Son frecuentes en los medios de comunicación de masas las referencias a diferentes comportamientos inadaptados: aumento de suicidios y trastornos depresivos, abuso de alcohol y drogas, conductas violentas y delictivas, etc. en los que se ven envueltos adolescentes. Resulta seriamente preocupante la conducta antisocial por sus repercusiones tanto para el desarrollo futuro del adolescente como para sus relaciones con personas significativas de su entorno, especialmente con sus profesores, con sus iguales o con los miembros de su familia.
La familia tiene importancia crucial para el comportamiento adaptado. No en vano la familia sigue siendo, a pesar de todos los cambios, el más importante agente de socialización. Unos lazos débiles con la familia parecen estar en la base de muchos de los comportamientos inadaptados, pues como postula la teoría del control social informal (Hirschi,1969) una relación estrecha entre los progenitores y sus hijos explicaría que las actitudes y opiniones de los padres fuesen tenidas en consideración por los hijos en sus actuaciones y favorecería su identificación emocional con ellos. En aquellas familias en las que estos lazos no son efectivos es difícil que se internalicen las normas y se desarrolle la conciencia social (McGaha y Leoni, 1995), lo cual permite predecir el desarrollo de lazos débiles con la comunidad y la sociedad en su conjunto (Vazsonyi, 1996).
En España estamos asistiendo a profundas transformaciones en la structura y las relaciones familiares que pueden estar afectando al establecimiento de tales vínculos, y aunque tales cambios no son exclusivos de nuestro país, lo cierto es que se iniciaron más tarde y han sido más rápidos que en el resto de Europa, acompasados con la transición a la democracia. Entre los cambios familiares que más se han relacionado con las conductas inadaptadas están la incorporación de la mujer al mundo laboral (que no siempre ha ido acompañado de un cambio de roles dentro del seno familiar ni con el compromiso de ambos progenitores en la labor educativa de sus hijos), el aumento del número de separaciones y divorcios y de las familias monoparentales. Otros factores también vinculados con la iniciación en la conducta antisocial son la patología y antecedentes delictivos de los miembros de la familia, el estatus social, el tamaño familiar, el orden de nacimiento, el clima familiar o los estilos educativos de los padres. En este trabajo nos centramos en el clima familiar y los estilos de educación familiar.
Clima familiar.
La familia se caracteriza porque las relaciones que se dan en su seno deben tener un carácter estable y favorecer un compromiso físico y afectivo entre sus miembros, que conforma el clima familiar. Un clima familiar positivo favorece la transmisión de valores y normas sociales a los hijos, así como el sentimiento de seguridad y confianza en sí mismos.
Entre las dimensiones del clima familiar que más directamente se relacionan con la conducta antisocial encontramos el grado de cohesión y el de conflictividad, que determinan, en gran medida, el resto del clima familiar, como las relaciones que se dan en el seno de la familia, la estabilidad de normas y criterios de conducta, o el grado en que se favorece el correcto desarrollo de los hijos (fomentando su autonomía, el interés por actividades intelectuales, culturales, sociales, recreativas y su desarrollo moral).
Bischof, Stith y Whitney (1995) llevaron a cabo un estudio comparando las medidas de clima familiar en tres muestras de adolescentes delincuentes, violentos o no violentos, delincuentes sexuales y sujetos normalizados. Encontraron diferencias entre la amplia muestra de adolescentes delincuentes y la de sujetos normalizados en seis de las diez Escalas de Clima Social en la Familia (FES) (Moos, Moos y Trickett, 1974): cohesión, expresividad, autonomía, orientación intelectualcultural, orientación social-recreativa y control. Sin embargo no hallaron diferencias significativas en las cuatro restantes: conflicto, actuación, énfasis moral-religioso y organización.
Otras investigaciones han relacionado estos factores con determinadas características personales. Así en las familias cohesivas, que además son expresivas y están organizadas, comparten el tiempo de recreo y ocio y se orientan a actividades culturales e intelectuales, los hijos manifiestan un autoconcepto más positivo y una mayor autoestima (DuBois, Eitel y Felner 1994), un comportamiento orientado a metas (Kurdek y Sinclair, 1988) y una mayor tolerancia a la frustración; características todas ellas negativamente relacionadas con la conducta antisocial.
Estilos de educación familiar.
Sobre su propia historia educativa y las cogniciones que tengan acerca del desarrollo evolutivo y la educación de sus hijos, los padres elaboran teorías implícitas de cómo debe ser el proceso socializador. Para Dekovic y Gerris (1992) y Sameroff y Feil (1985) las cogniciones de los padres están organizadas en unos niveles socio-cognitivos vinculados a su perspectivismo (centrado en la norma, centrado en la coordinación de las perspectivas entre padres e hijos o centrado en uno mismo, egocéntrico) lo que va a determinar la representación mental de estas relaciones y, por lo tanto, su comportamiento. Son, pues, múltiples las técnicas educativas que pueden poner en marcha para lograr sus objetivos educativos. La variabilidad interfamiliar e intrafamiliar no ha imposibilitado que muchos autores se hayan propuesto clasificaciones amplias de estas estrategias; destacan las clásicas de Baumrind (1966, 1971, 1972, 1980): estilo autoritativo, estilo autoritario y estilo permisivo, ampliadas posteriormente a cuatro (Baumrind, 1991), añadiendo el estilo negligente. La de Maccoby y Martin (1983): estilo democrático, estilo autoritario, estilo indulgente y estilo negligente. La de Hoffman (1970): retirada de afecto, afirmación de poder e inducción.
De hecho, estas técnicas suelen estar todas presentes en todas las familias, dependiendo el uso de una u otra de la situación específica en la que se aplica, aunque suele existir un estilo dominante que se pone en marcha con mayor frecuencia. La percepción general de los adolescentes es que sus padres utilizan patrones relativamente estables de educación.
Para Holmbeck et al. (1995) las prácticas educativas más adecuadas durante la adolescencia son:
1. Las que establecen normas nítidas sobre cuál ha de ser la conducta de los adolescentes.
2. Las que no utilizan sanciones punitivas.
3. Las más congruentes.
4. Las que se basan en la explicación.
5. Las que permiten el intercambio de opiniones entre padres e hijos.
6. Las que promueven actividades cotidianas adaptadas.
7. Las que fomentan el desarrollo de ideas propias y opiniones en el adolescente siempre que el clima familiar sea cohesivo.
En este trabajo nos proponemos conocer qué variables relacionadas con el clima familiar y la educación presentan diferencias en dos grupos de adolescentes clasificados según declarasen o no haber cometido un cierto número de actos delictivos. Así mismo nos proponemos investigar cómo se relacionan entre sí estas variables y el grado en que son capaces de predecir la conducta de los adolescentes.
Método.
El análisis de los factores implicados en las manifestaciones de conducta antisocial pasa necesariamente por la utilización de autoinformes, pues a pesar de los problemas metodológicos que entraña, debidos, en parte, a la posible sobreestimación del número de delitos de los que informan los menores o a la dificultad de éstos para recordar conductas pasadas, también es cierto que son muchas sus ventajas; entre ellas la de propiciar un acercamiento directo e inmediato al fenómeno y a los individuos, facilitar el análisis detallado de los procesos que se asocian a este tipo de conductas y permitir entender la conducta antisocial como un continuo (Romero, Sobral y Luengo, 1999).
Muestra.
La muestra está formada por escolares que cursaban niveles educativos desde 1º ESO hasta 1º Bachillerato en centros públicos de Educación Secundaria de la Comunidad Autónoma de la Región de Murcia, y con edades comprendidas entre los 11 y los 17 años (Media=14,35; dt=1,53). El 52,3% eran hombres y el 47,7% mujeres.
De un total de 641 menores extrajimos dos grupos, según la puntuación obtenida en la escala D del Cuestionario de Conductas Antisocial-Delictiva (TEA, 1988). Un primer grupo, al que denominamos Adaptados, formado por 200 menores que no informan de cometer delitos y cuya puntuación quedaba por debajo del percentil 25. El segundo grupo, denominado Inadaptados, está formado por 174 menores que informaban de al menos 3 actos delictivos, en el caso de las chicas, y de al menos 7 en el de los chicos. Su puntuación quedaba por encima del percentil 75.
Instrumentos y variables analizadas.
Escala de Clima Social en la Familia (Moos, Moos y Trichett, 1974, adaptación TEA, 1984), que evalúa las principales características socioambientales de todo tipo de familias y está formado por un total de 90 ítems dicotómicos (verdadero-falso), agrupadas en diez subescalas que hacen referencia a tres dimensiones principales: a) Relaciones: cuantifica el grado y el estilo de comunicación, así como el nivel de conflicto que se da en la familia. Las subescalas que la componen son cohesión, expresividad, y conflicto; b) Desarrollo: valora si se fomentan los procesos de desarrollo personal de los miembros de la familia. Las subescalas que la integran son: autonomía, actuación, orientación intelectual-cultural, orientación sociorecreativa y orientación moral-religiosa; c) Estabilidad: evalúa el grado en que se estructura y organiza la vida familiar, así como el grado de control que se ejerce sobre los miembros de la familia. Las subescalas que la conforman son: organización y control.
Cuestionario sobre los estilos educativos de los padres: utilizamos dos subescalas de este cuestionario elaborado por nosotros (Torrente, 2002) que han demostrado tener altos índices de fiabilidad: a) Subescala de estilo inductivo, que en el caso del padre alcanza una fiabilidad de 0,89 y en el de la madre 0,86. Recoge 18 ítems que hacen referencia a la utilización de estrategias educativas basadas en el diálogo, el apoyo y el refuerzo positivo; b) Subescala de estilo autoritario, cuya fiabilidad en el caso del padre ascendía a 0,82 y en el caso de la madre a 0,81. Estaba compuesto por 21 ítems que hacían referencia al uso de estrategias
educativas basadas en el castigo, incluso físico, y la reprobación; en definitiva, al uso de estrategias de control negativas.
Cuestionario de Conductas Antisociales-Delictivas (TEA, 1988): de este cuestionario utilizamos la Escala de conductas delictivas-D, formada por 20 ítems que hacen referencia a conductas delictivas llevadas a cabo por menores.
Procedimiento.
Previa autorización de la Consejería de Educación y Universidades, los cuestionarios se aplicaron de forma colectiva en las aulas, durante dos horas consecutivas, en tres centros de Educación Secundaria de la Región de Murcia. A instancias de los directores de dos de los centros se informó a los padres, mediante nota informativa, de la realización del estudio. En todo momento se respetó la voluntariedad y el anonimato de los menores. Así mismo, se respetó el deseo de algunos padres de que su hijo no fuese entrevistado.
Análisis estadísticos.
Para el tratamiento de variables nominales se utiliza la prueba χ2.
Para comparar dos grupos en variables cuantitativas utilizamos la prueba t de Student. Por último, utilizamos el análisis de regresión logístico binario forward stepwise, para determinar qué variables predicen las manifestaciones de conducta delictiva de los menores que informan de conductas delictivas. Todos los análisis estadísticos se llevaron a cabo con el paquete estadístico SPSS 10.0, aceptando un nivel de significación p<0,05.
Resultados.
En primer lugar exponemos los resultados de las variables que hacen referencia a las características de los sujetos: sexo, edad y nivel académico.
El porcentaje de menores de sexo femenino es mayor en el grupo adaptados que en el grupo inadaptados. De hecho, la distribución indica que son más los chicos que se involucran en actividades delictivas que las chicas, alcanzando la significatividad (p<0,05).
En cuanto a la edad, los menores del grupo adaptados registran una media de edad de 13,69, inferior a la del grupo de menores que informa de conducta delictiva, con una media de edad de 14,77. La comparación entre ambos grupos resultó ser significativa, t(371,941)=-7,208; p<0,001.
Respecto al nivel académico, como podemos observar, los sujetos del grupo adaptados se concentran en los niveles de 1º ESO y 2º ESO, mientras que los sujetos del grupo inadaptados lo hacen en 2º ESO, 3º ESO y 4º ESO. Las diferencias entre ambos también son significativas, p<0,001.
Clima familiar.
Los menores de uno y otro grupo se diferencian a nivel significativo en seis de las diez escalas que forman el FES: cohesión entre los integrantes del núcleo familiar (p<0,001), fomento de la libre expresión de los miembros de la familia (p<0,01), conflicto familiar (p<0,001), orientación de la familia hacia actividades socio-recreativas (p<0,01), importancia que se da en la familia a actividades de carácter religioso o grado en que se fomentan valores éticos (p<0,001) y organización (p<0,01).
Las familias de los menores que pertenecen al grupo adaptados obtienen puntuaciones medias más elevadas en las subescalas de cohesión, expresividad, moralidad-religiosidad y organización y más bajas en las escalas de conflicto y social-recreativo.
Educación familiar.
En cuanto al estilo predominante que tanto el padre como la madre ponen en marcha durante el proceso educativo, hemos de señalar que son los sujetos del grupo adaptados los que obtienen las puntuaciones medias más elevadas en el estilo que hemos denominado inductivo, mostrando diferencias significativas con el grupo inadaptados, tanto en el caso del padre (p<0,001) como en el de la madre (p<0,001). Es decir que ambos progenitores utilizan con mayor frecuencia estrategias educativas basadas en el apoyo y el diálogo con sus hijos. Frente a estos datos, en el grupo inadaptados, encontramos las puntuaciones más elevadas en la escala que hace referencia al estilo autoritario, mostrando también aquí diferencias significativas con el grupo adaptados, tanto en el caso del padre (p<0,001) como en el de la madre (p<0,001).
Aunque a tenor de estos resultados podemos afirmar que a los menores del grupo adaptados se les apoya más y se les controla de forma menos autoritaria, lo cierto es que si observamos las puntuaciones medias de ambos grupos en estas cuatro escalas podemos ver que las puntuaciones obtenidas en la escala del estilo inductivo son más altas en ambos grupos que las obtenidas en la escala del estilo autoritario, tanto en el padre como en la madre; es decir, a los menores, en general, se les apoya más que se les castiga con independencia del grupo al que pertenezcan, aunque en el grupo de sujetos adaptados las puntuaciones sean significativamente mayores en el caso del estilo inductivo y significativamente menores en el del estilo autoritario.
Por último, llevamos a cabo un análisis de regresión logístico binario forward stepwise en el que se incluyeron todas las variables que habían resultado significativas en las anteriores comparaciones estadísticas entre los grupos, con el objetivo de encontrar aquellas variables, tanto individuales como familiares, que, en conjunto, permitieran maximizar las diferencias entre ambos grupos, minimizando el número de variables necesario para ello.
El modelo resultante χ²=151,570; p<0,001, estaba compuesto por siete variables: edad, curso académico del menor (2º, 3º o 4º ESO), cohesión y conflicto familiar, orientación de la familia hacia actividades de corte social-recreativo y moral-religioso, y uso del estilo autoritario por parte de la madre.
Los sujetos del grupo inadaptados se caracterizan frente a los sujetos del grupo adaptados por tener una edad superior y estudiar los niveles de 2º, 3º y 4º ESO, en sus familias hay una mayor conflictividad y una menor cohesión entre sus miembros. En ellas se da una mayor importancia a las actividades de carácter social o recreativo y menos a las de contenido moral o religioso. Por último, las madres utilizan con más frecuencia estrategias educativas basadas en el estilo autoritario.
Este modelo fue capaz de clasificar correctamente al 77,2% del total de sujetos, en concreto al 77,6% del grupo adaptados y al 76,7% del grupo inadaptados.
Discusión y conclusiones.
En otros estudios llevados a cabo con población institucionalizada (Torrente, 1996; Coy y Torrente, 1996; Torrente y Merlos, 2000; Torrente y Rodríguez, 2000 y Torrente, 2002), hemos constatado que el número de menores varones que se ve envuelto en conductas delictivas es superior al de mujeres (en torno a 1 mujer cada 18-20 hombres); aunque en población normalizada las diferencias no son tan elevadas se sigue manteniendo este patrón y eso a pesar de que al seleccionar a los integrantes del grupo inadaptados se tuvieron en cuenta las diferencias de género que suelen estar presentes en este tipo de comportamientos (ya los baremos de la escala de conductas delictivas del Cuestionario A-D eran diferentes para hombres y mujeres). Nuestros resultados coinciden además con otros hallados recientemente en población española y medidas de autoinforme (p.e. Gomá-i-Freixanet, Grande, Valero i Ventura y Punti i Vidal, 2001).
Sabido es que la adolescencia es una etapa vital muy particular con grandes tensiones y conflictos, internos e interpersonales, y una búsqueda de la propia identidad y de autonomía. Las manifestaciones de conducta antisocial durante este período se incrementan entre cinco y seis veces, pero suelen decrecer e incluso en la mayoría de los casos desaparecer en la vida adulta, manteniendo este tipo de comportamientos un escaso 5% de los sujetos (Garrido, 1999). Aunque respecto a nuestros resultados conviene precisar la influencia que en los resultados puede tener el instrumento de medida que requería del sujeto una respuesta positiva en el caso de que a lo largo de su vida hubiese cometido algún delito.
Ligados a estos resultados encontramos las diferencias en la distribución de porcentajes hallados entre los grupos respecto a su nivel académico. Los menores del grupo adaptados alcanzaron los más altos porcentajes de conducta antisocial en los niveles 1º y 2º ESO y los menores del grupo que informa de conducta delictiva, en los niveles de 2º, 3º y 4º ESO.
Respecto al clima familiar dos son los datos más relevantes en esta investigación, corroborados en numerosos estudios: la cohesión, es decir, los lazos emocionales fuertes entre los miembros de la familia parecen favorecer la adaptación social, entre otras razones porque permiten la transmisión de pautas y normas culturales de padres a hijos. El fracaso de esta transmisión conduce al establecimiento de vínculos débiles con la sociedad en su conjunto, como postula la teoría del control social (Hirschi, 1969). Una cohesión fuerte aísla a los hijos de las manifestaciones de conducta antisocial (Nicholson, 2000), fundamentalmente cuando se pone en práctica un estilo educativo basado en el apoyo y el diálogo (Castro, Adonis y Rodríguez, 2001); tal como sucede en nuestra muestra. (Véase, además, Torrente, 2003; Torrente y Rodríguez, 2003).
En cambio, un clima familiar conflictivo, tanto entre los padres como entre padres e hijos, se asocia con las manifestaciones de conducta antisocial, entre otras razones porque las familias de jóvenes con problemas de conducta suelen usar estrategias de resolución de conflictos basadas en la sumisión, poco constructivas si las comparamos con las utilizadas por las familias de jóvenes adaptados, que suelen utilizar con más asiduidad estrategias basadas en el compromiso; esto es, cada miembro de la familia acepta una posición intermedia entre los extremos del conflicto (Schaeffer y Bordiun, 1999), lo que a su vez propicia el acercamiento posterior en la familia.
En cuanto al estilo de educación familiar nuestros datos muestran que en ambos grupos, adaptados e inadaptados, encontramos las puntuaciones más elevadas, tanto en el caso del padre como en el de la madre, en la escala de apoyo, lo cual indica que, en términos generales, a los menores se les da apoyo, se dialoga con ellos y se les controla menos de forma autoritaria. Aun así, los sujetos que manifiestan una conducta más adaptada, aquellos que no informan de conducta delictiva son los que obtienen las puntuaciones más elevadas en las categorías relacionadas con el uso de argumentos y razonamientos entre los padres y los hijos sobre el establecimiento y el respecto a las normas sociales, lo que indica que el estilo inductivo o autoritativo es el estilo educativo óptimo, pues garantiza la combinación precisa del interés y afecto que el niño necesita, exigiéndosele al mismo tiempo conductas responsables y prosociales adecuadas a su nivel de desarrollo (Maccoby, 1992). Frente a esto, la utilización de estándares absolutos de conducta por parte de los padres para evaluar las conductas y las actitudes de sus hijos, propia de un estilo autoritario, parece dificultar un proceso adecuado de socialización, fundamentalmente por parte de la madre (como queda reflejado en el modelo final de regresión logística), quizás por ser ésta todavía hoy, a pesar de las trasformaciones que está sufriendo la familia, la principal figura educativa en los hogares españoles, donde parece no haberse producido el cambio de roles necesario para hablar de una influencia equiparable de ambos progenitores en la conducta futura de sus hijos.
El análisis de los resultados del análisis de regresión viene a confirmar que los niveles de cohesión y conflicto junto al fomento de actividades de carácter social-recreativo y/o morales-religiosas son las dimensiones del clima familiar que más se relacionan con la conducta antisocial. Las dos primeras lo hacen de la forma esperada: una menor cohesión y una mayor conflictividad conjuntamente parece que favorecen la inadaptación social. La orientación de la familia hacia actividades de carácter moral-religioso también sigue el patrón esperado; sin embargo, que la orientación socio-recreativa de la familia se asocie con la inadaptación contradiría, en parte, resultados anteriores, como los de DuBois, Eitel y Felner (1994) o Kurdek y Sinclair (1988), quienes sostienen que la participación conjunta de padres e hijos en actividades de este tipo favorece un adecuado desarrollo del autoconcepto, la autoestima y el comportamiento orientado a metas en los niños, pero siempre en presencia de niveles elevados de cohesión familiar, circunstancia que se da en menor medida en el grupo de menores inadaptado.
A tenor de los resultados obtenidos podemos concluir que la combinación de variables personales (edad y nivel académico), de clima familiar (cohesión, conflicto, énfasis en la familia en actividades sociorecreativas y /o religiosas-morales) y el uso de estrategias educativas autoritarias por parte de la madre, permiten clasificar correctamente a un 77,2% de los sujetos, lo que indica que es un modelo con aceptable poder predictivo.
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Boletín de Psicología, No. 78, Julio 2003
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