miércoles, 30 de noviembre de 2016

Desarrollo infantil y adolescente: trastornos mentales más frecuentes en función de la edad y el género. Esperanza Navarro-Pardo, Juan Carlos Meléndez Moral, Alicia Sales Galán y Mª Dolores Sancerni Beitia. Universidad de Valencia

A pesar del incremento en las tasas de incidencia y prevalencia de los trastornos en la infancia y adolescencia, son pocos los trabajos con muestras amplias y representativas de niños y adolescentes con síntomas psicopatológicos. El presente trabajo analiza 588 sujetos derivados por los pediatras de Atención Primaria a una unidad especializada de Salud Mental de Infancia y Adolescencia. Como resultados se observan relaciones signifi cativas entre edad y diagnóstico, de modo que de 0-5 años la mayor incidencia se da en trastornos de conducta, comunicación, eliminación, control de impulsos y trastornos generalizados del desarrollo; entre 6-11 aparecen también los trastornos de conducta seguidos del trastorno por défi cit de atención e hiperactividad (TDAH); entre 12-15 años, trastornos de conducta y de ansiedad; y de 16 hasta 18 años, trastornos de conducta. Respecto al género, existe relación signifi cativa con el diagnóstico, con mayor incidencia en los chicos de los trastornos de la conducta, y de ansiedad en las chicas. Como conclusiones, se indica la existencia de relación entre trastornos y adquisiciones evolutivas en el grupo de menor edad, y mayor incidencia de trastornos externalizantes en chicos e internalizantes en chicas en todos los grupos de edad.

Child and adolescent development: Common mental disorders according to age and gender. Despite the increase in the incidence and prevalence rates of children and adolescents’ mental disorders, there are few works performed with large and representative samples of children and adolescents with psychopathological symptoms. The present work analyses 588 participants referred by fi rst care pediatricians to a specialized unit for children and adolescents’ mental health. As a result of the study, a statistically signifi cant relation was found between age and diagnosis: a larger incidence of behavioral disorders, communication disorders, elimination disorders, pervasive developmental disorders, impulsecontrol disorders from 0 to 5 years; behavioral disorders and attention defi cit hyperactivity disorder (ADHD) were more common from 6 to 11 years, behavioral and anxiety disorders were more likely at 12 to 15 years; and, lastly, behavioral disorders were more prevalent from 16 to 18 years. With respect to gender, there was a signifi cant relationship with diagnosis: boys had more behavioral disorders, whereas girl had more anxiety disorders. To conclude, a relationship between mental disorders and developmental achievements could be indicated in the younger group. Additionally, externalizing disorders in boys and internalizing ones n girls were more prevalent across all ages.

El aumento progresivamente más marcado de los trastornos psicológicos en la infancia, así como su incidencia creciente, ha llevado a una mayor preocupación por parte de los profesionales de la salud y a profundizar en el estudio de este grupo de población (Aláez, Martí- nez-Arias y Rodríguez-Sutil, 2000; Ten y Pedreira, 1988). Además, al ser un período en el que existe mayor plasticidad y se dan más cambios evolutivos, resulta relevante su detección precoz, diagnóstico y tratamiento para mejorar el pronóstico (Caraveo-Anduaga, Colmenares-Bermúdez y Martínez-Vélez, 2002; Jiménez Pascual, 2002). 
El desarrollo psicológico infantil y adolescente sigue una pauta marcada principalmente por las infl uencias normativas relacionadas con la edad (Baltes, 1998); conociendo la edad se pueden hacer predicciones sobre sus procesos de desarrollo. Esta pauta evolutiva está infl uenciada principalmente por determinantes biológicos y ambientales que mantienen una alta correlación con la edad cronológica, y es la etapa en la que se producen más cambios en menos tiempo (Rodríguez-Hernández et al., 2007). Conocer estos patrones normativos es importante para detectar alteraciones, realizar el diagnóstico diferencial y determinar si se trata de alguna entidad patológica o son adaptaciones evolutivas a acontecimientos vitales estresantes. 
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2001), la prevalencia de trastornos psicológicos en la infancia oscila entre el 10 y el 20%, existiendo importante variabilidad en las cifras encontradas en diversos estudios (Alday et al., 2005; Pedreira y Sardinero, 1996), variando entre el 7 y el 30,2%. Valero y Ruiz (2003) señalan que, del total de la muestra, un 8,5% presentaba trastornos de inicio en la infancia y la adolescencia, y el diagnóstico más frecuente era el trastorno del comportamiento y de las emociones (F90-98 de la CIE-10), con una incidencia del 66,1%. Se observó una mayor proporción de chicos, siendo signifi cativas las diferencias, aspecto que corrobora Valencia-García y Andrade-Palos (2005), en el que la mayoría de las problemáticas presentadas en los niños se podrían circunscribir a los problemas de conducta. 

En otro estudio (Aláez et al., 2000), siguiendo la clasifi cación de la Décima Revisión de la Clasifi cación Internacional de Enfermedades (CIE-10) (OMS, 1993), se observa que son los trastornos de conducta los diagnosticados con más frecuencia (un 23%), seguidos de los depresivos (14,6%), los de ansiedad (13,3%), los específi cos del desarrollo (12,7%) y los de eliminación (9,7%). Respecto a los trastornos depresivos y de ansiedad, si tomamos en conjunto las dos categorías, dada su alta comorbilidad, existe en torno a un 28% de sujetos con ambos diagnósticos. 
Se encuentra una correlación alta entre el tipo de trastorno y la edad, a mayor edad, menos trastornos de conducta y eliminación (Baeyens, Roeyers, Walle y Hoebeke, 2005) y más trastornos del estado de ánimo y de alimentación (Aláez et al., 2000). Respecto al género, según López-Soler, Castro Sáez, Alcántara López, Fernández y López Pina (2009) existen, en varones de 6 a 12 años, porcentajes más elevados de indicadores psicopatológicos externalizantes que en niñas. Del mismo modo, el trabajo transcultural de Crijnen, Achenbach y Verhulst (1997) mostró que los niños obtienen puntuaciones más altas en alteraciones externalizantes y más bajas en internalizantes. 

La incidencia de trastornos en población infantil es poco conocida por la inexistencia de instrumentos estandarizados que posean signifi cación pronóstica (Pedreira, 2000), por la existencia de distintos enfoques teóricos que llevan a diferentes diagnósticos o tratamientos y por el manejo de varias clasifi caciones criteriales taxonómicas. Además, habría que sumar la complicada tarea de evaluar, diagnosticar y tratar a este grupo poblacional que, por su menor desarrollo y madurez general y, específi camente, del lenguaje, se ve en muchos casos difi cultada. Dada la importancia de los trastornos en la infancia y adolescencia por su gran impacto y repercusión en el rendimiento académico (Terán, Vázquez y Pérez, 1995), es importante conocer su incidencia.

Por tanto, como objetivo del presente trabajo, se plantea describir la incidencia de diferentes trastornos psicopatológicos en la infancia y adolescencia en una muestra de pacientes derivados desde pediatría de Atención Primaria y atendidos en una unidad especializada de Salud Mental de Infancia y Adolescencia (USMIA), y su relación con la edad y el género, partiendo de la hipótesis de que los trastornos de conducta se darán en mayor medida en los varones y en las primeras etapas, mientras que los trastornos internalizantes serán más frecuentes en las mujeres y en etapas más avanzadas. Además, se prevé que los trastornos de conducta sean los más frecuentes en la infancia y adolescencia, concretamente el trastorno por défi cit de atención e hiperactividad.
 Dado que la mayoría de los estudios en el ámbito sanitario utilizan la CIE-10 para la evaluación y diagnóstico de los pacientes pero resulta un instrumento menos específi co en cuanto a salud mental, en el presente trabajo se analizan los datos como plantea el DSM-IV-TR (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales), puesto que encontramos una clasifi cación diagnóstica criterial con una sección específica para los trastornos de la infancia, niñez o adolescencia. 

Método 

Participantes 

Se trata de un diseño ex post facto retrospectivo en el que todos los sujetos eran pacientes de la Unidad de Salud Mental de Infancia y Adolescencia. La muestra cuenta con 588 sujetos atendidos entre 2005 y 2009. El criterio de inclusión fue el establecimiento por parte de la USMIA de presencia de algún trastorno psicopatológico; un 20,1% de los pacientes fueron clasifi cados como “sin diagnóstico psiquiátrico”. Por lo que se refi ere al 79,9% de los sujetos con diagnóstico, un 61,6% eran varones y un 38,4% mujeres. Respecto a la edad, los participantes oscilaban entre 1 y 18 años, siendo la media de 13,06 y la desviación típica de 3,9 (12,53±4,17 hombres y 13,79±3,9 mujeres). La edad se dividió en cuatro grupos ajustados a las etapas escolares, quedando distribuidos de 0-5 años, 18 sujetos (3,8%) con un 72,2% de varones, de 6-11 años, 138 sujetos (29,4%) con un 70,8% de varones, de 12-15 años, 178 sujetos (37,9%) con un 57,6% de varones y de 16-18 años, 136 sujetos (28,9%) con un 56% de varones. Todos los padres o tutores legales cumplimentaron el consentimiento. 

Procedimiento 

Los participantes fueron derivados por los pediatras de Atención Primaria de las localidades del Departamento 10 de la Consellería de Sanitat de la Comunitat Valenciana a la Unidad de Salud Mental de Infancia y Adolescencia de referencia, en Catarroja (Valencia), y evaluados por la psicóloga especialista en Psicología Clínica. 
Los casos de especial complejidad diagnóstica eran evaluados en sesiones clínicas conjuntas realizadas por el equipo multidisciplinar del área. Para el diagnóstico se consideró, además de la información proporcionada por cuestionarios e inventarios, la obtenida del paciente durante la entrevista y la proporcionada por familia y escuela. En caso de discrepancia en la información, se establecía un diagnóstico provisional. Posteriormente se recababa mayor información hasta establecer el diagnóstico defi nitivo, a partir del cual eran incluidos en este trabajo.  Se ha tenido en cuenta exclusivamente el diagnóstico principal del Eje I del DSM-IV. 

Instrumentos 

Se evaluó a los sujetos mediante entrevista clínica en la USMIA, tanto al paciente como a sus familiares o cuidadores, y a partir de los síntomas observados se aplicaron instrumentos de evaluación estandarizados, cumplimentándose de este modo la historia clínica. 
Con ello, y en función de los criterios diagnósticos del DSMIV, se establecía el diagnóstico clínico.
– Historia clínica elaborada por la propia USMIA, donde se recopilan datos biográfi cos, escolares, psicosociales y familiares, como el estilo y modo de vida, embarazo, parto y desarrollo (desarrollo psicomotor, desarrollo del lenguaje, control de esfínteres, alimentación, sueño, historia sexual, sociabilidad…), personalidad (rasgos, afi ciones, preferencias…), historia médica (antecedentes personales y familiares, historia neurológica, intervenciones previas…), motivo de consulta y descripción del cuadro clínico, evolución del paciente y tratamiento.
– Pruebas generales en primeras visitas. Los más utilizados fueron el Cuestionario de Análisis Clínico (CAQ), Cuestionario de Personalidad para Niños (CPQ) y Cuestionario de Personalidad para Adolescentes (HSPQ), así como el Cuestionario de Autoestima (AF-5). 
– Pruebas específicas en función de síntomas observados. Para los trastornos generalizados del desarrollo, el Cuestionario de Comunicación Social (SCQ); para el TDAH, la escala abreviada SNAP-IV y la Escala para la evaluación del trastorno por déficit de atención con hiperactividad (EDAH); para trastornos de conducta el CBCL (Child Behavior Checklist); el Inventario de trastornos de la conducta alimentaria (EDI-2) para los de alimentación; para trastornos del estado de ánimo el Cuestionario de Depresión Infantil (CDI); si aparecían síntomas de ansiedad, el Cuestionario de Ansiedad Infantil (CAS), y diversos registros en función de la edad para los demás trastornos. Los datos relacionados con trastornos del aprendizaje, comunicación y retraso mental venían derivados de los centros escolares y servicios psicopedagógicos, no existiendo homogeneidad en el tipo de prueba empleada.

sábado, 12 de noviembre de 2016

ASOCIACIONISMO Y AJUSTE EN LA ADOLESCENCIA -Un análisis en la comarca de la Safor- . TESIS DOCTORAL .Andrea Ollero Muñoz. Valencia,(Extracto Cap. 3)


3- Adolescencia y juventud

3.1. Conceptos

Juventud

Los conceptos de adolescencia y juventud corresponden a una construcción social, histórica, cultural y relacional, que a través de las diferentes épocas y procesos históricos y sociales han ido adquiriendo denotaciones y delimitaciones diferentes (Dàvila, 2004). El incremento en la esperanza de vida y los nuevos referentes y metas sociales hacen cada vez más difícil distinguir entre adolescencia y juventud. Las etapas evolutivas tienden a dejar de tener límites claros, alargándose o acortándose en el tiempo, siendo la sociedad, sus componentes culturales y sus estilos de vida, quienes definen básicamente el período en el que se encuentran los sujetos (Ballesteros, Babín, Rodríguez y Megías, 2009).

Disciplinariamente, se le ha atribuido la responsabilidad analítica de la adolescencia a la psicología, en la perspectiva de un análisis y delimitación partiendo por el sujeto particular y sus procesos y transformaciones como sujeto; dejando a otras disciplinas de las ciencias sociales y humanidades la categoría de juventud, donde a partir de sujetos particulares, el interés se centra en las relaciones sociales posibles de establecerse en éstos y las formaciones sociales. Sin embargo, la misma utilización de los conceptos de adolescencia y juventud, en muchas ocasiones tienden a usarse de manera sinónima y homologadas entre sí, especialmente en el campo de análisis de la psicología general, y en sus ramas de psicología social, clínica y educacional; cuestión que no ocurre con mayor frecuencia en las ciencias sociales (Dàvila, 2004).

La juventud se puede definir como el periodo de la vida de una persona en el que la sociedad deja de verle como un niño pero no le da un estatus y funciones completos de adulto. Como etapa de transición de la dependencia infantil a la autonomía adulta (Souto, 2007).

Pero a lo largo de estos años se ha tratado de poner en duda el consenso social, político y académico, sobre la consideración de que la juventud sólo es una etapa transitoria en la vida de las personas y por tanto no puede considerarse, ni a efectos  analíticos ni a efectos prácticos, una categoría social. La actual crisis ha puesto en evidencia ya no sólo la falacia de la negación de la juventud, sino las graves consecuencias que están produciendo tres décadas de retóricas destinadas a limitar los derechos de ciudadanía y en particular la ciudadanía activa, de las personas jóvenes (Comas, 2011, p.12). El concepto de juventud ha perdido su significado de mera etapa de transición a la vida adulta para adquirir una nueva concepción que sitúa a las personas jóvenes como sujetos de pleno derecho y reconoce su papel, su aportación e intervención en la vida social, cultural, política, económica y laboral de la sociedad (Ley 18/2010 de Juventud de la Comunidad Valenciana). La juventud es una etapa de aprendizaje, pero también de construcción y de afirmación de la plena ciudadanía (Agudo y Albornà, 2011).

La tradicional interpretación de la juventud como un periodo de transición en el que tiene lugar un complejo proceso de cambios que permiten a los jóvenes alcanzar el estado adulto nos ha acostumbrado a entender la juventud desde una perspectiva lineal y evolutiva, con un principio definido en términos negativos, dependencia del adulto, y un final definido en términos positivos, la emancipación (tales como el tener un trabajo remunerado, una casa propia, una nueva relación familiar e incluso llegar a tener hijos).

En este sentido, la etapa de la juventud se puede interpretar, por tanto, como el proceso de adquisición por parte de los jóvenes de los recursos necesarios para integrarse en la organización social y asumir nuevas dependencias y responsabilidades (Benedicto, 2008).
Los jóvenes han empezado a configurarse como una categoría social y común a ambos sexos, definida por una condición específica que demarca intereses y necesidades propias, casi totalmente desvinculadas de la idea de transición. Esta nueva condición juvenil se caracteriza por una fuerte autonomía individual (especialmente en el uso del tiempo libre y el ocio), la avidez por multiplicar experiencias vitales, la ausencia de grandes responsabilidades hacia terceros, salvo los amigos y familiares cercanos, una rápida madurez mental y física, y una emancipación más temprana en los aspectos emocionales y afectivos, aunque retrasada en lo económico, con un ejercicio más precoz de la sexualidad (Abad, 2002).

En España, como en el resto de países de Europa occidental, se ha producido en las dos últimas décadas una ampliación de la etapa juvenil, que tiene como causas principales el incremento del tiempo dedicado a la educación y la formación, el retraso en el proceso de autonomía económica ante las condiciones de dificultad del mercado laboral y del empleo, así como el retraso en el acceso a la vivienda, lo que dificulta la formación de nuevas unidades de convivencia y parentesco. Anteriormente, se tenía como referencia sólo al colectivo entre 15 y 24 años, que era y- sigue siendo con frecuencia- la convención estadística adoptada en el ámbito internacional (INJUVE, 2014). La Ley de la Juventud de la Comunidad Valenciana en su título preliminar, establece como periodo de la vida que abarca la edad juvenil las personas jóvenes con edades comprendidas entre los 14 y los 30 años, inclusive (Ley 18/2010).

España se ha caracterizado por una elevada edad de emancipación juvenil y por una elevada dependencia familiar de los jóvenes. España es el país con más jóvenes viviendo con sus padres, seguido de Portugal e Italia. Por el contrario Finlandia, Noruega y Suecia son los países donde menor número de jóvenes viven con sus padres (INJUVE, 2012). En los próximos cinco años la tasa de emancipación juvenil en España no aumentará respecto a la actual. La precariedad laboral será la causa principal del retraso de la independencia de los menores de 30 años (Centro Reina Sofía, 2012).

Nuestro país fue pionero en esta extensión de la etapa juvenil, ya que se ha ido adoptando progresivamente en otros países e incluso en áreas geográficas más amplias Las consecuencias principales son obvias: ampliación de la etapa formativa, y retraso en la actividad laboral, en la emancipación, en la asunción de responsabilidades adultas, en la capacidad económica, en la constitución de nuevas familias y en la natalidad (INJUVE, 2014).

La generación joven actual es la llamada ―nativos digitales‖. Nos referimos a los Jóvenes nacidos en la Etapa de fin de siglo y de principio del Milenio. Es una Juventud con unos niveles de Información, Comunicación y Conocimiento desconocidos hasta ahora, con un pronóstico de inserción laboral y social bastante difícil, pero crecientemente centrada en la ―Elaboración de proyectos prácticos‖, y focalizada muy especialmente hacia la sustitución del mundo analógico por el mundo digital. Sus rasgos principales son ya suficientemente netos: tienen una inequívoca ―Tendencia al Pragmatismo‖. Previsiblemente exigirán cambios profundos en muchos ámbitos de la organización social, política y económica de nuestra sociedad. Asistimos en estos momentos a la singular configuración de esa Primera Generación Joven Globalizada 1.0 orbitando el planeta. (INJUVE, 2014 p. 39- 40).

La juventud en nuestros días, parece decantarse por el disfrute del individualismo y el tiempo libre. No participan en la política formal, pero sí en organizaciones deportivas o religiosas, al margen de las instituciones políticas (Fernández, 2009). Aunque la mayoría de las políticas nacionales sobre la juventud han tratado de tener en cuenta las necesidades y preocupaciones de los jóvenes hasta los 24 años y a veces más allá, también es importante centrarse en los adolescentes, que necesitan apoyo, protección y preparación especiales para su transición hacia la edad adulta (UNICEF, 2011).

Adolescencia