthews, Zeidner y Roberts (2002) el concepto de inteligencia emocional está comenzado a cobrar especial relevancia para explicar la desviación y la criminalidad. Por su parte, Bisquerra (2000) apercibe que la inteligencia emocional es un campo de prevención inespecífico, debido a que su desarrollo contribuye a disminuir la prevalencia de otras problemáticas como el abuso de drogas, el bajo rendimiento académico y la violencia. Así, la inteligencia emocional se enlaza con conceptos como empatía, sensibilidad interpersonal, competencia social y adaptación de los sujetos al entorno (Fernández y Barraca, 2005).
Siguiendo este postulado, Gil-Olarte, Guil, Mestre y Núñez (2006) advierten que la inteligencia emocional proporciona mejoras sustanciales en muchos aspectos relacionados con la adaptación social del sujeto y su adecuada socialización. Ahora bien, el efecto saludable de tales emociones depende de la capacidad del individuo para regularlas de forma adaptativa y, en consecuencia, de la educación emocional recibida. Ésta y otras destrezas emocionales evolucionan y se desarrollan en la interacción del individuo con su entorno (Fernández-Berrocal y Ramos-Díaz, 2002); por lo que, a nuestro entender, resulta fundamental estudiar la influencia de la inteligencia emocional sobre el comportamiento desviado y, más específicamente, la evolución de ésta en el curso de desarrollo del individuo en razón del riesgo social en el que se halla inmerso.
Sin embargo, estos datos no fueron confirmados por Roy (2004). Además, Lance (2003) apreció la vinculación entre el manejo de las relaciones interpersonales, el autocontrol y la conducta desviada, sugiriendo que a medida que se incrementa la inteligencia emocional decrece la desviación. Por su parte, Arce y otros (2005) hallaron que el factor riesgo social afecta, de forma significativa, a la inteligencia emocional. Lo que significa que los menores en riesgo social difieren en el ajuste emocional respecto a los que no se encuentran en riesgo social. En concreto, apreciaron que los menores de alto riesgo social refieren menos capacidad para atender y reparar las emociones; por lo tanto, disponen de una menor habilidad para la autoevaluación y expresión de las propias emociones y, por extensión, en los demás. Asimismo, observaron que los menores de alto riesgo familiar tienen más dificultades para regular sus emociones y las ajenas.
Del mismo modo, Hodges (2004) y Smith (2000) constataron que los delincuentes adultos presentan niveles más bajos de inteligencia emocional que la población normal. En línea con estas investigaciones, Mestre, Guil y Mestre (2005) obtuvieron que los alumnos conflictivos presentan puntuaciones más bajas en inteligencia emocional. Como señalan Matthews, Zeidner y Roberts (2002) el concepto de inteligencia emocional está comenzado a cobrar especial relevancia para explicar la desviación y la criminalidad. Por su parte, Bisquerra (2000) apercibe que la inteligencia emocional es un campo de prevención inespecífico, debido a que su desarrollo contribuye a disminuir la prevalencia de otras problemáticas como el abuso de drogas, el bajo rendimiento académico y la violencia. Así, la inteligencia emocional se enlaza con conceptos como empatía, sensibilidad interpersonal, competencia social y adaptación de los sujetos al entorno (Fernández y Barraca, 2005).
Siguiendo este postulado, Gil-Olarte, Guil, Mestre y Núñez (2006) advierten que la inteligencia emocional proporciona mejoras sustanciales en muchos aspectos relacionados con la adaptación social del sujeto y su adecuada socialización. Ahora bien, el efecto saludable de tales emociones depende de la capacidad del individuo para regularlas de forma adaptativa y, en consecuencia, de la educación emocional recibida. Ésta y otras destrezas emocionales evolucionan y se desarrollan en la interacción del individuo con su entorno (Fernández-Berrocal y Ramos-Díaz, 2002); por lo que, a nuestro entender, resulta fundamental estudiar la influencia de la inteligencia emocional sobre el comportamiento desviado y, más específicamente, la evolución de ésta en el curso de desarrollo del individuo en razón del riesgo social en el que se halla inmerso.
Objetivo
Las teorías criminológicas del desarrollo advierten que los menores infractores están influidos, a medida que maduran, por diferentes factores. Particularmente, un factor puede ser muy relevante en una determinada etapa de la vida, pero resultar inocuo en otra. De hecho, cuando tales factores cambian con el paso del tiempo también lo hace la implicación del sujeto en la delincuencia, pudiendo interrumpirse o bien hacerse más intensa y rápida, o más esporádica (Garrido, 2005). Partiendo de estas premisas trataremos de delimitar qué función cumple la inteligencia emocional en el desarrollo de la conducta desviada.
Participantes
. En la primera medida de este estudio se evaluaron a menores con edad comprendida entre 10 y 13 años, la distribución por cursos es la siguiente, en 6º de Primaria el total de menores evaluados fue de 193, de los cuales 87 menores asisten a centros de alto índice de fracaso en integración social y 106 menores cursan sus estudios en centros sin alta incidencia de desintegración social. En Educación Secundaria Obligatoria el total de muestra fue de 212 menores de 1º ESO, de los cuales 123 cursaban estudios en Institutos de Educación Secundaria Obligatoria con una tasa normalizada de desintegración social y 89 pertenecientes a Institutos con alto índice de fracaso en integración social.
. En la segunda medida, se descartaron a los menores que a lo largo del periodo que oscila entre la primera medida y la segunda hubieran sido sometidos mediante algún programa, a una intervención social constante, puesto que estos sujetos podían contaminar los datos de nuestro estudio. En esta medida el rango de edad de nuestra muestra oscilaba entre 14 y los 17 años, teniendo en cuenta la mortandad experimental el total de alumnos evaluados fue de 51 menores de los que inicialmente se catalogaron como de alto riesgo de desviación social y 66 de los de bajo riesgo de desviación social.
. En la segunda medida, se descartaron a los menores que a lo largo del periodo que oscila entre la primera medida y la segunda hubieran sido sometidos mediante algún programa, a una intervención social constante, puesto que estos sujetos podían contaminar los datos de nuestro estudio. En esta medida el rango de edad de nuestra muestra oscilaba entre 14 y los 17 años, teniendo en cuenta la mortandad experimental el total de alumnos evaluados fue de 51 menores de los que inicialmente se catalogaron como de alto riesgo de desviación social y 66 de los de bajo riesgo de desviación social.
Metodología
. La metodología de investigación empleada fue del tipo cuasi-experimental y en un ambiente natural.
. En concreto, se planificó un diseño factorial completo 2x2 (riesgo social X evolución natural), ambos con dos niveles, alto vs. bajo en riesgo social y medida 1 vs. medida 2 en la evolución natural, sobre la inteligencia emocional, evaluada en tres factores: atención, claridad y reparación.
. En concreto, se planificó un diseño factorial completo 2x2 (riesgo social X evolución natural), ambos con dos niveles, alto vs. bajo en riesgo social y medida 1 vs. medida 2 en la evolución natural, sobre la inteligencia emocional, evaluada en tres factores: atención, claridad y reparación.
Instrumentos de medida
. Para la medida de la inteligencia emocional utilizamos la Train Meta- Mood Scale/ TMMS (Salovey y otros, 2002).
. Para determinar el factor riesgo de los menores de nuestro estudio, se realizo la distinción entre bajo vs. Alto riesgo social, partiendo de la clasificación efectuada por la Dirección Provincial de Educación de la Ciudad Autónoma de Melilla organismo dependiente del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, ateniéndonos para ello a los datos que ellos mismos manejan sobre el grado de violencia, falta de integración social, fracaso escolar y comportamientos disruptivos.
. Por último, indicar que el factor de agrupamiento en relación a la evolución natural, lo establecimos atendiendo a la edad de los menores. Se establecieron dos medidas de la cuales la Medida 1 que hace referencia a la edad sin responsabilidad penal abarcando edades comprendidas entre 10 a 14 años y la Medida 2 que referencia los datos de aquellos menores con responsabilidad penal con edades comprendidas entre 14 a 18 años.
. Para determinar el factor riesgo de los menores de nuestro estudio, se realizo la distinción entre bajo vs. Alto riesgo social, partiendo de la clasificación efectuada por la Dirección Provincial de Educación de la Ciudad Autónoma de Melilla organismo dependiente del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, ateniéndonos para ello a los datos que ellos mismos manejan sobre el grado de violencia, falta de integración social, fracaso escolar y comportamientos disruptivos.
. Por último, indicar que el factor de agrupamiento en relación a la evolución natural, lo establecimos atendiendo a la edad de los menores. Se establecieron dos medidas de la cuales la Medida 1 que hace referencia a la edad sin responsabilidad penal abarcando edades comprendidas entre 10 a 14 años y la Medida 2 que referencia los datos de aquellos menores con responsabilidad penal con edades comprendidas entre 14 a 18 años.
Procedimiento
Las evaluaciones se llevaron a cabo a lo largo de los cursos escolares 2003-2004 año en el cual se tomaron la primera medida y posteriormente se efectúo una segunda medida en el curso escolar 2007-2008, las aplicaciones del test se realizaron en pases colectivos tanto con los menores de alto riesgo y bajo riesgo social respectivamente.
Resultados y discusión
Realizado un MANOVA 2 (riesgo social: alto vs. bajo) X 2 (evolución natural: en edad sin responsabilidad penal vs. en edad con responsabilidad penal), los resultados mostraron un efecto significativo, en la inteligencia emocional, para el factor riesgo social, Fmultivariada (3,68)= 4,21; p<,01; eta2= ,157; 1-ß= ,837, pero no para el factor evolución natural, Fmultivariada (3,68)= 1,32; ns; eta2= ,055; 1-ß= ,837, ni para la interacción de ambos, Fmultivariada (3,68)= 0,78; ns; eta2= ,033; 1-ß= ,209. En consecuencia, el factor riesgo social tiene unos efectos significativos en la inteligencia emocional, pero no así el factor evolución natural ni la interacción de ambos. Esto supone que los menores en riesgo social difieren en el ajuste emocional en función del riesgo social alto o bajo en que estén inmersos, explicando este factor el 15,7% de la varianza.
Los efectos univariados, que pueden cotejarse en la Tabla 1, para el factor riesgo social apuntan diferencias en atención y reparación emocional. Las diferencias en atención presentan a los menores de alto riesgo social con una menor capacidad para la atención a las emociones o sentimientos. Asimismo, los menores de riesgo reflejan una menor habilidad para comprender los estados de humor propios. Finalmente, los menores de riesgo social cuentan con una menor destreza para la reparación de las emociones que los de bajo riesgo. En consecuencia, los menores de alto riesgo social disponen de una menor habilidad para la evaluación y expresión de las emociones en sí mismos y, por deducción, en los demás; para identificar las emociones experimentadas; y para el control de las emociones en sí mismos y, como añadido, en los demás (i.e., mejorar las emociones, reparar las desagradables, mantener las agradables). La unión de estos tres componentes de las emociones se ha establecido en un continuum que va desde la ambivalencia o variabilidad a la claridad o complejidad emocional (Emmons, 1992; Salovey, Mayer, Goldman, Turkey y Palfai, 2002) en la expresión de las emociones.
En este continuum, los menores de alto riesgo de desviación social, en comparación con los de bajo riesgo, tenderían hacia la ambivalencia (esto es, expresión de emociones opuestas al mismo tiempo) o variabilidad (falta de consistencia temporal en la expresión de las emociones) en la expresión de las emociones, mientras los de bajo al de la complejidad o claridad a la hora de expresar las emociones. Desde una óptica de las cogniciones del sujeto inadaptado, Arce y otros (2005) señalaron que este desajuste emocional, que implica la incorrecta discriminación, identificación, regulación y manejo de las emociones, incapacita a los menores de riesgo para neutralizar las emociones. Como consecuencia, éstas van a guiar el procesamiento posterior de cualquier estímulo, activándose automáticamente el repertorio conductual acorde con la emoción evocada (si la conducta asociada a la emoción es agresiva, el sujeto no dispondrá de la capacidad para controlarla). Por tanto, este patrón de resultados nos permite anticipar una mayor propensión de los menores de riesgo a involucrarse en comportamientos desviados.
En conclusión, los menores de riesgo de desviación social se caracterizan por una personalidad ambivalente, insegura y oscilante que los inhabilita para el control de los impulsos agresivos. Partiendo de la base de que la inteligencia emocional se puede entrenar y potenciar (v. gr., Pasi, 1997), es decir, traspasa la delimitación de lo biológico para adentrarse en lo psicológico-individual e incluso lo social (Arce, Fariña, Novo y Vázquez, 2007) se han de definir programas orientados a robustecer los procesos mentales, que estén involucrados en el constructo de inteligencia emocional, con el fin contribuir a una educación emocional que facilite la salud psicológica de los menores de riesgo (Bisquerra, 2000).
Los efectos univariados, que pueden cotejarse en la Tabla 1, para el factor riesgo social apuntan diferencias en atención y reparación emocional. Las diferencias en atención presentan a los menores de alto riesgo social con una menor capacidad para la atención a las emociones o sentimientos. Asimismo, los menores de riesgo reflejan una menor habilidad para comprender los estados de humor propios. Finalmente, los menores de riesgo social cuentan con una menor destreza para la reparación de las emociones que los de bajo riesgo. En consecuencia, los menores de alto riesgo social disponen de una menor habilidad para la evaluación y expresión de las emociones en sí mismos y, por deducción, en los demás; para identificar las emociones experimentadas; y para el control de las emociones en sí mismos y, como añadido, en los demás (i.e., mejorar las emociones, reparar las desagradables, mantener las agradables). La unión de estos tres componentes de las emociones se ha establecido en un continuum que va desde la ambivalencia o variabilidad a la claridad o complejidad emocional (Emmons, 1992; Salovey, Mayer, Goldman, Turkey y Palfai, 2002) en la expresión de las emociones.
En este continuum, los menores de alto riesgo de desviación social, en comparación con los de bajo riesgo, tenderían hacia la ambivalencia (esto es, expresión de emociones opuestas al mismo tiempo) o variabilidad (falta de consistencia temporal en la expresión de las emociones) en la expresión de las emociones, mientras los de bajo al de la complejidad o claridad a la hora de expresar las emociones. Desde una óptica de las cogniciones del sujeto inadaptado, Arce y otros (2005) señalaron que este desajuste emocional, que implica la incorrecta discriminación, identificación, regulación y manejo de las emociones, incapacita a los menores de riesgo para neutralizar las emociones. Como consecuencia, éstas van a guiar el procesamiento posterior de cualquier estímulo, activándose automáticamente el repertorio conductual acorde con la emoción evocada (si la conducta asociada a la emoción es agresiva, el sujeto no dispondrá de la capacidad para controlarla). Por tanto, este patrón de resultados nos permite anticipar una mayor propensión de los menores de riesgo a involucrarse en comportamientos desviados.
En conclusión, los menores de riesgo de desviación social se caracterizan por una personalidad ambivalente, insegura y oscilante que los inhabilita para el control de los impulsos agresivos. Partiendo de la base de que la inteligencia emocional se puede entrenar y potenciar (v. gr., Pasi, 1997), es decir, traspasa la delimitación de lo biológico para adentrarse en lo psicológico-individual e incluso lo social (Arce, Fariña, Novo y Vázquez, 2007) se han de definir programas orientados a robustecer los procesos mentales, que estén involucrados en el constructo de inteligencia emocional, con el fin contribuir a una educación emocional que facilite la salud psicológica de los menores de riesgo (Bisquerra, 2000).
En razón de lo expuesto se extraen las siguientes consideraciones: 1) es preciso realizar más investigaciones que aclaren la relación entre inteligencia emocional y desviación; 2) la inteligencia emocional es una metahabilidad que determina en qué medida podemos utilizar adecuadamente otras destrezas que poseemos; 3) la inteligencia emocional debe ser incluida en la prevención de la delincuencia, así como en la rehabilitación y evitación de recaídas de delincuentes (i.e., Bora, 2003; Branthoover, 2005; Lance, 2003; Roy, 2004). Ante esta premisa, estimamos, en consonancia con otros autores (p.e., Fernández-Berrocal, Extremera y Ramos, 2004), que no sólo se deben socializar los comportamientos y las cogniciones, sino también las emociones.
Referencias bibliográficas
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