lunes, 28 de marzo de 2016

Comportamiento antisocial en los centros escolares: una visión desde Europa. Juan Manuel Moreno Olmedilla (*)

1. Introducción

En algunos países las administraciones educativas han lanzado campañas nacionales a través de los medios de comunicación social con el fin de crear una cierta conciencia social que favorezca la prevención de fenómenos violentos en las escuelas. En otros países, como el nuestro, tal vez porque aún no se han sufrido muchos casos extremos de violencia en las escuelas, la información disponible sobre la cuestión es, como mínimo, muy limitada, y no se ha hecho más que empezar en cuanto a la puesta en marcha de programas o planes de acción para la prevención y el tratamiento de dichos fenómenos.
En cualquier caso, los educadores somos cada vez más conscientes de la envergadura del tema que aquí vamos a tratar; sabemos que, para comenzar, debemos plantearlo en positivo, es decir, no se trata tanto de qué hacemos para enfrentarnos a los casos de violencia, como de qué hacemos para convertir nuestros centros en espacios adecuados para el aprendizaje de la convivencia en el marco de una democracia.

2. ¿De qué estamos hablando exactamente cuando decimos "violencia escolar"

Una de las primeras dificultades a las que nos enfrentamos al comenzar a analizar los fenómenos de supuesta violencia en la escuela es a la de la imprecisión en el lenguaje. En efecto, no podemos considerar dentro de la misma categoría un insulto u otra falta más o menos leve de disciplina o, por ejemplo, un episodio de vandalismo o de agresión física con un arma. No obstante, existe una clara tendencia en la opinión pública y tal vez entre muchos profesores (quienes, no lo olvidemos, son los principales creadores de opinión sobre la enseñanza y los centros escolares) a «meter todo en el mismo saco» y a entender, de manera simplista, que se trata de manifestaciones distintas de un mismo sustrato violento que caracterizaría a los niños y jóvenes de hoy. A pesar de ello, puesto que muchos fenómenos no pueden considerarse propiamente como violentos, entiendo como más inclusiva y adecuada la expresión de comportamiento o conducta antisocial en las escuelas. Así, en mi opinión, son seis los tipos o categorías de comportamiento antisocial entre los que debemos diferenciar:

A: Disrupción en las aulas
B: Problemas de disciplina (conflictos entre profesorado y alumnado)
C: Maltrato entre compañeros («bullying»)
D: Vandalismo y daños materiales
E: Violencia física (agresiones, extorsiones)
F: Acoso sexual

La disrupción en las aulas constituye la preocupación más directa y la fuente de malestar más importante de los docentes. Su proyección fuera del aula es mínima, con lo que no se trata de un problema con tanta capacidad de atraer la atención pública como otros que veremos después. Cuando hablamos de disrupción nos estamos refiriendo a las situaciones de aula en que tres o cuatro alumnos impiden con su comportamiento el desarrollo normal de la clase, obligando al profesorado a emplear cada vez más tiempo en controlar la disciplina y el orden. Aunque de ningún modo puede hablarse de violencia en este caso, lo cierto es que la disrupción en las aulas es probablemente el fenómeno, entre todos los estudiados, que más preocupa al profesorado en el día a día de su labor, y el que más gravemente interfiere con el aprendizaje de la gran mayoría de los alumnos de nuestros centros.

Las faltas o problemas de disciplina, normalmente en forma de conflictos de relación entre profesores y alumnos, suponen un paso más en lo que hemos denominado disrupción en el aula. En este caso, se trata de conductas que implican una mayor o menor dosis de violencia —desde la resistencia o el «boicot» pasivo hasta el desafío y el insulto activo al profesorado—, que pueden desestabilizar por completo la vida cotidiana en el aula. Sin olvidar que, en muchas ocasiones, las agresiones pueden ser de profesor a alumno y no viceversa, es cierto que nuestra cultura siempre ha mostrado una hipersensibilidad a las agresiones verbales —sobre todo insultos explícitos— de los alumnos a los adultos (Debarbieux, 1997), por cuanto se asume que se trata de agresiones que «anuncian» problemas aún más graves en el caso futuro de no atajarse con determinación y «medidas ejemplares».

El término «bullying», de difícil traducción al castellano con una sola palabra, se emplea en la literatura especializada para denominar los procesos de intimidación y victimización entre iguales, esto es, entre alumnos compañeros de aula o de centro escolar (Ortega y Mora-Merchán, 1997). Se trata de procesos en los que uno o más alumnos acosan e intimidan a otro —víctima— a través de insultos, rumores, vejaciones, aislamiento social, motes, etc. Si bien no incluyen la violencia física, este maltrato intimidatorio puede tener lugar a lo largo de meses e incluso años, siendo sus consecuencias ciertamente devastadoras, sobre todo para la víctima.

El vandalismo y la agresión física son ya estrictamente fenómenos de violencia; en el primer caso, contra las cosas; en el segundo, contra las personas. A pesar de ser los que más impacto tienen sobre las comunidades escolares y sobre la opinión pública en general, los datos de la investigación llevada a cabo en distintos países sugieren que no suelen ir más allá del 10 por ciento del total de los casos de conducta antisocial que se registran en los centros educativos. No obstante, el aparente incremento de las extorsiones y de la presencia de armas de todo tipo en los centros escolares, son los fenómenos que han llevado a tomar las medidas más drásticas en las escuelas de muchos países (Estados Unidos, Francia y Alemania son los casos más destacados, como cualquier lector habitual de prensa sabe).

El acoso sexual es, como el bullying, un fenómeno o manifestación «oculta» de comportamiento antisocial. Son muy pocos los datos de que se dispone a este respecto. En países como Holanda (Mooij, 1997) o Alemania (Funk, 1997), donde se han llevado a cabo investigaciones sobre el tema, las proporciones de alumnos de secundaria obligatoria que admiten haber sufrido acoso sexual por parte de sus compañeros oscila entre el 4 por ciento de los chicos de la muestra alemana y el 22 por ciento de las chicas holandesas. En cierta medida, el acoso sexual podría considerarse como una forma particular de bullying, en la misma medida que podríamos considerar también en tales términos el maltrato de carácter racista o xenófobo. Sin embargo, el maltrato, la agresión y el acoso de carácter sexual tienen la suficiente relevancia como para considerarlos en una categoría aparte.

Y, ya entre paréntesis, habría que apuntar dos fenómenos típicamente escolares que también podrían categorizarse como comportamientos antisociales, aunque no se vayan a tratar en este artículo: el primero es el absentismo, que da lugar a importantes problemas de convivencia en muchos centros escolares; el segundo cabría bajo la denominación de fraude en educación o, si se prefiere, de «prácticas ilegales» (Moreno, 1992, pp. 198 y ss.), esto es, copiar en los exámenes, plagio de trabajos y de otras tareas, recomendaciones y tráfico de influencias para modificar las calificaciones de los alumnos, y una larga lista de irregularidades que, para una buena parte del alumnado, hacen del centro escolar una auténtica «escuela de pícaros».

3. ¿Qué sabemos sobre los fenómenos de comportamiento antisocial en los centros escolares?

Para empezar, el análisis de las distintas categorías de comportamiento antisocial que acabamos de llevar a cabo nos permite adelantar algunas observaciones de cierto interés. En primer lugar, podría decirse que en los centros se dan muchos conflictos, y de muchos tipos, y no tanta violencia extrema como los medios de comunicación —y la opinión pública que a partir de ellos se configura— podrían estar dando a entender. La existencia de conflictos en las instituciones escolares no solamente no debe asustarnos, ni siquiera preocuparnos, sino que debemos entenderla como algo en principio natural en cualquier contexto de convivencia entre personas; así, por el contrario, los conflictos pueden ser oportunidades de aprendizaje y de desarrollo personal para todos los miembros de la comunidad escolar.

En segundo lugar, nuestro análisis inicial de las seis categorías deja claro, aparte de los distintos niveles de «gravedad», que puede hablarse de dos grandes modalidades de comportamiento antisocial en los centros escolares: visible e invisible. Así, la mayor parte de los fenómenos que tienen lugar entre alumnos —el bullying, el acoso sexual, o cierto tipo de agresiones y extorsiones— resultan invisibles para padres y profesores; por otro lado, la disrupción, las faltas de disciplina y la mayor parte de las agresiones o el vandalismo, son ciertamente bien visibles, lo que puede llevarnos a caer en la trampa de suponer que son las manifestaciones más importantes y urgentes que hay que abordar, olvidándonos así de los fenómenos que hemos caracterizado por su invisibilidad.

martes, 1 de marzo de 2016

LA CONDUCTA ANTISOCIAL DE LOS JÓVENES. Michael Rutter, Henri Giller, Ann Hagell. Cambridge University Press, Madrid, 2000

Los profesionales hablan de trastorno hostil/desafiante, trastorno de conducta y trastorno de personalidad antisocial antes que de delito como tal. Lo estudia hasta los 20 años, pero cree que hay que prolongarlo hasta los 25. 
Repiten un estudio hecho en 1983. "Desde entonces ha habido un considerable aumento del conocimiento empírico relativo a la naturaleza de la delincuencia, sus causas, factores que influyen en su perpetuación en la vida adulta, su prevención y tratamiento. 
Las teorías del delito basadas en una serie unificadora de factores causales han caído en descrédito y cada vez se ha prestado mayor atención a los orígenes de las diferencias individuales en cuanto a responsabilidad por la conducta antisocial.

Importancia de la investigación longitudinal. 
La investigación reciente ha sugerido maneras en las que se podían diferenciar variedades de delincuencia, por ejemplo, las asociadas con la hiperactividad de aparición temprana o las que aparecen en edad temprana en vez de en la adolescencia. 
Se sabe mas sobre las relaciones entre delito y abuso de sustancias, entre delito y dificultades de lectura, entre delito y suicidio y entre trastornos de la conducta y depresión. 
Los cambios más evidentes en los modelos familiares incluyen un espectacular aumento de los divorcios: entre 1977 y 1992, tanto el número de divorcios como el número de hijos de menos de 16 años de parejas divorciadas se incrementaron de una manera drástica en el Reino Unido. En EEUU los niños que viven con dos progenitores descendió al 73%. 
Acceso fácil a drogas. Continuo ascenso de los índices de delincuencia. 
Importancia de la pertenencia a un grupo étnico. 
Aumento general de los trastornos psicosociales en jóvenes. 
Los índices de delincuencia en varones son varias veces más elevados que los de las mujeres. A pesar de ello, ha habido escasas investigaciones sobre las diferencias varón ­mujer en la conducta antisocial. 

Hallazgos: 
1.­ Cuando son muy jóvenes, las personas que posteriormente desarrollan repetidas actividades antisociales tienden a ser superactivas, de conducta indisciplinada, hostiles y tienen dificultades para llevarse bien con los demás niños. 
2.­ También cuando son jóvenes tienden a ser impulsivos y a estar deseosos de buscar experiencias nuevas y excitantes. 
3.­ Además de estas características, en la niñez , media y en la adolescencia tienen más inclinación que los demás a mostrar sentimientos de infelicidad, a tener dificultades de lectura y a consumir drogas ilegales. 
4.­ Cuando estos rasgos persisten en el final de la adolescencia y en la edad adulta temprana, adoptan a menudo la forma de excesos en la bebida, un historial laboral irregular, dificultades en las relaciones con la familia y los amigos, tendencia a contraer deudas y a jugar y tendencia a responder a la frustración y a otras dificultades mediante el uso de la violencia. 

Biología y conducta. 
En épocas pasadas ha habido una tendencia a suponer que si algún rasgo o anormalidad biológica puede ser identificado y asociado con una conducta determinada, el rasgo biológico tiene que haber causado la conducta. Ahora esta claro que esta suposición es injustificada porque hay una compleja interacción de doble dirección entre psiquis y soma. Los procesos del pensamiento y las emociones y las tendencias de la conducta no aparecen fuera del cuerpo. Por el contrario, hay y tiene que haber, acompañamientos biológicos, al menos inmediatamente. Esto equivale a decir que cuando alguien se siente preocupado y asustado, eso irá acompañado de un aumento de las pulsaciones, la sudoración y la segregación de determinadas hormonas. 
También a largo plazo los efectos duraderos de las experiencias supondrán algún cambio en el organismo. Así los experimentos con animales han mostrado que los procesos de aprendizaje van acompañados de cambios en el cerebro y que los efectos del estrés van acompañados de cambios estructurales y funcionales en el sistema neuroendocrinologico.

Los estudios tanto animales como humanos indican de manera similar la interacción de doble dirección entre hormonas y conducta. Si se elevan artificialmente las hormonas sexuales masculinas, esto tendrá efectos mensurables en ciertas conductas como el dominio. Igualmente, sin embargo, la superación de situaciones sociales alterará los niveles hormonales. Así, por ejemplo, el ganador de un partido de tenis o una partida de ajedrez muy reñidos tiende a mostrar un aumento de hormonas sexuales mientras que los perdedores tienden a mostrar un descenso. Los trastornos funcionales del cerebro tienden a desaparecer cuando se alivian los síntomas mediante tratamiento. 

Causalidad. 

La simple comprobación de un factor que esté estadísticamente asociado con una conducta no significa que haya desempeñado ningún papel causal Una cosa son los indicadores de riesgo y otra los mecanismos de riesgo. 
El divorcio acarrea más riesgo de conducta antisocial que la muerte de uno de los padres, pero "no constituye el principal mecanismo causal del delito. 
La discordia tiene una mayor capacidad predictiva. 
La pobreza y las presiones económicas parecen tener solamente una relacion debil y desigual con la conducta antisocial, y por lo tanto es improbable que desempeñen un papel importante en los procesos cercanos que tienen que ver con la génesis de la conducta antisocial. 
Por otra parte, la pobreza y las tensiones económicas parecen desempeñar un papel al hacer más difícil mantener la armonía familiar y los patrones adaptativos de crianza de los hijos. 
Existe la posibilidad de que la flecha causal vuele en dirección contraria, que la conducta antisocial haya causado el supuesto factor de riesgo. Hay muchos testimonios de que la conducta problemática o antisocial de los niños provoca reacciones negativas de otras personas. 
La critica y la hostilidad de los padres se asocian con la conducta antisocial de los hijos. es necesario preguntar si la conducta de los hijos ha provocado reacciones negativas en los padres o esta actuando un proceso circular bidireccional. 
Otra posibilidad es que la asociación refleje una mediación genética en vez de un proceso de riesgo ambiental. Por ejemplo es evidente que los padres no solo transmiten genes a sus hijos, sino que también ayudan a configurar y seleccionar sus experiencias. 
Así por ejemplo, hay pruebas de que los factores genéticos cumplen un papel en la causa de la discordia familiar y de que este esfuerzo está condicionado en parte por las características de la personalidad de los padres 
La tercera posibilidad es que la causalidad guarde relacion no con la conducta antisocial como tal, sino con algún otro rasgo con el cual da la casualidad de que está asociada. Un hogar deshecho mostró una correlación del 0.09 con la delincuencia grave.