Los robos y las peleas entre estudiantes pusieron en debate la disciplina en los colegios. Para mejorar el control, las autoridades educativas plantearon entre sus soluciones la vigilancia policial.
¿Qué opina de este plan?
Las medidas son oportunas, pero la forma de aplicarlas es errada. Hay que sacar a la Policía de esto. Ellos tienen otros problemas como para estar persiguiendo a los jóvenes. Una cosa es que no se les permita cometer delitos, para eso hay sanciones. Pero que se los persiga por andar en las calles... Este es un tema educativo, comunitario, de los padres y el plan como tal no va a traer los resultados esperados, empezando porque se tiene la concepción anticipada de cierto síntoma.
¿Cuál es ese síntoma?
Que los jóvenes no están haciendo las cosas como se esperaría, no están funcionando como el aparato educativo quisiera, como la sociedad quisiera.
¿Y qué es lo que quisiera la sociedad de ellos?
Que se eduquen, sean profesionales, ciudadanos obedientes y participativos, los ideales de una sociedad. Al parecer estos jóvenes no están avanzando conforme con esos ideales y por eso configuran un síntoma social. Desafortunadamente, con estas medidas se ha tomado el camino de analizar lo que se llama vagamente la situación. Toman el hecho, que en este caso serían conductas juveniles violentas, e intentan definir una situación que incluye antecedentes o factores sociales, culturales y ambientales que llevan a esa conducta.
¿Qué conclusión cree que han sacado de este análisis?
Se concluye que la conducta del joven se debe a que tiene la libertad de no ir al colegio. O que son influenciados por drogas, estructuras audiovisuales, a que son bombardeados por imágenes de violencia del cine, la televisión, los videojuegos. El joven es visto como víctima de una situación que es a la que hay que atender. Pero lo que está ausente en este enfoque es el sujeto.
Y ese sujeto es el joven.
Sí. Y en lugar de escucharlo se está aplicando lo que se conoce como discurso experto, que aborda el problema excluyendo al sujeto. Se procura dar instrucciones para gobernar y controlar absolutamente las condiciones y así poder ‘prevenir’, una palabra tan usada y tan impotente. La prevención es una gran mentira. No se previene nada porque no se sabe exactamente qué es lo que hay que prevenir.
¿Entonces las campañas y las charlas que aplican las autoridades no son una fórmula eficiente?
Los famosos programas preventivos solo dan empleo a un cuerpo profesional de expertos, pero no son una solución. Hay que resaltar el interés gubernamental en el tema de los jóvenes, pero lo que está quedando fuera es justamente su palabra. Se dice que el problema de la violencia viene del hogar disfuncional, pero hay jóvenes con familias completas. Dicen que son las drogas, pero hay chicos que las consumen y no son violentos. Otros dicen que es porque andan en las calles, pero muchos lo hacen y no son pandilleros. Todo el mundo habla, pero no oímos al joven.
¿Cómo percibe al joven estudiante de hoy?
Muy complicado. Las perspectivas laborales no son buenas. La carrera universitaria se ve alargarse por la política exagerada del cuarto nivel. El panorama político les ofrece convertirse solo en militantes. Es algo difícil.
¿Los gobiernos estudiantiles serían una forma de escuchar a los jóvenes?
El gobierno estudiantil por un lado representa las peticiones y necesidades de un grupo, pero por otro es un campo de ensayo político. Lo que tenemos son dos tipos: el joven común y el líder. Pero no todos son líderes.
¿Cómo escuchar a todos?
Sé que es extremadamente difícil, en especial por presupuesto. Sin embargo, se desperdician recursos y tiempo en esos proyectos vanos. Sería bueno que en su lugar se creen espacios coordinados por profesionales, que estén no para charlar con los jóvenes sino para facilitar que puedan expresarse, denunciar sus problemas, recibir la interpretación adecuada y asumir parte de la responsabilidad. Eso es lo que no se hace y se los victimiza, que es un arma de demagogia política.
¿Cómo influye esa victimización en el joven?
En su conducta. Mientras más atención atraen, más interés van a poner en seguir haciendo lo mismo. El joven lo ve como una manera de interesar al otro y evitar su propia responsabilidad. Y en el fondo, pienso que no creen en la sinceridad de nada.
Tal vez eso se percibe cuando les imponen reglas como cortarse el cabello, no usar pulseras o celulares.
Sí. Algunos quizá lo acepten momentáneamente, pero luego retomarán a esta conducta en otro momento y en otro lugar.
¿Qué solución plantea?
Hay la experiencia de los grupos Bion, un trabajo en pequeños grupos para dilucidar los fenómenos que ocurren en el individuo común. Esa es una propuesta que se puede aplicar con ciertas variantes, según el colegio. Otra alternativa es formar profesionales y empezar a abrir espacios para jóvenes. Finalmente se podría trabajar con los maestros, pero no con métodos de persecución y vigilancia, pues eso fomenta una mentalidad de represión.
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