RESUMEN:
Por encima del tabú y del incomprensible pero aún presente miedo del contagio del acto suicida, es necesario que aceptemos hablar claramente de la que, en la actualidad es la segunda causa de muerte en el mundo entre los 15 y los 30 años según estadísticas de la Organización Mundial de la Salud. Razón adicional para hacerlo, es que el mismo y respetable organismo pronostica que para el año 2020, la depresión, que no siempre pero frecuentemente se correlaciona con el intento y el acto suicida, pasará a ser la segunda causa de incapacidad en el mundo y la primera causa de baja laboral en los países desarrollados. En Colombia, las estadísticas del Instituto de Medicina Legal, señalan un promedio de 6 suicidios diarios. Según las mismas estadísticas, publicadas en Forensis 2009, por cada mujer que se suicida hay cuatro hombres que también lo hacen. Los suicidios se presentan con frecuencia entre los 15 y los 30 años de edad, pero la mayor frecuencia se presenta en el rango de edades comprendido entre los 20 y 24 años, se presenta continuamente en las personas sin vínculos familiares y aislados. Los métodos mas utilizados el ahorcamiento, ingerir tóxicos, empleo de armas de fuego y lanzamiento al vacío.
“Tan grande es el tabú del suicidio, que algunos ni siquiera se atreverán a pronunciar la palabra.” Karl Menninger
De acuerdo a lo investigado en relación con la depresión por Ustum y Sartorius (1999) “se estima que en el mundo hay unos 340 millones de personas con este padecimiento y las proyecciones para el año 2020, muestran que los trastornos psiquiátricos y neurológicos podrían incrementarse en todo el mundo de 10.5% de carga total de discapacidad, a cerca del 15%, siendo una proporción mayor de incremento que lo que se espera para las enfermedades cardiovasculares”.
El suicidio no puede tacharse de correcto o incorrecto, de acto pecaminoso o de obra del mismísimo demonio. Para poder acercarnos a tan misterioso fenómeno e intentar develar sus orígenes es necesario superar los prejuicios que nos impiden hablar de él, a pesar que muchos continúen considerando que hacerlo es dar ideas o afianzarlas en quien ya las tiene. En nuestros días, se ha descubierto que es una enfermedad que se puede tratar y prevenir. El psicólogo Thomas Joiner vivió la muerte por suicidio de su padre y, movido por ese antecedente, gran parte de su trabajo en la universidad de Florida está dedicado a la comprensión y la prevención de los comportamientos suicidas. En este apartado y con base en los aportes de Joiner, queremos discutir y reflexionar sobre lo que se esconde detrás del acto autodestructivo y sobre las acciones a poner en práctica para luchar contra este grave fenómeno.
En su libro “Por qué la gente muere por suicidio”, Joiner escribe sobre su experiencia al tener que explicar a su hijo de 3 años la muerte de su padre (abuelo del niño) por suicidio: “Nunca lo tuve tan claro como cuando mi hijo de tres años me preguntó por qué mi padre no vivía. Respiré hondo y le contesté algo así como: bueno ya sabes que las personas pueden caer enfermas como cuando te resfrías o te duele el estómago. A la gente le puede doler el cuerpo, pero también la mente; esta puede ponerse malita a veces muy malita. Mi papá se puso muy enfermo de la mente se sintió tan sólo y triste que ya no quiso vivir más. Cuando la gente se siente así durante mucho tiempo, a veces piensan en hacerse daño incluso matarse y eso es lo que hizo mi papá.
El Propio Instituto Nacional de Medicina Legal de Colombia reconoce que esta es una de las modalidades de muerte en que hay un elevado subregistro, así que no solo no se sabe lo que se debiera saber sobre el tema, sino que además es difícil acercarse a la realidad por cuanto hay un halo de mentira que le rodea. Thomas Joiner plantea al respecto que, si se le pregunta a la gente sobre la causa de la muerte de su ser querido, es frecuente que respondan que ha muerto de un ataque al corazón o de un accidente de tráfico y ocultarán que la causa de la muerte ha sido por suicidio. ¿Por qué lo hacen?
En general parece que el asunto tiene que ver con el estigma que ocasiona en los sobrevivientes este tipo de muertes. Los trastornos mentales y las conductas suicidas son enfermedades muy estigmatizadas, fenómeno que, en gran parte, se debe a la ignorancia y también al miedo. Lo que se debe reconocer es que en realidad no hay ninguna razón que justifique estigmatizar estas enfermedades, pues aunque de más difícil comprensión, son enfermedades reales, se trata de dolencias evidenciadas en pruebas médicas, la mayoría de las cuales tienen un origen biológico y en ese sentido se parecen bastante al cáncer, a las enfermedades cardiacas o a las embolias que no están estigmatizadas; en cambio, el suicidio si, pues de alguna manera a las otras enfermedades no se les atribuye intervención voluntaria de quien las padece, en cambio a la depresión y a uno de sus derivados, el suicidio, se les asume como actos vergonzosos de los que los afectados no han tenido la suficiente voluntad para superar. Estas son algunas de las razones por las cuales la gente se siente empujada a ocultar la causa del fallecimiento de sus seres queridos.
Una estadística que nos mueve a adentrarnos en este misterioso fenómeno y que clama por nuestra intervención profesional, es que cada 40 segundos una persona en el mundo se quita la vida, lo que equivale a un millón de personas al año. En otras palabras, las muertes por suicidio, son más que todas las víctimas de conflictos armados y superan a las muertes que se producen por accidentes de tráfico. Estudios serios, señalan que por cada mujer que se suicida 4 hombres mueren por el mismo motivo, pero por cada hombre que intenta suicidarse 4 mujeres hacen la tentativa. En los países asiáticos esta tendencia se invierte y mueren más mujeres que hombres por suicidio. Rusia y algunos de sus países órbita Lituania, Bielorrusia, Latvia y Ukrania tienen los índices más elevados.
En la mayoría de los países las tasas de suicidios aumentan con la edad. El índice de suicidio más elevado se produce en personas mayores de 65 años llegando a cifras 4 veces más altas que las de adolescentes. Según los aportes de Joiner en su libro, parecería que, no es tan fácil como parece, quitarse la vida. En palabras del investigador: “realmente hay que aprender a autolesionarse, hay que aprender a quitarse la vida, no es esta una acción que se realice con la facilidad que parece”. Lo primero, afirma Joiner, es que hay que perderle el miedo o pánico a la muerte, pero lo segundo, es que, quienes lo hacen tienen que aprender a quitarse la vida.
Según este investigador, quitarse la vida “…Es un proceso similar a cualquier otro aprendizaje. Hay una curva de aprendizaje por llamarlo así. En cuanto al método, se ha encontrado que las personas que se acaban suicidando generalmente le han dado vueltas durante meses y a veces años al método que utilizarán para quitarse la vida. Al menos mentalmente se van acostumbrando a la idea de pensar en los problemas que pueden surgir y aprenden, al menos lo hacen mentalmente, pero otros también pasan a la acción y acaban haciendo cosas que no les matarán, pero que empezarán a darles pistas sobre el método, el dolor y el miedo y cuando evolucione su verdadero deseo de morir, esa combinación de personalidad temeraria y deseo sincero de morir, es la que acabará llevándoles a un acto que sea efectivamente mortal”.
Por otro lado, de acuerdo a las estadísticas que se vienen haciendo sobre el fenómeno, por cada suicidio que se consuma hay 20 o 30 personas que ponen en juego su vida para cambiarla, entonces es en estos casos en los que se puede prevenir la mortalidad por suicidio. El plan en síntesis sería coordinar las Instituciones Sanitarias, es decir el médico tratante, el psiquiatra, cualquier persona que atiende en servicios sociales a un sujeto que puede tener ideación suicida o riesgo suicida.
Lo importante es aprender a identificar a aquellos que, dada su personalidad y su historia, caben dentro de los perfiles que, se sabe, intentaran suicidarse, aprender a detectar qué señales se han de tener en cuenta y de que manera debemos actuar en caso de tener a alguien cerca con esta problemática. Sobre este particular, nunca esta demás reiterar que los que hablan de suicidio, en general, son los intentaran suicidarse. Lo que pasa es que normalmente tendemos a negar la posibilidad. Si se quiere hacer algo en prevención, lo que hay que hacer es permitir que la gente hable del suicidio, de sus ideas y escucharles y acompañarles a que se acerquen a un profesional que les pueda tratar, les pueda cuidar y en ayudar, en un principio, para aplazar la decisión. Con la persona en crisis, lo primero que hay que hacer es validarle las razones que expone, no llevarle la contraria ni cuestionar sus deseos de muerte, sino invitarle a que postergue la decisión, diciéndole algo como “… siempre puedes hacerlo mañana, ahora primero busquemos soluciones”.
No falta quien argumente que no hay que intentar revocar la decisión suicida, pues este es un ejercicio del derecho a la libertad y que la idea del suicidio es un acto libre. Este argumento deriva de un concepto romántico de la libertad de los individuos, pero en nuestra experiencia, no hemos visto nunca libertad en el suicidio; siempre, en el acto suicida lo que se vislumbra es dolor, desesperación, pudiera decirse que es una de las muertes más desoladoras.
Ahora bien, cuando trabajamos estos temas, siempre se nos pregunta cuales son las personas que tienen más riesgo de suicidarse. Al respecto se puede señalar que hay un acuerdo entre todos los especialistas a nivel mundial en que hay 5 factores de riesgo. El primero es la enfermedad mental, sobretodo la depresión, la psicosis y lo que se deriva del consumo de tóxicos. En segundo lugar, el que tiene algún tipo de ideación, el que lo piensa, el que ha hecho algún tipo de intento de suicidio.
Luego están aquellos que o bien tienen una enfermedad médica crónica que curse con dolor o acontecimientos vitales que supongan una gran crisis en la adaptación del sujeto, en este sentido la causa primera la más frecuente hasta el 60% de los casos es la ruptura de la relación amorosa; aún las personas se siguen suicidando por amor. En cuarto lugar, en riesgo están quienes con frecuencia viven problemas del entorno familiar y otros problemas laborales y económicos, y, en quinto lugar, el quinto factor es el aislamiento social, el desarraigo, el no tener vínculos afectivos significativos con sus semejantes.
En este sentido, sobre este último factor de riesgo, Joiner, durante una entrevista con Eduard Punset, emitida en el programa Redes de la TV española, el 5 de octubre del 2009, enfatiza en una investigación que apunta a la necesidad del contacto humano, al hecho de que nos necesitemos unos a otros, como elemento de prevención. De acuerdo a Joiner, “…uno de los mejores estudios y lamentablemente uno de los escasos estudios en la materia que muestra los efectos de todo esto para los suicidas, fue el llamado estudio de las cartas afectuosas. En pocas palabra lo que se hizo fue distribuir a los pacientes en dos grupos, uno de control y el otro un grupo que estuvo recibiendo, de vez en cuando, en su buzón de correo electrónico cartas en donde se les preguntaba por su estado de salud y de ánimo. Lo único que decía la carta era “pensamos en ti, esperamos que estés bien, estamos aquí si nos necesitas” firmado doctor Bargh. Esta fue la única diferencia entre los dos grupos. Sin embargo, en términos de índices de suicidios, los que recibieron la carta registraron un índice de suicidios muy inferior a los de grupo de control. Así que, ante un hecho tan generalizado y doloroso como el suicidio, una estrategia tan sencilla como una carta afectuosa, interesándose por ellos, fue suficiente para que las cosas fueran distintas para unos y otros. Se trata de una evidencia sobre cómo una acción modesta de sentido común no muy complicada científicamente puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte”.
En la Orientación de los aspectos que tienen que ver con la prevención del suicidio, FAISEM, organización que trabaja en la prevención del suicidio en España, ha elaborado una Guía sobre prevención del suicidio para personas con ideación suicida y familias, en la que, apoyados en documentos de la OMS y las investigaciones del Dr. Sergio Pérez Barrero, autoridad Mundial en el tema, resaltan que “Existen diversos criterios erróneos con respecto al suicidio en general y a las personas que se han suicidado y a las que intentan terminar con su vida en particular, que deben ser eliminados para poder dar un apoyo más efectivo a estas personas y su entorno”.
En la tabla que se presenta a continuación, FAISEM resumen las principales creencias y la evidencia científica sobre esas creencias (OMS, 2000; Pérez Barrero, 1996). y la evidencia científica sobre esas creencias (OMS, 2000; Pérez Barrero, 1996).
Criterios erróneos y científicos sobre suicidio.
CRITERIO EQUIVOCADO
La persona que se quiere matar no lo dice.
La persona que lo dice no lo hace.
Las personas que intentan el suicidio no desean morir, sólo hacen el alarde.
Si de verdad se hubiera querido matar, se hubiera tirado delante de un tren.
La persona que se repone de una crisis suicida no corre peligro alguno de recaer.
La persona que intenta el suicidio estará
en ese peligro toda la vida.
Toda persona que se suicida está deprimida.
Toda persona que se suicida es un enfermo mental.
El suicidio se hereda.
Al hablar sobre el suicidio con una persona en este riesgo se le puede incitar a que lo realice.
El acercarse a una persona en crisis suicida sin la debida preparación para ello, sólo mediante el sentido común, es perjudicial y se pierde el tiempo para su abordaje adecuado.
Sólo los psiquiatras pueden prevenir el suicidio.
CRITERIO CIENTIFICO
De cada diez personas que se suicidan, nueve de ellas dijeron claramente sus propósitos y la otra dejó entrever sus intenciones de acabar con su vida
Toda persona que se suicida expresó con palabras, amenazas, gestos o cambios de conducta lo que ocurriría.
Aunque no todas las personas que intentan el suicidio desean morir, es un error tildarles de alardosos, pues son personas a las cuales les han fracasado sus mecanismos útiles de adaptación y no encuentran alternativas, excepto el atentar contra su vida.
Toda persona con riesgo suicida se encuentra en una situación ambivalente, es decir, con deseos de morir y de vivir.
El método elegido para el suicidio no refleja los deseos de morir de quien lo utiliza, y proporcionarle otro de mayor letalidad es calificado como un delito de auxilio al suicida (se le ayuda a que lo cometa), penalizado en el Código Penal vigente.
Casi la mitad de las personas que atravesaron por una crisis suicida y consumaron el suicidio, lo llevaron a cabo durante los tres primeros meses tras la crisis emocional, cuando todos creían que el peligro había pasado.
Entre el 1% y el 2% de las personas que intentan el suicidio lo logran durante el primer año después del intento y entre el 10% al 20% lo consumarán en el resto de sus vidas.
Una crisis suicida dura horas, días, raramente semanas, por lo que es importante reconocerla para su prevención.
Aunque toda persona deprimida tiene posibilidades de realizar un intento de suicidio o un suicidio, no todas las que lo hacen presentan este desajuste. Pueden padecer esquizofrenia, alcoholismo, trastorno de personalidad, etc.
Las personas con enfermedades mentales se suicidan con mayor frecuencia que la población en general, pero no necesariamente hay que padecer un trastorno mental para hacerlo.
Pero no caben dudas de que toda persona con riesgo es una persona que sufre.
No está demostrado que el suicidio se herede, aunque se puedan encontrar varios miembros de una misma familia que hayan terminado sus vidas por suicidio. En estos casos lo heredado es la predisposición a padecer determinada enfermedad mental en la cual el suicidio es un síntoma principal, como por ejemplo, los trastornos afectivos y las esquizofrenias. Toda persona antes de cometer un suicidio evidencia una serie
de síntomas que han sido definidos como síndrome pre-suicidio, consistente en constricción de los sentimientos y el intelecto, inhibición de la agresividad, la cual ya no es dirigida hacia otras
personas, reservándola para sí, y la existencia de fantasías suicidas; todo lo que puede ser detectado a su debido tiempo y evitar que se lleven a cabo sus propósitos.
Está demostrado que hablar sobre el suicidio con una persona en tal riesgo en vez de incitar, provocar o introducir en su cabeza esa idea, reduce el peligro de cometerlo y puede ser la única posibilidad que ofrezca el sujeto para el análisis de sus propósitos autodestructivos.
Si el sentido común nos hace asumir una postura de atenta y paciente escucha, con reales deseos de ayudar a la persona en crisis a encontrar otras soluciones que no sean el suicidio, se habrá iniciado la prevención.
Es cierto que los psiquiatras son profesionales experimentados en la detección del riesgo de suicidio y su manejo, pero no son los únicos que pueden prevenirlo. Cualquiera interesado en auxiliar a personas en esta situación de riesgo puede ser un valioso colaborador en su prevención.
Señales que hay que tener en cuenta en la labor de prevención
En la “Guía para la prevención del suicidio” elaborada por el Servicio Andaluz de Salud, se reconoce que existen algunos indicios que nos pueden advertir que una persona está pensando en el suicidio e intentar evitarlo. En ese documento, La Dra. Francisca Rueda López y su equipo, advierte que toda la comunidad debe estar atenta y prestar atención cuando se presenten las señales de alerta verbales y no verbales que, basados en su investigación, se enumeran a continuación:
Manifestaciones verbales
En este caso el individuo expresa sus deseos de quitarse la vida, independientemente de si tiene planeado o no la forma de hacerlo. Este pensamiento se manifiesta con distintos grados:
Sin planteamiento de la acción
Con un método indeterminado
Con un método específico, pero no planificado
Plan suicida concreto (esta situación indica un alto riesgo de suicidio)
Contrariamente a lo que se piensa, interrogar sobre la existencia de las ideas suicidas no incrementa el riesgo de desencadenar este tipo de acto y puede ser la única oportunidad, tal vez la última, de iniciar las acciones preventivas.
Manifestaciones no verbales
Cuando el individuo no «verbaliza» sus ideas suicidas, se puede llegar a sospecharlas mediante determinadas manifestaciones. Algunas personas tienden a restar importancia a las ideas suicidas, minimizarlas, sobre todo con una sonrisa y expresiones como: «No te preocupes por mí», «No va a pasar nada». El cese de la angustia, una sensación de paz y tranquilidad internas, un período de calma después de una fase de agitación, son signos de grave peligro suicida, pues se ha resuelto el conflicto entre los deseos de vivir y los deseos de morir a favor de estos últimos (se conoce coloquialmente este aspecto como “la calma antes de la tormenta”).
La citada Guía elaborada por FAISEM, también enfatiza que “Apuntan hacia la presencia de una idea suicida ciertas conductas cuando se le pregunta si ha pensado en quitarse la vida, entre las que se destacan el llanto sin pronunciar palabra alguna, bajar la cabeza y mirar al suelo, hacer silencio repentino motivado por la propia pregunta, fruncir el ceño, mostrarse intranquilo o angustiado, etc”.
De igual manera, a partir de los testimonios de familiares cuyos seres queridos se han suicidado y gracias al ejercicio de autopsia psicológica, ha sido posible también detectar que acciones como regalar las posesiones más preciadas, correr riesgos innecesarios, empezar repentinamente a cerrar asuntos pendientes, visitar o llamar a personas para despedirse, hacer recomendaciones o delegaciones sobre el cuidado de alguien, tener escondidos elementos que hagan presentir que son parte de un futuro método para lograrlo (acumular medicamentos, llevar consigo tóxicos, cuerdas, etc.), ingerir bebidas alcohólicas en cantidades y con una frecuencia inusuales (a través de los cuales la persona trata de lograr «el valor» necesario para llevar a cabo sus intenciones), todos ello, se convierte en indicios serios de que se esta pensando en quitarse la vida.
Las autopsias psicológicas también han permitido determinar que cuando una persona empieza a presentar, de manera intempestiva, cambios sensibles en su comportamiento habitual que limitan sustancialmente su adaptabilidad social (ingestión de alcohol o drogas, deserción escolar o laboral, divorcio, rompimiento de relaciones con el grupo de pertenencia, etc.).
Por otra parte, hay algunos sentimientos que se dan en la mayoría de las personas que tienen pensamientos suicidas y que pueden servir de señales de alerta.
A menudo estas personas se sienten incapaces de:
Superar el dolor Escapar de la tristeza
Pensar claramente Imaginar un futuro sin sufrimiento
Tomar decisiones
Valorarse a sí mismas
Ver alternativas
Controlar la situación
Dormir, comer o trabajar
Encontrar a alguien que les preste atención
Salir de la depresión
Los autores de la Guía que venimos citando, aclaran que “Las señales de alerta mencionadas se dan a menudo como parte de la vida diaria de cualquier persona, y no suponen necesariamente ninguna alarma, no obstante, estos indicios han de vigilarse detenidamente en los grupos de riesgo”.
Afrontando la turbulencia emocional por el suicidio
Lamentablemente y a pesar de todos los esfuerzos para evitar esta tragedia que cobra visos de pandemia, en no pocos casos experimentaremos, de cerca o lejos el dolor producido por la determinación de alguien de poner fin a su vida por sus propios medios. En esos casos, un difícil proceso de duelo será el reto a enfrentar. Pero, con una profunda convicción en los recursos humanos de cada individuo, para sobreponerse, queremos enfatizar que es posible aprender a vivir con la pérdida, la tragedia, los recuerdos y el enorme agujero en el tejido de la propia vida, que deja la partida de un ser querido de esta manera tan abrupta e incomprensible. Sabemos, por nuestra experiencia que, no hay cierre total, y, en muchas ocasiones, tampoco se quiere hacer. Se quiere recordar al ser querido toda la vida, vivo: la risa, el olor en sus prendas, en su cama, sus momentos
de alegría, su humildad y su integridad.
Si se ha perdido a alguien por suicidio, lo primero que se debe saber es que no somos los únicos, ni estamos solos frente a esta experiencia. Cada año más de un millón de personas en todo el mundo mueren por suicidio, en Colombia un promedio de 1600 - la familia devastada y amigos que dejan atrás se conocen como "supervivientes". Hay millones de supervivientes que, como usted, están tratando de hacer frente a esta pérdida desgarradora. Los supervivientes suelen padecer una amplia gama de reacciones de duelo, incluyendo algunos o todos los que se describen a continuación:
• Shock: es la reacción inmediata más común al momento de conocer la noticia. Las personas suelen sentirse adormecidos o desorientados y en una sensación de no estar plenamente en contacto con la realidad, en consecuencia, pueden sentirse extrañados de si mismos por no estar tan desmoronados “como debieran estarlo”. Puede tener problemas para concentrarse y experimentar una especie de “anestesia emocional”.
• Los síntomas claros de la depresión reactiva, incluyendo trastornos del sueño, pérdida de apetito, tristeza intensa, y la falta de energía.
• La inevitable ira hacia el difunto, hacia otros miembros de la familia, personal de salud, o hacia uno mismo, que suele derivarse en culpa por experimentar ese sentimiento
• La culpa por no haber sido capaz de evitarlo y no haber sabido que la persona tomaría ese camino, que se expresa en continuos pensamientos del tipo: "Si yo hubiera....”
Los supervivientes se preguntan a menudo qué tan diferente es el duelo del suicidio, comparado con el proceso de duelo por otros tipos de muerte. Con base en la experiencia acompañando este tipo de experiencias, puede decirse que, de manera particular, en el duelo por suicidio, las respuestas se manifiestan en tres grandes áreas:
En primer lugar, numerosos estudios han encontrado que los sobrevivientes parecen luchar más con preguntas sobre el significado de las decisiones en torno a la muerte ("¿Por qué lo hicieron?") Los supervivientes a menudo tienen dificultades para dar sentido a las motivaciones y al marco pensamientos que tuvo la persona fallecida para tomar esa decisión.
En segundo lugar, los sobrevivientes presentan mayores niveles de sentimientos de rabia y culpa, que los que presentan quienes están de duelo por la muerte de seres querido por otras circunstancias ("¿Por qué no pude evitarlo?"). Los supervivientes sienten que causaron directamente la muerte a través del maltrato o el abandono de la persona fallecida. Una aclaración pertinente: no hay proceso de duelo que no tenga elementos de rabia y de culpa, independiente del tipo de muerte y de las circunstancias de la misma; pero, en el caso de los duelos por suicidio, una de las primeras reacciones de los supervivientes es culparse por no haber anticipado esa posibilidad y no haber podido prevenir el acto mismo del suicidio.
En tercer lugar, varios estudios corroboran lo que hemos observado en nuestra experiencia clínica: que los sobrevivientes de casos de suicidio, experimentan mayores sentimientos de rechazo o abandono por parte del ser querido, junto con la ira hacia el fallecido, que los duelos por otras muertes ("¿Cómo pudo hacernos esto?").
¿Qué hacer ahora?
De acuerdo a lo expuesto por la American Foundation for Suicide Prevention, algunas de las pautas que pueden ser útiles al enfrentar este doloroso evento son:
• Muchos supervivientes lucha con la necesidad humana de comprender las razones que llevaron a su ser querido a quitarse la vida y adicionalmente con la carga que implica afrontar el hecho de tener que anunciarlo a los demás. La pregunta que ronda, como se señaló anteriormente es: ¿Cual le decimos a los demás que fue la causa de la muerte? ¿Cómo informárselo a otras personas? Aunque se debe lo que más le haga sentir a uno bien, la experiencia ha mostrado que la mayoría de los supervivientes han encontrado que lo mejor es reconocer simplemente que sus seres queridos murieron por suicidio.
• Un buen número de supervivientes ha reportado encontrar ayuda o valioso en su proceso, el hecho de acercarse a los familiares y amigos. Debido a que algunas personas pueden no saber qué decir, es posible que sea el superviviente quien deba tomar la iniciativa para hablar sobre el suicidio, compartir sus sentimientos, y pedir su ayuda.
• Aunque parezca difícil, el hecho de mantener contacto con otras personas es importante,
especialmente durante los primeros meses de tensión tremenda tras el suicidio de un ser querido.
• Tenga en cuenta que cada persona tiene su propia manera de expresar su dolor y que cada proceso de duelo es diferente dado que cada persona tenía una cercanía diferente al ser querido. Por ejemplo, algunas personas visitan el cementerio semanalmente; a otros les resulta demasiado doloroso ir. Lo importante es que lo que se realice contribuya al fortalecimiento emocional y el procesamiento de la rabia y la culpa.
• Cada persona también debe encontrar su propio ritmo para hacerle frente a la aflicción; esto es, no hay un único ritmo establecido o una línea de tiempo para la curación, pero hay que estar atento a que no se esté estancado en el pasado, en lo que pasó, sino en lo que debe hacer parte de la reconstrucción de nuestro proyecto de vida sin el ser querido.
• Los aniversarios, cumpleaños y fechas especiales en las que se compartía intensamente con el ser querido, pueden ser especialmente difíciles, así que sería bueno pensar en si se debe continuar con las viejas tradiciones o crear otros espacios nuevos de recordación. Las personas pueden experimentar olas inesperadas de tristeza, que son una parte normal del proceso de duelo.
• La experiencia de los sentimientos de dolor por la muerte de un ser querido, en el caso de los niños, suele ser muy dura para los adultos. Adicionalmente, hay que comprender que los niños son particularmente vulnerables a sentirse abandonados e incluso culpables. Hay que acercarse especialmente a ellos para enfatizarles que la muerte no fue culpa de ellos. Es necesario escuchar sus preguntas y tratar de ofrecer, de manera honesta y directa, las respuestas apropiadas a su edad.
• Algunos supervivientes manifiestan encontrar consuelo en la comunidad, en la realización de
actividades religiosas o espirituales, incluido el hablar con un miembro de confianza del clero.
• Hay que aprender a ser amable con uno mismo. Cuando las personas se sienten listas, comienzan a ir adelante con sus vidas. Con el tiempo es posible empezar a disfrutar de la vida de nuevo, sin sentir que ello es una traición a su ser querido, sino con la confianza de que esto más bien una señal de que hemos empezado a sanar.
¿Por qué sucedió esto?
Muchos sobrevivientes, producto de la lucha para entender las razones para la ocurrencia del suicidio, andan preguntándose una y otra vez: "¿Por qué?" Muchos intentan repasar lo sucedido los últimos días con su ser querido, en busca de pistas, sobre todo si no vieron ninguna señal de que el suicidio era inminente. Debido a que el suicidio es a menudo mal entendido, algunos sobrevivientes se sienten injustamente victimizados por el estigma. Pueden sentir que el suicidio es, de alguna manera, un acto vergonzoso, o que ellos o sus familias son de alguna manera responsables o causantes de esta tragedia.
Diferentes estudios tienden a mostrar que, cerca del 90% de todas las personas que mueren por suicidio, presentaban, en algún nivel, un trastorno psiquiátrico o emocional en el momento de su muerte, aunque esto no es definitivo, con mayor frecuencia quienes se suicidan han presentado algún tipo de depresión o un trastorno bipolar. Pero, así como la gente puede morir de una enfermedad cardíaca o cáncer, las personas pueden morir como consecuencia de una afectación emocional o psicológica. Es importante tener en cuenta que el suicidio es casi siempre el resultado de una complicada combinación de doloroso sufrimiento, desesperanza, actos desesperados y una afectación psíquica subyacente.
Como los psicólogos Bob Baugher y Jack Jordan explican, “Una vez que una persona ha decidido poner fin a su vida, es difícil poner límites a las acciones que puede llevar a cabo para lograrlo; por ello no es fácil, para quienes le rodean, realizar acciones que garanticen que no intentará hacerlo. ...
De hecho, las personas a veces encuentran una manera de poner fin a sus vidas incluso cuando están hospitalizados en unidades psiquiátricas cerradas bajo cuidado y supervisión”. A la luz de este hecho, hay que tratar de ser realista acerca de cuanto se pudo, en cada caso particular, hacer para prevenir el suicidio. Esto hay que tenerlo en mente para no quedarse enredado en culpas imaginarias.
La investigación médica también demuestra que los principales trastornos psiquiátricos implican cambios en el funcionamiento del cerebro que pueden alterar gravemente el pensamiento, los estados de ánimo y el comportamiento de alguien que sufre de este trastorno. La enfermedad produce cambios biológicos en el individuo que impactan lo emocional e incluso producen dolor físico (depresión, inhabilidades para tener placer en las cosas, la desesperanza, etc.) que contribuyen a que se produzcan casi todos los suicidios.
A continuación se presentan algunas sugerencias adicionales, propuestas originalmente por Dunne y McIntosh en su libro El suicidio y sus secuelas:
1. Hay que saber que es posible sobrevivir, aunque los supervivientes no lo sientan así. Pero es posible y así lo de muestran quienes han permitido que se les acompañe en su proceso.
2. Lucha con el ¿"por qué sucedió”? hasta que las personas comprendan que nunca habrá una respuesta plenamente satisfactoria o hasta que estén satisfechas con respuestas parciales. (Una tercera posibilidad es que se cambie la pregunta por una que nos permita construir sentido de vida, esto es, no preguntar por qué sucedió sino ¿Qué era lo que nosotros teníamos que aprender con la existencia compartida con…?
3. Saber que las personas afectadas pueden sentirse abrumadas por la intensidad de sus sentimientos, pero entender que todos sus sentimientos son normales.
4. Asimilar que la ira, la culpa, la confusión y la falta de memoria son respuestas comunes. Las personas no están locas, solo están en duelo.
5. Tener en cuenta es normal sentir ira hacia la persona fallecida, el mundo, Dios, la familia, e incluso hacia uno mismo, y que está bien expresarlo.
6. Los afectados pueden sentirse culpables por lo que ellos piensan que hicieron o dejaron de hacer. Lo importante es transformar la culpa en arrepentimiento para avanzar hacia el perdón.
7. Tener pensamientos suicidas suele ser común; pero ello no significa que todos vayamos a actuar de conformidad con esos pensamientos.
8. Recordar tomar un momento o máximo un día a la vez.
9. Encontrar un buen oyente con quien compartir. Llamar a alguien si necesita hablar.
10. No tener miedo a llorar. Las lágrimas son la manera en que se cura el alma herida.
11. Darse tiempo para sanar. Estar preparado porque el tiempo siempre transcurre más lento de lo que se quisiera.
12. Recordar que, aunque hubiéramos hecho o dicho cosas reprochables, la elección de la muerte la tomó el fallecido. Nadie es la única influencia en las determinaciones sobre la vida de otro.
13. Esperar contratiempos. Las emociones vienen y van como un maremoto, de manera que frecuentemente la pena hace presencia en los momentos más inesperados, haciendo parecer que esa experiencia no terminara.
14. Tratar de posponer las decisiones importantes.
15. Darse el permiso de obtener ayuda profesional.
16. Tener en cuenta que la familia y los amigos también están experimentando su grado de dolor.
17. Ser pacientes con nosotros mismos y con los demás, especialmente con los que hablan sin comprender lo complejo de la experiencia.
18. Establecer los propios límites y aprender a decir no.
19. Mantenerse alejado de la gente que pretende decir qué deberíamos hacer o cómo deberíamos sentirnos.
20. Saber que hay grupos de apoyo que pueden ser útiles. Si no puede encontrar uno, pedir a un profesional para que nos ayude a crear uno.
21. Acudir a la espiritualidad que suele ser de gran ayuda en esta difícil experiencia.
22. Es común experimentar reacciones físicas derivadas o concurrentes con el proceso de duelo, como son dolores de cabeza, pérdida de apetito, incapacidad para dormir.
23. Darse el permiso de reír y tener ratos agradables, como parte del proceso de curación, sin dejar que sintamos que con ello no estamos demostrando amor al ser querido. Recordar que ellos no nos dejaron el mandato de sufrir para demostrarles que los extrañamos.
24. Expresar todos los sentimientos que se experimentan: enojo, culpa u otros sentimientos, hasta que drenen y ya no sintamos necesidad de ellos para sentir la presencia del ser querido. Dejar ir no significa olvidar.
25. Saber que nunca volveremos a ser los mismos, pero que es posible no solo sobrevivir sino aprender a vivir sin…y, en su memoria, podemos intentar ser un poco mejores de lo que éramos mientras ellos nos acompañaron.
Ayudar a los niños a lidiar con el suicidio de un der querido
Los niños son particularmente vulnerables a sentirse abandonados y culpables. Hay que aprender a escuchar sus preguntas y tratar de ofrecer honestas y sencillas respuestas apropiadas a su edad.
Los supervivientes con frecuencia buscan consejo sobre cómo explicar el suicidio a los niños. He aquí algunas sugerencias:
Decir la verdad. En un lenguaje simple, apropiado para la edad, hay que explicarles que su ser querido murió de una enfermedad - una enfermedad de las emociones y de la mente. Por ejemplo:
"Papá tenía algo como un ataque al corazón, excepto que era un "ataque en las emociones, que afectó su mente".
Cuando es posible elegir, lo ideal es decirles tan pronto como haya certeza de la noticia. Hay que ubicar un lugar donde usted y ellos se sientan cómodos. Tranquilizarlos firmemente en relación a que la muerte no fue culpa de ellos.
En la medida de lo posible, es prudente resistir la tentación de mantener el suicidio en secreto por temor a que el niño copia el comportamiento de la persona fallecida. Así como las familias con hipertensión, diabetes o enfermedades del corazón son educados acerca de los signos de alerta temprana y la prevención, los familiares de los suicidas deben entender las señales de alerta temprana de la depresión y otras enfermedades mentales para que puedan obtener el tratamiento adecuado y estar relacionadas con posibles actos suicidas.
A los niños hay que asegurarles que los adultos significativos afectivamente para ellos, estarán ahí el tiempo que sea necesario, para estar al cuidado de ellos.
Hacerles saber que pueden acercarse a cualquier hora si quieren hablar de ello. Los niños pueden expresar sus sentimientos a través del llanto, la retirada, reírse o expresando enojo contra usted o contra otros. Pero también es posible que haya niños que no expresen nada. En ese caso, simplemente es necesario que los niños sepan que los adultos están disponibles para lo que ellos necesiten, bien sea ahora o en algún momento posterior.
Para los niños, siempre es útil y mantener las rutinas regulares tanto como sea posible.
En un evento como estos, no es sano que se les atiborre de regalos sorpresa o que se les programen viajes para distraerlos. El mayor regalo que se les puede dar a los niños es el testimonio sincero de los adultos de amor y apoyo. Permitir que expresen sus sentimientos y, responder a sus preguntas con actitud de acogida y afecto.
Para los supervivientes tanto de suicidios como de otros tipos de fallecimientos, especialmente los sucedidos de manera abrupta o en circunstancias violentas, una parte esencial de su proceso de curación es poder experimentar el apoyo y el sentido de conexión que se suele sentir al compartir su dolor con otros sobrevivientes. La forma más común en que se produce este intercambio es a través de la participación en espacios de grupos de apoyo. Estos grupos proporcionan un lugar seguro donde los supervivientes pueden compartir sus experiencias y apoyarse mutuamente. Es natural sentir un poco de inseguridad de ir a la primer reunión de grupo de apoyo, pero una vez allí, el hecho de saber que otros comparten experiencias similares permite que se pueda realizar la apertura emocional que evita que la personan transcurra a efectos somáticos por no contar con espacios de descarga emocional.
Algunos sobrevivientes se sienten en capacidad de asistir a un grupo de apoyo casi de inmediato, mientras que otros solo se animan a asistir a un año o dos después de ocurrida la pérdida. De igual manera, hay quienes asisten constantemente, mientras que hay quienes van sólo de vez en cuando en aniversarios, días festivos o días particularmente difíciles. De cualquier manera, la experiencia nos muestra que, independiente de la manera en que las personas se vinculen a estos espacios, siempre es mas lo útil y fortalecedor que las personas obtienen que cualquier aspecto negativo que pudiera suceder. No en vano, como se pregona desde la Fundación Vida por Amor y desde el
Proyecto Experiencia Krisálida en Bogotá, que dirige el autor, hemos aprendido que, una pena compartida es una pena diluida.
Nota: Algunos apartes son propuestos por The American Foundation for Suicide Prevention. Sobre el particular y para una visión más amplia, se puede consultar el Libro Sobrevivir al Suicidio. Contacto: paulodanielacero@gmail.com
REFERENCIAS
AmericanFoundation for suicide prevention. Disponible http://www.afsp.org/index.cfm?fuseaction=home.viewPage&page_id=FEDF6A4B-FA4D-F373- 4F864EDAF1F49DC4
Baugher, Bob; Jordan, Jack. After Suicide Loss: Coping with Your Grief. Newcastle, WA: Authors, 2002
Dunne, Edward; McIntosh, John; Dunne-Maxim, Karen. Suicide and its Aftermath: Understanding and Counseling the Survivors (Eds.), W.W. Norton and Company, 1987.
Joiner, Thomas. Why People Die By Suicide. Harvard University Press, 2006
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Sveen, C.A. y Walby, F., Los sobrevivientes del suicidio: Salud mental y reacciones de duelo: Una revisión sistemática de Estudios controlados. SLTB 2008; 38 (1): 13-29.
Psicólogo Universidad Nacional de Colombia. Investigador principal grupo Muerte y duelo, abordaje psicosocial en el contexto Colombiano UMB. Fundador Proyecto Krisálida para apoyo a personas en
duelo.
paulodanielacero@gmail.com
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