“Con el puño cerrado no se puede intercambiar un apretón de manos” Mahatma Gandhi
Hablar de violencia y adolescencia nos lleva inevitablemente a plantearnos, el porqué de un fenómeno que parece estar convirtiéndose en una pandemia.
En los últimos estudios, las cifras son alarmantes, acerca de violencia en la calle, (delitos y violencia en el ocio), la violencia en la casa, (violencia intrafamiliar) y la violencia en la escuela (acoso escolar o bullying).
Las cifras
Los delitos cometidos por menores siguen una escalada vertiginosa. En la década de los 90 se incrementaron en un 34 % lo cual supone una subida exponencial que debería alarmarnos. Pero la escalada de delitos es vertiginosa en los últimos años, llegando a aumentar en un 366%. Las cifras reales nos hablan que de 4.500 delitos contabilizados al principio de los 90, se pasa a 6.020 en el inicio del nuevo siglo y la cifra recogida en la actualidad es de 22.039, según datos del ministerio del interior... El 20% de los abusos sexuales, son cometidos por menores de 18 años, según datos que maneja Javier Urra, anterior defensor del menor y psicólogo de la fiscalía de menores. En cinco años los homicidios cometidos por menores subieron de 8 a 38, y cerca de mil menores acabaron el año pasado en un centro tutelado, y de estos se fugaron más de cien. Las sentencias condenatorias subieron a un 46%.
En violencia intrafamiliar los datos arrojan también cifras verdaderamente alarmantes. En los últimos años, las denuncias de los padres hacia sus hijos agresores, llegaron a alcanzara las 5.100, y aumentan en un solo año un 28%. En el colegio, la violencia, está de moda. Desgraciadamente el tema de acoso escolar, a raíz de la muerte de Jokin, ha desatado la alarma social. Las cifras tampoco son tranquilizadoras. Casi un 6% de los alumnos españoles han vivido en sus propias carnes el fenómeno conocido como “Bullying”: que convierte a algunos escolares en víctimas de sus propios compañeros.
· El 90% son testigos de una conducta de este tipo en su entorno,
· El 30% han participado en alguna ocasión ya sea como víctima o como agresor
· Entre el 25 y el 30% de los estudiantes de primer ciclo de ESO afirma haber sido víctima alguna vez de agresiones
· El 5,6% es actor o paciente de una intimidación sistemática que es lo que define el fenómeno de acoso escolar o bullying.
LA VIOLENCIA ESCOLAR
Pero no sólo se da violencia entre iguales, entre pares. También existe una clara violencia contra el profesor, como lo indican las cifras que ofrece un estudio realizado desde el sindicato AMPE . Los datos resaltan que la violencia escolar afecta tanto a centros públicos como concertados y privados y que los casos principales corresponden, en un 75 por ciento, a la imposibilidad de dar clase. Le sigue, como principal queja de los profesores, con un 24 por ciento, las amenazas verbales de los alumnos, pero lo más alarmante, e sque esas amenazas no son sólo producto de la rebeldía propia de la edad, puesto que un cinco por ciento de esos
profesores afirman sentirse amenazados por los propios padres de esos alumnos. Asimismo, esos estudios destacan que un cuatro por ciento ha sufrido también agresiones físicas y que más de un 80 por ciento se encuentra desamparado por la dirección del centro y por la administración educativa. Estos datos dan una idea aproximada de la situación de muchas de nuestras escuelas.
¿Cuál es la relación que existe entre violencia y adolescencia? ¿Podemos hablar de que los jóvenes son violentos como consecuencia de su crisis madurativa?
Adolescencia: la crisis, el crecimiento
La adolescencia está considerada como una de las etapas de mayor estrés para los padres. Los hijos atraviesan un momento difícil, en el que la rebeldía, el inconformismo, la crisis de identidad multiplican los conflictos. La preocupación de los padres por el futuro de sus hijos, su educación, la influencia de sus amigos, que no tomen alcohol, ni drogas ni hagan mal uso del sexo, se añade al propio conflicto generacional… ¿Es necesaria la crisis de adolescencia para un desarrollo normal? ¿Cuando es normal y cuando patológica?
La adolescencia es una época que sólo se recuerda feliz, cuando se ha pasado y estamos en plena madurez, e incluso puede añorarse, simplemente porque la hemos olvidado…. Encontrarse a sí mismo de nuevo es la difícil tarea en la que está inmerso todo adolescente. No hay que olvidar que etimológicamente, adolescencia quiere decir crecer. Se trata por tanto de pasar de la etapa infantil a la adulta, y eso conlleva un cambio importante, para el que hay que estar preparado.
El primero al que debemos preparar para ese cambio es al propio niño pero también resulta imprescindible la preparación para esta etapa desde la familia y la sociedad...
La adolescencia se define con una de mis frases favoritas, es de Jean Jacques Rousseau, el filósofo francés, que decía que “la adolescencia era como un segundo parto, en el primero nace un niño y en el segundo, en éste, un hombre o una mujer”, y yo añado que como todo parto, conlleva sufrimiento por ambas partes, inseguridad y miedo, pero que todo resulta más fácil si tenemos más información, y podremos llegar con las técnicas adecuadas al “parto sin dolor”. Por eso, el hecho de conocer que es lo normal y que no lo es, establecer un diagnóstico precoz de cualquier anormalidad en dicho parto, puede sernos muy útil… El estar preparados, relajados para ese momento, informados, puede ser la clave de que ese paso difícil para todos, de la niñez a la edad adulta, sea lo menos traumático posible, y prevenir problemas como los que abordaremos en esta jornada. Los límites de edad entre los que nos manejamos, varían mucho, la media de aparición de la pubertad es de 13 años para la chica, y 14 para el chico… Estos límites varían mucho y pueden considerarse como límites extremos de los 10 a los 15 años la aparición de la menarquía en la chica, y entre los 11 y 17 para los chicos en cuanto horquilla de límites para los cambios puberales. La mala noticia es que este proceso dura hasta cinco años en algunos casos, y que en la sociedad actual, el período de adolescencia y juventud, desde el punto de vista social, por las dificultades de trabajo y emancipación, se alarga de forma anormal hasta casi los 30 años, con la frustración que eso conlleva.
Partiendo de que la información es formación, permítanme, para conocer mejor este período de la adolescencia, que nos adentremos, aunque solo sea muy superficialmente, en su cerebro, en su mente, y en sus emociones, y quizás así podamos arrojar un poco de luz, comprender mejor su conducta y por tanto poder prevenir sus alteraciones.
El cerebro adolescente y las emociones
A la vez que se va produciendo el cambio físico, hormonal, propio de la prepubertad y pubertad, se van produciendo ,cambios cerebrales importantes. Cambios que hasta ahora no estaban estudiados, pero que gracias a las nuevas técnicas de neuroimagen, el cerebro, ese desconocido, se presenta ante nosotros en colores y movimiento, lo que hace que desde luego sepamos mucho más del comportamiento adolescente, teniendo como base, su funcionamiento cerebral. Para entender la conducta violenta e impulsiva del adolescente sería importante que hiciéramos una aproximación a la base biológica de esta etapa. Que echemos un vistazo al cerebro del adolescente, que nos puede arrojar pistas acerca del porqué de su comportamiento. Hasta estas últimas técnicas de neuroimagen, que nos han descubierto el funcionamiento del cerebro, poco se sabía de el, y mucho menos de un cerebro adolescente. Investigaciones recientes correlacionan el comportamiento del adolescente con el proceso de maduración y crecimiento cerebral, que a estas edades aún no se ha completado, como veremos más adelante, aunque hasta ahora se creía que dicho proceso finalizaba al alcanzar el fin de la adolescencia como tal, es decir, hacia los 18 años de edad. En la actualidad existen muchos estudios, especialmente en EEUU. El doctor Jay Giedd, y colaboradores del National Institute of Mental en Bethesda, Maryland, llevan un trabajo de investigación desde 1991, siguiendo la evolución del cerebro infantil y su paso a la adolescencia comparándolo con el cerebro adulto, y ha conseguido mostrar al mundo mucho más sobre la morfología, cambios y evolución del cerebro adolescente.
Entremos un poco en el cerebro y veamos como se producen las emociones. El sistema límbico (hoy llamado también cerebro emocional) es el encargado de las emociones. Está formado por diversas estructuras, entre ellas la amígdala, el hipocampo, el tálamo y el hipotálamo. El camino que seguía la información sensorial, desde los sentidos, era ir primero al tálamo, luego hacia la corteza cerebral o neocortex, que evalúa una respuesta más analítica o apropiada a nuestros impulsos emocionales, y que es quien controla mediante la resolución de problemas, el lenguaje, las imágenes y otros procesos cognitivos. Las señales van luego hacia la amígdala que se ocupa de reaccionar enviando señales urgentes si la respuesta es emocional, disparando por ejemplo la secreción de hormonas que nos predisponen a la lucha o a la huída por ejemplo. En esa corteza cerebral son los lóbulos frontales los encargados de coordinar y frenar impulsos, planificar, fijar prioridades, y sopesar las consecuencias de los actos, es decir conexionar la parte racional con la emocional para poder emitir respuestas adecuadas. Sabemos que el cerebro de un adulto, tiene el lóbulo frontal totalmente desarrollado, pero lo más importante son además las conexiones que se establecen. Según Rubén Gur de la Universidad de Pennsylvania, en Philadelphia, los adultos se comportan de un modo diferente, no porque tengan una estructura cerebral diferente, sino porque usan las mismas estructuras en diferente forma. "Un lóbulo frontal totalmente desarrollado, coordina impulsos que le vienen de diferentes partes del cerebro", explica Gur. La madurez de los lóbulos frontales, es lo que hace que se puedan controlar los impulsos. Impulsos que pueden ir desde gastarme todo el dinero ahorrado en este videojuego, hablar toda la tarde por el Messenger aunque mañana tenga un examen importantísimo o por supuesto, los impulsos agresivos, como lanzarme a darle un puñetazo a ese compañero que me insulta. En un adulto, el cerebro emocional establece por decirlo de alguna forma conexión con los lóbulos frontales que deciden que debe frenar ese impulso de abalanzarse contra el compañero que me agrede verbalmente, porque está en un lugar público y puede y debe controlarse. El adulto evalúa las consecuencias de su acción, decide que no merece la pena, y simplemente responde con una palabra, una frase hiriente o bien le ignora. Ha sopesado las diferentes opciones y ha elegido. Ha actuado su corteza cerebral, sus lóbulos frontales. Un adolescente sin embargo puede hacer caso a su primer impulso emocional, dejarse llevar por la oleada amigdalar y la ira, y empezar una pelea, puesto que todos los estudios muestran que en casos de impactos fuertes, el adolescente no responde con una activación igual en el lóbulo frontal, porque no se establecen las conexiones de igual forma. Todo esto junto con la revolución de hormonas sexuales que influyen en la serotonina y en los neurotransmisores del cerebro, que regulan el temperamento y la excitabilidad, hace del momento de la adolescencia una época de máximos riesgos.
También sabemos gracias a los estudios de James Bjork del National Institute on Alcohol Abuse and Alcoholism de Maryland, que su tegmento ventral, básico para la motivación y la obtención de recompensa, no se desarrolla completamente, no responde como el de los adultos, lo que explica la necesidad del adolescente de tener la recompensa aquí y ahora, de estimularse y aceptar riesgos para obtener los que quiere sin ningún tipo de espera. Estos hallazgos también explican de alguna forma, el por qué los adolescentes son más vulnerables a las adicciones, a ingerir alcohol, usar drogas y tener sexo sin protección, ya que estas actividades requieren poco esfuerzo para obtener una recompensa aparentemente mayor e inmediata. Su inmaduro tegmento ventral justifica por tanto la tendencia de los adolescentes a tener gratificaciones inmediatas, sin demora de respuesta lo que evidentemente también habla de la tendencia al riesgo y sobretodo de la incapacidad para prever consecuencias a largo plazo, lo que junto con el descontrol de impulsos que hemos visto predomina en esta etapa, puede estar en la base de muchos comportamientos violentos: “ me meto una raya en clase y me lanzo contra quien mire a mi chica” o “quiero esto aquí y ahora y hago lo que sea para conseguirlo… o bebo sin control y conduzco mi moto a toda velocidad para ganarle una carrera a mi colega”. Vemos por tanto que el cerebro del adolescente está en plena formación, unas estructuras y conexiones se completan antes, pero sí podemos asegurar que prácticamente hasta los 20 años, sus lóbulos frontales no funcionan exactamente igual que los de un adulto normal… ¿Quiere esto decir que no se puede hacer nada? ¿Que todo es biología, que simplemente hay que esperar? Evidentemente no. En un adolescente normal, estas realidades neurológicas justificarán determinados comportamientos agresivos, y nuestra respuesta ante ellos puede hacer que esa respuesta agresiva no se convierta en una conducta violenta. De la capacidad del entorno del adolescente, para entenderlo y establecer los límites y la educación y control de todos esos impulsos dependerá su evolución normal o patológica. Por eso es importante el conocimiento de su desarrollo cerebral, puesto que nos ayuda a entender el porqué de muchas de sus conductas, nos informa de lo que le está pasando y con nuestra respuesta en un educativo biofeedback, podemos modificar las suyas. Nos ayudará por tanto a tomar las medidas adecuadas para contrarrestar esa tormenta emocional y poco racional que parte de su cerebro y de estar forma también podremos actuar en prevención de conductas violentas.
Crisis de oposición: es necesaria
En cualquier adolescente, los cambios hormonales y cerebrales, producen una verdadera revolución. Y la crisis, es decir el punto de separación, de ruptura con la vida infantil, tiene unas claras características.
· La crisis de oposición familiar es absolutamente normal y necesaria en cuanto a la necesidad que tienen de autoafirmarse, con necesidad de autonomía, de independencia intelectual y emocional. Esta crisis de oposición también se manifiesta a nivel social.
· No sólo se oponen a los padres, a su entorno familiar, sino también a lo establecido. Estaríamos hablando de oposición social: de rebelión en cuanto a los sistemas de valores de los adultos y las ideas recibidas. Achacan al adulto sobretodo su falta de comprensión y el hecho de que atenta contra su independencia. Hay una necesidad clara de participación: la uniformidad en el lenguaje y en la vestimenta de los adolescentes, no es más que la necesidad de encontrar un sitio en medio de la desorientación, encontrar el afecto que ya no aceptan de los padres, y ese hecho de ser considerado, aprobado por el propio grupo, a veces lo viven de una forma obsesiva, primando su actitud gregaria por encima de su propia individualidad.
Veamos ahora los sentimientos que acompañan a esta crisis de oposición que es determinante , necesaria y madurativa en esta etapa
Los sentimientos que acompañan a estas crisis:
a) Son sentimientos de inseguridad, por esos mismos cambios que a veces no sabe asumir, para los cuales quizás no esté preparado. Desarrollan una fuerte falta de confianza en sí mismos.
b) Sentimientos de angustia consecuencia lógica de la propia inseguridad, porque existe una existe una frustración continua. Por una parte le pedimos que actúe como un adulto (en sociedad, responsabilidad) y por otra se le trata como un niño, se le prohíbe vestir de una u otra forma, o se reglamentan sus salidas nocturnas, etc.
c) Y como respuesta a esa frustración, y a esa inseguridad se dan por supuesto conductas de agresividad que son un mecanismo habitual. La cólera del adolescente ante nuestra negativa a sus exigencias, la irritabilidad, el descontrol de impulsos, las malas contestaciones, los portazos, las Adolescencia y violencia: reacciones desmedidas en las peleas con los hermanos, con los compañeros, el enfrentamiento con el adulto, que de momento les supone una bajada de tensión pero que por supuesto es sólo momentánea, son claros ejemplos de una agresividad que si entra dentro de unos límites, forma parte de la crisis normal. Sin embargo yo siempre digo que la adolescencia es la reválida de la educación de la infancia. Nuestra reválida como adultos, como padres, como profesores, pero también como sociedad. De la educación que hemos dado a esos niños, entre todos, dependen sus conductas actuales. Por eso a veces esa crisis se complica y esa agresividad que se puede considerar normal, esos actos aislados, de agresividad se convierten en conductas de violencia, con lo que ya hablaríamos de una serie de conductas que causan daño a personas, cosas o animales o bien para obtener un beneficio, resolver un problema, ejercer control sobre otros, etc., que sería una definición de violencia. Ejercida tanto con agresiones físicas, como verbales o incluso con conductas de omisión de ayuda por ejemplo, en determinados casos.
Estaríamos hablando entonces de Crisis de adolescencia patológica: la violencia en el adolescente
Los chicos violentos vienen en todas las formas y todos los tamaños. Sin embargo parecen tener un perfil que se asemeja. Algunas características personales se describen a continuación.
Personalidad:
Este podría ser el perfil del joven violento:
· Mayor prevalencia del sexo masculino.
· Entre 14 y 18 años.
· Agresivo y fuerte impulsividad, descontrol de impulsos. Escasamente reflexivo. Poco control de la ira.
· Ausencia de empatía. Nunca se ponen en el lugar de los demás, existe ausencia de reconocimiento de las propias emociones y evidentemente también de las emociones de los demás.
· Percepción errónea de la intencionalidad de los demás: siempre de conflicto y agresión hacia él. Malinterpretan el lenguaje corporal.
· Autosuficiente, siempre se ha “buscado la vida”, pero utiliza y manipula a su familia para sus fines.
· Capacidad exculpatoria. Sin sentimiento de culpabilidad ("el otro se lo merece").
· Bajo nivel de resistencia a la frustración. A veces acostumbrados a conseguirlo todo aquí y ahora.
· Escasamente reflexivo/a. O hiperactivo.
· Incapacidad para aceptar normas y para negociar.
· Déficit en habilidades sociales y resolución de conflictos. No sabe afrontar un problema sino es mediante la fuerza y la violencia.
· Situación de estrés emocional.
· Consumo de sustancias. El cóctel explosivo de adolescencia mas drogas: alcohol, cannabis, cocaína, drogas de diseño, etc., genera siempre conductas violentas. El descontrol de impulsos propio de la etapa que atraviesan se incrementa con la acción de estas sustancias sobre los neurotransmisores cerebrales y sobre el funcionamiento cerebral que acrecientan ese descontrol de impulsos que hemos visto que es casi consustancial en la adolescencia, produciendo irritabilidad y cambios de humor, y agresividad, características que evidentemente están en la base de los comportamientos violentos.
Aunque estamos hablando de un perfil de adolescente violento, no podemos olvidar que existen en muchos de estos jóvenes, trastornos patológicos asociados, la mayoría de las veces no diagnosticados y que tienen mucho que ver con la violencia.
Trastornos asociados al comportamiento violento
Un diagnóstico de TDAH :trastorno de atención e hiperactividad de tipo combinado, que no ha sido tratado suele hallarse en los jóvenes violentos, así como otros trastornos como el trastorno negativista desafiante, o el trastorno disocial, que conllevan evidentemente actos de violencia pero que se engloban dentro de las patologías mentales y no son el objetivo final de esta información. La prevalencia de estos trastornos es importante reseñarla, porque nos encontramos con un 5% en el caso del TDAH y entre un 1% a un 10% en el caso del trastorno disocial, o entre el 2 y el 16% para el negativista desafiante. La coexistencia del TDAH con ambos trastornos es muy alta, llegando al 40%. También es importante reseñar el trastorno depresivo, tras el cual se esconden muchas conductas violentas en los adolescentes. Los equivalentes depresivos en la adolescencia, tiene que ver con los comportamientos de los que estamos hablando, puesto que hablamos también de trastornos del comportamiento, desobediencia total, faltar a clase, fugas, agresividad e irritabilidad, tendencia a adicciones, delincuencia, problemas escolares graves, etc.…
Como se educa un niño en la violencia Bien dejando aparte patologías, ¿como se forma un joven violento? ¿Cual es el germen de la violencia? Sin lugar a dudas los estilos parentales son decisivos para que la semilla de la violencia vaya germinando, pero existen otras variables, tanto dentro de la escuela como en la sociedad, que son claros factores de riesgo.
¿Que está pasando en las familias? Si estamos viendo que los jóvenes tienen dificultades para aceptar frustraciones, acatar normas, para frenar sus emociones agresivas…Si esto es así ¿por qué no ponemos límites a nuestros niños?
Los estilos educativos oscilan como tantas otras cosas como un péndulo. Nuestro estilo educativo ha ido desde una disciplina exagerada, restrictiva y represora (la letra con sangre entra) hasta el otro extremo en el que todo está permitido, y donde los padres pasan a ser colegas de sus hijos, En la actualidad la educación que se basa en la autoridad nos horroriza. La palabra “disciplina” y autoridad es equiparada normalmente a las palabras castigo y represión, y la evitamos por miedo a parecer unos padres anticuados, reaccionarios. Suena a coacción y a dominio, a prohibición que no tiene nada que ver con la democracia en la que vivimos. Sin embargo la palabra autoridad se deriva del verbo latino "augere", que quiere decir ayudar a crecer y esta es en realidad la meta de cualquier padre, sin autoridad y sin límites no se puede educar. Los resultados son evidentes en la actualidad.
Veamos cuales son las claves para comprender como se educan los jóvenes violentos.
Ámbito familiar
Los factores de protección tienen que ver simplemente con la protección emocional, la afectiva, que dan un padre y una madre que libre y responsablemente, quieran tener esos hijos, que son coherentes en la educación, que no quiere decir que no se equivoquen, pero que se informan, que saben que el tener hijos implica mucho sacrificio y anteponer su crianza a nuestra comodidad; que saben que tenerlos implica ejercer la autoridad y establecer límites, lo cual es muy complicado en una sociedad en la que la palabra autoridad suena a represión y a miedo. Por eso cuando estas premisas no se cumplen, en la familia, el principal núcleo de formación de la personalidad del adolescente, se puede estar educando para la violencia.
La educación en la violencia depende de muchos factores y citaremos solo algunos de ellos:
· De la actitud emotiva de los padres: una actitud negativa, carente de afecto hacia sus hijos, incluso de rechazo, de abandono. Padres que nunca han demostrado cariño, que han humillado, que maltratan emocionalmente, privando al niño de lo único que necesita para crecer psicológicamente sano: el amor de sus padres.
· La violencia se aprende también a través de la permisividad de los padres ante la conducta agresiva del niño. Deben aprender dónde se encuentran los límites a su conducta y las consecuencias que obtendrán por su incumplimiento. Son Padres inmaduros con miedo al enfrentamiento e irresponsables: Este es quizás el error más frecuente en la actualidad. Es imposible educar sin intervenir. En ocasiones esta falta de autoridad, esconde también un deseo de no tener conflictos. Sabemos que el niño no aceptará de buen grado nuestra negativa. Resulta más cómodo no luchar contra él y permitirle que haga lo que quiera sin ponerle demasiadas impedimentos, sino que bajo el pretexto de no “ traumatizar” o no frustrar al niño esconden realmente su falta de autoridad, cuando no es simplemente por comodidad ,inmadurez e irresponsabilidad para la paternidad. Son padres despreocupados, negligentes, o con pocos recursos educativos… padres que por propia comodidad o por temor a ser impopulares ante sus hijos, mantienen actitudes de concesión constante. Ceden ante cualquier petición de los hijos. Para no tener problemas nunca dicen no, y así están callados de momento, les consiente todo, sin poner límites, hasta que se vuelven contra ellos.
Consienten comportamientos violentos o de falta de respeto e instauran de esta forma el germen de la violencia. De esta forma mientras son pequeños aún tienen un cierto control que pierden totalmente en el momento de la adolescencia que es cuando recurren al especialista ante el comportamiento y la conducta del joven tirano.
· La violencia se aprende también por Imitación del modelo violento parental. O bien vivido por el, o bien observado en la familia. El uso del castigo físico y maltrato emocional. siempre generará más agresividad (“la violencia engendra violencia”). A veces la actitud del adolescente no es más que un reflejo de cómo ejercen con él la violencia. El ha sido maltratado igualmente o física, o emocionalmente. Cuando puede defenderse simplemente lo hace. Es evidente que con unos padres autoritarios, que ejercen de una u otra forma la violencia, que toman ellos las decisiones unilateralmente, los hijos serán incapaces de hacer nada porque siempre tendrán miedo, y si la rigidez ha sido mucha, lo más probable es que la crisis de oposición de su hijo sea patológica y se vuelva contra ellos y contra todo. No olvidemos que el temor y el miedo nunca han sido formativos. Debemos enriquecer su personalidad no anularla porque esa frustración solo engendrará rabia y violencia.
· De la vivencia del niño que crece en un contexto familiar desestructurado, con acontecimientos traumáticos, enfermedades, adicción de los padres, abandono de la figura paterna o materna, situaciones de divorcios complicadas, etc. Hace más de 10 años que observamos cambios en las estructuras familiares. Cambios que son paralelos a los cambios sociales y socioculturales, ya que la familia reproduce en su microcontexto los avances o retrocesos del macrocontexto al cual pertenece. uevos modelos familiares, monoparentales, o familias con bajo nivel económico y cultural, con poca red social, marginación, inmigración, etc...que a veces no pueden mostrar unos adecuados modelos de identificación para el menor. Evidentemente todos estos son factores de riesgo importantes que se encuentran en todos los estudios de la violencia juvenil.
Por lo tanto y como resumen podremos decir que el germen de la violencia, se instaura en una familia en la que no hay contactos afectivos adecuados, en la que no existen modelos de identificación parentales, o bien en la que pueda existir algún tipo de desajuste, de violencia intrafamiliar a cualquier miembro, en la que existe dejadez de responsabilidad, ausencia de límites, de formación e información… Desde la escuela ¿cual es el factor de riesgo?
La escuela es básica también en la prevención de la violencia. En ella pasan mucho tiempo nuestros niños y en ella crecen hasta hacerse adolescentes. No podemos como padres hacer la dejación de responsabilidades educativas, traspasando la responsabilidad a la escuela, porque la principal educación en valores, debe hacerse en familia. Pero la escuela debe coordinarse con las familias en la enseñanza de dichos valores. Educar es prevenir. Desde muy pequeños. Insistir en trabajar la resolución de conflictos, prevenir y actuar contra el acoso, con tolerancia cero; trabajar con los niños que presentan antes de los 10 años, problemas de agresividad, exigir medios a la administración para poder tener formación e información acerca de cómo abordar los problemas que están presentes hoy en la escuela. Para ello, el profesorado debe ser reconocido, alentado y motivado, y desde luego debe ser absoluta y totalmente vocacional, porque hemos de situarles en el importante lugar que les corresponde en nuestra sociedad. En el de la inestimable ayuda a las familias para la formación de sus hijos, del futuro de ni más ni menos que de nuestra sociedad.
Veamos ahora los factores de riesgo en la escuela, teniendo siempre en cuenta, que ninguno de estos factores por sí solos, significan un alto riesgo, sino que es la conjunción de todos ellos, tanto en la familia como en la escuela o en la sociedad como veremos más adelante, los que pueden precipitar el aprendizaje de la violencia.
Algunos de esos factores son los siguientes:
· El continuo baile de sistemas y leyes educativas dependiendo del gobierno del momento, que desmotivan y desconciertan a padres, profesores y alumnos, y colocan a nuestro país a la cabeza del fracaso escolar.
· El que la escuela, no preste una atención personalizada a casos con dificultades de aprendizaje, que la atención a las necesidades educativas especiales deje mucho que desear, es también un caldo de cultivo para adolescentes problemáticos.
· Que no se trabaje desde la escuela de forma transversal, la inteligencia emocional, la educación de las emociones, el reconocimiento y control de las emociones, la empatía, las habilidades sociales, la resolución de problemas.
· Situaciones de acoso escolar, en las que no se trabaje directamente sobre los espectadores y agresores y sólo se aísle a las víctimas, con lo que no se afronta el problema sino que se enquista. Los modelos de que el que gana es el que utiliza la violencia, serán perjudiciales para víctimas, agresores y espectadores.
· Frecuentes cambios de colegio, por distintas causas; desde razones objetivas, como el cambio de residencia familiar, a las provocadas por las dificultades de integración social del alumnado.
· Chicos/as de nuevo ingreso en el centro educativo, que provienen de contextos escolares muy diferentes, o cuya integración está siendo difícil, de distintas etnias, o países etc.
· Falta de motivación del alumno por unas exigencias por encima de sus capacidades, con resultado de fracaso escolar. El hecho del fracaso escolar, les aboca a una vida sin un futuro concreto, y produce frustración y agresividad.
· Sistema disciplinario laxo, inconsistente, ambiguo. En el colegio, la autoridad también implica que el profesor debe ser responsable de sus alumnos, no dejar que sobrepasen límites, aunque eso suponga un trabajo extra. Como en el caso familiar, el sistema excesivamente rígido tampoco es formativo.
Desde la sociedad: aprendizaje de la violencia.
Nuestros niños viven en familia, van al colegio y establecen relaciones con su entorno, especialmente a través de sus interacciones con los otros, y con los medios de comunicación.
El aprendizaje de la violencia se produce a través de:
· Contagio social: el modelo agresivo que actúa en un grupo influye en todos los espectadores, pero en especial en aquellos que carecen o no tienen formado un espíritu crítico, son inseguros, dependientes, han sido agredidos o acosados y tienen miedo. En esos casos, por contagio social adoptan el modelo observado, que a veces es simplemente un mecanismo de defensa.
· Difuminación de la responsabilidad individual al actuar en grupo: Esto reduce los sentimientos de culpa que se producirían en solitario. En el caso del acoso escolar por ejemplo, como en el de otras agresiones hacia otros chicos, si la víctima acumula insultos, ataques continuados, etc. se le termina percibiendo como a alguien a quien no importa que se le hagan esas cosas. Con poco valor y, de alguna manera, como “merecedora de la culpa”. Esta percepción disminuye la culpabilidad también en el agresor y en los espectadores.
· Medios de comunicación: se han convertido en un contexto educativo informal de gran importancia en el desarrollo y aprendizaje de nuestros niños y jóvenes. Por sí solo no pueden explicar la violencia infantil y juvenil, sino que la visión de programas violentos socialmente aceptados, puede agregarse a otros factores de riesgo. Según datos del Centro Reina Sofía para el Estudio de la Violencia, el 28% de los niños de 14 años que ve la televisión durante tres horas al día, lo que supone programas de alto contenido violento, agresivo y con exaltación constante de contravalores, aunque sea en horario infantil, incurre en conductas agresivas frente al 6% de los que sólo la ven una hora, independientemente de que los contenidos que han visto sean o no violentos. Por otra parte Existen estudios longitudinales a largo plazo, realizados en EEUU, que indican que sin ningún lugar a dudas aquellos niños de ocho años que abusaron de programas violentos tendieron a mostrar un comportamiento violento en la edad adulta. Con la cantidad de violencia gratuita que ve hasta la adolescencia, si no presenta desajustes importantes, sí es muy frecuente que al menos tolere la violencia en los demás, la puede justificar.
· Mal uso del ocio: Videojuegos: Con la reciente tendencia hacia un mayor realismo y violencia explícita dentro de los videojuegos, los consumidores de estos productos (así como sus padres) deberían estar conscientes de los riesgos potenciales de esta actividad. Los videojuegos violentos influyen también en el aprendizaje y la práctica de soluciones agresivas a los conflictos. Juegos como el Doom, Wolfenstein 3D y Mortal Kombat forman parte del vocabulario habitual de miles de niños y jóvenes que son atraídos por el particular grado de violencia y sangre de estos videojuegos. La naturaleza activa de este ambiente de aprendizaje sugiere que los videojuegos son potencialmente más peligrosos que los efectos largamente estudiados de la televisión y el cine. Los últimos estudios llevados a cabo, por el Dr. René Weber de la universidad de Michigan en el que utilizó también técnicas de neuroimagen, estableció una relación clara entre los procesos de respuestas agresivas de adolescentes tras la exposición a videojuegos violentos y en estudios realizados por Dr. Anderson en la universidad de Missouri, puntualiza que quizás la explicación está en la inmediatez de respuesta que exige este tipo de juegos, que pone en primer lugar para obtener el premio y la recompensa inmediata, la reacción agresiva, muy por delante de las reflexivas, lo que evidentemente implica que los jóvenes practican y por tanto van aprendiendo en sus ratos de ocio, soluciones agresivas a situaciones conflictivas.
Tengamos en cuenta que el porcentaje de jóvenes que juegan habitualmente con videojuegos es del 60%. El poco conocimiento del adulto, de la sociedad en general, de los contenidos de algunos de estos juegos, cuya venta a menores debería estar mucho más controlada aumenta su peligro
· Banalización del consumo de algunas sustancias, permisividad y poco control del uso de determinadas sustancias, como el alcohol y el cannabis. Fácil acceso de los menores a estas sustancias, cocaína y drogas de diseño, con una clara bajada de precios que las hace mucho más asequibles a menores que suelen tener una poder adquisitivo mayor del que necesitarían.
· Deficiencia en la detección de grupos de riesgo en menores, teniendo en cuenta el porcentaje de trastornos mentales en adolescentes con los que nos estamos enfrentando que puede llegar hasta un 20% incluyendo trastornos de comportamiento y del estado de ánimo. El hecho de realizar una detección y diagnóstico precoz ayudaría a prevenir el fenómeno de la violencia juvenil. El tratamiento debería englobar evidentemente al adolescente violento y a su entorno familiar.
· Déficit desde la administración de los medios necesarios, en recursos económicos y humanos, para trabajar con grupos de riesgo, realizar programas, formación de mediadores, optimización del ocio juvenil.
· Déficit en campañas de formación e información a padres, profesores y niños en la enseñanza de los valores que se contraponen a la violencia. Las campañas institucionales están dirigidas principalmente a la violencia adulta, cuando realmente no podemos perder de vista que los niños de hoy son los adultos de mañana. Los acosadores de hoy son los maltratadores de mañana.
· Los contravalores que fomenta la propia sociedad: existe gran distancia entre los puntos de partida en que está gran parte de la población y la meta que se les presenta como deseable lo que ocasiona en los jóvenes una frustración que no saben afrontar : valoración del poder, éxito sin esfuerzo, consumismo exacerbado y propiciado desde esa misma sociedad, competitividad extrema, la violencia como herramienta de uso corriente en los medios, búsqueda del placer, contraponiéndose a valores como esfuerzo, automotivación, control de los impulsos y emociones, uso racional de los medios de comunicación, del consumo, habilidades sociales etc.
· Hablar en exceso de los derechos y poco los deberes. Los niños de hoy saben cuales son sus derechos pero no cuales son sus deberes para con la familia, el colegio y la sociedad.
Por último me gustaría resumir esta ponencia en unos puntos fundamentales.
· La violencia en la adolescencia debe atajarse desde la infancia. No existe un joven violento que no haya dado muestras de agresividad importante a lo largo de su etapa infantil. El principal factor de protección es el familiar. Parece muy claro que la autoridad ejercida desde el afecto y el amor, establece límites y es un claro factor de protección. En la familia es donde deben trabajarse y transmitir con el ejemplo valores como la solidaridad, la tolerancia, la responsabilidad, la cooperación, el respeto por el otro y por el medio ambiente, la igualdad sexual, la pluralidad cultural, y en fin, actitudes y comportamientos básicos para el desarrollo de un niño sano. Y sobretodo es en la familia donde hay que detectar cualquier indicio que puede indicar que algo va mal, para poner los medios adecuados de diagnóstico y tratamiento del problema.
· La escuela tiene mucha importancia en la prevención de la violencia. El fenómeno de la violencia escolar, como el acoso, debe ser tratado desde todas las instancias públicas y privadas, y evitaremos desde la primaria, muchos futuros adolescentes violentos. La prevención de la violencia en la escuela pasa por la refuerzo de la enseñanza de las habilidades propias de la inteligencia emocional que se deben trabajar por supuesto en primer lugar en la familia: reconocimiento y control de las emociones, trabajar desde pequeños la empatía, la automotivación, y enseñar habilidades sociales y resolución de problemas, que les permita relacionarse con el otro de una forma igualitaria y pacífica.
· La sociedad no debe ser hipócrita. No podemos mirar a otro lado. Se necesitan muchos más medios en servicios sociales y educación para poder afrontar el problema con todas las armas a nuestro alcance.
Medios humanos y económicos para trabajar con las familias, en las instituciones de menores, en las escuelas, en los centros de salud mental, en campañas de prevención y sensibilización, en prevención y control del acceso del menor a las drogas… la infancia, es el futuro y por tanto tendría que ser un objetivo prioritario para nuestros gobiernos, pero hoy por hoy, la infancia y la adolescencia no parecen ser puntos importantes en las campañas de nuestros políticos, salvo cuando reaccionan momentáneamente, prometiendo planes y actuaciones, ante hechos puntuales que producen alarma social y que son morbosamente explotado por los medios de comunicación… esas reacciones temporales, se quedan habitualmente en proyectos que no se llevan a cabo, y este no es evidentemente el camino que cualquier sociedad debe seguir para paliar los efectos de una violencia que nosotros mismos, todos los adultos, engendramos.
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