martes, 26 de abril de 2011

Adolescentes o… ¿delincuentes?. Gustavo Román Rodríguez M.D.

A pesar de que la génesis de muchas personalidades delictivas o psicopáticas debemos buscarla en las primeras relaciones familiares, es obvio que existen una serie de factores ambientales frustrantes que servirán de incentivo a los comportamientos delictivos de un joven. La problemática psicológica que atraviesa el adolescente puede por sí misma hacerle vulnerable a las conductas delictivas.

Así, si el adolescente tiene rasgos psicopáticos de comportamiento; si se halla ante una problemática psicológica compleja (elaboración del duelo por la pérdida de la niñez, duelo por la separación de los padres para iniciarse como adulto, la crisis de identidad, la bisexualidad,, etc.), y si a todo eso añadimos conflictos familiares y un entorno agresivo y perturbado, resulta sumamente fácil que el adolescente no pueda contenerse dentro de ese mundo de ansiedad y necesite actuarla, convirtiéndose en delincuente. Esto explicaría en parte, el desmesurado aumento de la delincuencia juvenil que se ha producido en nuestra sociedad últimamente sobre todo en las ciudades capitales, donde el desempleo, la despersonalización en las relaciones, la falta de oportunidades, etc., son un caldo de cultivo idóneo para la aparición de conductas antisociales en una gran parte de adolescentes, que se ven incapaces de elaborar su propia y normal problemática psicológica al mismo tiempo que enfrentan un ambiente tan hostil.

Repasando la literatura sobre la delincuencia juvenil, el experto Manuel Sánchez Chamorro pone énfasis en la familia, otros citan la actividad delincuencial de los adolescentes junto a factores sociales y económicos; y algunos la consideran producto del entorno. Sin embargo, es obvio que las relaciones interfamiliares son importantísimas para el niño, sobre todo en la primera infancia. Si el primitivo vínculo madre-bebé es fuente de frustración y ansiedad debido a una figura materna desdibujada y a un ambiente patológico, se producirá un cortocircuito en el niño que afectará en el futuro su mundo interno y la percepción de la realidad externa; esto puede suponer una predisposición a la actividad delictiva. El niño que sigue un desarrollo anómalo de este tipo y en el que pronto empiezan a captarse comportamientos antisociales o delictivos tendrá una doble problemática al llegar a la adolescencia: por un lado, previamente se habrán producido intervenciones familiares, escolares o institucionales que le estigmatizarán etiquetándolo como delincuente y tendrá entonces una autopercepción de marginado y delincuente, adoptando una identidad negativa; y de otro lado se le añadirá la crisis de la adolescencia, viviéndola más intensamente y con mayor ansiedad..

Pero el joven difícilmente podrá permanecer aislado y surge la necesidad de vincularse a una pandilla que alivie sus ansiedades persecutorias. Igual suele suceder a los adolescentes normales, éstos pueden cometer ciertas fechorías que serían incapaces de realizar sin la presencia de otros compañeros de su edad; los jóvenes delincuentes desarrollarán una actividad antisocial más intensa dentro de la banda porque no sólo nadie les criticará, sino que se valorará su audacia y valentía. Por otra parte, la existencia del grupo adolescente permite al joven defenderse del mundo adulto y enfrentarse a él rompiendo las normas que éste le impone: el consumo de marihuana viene a representar en la actualidad esa necesidad de hacer cosas que están prohibidas por la sociedad en general y por la familia en particular. 

He ahí la importancia de una buena crianza, de ofrecer al adolescente un entorno adecuado y de estudiar su grupo de amigos.

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