Pues bien, es muy notable el poderoso efecto modulador de la Búsqueda de sensaciones y de la Impulsividad (en chicos y chicas) sobre la repercusión del apego escolar en la conducta antisocial. Las diferencias en conducta antisocial entre las condiciones de «Alto apego escolar» y «Bajo apego escolar» fueron espectaculares solamente cuando los sujetos mostraron altos niveles de Impulsividad y de tendencia a la Búsqueda de Sensaciones. Ello parece sugerir que estas características «temperamentales» de personalidad serían una condición necesaria para que los lazos afectivos (en la familia, en la escuela) jueguen un papel relevante en la producción de la conducta antisocial. Aunque con menor intensidad, y solamente en el grupo de chicas, las creencias externas acerca de la interpretación del fracaso personal, parecen jugar el mismo rol amplificador respecto a la importancia del apego escolar en tanto a la repercusión de éste sobre la conducta antisocial .
En relación las interacciones significativas entre características de personalidad y la implicación con pares delincuentes, destacandos resultados: a) En primer lugar, el efecto de tener relaciones habituales con pares delincuentes sobre la conducta antisocial es muy importante, incluso cuando los niveles de Impulsividad y Búsqueda de sensaciones son bajos (sobre todo, ello es cierto en el grupo de los chicos). Por supuesto, los niveles de conducta antisocial se disparan cuando a la relación con iguales delincuentes se le asocian valores elevados en estas variables temperamentales, pero el factor grupal tiene potencia por sí mismo. Quizás éste fuera un buen ejemplo de caso particular en que resulte más adecuada una perspectiva aditiva sobre la conjunción de varios factores; b) Sin embargo, y hablando de las chicas, la influencia de los contextos grupales problemáticos sobre la conducta antisocial parece más interdependiente de los valores que adopten las variables de personalidad, sobre todo la tendencia a la Búsqueda de sensaciones. Ciertamente, muestra con claridad como los coeficientes beta de Impulsividad y Búsqueda de sensaciones son sensiblemente más elevados en el grupo de las chicas que en el de los chicos.
En cuanto a las interacciones significativas detectadas entre características de personalidad y el estatus socioeconómico de las familias de procedencia de nuestros adolescentes, los resultados son muy elocuentes. . Por una parte, sólo se obtuvieron interacciones significativas en el grupo de las chicas; por otra, el bajo estatus socioeconómico sólo resultó relevante en relación a la conducta antisocial cuando se combinó con elevada Impulsividad, elevada Búsqueda de sensaciones y (aunque en menor intensidad) con un patrón de Externalidad. Así, un bajo estatus socioeconómico no se asoció a mayor implicación en conducta antisocial cuando se trató de sujetos con bajos niveles de «desinhibición». Ello sugiere, al menos , una interesante reflexión: el estatus socioeconómico de las chicas necesita del disparador de ciertas características de personalidad para influir decisivamente en los niveles de conducta antisocial, configurando así una suerte de curiosa paradoja: esto es, las clásicas suposiciones antipersonalidad de la retórica antiindividualista de la criminología clásica solo se cumplirían (parcialmente) si estuvieran presentes, precisamente, ciertas características de personalidad (Véase al respecto Sobral, Romero y Luengo, 1997).
Conclusiones
Considerándolos de un modo global, muchos de los resultados
de este estudio sintonizan con los hallazgos de aquéllos que, hasta ahora, han tenido algún éxito en la tarea de establecer asociaciones consistentes con conducta antisocial y/o delincuencia: variables inscritas en el contexto familiar (sobre todo aquéllas que hacen referencia a las percepciones que los propios sujetos tienen sobre sus vínculos afectivos y las concernientes a las tácticas disciplinarias), algunos procesos desarrollados en el ambiente escolar y cierto grado de implicación con grupos de iguales antisociales.
En cuanto a la vieja discusión acerca de la ubicación más adecuada en el puzzle de la pieza socioeconómica, la relación del estatus socioeconómico con conducta antisocial fue muy débil y, lo que creemos más importante, resultó estar fuertemente modulada por características de personalidad tan «temperamentales» como la Impulsividad y la Búsqueda de sensaciones. Este es, a nuestro juicio, un punto crucial para el diseño de un panorama integrado en asuntos de esta naturaleza: las diatribas entre nature y nurture serían mucho más eficientes y clarificadoras si, según el asunto puesto a discusión, se analizaran las interacciones que se establecen entre aquellos factores procedentes de cada universo relevantes a tal asunto. Pero de modo pormenorizado, casi minimalista, huyendo de las grandes declaraciones sobre principios tan elocuentes como inútiles acerca de la importancia de los análisis de la interacción.
Por otra parte, y en lo tocante a la influencia de ciertas características de personalidad sobre las conductas antisociales y/o delictivas autoinformadas, nuestros resultados son muy expresivos: el poder predictivo de la Impulsividad y de la tendencia a la Búsqueda de Sensaciones fue muy intenso. La Autoestima y la Empatía (factores sociocognitivos) se mostraron como factores de protección, con fuertes asociaciones negativas con la conducta antisocial; pero es que, además, ahora sospechamos razonablemente que esos factores tienen una profunda capacidad para intermediar los efectos de algunas variables psicobiológicas tales como la propia Búsqueda de Sensaciones, la Impulsividad y el Psicoticismo (Baron y Kenny, 1986;Romero et al., 1999b).
En otro orden de cosas, este estudio muestra la existencia de unas interacciones muy intensas cuantitativa y conceptualmente muy importantes. Fundamentalmente, aquéllas que se producen entre personalidad, conducta antisocial y factores contextuales (psicosociales y socioeconómicos). Concretamente, la Búsqueda de Sensaciones, la Impulsividad y la Externalidad (para el fracaso personal) modulan intensamente los efectos familiares, escolares, grupales (en chicas) y socioeconómicos sobre la conducta antisocial. De hecho, en la mayor parte de los casos, estas variables de personalidad parecen amplificar los efectos de los factores contextuales: en presencia de lo que hemos denominado «patrón desinhibido» (sujetos impulsivos, buscadores de sensaciones) y/o de «externalidad», es cuando resultan máximos los efectos perniciosos de los elementos familiares, grupales, escolares y socioeconó- micos (con la única excepción antes mencionada y explicada de la interacción concreta entre alta externalidad y medidas disciplinarias en el grupo de las chicas). Es más, en algunos casos la influencia de las variables contextuales desaparece cuando los niveles de los sujetos en estas variables de personalidad son bajos; por ejemplo, en el grupo de los chicos las malas relaciones percibidas entre los padres no muestran efecto alguno sobre la conducta antisocial cuando la tendencia a la búsqueda de sensaciones es escasa.
Igualmente, en las chicas, el escaso apego a los padres no presenta relación significativa con la conducta antisocial cuando ellas muestran bajos niveles de impulsividad. Más aún, el bajo estatus socioeconómico no muestra ninguna asociación relevante con lo antisocial si la búsqueda de sensaciones es baja o moderada. Por lo tanto, todo parece sugerir que ciertas variables de personalidad funcionan como factores de protección en ciertas situaciones de riesgo psicosocial y como factores de riesgo en la mayor parte de las situaciones.
Todo ello parece indicar la necesidad de integrar adecuadamente los análisis de lo personal (psicobiológico y sociocognitivo) con lo contextual (micro y macro). La tarea no es sencilla, sin duda: determinar «qué interactúa con qué, cuando y con qué intensidad».
Pero, para empezar, parece un buen camino huir de los metapostulados aditivistas acerca de los efectos acumulados de una serie de factores evaluados aisladamente. Una de las tareas más importantes para el futuro será, probablemente, el estudio de las mutuas determinaciones entre factores psicobiológicos y sociocognitivos (por lo que toca al ámbito de la personalidad, con una atención muy especial al estatuto de esta relación en diferentes etapas evolu ivas) y entre ambos y los factores contextuales. Cada vez se hacen más necesarios estudios longitudinales que utilicen indicadores múltiples en la evaluación de los diferentes constructos. Solo así parece posible avanzar en una comprensión más cabal de un fenómeno tan complejo como el de la conducta antisocial, en sentido amplio, y de los comportamientos delictivos en particular. Y no deberíamos olvidar que la naturaleza ofrece una categorización que a menudo se ha olvidado en este y otros muchos campos de la psicología y de otras ciencias sociales: las dife rencias de sexo/genero deben estar presentes en el diseño e interpretación de los productos de la investigación. En último término, si queremos tener cada vez más éxito en la tarea de diseñar programas de prevencion y/o rehabilitación deberíamos recordar que necesariamente tienen que ir dirigidos a individuos concretos, no a meras abstracciones estadísticas. Y, para ello, es imprescindible mejorar nuestro conocimiento acerca de la combinación interactiva de factores y de su
eventual traducción en marcos de riesgo o de protección. En este trabajo se ofrecen muest ras del poderoso papel que en este complejo sistema parecen jugar algunas diferencias individuales; de ellas parece depender en medida nada desdeñable la mayor o menor vulnerabilidad a ciertos factores del entorno. En las ciencias sociales se ha argumentado hasta la saciedad acerca de la enorme capacidad de lo «exterior» al individuo (lo sociocultural, lo económico, las representaciones colectivas y/o sociales…) para conformar a éste, para diseñarlo, esto es, para construirlo en algún modo a imagen y semejanza, adoptando un enfoque que nunca ha dejado de tener resabios teo-lógicos: la sociedad, el mundo ex terior, convertido en un nuevo «deus ex machina» productor, instigador morfogénetico, es decir, «creador». Tenemos la impresión que mucho de todo ello, además de intuitivo, es ontologicamentecierto; ahora bien, estamos también persuadidos de que ha habido una cierta negligencia, un cierto olvido acerca de otra perspectiva: lo personal , lo individual, como materia prima de la construcción social; en otras palabras, se ha insistido mucho en la const rucción social de lo personal, pero no tanto en la construcción personal de lo social.
Ciertament e, la burbuja ambiental nos nutre selectivamente, nos proporciona ladrillos indispensables para nu estra edificación personal. Pero convendría preguntarnos si no es igualmente cierto que el mundo se configu ra de una manera y no de otra de modo no casual; no hay una suerte de ruleta rusa de la construcción de lo social. Más bien parece que el mundo puede ser entendido, al menos en parte, como una arquitectura que la evolución ha propiciado para servira propósitos individuales (es decir, de los individuos de la especie). Así entendida, la relación entre lo individual y lo social se nos muestra más equilibrada; frente al sociologicismo estructuralista y al psicologicismo más reduccionista, contamos con el (los) individuo(s) que son a la vez destinatarios del mundo que ha(n) diseñado. Como en las paradojas del carcelero encarcelado o del cazador cazado, las personas ejercemos de ap rendices de brujo, y construimos mundos que permiten a sus propios creadores( nosotros mismos) devenir en víctimas.
R e fe re n c i a s
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