Disruptive behavior in adolescence and its relationship with temperament and coping styles.
Employing the DSM-IV TR classifi cation, which classifi es both antisocial behavior disorder and
oppositional defi ant disorder under the label of disruptive behavior disorder, a study was conducted
with two aims: a) to determine the symptomatological differences of disruptive behavior disorder in
adolescence depending on gender, age and school location, and b) to analyse the relationships between
temperament, coping and the psychopathological dimensions of antisocial and oppositional defi ant
behavior. The YI-4, EATQ-R and ACS were administered to a sample of 1,240 adolescents between
11 and 17 years of age. The results show that boys display a greater number of antisocial behaviors
than girls. No differences in school location were observed. In the oppositional defi ant symptoms,
there were differences according to age group, with 13 to 14 years being an age when there is a greater
symptomatology. The data indicate a positive correlation with psychopathological dimensions of both
surgency and non-productive coping and a negative correlation with effortful control and productive
coping.
Bajo la denominación de “Trastorno por déficit de atención
y del comportamiento perturbador”, el DSM-IV-TR (American
Psychiatric Association, 2000) incluye el Trastorno por Déficit de
Atención con Hiperactividad, el trastorno disocial y el Trastorno
Negativista Desafiante, quedando estas dos últimas entidades nosológicas
agrupadas bajo la etiqueta o denominación de trastornos
del comportamiento perturbador. El trastorno del comportamiento
perturbardor es uno de los trastornos juveniles más frecuentes en
salud mental (Loeber, Burke, Lahey, Winters y Zera, 2000), siendo
de gran interés su investigación por las graves alteraciones que
causa en las familias, la escuela y la comunidad (Frick, Strauss,
Lahey y Christ, 1993; Frick et al., 1993) y por el riesgo que existe,
entre otros, de futura criminalidad, delincuencia y abuso de sustancias
(Burke, Loeber y Birmaher, 2002).
Esta investigación se centra en el estudio de los factores de riesgo
funcionales para el desarrollo del comportamiento perturbador
(Burke et al., 2002) y, más concretamente, del temperamento, junto
con las estilos de afrontamiento, como correlatos de la sintomatología
del trastorno del comportamiento perturbador, así como del
género, la edad y la ubicación del centro escolar, como factores de
riesgo sociodemográficos.
Existe un gran número de estudios que indican que los niños
que presentan problemas de conducta tienen dificultades para regular
sus emociones (Frick y Morris, 2004). Esta dificultad viene
explicada, entre otros aspectos, por el temperamento y en concreto
por la autorregulación, que ha sido definida por Rothbart y Bates
(1998) como los procesos neuronales y conductuales que actúan
para modular la reactividad emocional subyacente. De base
constitucional, la autorregulación emerge a lo largo del desarrollo temprano (Rothbart y Bates, 1998) y permite controlar las reacciones
ante el estrés, mantener focalizada la atención e interpretar
tanto los estados mentales propios como los de los otros (Fonagy
y Target, 2002).
Una de las principales formas de autorregulación es el control voluntario, que se defi ne como la efi ciencia de la atención ejecutiva e incluye la capacidad para inhibir una respuesta dominante y/o activar una respuesta subdominante para planificar o detectar errores (Rothbart y Bates, 2006), siendo a la vez un elemento central en el estudio de la psicología del desarrollo y la psicopatología (Rothbart y Rueda, 2005). Además de los sistemas relacionados con el control voluntario, la conducta social también puede venir regulada por la reactividad emocional, como el miedo o la frustración. Miedo y control voluntario estarían relacionados con la regulación de la conducta social (Rothbart, Ahadi y Evans, 2000) ya que, como se ha constatado, el miedo, como rasgo temperamental, predice la empatía, el sentimiento de culpabilidad y una menor conducta agresiva (Rothbart, 2007). Consecuentemente, se puede plantear que la vulnerabilidad a la conducta antisocial puede venir determinada por una combinación de altos niveles de frustración y bajos niveles de control voluntario (Muris y Ollendick, 2005) y miedo.
Una de las principales formas de autorregulación es el control voluntario, que se defi ne como la efi ciencia de la atención ejecutiva e incluye la capacidad para inhibir una respuesta dominante y/o activar una respuesta subdominante para planificar o detectar errores (Rothbart y Bates, 2006), siendo a la vez un elemento central en el estudio de la psicología del desarrollo y la psicopatología (Rothbart y Rueda, 2005). Además de los sistemas relacionados con el control voluntario, la conducta social también puede venir regulada por la reactividad emocional, como el miedo o la frustración. Miedo y control voluntario estarían relacionados con la regulación de la conducta social (Rothbart, Ahadi y Evans, 2000) ya que, como se ha constatado, el miedo, como rasgo temperamental, predice la empatía, el sentimiento de culpabilidad y una menor conducta agresiva (Rothbart, 2007). Consecuentemente, se puede plantear que la vulnerabilidad a la conducta antisocial puede venir determinada por una combinación de altos niveles de frustración y bajos niveles de control voluntario (Muris y Ollendick, 2005) y miedo.
Si bien diversos estudios se han centrado en documentar la relación
entre temperamento y trastornos de conducta, pocos se han
centrado en el análisis de los procesos a través de los cuales el
temperamento puede incrementar el riesgo de desarrollar un trastorno
de conducta (Frick y Morris, 2004). Es necesario, por tanto,
profundizar más en el estudio de la relación entre temperamento
y sintomatología del trastorno del comportamiento perturbador.
En este sentido, contemplar la aportación de los estilos de afrontamiento
en dicha relación puede ayudar a clarifi car dicho nexo.
Como señalan Sorlie y Sexton (2001), la aproximación contemporánea más emergente en la investigación del afrontamiento se centra precisamente en el estudio del afrontamiento dentro de los modelos generales estructurales de los rasgos de personalidad, ya que la selección de una determinada respuesta de afrontamiento puede estar influenciada por dichos rasgos (Fickova, 2001) y el temperamento (Derryberry, Reed y Pilkenton-Taylor, 2003). Más concretamente, con relación al temperamento, el afrontamiento está relacionado tanto con la reactividad emocional como con la autorregulación (Compas, Connor-Smith, Saltzman, Thomsen y Wadsworth, 2001), y en lo que respecta a la patogénesis de los trastornos mentales, temperamento y afrontamiento pueden interactuar incrementando o disminuyendo el riesgo de desarrollar problemas de salud mental (De Boo y Spiering, 2010).
Como señalan Sorlie y Sexton (2001), la aproximación contemporánea más emergente en la investigación del afrontamiento se centra precisamente en el estudio del afrontamiento dentro de los modelos generales estructurales de los rasgos de personalidad, ya que la selección de una determinada respuesta de afrontamiento puede estar influenciada por dichos rasgos (Fickova, 2001) y el temperamento (Derryberry, Reed y Pilkenton-Taylor, 2003). Más concretamente, con relación al temperamento, el afrontamiento está relacionado tanto con la reactividad emocional como con la autorregulación (Compas, Connor-Smith, Saltzman, Thomsen y Wadsworth, 2001), y en lo que respecta a la patogénesis de los trastornos mentales, temperamento y afrontamiento pueden interactuar incrementando o disminuyendo el riesgo de desarrollar problemas de salud mental (De Boo y Spiering, 2010).
Finalmente, otro punto a considerar es la influencia de los factores
sociodemográficos en la presentación de los trastornos de conducta.
Es conocida la mayor prevalencia en chicos, superando a las chicas
tanto en frecuencia como en la severidad de los síntomas (Moffi tt,
Caspi, Rutter y Silva, 2001). No obstante, en los últimos años se ha
observado un incremento de las chicas que reciben tratamiento por
problemas de conducta (Putallaz y Bierman, 2004; Moffi tt y Scott,
2008), siendo, junto con el posible efecto que pueda tener la zona de
residencia y el grupo de edad, variables que requieren de mayor investigación.
Con relación a la zona de residencia y la edad, algunos
estudios señalan una mayor presencia de problemas de conducta en
zonas urbanas en comparación con las rurales (Offord et al., 1987;
Kroes et al., 2001) y un incremento de los trastornos de conducta
durante la adolescencia (Moffi tt y Scott, 2008).
Partiendo del modelo de Rothbart sobre el temperamento y
de la relación existente entre temperamento y afrontamiento, se
plantean dos objetivos pare este estudio: a) conocer las diferencias
en la sintomatología del trastorno del comportamiento perturbador
durante la adolescencia en función del género, la edad y la
ubicación del centro escolar; y b) analizar las relaciones entre las
variables temperamentales y de afrontamiento con las dimensiones
psicopatológicas de conducta antisocial y negativista desafiante.