La exposición de los hijos a los conflictos de los padres constituye un factor de riesgo importante para el desarrollo de problemas de conducta en los hijos. Este estudio examina la relación entre los conflictos matrimoniales y el comportamiento agresivo y delictivo de los hijos. La muestra estuvo compuesta por un total de 332 hijos de entre 7 y 17 años y sus madres. Los hijos cumplimentaron la Children’s Perceptions of Interparental Conflict Scale, informando sobre las dimensiones de los conflictos matrimoniales: frecuencia, intensidad, no resolución y contenido. Las madres informaron sobre la frecuencia de los conflictos a través de la O’Leary Porter Scale, así como de los problemas de conducta agresiva y delictiva de los hijos respondiendo a la Child Behavior Checklist. Los resultados indican que los conflictos entre los padres afectan por igual a hijos e hijas. Afectan más a los adolescentes que a los más pequeños cuando los perciben los hijos. Sin embargo, afectan a todos los grupos cuando es la madre la que los percibe.
Conflicts between parents and aggressive and delinquent behavior in children. The exposure of children to their parents’ conflicts are a factor of substantial risk for the development of behavior problems in children. This study examines the relationship between marital conflicts and children’s aggressive and delinquent behavior. The sample consisted of a total of 332 children, aged 7 to 17 years, and their mothers. The children completed the Children’s Perceptions of Interparental Conflict Scale, providing information on the dimensions of the marital conflicts: frequency, intensity, no resolution, and content.
The mothers completed the O’Leary Porter Scale, providing information about the frequency of conflicts, and the Child Behavior Checklist, about the aggressive and delinquent behavior problems in their children. The results indicate that parental conflicts affect sons and daughters equally, and they affect adolescents more than younger children when they are perceived by the children. However, conflicts affect all groups when the mothers perceive them.
Los conflictos entre los padres podemos definirlos como una oposición mutua entre ambos progenitores que refleja la expresión de diferencias entre ambos. Desde la teoría del modelado se entiende que cuando los padres resuelven sus conflictos de una forma hostil, ofrecen a sus hijos un modelo inadecuado que favorece la aparición de problemas de conducta en éstos. A la hora de analizar cómo influyen los conflictos en la adaptación de los hijos deben tenerse en cuenta sus dimensiones específicas: frecuencia, intensidad, no resolución y contenido (Cortés y Cantón, 2007). Diferentes estudios señalan que la exposición de los hijos a conflictos frecuentes se relaciona con problemas de conducta agresiva y delictiva (El Sheikh, Buckhalt, Mize y Acebo, 2006), mientras que otros no encuentran esa relación (por ejemplo, Hart, O’Toole, Price-Sharps y Shaffer, 2007). Aunque la frecuencia es importante, el impacto sobre los hijos depende también de su forma de expresión. Presenciar conflictos de baja intensidad, aunque se produzcan con frecuencia, puede que no tenga unos efectos tan negativos en los hijos como los de elevada intensidad, sobre todo los que implican agresión física (Ybarra, Wilkens y Lieberman, 2007), que se asocian a un número mayor de conductas agresivas y antisociales (Cummings, Goeke Morey y Papp, 2004). Además, los conflictos cuyo contenido gira en torno a los hijos predicen su comportamiento agresivo (Cummings et al., 2004) y delictivo (Cui, Donnellan y Conger, 2007).
La mayoría de los estudios se han centrado principalmente en la frecuencia e intensidad como variables predictoras de problemas de conducta, por consiguiente, en nuestro estudio tendremos en cuenta todas las dimensiones del conflicto. Por lo que respecta al género, mientras que unos autores han informado que los niños expuestos a conflictos presentan más problemas externalizantes que las niñas (por ejemplo, Davies y Lindsay, 2004), otros no encuentran diferencias (por ejemplo, Buehler, Anthony, Krishnakumar, Stone, Gerard y Pemberton, 1997).
En cuanto al nivel evolutivo, algunos autores sugieren que los conflictos tienen un impacto más negativo en los preescolares (por ejemplo, Mahoney, Jouriles y Scavone, 1997), mientras que otros señalan a la adolescencia como el período de mayor vulnerabilidad (Sim y Vuchinich, 1996), aunque hay también investigaciones que no encuentran diferencias (Cumming y Davies, 1994). Resulta así difícil extraer conclusiones sobre cuál es el grupo de edad más vulnerable (Davies y Cummings, 2006).
Analizar el impacto diferencial de los conflictos sobre los hijos permite diseñar medidas de intervención específicas dirigidas a mejorar su adaptación. Así pues, el objetivo principal de esta investigación es el estudio de la relación entre las dimensiones de los conflictos y los problemas de conducta agresiva y delictiva de los hijos, analizando el posible papel modulador del género y del nivel evolutivo en esta relación. Dado que los estudios sobre este tema no han llegado a una conclusión unánime, no planteamos hipótesis previas de partida. Como objetivo secundario planteamos el análisis exploratorio previo de la existencia de diferencias de género, nivel evolutivo, así como de su interacción sobre el conjunto de los conflictos y problemas de conducta.
Consideramos relevante no confiar solo en las valoraciones de las madres como únicos informantes (tal y como lo han hecho la mayoría de los estudios) y recoger también el punto de vista de los hijos. Además, aunque en España desde hace más de dos décadas se vienen realizando estudios sobre la relación entre el ambiente familiar y su influencia en los hijos (Bragado, Bersabé y Carrasco, 1999; Mirón, Luengo, Sobral y Otero, 1988; Pons-Salvador, 1999), hemos de tener presente que la mayoría de estudios realizados específicamente en torno a conflictos matrimoniales y adaptación han sido realizados con población anglosajona y en contextos de alto riesgo. Por tanto, consideramos necesario analizar el papel que puede desempeñar en esa relación el hecho de crecer en una cultura distinta y en familias normalizadas.
Método
Participantes
La muestra estuvo compuesta por un total de 332 hijos y sus madres, pertenecientes a familias intactas. Para su obtención se escogieron ocho centros educativos públicos y concertados de la ciudad de Jaén, tanto de la zona centro como de la periferia, representativos de la población general. El rango de edad de los hijos osciló entre los 7 y 17 años. Dado que nos interesaba realizar comparaciones entre niños y adolescentes, se establecieron dos grupos de edad: niños de entre 7-11 años y adolescentes de entre 12-17. Esta división está en consonancia con la que se viene realizando en otros estudios (por ejemplo, Buehler y Gerard, 2002). La muestra fue dividida en cuatro grupos atendiendo al género y nivel evolutivo.
Variables e instrumentos
El estudio contempla dos conjuntos de variables: dimensiones de los conflictos y problemas de conducta. La información relativa a las variables objeto de estudio se obtuvo a través de los siguientes instrumentos:
Para evaluar las dimensiones de los conflictos matrimoniales se utilizó la Children’s Perceptions of Interparental Conflict Scale (CPIC, Grych, Seid y Fincham, 1992). La escala consta de 49 ítems que hacen referencia a las dimensiones de los conflictos y valoraciones cognitivas que los hijos realizan cuando sus padres discuten. Se les pide que valoren si cada enunciado es verdadero (2), en parte o algunas veces (1), o falso (0). Se utilizaron las cuatro subescalas referidas a las dimensiones del conflicto: frecuencia, intensidad, no resolución y contenido. Los valores obtenidos en nuestro estudio respecto a la consistencia interna (alfa de Cronbach) fueron de 0,65 en la subescala de frecuencia, 0,76 en la subescala de intensidad, 0,79 en la subescala de no resolución y 0,61 en la subescala de contenido. Para estudiar si estos coeficientes eran o no significativos se utilizó el procedimiento propuesto por Kristof (1963). Los resultados obtenidos indican que todos resultaron estadísticamente significativos [Frecuencia, F (331,1655)= 2,85; p= 0,000; Intensidad F (331,1986)= 4,16; p= 0,000; No resolución, F (331,1655)= 4,76; p= 0,000 y Contenido F (331,993)= 2,564; p= 0,000].
La dimensión frecuencia de exposición de los hijos a las discusiones de los padres, informada por la madre, se evaluó a través de la O’Leary Porter Scale (OPS, Porter y O’Leary, 1980). La cual consta de 10 ítems que son valorados con una puntuación que oscila desde 0 (nunca) a 4 (con mucha frecuencia). El coeficiente alfa de Cronbach obtenido en nuestra escala fue de 0,73. Los resultados obtenidos [F (331,2979)= 3,70; p= 0,000] indican que es estadísticamente significativo.
Los problemas de conducta agresiva y delictiva de los hijos se evaluaron a través de la escala Child Behavior Checklist (CBCL, Achenbach y Edelbrock, 1983), en su versión para padres. Consta de 113 ítems que hacen referencia a comportamientos que describen a niños y jóvenes que son valorados sobre una escala de tres puntos.
El cuestionario evalúa 9 subescalas de problemas de conducta, en este estudio solo se utilizaron las de conducta agresiva y delictiva. La subescala de conducta agresiva hace referencia a conductas como discutir, agredir físicamente y amenazar. Mientras que la subescala de conducta delictiva se refiere a conductas como mentir, robar, escaparse de casa y consumo de alcohol y/o drogas. El alfa de Cronbach obtenido en nuestra muestra fue de 0,89 en el caso de conducta agresiva y 0,56 en el caso de conducta delictiva, ambos estadísticamente significativos [conducta agresiva, F (331,6289)=9,09; p= 0,000 y conducta delictiva F (331,3972)= 2,27; p= 0,000].
Los instrumentos utilizados en nuestro estudio poseen buenas propiedades psicométricas en su versión original, habiendo sido traducidos al castellano para su aplicación.
Procedimiento
En cada uno de los centros se escogió al azar una línea de cada curso, desde 2º hasta 6º curso de Primaria para cada colegio, y desde 1º hasta 4º curso de ESO para cada instituto. A través de los tutores se les envió a las madres una carta en la que se les informaba que el objetivo del estudio era analizar la relación entre ciertos aspectos de las relaciones familiares y la conducta de los hijos. La carta clarificaba que la identidad de los participantes sería anónima. También se incluyeron los cuestionarios, así como las instrucciones para su cumplimentación. Se pedía que si consentían en su participación los devolvieran a los tutores en un plazo de quince días. Las madres informaron sobre la frecuencia de los conflictos matrimoniales, así como sobre los problemas de conducta que percibían en sus hijos. Dado el carácter de privacidad que rodea el ámbito de las relaciones de pareja, solo el 30% de las madres accedieron a participar. A los alumnos que obtuvieron el consentimiento, se les permitió salir media hora de clase para que cumplimentaran un cuestionario. Comentándoles que estábamos interesados en conocer la percepción que tienen de los conflictos entre sus padres e incidiendo en que sus respuestas serían anónimas y confidenciales.
Análisis de datos
En el estudio exploratorio se han realizado análisis multivariados y univariados de la varianza. Para comprobar la importancia de las dimensiones de los conflictos en la predicción de los problemas de conducta, se han realizado análisis de regresión múltiple por pasos. Pretendemos predecir las variables criterio: conducta agresiva y delictiva, a partir de las variables predictoras: frecuencia (informada por madre e hijo), intensidad, no resolución y contenido, en función del género y del nivel evolutivo, para estudiar su efecto modulador.
Resultados
Estudio exploratorio: diferencias de género, de nivel evolutivo y de su interacción.
Para examinar si existen diferencias en función del género, nivel evolutivo y su interacción en los conflictos matrimoniales y en los problemas de conducta se realizaron MANOVA para cada uno de los dos conjuntos de variables.
Los resultados del MANOVA para los conflictos muestran que existen diferencias de género [λ (5,324)= 0,963; p= 0,033], de nivel evolutivo [λ (5,324)= 0,958; p= 0,016], así como de su interacción [λ (5,324)= 0,965; p= 0,040]. Dado que las diferencias encontradas fueron significativas, se realizaron análisis univariados de la varianza para cada una de las variables de dimensiones de conflictos.
Los resultados del ANOVA muestran que, por lo que respecta a las dimensiones de los conflictos informadas por los hijos, en la frecuencia solo se encontraron diferencias en función del nivel evolutivo [F (1,328)= 9,935; MCE= 54,476; p<0,01], pero no en función del género [F (1,328)= 1,397; MCE= 7,659; p= 0,238], ni de su interacción [F (1,328)= 2,313; MCE= 12,685; p= 0,129]. Los hijos de entre 7 y 11 años percibían los conflictos de los padres como más frecuentes que los adolescentes. Respecto al contenido solo se hallaron diferencias en función del género [F (1,328)=5,175; MCE= 16,512; p= 0,024], pero no en función del nivel evolutivo [F (1,328) < 1], ni de su interacción [F (1,328) < 1].
Los hijos, percibían que los conflictos de los padres estaban más relacionados con ellos que las hijas. En intensidad y no resolución, no se encontraron diferencias significativas de género [F (1,328) <1] y [F (1,328) < 1], respectivamente, nivel evolutivo [F (1,328)=2,935; MCE= 24,725; p= 0,088] y [F (1,328) < 1], respectivamente, ni de su interacción [F (1,328)= 3,680; MCE= 30,998; p=0,056] y [F (1,328) < 1], respectivamente.
En cuanto a la frecuencia de los conflictos según la madre, no se hallaron diferencias de género [F (1,328) < 1], ni de nivel evolutivo [F (1,328) <1], pero sí de su interacción [F (1,328)= 8,579; MCE=172,446; p<0,01]. Para el análisis de los efectos simples de la interacción, se realizaron comparaciones planeadas. Los resultados obtenidos, pusieron de manifiesto diferencias significativas solo en el grupo de niños y niñas de entre 7 y 11 años. Presentando los niños unos niveles significativamente más altos de frecuencia de exposición a los conflictos matrimoniales que las niñas [F (1,328)=9,331; MCE= 20,099; p= <0,01]. No se encontraron diferencias significativas en frecuencia en función del género en el grupo de entre 12-17 años [F (1,328)= 1,725; MCE= 20,099; p= 0,189].
En cuanto a problemas de conducta, los resultados del MANOVA muestran que existen diferencias de género [λ (2,327)= 0,981;p= 0,041], de su interacción [λ (2,327)= 0,986; p= 0,046], pero no de nivel evolutivo [λ (2,327)= 0,988; p= 0,131)].
Se realizaron ANOVAS para estudiar las diferencias para cada uno de los problemas de conducta. Respecto a la conducta agresiva, no se encontraron diferencias de género [F (1,328) < 1], nivel evolutivo [F (1,328)= 2,622; MCE= 81,591; p= 0,106], ni de su interacción [F (1,328)= 1,069; MCE= 33,277; p= 0,302]. En cuanto a conducta delictiva, tampoco se encontraron diferencias de nivel evolutivo [F (1,328) <1], pero sí de género [F (1,328)= 5,808; MCE= 18,577; p= 0,017], presentando los varones un mayor nivel que las mujeres. También resultó significativa la interacción del género con el nivel evolutivo en dicha variable [F (1,328)= 4,609; MCE= 14,742; p= 0,033]. Para el análisis de los efectos simples de la interacción se realizaron comparaciones planeadas, mostrando los resultados diferencias significativas solo en el grupo de niños y niñas de entre 7 y 11 años. Presentando los niños unos niveles significativamente más altos de conducta delictiva que las niñas [F (1,328)= 13,407; MCE= 3,198; p<0,01]. No se encontraron diferencias significativas en conducta delictiva en función del género en el grupo de entre 12-17 años [F (1,328) < 1].
Papel relativo de los conflictos en función del género y del nivel evolutivo
Con objeto de comprobar la importancia de las distintas dimensiones de los conflictos matrimoniales: frecuencia (informada por madre e hijo), intensidad, no resolución y contenido, en la predicción de la conducta agresiva y delictiva de los hijos se procedió a realizar análisis de regresión múltiple por pasos. Dadas las diferencias encontradas de género, nivel evolutivo y de su interacción, tanto en dimensiones de conflictos, como en problemas de conducta, se realizaron análisis de regresión independientes para cada uno de los cuatro subgrupos en que fue dividida la muestra. En el grupo de varones de 7-11 años, el modelo obtenido fue significativo tanto para conducta agresiva [F (1,115)= 11, 291, p<0,01], como para conducta delictiva [F (1,115)= 6,291, p=0,014]. La frecuencia de los conflictos informada por la madre fue la única dimensión de los conflictos que permitía predecir tanto conducta agresiva (R2= 0,089; Beta= 0,299; p= 0,01) como delicti- va (R2= 0,052; Beta= 0,228; p= 0,014).
Para el grupo de niñas de 7-11 años, el modelo fue significativo solo para conducta agresiva [F (1,86)= 5,124, p= 0,026], la frecuencia informada por la madre fue la única dimensión de los conflictos que permitía predecir la conducta agresiva (R2= 0,056; Beta= 0,237; p= 0,026). Sin embargo, ninguna dimensión de conflictos entró en la ecuación de regresión para predecir conductdelictiva.
Con respecto a la conducta agresiva en los adolescentes varones, el modelo obtenido fue significativo [F (1,60)= 9,048, p<0,01].
De las dimensiones de los conflictos, no resolución y frecuencia informada por la madre predecían la conducta agresiva a un nivel estadísticamente significativo, explicando entre ambas el 16,7% de su varianza (R2= 0,167). No resolución explica un 13,1% de su varianza (R2= 0,131; Beta= 3,008; p<0,01), incrementando la frecuencia un 3,6% de la varianza explicada (R2= 0,036; Beta= 2,282; p= 0,026). Ninguna dimensión de conflictos entró en la ecuación de regresión para predecir conducta delictiva.
En el caso de las chicas adolescentes, el modelo de predicción de la conducta agresiva resultó significativo con [F (1,63)= 12,423, p<0,01]. La dimensión que permitía predecir la conducta agresiva a un nivel estadísticamente significativo fue la frecuencia de los conflictos, informada tanto por la madre como por los hijos, explicando entre ambas el 28,6% de su varianza (R2= 0,286). La frecuencia informada por la madre, es la dimensión que mejor predice este problema de conducta, explicando un 18,6% de su varianza (R2= 0,186; Beta= 0,359; p<0,01), incrementando la frecuencia informada por los hijos un 1% de la varianza explicada (R2= 0,100; Beta= 0,324; p<0,01). Respecto a la conducta delictiva, el modelo resultó significativo [F (1,63)= 9,493, p<0,01], siendo la frecuencia informada por los hijos la única dimensión que predice este problema de conducta (R2= 0,131; Beta= 0,362; p<0,01).
Discusión y conclusiones
Los resultados muestran que en familias normativas, la frecuencia de los conflictos entre los padres predice los problemas de conducta de los hijos. Aunque la proporción de varianza explicada no sea muy elevada, este resultado viene a apoyar la hipótesis de que la mayor frecuencia de conflictos entre los padres sensibiliza más a los hijos ante el conflicto, y se asocia con una mayor incidencia en sus problemas de adaptación. Frente a la hipótesis de que se produce una desensibilización en los hijos que, consiguientemente, los percibirían como menos problemáticos. Aunque no encontramos diferencias de género, dado que la exposición a los conflictos entre los padres afecta por igual a hijos e hijas, sí aparecen diferencias de nivel evolutivo, aunque éstas varían en función de quién informe, madre o hijo. En la misma línea de estudios anteriores (Cumming y Davies, 1994) encontramos que la frecuencia de los conflictos informada por la madre predice la conducta agresiva de los hijos en todos los grupos de edad. De acuerdo con la teoría del modelado, parece probable que los niños y adolescentes expuestos a frecuentes conflictos entre sus padres, hayan aprendido que el comportamiento agresivo es una forma apropiada de resolver los problemas, comportándose de igual forma en sus relaciones con los demás. Mientras que la frecuencia informada por los hijos predice el comportamiento agresivo de los adolescentes, pero no de los niños.
Este resultado se encuentra en la línea de otros estudios que señalan la adolescencia como un período de mayor vulnerabilidad (Simy Vuchinich, 1996), en el sentido de que aunque los adolescentes se ven menos expuestos a los conflictos, éstos les afectan más que a los niños. Quizá su mayor capacidad para comprender los aspectos sociales de las relaciones implicadas en los conflictos, les hace ser más conscientes de ellos y de las consecuencias que pueden tener. En cuanto a conducta delictiva, nuestros resultados muestran que la frecuencia informada por la madre predice este problema de conducta, pero solo en el caso de los varones de menor edad. Mientras que la frecuencia informada por los hijos predice la conducta delictiva solo en el grupo de las adolescentes. Este resultado se encuentra en la línea de estudios recientes que sugieren que existen diferencias de género complejas en la relación entre conflictos y conducta agresiva (Cui et al., 2007).
A diferencia de estudios anteriores (Cummings et al., 2004; Cui et al., 2007), la intensidad y el contenido no aparecen como variables predictoras de problemas de conducta. Esto puede deberse a que la mayoría de los participantes se vieron expuestos a conflictos de baja intensidad. Por otra parte, es posible que el contenido general referido a los hijos no les resulte tan amenazante y sí alguno más específico, como las discusiones por las prácticas de crianza (Cummings y Davies, 1994). En cuanto a la dimensión no resolución encontramos que ésta predice la conducta agresiva, pero únicamente de los adolescentes varones.
Respecto al estudio exploratorio de las diferencias de género y nivel evolutivo en dimensiones de los conflictos y problemas de conducta, los resultados obtenidos permiten confirmar la existencia de algunas diferencias. En cuanto a las diferencias de nivel evolutivo encontramos, que los niños y niñas de entre 7 y 11 años, comparados con los adolescentes, piensan que sus padres discuten delante de ellos con más frecuencia. Aunque estos resultados deben ser interpretados con cautela, dada su naturaleza correlacional.
La diferencia puede deberse a que los niños son más dependientes de sus padres y pasan más tiempo en el hogar que los adolescentes (Grych y Fincham, 1993), consiguientemente, corren un mayor riesgo de verse expuestos a las peleas entre sus progenitores. También cabría plantearse que los niños pequeños no tienen la misma capacidad ni recursos que los adolescentes para afrontar los conflictos que presencian, y consecuentemente les den más importancia, sin que necesariamente se vean más expuestos. Asimismo, nuestros datos indican la existencia de una diferencia de género en cuanto al contenido de los conflictos, de manera que los hijos (niños y adolescentes), comparados con las hijas, es más probable que atribuyan a su propio comportamiento los conflictos entre los padres. En futuras investigaciones debería examinarse si efectivamente los varones son más problemáticos, y su comportamiento es más probable que esté en el origen de los conflictos.
Aunque niños y niñas informaron de un grado similar de exposición a los conflictos, sin embargo, las madres informan que los hijos varones de entre 7 y 11 años se veían expuestos con más frecuencia a los conflictos que las niñas de esa edad. Esta falta de acuerdo quizá se deba a que los niños pueden percibir ciertos desacuerdos como conflictivos, aunque sus progenitores no los hayan experimentado como tales, y/o puede que los adultos no sean conscientes de todos los casos en que los hijos se ven expuestos a sus conflictos. Aunque también es posible, que los padres tengan distintos umbrales respecto al impacto que creen que los conflictos pueden tener en sus hijos, en función de su edad. La mayor exposición de los niños a los conflictos de la que informan las madres estarían en consonancia con la hipótesis que postula que los padres protegen más a las niñas que a los niños de sus conflictos, al creer que los niños son más resistentes y consecuentemente se sienten menos obligados a protegerlos del conflicto (Cummings, Davies y Simpson, 1994).
En cuanto a los problemas de conducta, los varones obtuvieron puntuaciones significativamente superiores a las de las mujeres en conducta delictiva, pero no en conducta agresiva. Estos resultados apoyan parcialmente los de anteriores investigaciones sobre el mayor nivel de problemas externalizantes de los varones (por ejemplo, Davies y Lindsay, 2004). Nuestro estudio presenta algunas limitaciones. Los resultados obtenidos proceden de una muestra centrada en una ciudad y de familias voluntarias, la mayoría de las cuales informó de niveles relativamente bajos de discordia matrimonial. Así pues, estos resultados no son comparables con los de otros estudios que emplean muestras clínicas de alto riesgo. Si bien la mayoría de las escalas adaptadas mostraban buenos índices de fiabilidad, los de algunas (frecuencia, contenido y conducta delictiva), aún siendo aceptables con fines de investigación, deberían mejorarse en futuras aplicaciones. Además, aunque se incorpora la visión de los hijos, nuestro estudio recoge, al igual que estudios previos, las aportaciones solo de las madres, pero no de los padres. Consideramos que, de cara a futuras investigaciones, sería interesante incluirlo, pues somos conscientes de que la visión de ambos resulta fundamental.
A pesar de las limitaciones, esta investigación amplía el estudio de los conflictos matrimoniales, centrándose en el papel de sus diversas dimensiones, evaluadas con procedimientos específicos y utilizando dos fuentes de información distintas. La implicación derivada de nuestros resultados señala que, en familias normativas, si los padres limitan la frecuencia de sus conflictos en presencia de los hijos, estos últimos no deben verse afectados negativamente por ellos, o incluso pueden hacerlo positivamente, aprendiendo estrategias de resolución de conflictos que pueden utilizar en sus propias relaciones.
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Correspondencia: Mª José Justicia Galiano
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Universidad de Jaén
23071 Jaén (Spain)
e-mail: mgaliano@ujaen.es
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