El comportamiento agresivo se sitúa entre las problemáticas más significativas de nuestros
tiempos. Tanto en el ámbito clínico como educativo constituye un motivo de consulta frecuente,
que exige a los profesionales un estudio profundo de las causas, procesos y consecuencias de
dichas conductas, a fin de establecer si se trata de conductas esperables o patológicas. El
objetivo del presente artículo es llevar a cabo una revisión de planteamientos actuales sobre la
conducta agresiva, con especial atención a la infancia y a la adolescencia. Se exponen las distinciones
entre conceptos como agresividad, agresión, violencia y conducta antisocial, se revisan
clasificaciones de la conducta agresiva y teorías que postulan los factores implicados en su
origen. Posteriormente se hace foco en la evolución de la conducta agresiva desde la infancia
hasta la adolescencia, considerando las funciones que cumple en cada etapa. Por último, se
plantea la continuidad-discontinuidad de esta problemática hasta la edad adulta.
Palabras clave: niñez - adolescencia - conducta agresiva - ciclo vital - violencia
Abstract
Child’s and adolescent’s aggressive behavior is one of the major problems nowadays. In clinical
as well as educational settings, it is a frequent consultation issue that needs a detailed study of
the causes, processes and consequences of said behavior in order to determine whether it is
normal or pathological. The aim of this paper is to revise current approaches to aggressive behavior, especially during childhood and adolescence. Distinctions between aggressiveness,
aggression, violence and antisocial behavior are made clear. Classifications of aggressive behavior
and theories that analyze its causes are revised. Afterwards, this paper focuses on the
development of aggressive behavior from childhood to adolescence considering the functions it
fulfills in each period. Finally, its continuity-discontinuity until adulthood is described.
Keywords: childhood - adolescence - aggressive behavior - lifespan - violence
1 Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Tucumán. Secretaría de Ciencia, Arte y Tecnología
(SCAIT).
Introducción
La conducta agresiva de niños y adolescentes
constituye un motivo de consulta frecuente
en los servicios ambulatorios de atención
en salud mental, como así también de internación
psiquiátrica (De la Barra y García,
2009; Mouren-Simeoni, 2002). Se trate de actos
autoagresivos o heteroagresivos, estos generan
consecuencias negativas en la vida del
individuo y en su entorno. Las limitaciones que
suelen producirle a nivel social requieren de la
intervención clínica de equipos profesionales
para su tratamiento. También en el campo educativo
las dificultades socio-emocionales
prevalentes de los alumnos se expresan en buena
medida como conductas violentas, habiendo
recibido especial atención durante las últimas
décadas el acoso escolar entre pares, conocido
como bullying (Brendgen y TroopGordon,
2015; Cerezo, 2009; Machado, Bertazzi,
Araya y Rossi, 2014).
Sin lugar a dudas, el comportamiento agresivo de niños y adolescentes se sitúa entre las problemáticas más significativas de nuestros tiempos. ¿Cómo explicar estas conductas? ¿Qué factores contribuyen a su aparición y mantenimiento? ¿Deben considerarse patológicas per se o son respuestas adaptativas del niño y del adolescente a su contexto? ¿Existe continuidad de ellas en el proceso de desarrollo, desde la infancia hasta la edad adulta? Diversos autores han intentado dar respuesta a estas preguntas. Así, se ha estudiado la presencia de factores biológicos, cognitivos, emocionales, sociales y culturales (Aguilar Cárceles, 2012; Raya, Pino y Herruzo, 2009; Rey y Extremera, 2012; Sijtsema et al., 2010; Torregrosa et al., 2010) vinculados a los comportamientos agresivos que, de no ser correctamente orientados, pueden afectar negativamente el desarrollo socioemocional de la población infanto-juvenil.
El objetivo del presente artículo es llevar a cabo una revisión de planteamientos actuales sobre la conducta agresiva, con especial atención a la infancia y a la adolescencia. Para ello se ha consultado la literatura clásica referida a modos de definir el término «agresividad» así como teorías explicativas de ella. Además se realizaron búsquedas bibliográficas en las bases de datos PsycINFO, Current Contents, PSICODOC y en la Biblioteca Electrónica de Ciencia y Tecnología. Los descriptores utilizados fueron: agresión, agresividad, violencia y conducta antisocial. El uso de estos descriptores fue de modo individual y también asociados a otros como: niñez, infancia y adolescencia.
Todos los términos fueron ingresados en idiomas español e inglés y se seleccionaron los trabajos de los últimos 15 años, desarrollados en poblaciones de habla hispana y anglosajona. En este trabajo se exponen las distinciones entre conceptos como agresividad, agresión, violencia y conducta antisocial, se revisan distintas clasificaciones de la conducta agresiva y teorías que postulan tanto factores innatos como contextuales implicados en su origen. Posteriormente, se hace foco en la evolución de la conducta agresiva desde la infancia hasta la adolescencia, considerando las funciones que cumple en cada etapa. Por último, se plantea la continuidad-discontinuidad de esta problemática hasta la edad adulta.
Sin lugar a dudas, el comportamiento agresivo de niños y adolescentes se sitúa entre las problemáticas más significativas de nuestros tiempos. ¿Cómo explicar estas conductas? ¿Qué factores contribuyen a su aparición y mantenimiento? ¿Deben considerarse patológicas per se o son respuestas adaptativas del niño y del adolescente a su contexto? ¿Existe continuidad de ellas en el proceso de desarrollo, desde la infancia hasta la edad adulta? Diversos autores han intentado dar respuesta a estas preguntas. Así, se ha estudiado la presencia de factores biológicos, cognitivos, emocionales, sociales y culturales (Aguilar Cárceles, 2012; Raya, Pino y Herruzo, 2009; Rey y Extremera, 2012; Sijtsema et al., 2010; Torregrosa et al., 2010) vinculados a los comportamientos agresivos que, de no ser correctamente orientados, pueden afectar negativamente el desarrollo socioemocional de la población infanto-juvenil.
El objetivo del presente artículo es llevar a cabo una revisión de planteamientos actuales sobre la conducta agresiva, con especial atención a la infancia y a la adolescencia. Para ello se ha consultado la literatura clásica referida a modos de definir el término «agresividad» así como teorías explicativas de ella. Además se realizaron búsquedas bibliográficas en las bases de datos PsycINFO, Current Contents, PSICODOC y en la Biblioteca Electrónica de Ciencia y Tecnología. Los descriptores utilizados fueron: agresión, agresividad, violencia y conducta antisocial. El uso de estos descriptores fue de modo individual y también asociados a otros como: niñez, infancia y adolescencia.
Todos los términos fueron ingresados en idiomas español e inglés y se seleccionaron los trabajos de los últimos 15 años, desarrollados en poblaciones de habla hispana y anglosajona. En este trabajo se exponen las distinciones entre conceptos como agresividad, agresión, violencia y conducta antisocial, se revisan distintas clasificaciones de la conducta agresiva y teorías que postulan tanto factores innatos como contextuales implicados en su origen. Posteriormente, se hace foco en la evolución de la conducta agresiva desde la infancia hasta la adolescencia, considerando las funciones que cumple en cada etapa. Por último, se plantea la continuidad-discontinuidad de esta problemática hasta la edad adulta.
Delimitaciones conceptuales:
agresividad, agresión, violencia
y conducta antisocial
Existe en la literatura una diversidad
terminológica en relación a la problemática que
abordamos. Son numerosas las definiciones
sobre agresividad y agresión por cuanto resulta
necesario diferenciar ambos conceptos. Para
Berkowitz (1996) la agresividad es la tendencia
o disposición a comportarse agresivamente
en distintas situaciones; da cuenta de la capacidad
humana para oponer resistencia a las
influencias del medio y constituye un recurso
que, en su medida adecuada, está en función
de la conservación de la vida (Cohen Imach,
2015).
En cambio, la agresión refiere a un acto, «un comportamiento que se despliega en la realidad» (Cohen Imach, 2015, p. 64). Supone ir contra alguien con la intención de producirle daño. Es decir que hace referencia a un acto efectivo caracterizado por la intención de hacer daño (Lacunza, Caballero, Contini y Llugdar, 2015), a una conducta puntual, reactiva y efectiva, frente a situaciones concretas (Carrasco y González, 2006). Por su parte, los conceptos de violencia y agresividad suelen también aparecer solapados.
El término violencia refiere etimológicamente a «un modo de proceder que ofende y perjudica a alguien mediante el uso excesivo de la fuerza» (Veláquez, 2004, p. 27) y deriva del latín vis, que significa fuerza (Cohen Imach, 2015, p.64). Esto no quiere decir que la violencia se circunscriba solamente a expresiones de fuerza física; el acto violento transgrede el orden de las relaciones humanas y se impone como un comportamiento no reflexivo, como una estrategia de poder a través de la intimidación y la imposición (Cohen Imach, 2015, p.65). Para Garaigordobil y Oñederra (2010) la violencia es un tipo de agresividad que está fuera o más allá de lo natural en el sentido adaptativo; tiene como objetivo causar un daño físico extremo, como la muerte o graves heridas. Esta aclaración permite entender que la violencia estaría relacionada con algunos tipos de agresión.
En síntesis, hablar de agresividad supone hacer referencia a una tendencia presente en todos los seres humanos; la ejecución de comportamientos que pongan de manifiesto esta tendencia es lo que configuraría la agresión. La agresión alude, por lo tanto, al componente comportamental de la agresividad. Por su parte, la violencia es un tipo de agresión cuya intención es causar daño en grado extremo. Por otro lado, a menudo la agresión, la agresividad y la violencia aparecen vinculadas a otro concepto, el de conducta antisocial. La conducta antisocial refiere a actos que violan las normas sociales y los derechos de los demás, incluyendo el robo deliberado, el vandalismo y la agresión física (Peña Fernández y Graña Gómez, 2006).
En cambio, la agresión refiere a un acto, «un comportamiento que se despliega en la realidad» (Cohen Imach, 2015, p. 64). Supone ir contra alguien con la intención de producirle daño. Es decir que hace referencia a un acto efectivo caracterizado por la intención de hacer daño (Lacunza, Caballero, Contini y Llugdar, 2015), a una conducta puntual, reactiva y efectiva, frente a situaciones concretas (Carrasco y González, 2006). Por su parte, los conceptos de violencia y agresividad suelen también aparecer solapados.
El término violencia refiere etimológicamente a «un modo de proceder que ofende y perjudica a alguien mediante el uso excesivo de la fuerza» (Veláquez, 2004, p. 27) y deriva del latín vis, que significa fuerza (Cohen Imach, 2015, p.64). Esto no quiere decir que la violencia se circunscriba solamente a expresiones de fuerza física; el acto violento transgrede el orden de las relaciones humanas y se impone como un comportamiento no reflexivo, como una estrategia de poder a través de la intimidación y la imposición (Cohen Imach, 2015, p.65). Para Garaigordobil y Oñederra (2010) la violencia es un tipo de agresividad que está fuera o más allá de lo natural en el sentido adaptativo; tiene como objetivo causar un daño físico extremo, como la muerte o graves heridas. Esta aclaración permite entender que la violencia estaría relacionada con algunos tipos de agresión.
En síntesis, hablar de agresividad supone hacer referencia a una tendencia presente en todos los seres humanos; la ejecución de comportamientos que pongan de manifiesto esta tendencia es lo que configuraría la agresión. La agresión alude, por lo tanto, al componente comportamental de la agresividad. Por su parte, la violencia es un tipo de agresión cuya intención es causar daño en grado extremo. Por otro lado, a menudo la agresión, la agresividad y la violencia aparecen vinculadas a otro concepto, el de conducta antisocial. La conducta antisocial refiere a actos que violan las normas sociales y los derechos de los demás, incluyendo el robo deliberado, el vandalismo y la agresión física (Peña Fernández y Graña Gómez, 2006).
Tipos de agresividad
Existen diferentes clasificaciones de la
agresividad. Según el modo en que esta se expresa,
Buss (1961), Pastorelli, Barbarelli, Cermak,
Rozsa y Caprara (1997) y Valzelli (1983)
plantean las siguientes distinciones: agresión
física (ataque a un organismo mediante armas
o elementos corporales, con conductas
motoras y acciones físicas, el cual implica daño
corporal), verbal (respuesta oral que resulta
nociva para el otro, a través de insultos o comentarios
de amenazas o rechazo) y social (ac-ción dirigida a dañar la autoestima de los otros,
su estatus social o ambos, a través de expresiones
faciales, desdén, rumores sobre otros,
o la manipulación de las relaciones interpersonales).
Otros autores destacan la dimensión conductual (forma de expresión) y la dimensión relacional (finalidad u objetivo) (Anderson y Bushman, 2002; Ovejero, 1998; Trianes, 2000) como ejes de clasificación de la conducta agresiva. La primera comprende los comportamientos agresivos de tipo físico (golpes, empujones) y verbal (insultos, descalificaciones), activos (aquellos donde hay daño manifiesto) o pasivos (como la negligencia o el abandono), directos (lo que implica una confrontación cara a cara) (Buss, 1961) o indirectos (a través de distintos medios al alcance del agresor) (Richardson y Green, 2003). Por su parte la dimensión relacional englobaría las llamadas agresión reactiva y proactiva (Dodge y Coy, 1987; Raine et al., 2004; Scarpa y Raine, 1997). La agresión reactiva es una respuesta defensiva frente a una amenaza o provocación percibida. Es afectiva, impulsiva, acompañada de alguna forma visible de explosión de ira; se trataría de una respuesta impetuosa, descontrolada, cargada emocionalmente sin evaluación cognitiva de la situación (Carrazco Ortiz y González Calderón, 2006).
Esta agresión suele relacionarse con problemas de autocontrol, y con un sesgo en la interpretación de las relaciones sociales que se basa en la tendencia a realizar atribuciones hostiles al comportamiento de los demás. Por su parte, la agresión proactiva supone comportamientos intencionales para resolver conflictos o dificultades en la comunicación, para conseguir beneficios. Hace referencia a conductas que se desencadenan sin mediar un estímulo agresivo. En su función instrumental, la agresión ofensiva supone una anticipación de beneficios, es deliberada y está controlada por refuerzos externos.
Para algunos (Carroll, Houghton, Hattie y Durkin, 1999; Emler y Reicher, 1995) este tipo de agresión se relaciona con posteriores problemas de delincuencia, pero también con altos niveles de competencia social y habilidades de líder. La citada clasificación de agresión reactiva y proactiva también recibió otras denominaciones, tales como instrumental y hostil (Bandura, 1973), impulsiva y premeditada (Houston, Stanford, Villemarette-Pittman, Conklin y Helfritz, 2003), predatoria y afectiva (Vitiello, Behar, Hunt, Stoff y Ricciuti, 1990), defensiva u ofensiva (Dollard et al., 1939), reactiva-hostil-impulsiva y proactiva-instrumental-planificada (Andreu, Ramírez y Raine, 2006). La agresión proactiva-instrumental-planificada se relacionaría con el comportamiento antisocial.
Refiere a actos deliberados, propositivos, provocados intencionalmente para influir, controlar, coaccionar a otra persona (Dodge y Coie, 1987; Carrasco Ortiz y González Calderón, 2006); se orienta hacia una meta, no está mediada por la emoción, por lo que resulta organizada y fría (Dodge, 1991). Para Andreu, Ramírez y Raine (2006) la dicotomía reactiva/proactiva facilita comprender la motivación del agresor y analizar los dé- ficits y mecanismos cognitivos que subyacen a ambos tipos de conducta agresiva. En el primer eje, ubican sesgos en el procesamiento de la información que generan atribuciones hostiles en el agresor mientras que en el segundo eje identifican mecanismos cognitivos de justificación y aceptabilidad de la agresión. De acuerdo con la forma, Little, Henrich, Jones y Hawley (2003) hablan de agresión manifiesta y agresión relacional.
La primera alude a comportamientos que implican una confrontación directa contra otros con la intención de causar daño (empujar, pegar, amenazar, insultar, destruir la propiedad). La agresión relacional no implica una confrontación directa entre el agresor y la víctima, y se define como aquel acto que se dirige a provocar daño en el círculo de amistades de otra persona o bien en su percepción de pertenencia a un grupo. Alude a conductas que hieren a otro indirectamente, a través de la manipulación de la relación con los iguales, dispersión de rumores, mantenimiento de secretos, silencio, avergonzar en un ambiente social, rechazo por parte del grupo y exclusión social (Crick, Casas y Nelson, 2002). El signo de la agresión también se ha tomado como eje de las clasificaciones (Blustein, 1996). Es positiva, cuando promueve valores básicos de supervivencia, protección, felicidad, aceptación social, preservación y relaciones íntimas. Por lo tanto es saludable y constructiva.
En contrapartida se considera negativa (Bandura, 1974; Moyer, 1968, 1976) cuando conduce a la destrucción de la propiedad o daño personal a otro ser vivo de la misma especie. No es saludable porque conduce a emociones dañinas para el individuo a largo plazo. Implica una hostilidad innecesaria para la autoprotección-autoconservación. Según la motivación, algunos autores (Atkins, Stoff, Osborne y Brown, 1993; Berkowitz, 1996; Kassinove y Sukhodolsky, 1995) han considerado a la agresión como hostil, instrumental y emocional. En el primer caso se hace referencia a la acción intencional encaminada a causar un impacto negativo sobre otro, por el mero hecho de dañarle, sin la expectativa de obtener ningún beneficio material. La agresión instrumental supone acción intencional de dañar por la que el agresor obtiene un objetivo, ventaja o recompensa social o material. Este tipo de agresión no está relacionada con el malestar de la víctima. Por último la agresión emocional está generada por el sentimiento negativo que se activa por un estresor produciendo ira.
Otros autores destacan la dimensión conductual (forma de expresión) y la dimensión relacional (finalidad u objetivo) (Anderson y Bushman, 2002; Ovejero, 1998; Trianes, 2000) como ejes de clasificación de la conducta agresiva. La primera comprende los comportamientos agresivos de tipo físico (golpes, empujones) y verbal (insultos, descalificaciones), activos (aquellos donde hay daño manifiesto) o pasivos (como la negligencia o el abandono), directos (lo que implica una confrontación cara a cara) (Buss, 1961) o indirectos (a través de distintos medios al alcance del agresor) (Richardson y Green, 2003). Por su parte la dimensión relacional englobaría las llamadas agresión reactiva y proactiva (Dodge y Coy, 1987; Raine et al., 2004; Scarpa y Raine, 1997). La agresión reactiva es una respuesta defensiva frente a una amenaza o provocación percibida. Es afectiva, impulsiva, acompañada de alguna forma visible de explosión de ira; se trataría de una respuesta impetuosa, descontrolada, cargada emocionalmente sin evaluación cognitiva de la situación (Carrazco Ortiz y González Calderón, 2006).
Esta agresión suele relacionarse con problemas de autocontrol, y con un sesgo en la interpretación de las relaciones sociales que se basa en la tendencia a realizar atribuciones hostiles al comportamiento de los demás. Por su parte, la agresión proactiva supone comportamientos intencionales para resolver conflictos o dificultades en la comunicación, para conseguir beneficios. Hace referencia a conductas que se desencadenan sin mediar un estímulo agresivo. En su función instrumental, la agresión ofensiva supone una anticipación de beneficios, es deliberada y está controlada por refuerzos externos.
Para algunos (Carroll, Houghton, Hattie y Durkin, 1999; Emler y Reicher, 1995) este tipo de agresión se relaciona con posteriores problemas de delincuencia, pero también con altos niveles de competencia social y habilidades de líder. La citada clasificación de agresión reactiva y proactiva también recibió otras denominaciones, tales como instrumental y hostil (Bandura, 1973), impulsiva y premeditada (Houston, Stanford, Villemarette-Pittman, Conklin y Helfritz, 2003), predatoria y afectiva (Vitiello, Behar, Hunt, Stoff y Ricciuti, 1990), defensiva u ofensiva (Dollard et al., 1939), reactiva-hostil-impulsiva y proactiva-instrumental-planificada (Andreu, Ramírez y Raine, 2006). La agresión proactiva-instrumental-planificada se relacionaría con el comportamiento antisocial.
Refiere a actos deliberados, propositivos, provocados intencionalmente para influir, controlar, coaccionar a otra persona (Dodge y Coie, 1987; Carrasco Ortiz y González Calderón, 2006); se orienta hacia una meta, no está mediada por la emoción, por lo que resulta organizada y fría (Dodge, 1991). Para Andreu, Ramírez y Raine (2006) la dicotomía reactiva/proactiva facilita comprender la motivación del agresor y analizar los dé- ficits y mecanismos cognitivos que subyacen a ambos tipos de conducta agresiva. En el primer eje, ubican sesgos en el procesamiento de la información que generan atribuciones hostiles en el agresor mientras que en el segundo eje identifican mecanismos cognitivos de justificación y aceptabilidad de la agresión. De acuerdo con la forma, Little, Henrich, Jones y Hawley (2003) hablan de agresión manifiesta y agresión relacional.
La primera alude a comportamientos que implican una confrontación directa contra otros con la intención de causar daño (empujar, pegar, amenazar, insultar, destruir la propiedad). La agresión relacional no implica una confrontación directa entre el agresor y la víctima, y se define como aquel acto que se dirige a provocar daño en el círculo de amistades de otra persona o bien en su percepción de pertenencia a un grupo. Alude a conductas que hieren a otro indirectamente, a través de la manipulación de la relación con los iguales, dispersión de rumores, mantenimiento de secretos, silencio, avergonzar en un ambiente social, rechazo por parte del grupo y exclusión social (Crick, Casas y Nelson, 2002). El signo de la agresión también se ha tomado como eje de las clasificaciones (Blustein, 1996). Es positiva, cuando promueve valores básicos de supervivencia, protección, felicidad, aceptación social, preservación y relaciones íntimas. Por lo tanto es saludable y constructiva.
En contrapartida se considera negativa (Bandura, 1974; Moyer, 1968, 1976) cuando conduce a la destrucción de la propiedad o daño personal a otro ser vivo de la misma especie. No es saludable porque conduce a emociones dañinas para el individuo a largo plazo. Implica una hostilidad innecesaria para la autoprotección-autoconservación. Según la motivación, algunos autores (Atkins, Stoff, Osborne y Brown, 1993; Berkowitz, 1996; Kassinove y Sukhodolsky, 1995) han considerado a la agresión como hostil, instrumental y emocional. En el primer caso se hace referencia a la acción intencional encaminada a causar un impacto negativo sobre otro, por el mero hecho de dañarle, sin la expectativa de obtener ningún beneficio material. La agresión instrumental supone acción intencional de dañar por la que el agresor obtiene un objetivo, ventaja o recompensa social o material. Este tipo de agresión no está relacionada con el malestar de la víctima. Por último la agresión emocional está generada por el sentimiento negativo que se activa por un estresor produciendo ira.
Origen de la conducta agresiva