Nuestro trabajo es una reflexión sobre los agentes de la violencia escolar. En cada clase, en cada centro existen alumnos que juegan papeles diferentes alrededor del tema común de la violencia. Unos son verdugos y otros víctimas. Entre ellos la mayoría de los alumnos, que participan pasivamente con proximidad a los violentos que expresan sentimientos que ellos no se atreven a reflejar. Desde los primeros cursos niños y niñas se identifican con alguno de los personajes. Su identificación tiene que ver con su propia historia y el ambiente familiar. Los profesores deben conocer a sus personajes para que su papel en el terreno de la violencia pueda permitir aclarar los sentimientos subyacentes y los roles de sus alumnos. Planteamos la posibilidad de formación del profesorado en técnicas de resolución de conflictos frente a las situaciones violentas.
Escribimos este artículo dos personas con prácticas diferentes: una psicopedagoga que trabaja en un medio educativo y un psiquiatra que trabaja con niños y adolescentes a los que atiende en un hospital. Vemos a los niños y a los adolescentes en dos medios diferentes, en una situación que podemos llamar normal y en otra en la que se sobreentiende que están porque algún problema lo hace necesario. Nuestros puntos de vista son pues diferentes y, esperamos, complementarios. Nuestro tema es uno: la violencia y su expresión en estas edades.
La violencia forma parte de algo que vemos con frecuencia. En la calle o en el instituto, en los que la sufren y en los que la actúan. Violencia que dificulta las relaciones en la familia o en la comunidad educativa. El tema es amplio y complejo y las maneras de abordarlo varias. Hemos escogido una aproximación descriptiva que permita reconocer a los actores del drama.
Secuencia
Alberto es un adolescente alto y fuerte, sabe que su familia le adoptó cuando era pequeño y al parecer no ha querido saber nada de su familia biológica. Con sus padres adoptivos la relación es difícil desde hace años y cada vez lo es con mayor frecuencia. A ellos les gustaría que estudiara algo más, que no fumara y, lo que más, que no tuviera esa actitud despótica en la casa con la que les tiraniza y les amarga los días. En el instituto no plantea problemas porque la institución ha decidido no tenerlos “mientras él no los cause ”.
Cuando le llamaban la atención porque no atendía o no hacía los trabajos se ponía provocador y se llegaba a situaciones desagradables que los profesores evitan dejándole a su aire mientras no sea muy molesto. Los padres piensan que los profesores no le entienden, que son muy exigentes y no le hacen caso.
En la consulta psiquiátrica donde acude por la preocupación de los padres, pero no a regañadientes, cuenta: “ Ayer nos reímos en el colegio… hay un chico en mi clase que es tonto y no se entera de nada y nosotros le tomamos el pelo. Le quitamos el bolígrafo o el bocadillo y cuando lo busca nos lo pasamos unos a otros hasta que se pone a llorar. Luego llega el profesor y le castiga porque se le encuentra en el suelo buscando sus cosas. Ayer le metimos en el vater y le dijimos que íbamos a jugar a la muerte. Es un juego en el que alguien se tiene que levantar y agachar deprisa y unas cuantas veces seguidas, después le aprietas en el cuello y se cae al suelo como muerto. El no decía que paráramos aunque ponía un poco cara de miedo, pero se agachaba y levantaba cuando se lo decíamos. Después cuando se cayó al suelo, parecía que le había dado un ataque porque movía los brazos y las piernas de forma rara. Le dimos unas patadas para que se despertara y luego nos fuimos todos corriendo y le dejamos allí y el profesor que se enteró ha dicho que va a expulsar a Mateo. Yo no le pegaba; estaba allí, le miraba y me reía porque era de risa las cosas que hacía con las manos”. Alberto contaba esto sin al parecer, tener ningún sentimiento de compasión por el compañero. Había disfrutado con la experiencia y con poder compartirla con algunos de sus amigos.
¿Cómo es posible tal expresión de sadismo? Se ha dicho que los niños son crueles y es cierto. Con una crueldad que a veces va más allá de la rabia lógica de algunos momentos o de la defensa frente a una agresión sufrida. Una crueldad que implica disfrutar del dolor del otro. No es algo nuevo. La literatura, el cine, la historia han hablado de ello. En los grupos sociales algunos que se sintieron más fuertes o que no se querían reconocer débiles se convirtieron en verdugos de otros sin más sentencia que sus propios sentimientos. Las víctimas lo fueron porque eran más débiles, más pobres o más ignorantes. O porque su piel o su religión no eran las elegidas. El instituto o el colegio son espacios sociales que reproducen formas sociales. Como la ciudad o algunos espectáculos son también lugares que dan cabida a sentimientos adolescentes llenos de conflictos.
Cada adolescente es un mundo diferente y peculiar pero en todos hay algún elemento común que podemos reconocer: la necesidad de encontrar su propia identidad. La búsqueda de la identidad adolescente se hace imaginándola semejante a la de cualquiera de sus ídolos, con su peinado y sus gustos, como una identidad positiva o justo en el lado opuesto como una identidad en contra de lo que sus padres querrían para él, a veces alternando entre lo que admira y lo que teme. Sus compañeros son una ayuda en esta manera de reconocerse cuando ven en ellos aquello que le gusta, sus canciones, sus manías o la manera de vestir y pensar; y pueden ser un conflicto cuando ven en los otros aquello que más odian de sí mismos. Cuando agrediendo al otro parecen superar los conflictos que no pueden reconocer.
La víctima
Está perdido, es víctima desde que lo recuerda y los demás lo reconocen porque es más tímido y tiene miedo; del profesor, de los compañeros de la hora del recreo que le enfrenta con ellos. La víctima lleva un cartel que lo anuncia. Frente a la primera broma, que no esperaba, no sabe como reaccionar y da pistas al resto; sólo muestra el sufrimiento y nada de la rabia que también siente. Algo le sucede; es más débil, más torpe o con más problemas. Se da cuenta de que es así pero no sabe cómo solucionarlo. Cada mañana ir al Instituto es un sufrimiento que sólo él conoce y además no puede hablar con nadie porque sería una manera de reconocer su fracaso; ni siquiera con sus padres porque tampoco quiere que ellos lo sepan, por miedo o por pudor. En casa es un chico que habla poco y pasa mucho tiempo en su cuarto. Si tiene hermanos menores ellos recibirán la rabia que en el colegio se tragó.
Los padres han sido sobreprotectores. Le han visto débil y han intentado construirle un mundo amable. Le han hecho los deberes cuando a él no le daba tiempo porque temía el castigo y han llamado a otros padres para buscarle los amigos que al final no ha tenido. Ignoran muchas de las cosas que suceden en el colegio y no entienden por qué pasa tanto tiempo en su cuarto o es tan agresivo con sus hermanos. Se dan cuenta de que algo sucede pero piensan que es cosa de la edad y que ya pasará. Interiormente tienen la sensación de que su hijo es menor de la edad real que tiene y están contentos de que así sea aunque no lo aceptarían si alguien se lo dijera.
Para los profesores pasa desapercibido, no molesta. No va bien en los estudios pero tampoco mal y va pasando los cursos sin dar guerra. Alguna vez le han llamado la atención por su pasividad y parece reaccionar por poco tiempo. La víctima lo pasa mal en su papel pero no sabe cómo salir de él. Opta por acercarse al verdugo para ver si éste le acepta y así dejar de ser siempre víctima. No suele dar resultado pero si las circunstancias le permiten cambiar de papel, la víctima puede ser más peligrosa que cualquier verdugo porque a sus víctimas les hará pagar todos sus sufrimientos. A la víctima hay que buscarla para ayudarla.
El verdugo
No es buen estudiante y tiene claro que no le gusta estudiar pero quiere marcar territorio. Es de los mayores de la clase o tiene aspecto de serlo y, en cualquier caso, él o ella quieren sentirse mayores y sus identificaciones son con los de los cursos superiores. El tabaco, las pastillas, maquillarse, enfrentarse a los profesores, son marcas de una identidad conseguida no sin esfuerzos.
Necesita dos cosas el verdugo: una víctima y un grupo que le reconozca como autoridad en lo suyo. Una y otra cosa van unidas. Agredir a la víctima es avisar de su existencia: o se está conmigo o se está contra mí y ateneros a las consecuencias. Es un mensaje que se hace oír en los primeros días del curso y que le otorga el papel que deberá defender convirtiéndose en jefe del grupito y obligándose a serlo y a defenderlo el resto del curso.
En casa es un chico o chica difícil. Podía serlo ya desde niño: inquieto, enfadado cuando no se salía con la suya. Egoísta, en sus demandas no toleraba las esperas. Cuando quería algo parecía estar en su derecho de tenerlo inmediatamente. Su pensamiento reflejaba la omnipotencia que los demás terminaban por permitirle.
Más adelante, en casa, se peleaba con su madre a la que podía insultar porque no se sentía querido y esa noche querer dormir con ella porque tenía miedo. Con el padre podía tener más respeto aunque las personas que les conocían pensaban que más que respeto era miedo a que pudiera quitarse el cinturón cuando se acababa su paciencia.
Se ha dado cuenta de que la violencia tiene su recompensa y que lo que no se tiene se puede coger si alguien lo permite. Pedirle, por ejemplo, algo a un compañero para que pueda entrar en su grupo y sentirse a salvo de sus agresiones o de las de los otros. Cuando ya se ha adquirido “prestigio” ni siquiera hay que explicar, sólo saber a quién se puede pedir. A veces disfruta con la violencia que ejerce, con ese sentimiento de poder que desde niño le ha permitido tener lo que desea, con la sumisión del otro o con la admiración del grupo que no se atreve a hacer lo que él pero le anima desde la distancia.
Para los profesores son alumnos imposibles que van de colegio en colegio y de expediente en expediente sin aceptar ninguna autoridad. Acercarse entrando en el reto que él plantea es llevar las de perder porque el profesor deberá controlar sus actos. Si se es duro él lo será más, si blando lo aprovechará para salirse con la suya. Intentar acuerdos con él permite pequeñas treguas que generan esperanzas pronto decepcionadas.
El verdugo sabe que no necesita ayuda porque pedirla sería admitir lo que más teme: que su omnipotencia no es sino el disfraz que le protege de todos los miedos de los que ni siquiera sabe. Sólo en el límite del conflicto y cuando ya todo parece estar perdido acepta que a lo mejor está equivocado.
Los espectadores
Son el grupo que sigue al verdugo. No se atreven a serlo directamente pero participan de la ceremonia y a través de ella expresan todos sus sentimientos agresivos; aquéllos que les acercan al verdugo. Tienen claro que no quieren ser víctimas y no tanto que deseen ser verdugos. Desde una mayor o menor distancia participan de lo que sucede. Algunos tan cerca que le disputarán al verdugo el papel principal ocupando su lugar o aprendiendo los trucos que les permitirán ejercer de tales en otro contexto ¿quizás en vacaciones?. Los que están más lejos se sienten mal consigo mismos cuando participan de la violencia. Les disgustan algunos aspectos o todos de la violencia que ven pero todavía temen más poder ocupar el lugar de la víctima y eso les obliga a mirar para otro lado. Sonríen al verdugo cuando éste les mira directamente y ayudan a la víctima cuando nadie les ve. En el mejor de los casos avisan al profesor de lo que está ocurriendo. Son el grueso de la clase.
Los héroes
Es palabra mayor la de héroe pero hay que serlo para plantar cara al verdugo y asumir los riesgos de ese gesto y tragarse el miedo. Lo más heroico es saberse con miedo pero con la voluntad de no permitir que un compañero sea maltratado. No son muchos y hay que cuidarlos. En su familia le han hablado de víctimas y verdugos y eso le ayuda a tener algunas cosas más claras o quizás no y son sus impresiones de injusticias cercanas lo que le hace sentirse más cerca del que es maltratado. Algo probablemente le distingue y es la virtud de poder ponerse en el lugar del otro. Puede ser incluso uno que fue verdugo y que venció el miedo que le llevaba a agredir y comprende el dolor de la víctima. Con él pueden contar los profesores para intentar
controlar a los agresores. No, desde luego, para que haga labores policiales que ni le gustan ni le corresponden pero sí para, apoyándose en él, contribuir a que el grupo pasivo entienda la necesidad de ponerse en el lugar del otro.
Flash back
Un niño de infantil- tres años- entra en su aula corriendo después del recreo y tira algunos abrigos. La maestra le pide que los recoja y él no hace caso. Insiste la maestra diciéndole al niño que si no los recoge no podrá participar en la actividad que van a realizar a continuación. El niño tira los lápices y papeles preparados para dicha actividad. La profesora vuelve a insistir y el niño la insulta. Al final le sienta en la silla y él la agrede con una pataleta.
En un aula de infantil hay una pizarra que se utiliza como recurso material y didáctico en multitud de ocasiones. Para los niños este recurso es de gran interés y atracción y en los breves momentos en los que la profesora se ausenta de clase ellos cogen las tizas para dibujar y escribir. Al final todas las tizas acaban por el suelo rotas (literalmente hechas polvo). La primera reacción de la profesora es echar una bronca general diciendo que no se pueden coger las tizas. No da ningún resultado, los niños siguen cogiendo las tizas. Tratando de resolver el conflicto de otro modo (realmente no hay muchas tizas y es importante para todos que no terminen por el suelo) se le ocurre a la profesora dejar unas pocas tizas para realizar actividades plásticas con ellos y así disuadirles de usar otras tizas. Esto tampoco funciona. Ante tal situación la profesora opta por pedirles ayuda a los niños. Les expone el problema que se creaba si ellos utilizaban sus tizas ya que entonces no tendrían material para poder realizar ciertas actividades que a ellos les encantaban. La profesora propone que, entre todos, se den ideas para resolver el conflicto y que se van a ir anotando en la pizarra para luego elegir aquellas que parezcan las mejores. Entre las sugerencias están varias propuestas de comprar más tizas o de traer otras de su casa. El problema era que esa mejora sería temporal ya que no podrían traer tizas siempre que la profesora las necesitara. Sugieren entonces que tendrían que traer un bote para meter allí las tizas y explican cómo debería de ser el bote, con tapa y donde se debería colocar, el poyete de la pizarra. Se compra el bote que los niños aceptan y se colocan en él las tizas. Nunca más volverán a plantear conflicto las tizas.
Desde los niños más pequeños, desde los primeros cursos de la enseñanza se van marcando las características de los personajes que seguirán actuando como tales si antes alguien no hace algo para que no sea así. Pronto un niño adopta el papel de víctima y otro se aprovecha de él. Cuando, en estas edades, la profesora o el profesor son conscientes de ello las posibilidades de que los roles cambien son mucho mayores y por esto la responsabilidad y el trabajo de prevención debería comenzar en el comienzo de la educación.
La violencia escolar es la expresión en un espacio y un momento concreto de las personalidades del grupo escolar. Adolescentes que por su propia edad necesitan confrontarse con ellos mismos y con los otros; profesores con buena voluntad pero superados por las circunstancias y que no se sienten apoyados, familias que confían al colegio su obligación de educar. Niños pequeños que tratan de imponer su voluntad.
Si trasladáramos los estereotipos de alumnos aquí vistos a ciertas situaciones sociales veríamos a los mismos personajes, víctimas y verdugos, en cualquier tiempo y lugar. Una parte sirviéndose de la fuerza para avasallar a un grupo más débil y la gran mayoría que prefiere pensar que ese problema no le atañe. Todo lo que sirve para resolver conflictos sociales es útil en el medio escolar: la palabra, el respeto a los otros y a sus opiniones, el derecho a no ser maltratado ni física ni psicológicamente. El método que nosotros proponemos es el de la clarificación de las conductas y los medios para conseguirlo, varios. En términos generales se trata de ir desde la teoría a la práctica concreta.
La teoría
Es todo. Lo que se estudia, lo que se lee y lo que está de moda o en el candelero y, lógicamente, depende de la edad. Puede servir un episodio de la historia de España o la dinámica de la suma y la resta, siempre que se logre encandilar al auditorio; esta es la gran dificultad y no cabe explicar aquí como hacerlo. Suele ser más fácil cuando el tema es más cercano a los intereses de lo que son sus conversaciones en el recreo: algún acontecimiento deportivo o social, una serie televisiva, sus intereses. Poner orden en esto es encontrar el espacio de respeto que ayuda a entenderse. Es también la posibilidad de reconocer a los distintos personajes de nuestra anterior historia; reconocer al verdugo, a la víctima y al héroe o a aquéllos que más se les parecen. En muchos casos, si es posible, tanto el verdugo como la víctima deberían recibir una atención específica en salud mental.
Conseguir que estos alumnos acepten esta recomendación no es sencillo pero es responsabilidad de los profesores al menos hacérselo saber a los padres que, con frecuencia, son o quieren ser ignorantes del problema La violencia física en edades tempranas es un modo de expresión de sentimientos que pueden ser de lo más variado: rabia, pena, miedo, inseguridad, posesión-poder, e incluso alegría o excitación.
En estas edades los conflictos, por pequeños que nos puedan parecer, tienden a resolverse con violencia física. Sería muy interesante que como maestr@s y dentro de la función de educadores integrales tratáramos de educar en la resolución de conflictos –sin ejercer nuestra autoridad para terminar el conflicto antes de haber discutido las características de éste– y, de esta manera, ayudar a entender que es posible expresar los sentimientos de otro modo.
La importancia de estos aprendizajes viene dada porque los papeles que se toman en los conflictos tienden a ser interiorizados y es corriente que en la adolescencia quede fijada una conducta que responda a esa idea- ser una víctima o un agresor- y esto condicione las relaciones con los otros. No podemos olvidar al grupo de observadores que, desde su imparcialidad por miedo o inseguridad, no intervienen en el conflicto y, en cierto modo, legitiman la violencia de la que son testigos sin llegar a participar activamente evitándola.
La práctica
Planteamos como práctica para manejar la teoría el grupo de trabajo. Un grupo que puede ser de muchas maneras: grupo de discusión sin más, grupo de clarificación con trabajos específicos sobre temas de violencia o relacionados o, el que más interesante nos parece: grupo que trabaje con técnicas dramáticas en las que los alumnos jueguen roles diferentes. Se trata en definitiva de que puedan llegar a manejar internamente lo que hemos hablado es el primer problema para establecer relaciones sociales respetuosas:
ponerse en el lugar del otro. Este tipo de grupo de trabajo puede formar parte de la educación general en algunos cursos y hacerse en el centro, con profesionales del centro, o responder a un momento conflictivo concreto y ser llevado por profesionales ajenos. A veces es más fácil, especialmente para los alumnos algo mayores, que este tipo de ayudas se den en un medio o con unas personas ajenas al propio colegio o instituto porque van a poder expresarse con mayor tranquilidad.
Seguramente no tiene ningún sentido que todos los profesores tengan la capacidad y la oportunidad de ofrecer a sus alumnos estas prácticas, primero porque no es necesario y además porque requieren una formación previa que no todos van a tener; pero sí se debería garantizar alguna experiencia de este tipo a lo largo de la enseñanza y especialmente en el comienzo de la adolescencia y, desde luego, siempre que una clase o un grupo plantee problemas serios de convivencia.
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